Sé que hay muchos, muchísimos fics de esta pareja de esta manera, pero es que Arthur en versión pirata es demasiado sexy, y no pude evitar escribir uno también. La historia surgió tras ver en el escaparate de una joyería un colgante de oro con una esmeralda en forma de lágrima, a juego de unos pendientes. Entonces recordé que en muchos fanarts, Inglaterra pirata lleva unos pendientes así, y una cosa me llevó a la otra… Sí, saco ideas de sitios muy raros xD.

Parejas/Pairings: UkSp (ArthurxAntonio) / SpUk (AntonioxArthur)

Avisos: esta historia contiene yaoi, (lemon para más inri), palabrotas y violencia. Así que si algo de eso no te gusta y la lees, no me hago responsable de los traumas mentales que pueda causarte.

Descargo de responsabilidad: Hetalia y sus personajes son propiedad de Hidekaz Himayura

No está ubicado en un año en concreto, pero sí en torno al inicio de la guerra anglo-española (1585)


Capítulo 1.- Tesoro

{Antonio's pov}

A lo lejos se vislumbraba ya la solitaria isla, sobresaliendo entre las olas. Antonio guardó el mapa que le había guiado hasta allí en el bolsillo del abrigo que le protegía del furioso azote del viento marino. Desde la proa del barco, su destino se iba acercando cada vez más. Cuando había escuchado a aquel marinero borracho hablar sobre un tesoro, no había creído en sus palabras, mas al ver el mapa, había empezado a pensar en que existía de verdad. No necesitaba en realidad dinero desesperadamente, pero le fascinaban aquellos cofres repletos de monedas de oro, joyas y piedras preciosas que brillaban en la oscuridad de alguna gruta escondida. Se llevó la mano al cuello para rozar con los dedos la esmeralda con forma de lágrima que llevaba colgando de una cadena dorada. Sí, por más riquezas que encontrase, nunca serían tan valiosas como aquella joya, puesto que tenía un significado más allá de su simple brillo. Era parte de un conjunto completado por un par de pendientes –también de oro con esmeraldas-, y que, desgraciadamente, no pendían de sus orejas sino de las de cierto escurridizo y tramposo pirata inglés. Cuando la otra nación había empezado a rondar por las islas caribeñas, España le había dejado al principio en paz, esperando el mismo trato por su parte.

Craso error. Inglaterra había demostrado entonces que no era dado a sensibilidades o tratados. Sólo quería sustituir la bandera española por la suya, y dominar aquellas aguas. Antonio suspiró. Sí, su colgante y los pendientes materializaban el conflicto de los dos Imperios; intentaban arrebatarle al otro su parte cada vez que se cruzaban, sin demasiado éxito. Después de varios años, ninguno de los dos había logrado llevar ni una sola vez el conjunto completo.

-Capitán.-llamó su segundo de a bordo, un hombre fornido curtido por numerosas batallas, que había navegado junto a él en infinidad de ocasiones-Hay bancos de arena más adelante, no sería buena idea hacer que el barco se acerque demasiado a ellos.

-Gracias, Marcos. Haz que me preparen una chalupa.-descendió al puente, donde sus marineros se afanaban en controlar las velas para que el traicionero viento no les hiciera varar entre la arena.

-¡Echad una chalupa al agua para el capitán! ¡Vamos grumetillos, que no es hora de descansar!

Antonio sonrió al observar la tripulación. Se sentía tan orgulloso de representar a su imperio… Todos eran buenos hombres, trabajadores, leales… y de fiar. No como los secuaces del inglés, desde luego. El castaño nunca había entendido cómo era capaz de confiar en ellos, cuando tenían todo el aspecto de traicionarle a las primeras de cambio. Sin embargo, ningún humano normal que apreciara su vida se atrevería a desobedecer sus órdenes. Según lo que se rumoreaba en las tabernas de mala muerte de todo el Caribe, no era demasiado magnánimo con los desertores o los amotinados, y menos con sus enemigos. Un hombre realmente encantador.

Un grupo de cinco tripulantes le acompañaron en su corto viaje a la isla, pero como sabían lo mucho que le gustaba a su capitán descubrir el tesoro por sí mismo, se quedaron montando guardia junto al bote mientras Antonio se internaba en la cueva que se abría ante él. Pisando con cuidado entre charcos de agua y estalagmitas, la temperatura ambiente empezó a disminuir conforme iba avanzando. Por suerte, por las grietas del techo se colaba suficiente luz como para no tener que llevar antorchas. El corazón le latía fuerte en el pecho, ansioso por ver el cofre que buscaba. Y al doblar un último recodo, lo vio. En un pequeño montículo sobresaliendo del agua, con la tapa abierta, mostrando el brillo de las joyas que contenía, y las monedas que también se desparramaban alrededor. Con una sonrisa, sacó de otro bolsillo su bandera, y la colocó sobre el arca, reclamando así tanto la isla como las riquezas para su corona. Sonrió al ver un cáliz de oro repleto de esmeraldas. Eran del mismo tono de verde que sus ojos y que los de…

-Vaya Spain, tu presencia mejora considerablemente el valor de este tesoro.-comentó una voz demasiado conocida a su espalda.

Antonio se giró rápidamente, con la espada desenvainada, para encarar a su rival. Arthur Kirkland le miraba con aquella sonrisa de suficiencia que tanto odiaba, con los brazos en jarras. Se había confiado al no ver el barco del inglés cerca de la isla, pero claro, el tipo de embarcaciones que el rubio empleaba tenían menor calado que las suyas, por lo que podría haber sorteado los bancos de arena y escondido al otro lado de las cuevas. Y él, emocionado con la búsqueda, no había sido lo suficientemente precavido como para comprobar que estaba solo en aquel lugar.

-Llegas tarde, Inglaterra. Ya he reclamado estas tierras en nombre del Imperio español.-señaló la bandera que se extendía a su espalda-Si coges una sola moneda, lo consideraré como un robo a mi patrimonio, y sabes las consecuencias que tiene eso.

El inglés avanzó unos cuantos pasos hacia él antes de agacharse y rozar un cáliz de plata que asomaba entre las aguas oscuras. Le estaba retando, y España lo sabía. Apretó los dientes para no abalanzarse sobre él y ensartarlo en su espada. Muchos enfrentamientos anteriores le habían demostrado que no lograría nada si no mantenía la cabeza fría, y por desgracia, Arthur sabía bien qué hacer para sacarlo de sus casillas. Pasar sus dedos por la superficie metálica de la copa era una muestra de ello.

-¿Y el que ahora esta isla sea tuya es motivo suficiente para desperdiciar este magnífico tesoro?-el rubio se incorporó, dejando el cáliz en el suelo-Sabes que todo lo que ahora está bajo tu poder será algún mío algún día. Y eso incluye cierto colgante.

Antonio se llevó la mano izquierda a la lágrima esmeralda, buscando con la mirada los pendientes que tanto ansiaba. Sí, ahí estaban, burlándose de él desde las orejas de Arthur. Quizás se podría pensar que eran un complemento exclusivo para mujeres, pero nadie podría negar tampoco que al pirata le quedaban perfectos. Parecían haber sido forjados para él exclusivamente. España siseó, amenazador, sin moverse de su sitio.

-Ah, y otra cosa.-continuó el inglés, que seguía sonriendo-Estás en desventaja.

El castaño abrió la boca para objetar –a fin de cuentas, él empuñaba su espada en la mano derecha, mientras que veía la funda del sable de Inglaterra vacía-, pero la cerró de inmediato cuando Arthur sacó una pistola lacada en blanco de debajo de su abrigo rojo y le apuntó con ella. Su cuerpo reaccionó antes de que su mente pudiera asimilar la situación. Echó a correr hacia uno de los recovecos de la cueva, esquivando por los pelos una bala que, de haberle dado, le habría dejado más que malherido. Una segunda bala le rozó el brazo antes de que pudiera esconderse. Se mordió los labios para no emitir sonido alguno, mientras apretaba la herida para que dejara de sangrar. Había cometido el estúpido error de olvidar que el inglés nunca, nunca jugaba limpio.

-Cabrón…-murmuró por lo bajo, tratando de encontrar una salida a la gruta que no fuera por donde había entrado.

Escuchó las seguras pisadas del pirata avanzando en su dirección, pero luego se detuvieron, supuso que ante el cofre cubierto con su bandera. Sentía la sangre latina arder en su interior, pero se contuvo. Lo único que lograría si regresaba enfrente de Arthur era que le matase. La única forma de escapar de allí sin mayores daños era esperar que sus hombres se cansaran de esperar a que regresara y fueran a buscarlo. Más de una vez se había quedado tan extasiado con el brillo del oro que se había olvidado de llamarles para que transportaran el botín al barco, por lo que si tardaba mucho, siempre iban a por él. No sabía muy bien cuánto tiempo había transcurrido desde que les había dejado junto a la chalupa, pero rezaba para que fuera el suficiente. Tenía que arañar los minutos que pudiera.

-¿Cómo es que estás aquí, Arturo?-sabía lo mucho que le molestaba al rubio ser llamado de aquella manera-¿Ahora te dedicas a escuchar los relatos de unos pobres desgraciados ahogados en alcohol?

-No soy el único que lo hace, por lo visto.-a pesar de la neutralidad de su voz, Antonio sabía que su rival estaba molesto-¿O acaso vas a decirme que quien te guió aquí fue una sirena?

Los pasos se acercaron de nuevo a él. El castaño sujetó con más fuerza la empuñadura de su espada. Quizás podría pillarlo desprevenido y atacarlo antes de que le disparase otra vez… Respiró hondo. Tendría que ser rápido si quería evitar que su cuerpo fuera agujerado. Con un poco de suerte, el inglés sería incapaz de defenderse.

{Arthur's pov}

Satisfacción. No había otra palabra que describiera mejor el sentimiento que invadía la mente de Inglaterra en aquellos instantes. Satisfacción por sentirse a apenas un paso de derrotar al español. Aunque escuchar su nombre en el idioma del ibérico le había hecho fruncir el ceño de disgusto. Era la manía que más odiaba de Antonio. Sonrió al ver la sangre que le decía que sus balas habían probado aquella piel tostada. Tenía el tesoro, a su enemigo acorralado, y unas ganas de terribles de hacerle morder el polvo, humillarle y, sobre todo, arrancarle la maldita esmeralda del cuello. Ni de lejos se había imaginado, al coger entre sus manos aquel pedazo desgastado de pergamino que el marinero le había dado, que acabaría así. Nada podía salir mal.

Hasta que escuchó a su espalda voces. Voces hablando en aquel idioma endemoniado del sur. Así que Antonio se había traído a sus amigos. Estaba claro que no sólo él jugaba sucio. Los ojos verdes de Arthur se entrecerraron al ver de pronto cinco pistolas apuntándolo sin apenas haberse dado cuenta de ello.

-Fuck…-dejó caer su propia arma al suelo antes de que a alguno de aquellos marineros se le ocurriera dispararle.

Sí, era simplemente patético verse ganando con su propia estrategia, y más aún rendirse, pero prefería conservar la vida e ingeniárselas como escapar a pudrirse en suelo húmedo de la gruta. No necesitó girarse para saber que Antonio había salido de su escondite y se dirigía hacia ellos, pero lo hizo para descubrir dónde había herido al español. Sí, el brazo estaba bien, aunque hubiera preferido alcanzar alguna zona vital.

-Nos preocupamos al ver que no regresaba, capitán.-explicó el que parecía ser el cabecilla de los tripulantes ibéricos-Vimos el barco inglés al otro lado de la isla, así que nos imaginamos que "él" estaría aquí también.-le clavó el cañón de la pistola en las costillas.

-Vuelve a hacer eso, bastardo, y te haré tragar todas y cada una de las jodidas monedas de este cofre. Fundidas-escupió el rubio, apartando el arma lejos de él.

-Usa la cabeza por una vez en tu vida, Kirkland.-Antonio se apretó con más fuerza la herida-Mis hombres te han acorralado y estás desarmado. Demasiado lejos de tu gente como para pedir ayuda. Deja de soltar palabrotas por esa boca tuya y no opongas resistencia si no quieres acabar mal.

España agradeció a sus hombres el haberle salvado la vida, mientras Arthur les dirigía una mirada cargada de veneno. Siempre, siempre, alguien tenía que interrumpir aquellos momentos en los que estaba a punto de derrotar al ibérico. Empezaba a creer que algún tipo de fuerza sobrenatural protegía a su enemigo. O que alguien le había hecho tener mala suerte.

-Juan, tú y los demás encargaos de llevar el tesoro. Yo vigilaré a nuestro querido invitado.-el castaño recogió su arma del suelo y le apuntó con ella-Tú delante.

-¿Seguro que te valdrás tú solo para controlarme?-preguntó con fingida preocupación-Muerdo.

-Y yo muerdo más fuerte.-replicó con frialdad-Tú delante.

Con un suspiro de decepción, pues había esperado encender al español y provocar un enfrentamiento, Arthur empezó a dirigirse hacia la salida, escuchando a su espalda el tintineo de las monedas al caer en los sacos que portaban los marineros. Semejante tesoro desperdiciado en sus manos… Antonio nunca se gastaría ni un tercio de todo el oro para su disfrute personal, cosa que él, por supuesto haría. ¿Estando a un par de días de navegación de una isla llena de tabernas y burdeles? Había que ser idiota para no saber aprovechar riquezas como esas. Pero claro, el castaño era todo orgullo y dignidad. Se giró para observar con satisfacción cómo la sangre oscurecía la tela del abrigo de su captor. Con un poco de suerte, la herida se infectaría. No de forma que pudiera matarlo, claro, eso sería difícil. Ellos dos eran de constitución más fuerte y resistente que los humanos normales. Pero sería una buena oportunidad para ver el rostro de Antonio crispado por el dolor.

La brillante luz le hizo cerrar los ojos al salir al exterior. Era curioso que tras pasar tantos años en alta mar, con el sol, el viento y la sal, su piel seguía estando tan blanca como cuando había partido por primera vez. La tez morena del español contrastaba enormemente con la suya.

-Recuerda bien el cielo azul, Kirkland,-susurró Antonio a su oído, obligándole a continuar avanzando-porque estando encerrado en la bodega, no vas a verlo en mucho tiempo.

-Creo que olvidas, my Darling, que mi barco sigue en esta isla. Cuando vean que no regreso, irán a por ti. ¿Qué se siente al tener tantos hombres detrás de ti, España? Supongo que te estás emocionando sólo con pensarlo, right?-con aquel último comentario, Arthur se ganó un empujón por parte del castaño, casi haciéndole tropezar en la arena-Oh, perdón si he ofendido tu orgullo al insinuar que te sientes atraído hacia el género masculino.

El español le ordenó subir a la chalupa, sin dejar de apuntarle ni un solo momento. Ambos quedaron sentados frente a frente, mirándose a los ojos con ardiente odio.

-No soy como tú, descuida.

-What? ¿Quién ha dicho que me gusten los hombres?

-Es un rumor que circula por todo el Caribe. Al parecer, se cuenta que si algún subordinado tuyo se harta de tus malos modos y se enfrenta a ti, antes de abandonarlo en alguna isla dejada de la mano de dios o arrojarlo a los tiburones, pasa una agitada noche en tu camarote.

-Esos amotinados no se merecerían ni que les mirara, así que es difícil imaginar que fuera más allá.-bufó el inglés con desprecio.

-Quizás. Pero todo rumor siempre tiene un fondo de verdad.-ahora era el español quien estaba jugando con él; sin embargo, el pirata no pensaba dejarse vencer.

-¿Te gustaría probar si es cierto?-se lamió los labios de manera sugerente-Contigo no me importaría intentarlo.

Antonio apartó la mirada, haciendo una mueca de asco. Y con eso terminaba su batalla verbal. Ni el hecho de ser prisionero del ibérico podía quitarle la satisfacción de haber ganado… otra vez. Ya había perdido la cuenta de las ocasiones que había salido victorioso de aquellos encuentros. Tampoco era muy difícil, ciertamente. Su rival nunca llegaría a utilizar su humor, ácido y retorcido, ni a soltar aquellas provocaciones con tanta naturalidad como él.

Parecía que los hombres del castaño tenían dificultades en transportar el tesoro desde la cueva, puesto que permanecieron esperando por ellos durante bastante tiempo, en silencio, acompañados por el batir de las olas contra la orilla y los chillidos de algunas gaviotas. Cansado de mantener la mirada al otro, Arthur dejó que sus ojos vagaran hasta la esmeralda que reposaba sobre su pecho. Reflejaba los rayos del sol, hipnotizándolo. Por desgracia, la maldita joya le quedaba como si fuera ya parte de su cuerpo. Realzaba aquellos irises, verdes como los suyos, pero totalmente distintos, puesto que en ellos se veía siempre una chispa de luz. Ah, cómo disfrutaba cuando ese brillo se nublaba por la ira o por la aflicción. Contemplar al español sufriendo era raro, ya que no era que únicamente fuera resistente, sino que cuando el pirata andaba cerca, parecía ser capaz de soportar mucho más, sólo para privarle del placer de ver su rostro contrayéndose de dolor. Pero lo que Antonio no sabía era que haciendo eso complacía aún más al inglés, porque demostraba que le importaba si él, una nación a la que seguía considerando como de segunda clase, veía su sufrimiento. Había habido escasas, escasísimas ocasiones en las que el dolor había sido lo suficientemente intenso como para no poder disimularlo. Como aquella vez en la que los hombres del español le habían atrapado –sí, de nuevo-, pero no sin que antes hubiera logrado atravesarlo de parte a parte con su espada. No sabía cómo demonios el maldito condenado no había muerto con aquello. Aunque la herida había tenido otra clase de beneficios. Como ver las lágrimas en los ojos de Antonio cuando cauterizaron el corte. O verlo retorciéndose en sueños, con la piel morena perlada de sudor. Se pasó la lengua por labios resecos. Aquel día se había dado cuenta por primera vez de lo atractivo que era el castaño. Y de lo excitante que era escuchar los gemidos que, dormido, Antonio no era capaz de reprimir. Sí, deseaba ver a su enemigo gimoteando de dolor, como un perro apaleado, pero ansiaba aún más escucharle gimiendo su nombre, mirándolo con esos ojos verdes cargados de algo que no era precisamente odio. A veces se aborrecía a sí mismo por imaginar con tanta exactitud "ciertas situaciones" con el español, situaciones que anhelaba y al mismo tiempo, le revolvían el estómago. Arthur apartó la vista de la esmeralda que tantos pensamientos perturbadores le estaba causando, tratando de normalizar su respiración, que se había disparado. Lo último que querría era que Antonio se enterase de lo que estaba ocurriendo en su mente.

{Antonio's pov}

¿Pero qué demonios andaba haciendo su tripulación con el tesoro? ¿Contar las monedas? ¿Sacar brillo a las copas? ¿Comerse las gemas? Antonio suspiró, cansado de esperar. La paciencia no era uno de sus puntos fuertes, desde luego. Y se le empezaba a cansar la mano con la que sujetaba la pistola. Había esperado quizás un poco más de lucha por parte del inglés, pero tras hacerle aquella –asquerosa- proposición, se había callado y no se había movido en lo más mínimo. Seguramente porque él no había contestado. Lógico, no había respuesta a aquello. El español sabía a la perfección que le atraían las mujeres. Sólo las mujeres. Y que, en el imposible caso de que compartiera cama con un hombre, definitivamente, Arthur sería el último de su lista. Arrugó el ceño al recordar a la tripulación del pirata. De acuerdo, el último no. Pero tampoco de los primeros, ni de lejos. Mientras el rubio se humedecía los labios, mirando fijamente su colgante, Antonio aprovechó para observarlo con más detenimiento.

No era feo. Está bien... A regañadientes reconoció que era atrayente, sí. Desde el punto de vista de una mujer, Arthur, tanto por su físico como por su condición de pirata, era un seductor nato. El español le había visto en algunas ocasiones con el torso desnudo, bien definido y cruzado por varias cicatrices –la mayoría se las había hecho él-. Ver una piel tan clara como la del inglés era raro en aquellas tierras tostadas por el Sol. Sabía que en los burdeles, las mozas con piel muy blanca eran las más requeridas, así que, se dijo con una sonrisa, Arthur sería la atracción principal de cualquiera de esos locales. Y encima con esos ojos verdes con los que parecía atravesarte el alma en cada mirada… Sí, definitivamente los dueños de los prostíbulos, desde los más elegantes a los más mugrientos, se matarían entre sí por añadirlo a su "muestrario". Aunque dudaba que eso le hiciera gracia a Inglaterra.

-¿Qué te pasa, España?-preguntó el pirata, interrumpiendo sus pensamientos-¿Es que quieres desnudarme con los ojos? Llevas como cinco minutos mirándome sin parpadear.

-No se puede desnudar a nadie con los ojos.-replicó con voz acerada-Y si tuviera esa capacidad, no la usaría contigo, Arturo.

El rubio siseó al escuchar su nombre, incorporándose ligeramente del asiento.

-No vuelvas a llamarme en tu sucio idioma, bastardo español. Nunca.

El ibérico reprimió una sonrisa. Le divertía ver al rubio tan fuera de sí por algo tan insignificante como la forma en la que le llamaba… A él no le importaba que se dirigiera a él con un grosero Spain o cualquier insulto, siempre y cuando no se le ocurriera utilizar "Antonio", porque sólo se lo permitía a sus hombres de confianza, o a la gente que le importaba –como su adorado Romano-. Agitó la pistola de un lado a otro para llamar la atención de Inglaterra y hacer que se sentara de nuevo. No quería que por culpa del enfado de Arthur acabaran volcando la barca. Primero porque no le apetecía especialmente empaparse la ropa ni que el agua salada entrara en contacto con su herida, y segundo porque entonces el pirata aprovecharía para escapar con toda seguridad. Y tampoco tenía ganas de ir nadando tras él mientras se desangraba por el brazo.

Por suerte, Inglaterra tomó asiento de nuevo, esta vez evitando mirarlo a toda costa, al mismo tiempo que empezó a escuchar las voces de sus hombres acercándose a la orilla. ¡Gracias a Dios! Se habría vuelto loco si hubiera tenido que continuar mucho más tiempo sentado enfrente de Arthur, sin poder hacer nada por miedo a que se fueran los dos al agua.

-¿Os perdisteis?-preguntó el inglés con sarcasmo, cuando empezaron a cargar los sacos, ganándose un par de miradas de odio.

-Sentimos el retraso, capitán.-se disculpó Juan, sin hacer caso al rubio-Ni se imagina la de riquezas que se escondían en ese gruta. Desde luego quien las dejara allí ha tenido suerte en la vida.

-O un acero muy afilado.-añadió Antonio, desviando sin saber por qué, la mirada hacia Inglaterra, que seguía observando el océano con cara de aburrimiento-No importa, muchachos, lo que cuenta es tenerlo.

Una vez el tesoro estuvo a bordo, los marineros empezaron a remar hacia el barco que les aguardaba. España se sentía cada vez más incómodo, sabiendo que a cada segundo que pasase, estaban más cerca de sufrir un ataque por parte de los ingleses. Le pareció ver ondear la bandera rival entre las palmeras, pero seguramente serían imaginaciones suyas. No debía preocuparse por ello hasta llegar a su navío, porque si les alcanzaban antes, poco podrían hacer contra los cañones. Sin embargo, lo que más le inquietaba era la actitud cooperativa de su prisionero, cuando más de una vez había llegado a morderle a él y a sus hombres al tener brazos y pies atados. Y luego…. Luego siempre escapaba. Parecía un baile que repetían una y otra vez. Inglaterra le encontraba a solas, luchaban, le acorralaba, sus marineros los encontraban, atrapaban al rubio, él lograba huir en algún momento. Y empezaba de nuevo. Suspiró, un poco cansado de aquello. Claro que no prefería ser él el cautivo en las manos de los ingleses. A saber qué llegarían a hacerle esos malditos piratas, si era cierto que estaban peor educados que su capitán. Pero quería tener bajo su poder a Arthur durante más tiempo. Y recuperar de una vez por todas sus pendientes.

Alzó la vista cuando la chalupa alcanzó el costado del barco. Su inquietud se había convertido en un mal presentimiento. O se dirigían de inmediato a Puerto Blanco, una isla que ambos Imperios habían acordado como zona neutral, o las inmediaciones se iban a llenar de pólvora, sangre y del estruendo de los cañones. Un levísimo peso se le quitó de encima al ver los rostros iluminados de felicidad –que no codicia- de la tripulación al ver el tesoro que habían traído.

-Ha sido buena cacería, capitán.-comentó el benjamín, de apenas 14 años, tomando un rubí en su palma y haciéndolo girar-Enhorabuena.

-Realmente sí.-susurró Antonio, sin intención de ser escuchado por nadie, guiando a un impasible Inglaterra a la bodega del navío.

El rubio ni tan siquiera se resistió cuando le colocó los grilletes, quizás con un poco más de fuerza de la verdaderamente necesaria. Se quedó mirándole a los ojos, al mismo tiempo que la sombra de una sonrisa le curvaba los labios.

-No importa cómo me ates, Spain. Sabes que es inútil, ¿cierto? Dentro de poco se empezarán a escuchar los gritos de tus pobres desgraciados en cubierta, y seré libre una vez más. Es el destino.

-No me lo recuerdes.-se llevó los dedos las sienes.

-A menos que uno de los dos rompa el ciclo. En mi posición, yo no puedo hacer nada… pero tú sí.

-¿A qué te refieres?-aquello llamó la atención de España, puesto que era una novedad.

-Si, por ejemplo, ahora mismo me clavas un cuchillo en la garganta. No puedo defenderme, sería fácil. Hasta el más inútil de tus hombres podría hacerlo. Y acabarías con tu quebradero de cabeza, don't you think?

-No pienso matarte, Inglaterra. Puede que tú seas tan rastrero como para acabar con la vida de un hombre indefenso, pero yo tengo orgullo y dignidad.-respondió con gélida cólera.

Que le hubiera sugerido eso le ofendía más que aquella envenenada insinuación de que le gustaban los hombres. Teniendo como tenía al rubio a su merced, podría hacer lo que le diera la gana con él antes de que nadie bajara a liberarlo. Podría quemarle su maldita piel blanca, podría dibujar en su rostro una cicatriz que arruinara su belleza –una lástima, la verdad-, podría encontrar algún látigo perdido en su camarote y azotarlo hasta que Arthur se quedase sin voz de tanto gritar, podría… Se negó a definir con palabras la imagen que acababa de cruzar su mente.

Y a pesar de poder hacer todo eso y más, nunca lo llevaba a cabo. Le daba más importancia a sus creencias que al odio que sentía por aquel hombre. Su integridad moral era lo único que salvaba a Inglaterra cada vez que estaba atrapado en su bodega. Aunque él no era consciente de ello. No obstante, se había cansado de perdonarle demasiadas cosas, sabiendo que no recibiría el mismo trato de estar los papeles invertidos. Se acercó un par de pasos hacia él.

-Sin embargo, hasta que tu pequeño barquito nos alcance, tenemos tiempo. No me considero una persona especialmente paciente, así que quizás es hora de aprovechar el tenerte conmigo para divertirnos un poco, Arturo.

El inglés no pareció reaccionar al escuchar el nombre, pero sí todo lo demás. ¿Se había creído que quedaría impune siempre? Estaba muy equivocado. La herida del brazo le susurraba al oído que dejara totalmente de lado lo racional y correcto y se vengara de él. Ganas tenía, desde luego. Se llevó un dedo a los labios, conteniendo una sonrisa al ver cómo su invitado ahora sí parecía preocupado, por la forma en la que se removía, haciendo tintinear los grilletes. Los ojos del pirata no reflejaban emoción alguna, a pesar de que España sabía que tenía miedo. ¿Quién no lo tendría de estar en su lugar? Con mano decidida, desabrochó el primer botón del abrigo rojo de Arthur.

-Quítame las manos de encima, son-of-a-bitch.-sin hacer caso a su insultante reacción, Antonio continuó con su trabajo, lentamente, saboreando el instante que tanto tiempo se había negado a sí mismo.

-¿No acabas de decir que estabas cansado de que ocurriera siempre lo mismo, Kirkland? Sólo estoy siguiendo tu consejo.

-N-no… ¡no me refería a esto, bastardo del sur!

El inglés intentó golpearle, pero estaba tan bien encadenado que apenas fue capaz de moverse unos cuantos milímetros hacia él. Rechinaba los dientes, con rabia, seguramente. Y de rabia era también el sonrojo de sus mejillas. ¿O no? España se rio por lo bajo al imaginarse por un breve instante que el rubor se debía a algo que no fuera la rabia. ¿Vergüenza, por ejemplo? Era imposible, lo sabía. Aunque era una idea divertida.

-¿Y a qué te referías, entonces?-deslizó el dedo índice por su mejilla, esquivando hábilmente la boca que trataba de morderlo-Porque también recuerdo que antes me hiciste una proposición. Ahora que estamos aquí ya no tiene tanta gracia, ¿no, Inglaterra?

Antonio frunció el entrecejo, pensando en cómo continuar. A fin de cuentas, no iba con su personalidad hacer aquello. Humedeciéndose los labios, se acercó al pirata hasta eliminar todo espacio entre ellos. Debido a la sorpresa, el otro no reaccionó en contra, cosa que él no pudo dejar de agradecer, mientras que con más indecisión –rezaba para que no se le notase-, sujetaba al rubio por la cintura.

-Repíteme tu propuesta ahora...-le susurró al oído-si te atreves.

{Arthur's pov}

¿Qué demonios se había bebido España? Inglaterra se había quedado paralizado ante la actitud del castaño, que parecía haber enloquecido. Porque el Antonio que conocía nunca haría algo como quitarle el abrigo de esa manera. Porque el Antonio que conocía jamás se acercaría a él a una distancia a la que sólo las prostitutas se le habían aproximado antes, ni le pondría una mano en la cintura, ni le susurraría nada al oído que no fuera un "te odio" o "hijo de perra". Por la cabeza de su rival no podía estar pasando la idea de… ¿no, verdad? Sí, reconoció avergonzado de sí mismo. Tenía miedo. ¡Maldita sea, el condenado estaba intentando desnudarlo para…! Bueno, para hacerle el amor. O al menos se lo insinuaba, pero no de la forma en la cual le gustaría que lo hiciera –porque sí, en su traslado al barco había admitido al fin que deseaba al español, por culpa de su sensual piel tostada, de sus profundos ojos, de su voz que gimiendo, lo sabía, le volvería loco. Sintió un escalofrío al notar la mano libre del español descendiendo por su espalda.

No, aquello estaba absolutamente mal. Tendría que ser él quien tuviera preso a España, quien hiciera temblar al otro, quien le… patético. Patético por dejarse someter de aquella forma. ¿Pero qué iba a hacer? No podía saber si el castaño le hacía eso como intento de humillarlo o porque, al igual que él, deseaba con toda su alma arrancarse la ropa y devorar a su compañero.

-¿Te ha comido la lengua el gato, eh, Arthur?-continuó España, dando un leve lametón en el lóbulo de la oreja, haciendo que la esmeralda golpease su cuello.

-Qué más quisieras, Spain.-intentó sacárselo de encima, porque estaba jodidamente cerca, y el muslo del castaño se apretaba contra su entrepierna-No me importa volver a ofrecerte lo que te dije antes… pero debes saber que te implicaba a ti estando debajo.

Antonio se separó unos centímetros para mirarle a la cara. Los ojos le brillaban más que nunca, su sonrisa torcida parecía la de un pirata –sí, como él-, y su mano ya había alcanzado la zona donde la espalda pierde su nombre.

-Creo que no estás en condición de reclamar.

Soltó su cintura, apartando el muslo a un lado para dejar libre de presión al inglés, que suspiró, a medias aliviado y a medias decepcionado. España no había apartado la mirada en ningún momento, ni tampoco lo hizo cuando, de un rápido movimiento, le clavó los dedos, aún a través de la tela de los pantalones, en la entrepierna de Arthur, ganándose un gemido ahogado de su parte. Se sujetó con fuerza a las cadenas que lo apresaban para no retorcerse por el contacto, que le estaba volviendo loco. ¿Cómo demonios sabía el castaño dónde le tenía que tocar?

-N-no te tomes… esas libertades. Quítame las manos de…encima.-repitió, cerrando los ojos.

-¿Seguro que es lo que quieres?-acercó sus rostros hasta que sólo un suspiro separaba ambas bocas-¿Quieres que me detenga?

Para evitar una respuesta por su parte, acabó con toda distancia existente, juntando sus labios con los del rubio en un beso tan intenso como pocos Arthur recordaba. "Sabe a especias", fue lo único coherente que su mente fue capaz de formar al sentir la lengua de su rival lamiendo la comisura de su boca, como si estuviera pidiendo la entrada a ella. Y sin pensarlo mucho, se la concedió, inclinando su cuerpo hacia delante para juntar ambos cuerpos aun más –si eso era posible-. Se olvidó de respirar mientras se besaban, mordiéndose mutuamente, probando el sabor metálico de la sangre junto al de los labios ajenos.

El ruido de un cañón les hizo separarse, jadeando por la falta de aire, sobresaltados. Los dos pares de ojos verdes se observaron en silencio, retadores.

-¡Nos atacan los ingleses, capitán!-gritó uno de esos malditos marineros, bajando a la bodega.

Antonio se giró hacia él, olvidándose del prisionero, decidido a subir a cubierta para defender su barco.

-Era cuestión de tiempo que nos alcanzaran. Preparaos para repeler su ataque. Se arrepentirán de retar el acero español.

-¡Sí capitán!

España siguió a su subordinado hacia las escaleras, al tiempo que el rugir de un nuevo cañonazo hizo retumbar el aire. El pirata abrió y cerró la boca un par de veces, hasta que, antes de perder de vista al castaño, gritó con todas sus fuerzas.

-¡Termina lo que has empezado, swine!

Ni siquiera se ganó una mirada por parte de Antonio, que ya había desenvainado la espada, quedándose sólo y encadenado, escuchando los gritos y el sonido de metales entrechocando encima de sus cabezas. También distinguió varios disparos entre el barullo. Cerró los ojos. Nada podía hacer él aparte de esperar… y pensar en lo que acaba de pasar. Siempre se quejaba a sus hombres por llegar tarde, por una vez, no le habría importado que hubieran tardado más. Una hora. En una hora habría podido comprobar adónde hubiera llevado el beso que había compartido con su enemigo. Seguía sintiéndose mal por albergar aquellos sentimientos, pero al menos ahora sabía qué sentía España. Nadie habría podido fingir semejante ardor.

Unos pasos apresurados le hicieron abrir los ojos. Su contramaestre, empuñando un sable ensangrentado, se acercó sin dejar de vigilar su retaguardia, y empezó a pelearse contra los grilletes, esbozando una sonrisa tan estúpida que a Arthur le dieron ganas de borrársela de la cara de un buen puñetazo.

-Me pregunto qué hace para terminar siempre de la misma forma, capitán. Si no fuera porque sé lo cruel que es, diría que le gusta estar… así.

-¿Así, cómo?-repitió, frunciendo el ceño, suponiendo adónde quería ir a parar su subordinado.

-Encadenado. Dominado. Ya sabe… hay gente que disfruta con ello.

-Por suerte, no es mi caso. Y sería mejor que no volvieras a repetirlo si no quieres que te ate al palo mayor durante una semana.

Era idiota amenazar así a quien le estaba liberando, pero sus hombres funcionaban así, y él también. Nunca había entendido cómo España trataba a sus marineros de igual a igual, porque no lo eran. Eran simples humanos, débiles, mortales –por ahora, nadie sabía si ellos podían o no morir-, fácilmente sustituibles por otros. Eran herramientas para lograr que la nación prosperase; no fieles compañeros, ni mucho menos amigos, como quería demostrarle Antonio cada vez que le podía. Sentimentalismos.

El contramaestre terminó de soltarlo, y Arthur se masajeó durante un rato las muñecas para recuperar la sensibilidad perdida. La falta de sangre en los dedos se los había agarrotado, impidiéndole esgrimir su espada. Soltó un juramento en voz baja. No pensaba quedarse para luchar, pero no iba a decirle que no a la oportunidad de acabar con uno o dos marineros españoles de camino a su barco.

-Capitán… ¿ese perro le ha golpeado?-preguntó su hombre, señalando el hilo de sangre que se escurría por la comisura de la boca-No me creo que por fin se haya atrevido.

-Ya me las pagará, Will, ya me las pagará.-murmuró, sintiendo cómo sus mejillas enrojecían de la vergüenza.

Si su tripulación llegaba a enterarse de lo ocurrido con España en aquella bodega, le perderían todo el respeto. Es más, seguramente acabarían alzándose contra él. Y no sería capaz de enfrentarse a todos y salir victorioso. Prefería no pensar en lo que le harían después de encerrarlo en su camarote. Se limpió la sangre con el dorso de la mano, rezando para que no quedaran más restos del beso en él. Siguió a Will a la cubierta, que se había convertido en auténtico campo de batalla. Apartó de una patada el cuerpo de un marinero caído, sin saber si era suyo o de Antonio, tratando de localizar al castaño. Le vio al otro extremo de la embarcación, con un sable en cada mano. Bien, no haría falta enfrentarse a él. Su contramaestre empezó a gritar a sus hombres para que regresaran al barco inglés. Arthur aprovechó para agarrar uno de los sacos que contenía el tesoro que había comenzado aquella disputa, y se lo cargó al hombre. Su hombro protestó por el peso, pero se negó a dejarlo en su sitio. Si no se llevaba nada con él, estaría simplemente huyendo con el rabo entre las piernas. Con pasos apresurados, cruzó la pasarela improvisada, sin mirar ni una sola vez atrás, hasta que estuvo al otro lado. Entonces sí, se giró para observar a España, que había descubierto la retirada de los piratas.

-¡Inglaterra! ¡Regresa aquí, cobarde, y mide tus fuerzas conmigo!-le gritó, sin poder hacer ya nada porque los ingleses habían retirado la pasarela.

-Goodbye, Spain! ¡Pensaré en ti cuando me gaste estas monedas en bebida y mujeres!

Señaló al saco robado, riendo como un loco al ver los barcos alejándose entre sí. Un par de cañonazos del navío español intentaron hundirlo, pero sin éxito. La embarcación pirata era más ligera, rápida y manejable, y se puso rápidamente fuera de alcance.

-¿Rumbo, capitán?-preguntó Will, mirando con ojos codiciosos el tesoro.

-Regresemos a White Port. Esta noche os invito a una ronda a todos.

Apartó el saco para colocarlo detrás de él. Por supuesto, iba a repartir algo del botín a la tripulación, sin embargo prefería hacerlo él. Carraspeó para llamar la atención del contramaestre, que apartó la mirada hacia sus pies. Arthur echó una ojeada a la cubierta del barco, intentando calcular a simple vista los desperfectos que había causado su "rescate". No veía muchos hombres heridos; no obstante, supuso que sí habrían muerto algunos. Los españoles se defendían bien, había que reconocerlo. Suspiró, apoyando la espalda en el mástil mayor, mientras cerraba los ojos. Gracias a los vientos, habían perdido al barco español, pero seguía sintiendo la presencia de Antonio a su lado por algún extraño motivo. ¿Cómo iban a tratarse la próxima que se vieran? ¿Cómo si nada hubiera pasado? Sí, sería lo normal, y sería lo que España seguramente haría. Sin embargo… si había ocurrido, ¿por qué actuar como si no fuera así? ¿Por qué no aprovechar que…? ¿Que qué? ¿Qué había entre ellos? Inglaterra no sabía cómo describirlo, así que lo dejó en un simple algo.

Lo que sí sabía era que las cosas habían cambiado totalmente para los dos.


¿Parecía que ya iba a haber lemon en el primer capítulo XD? En realidad no iba a ser tanto, sólo un beso ardiente y nada más… pero se me fue la mano.

¿Qué tal? He regresado a mi estilo descriptivo, espero que os haya gustado. A mí me ha encantado escribirlo, sinceramente, aunque me haya llevado bastante más de una semana y eso que tenía a la musa de mi parte. Estoy intentando hacer capítulos largos para este fanfic, por eso puedo tardar más en subirlos. Supongo que no serán demasiados, cinco o seis como mucho, porque ya tengo la historia perfilada del todo (sólo me falta el final, que no sé qué poner, la verdad).

Puerto Blanco o White Port no existe, fue un sitio que me inventé para la historia.

Cualquier opinión, crítica, sugerencia, etc. es más que bienvenida.

¡Hasta el próximo capítulo!

PD.- El próximo capítulo de "Dos semanas" estará para este miércoles a más tardar, no os preocupéis ^^