Aquí la segunda y última parte. Espero que les guste :)

Disclaimer: los personajes pertenecen a Stephanie Meyer


El Lado Travieso

Edward llegó a su casa hecho una furia. Tanto, que al abrir la puerta de entrada casi se le sale el picaporte de la fuerza y la bronca que traía contenida.

—Contigo quería hablar —le dijo a su rubia hermana, al verla sentada plácidamente en el sillón, pintándose las uñas de los pies.

—Ah, ¿sí? —le contestó ella indiferente, sin siquiera levantar la mirada—. Va a tener que esperar, Edward, en este momento estoy ocupada.

—Rosalie Lillian Hale, tú y yo vamos a hablar en este mismo instante, ¿me oyes? —le replicó el joven de cabellos cobrizos. Definitivamente no estaba de humor para soportar los desplantes de su querida hermana.

La bella vampira tapó el pequeño recipiente que contenía el esmalte de uñas color carmín y lo depositó en la mesita de café, donde descansaban sus delicados pies mientras se secaba la pintura. A continuación, se cruzó de brazos y le dirigió a Edward una de sus miradas fulminantes.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa que llegas con ese carácter? ¿Te bebiste un oso en mal estado o qué?

—En primer lugar, tú eres la reina del mal carácter, así que eres la menos indicada para exigirme que esté de buen humor. Y en segundo lugar, tú traerías la misma cara si estuvieras cazando lo más plácidamente y de repente te encontraras con esto en el camino—. Enfatizando la palabra 'esto', el menor de los Cullen se apresuró a mostrar en alto un pequeño trozo de tela negra que traía en la mano derecha.

—¿Y eso qué es?

—Ah, no sabes lo que es —le contestó Edward, irónico.

—No, sabelotodo, no lo sé. Ilumíname con tus conocimientos, por favor —le dijo ella, devolviéndole gentilmente la ironía.

—Esto, mi querida hermanita, son un par de bragas rotas que aparentemente una Barbie arrogante con las hormonas en ebullición dejó tiradas en el bosque después de alguna de sus aventuras sexuales con el gran Emmett.

—¿Yo qué? —dijo el robusto vampiro del cabello oscuro, bajando por las escaleras.

—Tú y tu mujer, que se la pasan haciéndolo en todos lados y después yo tengo que andar encontrándome su ropa interior tirada por ahí.

—Sinceramente, Edward… —comenzó a decirle Rosalie, sin siquiera levantarse del sillón—, … lo que tú pienses de mí o de nosotros me importa poco y nada. Si queremos hacerlo aquí, o donde cazas, o en el medio de un acto escolar, eso no te incumbe.

—En el medio de un acto escolar, ¿por qué no se me ocurrió antes? —murmuró Emmett con picardía, sentándose en el sillón junto a su mujer mientras una serie de imágenes más que interesantes desfilaban por su cabeza.

Edward leyó su mente sin querer y lo miró con cara de asco.

—Ey, es mi cabeza, ¿para qué te metes si no te gusta lo que hay dentro? —le contestó el morocho con una relajada sonrisa.

—De todas formas… —prosiguió Rosalie—, …y lamentablemente para ti, Edward, que tanto te gusta señalarme con el dedo, tengo que decirte dos cosas. En primer lugar, Emmett y yo no tenemos sexo en el bosque. No me gusta hacerlo con todos esos insectos dando vueltas por ahí.

—Me consta. Mira que insistí mil veces, pero no hay caso —comentó Emmett.

—Y en segundo lugar —continuó la rubia—, esa ropa interior no es mía —concluyó con una mueca.

Edward rodó los ojos y la miró incrédulo.

—Así que no es tuya. ¿Y de quién es, de Esme? Claro, debe ser de ella, ya sabes que nuestra madre es una descocada y le encanta ir regando lencería por todo el mundo —le dijo, irónico—. De hecho, ahora que lo mencionas, creo que le gusta jugar a Hansel y Gretel, nomás que en lugar de dejar migas de pan va tirando bragas y sostenes por el camino para no perderse en el bosque.

—Ay, Edward, con mamá no, no me hagas imaginarme esas cosas —le dijo Emmett, incómodo como pocas veces se lo veía.

—Mira, hermanito. No sé de quién es eso, pero no es mío, y sinceramente no me importa un rábano si me crees o no —insistió Rosalie—. Pero si fueras la mitad de inteligente de lo que crees que eres, usarías tu poder para leer mi mente y te darías cuenta que te estoy diciendo la verdad.

—Justamente porque soy inteligente no uso mis poderes contigo, porque sé que eres tan tramposa como para creerte tu propia mentira para que yo también me la crea, pero ni pienses que voy a caer en eso —retrucó el joven vampiro.

Rosalie bufó y se puso de pie, las manos en las caderas y el ceño fruncido.

—¿Eres imbécil o qué, Edward? ¡Te digo que no es mía! ¿Crees que tendría algún problema en decírtelo si lo fuera?

—Tranquila, bebé —Emmett se levantó del sillón y se paró junto a su esposa, rodeando con un brazo sus hombros para mantener su furia bajo control. Menos mal que él no se tomaba las cosas tan a pecho como sus hermanos—. A ver, Edward, dame eso.

Antes de que el menor de los hermanos entendiera qué le estaba pidiendo, Emmett le arrebató el pedazo de tela negra como si de un banderín se tratara. A continuación, observó la misteriosa prenda y negó con la cabeza.

—No, no son de Rose.

—No vas a decirme que conoces de memoria toda la lencería de tu mujer como para saber si son de ella o no —le dijo Edward, claramente desconfiado.

—Por supuesto —alardeó el morocho—. Además, es evidente que estas bragas no fueron arrancadas por mí —sentenció, como Sherlock Holmes a su querido Watson.

—¿Cómo demonios puedes sabes eso? —La cara de Edward mezclaba asombro con pura incredulidad, y el joven vampiro ni siquiera estaba seguro de querer escuchar la respuesta de boca de su hermano mayor.

—Fácil. Éstas las arrancaron con la mano, se nota en la costura. En cambio yo las arranco con los dientes.

Edward lo miró con cara de haber chupado un limón. ¿Por qué tenía que tener toda esa información sobre las conductas sexuales de Emmett y Rosalie, información totalmente innecesaria para su vida? Aunque por otro lado, no dejaba de asombrarle la sabiduría y la sagacidad de Emmett con respecto al sexo. Si tuviera la mitad de esos conocimientos en lo que a estudios se refiere, sería el mejor alumno de todo Forks.

Una vez recuperado de las palabras del más robusto de los Cullen, a Edward se le ocurrió que quizás su hermano podía develar el misterio, si es que esa ropa efectivamente no era de Rosalie, cosa que todavía dudaba y mucho.

—Bueno, hermano, ya que eres todo un experto, ¿puedes decirme de quién es?

Como todo desafío, Emmett lo aceptó encantado. La manera más efectiva de averiguarlo, aunque también la más grosera, era tratar de sentir el aroma de la persona a la que pertenecía. Tras unos segundos de duda, acercó el trocito de tela a su nariz y lo olfateó.

—¡Ay, Emmett! —lo reprendió Rosalie, y eso que ya estaba acostumbrada al proceder poco apropiado de su marido.

—Mira que eres desagradable —agregó Edward, poniéndose de acuerdo con su hermana por primera vez en la tarde.

—Bueno, ¿no querías saber? —se encogió de hombros el de cabello oscuro—. De todas formas no huelo nada, habrá estado muchos días ahí afuera en la tierra.

Edward recuperó la prenda y la volvió a observar, como si detrás de ella se encontrara un misterio que necesitaba develar. Si no era de Rosalie, ¿entonces de quién era? De una humana seguramente no, ningún mortal se adentraría tanto en el bosque sólo para tener sexo, sobre todo contando los animales sueltos que andaban por ahí. ¿De una vampira nómada o de otro clan? Poco probable. Si hubiera alguien más de su especie en los alrededores seguramente ya lo sabrían. Pero entonces, ¿de quién diablos eran esas bragas?

—Rose, a que no sabes… —se oyó la voz de Alice ni bien cruzó la puerta de entrada, sus pasos seguidos por los de Jasper. Ni bien la pequeña vampira posó sus ojos sobre Edward y lo que colgaba de su mano, su boca se transformó en una diminuta O—. Edward, ¿qué haces con eso? —le preguntó atónita, reconociendo al instante su ropa interior.

El del cabello cobrizo no tardó en leerle la mente y devolverle la mirada de desconcierto.

—¿Es tuya? —le respondió con otra pregunta, sus ojos redondos como platos.

Jasper frunció el ceño y miró alternadamente a Edward y a Alice. Si usualmente le molestaba quedar afuera de sus conversaciones privadas, más le molestaba ahora que su hermano tenía en la mano una prenda íntima que al parecer le pertenecía a su esposa.

En eso se escuchó la estrepitosa carcajada de Emmett y la voz de Rosalie que declaraba triunfal:

—¡Te dije que no era mía! A ver, dile a Alice ahora todo lo que me dijiste a mi antes.

—¡Así que la enana es la exhibicionista, jajaja! —siguió riendo Emmett. Si había una pareja de la que no esperaba que se descontrolaran en el bosque, esos eran Alice y Jasper.

—Cállense un poco, ¿quieren? —les contestó Edward con una mirada letal antes de volver a concentrarse en los recién llegados a la sala—. Y tú no me mires con esa cara de asesino serial, Jasper, que esto no es nada de lo que estás pensando.

—Tal vez no te estaría mirando con esta cara si me explicaras cómo es que llegó a tus manos un pedazo de ropa interior de mi mujer —respondió el rubio, un tanto indignado.

—Pues tal vez este pedazo de ropa interior de tu mujer no habría llegado a mis manos si ustedes no se anduvieran arrancando la ropa y tirándola por el bosque para que yo la encuentre cuando salgo a cazar —retrucó Edward.

Los ojos de Jasper se agrandaron como los de una lechuza.

—¿Cómo dices?

—Digo que estaba yo muy tranquilo en el bosque terminando con un buen venado, cuando de pronto miré al costado y me encontré con este pedazo de tela, que ahora me vengo a enterar que son los restos de las bragas que calculo le habrás arrancado tú a mi hermanita menor —concluyó el pianista de la familia, arrojándole a Jasper la susodicha prenda en el medio del rostro.

Emmett no tardó en volver a reírse, esta vez de la cara de asombro de su hermano el sureño, al que ahora se le empezaban a escapar unas importantes olas de vergüenza.

—¡Por fin te animas a un poco de sexo al aire libre, hermano! —lo alentó Emmett a carcajadas—. ¿Qué tal el bosque? ¿Se la pasa bien entre los árboles?

—Emmett, ¿me harías el favor de cerrar tu grandísima boca? —le dijo Jasper, furioso y avergonzado a la vez.

—Perdón, Edward —murmuró Alice, sintiéndose igual de abochornada que su marido—. No era nuestra intención que… que te encontraras con eso… Es que… no… no nos dimos cuenta y… y después no la encontramos y… y eso.

—Ya, Alice, qué tienes que andar explicándole a este imbécil lo que haces con tu marido —intervino Rosalie, alzando bandera contra Edward y en defensa del sexo libre.

—Tú no te metas, Rose —censuró el cobrizo.

—Tú me metiste en esto desde el momento en que me acusaste de andar regando mi ropa interior en tu lugar de almuerzo.

—Es que de ti me lo esperaba, pero de Alice no.

—A poco te pensaste que Jasper se había casado con una monja —rió Emmett—. Ya decía yo que éstos dos tenían su lado travieso, aunque nunca creí que aquí el Jazz era de los que se ponen juguetones en el medio del bosque.

—Emmett, una más y te doy una paliza —le advirtió el tejano, preguntándose cómo era posible que todo el pudor que sin querer estaba proyectando no lo afectara al grandulón en lo más mínimo.

—Aquí la pregunta es por qué rayos tengo que estar encontrándome la ropa interior de toda la familia por cada lado al que voy —insistió Edward—. Hace dos semanas fue el sostén verde fluor de Rosalie en mi auto…

—Ése sí no es mío, a mi no me queda el fluor —comentó Alice por lo bajo.

—…Ahora me encuentro las bragas de Alice en donde estoy cazando —Edward continuó su descargo—. ¿Qué sigue, los calzones de Carlisle encima de mi piano? ¡De verdad se los digo, es inaguantable!

—¡Pues múdate, así no tienes que soportarnos! —le gritó la rubia.

—Múdate tú, yo llegué primero —le recordó el cobrizo.

—Bueno, basta —interrumpió Alice—. Tienes razón, Edward, lo sentimos, no tienes por qué enterarte de lo que hacemos.

El pianista agradeció el gesto a la pequeña bailarina con una suave inclinación de cabeza, y luego miró a Jasper.

—Sí, por supuesto… Yo… siento que te hayas enterado… —dijo el sureño, suprimiendo un «pero ni sueñes que te pida perdón por lo que hicimos porque no lo lamento para nada». Lástima que se olvidó del don de su hermano para leer mentes.

—Qué considerado eres, Jasper —le dijo Edward rodando los ojos—. ¿Les puedo pedir algo, a todos?

Todos respondieron al mismo tiempo.

—Sí —dijo Alice.

—Dinos —dijo Jasper.

—Depende —dijo Emmett.

—No —dijo Rosalie.

Edward se limitó a rodar los ojos otra vez antes de hablar.

—Ustedes son libres de hacer sus cosas donde se les plazca, eso es decisión suya y no lo discuto.

—Menos mal —acotó Rosalie con ironía.

—Pero ya que tengo que vivir con ustedes dos haciéndolo como conejos —señaló a Emmett y a Rose, y después giró para apuntar a Alice y a Jasper— y ustedes dos bañando toda la casa de lujuria cada vez que lo hacen, que dicho sea de paso también es bastante seguido, al menos tengan un poco de consideración. Me parece que ya es más que suficiente con escucharlos, verlos y encima sentirlos aquí en casa, como para que ni siquiera pueda escaparme al bosque sin tener que ir pateando la lencería de mis hermanas por el camino. Así que háganlo donde se les pegue la regalada gana, pero traten de que yo no me entere, ¿quieren?

—Sí, Edward —dijo Alice.

—Está bien, Edward —dijo Jasper.

—Lo intentaremos, Edward —dijo Emmett.

—Vete al diablo, Edward —dijo Rosalie.

El cobrizo se mordió la lengua para no sacársela a Rose por ser tan engreída, y sin una palabra más se retiró de la sala para dedicarse a tocar el piano y canalizar su frustración en algo positivo.

—Necesita una compañera urgente —rió Emmett, y una voz le contestó desde el otro piso.

—¡Te escuché, Emmett!

Rosalie rodó los ojos y volvió a sentarse plácidamente en el sillón, seguida de su marido. Alice y Jasper se miraron un momento y con la mirada acordaron escapar de la habitación antes de volver a ser el blanco de las bromas de su hermano mayor.

Claro que en una familia como esa, con vampiros como esos, la privacidad y la discreción quedaban fuera de todo alcance. No llegaron a la escalera, que la voz de Emmett retumbó en las paredes.

—¿No se les olvida algo? —les señaló el pedacito de ropa interior que había quedado en el piso del living.

Alice corrió a recogerlo, llena de vergüenza.

—No vas a parar nunca, ¿no? —le recriminó Jasper a su hermano.

—Jazz, te lo digo porque soy tu hermano y es mi deber instruirte en áreas en las que no eres experto. Si se van a poner a experimentar en lugares nuevos, vete acordando que la regla número uno del sexo en lugares públicos es no dejar evidencia de que estuviste ahí. Por eso siempre es bueno llevar bolsillos, ¿te das cuenta? —comentó con una pícara sonrisa, y sacó del bolsillo trasero de sus jeans una prenda íntima que hasta hace pocas horas llevaba puesta su mujer—. Recuérdalo para la próxima. Sé que eres novato en esto del exhibicionismo, pero con práctica aprenderás.

Cansado de la insolencia de Emmett, Jasper le envió una mirada fulminante y una ola que lo hizo ponerse de pié de un salto.

—Tú. Yo. Lucha. Afuera. Ya —dijo el sureño señalándole la puerta.

—Como gustes, hermano. Yo estoy siempre listo —el morocho lo siguió afuera con ganas.

Rosalie y Alice se asomaron a la puerta para ver a sus maridos en acción. Bastaron veinte segundos, tal vez menos, para que Emmett mordiera el polvo y Jasper sonriera satisfecho.

—Vete acordando que la regla número uno es nunca perder la concentración. Recuérdalo para la próxima. Sé que eres novato en esto de la lucha, pero con práctica aprenderás.

Con gesto triunfal, el rubio se retiró del 'cuadrilátero' y se acercó a su esposa, extendiéndole una mano.

—Quiero la revancha —exigió Emmett.

—Ahora no puedo, tengo otras cosas que practicar, hermano —Jasper se encogió de hombros como quien no quiere la cosa, y luego tomó la mano de su mujer—. ¿Vienes, querida?

Alice le dedicó una pequeña risita y asintió.

—Otro día te doy la revancha, Em —Jasper le guiñó un ojo. Y corriendo de la mano con Alice a velocidad vampírica, desaparecieron en lo profundo del bosque.


Muchas gracias a todas por sus comentarios, me alegran el día con las cosas lindas que escriben (aunque las críticas siempre son bienvenidas, no me ofendo, eh?).

Ya que estoy les comento que si les gustó este fic, quizás les guste también otro que escribí hace poquito, que se llama La Macarena. Básicamente, es sobre una tarde en la que Nessie accidentalmente entra al cuarto de Alice y Jasper y los encuentra haciendo sus cosillas, y cómo después con la ayuda de Emmett inventan toda una excusa para explicarle lo que vio. Si les interesa, chequeenla, está en mis historias.

Gracias de nuevo :)