La melodía del navegante

II.

"¿Por qué te gusta tanto el océano, Inglaterra?" preguntó Alfred un día. Arthur pareció pensarlo por un largo rato.

"Porque… en él soy libre de andar hasta donde me plazca. No hay nada más preciado para mí que esa libertad."

… Libertad. Si algo como la libertad hacía que Arthur demostrara tanta energía, tanta pasión, era algo que definitivamente valía la pena experimentar. A pesar de que Arthur siempre se negaba a navegar junto con él, argumentando que eran 'cosas de adultos', Alfred, secretamente, guardó la búsqueda de libertad para después, cuando el tiempo lo dictara dentro de su corazón.

"¿Cómo es esa melodía, Inglaterra? La melodía del océano."

"Viene junto a una brisa fresca y salada. Algunos dicen que las sirenas son las encargadas de transportar esas notas hasta el oído del destinatario..."

"Pero es un poco triste, Inglaterra." Alfred habló en voz alta, estaba sólo bajo la sombra de un gran árbol, y al borde de la colina que miraba hacia el mar. "Esa melodía. La escucho, pero no puedo tenerla, la tengo muy cerca pero no puedo atraparla… es como tú Inglaterra… sé que estás cerca, pero no puedo abrazarte."

"Esta melodía, América… es cantada como un consuelo a las lágrimas que han caído, justo cuando sale el sol en el amanecer."

A veces, el mar era el enorme espacio azul que rodeaba a sus territorios. Sus extensas praderas de colores aún vírgenes, sin construcciones. Otras veces, sin embargo, el mar se transformaba, convirtiéndose en el espacio más alegre. Y otras pocas veces más, en el más triste. El profundo azul había traído a Arthur, pero al igual que sus antojadizas mareas, se llevaba sus barcos y galeones, alejándolos hasta ser sólo una sombra lejana en el horizonte.

Un largo suspiro abandonó sus labios, al admirar el mar desde la colina. A veces, en momentos como éste, el mar era simplemente, una barricada.

Creo que tengo miedo de olvidar tu rostro, Inglaterra... ¿podrá ser que ya no me recuerdes?

Había muchas promesas incumplidas, pensó Alfred. Promesas de hacer un viaje y ver nuevos lugares dentro de los territorios del Nuevo Mundo, como Arthur llamaba a las tierras de él y Matthew. Promesas de lecciones nuevas de violín, de pequeñas charlas sobre la vida en Inglaterra. De noches sin pesadillas. De días sin soledad.

Había pasado tanto tiempo, desde la última visita de Arthur.

Olvidar las emociones, buscar el océano, encontrarte entre las olas.

Horas después, una fuerte brisa lo hizo despertar de golpe. Las campanas del puerto se mezclaban con el susurro del viento. Parecía ser su nombre en la voz de los ángeles, una melodía sutil pero armoniosa, que sobrecogía su corazón. No tuvo que escuchar dos veces para entender, por fin, la canción del océano.

Algo tibio explotó dentro de él, y sus piernas comenzaron a correr hasta el pequeño puerto de madera. La melodía crecía entre la brisa fresca, llenando sus oídos, y la voz profunda y extrañamente melodiosa del mar movía las embarcaciones, acercándolas cada vez más hasta la orilla.

Allá, en el horizonte, barcos ingleses se aproximaban. La alegría era inmensa, y en casi un instante, todo fue perdonado.


Fin.

Notas: ¡No hay perdón que valga por haber demorado tanto en postear esta segunda parte, de seguro! :c Espero que le haya gustado, de todas formas :3 (Si le gustó- o no- hágamelo saber.)

Este fan fic está basado en las canciones: "The Islander" de Nightwish, y "A sailorman's hymn" de Kamelot.