EPILOGO
Los Vulturis acondicionaron un ala apartada del castillo, para la comodidad de la familia Cullen. Dispusieron también una habitación convirtiéndola en un quirófano con todos los adelantos médicos necesarios para cualquier imprevisto que pudiese surgir en el parto de Bella.
Los primeros días, los vampiros de palacio trataban a la familia con extremos modales y cierta distancia, pero el carácter entrañable y afectivo de los Cullen, hicieron que ese trato se viese rápidamente modificado para dar lugar a uno más cordial y cercano.
Bella, sobre todo, era la que más rápido se había hecho a estar entre los Vulturis, acción que hacía estar a Edward en permanente alerta, ya que ellos se alimentaban de humanos. Aunque su control era extraordinario, el hecho de que por las venas de su prometida aún corriera sangre, lo hacía estar algo preocupado.
Con el transcurso de los días, y tras varias promesas de Aro de que nada pasaría, poco a poco Edward fue bajando su nivel de tensión y miedo.
Bella, completamente acomodada a su nueva vida en palacio, se pasaba horas hablando e informándose sobre su próxima nueva vida, con Carlisle y los tres Reyes; sobre todo Aro, el cual estaba fascinado con la chica.
EL cariño que le había cogido, era algo más que notorio, obligando a Edward e incluso a Carlisle a recordarle al vampiro casi milenario, que su estancia era transitoria.
- Lo sé. Aunque he de ser sincero, admitiendo que me sentiría más que honrado en que vuestra decisión de iros se viese pospuesta de forma indeterminada – Contestaba Aro.
- Nosotros estamos muy bien aquí, con vosotros Aro, lo sabes. – Respondía Carlisle – Pero este no es nuestro ambiente, cosa que también sabes. – Y lo miraba condescendiente; a lo que Aro debía afirmar dándole la razón a su viejo amigo.
- Bella llena todo el palacio de alegría y vitalidad. Ningún vampiro ha sentido deseos, más allá de lo normal, - Me miraba con cautela – de morderla. Sus formas familiares y confiadas, han conseguido que se los haya ganado. La echaremos de menos… - Suspiraba abatido.
- Vendremos a veros… Bella también os ha cogido mucho cariño. Y te transmito sus deseos diciéndote esto.
Esta conversación, solía repetirse a menudo.
Pero ese no era sitio para los Cullen. Como algo temporal y más siendo conscientes de las circunstancias, lo admitían y estaban bastante cómodos. Pero como para vivir de forma indefinida allí, ni se lo planteaban.
Los días pasaban veloces. Incluso para mí, siendo humana, los segundos parecían horas y las horas días.
Al principio, en cuanto oscurecía lo suficiente, nos habíamos dedicado a hacer turismo. La ciudad de Volterra era mágica; llena de historia. Centenaria. Cada rincón tenía un secreto, una anécdota y eso me mantuvo entretenida.
También el hecho de estar con Edward por fin, a sabiendas que ahora si iba a ser para siempre, dejando en el olvido las semanas tormentosas que habíamos vivido, también ayudaba mucho.
Nos pasábamos el tiempo haciéndonos arrumacos y mimos por doquier, llegando a resultar algo empalagosos.
- ¡Ohhh, venga! No se os puede dejar solos ni un segundo – Se quejaba a menudo Emmet, sacándonos las risas… Y a mí, aún, que las mejillas se me sonrojaran.
Mi barriga seguía creciendo por momentos, ya que tal y como nos había informado Aro, un embarazo como el mío solo duraba 20 semanas, justo la mitad que uno humano.
Así que cuando esa fecha se acercó, mis salidas del castillo empezaron a ser contadas a cuenta gotas, hasta que unos días antes de la fecha establecida, se cortaron del todo, por seguridad.
Ya que teníamos que estar recluidos, decidimos ir pensando firmemente cómo hacer después del nacimiento del bebé.
Había varias ideas pululando, pero no acabábamos de ponernos de acuerdo entre todos.
Las de más peso, eran irnos a Isla Esme o trasladarnos con la familia Denali a Alaska. Pero ninguna nos convencía demasiado.
Al final nos decantamos, para gran alegría de Aro y sus hermanos, de quedarnos una temporada en Volterra. Más que nada porque así no tendríamos que hacer grandes viajes con un bebe tan pequeño y de paso, nos haríamos a él, o ella, antes de asentarnos en cualquier sitio.
Porque aunque todos estábamos ansiosos por conocer al nuevo miembro de la familia, y por fin ver cómo era criar un bebe semi humano.
En mi caso, como cualquier mamá primeriza y en sus últimos días antes de parir, estaba excesivamente hormonada, con sus respectivos cambios radicales de humor; descargando mis malos humos en cualquiera que se cruzara en mi vista; sobre todo con Edward, el cual soportaba mis malas formas más que ninguno.
Sobre todo, cuando en la última revisión, ya que Aro nos había proporcionado una comadrona para que ayudara a Carlisle con mis revisiones, ambos estuvieron de acuerdo en que el parto era inminente.
Todos mis miedos me vinieron de golpe, ahogándome y poniéndome de peor humor. Ya que no sabía cómo sería cuidar de un bebé semi humano – semi vampiro, y eso me frustraba. Muchísimo.
Pero Edward, y todos, aguantaban mis salidas de tono sin rechistar. A parte de porque me entendiesen, porque ellos mismos estaban también nerviosos ante el apremiante nacimiento.
Si Edward no solía quitarme los ojos de encima, a partir de ese momento, su control fue asfixiante. Pero en este caso no rechiste, ya que como no sabíamos cómo sería el nacimiento del bebé, prefería que él estuviese cerca para ayudarme nada más sentir los primeros síntomas.
A los dos días exactos de mi última revisión, dando un liviano paseo por los pasillos del castillo admirando sus antiquísimas obras de arte, un dolor fortísimo en el bajo vientre, me hizo doblarme y agarrarme la abultada barriga, ya que el dolor era de tal magnitud que pareciese como si me estuviesen arrancando las entrañas.
- ¡Bella! - Edward me sujetó en una fracción de segundo, y ambos nos miramos con terror.
- Es la hora... El bebé quiere nacer, ¡ya! - Le comuniqué jadeante.
Edward me cargó en brazos y en menos de un minuto estaba sobre la camilla en la sala de partos que Aro había hecho preparar para mí.
- Bella – Carlisle estaba sobre mí, con su dedo índice tomándome el pulso en la yugular. - ¿Sabes cada cuando te vienen las contracciones? - Me preguntó.
- No... No hay contracciones... Fueron tres dolores separados por unos segundos – Apreté los dientes por el dolor – Pero ahora el dolor es continuo. Cada pocos segundos aumenta, pero es fortísimo – Los ojos me hacían zoom, haciéndome perder por unos instantes la vista, volviéndolo todo negro.
- Doctor – La voz de la matrona me hizo reaccionar, aunque levemente – Algo raro pasa aquí abajo. Está dilatada, mucho. Pero tiene la pelvis deformada.
- ¡Aaaahhh! - Aullé de dolor. Este fue mucho peor que los otros.
- El bebé está haciéndose paso. Esta rompiéndole los huesos a su madre – Escuche a Carlisle.
- Toma, la morfina – Edward. Su voz, bálsamo para mí, esta vez no me ayudaba en nada.
- Hay que sedarla ya... - noté un ligero pinchazo en el brazo – Traeme las otras jeringas. Ya las tengo preparadas. Susy – la matrona – póngale el gotero. Voy a pincharle la sedación por ahí.
-¿Y la ponzoña, Carlisle? No quiero arriesgarme a que sea tarde – Escuché, muy lejos la voz de Edward y pude captar su desesperación.
- Aún no Edward... Es demasiado pronto. Está sufriendo, sí. Pero no tiene riesgo de muerte. Además el bebé sigue dentro. Primero debemos sacarlo.
- Tranquila Bella... cuando despiertes, todo habrá pasado... - Edward me acariciaba una mano y el pelo. Ahí, dejé de escuchar, de sentir y de sufrir.
Al cabo de un tiempo indeterminado, sentí un dolor agudo muy distinto a ningún otro que hubiese sentido en mi vida.
Algo parecido a un pinchazo con algo muy caliente; abrasador.
- Así está bien, hijo. - La voz de Carlisle – La as mordido en los puntos principales. Ahora hay que dejar que tu ponzoña haga su trabajo. En tres días, será tú compañera para siempre.
¿Ponzoña? ¿Mordido? ¿Compañera?
Edward... me había mordido. Ese dolor agudo y caliente, eran sus dientes y su ponzoña. Al final, él había sido quien me transformara.
Con el miedo que tenía de hacerlo mal...
Seré su compañera y su creación.
Ahí dejé de pensar con claridad, ya que un dolor insufrible e inhumano, comenzó a hacerse presa de mí.
Jamás había padecido un dolor similar. Y el hecho de saber que iba a pasarme tres días así, no me alentaba nada.
Sabía que el tiempo pasaba aunque el dolor no me dejara ser consciente de nada a mí alrededor. Solo cuando recibía compañía y me hablaban, la tortura parecía que se aliviaba levemente.
Pero las visitas eran muy cortas, o eso me parecía a mí. Más bien, sus conversaciones eran cortas, ya que sabía que estaba acompañada siempre, pero no sabía exactamente por quien.
Lo percibía porque de vez en cuando me sujetaban, ya que debido a espasmos inconscientes me movía en la camilla, agitándome y contorneandome sin control alguno.
- ¡Shuu, tranquila! Ya quedá menos. - Esa era la dulce voz de Alice – En seguida, comenzaran a notarse los cambios... ya veras que preciosa vas a ser.
Y se pasaba un rato hablándome, pero a mi entender callaban demasiado pronto. Sus voces me distraían, levemente, pero lo justo y necesario para que el dolor pareciera que se aliviara y poder, aunque fuese por unos segundos, encontrar algo de consuelo.
Y así fue pasando el tiempo No era consciente del día ni de la noche. No distinguía claridad de oscuridad. Basicamente porque me pasaba el tiempo con los ojos cerrados. Solo en dos o tres ocasiones los abrí unos instantes por unas dosis de dolor extremo.
De pronto, un dolor que me abrasó por todo el cuerpo, pese a lo esperado, muchísimo peor que los otros. Me quemaba, me abrasaba. Era tener un horno a 2000 grados dentro del cuerpo, pero había zonas donde dolía más. El corazón, la nuca, la columna... En esos puntos era muchísimo peor que en los demás.
Ahí di un espasmo en la camilla, alzando el pecho hacía arriba y abriendo los ojos con desesperación.
- Calma cariño... esto es lo último. Es lo peor, pero... - suspiró – solo durara unos minutos. Tú cuerpo se está reparando y endureciendo. La ponzoña lo está transformando... tú organismo está muriendo – Me miró con disculpa en los ojos.
- ¡Mátame! - Conseguí balbucear, casi sonando como un gruñido. Él me sonrió melancólico.
- Ya lo he hecho... - murmuró con pesar.
Era insoportable. Insufrible. Inhumano.
- ¡Mira! - Era Rose – Ya comienzan a hacerse visibles los cambios. Será una autentica preciosidad.
- Su piel está palideciendo – Ese era Emmet.
- Chicos, estar preparados para sujetarla... - Carlisle – Ya está en lo último.
Pasado un tiempo, un dolor tremendo en el corazón, incluso peor que lo anterior, me dio una sacudida que me hizo volver a alzarme en la camilla. Quería morir, quería que me mataran y pararan esto de una vez. No sé como no había muerto de sufrimiento, de dolor. Pero no, dolía y dolía, pero seguía muy consciente de todo.
Y de pronto... paz. Noté un par de latidos sacudiéndome el pecho y... nada. Silencio. Relajación. Descanso.
- ¡Dios... mirarla! - Exclamó Alice – El cambio está hecho.
Mi pecho se quedó callado. Sumido en el más profundo de los silencios. Y yo, al fin sentí paz. No había ni rastro del dolor que había sufrido vilmente tan solo unos instantes antes. El recuerdo del dolor estaba, pero no tenía ninguna secuela; no me dolía nada; podría decir, que jamás antes, me había sentido tan bien. Notaba fuerza y ganas de moverme; sentía que era capaz de subir una montaña a la pata coja.
- Vamos cariño... abre los ojos – Noté la dulce voz de Edward y su aliento dándome en la cara. - Todo ha pasado. Se acabó el dolor, ahora ya estás bien.
Pero ahora su voz se escuchaba distinta, incluso más dulce, si cabía; captaba cada tono de cada letra de forma clara y concisa. El olor de su aliento era una delicatessen para mi olfato, e hizo que mi organismo se activara.
Abrí los ojos. Y después de tres días, sin apenas abrirlos, fui consciente ya de antemano, que no necesité parpadear para acostumbrarme a la claridad, ya que una ventana dejaba entrar la luz del día.
Giré la cara y comencé a ver cosas. Realmente a ver.
Todos estos años... He estado ciega. ¿Y los humanos nos consideramos seres superiores? ¡Y, un cuerno!
Eso hizo que de mis labios escapara una sonrisa.
- ¿Se ríe? - Preguntó sorprendida Esme – Eso es bueno. - Su tono era dubitativo.
- Solo Bella podría sonreír en un momento así. - Comentó Emmet comenzando a reírse. Lo noté simplemente por el tono de su voz.
Entonces, por fin, me giré hasta donde me llegaban las voces, y toda mi familia estaba allí, para arroparme en un momento tan intenso y preciado como este.
Pestañeé seguido, creo que por costumbre, más que por necesidad y me alcé de la camilla quedándome de pie junto a ella. Miraba a mi familia, ahora con mis ojos de vampira, y en realidad había estado ciega toda mí vida.
- Hola cielo... ¿Cómo te encuentras? - Edward se acercó tímidamente a mí; con cautela.
- ¿Por qué no te acercas? ¿Qué pasa? - Pregunté entre curiosa, molesta y triste.
- Bueno Bella... - Ahora era Carlisle el que, como siempre, ocupaba el puesto para las explicaciones – Acabas de despertar y es un momento muy confuso... Eres una neófita y puedes hacernos daño. Sin querer, por puesto – En mi cara se reflejaba una mueca de atrocidad.
- ¿Cómo puedes creer que os dañaría a ninguno? - En su rostro se dibujo una disculpa – Por muy neófita que sea, jamás dejaré que mis impulsos pudieran llegar a haceros daño. ¡Nunca!
- Eso ya lo sabíamos... Carlisle y Edward, que son unos gallinas – Exclamó Emmet, sonriente como siempre.
Se acercó a mí, y me estrechó entre sus brazos, alzándome del suelo y haciéndome bailar en el aire. Yo me abracé a él y comenzamos a reír.
- ¡Guau enana! Menuda manera de apretar – Se frotó el cuello, por donde mis manos habían ejercido la fuerza para sujetarme.
- A eso me refiero – Se justificó Carlisle. - Sin querer... - Y me miró condescendiente.
- Edward... - Lo llamé - ¿No vas a acercarte a mí? - Le pregunté con un tono dulce y zalamero – Llevo tres días muriendo en esa horrible hoguera. Él se acercó, tímido – Prometo no hacerte daño – Sonreí, inclinando la cabeza.
-Claro que me acerco... Estoy loco por hacerlo. Pero... - Moví los ojos, instándolo a continuar. - Pensé que a lo mejor estarías enfadada. Vi, durante estos tres días, lo mucho que habías sufrido... Y todo por mi culpa.
- Edward... siempre con victimismos – Le ataqué – Tú me has salvado la vida... el dolor de estos días, está olvidado, o casi – rodé los ojos – Jamás podría estar enfadada contigo por devolverme la vida. - Sonreí – Por darme la inmortalidad. Es un regalo que jamás, podré devolverte... - Notaba mi mirada dulce y cariñosa.
Y sí, la percibía. Captaba cada movimiento, cada mirada, cada tono. De forma más concisa y calculada que siendo humana.
En ese momento supe, que estaba hecha, predestinada, a ser una vampira como ellos. Como mi familia.
Edward se acercó, me abrazó con una mano la cintura, y con otra, me acarició amorosamente la cara, mientras yo degustaba el tacto de su mano. A la misma temperatura. Acercó su rostro al mío, y depositó un dulcísimo beso en mis labios. Jamás un beso, me había sabido tan exquisitamente bien.
- Si cariño... Si que podrás devolverme el regalo... De echo, ya lo hiciste – Por muy lista que fuese ahora, no lo entendí. - Nuestra hija.
La comprensión llegó rápidamente a mi bulbo raquídeo. Di un paso atrás, asustada.
- ¿Niña? - pregunté sofocada. Sentía una mezcla de sentimientos que me ocasionaban un estado de ansiedad muy raro. Jasper me miró fijo, agachando la vista.
- Sí, es una niña... Renesmee – Sonrió – Y está como loca por conocerte. - Negué con la cabeza.
- Tranquila Bella. No te preocupes. Primero ve a cazar y luego conocerás a tu hija. - Intervino Carlisle – Una vez sacies tu sed, te encontraras más tranquila.
- Bella, - me llamó Jasper – Es normal que te sientas agobiada. El cambio es drástico, tardarás en hacerte a tus sentidos, a la forma de captar el mundo a tu alrededor. Estamos aquí para ayudarte. - Declaró, ayudándome a relajarme.
- Si no te ves con fuerzas para verla hoy, puedes tomarte el tiempo que necesites... - Agregó Esme – Nadie va a juzgarte. Debe ser un momento bonito, no traumático para tí.
Sacudí la cabeza e inhalé un innecesario aire.
- Vamos a cazar. Luego, quiero conocer a mi hija. - Sentencié tajante.
Así hicimos. Edward me acompañó a un bosque alejado del castillo y me dio una breve lección teórica.
- Es instintivo. No te preocupes – Me acarició la cara con gran dulzura. - Sabrás que hacer. Además, - sonrió travieso – El que tiene que preocuparse es él, no tú.
Y tenía toda la razón. En cuanto el olor de la sangre del animal entró por mis fosas nasales, sabía exactamente lo que debía hacer.
Y no queriendo pecar de vanidosa, fue todo un éxito.
Cazamos otro animal para paliar mi sed de neófita y volvimos al castillo.
Ahora estaba más tranquila, saciada, y las ansias por ver a mi niña, crecían fervientemente.
El gimoteo de un bebé, conjuntado con un latido frenético de corazón, me hizo saber a gran distancia, que estábamos cerca.
El olor de mi hija, se me hizo reconocible. No sabía cómo, ya que realmente no la había olido nunca. Pero el perfume de su piel, me era familiar.
- Bienvenida, hermana – Me saludó Rose con una gran sonrisa – Estas espectacular. - Le devolví la sonrisa.
Se giró y me mostró el bultito que descansaba en sus brazos: Mi hija.
Suspiré y me mordí el labio. Eran manías humanas, que pronto olvidaría.
- Oh... Mi niña... - le hablé, mirándola embelesada.
Renesmee alzó la cara, me miró y me sonrió. Yo abrí los ojos, completamente alucinada. No sabía mucho sobre bebés, pero estaba segura de que eso, no era un gesto que una nena de tres días, pudiera hacer.
- Es muy lista. Tiene muchas cosas humanas. Pero... también tiene mucho de su papá – Rose miró hacía Edward con gran amor. - Está deseando conocerte. - Y sin más, me la tendió.
Yo la miré con cierto temor. Algo me decía que no le haría nada, pero no dejaba de tener una parte humana. Su corazón latía y poseía sangre en sus venas.
- No le harás daño, tranquila. - Edward me animó, apoyando sus manos en mis hombros. - Estoy aquí.
Nada más alzar mis brazos, Renesmee comenzó a moverse, y estiró sus bracitos en mi dirección.
En cuanto la tuve entre mis brazos, junto a mi pecho, una sensación de plenitud, de protección y de amor incondicional se instauró dentro de mí.
Era mi hija. La unión de un gran amor entre su padre y yo. Una mezcla de ambos. La constatación de que el amor puro y sincero que nos habíamos tenido desde siempre, había germinado en esa preciosa personita que descansaba en mi regazo.
Edward me abrazó por detrás, apretándome la cintura, mientras que con la otra mano, acariciaba dulcemente a nuestra hija.
- No puedo ser más feliz... No merezco pedir más, tengo más de lo pudiese haber querido. Y te lo debo todo a tí, mi vida. - Me murmuró en la oreja, haciéndome sonreír como una tonta.
El tiempo no pasaba... Volaba. Y yo, no podía ser más feliz. No podía pedirle más a la vida.
Tenía a Edward, a mi hija y a toda mi familia. Y ya nada nos separaría jamás.
Si antes nos amábamos, ahora, Edward y yo, no teníamos definición para describir lo que sentíamos el uno por el otro.
- ¿Te arrepientes de haberte transformado? - Me preguntó Edward años después.
- No. Jamás. Lo único que siento, es no haberlo echo antes – Le sonreí.
Nos besamos con gran dulzura, sellando nuestro amor inmortal.
Durante muchos años, bastantes más de los que previamente habíamos acordado, nos quedamos en Volterra con los Vulturis. Ellos estaban entusiasmados con Renesmee, conmigo... con todos.
Pero cuando la niña, llegó a su última fase de crecimiento físico, siendo ya toda una mujercita, bueno, tenía el cuerpo de una adolescente de 18 años, pero un desarrollo intelectual de una de 30 con una excelente formación, cuando ese momento llegó, 14 años después de su nacimiento, decidimos irnos. Esperamos a que Nes cumpliera los 15 para que Aro le diese una fiesta de puesta de largo, actos protocolarios antiguos, pero tal y como se había portado todos esos años con nosotros, quise darle el gusto.
Una vez pasado ese acontecimiento, decidimos un nuevo destino y nueva farsa. Ahora había dos miembros más en los Cullen y había que jugar con las relaciones familiares.
Intentamos que los siguientes años, la vida entre humanos, fuese lo más normal posible por el bien de Renesmee, ya que tenía aún pocos años, y queríamos que tuviese gran numero de vivencias humanas mientras esa parte aun superaba a la vampírica.
Y así... llevamos juntos más de cincuenta años... Y los que nos quedan por pasar juntos... Tales como una eternidad!
FIN
By: Dess Cullen