Círculo de Venganzas
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y su casa editora, la historia salió de un sábado de 5 horas seguidas de inglés. ¡Espero que les guste!
Capitulo 3
El primero
Detroit, Michigan 6:00 am
Edward observaba el paisaje a la distancia, siempre analizándolo todo, como el águila libre que caza en los cielos. El problema estaba en que él era todo menos libre.
Escuchó un ligero ruido a sus espaldas, pero no necesitó cambiar de posición para saber que ella estaba caminando hacia la pequeña cocina del apartamento que Carlisle rentó para los dos. Edward ya había notado que ella era demasiado silenciosa.
La puerta del refrigerador se cerró despacio y los sonidos de unos pequeños pasos volvieron a retumbar en la solitaria estancia. Finalmente el ruido de la puerta azotándose con cuidado fue lo último que se escuchó.
Desde que se conocieron las únicas palabras que compartieron fueron las de su presentación y dos frases sueltas aquí y allá simulando una comunicación bastante deficiente. Edward comprendía a las personas herméticas y hurañas, él mismo se catalogaba en el segundo grupo, pero la señorita Swan sobrepasaba lo que él consideraba los límites aceptables de timidez.
Ni siquiera lo había mirado a los ojos desde la primera vez que se vieron y Edward, muy a su pesar, extrañaba el fascinante brillo que destilaban esos misteriosos ojos grises.
No estaba acostumbrado a la inactividad y dos días sin hacer nada lo estaban matando, extrañaba la adrenalina constante que le producía estar asentado en un campamento donde la amenaza permanente del enemigo era cosa de todos los días. Extrañaba a sus compañeros y la camaradería típica, que por alguna razón incomprensible, los hombres compartían sin ninguna preocupación. Extrañaba las conversaciones con cerveza, donde únicamente se sentaba en un rincón a escuchar a los demás hablar de sus penas, alegrías y recuerdos. Edward extrañaba escuchar el sonido de la vida, estando con Isabella sentía como si ella estuviera más muerta que él.
¿Qué pasaba con esa chica?
Llegaron hacia unas dieciocho horas y decidieron en una conversación casi unilateral que esperarían hasta el día siguiente para iniciar la búsqueda del chico.
Edward estaba impaciente por que empezara la acción.
Isabella observó desde la rendija de la puerta semi-abierta al extraño hombre mirando hacia la ventana, únicamente usando una remera y unos pants.
Lo observó durante unos minutos más antes de cerrar la puerta y dedicarse a sus tareas, no tenía mucho tiempo antes de que debieran salir para empezar el seguimiento de Erick Yorkie.
Isabella todavía sonreía en su interior cada vez que recordaba al imbécil.
¿Quién es lo suficientemente idiota como para haberse infiltrado en la red del WITSEC desde una computadora fija?
Tal vez sólo Erick Yorkie.
Isabella se preguntaba por qué la mafia había descendido tanto en sus expectativas para nuevos aspirantes a la familia, pero la mafia ya no es lo que solía ser. En este tiempo las familias ya no existían, ni las dedicadas a actividades ilegales ni las que pasaban años juntos para después descubrir que nunca se amaron.
Ella sabía que era mejor estar solo, esa era la única manera de no sufrir.
"¿Qué pasó contigo señorita Isabellaria?" apareció en su pantalla de chat.
Isabella sonrió al notar el mensaje de Sun – Han.
"Yo debería preguntarte, ¿dónde quedaron las tan útiles codificaciones?
"Sólo quería sorprenderte"
Isabella sonrió ante el insulso intento, después de unos segundos llegó a su correo un mensaje codificado de Sun – Han con las últimas configuraciones que había hecho para el programa que estaban creando en conjunto. Tal vez si se diera prisa podría iniciar el proceso de pirateo de la laptop de Carlisle. No era un trabajo nada complicado, pero esta vez debía ser mucho más sigilosa, si la descubría estaba segura que no la llamaría en un año y ella necesitaba este trabajo.
Un firme golpe en la puerta atravesó su concentración, no podía ser nadie más que Masen. Abrió lo necesario para mirarlo.
– Buenos días Isabella – dijo él con firme voz.
Ella lo miró a los ojos después de casi dos días. Eran de un verde profundo.
– Buenos días.
Se miraron durante unos segundos eternos esperando que el otro hablase.
Al final, como siempre, Edward tomó la iniciativa.
– Bajaré a hacer un poco de reconocimiento. Volveré en unas horas.
Isabella no dijo nada, a su parecer él no tenía ninguna necesidad de informarle sus pasos, pero desde que eran un equipo tal vez sería buena idea que estuvieran en contacto.
La palabra "equipo" estaba trayendo demasiadas molestias.
Él la miró un rato más, como si hubiera alguna jodida manera de que sólo con verla pudiera entender algo de lo que estaba pensando, pero el placer de tener ese brillo oscuro no disminuía a pesar de la incertidumbre.
Tomó su chaqueta de cuero y salió del pequeño apartamento. Tal vez Carlisle no debería haber sido tan tacaño, aunque tratara de disfrazarlo con un "no quiero que llamen la atención"
Recorrió la ciudad en silencio, con sigilo, calculando cada paso y examinando cada esquina. Era algo que no podía evitar, el entrenamiento militar ahora era su forma de vida. El ser extremadamente quisquilloso con todo era su orgullo.
Trató de visitar los suburbios de la ciudad, un cliché que los criminales siempre usan, aunque Edward conocía de la hipocresía de la clase alta, ellos nunca mezclaban los negocios sucios con su vida de esplendor.
Después de horas de estar fuera volvió al apartamento. Eran las cuatro de la tarde.
Ella estaba sentada en la mesa de la cocina vestida con una chaqueta y recogida el cabello, seguía usando sus converse. Cuando cerró la puerta con fuerza para llamar su atención ella simplemente se levantó y tomó su computadora de mano. Sacó las llaves, se dirigió a la puerta y volvió a abrirla.
– Warren Avenue por la 95, está en un supermercado – dijo ella con calma, pero sobre todo con indiferencia.
Edward volvió a mirarla, parecía que todo lo que hacía estos días era mirarla. Por alguna razón guardaba la secreta esperanza de conocer su furia el día de hoy por haber tardado tanto en volver, pero ella, una vez más, lo ignoraba completamente.
¿Qué mierda pasa contigo Isabella?
Subieron al potente Chevrolet, un auto no llamativo, pero muy útil.
– ¿Hace cuánto que está ahí?
– Todo el día.
Edward se preguntaba cómo es que ella sabía todo eso.
– Muy bien. Lo vigilaremos
Edward sonrió por fin tenía algo en lo qué ocuparse.
Tardaron treinta minutos en llegar.
Erick Yorkie masticaba un cicle mientras pasaba los comestibles con desgano por la máquina de barras. Él era un genio de la informática no entendía como con toda su capacidad la vida no le había dado algo mejor que un supermercado. Él debería ser el jefe de los grandes criminales y no un servidor.
Levantó su vista y se encontró frente a frente con la mujer más hermosa que había visto en mucho tiempo y empezó a temblar.
– Buenas tardes uh… señorita
Ella le sonrió y le tendió la mano.
– Marie, puedes llamarme Marie – ella tomó su mano y no hizo ninguna cara de asco cuando sintió el sudor del chico.
Erick estaba infinitamente agradecido por eso.
– ¿En qué puedo ayudarte…uh… Marie?
Ella se acercó demasiado a él al tiempo que le tendía un paquete de pasta para que lo marcara.
– Sólo quería saludarte.
– Uh… gracias – la chica volvió a sonreír.
Erick se sentía como el imbécil más grande de la tierra. Ni siquiera podía hablar con una chica.
– Nos veremos por ahí – dijo ella tomando su paquete y dejando el dinero en la torpe mano de Erick que se había olvidado por completo de hacer el cobro.
Cuando ella atravesó la puerta del supermercado se dio cuenta de lo idiota que había sido. ¿Cuándo en la vida una chica como esa le había siquiera hablado?
Tal vez esta sería su única oportunidad de hablar con ella.
Llegó hasta el estacionamiento y la buscó, todos los lugares de parqueo estaban ocupados. Pensó en cruzar y buscarla en la parada de autobuses, pero antes de que pudiera hacer nada alguien lo tenía por el cuello y estaba siendo arrastrado.
Trató de gritar, pero una mano tapaba su boca. Se estaba ahogando.
Edward llevó al chico hasta el parqueadero subterráneo y lo metió dentro de la cajuela de su auto después de cerrar su boca con cinta. Lo cierto es que atrapar a Erick Yorkie había sido más rápido de lo que creyó.
Isabella lo estaba esperando en el asiento del copiloto.
– ¿Cómo sabías que te seguiría? – preguntó él mientras arrancaban.
– Simple instinto
Ella miró hacia la ventana y se mantuvo en silencio.
Edward siguió su ejemplo.
Llegaron hasta una zona alejada de la ciudad. Edward aparcó fuera de la carretera donde nadie pudiera verlos y sacó al chico de la cajuela.
Erick había estado llorando todo el camino.
Edward no se sintió conmovido. La cobardía nunca haría mella en él.
Cuando despegó la cinta de su boca él empezó a gritar.
– ¡Déjeme por favor señor! ¡No he hecho nada malo! – Edward lo arrastró hasta el asiento trasero donde Isabella los esperaba.
Erick soltó un grito cuando la vio, pensó que ella también había sido secuestrada, pero a penas lo sentaron a su lado ella le clavó algo en la muñeca. Erick gritó del dolor.
Isabella rodó los ojos, sólo había sido un pequeño pinchazo.
Edward se sentó en el asiento trasero junto a ellos y entre los dos acorralaron a Erick.
– ¡Por favor déjenme salir! ¡Soy inocente! – lágrimas caían por su rostro.
– Escúchame, tienes que responder todas las preguntas que voy a hacerte y sabré si me estas mintiendo – dijo Edward mirándolo con sus ojos fríos.
Erick temía mojar sus pantalones en cualquier momento.
– ¿Qué me inyectaron? ¿Es veneno? – dijo aterrorizado.
Había visto un montón de programas en la tv donde los asesinos hacían eso con sus víctimas.
Isabella volvió a rodar los ojos.
– Es un rastreador, nada más. Ahora tranquilízate y escucha.
Edward lo enderezó en el asiento y lo obligó a mirarlo firmemente a los ojos. Los ojos eran el espejo del alma, él podía leer cualquier pensamiento de sus víctimas sólo con mirarlos. Después recordó a Isabella. Tendría que hacer que ella lo mirara más seguido. Era como si ella supiera del poder de su mirada y por esa razón la evitaba a toda costa.
Chica lista.
– ¿Cómo entraste al sistema del WITSEC? – demandó con lo que parecía un rugido.
Erick Yorkie se deshacía entre las manos de sus captores, era como mirar un pequeño e insignificante cuadrito de hielo derretirse.
Él insignificante cuadrito de hielo en cuestión sintió como su cuerpo se paralizaba, tan rápido y tan letal como había sido ella para atraparlo. Recordó al mirar los ojos verdes del hombre que tenía en frente otros ojos igual de feroces. Y sintió que el miedo que tenía por ese hombre conocido era mucho, mucho mayor que el que sentía por este desconocido. Incluso cuando este tenía un arma. Porque era obvio que tenía un arma en algún lado.
Edward apretó sus labios en una rígida línea.
– No lo volveré a repetir.
Erick desesperado miró en todas las direcciones hasta que su mirada encontró el vacío gris de la mirada de ella.
Eso lo aterró mucho más que el hombre.
– Soy un hacker, puedo hacerlo cuando quiera – dijo con un ligero asomo de arrogancia que no pudo evitar. Él estaba demasiado extasiado con su propio "talento"
Ella bufó y miró a un aparato en su mano.
Edward aferró con fuerza su brazo, obligándolo a prestar toda su atención en él de nuevo.
– No te pregunté quién eras. Quiero saber cómo lo hiciste.
Erick volvió a mirarlo pensando en la mejor respuesta.
No había ninguna.
Edward volvió a esperar.
El chico seguía callado.
Era tiempo de tomar esto con calma.
– Si no quieres colaborar hay un lugar especial para ti en alguna parte del infierno ¿te gustaría eso?
Erick abrió sus ojos con desmesura.
¡Lo iban a matar!
– ¿Quiénes son ustedes? – la voz del chico se escuchaba distorsionada.
Isabella por fin levantó la mirada de cualquier cosa que estuviera haciendo y lo miró con tal fijeza que Erick tuvo que hacerse más pequeño para evitar que algo de ella lo alcanzara.
– No quieres saberlo – dijo con hielo.
Hielo lacerante.
Edward la miró y ella esquivó sus ojos. Isabella podía ser aterradora, tanto o más que él. Volvió su atención a Erick.
– Eso no importa. Lo que debe importante es cuán valiosa es tu jodida vida para ti mismo. Es la última vez que lo diré. ¿Cómo lo hiciste? ¿Para quién trabajas?
– Yo…yo
Edward perdió la paciencia. Sus dedos se clavaron en la piel del chico.
– Un código – susurró.
Eso ya lo sabían.
Isabella tenía razón.
Ella se removió en el asiento hasta quedar frente a Erick. Su mirada ya no era indiferente ni vacía, había algo en el fondo gris, algo que nunca había visto antes.
Algo casi como desesperación.
– ¿Quién te lo dio?
Erick tragó con fuerza.
– Ellos…
Los dos agentes esperaron, pero no hubo nada más.
– ¿Quiénes son ellos? – dijo Isabella con su clara y al mismo tiempo extraña voz.
– Ellos… sólo son ellos – dijo el chico enterrándose en su asiento.
– ¿Sabes cómo encontrarlos? – preguntó Edward
– No
Isabella volvió a su antigua posición, su cuerpo estaba en tensión.
Recordaba con exactitud como algo, no algo, alguien había detenido sus ataques. Como esa forma no conocida pudo con ella. Y estaba tan intrigada por ello que no pararía hasta descubrir a la mente detrás de esto. No por el trabajo, no por la obligación, no por la gente muerta. Por ella.
Siempre debía ser sólo por ella.
– ¿Cómo contactaron contigo? – dijo Edward a su lado.
Erick lo miró firmemente tratando de encontrar una manera para salir de todo eso con vida – ¿Cómo sé que si no me matan ellos me matarán ustedes por decirles todo esto?
– Porque nosotros vamos por ellos, no por ti. Si colaboras podrás conservar tu vida.
– ¿Cómo sé que eso es cierto? – contestó el chico con timidez.
Si hablaba bien podría estar muerto de una u otra manera, pero por el momento quien tenía el arma, y por lo tanto su vida, en las manos era este extraño hombre, y la extraña mujer, se recordó.
Tal vez el bando correcto, y el más aceptable en ese instante, era con ellos.
– Me estás haciendo perder la paciencia – la voz de Edward parecía demasiado calmada.
Erick sintió mucho más miedo que antes.
– ¿Entonces si les digo ustedes me mantendrán a salvo?
Edward quería golpear la jodida cabeza del muchacho contra la ventana. Estaba a punto de hacerlo. Y cuando sus movimientos delataron lo que iba a hacer el chico habló.
– Está bien, está bien. Se llama Tyler.
– ¿Dónde lo conociste?
Erick miró hacia todos lados menos a la cara del hombre.
– Es un amigo de la preparatoria.
– ¿Él te llevó a ellos?
Erick asintió.
Edward estaba seguro que el tal Tyler era sólo uno de los miles de peones en esta partida interminable.
– ¿Conoces a alguien de ellos?
El muchacho volvió a dudar, todavía estaba en su mente la mirada feroz de quien le había proporcionado el código.
– ¡HABLA! – gritó Edward.
Muchas veces el miedo era mucho más eficiente que cualquier técnica.
– Sí – respondió el chico.
Dos lágrimas escaparon de sus ojos.
Edward paró de atormentarlo, sabía cuando detenerse.
Miró a Isabella sentada en su lugar con sus ojos fijos en el horizonte, sus manos cruzadas alrededor de su cintura.
Suspiró.
– Estarás vigilado de ahora en adelante. Sabremos cada vez que te muevas, cada vez que camines, cada vez que respires. Nos llevarás hasta el hombre que conociste, después desaparecerás y estarás a cargo del Estado.
Erick no volvió a hablar, estaba demasiado sorprendido. Había pasado de bandido amenazado a testigo protegido.
Ya no tenía nada que temer. Ellos nunca lo encontrarían, después de todo sólo él, Erick Yorkie, podía entrar al sistema del WITSEC. Sólo él era capaz de tener esas habilidades ¿cierto?
…
– No debiste haber dejado libre al chico – dijo Isabella al entrar por la puerta del pequeño apartamento.
Edward tomó su siempre útil y práctica "águila del desierto", una preciosura capaz de disparar 60 tiros por minuto con un alcance de 200 metros, no era lo último del mercado pero era su arma. Y no había nada en este mundo que lo haría renunciar a ella. Dejó la pistola sobre la mesa y empezó a darle mantenimiento.
Había decidido ignorar a Isabella con intención.
Tenía la mente únicamente en su labor, pero era muy consciente de ella parada frente a él sin decir absolutamente nada. Por alguna extraña razón tenía la impresión de que ella no se conformaría con el silencio.
Con su vista periférica observó como ella empezaba a dar vueltas alrededor, como si fuera un vil buitre acechando a su presa. Edward Masen ciertamente nunca había sido la presa de nadie.
– ¿Águila del Desierto? – dijo Isabella al término de su segunda vuelta mirándolo directamente a los ojos – Era tu apodo mientras estuviste en África ¿cierto?
Edward levantó la vista por primera vez.
– ¿Ahora quieres hablar?
Isabella lo ignoró.
– Calibre 50 AE, 152 milímetros de longitud de cañón, 2 kilogramos de peso – Isabella cambió la inclinación de su cuerpo y volvió a mirar el arma – recarga accionada por gas y un retroceso suave. Un arma perfecta para la caza de animales, pero no muy adecuada para la defensa personal.
Su voz era muy suave, casi seductora; pensó Edward.
– ¿Terminaste? – dijo él dejando su arma cargada dentro del estuche.
– No, pero sigo esperando una respuesta. ¿Por qué lo dejaste ir?
Edward miró dentro de sus extraños y fríos ojos. Ella era inamovible. Sonrío ante eso, sería un agradable desafío poder mover esa extraña voluntad suya de vez en cuando.
– Porque no debemos generar sospechas.
Isabella pensaba que su compañero era un blandengue, una completa decepción para alguien que había acarreado tantas historias a su paso. El Edward Masen de quien había oído hablar rompía reglas, muchas reglas y destruía todo a su paso. "Una fuerza incontenible" había escuchado una vez.
Todo era una mentira.
– Igualmente las tendrán
– Sé lo que hago – Edward estaba perdiendo la paciencia poco a poco y muy rápidamente.
– Eso espero.
Isabella le dio la espalda y regresó a su habitación.
Habían pasado cuatro horas desde que se habían separado. Edward permaneció todo ese tiempo sentado frente a la ventana observando. Era lo que mejor sabía hacer y aunque estaba furioso por dentro no lo dejaba notar.
Carlisle había llamado hace treinta minutos y juntos habían acordado que los trámites se realizaran para la nueva integración del chico dentro de los dependientes del Estado.
Carlisle había estado muy satisfecho con su manejo de la situación, él se había sentido muy orgulloso de que por primera vez en mucho tiempo Edward estaba siendo una persona consecuente y Edward también estaba orgulloso de eso, no entendía por qué la chica Swan no podía verlo de esa manera.
Miró hacia el cuarto de Isabella, un pequeño haz de luz escaba por la puerta. Edward buscó su reloj: 2h40 de la madrugada.
Isabella tecleaba con furia en su ordenador, su mente siempre muy concentrada en cada carácter que pasaba de sus dedos hacia la pantalla. Los minutos pasaban, ya habían sido horas desde la última vez que miró el reloj, volvió a hacerlo: 3h15.
Todavía quedaba tiempo.
Ahora ya no estaba en su pequeño apartamento de la ciudad y aunque su vida había cambiado de un día para otro ella no podía dejar de lado las cosas realmente importantes. Esta misión era como cualquier otra, con la única diferencia de que ahora ella estaba presente en el caos.
No mucho caos hasta ahora, se recordó.
No sabía durante cuánto tiempo algo había saltado en su mente aguijoneándola, pero definitivamente era algo muy inconveniente. Miró en todas direcciones, su habitación era tan normal como podría ser un basurero, dejó de teclear y escuchó a Masen removerse en el asiento en el que había estado sentado por horas.
Volvió al silencio, pero no encontró nada raro hasta que se dio cuenta que la pequeña luz verde parpadeante que indicaba la presencia de Erick Yorkie había dejado de tintinear.
Se levantó con brusquedad de la silla tirándola al suelo.
Mierda.
Hola chicas, siento la tardanza. Mucho, mucho tiempo, pero esta historia es realmente difícil de escribir. En mi mente sólo veo una determinada escena con la que nació este fic, y luego me imagino todo lo que vendrá después, que es bastante.
Tengan paciencia, esta parejita poco a poco llegará a donde debe llegar.
¿Qué será lo que paso?
Nos vemos la próxima semana.
Las quiere, fer92