Hola aqui les traigo otra adaptacion

espero que les guste!

Nessa


La tímida ama de llaves se había convertido en una sexy sirena…

El millonario italiano Edward Cullen tenía innumerables mujeres a su disposición, pero necesitaba una prometida de conveniencia, y la mujer perfecta para el papel era su tímida y anticuada ama de llaves.

Por supuesto antes había que hacerle un cambio de imagen… Edward no podía creer que aquélla fuera la misma mujer y que no se hubiera dado cuenta antes de lo sexy que era. Tenía que fingir que estaban prometidos, pero lo que desde luego no era fingido era la atracción que había entre ellos…


Capítulo 1

Bella no necesitaba ver la cara de él para saber que algo ocurría. Lo podía intuir por el portazo que había dado y por las pisadas que se oían en la entrada… por la momentánea vacilación que no era típica de Edward. Oyó cómo maldecía en italiano y cómo se dirigía hacia su despacho. Entonces el silencio se apoderó de la situación y algo muy parecido al miedo se apoderó de ella.

Él había estado de viaje por América, donde poseía propiedades inmobiliarias tanto en la costa este como oeste, y siempre que regresaba de un viaje iba a buscarla para preguntarle cómo estaba. Y cómo estaba Sam.

A veces, si viajaba en vuelo regular en vez de en su avión privado, se acordaba de traerle al pequeño algún peluche o algún juego que compraba en el aeropuerto.

Comenzó a preparar café, un café muy cargado… justo como Edward le había dicho que le gustaba cuando ella había comenzado a trabajar para él. Le parecía increíble cómo los recuerdos se podían quedar gradados en la memoria aunque no significaran nada. Todavía podía recordar el escalofrío que había sentido cuando él se había acercado a ella, demasiado para que ella estuviera tranquila… aunque le había parecido que a él no le había afectado para nada.

—En Italia decimos que el café tiene que tener el aspecto de la tinta y que debe saber como el cielo. Muy fuerte y muy oscuro… como la mejor clase de hombres. ¿Comprendes? Capisci? —había dicho él, mirándola con sus claros ojos verdes.

Había parecido como si le hubiera divertido que una mujer necesitara que le enseñaran a preparar café.

Pero así había sido; ella había necesitado que le enseñaran muchas de las cosas que él había dado por hechas. Él había estado acostumbrado a lo mejor de lo mejor, mientras que ella se había conformado con muy poco… hasta que había llegado el día en el que apenas le había quedado dinero. Todavía se estremecía al recordar el lío en el que se había visto metida. No quería regresar a aquella situación de pasar hambre, incertidumbre y verdadero miedo… a la situación en la que se había encontrado antes de que Edward le hubiera salvado.

Se preguntó si habría sido por eso que desde entonces ella lo había colocado en un pedestal…

Puso la cafetera y una taza de café en la bandeja, junto con dos galletas de almendras, que eran las favoritas de él. Había aprendido a hacerlas en un libro de cocina italiana que le había regalado él unas Navidades.

Se miró en el espejo de la cocina para ver qué aspecto tenía. Su pelo castaño estaba arreglado y su ropa parecía impecable. Tenía un aspecto eficiente sin ser intimidatorio.

Desde que había nacido Sam no se maquillaba por el temor de que la gente la juzgara aún más de lo que ya hacían. No había querido que pensaran que estaba sexualmente disponible por haber sido madre soltera.

Había aprendido que era más fácil si mantenía las cosas simples; si no se maquillaba tenía más tiempo por las mañanas, así como también ganaba tiempo arreglándose el pelo en una coleta. Tenía el aspecto de lo que esperaba ser… un respetable miembro del personal de Edward.

—¡Bella! —la llamó él de manera autoritaria.

Ella tomó la bandeja a toda prisa y subió al despacho de Edward, que estaba en la planta de arriba. Pero al llegar a la puerta se detuvo al verlo. Frunció el ceño y se dijo a sí misma que su instinto había acertado… a él le ocurría algo.

Edward Cullen era un soltero multimillonario, así como también su jefe. Era el hombre al que ella había amado desde casi la primera vez que lo había visto. Pero claro, noamarlo habría supuesto un gran reto…

Él no se había dado cuenta de su presencia y estaba mirando por la ventana cómo llovía sobre el parque londinense que había frente a su casa, que en días normales estaba lleno de niñeras o de madres con sus hijos.

Cuando Sam había sido más pequeño, Bella había acostumbrado a llevarlo al parque. Se había sentido una privilegiada por haberlo podido hacer, pero al mismo tiempo había tenido un poco de miedo, como si hubiese temido que alguien se hubiese acercado a ella para decirle que no tenía derecho de estar allí. Su hijo, desde luego, no había sido consciente de la zona tan exclusiva en la que había jugado, pero ella, cada vez que había visto a su hijo jugar con la pala, le había dado las gracias al cielo por haber hecho aparecer a Edward Cullen en su vida.

—¿Edward? —dijo en voz baja.

Pero él no se dio la vuelta. Ni siquiera cuando ella dejó la bandeja sobre su escritorio naciendo un poco de ruido.

—¿Edward? —repitió.

Despacio, él se dio la vuelta y suspiró al verla. Bella. Frunció el ceño y volvió al presente…

—¿Qué ocurre?

—Te he subido café.

Él no recordó haber pedido café, pero le vendría bien. Bella siempre acertaba. Asintió con la cabeza para que ella le sirviera y se sentó en el sillón de cuero que había detrás de su escritorio. Se tocó la barbilla de la manera que siempre hacía cuando había algo que le preocupaba, como la compra de alguna empresa… pero aquel día se trataba de algo mucho más importante. Esbozó una mueca, porque a diferencia de los asuntos de negocios, que solía resolver sin problemas, el problema que le ocupaba la mente era de la clase de la que él solía apartarse normalmente. Era personal.

—¿Ha telefoneado alguien esta mañana? —exigió saber.

—Nadie.

—¿Ni la prensa?

—No.

La prensa había estado molestando mucho desde que una estrella de la televisión había dicho que Edward le había hecho el amor… ¡cinco veces en una noche! El asunto ya estaba en manos de sus abogados y simplemente con pensar en ello, aunque sabía que no era cierto, Bella se ponía enferma. Trató de bromear para aliviar la tensión que se había apoderado de su jefe.

—Bueno, no hay prensa a la vista…pero claro, siempre podría haber un par de reporteros escondidos en los arbustos. ¡Ya ha ocurrido antes!

Pero él no se rió.

—¿Has estado en casa todo el tiempo? —quiso saber.

—Sí, salvo cuando llevé a Sam al colegio… pero regresé a las nueve y media.

Desde tan cerca, Bella pudo ver que él parecía diferente. Sus brillantes ojos verdes estaban ensombrecidos y las pequeñas arrugas que tenía alrededor de ellos parecían más pronunciadas, como si no hubiese dormido durante el tiempo que había estado ausente.

—¿Por qué? ¿Esperabas a alguien?

No estaba esperandoa nadie, ya que ello implicaría que había invitado a alguien… y desde luego que no lo había hecho. Negó con la cabeza. Él era un hombre que no entregaba su confianza con facilidad debido a que durante su vida había conocido a demasiada gente que había querido algo de él… sexo, dinero o poder. Pero con Bella había llegado a tener algo muy parecido a una confianza implícita… aunque era consciente del peligro de confiar en otra persona a no ser que fuese absolutamente necesario.

Aquella encantadora mujer inglesa ya sabía demasiadas cosas sobre su vida… y el conocimiento era el poder. Hasta aquel momento le había sido fiel, ya que le debía mucho, pero si la codicia se apoderaba de ella y vendía su historia a la prensa, lo destrozaría…

—No, Bella… no esperaba a nadie —se sinceró él.

—Has vuelto pronto de América.

—No he estado en América. En vez de eso fui a Italia.

—Oh, ¿por alguna razón en especial? –preguntó ella, acercándole el azúcar. Era consciente de que estaba siendo más persistente de lo normal.

—No importa —contestó él, que parecía más preocupado que nunca.

—Ocurre algo… ¿no es así, Edward? —insistió ella ya que lo amaba.

Inexplicablemente, durante un momento, él sintió la tentación de sincerarse. Pero entonces esbozó una expresión de desdén que raramente utilizaba con ella.

—No te corresponde preguntarme algo así —respondió fríamente—. Lo sabes.

Sí, ella lo sabía y lo aceptaba. De la misma manera en que aceptaba tantas otras cosas de la vida de él. Como las mujeres que a veces compartían su cama y que bajaban por la mañana para desayunar después de que él se hubiese marchado al centro de la ciudad. A ella se le destrozaba el corazón al tener que prepararles tostadas y zumo de naranja.

Era cierto que hacía tiempo que ninguna de aquellas intrusasaparecía por la casa… de hecho, seguramente que él comenzaría con otra en poco tiempo. Quizá era eso lo que le preocupaba. Tal vez alguna mujer le estuviera naciendo sufrir por primera vez.

Se sintió avergonzada al pensar aquello y pensó que quizá era su media hermana la que le tenía preocupado y que por eso había viajado a Italia.

—Alice está bien, ¿verdad? —preguntó.

—¿Por qué preguntas por mi hermana? —exigió saber él con un peligroso sigilo.

Ella no le iba a decir que había sido porque parecía que su hermana era lo único que le preocupaba. Se encogió de hombros, recordando la llamada telefónica que él había recibido del psiquiatra de Alice hacía un par de semanas, tras la cual Edward se había sentado en su despacho hasta que había anochecido.

—Sólo ha sido un presentimiento de que las cosas no estaban bien.

—Bueno, ¡pues notengas presentimientos! —espetó él—. ¡No te pago para que los tengas!

—No, desde luego que no. No debería haber dicho nada. Lo siento —dijo ella, a quien las palabras de él le habían herido el corazón.

Pero Edward vio el leve temblor de los labios de ella y se ablandó, suspirando.

—No, soy yo quien debe sentirlo, cara. No debí hablarte de esa manera.

Pero lo había hecho y quizá iba a seguir haciéndolo… lo que hizo que Bella se preguntara si podría soportarlo.

También había que añadir que, según Sam fuese creciendo, comenzaría a darse cuenta de las diferencias que había entre él y sus compañeros de colegio. La magnífica casa en la que él vivía no era en realidad sucasa, sino que pertenecía al multimillonario jefe de su madre. No sabía cuánto tiempo pasaría antes de que eso comenzara a importar y antes de que sus amigos comenzaran a reírse a su costa.

Edward a veces la llamaba cara, pero no lo hacía en el sentido romántico de la palabra.

—Será mejor que me marche —dijo ella formalmente—. Quiero preparar una tarta… Sam va a traer a un amigo a merendar —explicó, dándose la vuelta apresuradamente antes de que él pudiese ver las estúpidas lágrimas que amenazaban sus ojos…

Pero Edward se percató de la rigidez de los hombros de ella y se dio cuenta de que la había herido. Sabía que, pasara lo que pasara, Bella no se lo merecía. Quizá era hora de que confiara en alguien más que en su abogado. Emmett veía las cosas en blanco y negro, como hacían todos los abogados. Para eso se les pagaba; para que resolvieran formalidades, no emociones.

Pero incluso para un hombre que había pasado toda la vida huyendo de los sentimientos y de sus estrepitosas consecuencias, a veces, como en aquel momento, enfrentarse a ellos parecía inevitable. Bella era una mujer… y parecía que las mujeres entendían los sentimientos mejor que los hombres. Desde luego mejor que él. Se preguntó qué mal podría hacer si se lo contaba…

Quizá era verdad lo que decían, que si contabas las cosas las veías de manera diferente.

Él había pasado la mayor parte de su vida actuando correctamente y había logrado un gran éxito, aunque lo que más le gustaba era el poder de control que ello le otorgaba. Pero durante las últimas semanas había visto cómo se le escapaba de las manos… y le desasosegaba.

—¿Bella?

—¿Qué? —contestó ella sin darse la vuelta. Estaba demasiado ocupada parpadeando, tratando de apartar las lágrimas de sus ojos.

—Alice está ingresada en una clínica —dijo él sin rodeos—. La hemos traído de incógnito a Inglaterra y estoy aterrorizado de que la prensa lo vaya a descubrir.