Su delicioso pedido tardó menos tiempo en llegar ante sus ojos que el de Ike, y Marth procuró comerlo lento para que el mayor no notase el hambre voraz que sentía. La hamburguesa chorreaba mayonesa por los lados cada vez que agarraba el pan y lo llevaba a su boca, pero no le importaba ni un poco ensuciar sus manos ni esa chaqueta que no era suya. Cuando por fin acabó, bebió de un solo sorbo su coca-cola, se limpió los labios con el antebrazo y reprimió un eructo. Repentinamente, su estricto horario de sueño le pasó la cuenta y sintió sus párpados hinchados por el llanto, más pesados, insistiendo en cerrarse. Por supuesto que no se lo permitió, no iba a quedarse dormido en un local de mala muerte a las cuatro de la madrugada.

- ¿Tienes sueño? - le preguntó Ike con asombro burlón.

- ¿Acaso tú no?

- ¿Yo? - se apuntó a sí mismo - claro que no. Puedo pasar muchas horas sin dormir, pero tú... pareciera que vas a caer en cualquier momento.

- Qué fanfarrón. No lo haré - contestó convencido.

Ike lo entretuvo durante unos minutos hablándole sobre una serie que había visto en la televisión el año pasado, que trataba de un hombre que vendía drogas porque tenía cáncer o algo así; luego de escucharlo por un rato, comenzó a oír un murmullo en su mente y toda su concentración se fue hacia esa voz, hacia ese nombre que se repetía una y otra vez, hacia esa fantasía que lo atormentaba. Era como si él hubiera estado ahí presente cuando ocurrió, viéndolo todo, atento a cada detalle para no perderse una sola oportunidad de odiar a la chica que lo había traicionado.

Zelda. Puedo verte. Estás frente a mí rodeada de sombras que bailan, sé que hay música, pero yo no la oigo. Veo esa cabellera rubia y sólo puedo pensar en abalanzarme sobre él y romperle la cara a puñetazos. Pero no lo hago... yo sólo espero. Me limito a ser un espectador. Él camina hacia ti y te planta un beso. Zelda... ¿no soy lo suficientemente bueno para ti? ¿Acaso no te gustaba yo? ¿Sabes? Si me hubieras dicho que ya no me querías y que ibas a volver con Link, lo habría aceptado. Me habría dolido, pero mucho menos que tu decisión de ocultarme la verdad. Se besan una y otra vez, a veces se separan para tomar aire pero pronto vuelven a unirse. Se besan. ¿Qué más van a hacer? ¿Subir hasta tu habitación? ¿Te aburriste de mí porque no te toqué ni te miré con lujuria? Al final es verdad que son todas iguales.

Ike había dejado de hablar hacía unos minutos y se había quedado mirándolo con esos ojos azules que llevaban a Marth de vuelta a esa mañana en el hospital.

- No pienses más en ella - le pidió el mayor, ofreciéndole una expresión entre seria y compasiva. Acto seguido, se puso de pie y le extendió la mano.

- Vámonos de aquí. Tienes que dejar de pensar en ella o con lo pesimista que eres acabarás suicidándote - Ike sonrió. Marth soltó un suspiro y sonrió ante su broma. Tomó su mano para levantarse de la silla y luego se apoyó en las muletas.

- ¿A dónde iremos? - preguntó, sacando dinero de su billetera y dejándolo sobre la mesa. Ike lo imitó.

- Conozco un buen lugar, pero hay que caminar un poco.

- Nada de clubs de strippers o cosas por el estilo - le advirtió Marth. Ike soltó una carcajada y negó con la cabeza.

Salieron del local a las cuatro y media de la madrugada, con el viento helado acariciándoles la cara, y a Ike además de eso, los brazos.

Caminaban siguiendo el ritmo lento de Marth en completo silencio, cada uno envuelto en sus propios pensamientos. A Marth le sorprendió que Ike no encendiese un cigarrillo en todo el trayecto.

- Así que "Marthy", ¿eh? - comentó Ike de pronto, en tono burlón, dirigiéndole una mirada divertida y reprimiendo una carcajada. El menor llevó todo el peso de su cuerpo hacia su lado izquierdo, levantó la muleta derecha e intentó golpearlo, cosa que no logró, pues Ike lo anticipó y se alejó de un brinco, riendo.

- No te enojes - pidió el mayor.

- No me digas así - masculló el otro, volviendo a repartir su peso en ambas muletas, retomando la marcha.

- ¿Y por qué dejas que Red te lo diga?

Marth no supo reconocer con certeza lo que su tono de voz sugería.

- Ya le dije que no siguiera, pero el idiota sigue llamándome así.

- Ya. ¿Entonces yo también puedo inventarte un apodo?

- Tienes la mentalidad de un niño.

- Qué amargado... Marthy - Ike volvió a reír.

El menor puso los ojos en blanco y permitió que una pequeña sonrisa apareciera en su rostro.

Continuaron bajando y doblando por las calles por media hora o tal vez un poco más, Ike mofándose y Marth farfullando, riendo de vez en cuando, internándose de a poco en barrios cada vez más desiertos y oscuros. Marth estaba asustado, pero lo calmaba el hecho de estar con Ike. El mayor se detuvo frente a un alambrado que guardaba una casa de dos pisos en muy mal estado, casi sin tejado y de vidrios rotos.

- ¿Q-qué es este lugar? - quiso saber Marth, sin poder ocultar sus nervios.

Qué lugar tan tétrico...

- Bueno, antes no estaba este alambrado... - dijo Ike pensativo - quizás si nos agachamos... sí, sí cabemos, no es un espacio pequeño... es suficiente...

- ¿Qué es esto?

- Tranquilo. Eh... acuéstate en el suelo. No puedes agacharte, ¿cierto?

- Espero que estés bromeando.

- No, mira... acuéstate así y luego ruedas hacia el otro lado, a menos que puedas gatear, pero no sé... porque como tienes que usar esas cosas...

- ¿Te has vuelto loco? ¡Es propiedad privada! ¡Además me... me pone nervioso!

Ike ya estaba apoyado sobre sus cuatro extremidades, pasando por debajo del alambrado que dejaba el espacio perfecto para que cupiera su cuerpo en esa posición.

No... no voy a hacer esto. ¿Y si viene la policía? ¿Y si nos arrestan por invadir propiedad privada? Ah, no... yo no...

- Vamos, Marth - le dijo Ike del otro lado - o te lo vas a perder.

- ¿Q-qué cosa? ¿Hay... hay fantasmas allí? Yo no... no quiero...

Ike rio.

- Qué cosas dices. Eres tan raro, Marthy - bromeó - te aseguro que si no vienes te vas a perder de algo maravilloso.

Marth intentó agacharse, pero sintió una punzada terrible en la pierna y tuvo que ponerse de pie mientras gritaba de dolor.

- ¿Estás bien? - preguntó Ike preocupado - ¡lo siento! No creí que...

- ¡Pésima idea, idiota! ¡Pésima idea! - se quejó Marth entre gemidos.

- Ya sé qué hacer. Dame unos segundos.

Ike comenzó a patear uno de los palos a los que estaban atados los alambres. Tras un minuto de brutalidad, logró derribar el tronco y parte del alambrado.

- Ahora sí que nos lleva detenidos la policía - masculló el menor.

- Ya está, ven - lo llamó el mayor, orgulloso de su trabajo. Marth lo miró con odio y pasó por encima del alambrado.

El lugar era aun más tétrico de ese lado. Estaba muy oscuro todo.

- Vamos - Ike comenzó a caminar en dirección a la casa con Lowell detrás, que no sabía si temblaba de frío o de miedo.

Ike abrió la puerta con facilidad y ambos se adentraron en la casa, que crujía con cada paso que daban.

- ¿Qué es este lugar? - preguntó Marth más calmado, mirando a su alrededor. La pintura de las paredes estaba desteñida, el suelo de madera muy sucio, y había muebles rotos por doquier.

- Sólo una casa abandonada - respondió Ike - ¡hasta que ocurre la magia! – agregó entusiasmado.

- ¿Magia? Te refieres a... es decir... ¿fantasmas? - Inquirió el menor, sintiendo escalofríos - si algo llega a ocurrir, te juro que-

- Marth - Ike volteó, serio, poniendo los ojos en blanco, pero rápidamente su mirada se posó en algo que había detrás de Lowell, y su seriedad se transformó en pánico - ¿¡Qué es eso!? - Gritó, señalando con el dedo.

¿¡Qué es qué!? ¡Vamos a morir!

Marth ahogó un grito, y volteó aterrado, pero lo único que había tras él era una pared con una ventana rota, una silla cubierta de polvo y una mesita de té en el mismo estado deplorable.

- ¿¡Q-qué es!? ¿¡Dónde está!? - el menor miró hacia todos lados, cada vez más angustiado. Retrocedió tan rápido como se lo permitieron sus muletas hasta que chocó con el gran cuerpo de Ike, que se había mantenido inmóvil. Marth lo miró, desconcertado, y su miedo se volvió rabia al verlo reprimiendo sus carcajadas.

¡Estúpido!

- ¡Estúpido! ¡Casi me matas! - gritó aun alterado.

¿Cómo pudo?

- ¡A mí también, pero de risa! - rio Ike, apartándose del menor antes que éste intentara golpearlo con sus muletas - No hay fantasmas, ya te dije. Es otro tipo de magia. Sígueme.

El mayor comenzó a subir por los peldaños de la escalera, que crujía aun más que el resto de la casa.

- ¡Eres un idiota! ¿Crees que después de lo que hiciste te voy a seguir? ¡Estás loco! Yo me voy de aquí. Ya me diste demasiadas razones para volver al internado...

Marth, enfadado, dio medio vuelta. No alcanzó a dar ni dos pasos cuando Ike lo tomó en sus musculosos brazos, haciéndolo botar sus muletas al suelo. A pesar de ser él más alto y fornido que Marth, le costaba trabajo avanzar, sobre todo con el menor resistiéndose con tanta energía.

- ¿¡Y ahora qué!? ¡Bájame ahora! ¡Ike, bájame ahora!

¿¡Qué te has imaginado!? Esto es lejos lo más humillante que... no, hay cosas más humillantes. Pero, ¿cómo se atreve?

- No sobrevivirías el camino de regreso tú solo, Marthy, además, ya estamos aquí, ¡ey! Quédate quieto... No, deja de mover la pierna, te dolerá si te mueves... Uf... no pensé que pesaras tanto...

- ¡Maldición, Ike! ¡Bájame! ¡Idiota! ¡Ouch, mi pierna! ¡No puedo creer que...! ¡Ah! ¿Para qué me esfuerzo? ¡Tienes la cabeza hueca!

Luego de subir los quince peldaños, Ike bajó a Marth con delicadeza. El menor estaba harto, y de haber tenido sus muletas se habría encargado de apalear a Ike. El segundo piso estaba aun más iluminado que el primero, ya que le faltaba una buena parte del techo y de la pared frontal, y aquello permitía a la luz de la luna entrar. No había muebles. Lo único que se veía era una puerta abierta que daba a un baño en mal estado, y el resto era un espacio amplio y abierto.

- ¿Qué hay de "mágico" en esto? - Masculló Marth, despreciando cada rincón del lugar.

- Ya verás. Siéntate aquí - le dijo, mientras se recostaba en el suelo, frente a la pared que faltaba. Recién entonces, el menor se percató de la vista. Continuando el camino de bajada, a varias casas y varios kilómetros de donde estaban, se encontraba el océano, iluminado por la tenue luz de lo que pronto sería el amanecer.

Lowell curvó una sonrisa y entre gemidos y punzadas, logró sentarse junto a Ike.

- Te presento mi lugar favorito – le dijo el mayor con satisfacción.

- Creí que tu lugar favorito era el cubículo del baño, disfrutando de un cigarro – bromeó el otro, para sorpresa y agrado de ambos.

- ¿Esa fue tu primera impresión de mí?

Marth sonrió al recordar su primer encuentro el día que llegó al internado.

En ese entonces sólo me pareció un gigantón sin cerebro…

- No te culpo… en todo caso, es mejor que no sepas cuál fue mi primera impresión de ti – rio Ike.

- ¿Qué podrías haber pensado tú de mi? – se ofendió el menor.

El mayor no dijo nada. Se incorporó y le dedicó una mirada divertida.

- ¿Qué? – quiso saber Marth.

- Bueno… en primer lugar no pensé que fueras tan odioso – respondió, manteniendo la expresión.

¿Odioso yo?

- Bah – Lowell puso los ojos en blanco.

- Pero fuera de eso, me agrada estar contigo. Eres muy fácil de leer – agregó el mayor.

- ¿Qué significa eso?

- A simple vista: el hijo perfecto, que viene de una familia muy estricta. Pero es muy obvio que por dentro deseas escapar de todo eso y estás tan enojado contigo mismo por no atreverte a romper esas cadenas, que te desquitas con todo el que intenta acercarse a ti.

Marth lo miró boquiabierto, sin saber qué decir. Al parecer, Ike sabía más de él de lo que le habría gustado.

- Debo confesar que me dolió mucho lo que dijiste en el baño el otro día. Sé que no piensas que te conté lo de mi padre para dar lástima, pero, de todas formas, Marth, creo que te luciste – rio Ike – ¿y aun no me crees que seas odioso?

El menor frunció sus labios en una sola línea y bajó la mirada.

Es cierto. No debí decir muchas cosas…

- Oye – le habló Ike, poniendo una mano suavemente en el hombro del otro – sólo bromeo. Lo que haya pasado, ya no importa.

Marth soltó un suspiro y asintió de mala gana.

- Pronto va a amanecer – comentó el mayor, apuntando hacia el frente. Empezaba a aclarar.

Es primera vez que veo un amanecer… es primera vez que me da igual no haber seguido las reglas. Voy a recibir un castigo en el internado, pero este momento… esta noche… si bien ha empezado de la peor forma posible, ahora la estoy disfrutando.

- Disfruta lo sencillo de la vida. Son cosas como estas las que valen la pena, Marth. Cosas tan simples como ver un amanecer… de verdad quiero que lo recuerdes – le dijo el mayor, con la mirada perdida en las luces que se reflejaban en el océano distante.

Supongo que sí hay algo que puedo aprender de Ike. A veces quisiera no sufrir ni complicarme la vida por cosas que no valen la pena…

- Gracias – murmuró el menor.

Intercambiaron un par de palabras hasta que pudieron ver la salida del sol. Marth dejó escapar un gran bostezo, que le recordó lo cansado que estaba. Sin pensarlo mucho, se recostó sobre el suelo de madera y permitió que sus ojos se cerraran. Se sentía en parte derrotado y en parte resiliente, una parte de él aún sufría por la traición de la chica de la cual se había enamorado, mientras que otra parte agradecía cada hecho que lo había llevado hasta ese lugar en ese momento. Su respiración se volvió cada vez más lenta y profunda.

Cuando volvió a abrir los ojos, la luz del sol le acariciaba la cara y las manos, únicas partes de su piel que escapaban de la ropa que llevaba puesta. Entrecerró la vista y tardó unos segundos en comprender que se había quedado dormido. Pero había descansado, se sentía menos destruido que cuando había apoyado la cabeza en el piso duro y no había sufrido por ninguna pesadilla. Lento y torpe se incorporó, cuidando de no mover las piernas. A su lado, Ike dormía plácidamente, dándole la espalda.

- ¿Así que puedes pasar "muchas horas sin dormir", no? – se burló Marth sonriendo. De pronto, se percató del contexto en el que estaban ambos - ¡Mierda! ¡Las clases!

Con una mano sacudió a Ike por el hombro.

- ¡Ike! Hay que volver al internado – le dijo, sintiéndose invadir por el miedo al imaginar qué cara les pondría Snake.

- Un minuto… o cinco… - lo oyó murmurar medio dormido. Lo zamarreó con más fuerza.

- ¡Despierta grandísimo…!

- ¿Qué? – Ike se volteó hacia él, confundido - ¿Marth? ¿Qué pasa?

- ¡Tenemos que volver ya! Las clases… ¡Snake!

Ike cerró los ojos, soltó un largo suspiro y soltó una risita.

- ¿Por qué te importa tanto ahora? – Se puso de pie y estiró sus brazos, bostezando – te quedaste dormido así sin más… pensé que te daba igual.

- ¿Me quedé dormido? ¡Tú estabas durmiendo también!

Ike rio y negó con la cabeza. Lo ayudó a ponerse de pie y dejó que se apoyara en él para poder caminar, ya que sus muletas habían quedado a los pies de la escalera.

- Te desplomaste en el suelo y te pusiste a roncar enseguida. Me dio lástima despertarte porque sé que tuviste una noche de mierda y te veías muy tranquilo, así que me dormí yo también. No es mi culpa – se excusó Ike.

- Agh… da igual. Vámonos ya.

Bajaron al primer piso con cuidado, recogieron las muletas de Marth y salieron de la casa con el sol sobre sus cabezas. Procuraron ir lo más rápido posible hacia el internado, pero resultaba complicado con la pierna del menor en ese estado.

Cuando llegaron al internado, Snake no estaba esperándolos en la puerta como habían temido. Entraron a la sala principal de paredes celestes y grandes ventanales y allí lo vieron, sentado frente a la mesa, con un cigarrillo en la boca, dedicándoles una mirada de pocos amigos que, junto con la camisa deportiva que dejaba al descubierto los músculos de sus brazos, les produjo escalofríos.

- Ni siquiera voy a pedirles una explicación para esto – comenzó a hablar el hombre con una voz pausada pero que se notaba que contenía unas ganas enormes de estrangular a los muchachos en ese mismo momento. Exhaló el humo con calma y apagó el cigarro contra el cenicero con tanta fuerza que los chicos pudieron ver las venas marcadas en sus bíceps. Recién en ese momento Marth le tomó el peso a sus acciones.

Es el fin. Nos van a expulsar. Me van a expulsar.

- Nada – continuó hablando el inspector, levantándose de su asiento – y repito, NADA – esta vez su voz resonó en toda la sala mientras se acercaba a los muchachos – puede excusarlos de no haber llegado anoche y de haberse saltado las clases de esta mañana.

- Lo sabemos – respondió Ike, cabizbajo. Marth lo miró sorprendido, pero luego comprendió que él era el experto en recibir castigos, por lo que probablemente sabía cómo actuar en esas situaciones.

- ¿Y usted, Lowell? – Snake se acercó a él y se quedó a menos de diez centímetros de su mirada aterrada - ¿Entiende la gravedad de la situación?

Marth tragó saliva y desvió la mirada de los ojos furiosos del mayor. Asintió sin pronunciar palabra alguna.

- Un castigo – dijo Snake, alejándose de él, dándoles la espalda – es lo mínimo que pueden recibir, pero si dependiera de mí los dos estarían expulsados.

Los miró pensativo y serio. Se cruzó de brazos y frunció los labios en una sola línea tensa.

- Por no haber regresado anoche, no podrán salir del internado por dos semanas– sentenció luego de unos segundos de silencio – y por haberse saltado las clases de esta mañana, ambos deberán colaborar con el aseo de todas las salas durante cuatro semanas en el horario de la tarde. Ahora, como han tenido el descaro de mezclar esas dos impertinencias, se les sumará un tercer castigo, que es más bien una advertencia: si alguno de los dos obtiene una calificación bajo cuatro en cualquier prueba que rindan en lo que queda de este semestre, serán suspendidos.

- ¿Ambos quedaremos suspendidos aunque sólo uno obtenga una calificación baja? – preguntó Marth desconcertado, intentando convencerse a sí mismo de que había un malentendido.

- Eso es lo que dije, Lowell – asintió Snake, fastidiado.

Estoy condenado. Ike no estudia, no entiende nada…

El inspector miró su reloj de pulsera y suspiró.

- Son las 12:50. El almuerzo es en dos horas más. Como no saben respetar las reglas, se quedarán aquí hasta entonces. De todas formas deben llenar unos papeles con sus datos por el lío en el que se metieron. Lowell, usa la silla de mi escritorio. Voy a ir a buscar los papeles y quiero que cuando vuelva no hayan movido un solo músculo. ¿Queda claro?

- Clarísimo, señor – respondió Ike, fuerte y claro.

- Sí, queda claro – contestó el menor, más tímido que su compañero.

Snake se alejó por el pasillo mascullando algo inentendible y sólo entonces Marth se dirigió hacia la silla para sentarse. Dejó las muletas apoyadas en la misma mesa.

- Bueno, pudo ser peor – comentó Ike, mucho más relajado.

- Por un momento creí que nos expulsarían, así que sí, pudo ser peor – concordó el menor.

En dos minutos Snake regresó a la sala con unas hojas de papel y una silla en la otra mano, que obviamente era para él mismo y no para Ike. Puso cuatro hojas con algo escrito en ellas en la mesa y la silla junto a la puerta principal. Se sentó, estiró las piernas y habló.

- En la mesa están los lápices. Deben llenar con sus datos personales las dos hojas. Nombre, edad, bla bla bla…

Ike se acercó al escritorio y se inclinó para poder comenzar a escribir. Marth ya había empezado, pero sabía que daba igual terminar pronto, pues de cualquier forma tendría que esperar hasta las 14:45 para ser liberado.

Nombre… Marth Lowell… Edad… 17 años… Motivo de sanción… ¿Qué debería colocar aquí? Eh… tal vez debería preguntar…

Levantó la mirada de la hoja y se cruzó con los ojos penetrantes y severos de Snake. Desvió la vista rápidamente.

Nop, claramente no debería preguntarle nada, absolutamente nada, nunca jamás en mi vida. Dios, ¿por qué me mira así? Entiendo que haya sido irresponsable llegar a esta hora, pero no es razón para querer asesinar a alguien. Siento como si en cualquier momento se fuera a levantar de la silla y… ya, ya, concéntrate, Marth, no quieres quedar como un idiota por no saber qué colocar en este espacio. Motivo de sanción… ¿llegar tarde? No… vamos, no puede ser tan difícil…

- ¿Algún problema, Lowell? – inquirió el inspector con tono molesto.

Marth lo miró y tragó saliva.

- Eh… es que… ¿qué debería escribir en "motivo de sanción"? – habló apenas.

- Dije "datos personales". ¿Eso parece un dato personal para usted, Lowell?

- Creo que ese término es muy relativo… - respondió Marth para luego arrepentirse.

- ¿Los castigos que recibieron también le parecen relativos?

Ike miró a Marth y le hizo un gesto casi imperceptible con el rostro para que terminara aquella conversación.

- No, señor. Está todo… claro – respondió el menor.

- Bien. Tu compañero es experto en llenar estos papeles, es tan simple como ver qué llena y qué deja en blanco.

Marth volvió a lo suyo y copió el formato de Ike. En diez minutos ambos ya habían terminado. Ike estiró los brazos hacia arriba y luego hizo sonar sus nudillos. Luego, se apartó del escritorio y se sentó con la espalda apoyada contra la pared.

Entre suspiros, cruces de mirada y bostezos transcurrieron las dos horas que faltaban para el almuerzo. Snake se aseguró de que los muchachos se dirigieran al casino, acompañándolos.

- A las 17:45 en la entrada. Si no están ahí, se considerará como si no hubieran cumplido con el castigo y serán sancionados gravemente. ¿Queda claro o he utilizado un término demasiado relativo para usted, Lowell? – Preguntó el inspector cuando entraron. Sin esperar una respuesta, se separó de los chicos y comenzó a hacer su recorrido usual por el lugar.

Ike y Marth cogieron una bandeja y se sentaron en una mesa que se hallaba vacía. Antes de sentarse, Marth no pudo evitar fulminar con la mirada a Link, que los observaba a pocas mesas de distancia. El rubio desvió la vista rápidamente.

- ¿Qué clase tienes después de esto? – le preguntó Ike antes de llevar un trozo de carne a su boca.

- Música. Es probable que termine antes, así que no habrá problema en llegar a la hora. ¿Y tú?

- Matemáticas. No creo que termine antes, pero puedo correr.

- Debes correr. Si alguno no llegara la sanción sería para los dos… lo que me recuerda, cuando mencionaste en casa de… de Zelda – pronunció aquel nombre con desdén – que habías subido tus calificaciones… ¿te referías a notas superiores a un cuatro?

Ike miró hacia el techo y soltó un suspiro, mientras se rascaba el cuello.

Maldita sea, Ike…

- Tomaré eso como un no – Marth también dejó escapar un suspiro y comenzó a dar golpecitos continuos a la mesa con sus dedos – Al menos entiendes que si no haces algo por mejorar eso me metes en problemas a mí, ¿cierto?

- Tranquilo, lo sé… - contestó el mayor, ahora mirándolo – se me ocurrió que tal vez podrías ayudarme. Si sé que voy un curso más arriba que tú, pero con tu súper inteligencia no sería difícil que me explicaras.

- ¿Quieres que yo…? Agh… Ike, ya tengo suficiente con Red y su… - miró a su alrededor y bajó el volumen de su voz antes de continuar – séquito de ineptos.

- Pero no es tu obligación ayudarlos a ellos, Marth. Tampoco estoy diciendo que sea tu obligación ayudarme a mí, pero al menos eso sí te beneficiaría, ¿o no?

Tiene razón… además, ya no necesito que cuiden mi espalda. Ya hice las paces con Ike y los matones no se meten con él. Quizás… puede que… pero no lo sé… creo que tiene razón.

- Lo pensaré… de todas formas tengo que hablar con Red para decirle que nuestro trato… quiero decir… que ya no lo ayudaré más.

- ¿Trato? ¿Qué clase de trato había entre ustedes?

- No era nada. Una estupidez, en serio. No preguntes más o empezarás a fastidiarme.

Ike se encogió de hombros y siguió devorando su plato.

Cuando se separaron para dirigirse a sus respectivas aulas para la siguiente clase, Marth se percató de que aún llevaba puesta la chaqueta negra del mayor. Aquello lo hizo sentirse incómodo. Esperaba que nadie se hubiera dado cuenta.

Al entrar a la sala fue interrogado por Red, mientras llegaban sus otros compañeros y el profesor.

- ¿Qué fue eso? ¡Estabas almorzando con Ike! No supe si acercarme o no… lo siento, lo siento, lo siento… es que se veían muy tranquilos, así que supuse que no necesitabas que te defendiéramos… ¿Te golpeó? ¿Te amenazó?

- Red, cállate. Hicimos las paces, todo está bien, fin de la historia. No hagas más preguntas.

El otro puso los ojos en blanco y curvó una sonrisa burlona.

- Marthy, Marthy… tanto misterio… pero está bien, no preguntaré.

La clase comenzó y los estudiantes debieron armar grupos de a tres y escoger un instrumento. Red y Marth fueron los únicos en trabajar de a dos. Resultó ser una actividad bastante frustrante para Lowell, que se manejaba con bastante destreza en el teclado, mientras que Red era un cero a la izquierda.

- Pero no entiendo, tienes que ir más lento. ¡Ni siquiera sé leer estos puntitos! – reclamó Red, dando un manotazo a las teclas del instrumento.

¡Agh! Esto es… tan frustrante. Respira, Marth, respira.

- Primero, se llama partitura, no "puntitos". Segundo, no puedes usar pulgar, índice y dedo corazón para tocar un acorde de este tipo, ¡es absurdo! Concéntrate, ¿quieres?

Red reprimió una carcajada.

- ¿Qué rayos es "dedo corazón"? – preguntó entretenido.

Marth lo fulminó con la mirada.

- ¡Es el dedo del medio, ignorante!

El otro disfrutaba verlo rabiar y Lowell se impacientaba cada vez más.

- Em… ¿Puedo hablarte un segundo, Marth? – oyó de pronto la voz de Link a su espalda. Desconcertado, volteó. Al verle la cara, todos sus sentimientos volvieron y le hicieron apretar los puños y tensar la mandíbula, todo para contener el impulso de abalanzarse sobre el rubio y molerlo a puñetazos.

Red murmuró indiscretamente lo incómoda que era la situación y volvió la mirada hacia la partitura, sólo para no ser parte del altercado.

- Sólo un momento – agregó Link, desviando la mirada.

¿Y ahora qué quiere? ¿De qué otra forma va a seguir molestándome?

- Está bien – accedió luego de unos segundos de silencio, y acabó siguiendo a Link hacia un rincón de la sala.

- ¿Cómo estás? – preguntó el rubio, más como modo de introducción que por preocupación. Marth sólo pudo reír. Fue una carcajada fría e hiriente.

- ¿Pues tú qué crees? – soltó el peliazul, indignado.

Link dio un suspiro.

- Sé que me he portado como una pésima persona contigo, Marth… pero no culpes a Zelda. Ella se siente muy mal por lo que pasó, quiere que sepas que-

- Ya, ya, cállate, Link – espetó fastidiado, sin ánimo de seguir escuchándolo – Zelda es tan falsa como tú. Hagan lo que quieran, me da igual. Sólo no vuelvas a aparecerte frente a mí, y menos, a dirigirme la palabra. Y ya que estás de mensajero, puedes decirle a esa que me da igual cómo se sienta. Ya está hecho, y nada va a cambiar el hecho de que sean un par de mentirosos. No tengo nada más que decirte o escuchar de ti – concluyó dirigiéndole una última mirada altanera y volvió con Red apoyándose en sus muletas, sin dar tiempo al rubio de pensar siquiera qué contestar.

Airoso, Marth se permitió a sí mismo curvar una sutil sonrisa en su semblante.

Al acabar la clase de música, el peliazul se encaminó hacia la recepción a ver a Snake, para cumplir con su castigo. Allí se encontró con Ike, que lo estaba esperando. Snake le entregó una escoba a cada uno y los mandó a que comenzaran por la sala de artes visuales, que probablemente sería la más sucia.

- Señor… eh… no creo que pueda barrer, porque debo usar las muletas… - habló el menor. Snake puso los ojos en blanco sacándose el cigarrillo de la boca. Exhaló el humo y le entregó un paño y un balde con detergente mezclado con agua, que Ike recibió por él.

- Entonces quite las manchas de las mesas, Lowell – ordenó el inspector, comenzando a impacientarse. Luego les hizo un gesto con la mano para que se retiraran.

- Debemos darnos prisa… a las siete quedé de ayudar a Red con matemáticas – dijo Marth al entrar a la sala. Efectivamente, estaba muy sucia y desordenada. Ike dejó escapar una risita.

- Como si no pudiera estudiar por su cuenta – comentó burlón, comenzando a barrer los pedazos de papel esparcidos por el suelo.

- Al menos se preocupa por subir sus calificaciones – le respondió el otro, sentándose en una silla y empezando a fregar las manchas, los dibujos obscenos y las palabras vulgares escritas en la mesa.

- ¡Oye! Yo también me preocupo. Por algo te pedí que me ayudaras…

- Te preocupas, pero no te ocupas.

Ike lo miró extrañado sin dejar de barrer.

- ¿Entiendes la diferencia, al menos? – le preguntó Marth.

- ¿Qué tal si me ayudas a ocuparme, entonces? – Insistió Ike.

- Te dije que lo pensaría. ¡Aún no lo pienso!

- Está bien… Marthy – le sonrió jocoso.

¡Otra vez con lo mismo!MNSDF continuar.

shizo de su pro, "spira.

nstrumento.

sto ratis. te.

tar con los . abriueda continuar.

shizo de su pro

Marth sumergió el paño en el agua con detergente y se lo arrojó, dándole en el pecho.

- ¡Ey! – se quejó el mayor, arrojándoselo de vuelta. Marth, que sonreía malicioso, lo recibió con un agarre perfecto entre sus manos. La camisa de Ike había quedado mojada y teñida de un suave color azul en el lugar del impacto. Sonriendo y negando con la cabeza se acercó a la ventana y comenzó a desabotonarse la prenda.

Va a… oh. Está bien. Fue mi culpa, después de todo. Da igual. Tan sólo va a dejarla en la ventana para que se seque. No está intentando nada. Aunque admito que me incomoda un poco verlo así…

Dándole la espalda mientras colocaba su camisa en la ventana estratégicamente para que se secara, Ike mostraba al menor su espalda ancha de músculos marcados. Marth desvió la vista hacia la mesa y se quitó la chaqueta para entregársela. Ike la recibió con gusto y se la colocó.

Estuvieron media hora ocupados en esa sala, y repartieron el resto del tiempo que les quedaba antes de las siete entre cuatro salas más. Ike fue a devolver los implementos a Snake y Marth se dirigió a la biblioteca.

Red estaba sentado esperándolo con los apuntes sobre la mesa. Al acercarse, Marth notó que tenía muy mala cara: estaba más pálido que de costumbre y la posición en la que estaba (con el tronco un poco hacia adelante) denotaba que le debía doler el estómago.

Se ve terrible. Quizás no pueda estudiar así, y podré volver antes a mi habitación a descansar un poco.

- ¿Estás enfermo? – le preguntó el peliazul, sentándose frente a él.

Red negó con la cabeza.

- Tengo nauseas… sólo un poco.

- ¿Por qué no vas a la enfermería?

- No, se va a pasar. Debo haber comido algo. No sé. O quizás – comentó, cambiando su expresión a una más graciosa – me hizo mal tanta tensión en la clase de música. ¿Qué fue eso? Link y tú… cada día se odian más.

- Nada. Es un idiota y ya le dije que dejara de molestarme, fin del tema.

Red reprimió una carcajada que pronto se transformó en una mueca de dolor.

- Tanto misterio, Marthy. ¿Sabías que contar secretos ayuda a liberar estrés?

- Buen intento. No tengo nada que contar. ¡Y ya deja de decirme así!

Sin darle más vueltas al asunto, se dedicaron a estudiar, lo que resultó bastante difícil con Red quejándose cada cinco minutos.

A la mañana siguiente, Marth se sintió un poco mal por su compañero al enterarse por boca del profesor de castellano, Dedede, que habían tenido que llevarlo a urgencias por apendicitis. Y ese habría sido el único acontecimiento anormal de su día de no ser porque, cuarenta minutos después de empezada la clase, Snake entró a la sala. Todas las miradas se volvieron hacia él y el profesor dejó de leer en voz alta a Bécquer.

- Lowell – habló el inspector con su dureza habitual. Marth tragó saliva, sin comprender.

¿Qué hice? Esto… no puede ser. Nunca he causado problemas… ¿Será por el castigo? ¿Van a expulsarme del internado?

- Acompáñeme – ordenó. Marth se puso de pie ante los ojos de todos y se dirigió hacia la puerta. En medio de su trayecto cruzó miradas con Link, quien no fue capaz de mantener el contacto visual.

Salieron de la sala y el peliazul estuvo a punto de preguntar qué ocurría, pero antes de que pudiera dejar salir las palabras, Snake habló.

- Tiene visitas, Lowell. Su padre está con el director.

¿Mi… padre?

Marth quedó en blanco y mil ideas cruzaron su mente.

Ha ocurrido un accidente. Alguien murió. O quizás… quizás sabe lo del beso… Oh, no sé qué sería peor. Tal vez sólo quiere saber cómo estoy… no, pero para eso habría llamado. ¿Y si se siente culpable por haberme traído a este internado? Bah… no, no… pero, ¿y si en verdad murió alguien?

- Preste atención, Lowell – le advirtió el inspector, fastidiándose. Al parecer había estado diciéndole algo. Marth lo miró inquieto y asintió.

- Bueno, ¿quedó claro cómo llegar a la oficina del director o debo hacer de guía turístico? – le preguntó.

- Eh…

Snake puso los ojos en blanco y comenzó a caminar.

- Un año en el ejército, eso es lo que falta… entre otras cosas – lo oyó mascullar. Tan rápido como se lo permitían sus muletas, le siguió el paso.

Llegaron al despacho del director en tres minutos. Snake abrió la puerta, sin golpear.

- Ya está aquí – dijo.

- Pasa, Marth – le pidió el director.

Después de meses, voy a dejar que mi padre me vea… y en este estado tan deplorable. No quiero escuchar todo lo que va a decir de mí…

El peliazul se armó de valor y entró. Lo primero que vio fue la mirada de reproche de su padre, que lo atravesaba como una estaca y le cortaba la respiración. Estaba de pie, y se veía tan imponente y severo como siempre.

- Siéntate – dijo Master Hand, señalando una silla frente al escritorio. Recién entonces notó su presencia.

- Hola – saludó Marth a ambos, no muy convencido de estar diciendo algo coherente.

- Quiero al responsable de esto – fue lo único que contestó su padre, adusto.

Maldita sea. No. No. No. No. No.

- Las muletas son por el accidente en la calle, Cornelius, calma – le dijo el director, invitándolo también a sentarse junto a su hijo.

- Cielos, Marth, ¡no eres capaz ni de cruzar la calle por tu cuenta! – le recriminó Cornelius, alterado. Humillado como se sentía, agradeció para sus adentros que Snake se hubiera retirado de la oficina. Su padre se sentó a su lado.

¿No pudo venir mi mamá?

- Marth es un chico muy listo – comenzó a hablar Master Hand. No se notaba incómodo, para sorpresa del peliazul – es el primero de todas… casi todas sus clases.

- ¿Casi todas? – inquirió el padre, desconcertado.

- Bueno, tengo entendido que no te gustan mucho los deportes – respondió el director, dirigiéndose hacia el menor, que se limitó a sonreír incómodo – pero los profesores están muy felices con sus calificaciones.

- Vayamos al grano, por favor. Me llamaste diciendo que a mi hijo le habían dado una paliza hace unos días.

Ok. Genial. Gracias.

- Dije que lo habían agredido, Cornelius.

¿Por qué tiene que involucrarse en esto?

- Es lo mismo. ¿Por qué no te defendiste, Marth? – lo interrogó su padre.

Ya empezamos. Sólo lo estás empeorando todo.

- Sabía que debíamos meterte a clases de karate en vez de esas clasecitas de piano. ¿O acaso salió Mozart a defenderte?

Si Marth no hubiera estado acostumbrado a esa clase de comentarios, lo habría mirado destrozado, pero su fachada permanecía inmutable.

Cállate. Sólo cállate.

- Cornelius, cálmate – pidió el director, impactado por lo que oía – no es culpa suya que lo hayan atacado.

- Si fueras un chico más duro no se meterían contigo, eso te lo aseguro – le dijo su padre –No quiero que mi hijo no sepa cómo defenderse. Debiste haberle dado un puñetazo a cada uno, Marth.

Puedo sentir toda tu decepción sólo con la forma en que me miras, no necesito que lo pongas en palabras…

- Bueno… el punto de esta reunión – habló el director, carraspeando, notoriamente incómodo – es que necesito que Marth hable. No podremos castigar a los responsables si no dices nada, ¿comprendes? – continuó, ahora dirigiéndose al menor con calma.

No voy a decir nada… sólo los haré enojar más…

- Cuando cumplas dieciocho te meterás al ejército, quieras o no. Tienes que hacerte hombre, no puedo creer que además de permitir que te dieran semejante paliza no te atrevas a decir los nombres de los que te hicieron esto – seguía su padre.

¿Hacerme hombre? Por favor, cállate. Sólo… sólo cállate…

- ¿No vas a decir nada? – Le recriminó su padre - ¿Quieres que vuelvan a golpearte? Empiezo a creer que te gusta que se aprovechen de ti.

- No sé quién fue – mintió de una manera muy convincente, con el rostro inmutable, frío.

- Suficiente, Marth – su padre se puso de pie, exasperado – sabes muy bien quién lo hizo, pero tienes miedo de hablar. Siempre has sido así.

- Cornelius, no creo que esta sea la mejor manera… - titubeó el director, inseguro.

- Sé muy bien que tu madre haría lo imposible para sacarte de este internado y llevarte a otro donde te traten como princesita, pero yo no. O dices quiénes fueron, o te defiendes, o te vuelven a golpear. Es decisión tuya. Ahora contesta, ¿quiénes fueron?

Cada palabra que dices me mata un poco más. No quiero hablar. No sé pelear. Nunca he sabido defenderme. No quiero tener que hacerlo. ¿Por qué me pones en esta situación? No quiero… no quiero más…

- No sé, papá – volvió a mentir, esforzándose porque aquella máscara de indiferencia no se rompiera y dejara al descubierto lo miserable y pequeño que se sentía en ese momento.

Su padre negó con la cabeza y sin decir una palabra más, salió por la puerta.

- Con permiso – dijo Marth, poniéndose de pie, sin mirar al director. Caminó hacia la puerta y sin mirar atrás, se dirigió al baño del primer piso, manteniendo su mente en blanco y su fachada inmutable. Entró a un cubículo, puso el pestillo, se sentó sobre la tapa del retrete y cubrió su cara con ambas manos. Sólo entonces se quitó la máscara y se deshizo en lágrimas, teniendo que tapar su propia boca para evitar que los gemidos se hicieran demasiado evidentes.

"O te defiendes o te vuelven a golpear".

"Tienes que hacerte hombre".

"Princesita".

¿Qué está mal conmigo?