Nunca publiqué esto por que creía que eran tan poco de mí que los dejaba allí vivir en paz en mis fic sin publicar. Pero hoy me he hecho del ánimo de poner algo así por una amiga que me apoyo y que me jodió mucho la existencia, con amor claro.
· Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Himaruya Hidekaz y no hago esto por fines de lucro, sólo por entretención mía y de los lectores.
· Pareja: Alfred/Arthur (USA/UK), otras parejas más adelante.
· Advertencia: Mmm en realidad no sé, pasión, romance, raro, delirante, pequeños tormentos emocionales y reencuentros extraños.
Una silla elegante y de calidad, hermosa y con diseños que dejarían atontados a variadas personas que gustan de las novedades antiguas o la calidad de un mueble como aquel, en ese objeto estaba sentado con elegancia un chico con los ojos algo entrecerrados seriamente revisando unos cuantos papeles de gente que parecía importante.
Poseía unos hermosos ojos verdes que juzgaban el ambiente y daban algo de vivacidad a su fría mirada, eran perfectos. Una piel a simple vista delicada, suave y de color algo pálido. Una hermosa cabellera corta de color rubio perfectamente ordenada y unas cejas algo gruesas y abundantes pero que le daban cierta elegancia cuando sonreía de aquella forma soberbia que había adquirido en el transcurso de los años.
—¿Vargas? —preguntó ante una extraña coincidencia entre los papeles que tenía con los invitados que vendrían dentro de unos pocos días.
—Sí, son unos aristócratas italianos, su fortuna se debe meramente a su antiguo abuelo. Son algo…extraños según rumores así que sea precavido en cuando a hacer negocios con ellos.
—Lo tendré en mente. ¿Algo más?
—El señor Francis lo vendrá a ver este domingo en la tarde.
—Cancélalo.
—Pero señor…
—Si entra a esta casa sírvele algo envenenado.
—Señor…
—Sí, dime ¿Antonio?
El chico titubeó un momento mordiéndose los labios. Era muy arriesgado desobedecer a ese inglés pero Francis había estado esperando hace ya tres meses una cita con el británico y sin fines malos, sólo de negocios, además entre aquel español de ojos verdes y pelo café había una especie de amistad con aquel elegante y atrevido francés. Él era el mayordomo de aquel chico inglés.
No era malo, servía a una familia muy poderosa la cual hace años el tiempo la había olvidado. Sí, era raro que un heredero volviera a aparecer en aquella lúgubre y muerta familia pero aquel chico la había reclamado como suya tomando el mando de las empresas y tierras que poseía sacándola completamente del estancamiento irremediable en que se encontraba.
—Nada señor…
—Yo tengo algo, ve a prepararme un carruaje para partir.
Antonio hizo memoria del día, quince de agosto, seguramente iría al cementerio.
—¿Al cementerio?
—¿Dónde más? —suspiró y tomó un extraño collar con un medallón al que dio dos vueltas entre sus dedos y se puso en la muñeca de plata brillante con dos fotos, una mujer de linda y delicada sonrisa de pelo ondulado de ojos claros y al lado un elegante hombre de pelo revuelto clarito y ojos un poco más oscuros que los de la joven, era sin duda un camafeo.
En éste salía el apellido de la familia "Kirkland", eran sus padres seguramente.
Minutos después fue escoltado hasta el lugar del cementerio dejándolo de inmediato en una soledad un tanto intrigante, le gustaba estar completamente solo en aquel lugar o con sus respectivos sirvientes o mayordomos los más alejados posible. Ese lugar simplemente le parecía tan relajante y familiar.
No le desagradaba nada dar una que otra visita fuera de planes en ese lúgubre lugar de árboles caídos y hojas amarillentas.
Se agachó sólo un poco para casi palpar con sus dedos la inscripción de aquella tumba donde el apellido era "Kirkland", allí estaban sus padres, muertos el mismo día, no recordaba nada del trágico accidente pero tarde o temprano lo haría, era una promesa que se hizo a sí mismo. Ese silencio, esa paz, cerró los ojos con sutileza y luego enfocó su vista adelante abriendo con sutileza los ojos encontrándose con alguien más.
Casi da un tropezón consigo mismo frunciendo el ceño al ver a un curioso chico observarlo fijamente a unos cinco metros de él, trató de no tomarlo en cuenta y apartar la vista mientras se paraba pero éste le sonrió con confianza, como si tuviera el derecho a hacerlo.
—Llevo tiempo sin verte…Arthur…—susurró entre las lapidas un chico tan común y corriente y a la vez diferente, intrigante.
Su piel era pálida como si pocas veces la hubiera tocado los rayos de sol o hubiera tenido siquiera vida, una coqueta sonrisa ladeada, segura, confiada incluso y un traje de elegancia predominantemente negro con plomo lo adornaba, sus ojos azules tenía un extraño brillo cautivante, algo oscuro. Una refrescante presencia.
—Me alegro tanto de verte. Ven conmigo, kiss me. Soy Alfred F. Jones ¿Recuerdas? jajajaja—su risa casi parecía un leve eco.
—¿Qu-é qué demonios es esto? ¿Me estás jodiendo? no te conozco, estás profanando el momento que comparto junto a mis difuntos padres.
Una risa escapo nuevamente del americano al escuchar "Mis difuntos padres"
—Sígueme…—un rápido movimiento y sintió como era jalado por una mano un tanto fría, ¿Cuándo, cómo y por qué?, ni siquiera lo sintió moverse de los metros de distancia que los separaban, y luego, a sólo seis metros de la supuesta tumba de sus padres vio otro lapida.
"Alfred F. Jones" salía en ésta, abrió los ojos al ver allí en aquella inscripción de más de 70 años de antigüedad la fecha de nacimiento y muerte de aquel chico, en primer lugar no era siquiera inglés, era norteamericano.
—Es mi tumba Arthur, lo sabes, tú mismo lloraste falsamente delante de todos esos humanos el día de mi supuesta muerte ¿Lo recuerdas?
—No…
—Es demasiado romántico que vengas aquí, a mi tumba… te he estado viendo durante un año en secreto ¿Sabes?, creía que sólo era una jugarreta tuya los primeros treinta años que me abandonaste, siempre volvemos a tener algo…una y otra vez, una y otra vez…, desapareciste por ya sesenta años… ¿Crees que tengo tanto aguante?
—¿Qué mierda? —el británico no entendía lo que sucedía, ese chico estaba demente ¿De qué demonios estaba hablando?
—Inglés tenías que ser…—rió suavemente. —¿Cómo te lo digo? I love you… no puedo olvidarte, además… siempre termino enamorándome de ti…
El británico volteó dejando de observar la tumba donde salía la inscripción de la muerte de aquel muchacho, aquello ya le estaba asustando, era un verdadero enfermo ¿Enamorarse de él? ¿Qué se conocían?
—Una y otra vez, una y otra vez…me termino enamorando nuevamente de tu rostro, de tus ojos, de tu sonrisa, sacas lo peor de mí…
Lo tomó entre sus brazos y tiró un poco su cuello hacia el lado izquierdo y luego lo deposito en éste, los labios del británico rozaban casi la piel del cuello de aquel extraño chico por el empuje de éste sobre su nuca, se removió con fuerza tirando al chico unos cuantos pasos atrás de un gran empujón.
—¿Quién mierda eres tú? ¿Sabes que tengo el poder de acabar contigo y tu familia ahora mismo?
—"¿Quién mierda eres tú?" —repitió con cierta incertidumbre mientras su deleitante sonrisa era reemplazada por un deje infantil, de inocencia y disentimiento. —¿Cómo es eso de que no recuerdas?
Un silencio se apoderó de ambos mientras Arthur miraba hacia los lados viendo si alguno de sus sirvientes venía hasta aquel lugar, no quería estar un minuto más con aquel loco y no quería ensuciarse las manos en un forcejeo para acabar con su mugrienta vida.
—¡Tú me deseas! ¡Yo te deseo! ¿Qué demonios pasa Arthur? ¿Realmente aquella vez me estabas dejando en serio?
—No sé qué demonios hablas, estás enfermo, no vuelvas a ponerme un dedo más encima… maldito y asqueroso demonio…
—¿Me estás coqueteando? —rió acercándose mientras el británico retrocedía. —"Maldito y asqueroso demonio" ¡Estás coqueteándome Arthur! y así y todo dices que no me resista a ti…
Otro paso más cerca, el inglés ya estaba tomando una pequeña navaja de mano por si aquel extraño y demente chico seguía acercándose.
Sombra, oscuro, silencio, penumbra.
Todo pasó tan rápido, de un momento a otro tenía ya sostenido el mango del arma blanca lista para ser usada y al frente suyo no había absolutamente nadie, como si hubiera sido un sueño, no, más bien una pesadilla.
Volteó a ver con el pecho agitado detrás suyo mientras miraba la confundida cara de Antonio. Le explicó que había venido al escucharlo hablar solo. ¿Solo? ¿Estaba bromeando verdad? él había estado con un chico minutos atrás, un extraño y acosador chico ¿Sólo él lo vio? ¿Qué demonios era eso?
Arthur no lo sabía, pero desde aquel momento su rutinaria vida comenzaría a dar más vueltas de las que debería revelando un pasado que quizás era mejor tenerlo enterrado y oculto como estaba.
Todo había pasado ya, eran dos los días trascurridos desde aquel estresante suceso y ahora estaba solo en la pieza mientras revisaba unos papeles, su supuesta "Prometida" llegaría dentro de poco tiempo a su hogar, ni siquiera la conocía y ya la sentía como alguien indeseable, desagradable. No es como si no le gustaran las mujeres, pero al menos las de clases alta, mimadas, entre otros, eran una verdadera carga.
Sólo de pensar en la hermana de Francis le daba repulsión. Sí, la hermana de aquel francés hizo que odiara a la aristocracia femenina.
—Un compromiso ¿No? —suspiró acomodándose más en el fino almohadón de su cabeza.
¿Qué paso con eso de "yo odio los compromisos"?
Un fuerte estremecimiento le inundó al pecho, soltó los papeles de inmediato mirando hacia ambos lados tratando de encontrar el lugar de donde provenía aquella cautivante e incluso extraña y diabólica voz. Como si cada palabra estuviera cargada de un sentimiento parecido al deseo pero más oscuro.
Trató de seguir el murmullo, enojado, una maldita broma tenía que ser, pero la voz le era familiar, era casi idéntica a la de aquel extraño y lunático muchacho del cementerio.
¿Por qué estás corriendo? ¿Por qué simplemente no tratas de acercarte y matarme? vas en muy mal camino ¿Lo sabes?
Arthur frunció el seño desesperado ¿Dónde maldición? Maldito crío, si quería sacarlo de quicio lo estaba consiguiendo ¿Cómo burló a su seguridad? ¿Por qué Antonio no le había avisado sobre un invitado poco deseado en su residencia? ese chico estaba profanando la mansión de los Kirkland, iba a pagarlas.
Pero su maldita voz no venía de ninguna parte, como si le hablara solamente en su mente.
No puedo creerlo sinceramente, actuando como un humano… ¿Qué pretendes?
¡Era un maldito humano maldición! Al igual que ese endemoniado chico ¿Qué se creía él? ¿Un elfo? Era tan humano como todo el mundo, o eso creía.
—¡Aléjate de esta casa maldita sea, lárgate! —gritó recorriendo su pieza y luego el pasillo con un frenesí increíble, sólo quería verlo y poder sacarlo de esa casa con deleite.
Me desesperas Arthur ¿Qué demonios haces?
—¡Trato de sacarte de aquí maldito hijo de puta!
Un leve eco y una risilla salieron de aquella extraña voz, casi le pareció escuchar un: ¿Mi madre?, puede ser verdad Arthur.
A pesar de que te amo con el inexistente corazón que tengo.
"Lo amaba", bien... una relación poco sana, justo lo que faltaba, hasta lo que pudo ver de ese personaje tan rarito era un hombre, y por si no lo notaba él también, ese niño ya pasaba el rango de demencia. Como si él, Arthur Kirkland pudiera fijarse en un hombre, deshonraría a su familia con aquel acto tan sucio e impuro.
Impuro... algo oscuro. Algo oscuro como Alfred.
Esperen ¿De dónde salió ese pensamiento? ¿Por qué llegó a decir algo como eso si ni siquiera conocía a aquel maniático ser? ¿Qué demonios estaba sucediendo?
Desde siempre lo echas todo a la basura, pensar que he vendido mi alma por alguien como tú.
Vender su alma ¿Vender su alma por él? Porque no podía pedir un poco de lógica en las siniestras y extrañas palabras profesadas por ese chiquillo ¿Era mucho pedir? no sabía quién estaba más demente, ese estúpido chico por meterse a una casa donde seguramente lo matarían por invadirla o él por estar escuchando todo aquello casi como si fuera interesante.
Como si supiera de qué se trataba todo y a la vez ignorara tales sucesos.
Si quieres que esto sea por las malas está bien. Un pacto ¿Qué te parece?
¿Por las malas? ¿Un trato?
—Bien, un trato, lárgate de aquí y te dejaré con vida. —sentenció serio mientras se llevaba ambas manos a los oídos.
Sin embargo, para su sorpresa, la voz en su mente seguía tan nítida como antes… ¿Cómo todo eso era posible? ¿Quizá él estaba perdiendo el juicio? Todo era tan confuso, tan desesperante, empezó a botar parte de los cuadros agitando su respiración.
Un tormento extraño. Familiar, delirante ¿Estaba delirando? ¿Por qué aquella voz ahora le parecía tan cautivadora?
Una extraña risa se apodero de él mientras una sonrisa de punta a punta hacía brillar sus verdes ojos en la oscuridad. —¿Un reto como en los viejos tiempos mi amado Alfred? Come on… inténtalo ¡Quiero que lo logres! ¡Oh maldita sea, hazlo! ¡Hazlo! ¡Acepto!
Vas a volver a desearme, a amarme, lo conseguiré. Ese es mi pacto contigo.
Su cuerpo no dejaba de tener extrañas reacciones mientras se llevaba las manos a la cabeza y comenzaba a gritar, a gemir del dolor, un fuerte y extraño dolor adentro de su cabeza, se sujetó con más fuerza mientras su ser se iba irguiendo para abajo y gritaba maldiciones, pero pudo escuchar claramente lo último que dijo el chiquillo, y como algo que no era él aceptaba ese estúpido pacto.
¿Qué acaba de hacer? ¿Qué era todo aquello? Antonio llegó rápidamente a preguntar qué estaba pasando con guardias que protegían por la noche las instalaciones.
—Será mejor que tome reposo señor…—le sugirió Fernandez con una suave sonrisa de aliento.
En efecto, nadie había escuchado la voz resonante de Alfred en la casa, sólo él en aquella enorme y vacía habitación. Agradeció la ayuda de su sirviente y sólo pidió algo para beber, un vaso de agua, un té de contextura suave, algo. Cualquier cosa en realidad.
Fue directamente a darse un baño mientras una gran toalla blanca como la nieve yacía en un sujetador dorado y el agua caliente inundaba hasta el tope la fina tina, se tiró en ella con delicadeza mientras el agua se desbordaba al momento en que un cuerpo entraba en el recipiente lleno. Arthur botó un leve suspiro al sentir el calor del mineral inundarle todo el cuerpo.
En su brazo izquierdo tenía una extraña marca hecha con sangre. Estuvo minutos intentando sacársela pero no pudo, dejo caer su cuerpo entre la espuma y la calida agua tratando de recomponerse ¿Qué sucedía? ¿Por qué a él? No espero a que alguien lo secara, a pesar de que podría limitarse a no hacer nada era un tanto pudoroso, no le gustaba que gente común y corriente e incluso su mayordomo lo viera desnudo.
Fue hasta su cama, había un delicado té en una bajilla de hermoso diseño con pequeñas líneas doradas a su costados y un diseño más complejo al llegar al centro. Se lo tomó con calma y se refregó un poco el cabello hacia atrás.
Para mañana tendría que estar recompuesto, llegaría su supuesta "prometida".
A la mañana siguiente el optimismo inglés se le fue literalmente a la mierda. No estaba con ganas de nada y le dolía sutilmente la cabeza. Una leve jaqueca no era lo mejor para su estado de animo ya que él nunca fue alguien vigorosamente alegre.
Un fastidio, tenía la cabeza hecha un revoltijo, no quería ver a nadie, ni siquiera a la familia de la supuesta mujer que le concederían para su matrimonio, jamás quiso tener a su lado a una persona que ni siquiera él mismo escogería. ¿Qué era eso? Por favor, como si pudiera llegar a amarla en alguna oportunidad. Pero es lo que dijo su padre en su testimonio.
—Él es Nathaniel Crowley, hijo y hermano menor de Kathleen…—le presentó con elegancia el mayordomo de la familia estadounidense, era un pequeño niño de aproximadamente ocho a nueve años.
De pelo negro y un intenso rojo en sus ojos, una sonrisa curiosa e incluso maliciosa, un pequeño escalofrío le recorrió el cuerpo al británico al observarlo un poco más, como si estuviera metiéndose en su mente buscando algo, o es más, que ya lo supiera.
Rió suavemente como asintiendo a los pensamientos del inglés.
—Encantado de conocerlo señor…
—Lo mismo digo…
"Familia de locos", pensó en su mente mientras cavilaba que el único cuerdo allí era quien lo dirigía a la familia, aquel austriaco llamado Roderich Edelstein.
—Lamento mucho la demora de Kathleen, se quedo viendo las tiendas comerciales que hay en este país—le explicó finamente el serio mayordomo, de ojos morados y cabello perfectamente ordenado y fino de color café oscuro junto a unas gafas, además de un lunar en su mejilla izquierda un poco más alejado del borde de su labio.
—¿Quién más está presente? —preguntó.
—El hermanastro de la señorita Kathleen, por aquí por favor.
Lo guió hasta su propio patio, ¿Quién era el tal hermano de Kathleen que no venía a presentarse ni a saludar como debía? Y estaba allí, sentado de espaldas mirando un libro de literatura inglesa releyendo con suavidad palabras que connotaban importancia. Pero sólo susurros.
—Señor Alfred, el señor Kirkland está aquí…
El cuerpo del británico se petrificó al escuchar el nombre. ¿Alfred? No podía ser posible. Pero su extraña pesadilla comenzó a cobrar lógica y sentido cuando éste se dio vuelta y se paró de aquella silla.
—N-No…—susurró al verlo allí, esos ojos, esa sonrisa.
Era él, lo único que cambio fue su ropa, más juvenil pero formal y unas gafas en sus sofocantes y atrayentes ojos. Una elegante mirada era lo que le dedicaba en tanto el mayordomo de la familia contraría trata de presentarlo, el hijo adoptivo de la supuesta familia Crowley. Era una maldita mentira, una estúpida y maldita mentira.
¿Qué demonios le había hecho a esa familia? ¿Por qué estaba llegando tan lejos por alguien como él? ¿Quién maldita sea era realmente ese muchacho?
Qué era…¿Qué era él?
—Encantado de conocerte Arthur Kirkland, puedes llamarme Alfred F. Jones, o mejor dicho…Alfred Crowley.
Una tierna e irresistible sonrisa surcó sus labios mientras veía la cara aún estupefacta del inglés, porque un pacto, simplemente era un pacto. Aquel demonio…cumpliría con éste de una u otra forma. Un pacto para un demonio como él era simplemente irrompible.
Conseguiría nuevamente el amor de su amado costara lo que costara.
Próximo capítulo: My demon.
Espero que este fic les guste. Si les gustó, pongo el otro capítulo, sino hago como si nunca hubiera escrito tal atrocidad y la borro.