Supongo que no es correcto comenzar con un nuevo fic sin antes haber terminado los que tengo pendientes. La cosa es que escribir el último capítulo de "En Revolución" está resultándome increíblemente difícil porque todo mi ser se inclina a darle un final feliz para compensar el horror de la última película y ya desde un principio quedó claro que no era esa la idea. Respecto a ese otro fic, "Apólogo y Meridiano del Amante", lo continuaré, pero no antes de haber editado todos los capítulos publicados, porque mi tono ha cambiado en estos años de ausencia y me es imposible seguirlo de la misma forma en que está escrito. Mientras tanto les dejo esto, que se me ocurrió ayer por la noche y que he escrito en un rato libre. Espero que el próximo capítulo —al igual que el último de "En Revolución", que está ya pensado por completo y escrito hasta la mitad— esté publicado, a más tardar, en el transcurso de la semana siguiente.

Algunas aclaraciones respecto a esta nueva historia: es mucho, pero mucho más ligera que "En Revolución". Hay menos introspección, menos divagaciones, menos "profundidad", si es que hay que llamarlo de algún modo. Menos drama, también. No puedo salvar a Severus allá porque rompería todo el esquema que tengo, pero sí puedo escribir algo menos deprimente tomando ese punto de partida. Este primer capítulo, más que un capítulo como tal, sirve como una especie de introducción a lo que será la historia en verdad. La clasificación cambiará en capítulos posteriores, porque pretendo que esta sea una historia, sobre todo, erótica. Ya veremos cómo nos va; si bien he escrito un par de escenas de sexo, han sido bastante ligeras y nunca he profundizado mucho en ello. El título del fic podrá cobrar sentido en algunos capítulos más, porque aquí uno de los temas será, precisamente, la memoria. Los elefantes los puso Rachael Yamagata, cuya canción "Elephants" escuchaba al escribir esto; podrán encontrar un poco más de la letra en capítulos posteriores. Por el momento, las primeras líneas son el resumen del fic.

Un beso y muchas gracias por leer.


La Memoria de los Elefantes

Mi envite es al no ser. A lo seguro.

Rechaza otro existir, tras consumida

mi ración de este guiso indigerible.

Otra vez, no. Una vez ya es demasiado.

— Fonollosa

I.

"Lo siento tanto."

"Ha sido usted un héroe."

"Oh, muchacho... cuánto has debido sufrir."

"Nos hemos equivocado tanto..."

"Lo lamento. Lo lamento."

"Arreglaremos todo esto, se lo juro."

"Déjelo todo en mis manos."

"Estamos en deuda con usted."

"Lo ha hecho todo bien."

Jamás había tenido una estima especialmente alta por el correr de las horas y de los días. Había renunciado a la vida en el mismo momento en que, con veintiún años y la voz rota en la garganta, se presentó en el despacho de Dumbledore a rogar por que salvara la de ella entregando a cambio la suya. Diecisiete años después, en aquella casa en ruinas, entre el brotar de la sangre y el sonido de sus costillas rompiéndose en un abrazo mortal, se permitió suspirar casi con alivio: ese sería su último aliento. Luego vino la oscuridad.

No recordaba la vida como ese remolino de colores borrosos y de voces lejanas que comenzaba a atormentarlo. Pero tampoco podía ser la muerte. Muchas veces se la había imaginado: la muerte debía ser la nada, la ausencia total, la calma más grande, el olvido absoluto. Ese estado en que se encontraba era algo totalmente distinto. Temió por un momento haberse equivocado: si al final resultaba que aquello era la muerte, si estaba condenado a eso por toda la eternidad... pero el cansancio era tal que, sin notarlo y sin poder pensar más, volvió a quedarse dormido.

Podrían haber pasado unos segundos o mil vidas cuando por fin consiguió abrir los ojos y enfocar con relativa claridad. No había más dolor que el de la certeza terrible que le oprimía el pecho: había sobrevivido. Lo gritaba la calma de aquel cuarto apenas iluminado, los frascos llenos de pociones y de sangre en la mesilla, los vendajes en su cuello que le oprimían la garganta y hacían que su voz fuera apenas un gruñido agudo y lastimero, un gemido de animal herido.

¿Profesor...? ¿Profesor Snape?

Y de entre todas las personas, él, con los ojos tan verdes que dolían y una mezcla extraña de compasión y preocupación impresa en la frente. Y no pudo sino verlo inclinarse solemnemente sobre la cama y revisarle la herida, siendo apenas un mudo espectador de una vida que desde hace tanto tiempo no era suya y que de ninguna forma quería.

No debería estar despierto, profesor... la herida aún no ha sanado. Llamaré a Madame Pomfrey inmediatamente, sólo quiero que sepa que nos estamos haciendo cargo de todo.

Y Harry Potter salió despacio de la habitación dejándolo con la confusión crepitando en las sienes. Pudo escuchar que, tras la calma aparente, allá en los pasillos corría y gritaba llamando a la mujer, que entró poco después secándose las manos en el delantal y, tras abrir un frasco pequeño y verter un par de gotas entre sus labios, lo regresó a la oscuridad.

Duerme, mi muchacho, duerme sin sueños... no te preocupes por nada más que descansar.

Había algo a la vez inquietante y tranquilizador en ignorar el curso del tiempo. No supo cuánto tiempo estuvo dormido y, si bien no le importaba ya, el solo hecho de saberse tan expuesto, tan en sus manos, le humillaba de una forma terrible. No era únicamente Potter. Cuando la consciencia se sobrepuso pudo notar a los demás.

Lo veían a diario los Weasley, y se enteró, entre lágrimas de madre, de la muerte de uno de los gemelos. No encontró la voz para decirle a Molly cuánto lo lamentaba, cuánto lamentaba tantas cosas. Lo veía varias veces al día Poppy. Le cambiaba los vendajes, le administraba las pociones, le decía con su mejor tono maternal cuánto lo sentía, cuánto lo sentían todos, lo mucho que se habían equivocado. Lo visitaba también Minerva, entre disculpas sentidas, poniéndole al tanto del estado de las cosas en Hogwarts, de todas las muertes. Lupin jamás fue su amigo, pero aún así, durante los primeros momentos de consciencia, se preguntó con genuina preocupación quién se estaría haciendo cargo de la preparación de su poción mensual. Le dolió saber que había muerto. Que él y su esposa habían muerto. Le dolió aún más el hijo que habían dejado atrás. Le dolió sobre todo la amenaza de la repetición, de la misma historia vuelta a contar. Si tan sólo hubiera sido él quien falleciera; él, a quien nadie necesitaba. Y sin embargo había sobrevivido.

Era cruel la muerte, pero la vida lo era aún más.

Al tercer día de despertar del todo volvió Potter acompañado de Ron Weasley a ponerlo al tanto de lo que llamaron "su situación legal".

Hemos presentado sus memorias y las de Dumbledore como evidencia ante el Wizengamot para que lo exoneren de los cargos. Habíamos pensado que sería más sencillo, pero... El ministerio es un desastre, profesor Snape. El mundo mágico es un desastre. Usted... Bueno. Sé que no le gustan los rodeos. Usted está catalogado aún como un criminal de alto riesgo. Por eso no quisimos arriesgarnos a llevarlo a San Mungo. Madame Pomfrey está aquí haciéndose cargo mientras Hermione y nosotros preparamos su defensa. Oh, no nos mire así... nos está ayudando la profesora McGonagall. Le juro que nos encargaremos de todo; es lo menos que podemos hacer.

Ahora que la mencionaba, no recordaba haber visto a Granger rondando por sus habitaciones. Una menos, pensó. Eso estaba bien. Lo que no estaba bien era todo lo demás, el agobio de despertar únicamente para encontrar que aún no confiaban en él. Que después de todo lo que había pasado seguía siendo un fugitivo. Y quiso gritar. Gritar que lo dejaran solo, que fue una estupidez haberle salvado de la muerte, que no quería saber de nada ni de nadie, que lo dejaran morirse en paz. Sin embargo una sola palabra se impuso, convertida en un murmullo ronco y cansado.

Agua...

Vio cómo el pelirrojo llenaba un vaso con un débil Aguamenti y se lo daba a Potter en la mano mirándolo a él con algo a mitad de camino entre la lástima y el miedo; al menos uno de ellos no le había terminado de perder el respeto. Adivinando que no permitiría que le diera de beber en la boca, Potter colocó el vaso entre sus manos pálidas y cansadas cubriéndolas con las propias, ayudándole a alcanzar el borde de cristal con los labios secos. Cerró los ojos con resignación y bebió todo el líquido sin pausa.

Permanecerá aquí hasta que se recupere por completo y su defensa esté lista... —dijo con la voz queda mientras colocaba el vaso en la mesa de noche, claramente impresionado por su vulnerabilidad—. Estamos en el número 12 de Grimmauld Place.