Disclameir: X-Men no me pertenece. Es cosa de su franquicia y de aquellos que han pagado por sus derechos. Esta historia es sólo por diversión.

Argumento: La historia, un AU, comienza en la última escena del X Men 3, La decisión Final, con Magneto jugando al ajedrez sólo, en un parque, pero transcurré en su mayoría después de los eventos de X Men, First Class. El espíritu de Charles le ofrece a Erik la oportunidad de cambiar las cosas, de conferir sus propias memorias a un Erik joven, en el momento de su vida que él elija. De ese modo, la memoria de Erik se traslada a la playa - ¡famosa playa! ¡cuántas lágrimas me ha hecho derramar! -, y, con conocimiento del futuro, tiene la oportunidad de cambiar las cosas, tomando elecciones diferentes... ¿O no?

Eventualmente, la relación de Erik/Charles evolucionará a una relación de pareja, o al menos con un sentido romantico, pero las cosas llevaran su tiempo. No tengo intención de hacer un fic muy largo, tal vez diez o doce capítulos como éste, pero puede que cambie de idea. Depende de los lectores y del potencial que desarrolle la historia.

Bien, también quiero dejar claro que el inicar esta historia no significa que deje abandonado Lores of the Dark. El nuevo - y último - capítulo ya esta en proyección, y lo publicaré en cuanto pueda. ¿Pero os pasado alguna vez ver una película, cualquera que fuese, y quedar tan obsesionados que ya sois capaz de pensar, sentir o reflexionar sobre otra cosa? Eso representó para mi X-Men. Fui a verla el domingo, con una semana de retraso por culpa de los exámenes. Y hoy, martes, ya había leído en la web todas las historias hábidas y por haber, tanto en español - poquitas - como en inglés. Falte a un examen por culpa de X-Men, se me olvidó la comida y la cena por culpa de X-Men. ¡Joder! ¡Es horrible! Nunca me había pasado tanto. ¡Estoy obsesionada!

La cuestión es, ¿cómo no obsesionarme? Charles y Erik me mataron, porque juntos hacen ese tipo de historia de amor imposible, cuando ves que dos personas están atadas la una la otra por algo más allá del simple amor, y que sin embargo jamás podrán estar juntas por sus elecciones, ambas muy respetables. La historia de Erik tan trágica, y la tragedía final de Charles... El conexión bullía en toda la película. Si se hubieran besado o hubieran tenido sexo salvaje, no habrían logrado trasmitir una conexión tan profunda como en esas escenas - lágrimas compartidas tras el recuerdo de la madre de Erik, la forma en que Erik sostiene a Charles con su propio cuerpo en el avión, sus partidas de ajedrez... -

Así pues, irremediablmente, mi mente desembocó en este fanfic. Al principio tuve la intención de que fuera un one-shot, pero tras leer respectivamente a Perla Negra, en Sueños Compartidos y secuela, y a Izumi en Momentos supe que jamás podría estar a la altura y me decidí por algo más largo. Espero que lo disfrutéis igualmente y que, tras leer, estéis ansiosos por la continuación.


Capítulo I

Trescientos sesenta y dos días habían pasado desde aquel penoso momento que marcó el mundo. La gente sonreía feliz. El Sol continuaba brillando en su cenit, nacido en el este y fallecido en el oeste para resurgir de nuevo a la mañana siguiente, tras la marcha de la Luna. En los campos, en los pueblos, en las ciudades… no existía señal alguna del cambio. Pero no había sido un sueño — pesadilla, tal vez —; había sucedido.

A veces, reflexionando sentado en cualquiera de los oxidados bancos del parque que se había convertido en su asilo, vestido con ropas comunes — camisa a cuadros granate y pantalón gris de franela —, sin capa, sin casco, sin guantes, sin uniforme, con el doble de arrugas en su piel por cada mes transcurrido y los ojos azules terriblemente cansados, Erik Lehnsherr, Erik, que ya no Magneto, se preguntana en que punto del camino las cosas comenzaron a torcerse, hasta concluir en el derrotero que habían tomado y que lo conducía, a él, allí, a un parque vecinal, rodeado de personas normales — abuelos, padres, madres, niños —, asientos normales, mesas normales, risas normales y un Erik tan normal como resto.

La respuesta era sencilla. La cura. La cura que le había sido inyectada a la fuerza por uno de sus propios hermanos mutantes: Bestia. Pero pronto comenzaría a lamentarlo, sino había comenzado ya. Una vez superada la amenaza de Magneto y la Hermandad, vistas sus fronteras cubiertas y el número de enemigos diezmado radicalmente, los Homo Sapiens Inferior habían desvelado su verdadero rostro. La cura era implantada ahora legitimamente y a la fuerza por padres que forzaban a sus hijos menores y por hijos que rogaban a sus padres — fruto de una fuerte campaña mediática — que los libraran de ser unos monstruos. La escuela había sido cerrada, las organizaciones compuestas únicamente por mutantes prohibidas, la ley de Registro aprobada en el Senado y a punto para ser ratificada en el Congreso. Los pocos mutantes libres que quedaban en el mundo huían a partes remotas y se ocultaban entre civilizaciones precolombinas que nunca había escuchado hablar sobre ellos. El sueño de Xavier se esfumaba, volaba ahora más lejos que nunca…

Xavier…

A veces, Erik pensaba que cada cosa ocurrida merecería la pena si tan sólo su viejo amigo estuviera de vuelta, allí, con él. A veces — pocas veces, veces en las que Erik se convencía de haber perdido los escasos restos de cordura que aún mantenía —, escuchaba la voz de Charles que le contestaba.

~ ¿Ahora me hechas de menos, viejo amigo? ~

¿Dónde habían errado? Si ni la paz ni la guerra aportaban la solución final del conflicto, sino que fracasaban ambas, ¿qué más hubieren debido hacer?

~ Tal vez nada de lo que hiciéramos hubiera podido cambiarlo. Tal vez las cosas sean ahora como debieron ser. Tal vez el mundo sea demasiado para ser manejado por ti o por mi, mi amigo. Tal vez, simplemente, debió seguir su propio curso. ~

Contestaba siempre a su pregunta la voz de Charles — voz que en realidad no existía, que era fruto único de la locura que anegaba su mente —, y Erik se negaba a aceptar tal respuesta. Algo debieron hacer. Algo debió hacer él antes de acabar como la sombra pobre y sarcástica de sí mismo, convertido en lo que más odiaba, condenado a la inferioridad. Y envuelto en esa burbuja de auto-odio y conmiseración, si la voz hablaba, Erik no volvía a escucharla más.

A veces, sentado en el mismo parque, frente a un tablero de ajedrez cuyas piezas blancas siempre permanecían en el mismo sitio, Erik lo intentaba. Lo intentaba con ansías, con necesitada desesperación. ¿Si no lo conseguía, que lo diferenciaría de aquellos que masacraron su pueblo, su casa, su familia, su inocencia, su paz? ¿Si no lo conseguía, que lo haría diferente a ellos?

Pero intentarlo era aún más frustrante que intentar mover aquella moneda, hace ya tantos años, bajo el peso de un disparo y una cuenta atrás — eins, zwei, drei… ¡Pum! —. Las piezas, la pieza, jamás se movían. Permanecían siempre inmóviles, como una burla silenciosa a su propia impotencia, al miembro extirpado, más añorado que si se hubiese tratado de una mano, de un brazo, de un pie. Humano, repetía su mente. Viejo, débil, acabado. Patéticamente humano. A veces, muy pocas y odiadas, la voz intentaba ayudarlo.

~ Olvídate de tú odio, Erik. Deshaz tu furia. Recupera el camino; recuerda, el punto entre la ira y la serenidad. Nosotros somos lo que somos. Ellos no pueden hacer nada para cambiarlo. ~

De mala gana, impulsado a la fuerza por un brote de confianza que intentaba ocultar, incluso de sí mismo, Erik extendía la mano y trataba de nuevo. Sin frutos. Sin remedio. Sin esperanza. Inútil, un esfuerzo condenado al fracaso. Charles, ese Charles que sólo existía en su cabeza, mezcla de todos los Charles que conoció en su vida — el Charles joven y el presuntuoso, el Charles más débil y el más alegre, uno que aún conservaba la movilidad de sus piernas y el cabello y la luz de sus ojos que se fue con ellos, otro mayor, más viejo, más curtido por las experiencias de su vida —, lo consolaba escupiendo mentiras. ¡Cómo si él, a esas alturas, todavía las necesitara!

~ Aguarda. Tranquilízate. Aún no es el momento. ~

Y Erik aguardaba, no por voluntad propia o por respeto a la voz, sino porque no le quedaba más remedio. Lo que un día juró impedir, sucedía ahora de nuevo y con confiesa impotencia, Erik sabía que cualquier cosa que él pudiera hacer, no ayudaría en nada a evitarlo. Su pueblo, sus hermanos, sus congéneres mutantes, iban a ser extinguidos. Muertos en duchas de gas, en hornos crematorios; muertos con dardos venenosos, con traiciones, con mentiras… ¡Qué más daba cómo! Dentro de unos pocos años, nadie se acordaría de ellos, y sus nombres acumularían polvo en las páginas más apartadas de los libros de Historia.

El fracaso, la debilidad, hacía mella en sus huesos. Envejecía y lo sabia. A menos de un año transcurrido, pocos lo identificarían como el gran Magneto, aquel que lideró a los mutantes y puso en jaque el poder de la humanidad. Pronto la muerte lo recibiría en sus manos y él no temía el momento. Sería agradable olvidar al fin… Olvidar a su madre, olvidar que murió por su culpa; olvidar a Charles, olvidar a sus hermanos… olvidar que sus muertes — y el mal acaecido en sus vidas — también pesaban sobre su conciencia. Olvidar…

~ No te rindas tan pronto, mi amigo. Aún queda mucho que hacer antes de que llegue el olvido… ~

¡No! ¡Ya no hay nada que yo pueda hacer, Charles! ¡Ríndete!

~ Sabes que nunca lo hice, ni ésta, ni las anteriores veces que me lo pediste. ~

En esta ocasión no te quedará más remedio.

~ ¡Inténtalo! Una vez más. Por mi. Sabes que me lo debes. ~

Sentado en uno de los viejos asientos del parque, con las risas del resto del mundo deslizándose a su alrededor y las piezas de ajedrez tachadas de metal colocadas desordenadamente ante sí, Erik se dice a sí mismo, con pesar, que es cierto, se lo debe, y en ese momento — sin importarle mucho que Charles no sea realmente Charles, sino sólo una voz vacía en su cabeza — lo intenta una última vez, sabiendo de antemano que no lo logrará.

Pero algo ocurre en la mente de Erik cuando lo intenta — algo que, aunque quisiera, no podría explicar, porque hacerlo conllevaría admitir cosas para las que aún no está preparado —, y de repente, Erik no esta solo. Hay alguien más con él, una presencia que reconocería en cualquier parte. Una presencia que jamás consiguió olvidar y que, de alguna manera, lleva consigo desde la primera vez — frente a la antena parabólica, junto a las puertas del colegio —. Lo siente. Siente cómo lo acaricia, como comparte su sufrimiento, cómo asimila sus recuerdos y lo sana, uno por uno, de cada uno ellos. Siente algo más. Siente su poder que se expande. Siente los límites autoimpuestos de su mente que desaparecen. Siente el veneno, esa cosa llamada cura que lo contamina desde el día en que la recibió — se la impusieron — desparecer de su sangre, de su sistema. Siente el miembro perdido, que lo recupera. Siente una lágrima, que se desliza por su mejilla. Se siente él de nuevo, y teme, por última vez. Y con un esfuerzo garrafal, lo consigue.

Eins, zwei, drei…

¡La pieza se mueve! ¡La ha movido! Sólo unos milímetros; pero para él, esos milímetros significan el mundo entero.

~ Ahora escúchame atentamente, amigo mío. No me queda mucho tiempo. Mi conciencia se extingue. Pude haber regresado en el cuerpo de otro, pero comprendí que hacerlo no sería suficiente para salvarnos, para salvar lo que queda, para recuperar lo que éramos. Ahora es demasiado tarde. Depende de ti, Erik. ~

¿Yo? ¿Qué puedo hacer yo, Charles? Apenas soy capaz de hacer temblar una pieza de ajedrez…

~ Ahora no, pero podrás. Todavía guardo suficiente fuerza para un nuevo truco. Empezaremos de nuevo. Trasladaré tu consciencia, tus recuerdos, al instante de tiempo que elijas. Continuarás siendo tú, pero con conocimiento de los eventos futuros. Confiaré en ti para hacer lo correcto. ~

¿Lo correcto? ¿Y qué es lo correcto, Charles? ¿Sacrificarnos inútilmente con la vana esperanza de que los sapiens inferiores nos acepten? ¿Confiar ciegamente en ellos nuestro futuro? ¿Colocar en sus manos nuestra salvación?

~ Lo correcto. Lo que tú consideres correcto. ~

Erik frunció las labios en una mueca que evidenciaba su frustración por la críptica respuesta de su amigo. Lo correcto. Lo que considerara correcto. Hay tantas formas de hacer lo correcto y equivocarse…

~ Reflexiona bien, porque cuando ocurra, tú y yo, y este universo, dejaremos de existir. O mejor dicho, será como si nunca hubieremos existido. ¿Puedo contar contigo, viejo amigo? ~

No contestó. Ninguna palabra emergió de sus labios porque entendía que no era necesario. Charles ocupaba su mente, sin secretos, abarcando todos los rincones. Hacía tanto tiempo desde que experimentaba esa sensación y con horror — horror no fruto de la revelación, pues secretamente Erik siempre lo había sabido; horror de que ahora Chares también lo supiera — entendió cuánto lo había extrañado en su vida. Su viejo amigo. Su mejor amigo. Su único amigo — si es que dicha definición, por defecto, era capaz de abarcar las infinitas líneas que lo enredaban a él, la tan complicada relación que siempre los había unido y, mismamente, los había mantenido separados, lejos el uno del otro —.

Lo haré.

~ Bien. Entonces, elige el momento del tiempo que prefieras y piensa en él intensamente. Yo me ocuparé del resto. ~

De acuerdo.

~ Cuando cuente tres, Erik. A la de tres. ~

~ Uno… ~

Lo primero que Erik pensó fue en su madre, en el trágico momento que la bala atravesó su frente porque él no pudo mover la moneda.

~ Dos. ~

Entonces, reflexionó que sería mejor elegir un momento del tiempo en el que él ya fuera adulto, con poder para manejarse libremente, alejado de la guerra, con su mutación ya desarrollada y la Hermandad de Mutantes a su disposición. Tal vez la cumbre de Nueva York, donde podría asegurarse de que Lobezno quedara verdaderamente lisiado y nada se interpusiera en sus planes: los líderes del mundo convertidos en mutantes. Quizá un punto culminante de la Batalla Final.

~ Tres. ~

El tres, ese número tanto había odiado en su vida, lo golpeó sin estar preparado. Cientos, miles, millones de momentos, de imágenes, de deseos surcaban su mente a una velocidad exorbitante. Buscaba la mejor, la más apropiada. Pero el tiempo se agotó rápidamente, sin haberla encontrado. Y la voz de Charles resonó en su cabeza, una última vez.

~ Buena suerte, viejo amigo. ~

Su mente giró sobre sí misma a una velocidad exorbitante, cayendo después a un profundo vacío. Su conciencia, sus recuerdos la acompañaban. Ya no sentía su cuerpo. Viajaba, volaba a través del espacio y el tiempo sin tener realmente idea de a dónde se dirigía, aún cuando en su corazón, siempre lo hubiese sabido. Porque aquel momento había permanecido en su pecho — con dolor, con miedo, pérdida y culpa — durante casi cuarenta años. Porque ni en un instante se había permitido olvidarlo. Porque aunque en su mente, tan lógica y racional, las dudas fluyesen a pares, su corazón había escogido el momento desde el principio.


Ahí estaba Erik. El instante que tanto había temido, día tras día, llegaba, como siempre supo que ocurriría. Sentía el metal de sus cañones y torpedos moverse bajo el agua, apuntándolos. La orden de exterminio no podía tardar. Erik no estaba sorprendido. Los humanos — americanos, soviéticos, homo sapiens inferior —, se revolvían contra la especie superior y, por temor, tratarían de erradicarla. Ya había vivido una experiencia semejante, una vez. En esta ocasión no lo permitiría.

Pero había alguien diferente, alguien cuya bondad y fe inherente en el corazón humano le había impedido prever el futuro; alguien cuya opinión importaba a Erik casi tanto como el predominio y la misma supervivencia de su propia raza. Por eso le brindó la oportunidad de ver por sí mismo.

- Adelante, Charles, dime que me equivoco.

Charles no pudo hacerlo. Ni siquiera él, con su asombrosa capacidad de leer, poseer y congelar mentes podía negar lo evidente. Erik lo lamentó. No lamentó haber tenido razón, ni que los humanos definitivamente unieran fuerzas contra los mutantes. Lamentó esa pérdida de inocencia, ese brillo en sus ojos azules, que se iba apagando, la pérdida de esa fe inquebrantable que siempre lo había sustentado. Charles era demasiado bueno para el mundo. El mundo estaba lleno de seres como él, como Erik. Que si, podían albergar algo de bien en su interior, pero finalmente privaba la supervivencia propia, el miedo y los deseos de venganza.

Erik jamás volvería sentir el miedo. Lo había decidido. Ignorando los gritos — las súplicas — a su alrededor, frenó las decenas misiles como si fuera simples marionetas de cuerda, redirigiéndolos contra los barcos para eliminar cualquier prueba de su existencia, cualquier huella que pudiera llegar a los gobiernos sobre los poderes y limitaciones de lo mutantes.

Era lo más seguro, la actuación más lógica, pero Charles nunca había llegado a comprender que para ganar una guerra, para salvaguardar la identidad de su especie, las victimas iban a ser necesarias. Se lazó contra él y Erik no tuvo más remedio que apartarlo de su camino. Un puñetazo. Luego otro. Herirlo era la último que deseaba pero, como el tiempo, él también vendría a ver la necesidad de sus acciones.

Rodaron por la arena. Charles trató de arrebatarle el casco. Erik se cansó de retener su fuerza y lo golpeó con el puño con todas sus fuerzas, incorporándose después y dejándolo a él tumbado sobre la arena; débil, incapaz de detenerlo. Los mísiles que quedaban en aire reinyectaron su velocidad y se lanzaron contra los barcos. Quedaba tan poco.

A continuación, tres escenas se sucedieron en un pequeño cúmulo de tiempo.

Primer disparo.

Fue sólo una advertencia. Erik percibió el magnetismo de la bala atravesar el espacio a su lado, a pocos centímetros de su cuerpo. Giró su rostro hacía Moira, ella continuaba apuntándolo. Los misiles perseguían su trayectoria en el cielo.

Segundo disparo.

Erik desvió éste, que ya iba dirigido hacia sí mismo, contra su cuerpo. Pero desviarlo fue un instinto, un acto reflejo mas que una actuación a voluntad. Su mente giraba. Algo extraño sucedía dentro de ella y no podía ser a causa de Charles, porque el casco continuaba firme sobre su cabeza. Recuerdos, visiones. Esa misma playa. Lo que ya había sucedido en ella y lo que sucedería.

Tercer disparo.

Los misiles se hundían en el mar instantes antes de que resonara. El conocimiento impulsó que Erik gritara un furioso — ¡NO! — que continuó resonando en las mentes de los presentes mucho después de que Charles, el Profesor X, cayera inmóvil a la arena golpeado en la espalda por esa misma bala que Erik había desviado sin ser consciente. Un "no" furioso y doblemente impotente. Un "no" a lo que acababa de ocurrir, pero también a aquello que sucedía de nuevo y a las consecuencias que ello acarrearía.

Ignorando a los demás, al mundo entero — que por él bien podría haberse hundido en el abismo — Erik se arrojó al punto donde se hallaba su amigo, acunándolo entre sus brazos, extirpando la bala que todavía quedaba prisionera entre los huesos de su columna. La realidad parpadeaba furiosa. Veía esa escena, la escena que se desarrollaba trágicamente ante sus ojos — Charles herido, Charles indefenso, Charles desvaneciéndose en sus brazos —, pero veía también la misma escena, aparte, como algo ya acontecido, y veía lo que venía después.

Nos estamos enfrentando. Eso es lo que quieren;. Ya te lo advertí, Charles. Yo te quiero a mi lado. Somos hermanos, tú y yo. Debemos estar juntos, protegiéndonos. ¡Deseamos todos lo mismo!

Amigo mío… Lo siento. Pero no es así.

Y veía aún muchas más cosas. Mutantes. Guerras. Décadas de enfrentamientos. Traiciones. — Inútil, todo inútil —. Veía La Cura. La extinción de su especie, la suya, la de Charles. Sus errores quedaban al descubierto. Su presunción, la suya y la de él, por ambos bandos. ¡Charles! Charles se distanciaba… Su amigo, su viejo amigo. Rencor. Odio. Y de él, Magneto, sólo quedaba una sombra.

- ¡NOOOOOOOO!

A lo lejos, el eco de una voz pasada. Una voz que podría pertenecer a Charles pero que también podría no hacerlo — una voz más grave, más seria, más curtida —.

~ Esto es todo lo que puedo hacer. El resto depende de ti. ~

~ Confío en ti, Erik. Harás lo correcto ~.

~ Hasta la vista, viejo amigo. ~

La voz se apagó, extinta, y Erik no vio nada más. Pero los recuerdos extraños continuaban con él. Y Charles. Charles herido, acunado en sus brazos. Charles cobraba prioridad. Pero Erik sabía que tenía que irse. Debía dejarlo. Tenían que vivir caminos diferentes. ¿O no?

Una nueva posibilidad surgía en su mente. Ahora conocía el futuro, de algún modo — y Erik guardaba fuertes sospechas sobre quién podría estar detrás de tal hecho —. Sabía a qué termino le llevaría la decisión que estaba por tomar. La paz no era una opción. La guerra tampoco había resultado. ¿Entonces?

Erik apretó los párpados con fuerza, mordiéndose la lengua para no gritar hasta palpar el sabor de la sangre. Su mente hervía. Necesitaba apagarlo todo y descansar. No. Antes debía ocuparse de Charles. Pero con todo el conocimiento que cargaba, se sentía incapaz de tomar una decisión. Una que resultara ser correcta. Finalmente, se rindió a la evidencia. No tenía qué decidir, no todavía, al menos; tampoco deseaba hacerlo. Sólo había una cosa que todos sus recuerdos — lo verdaderos y los implantados — le impulsaban a obrar.

Abrió los ojos. Juzgó rápidamente la situación y entendió que, en lo que para él habían sido minutos, horas, incluso, de reflexiones, apenas habían transcurrido unos segundos en el mundo real. Moira — la humana — corría hacia ellos y murmuraba disculpas para Charles. Bestia, Banshee, Kaos y Mística también se aproximaban. Él rechazó a todos, excepto a Mística, impulsándolos con fuerza hacia atrás. Ninguno de ellos tenía derecho a acercarse a Charles. Eran inferiores. Erik acalló la queja de su propia mente que se cuestionaba si acaso él tampoco tendría tal derecho — él menos que nadie —.

- Charles, lo siento… Lo siento tanto… - silenció a su amigo, leyendo en sus ojos la intención de protestar -. No. No hables. No digas nada. Guarda tus fuerzas.

Charles dudó. Erik estaba seguro. Pero, finalmente, asintió y cerró los párpados, tal vez en un intento por alejar de sí la realidad. Cuando los ojos azules se abrieron, rebasan de dolor. Tanto, que a Erik le hizo la daño la propia visión.

- Erik, no… No siento las piernas…

Erik tembló. Los recuerdos eran ciertos, si es que el algún momento había llegado a dudarlo. Pero, entonces, Charles… No. No. No. Erik se negaba a aceptarlo. Esta vez sería diferente, aunque sólo fuera esto. Esta vez Charles tendría una oportunidad, no estaría solo.

- Lo sé, amigo mío… Calma. Todo saldrá bien.

Pero nada saldría bien. Él lo sabía. Sabía que nada saldría bien. Lo había visto. Y si había una mínima oportunidad, debía darse prisa.

- Tú - sus ojos se clavaron en Azazel, el demonio rojo -. Ven aquí.

El mutante dudó. Erik vio en sus ojos granates las dudas. Era natural, aún cuando en sus recuerdos ambos se convirtieran en aliados — jefe y súbdito, más bien —, hasta hacía unos minutos ambos se hallaban en bandos separados.

- Si te marchas ahora, juró que te encontraré y te mataré. Aunque me cueste otros veinte años - amenazó totalmente en serio, desviando la vista a propósito hacía el cuerpo muerto de su jefe.

- Erik, no…

Erik ignoró la protesta de su amigo. Azazel se acercó hasta ellos. Él era un mutante peligroso. Se había aliado con Shaw por conveniencia, pero nunca había obrado en contra de su voluntad, aunque eso conllevara infringir a las ordenes. Sin embargo, algo en el azul cristalino de los ojos de Erik lo convenció de obedecer. Eran los ojos de un hombre que ya lo había perdido todo, una vez, y que, si el telépata moría, ya no tendría nada que perder. Nada que lo contuviera. El monstruo de Frankenstein.

- Nos llevarás a los dos a un hospital, ahora. Luego volverás por los otros y los transportarás lejos, a otro lugar.

Azazel asintió. Aferró su hombros con sus garras y Erik a su vez se aferró a Charles; pasara lo que pasase, no pensaba soltarlo. Erik sintió su cuerpo ligero, ingrávido, sólo por un instante. Un parpadeo. Después, la fachada del hospital Presbyterian de Nueva York apareció ante él. Bajó la vista hacía Charles. Azazel ya había desaparecido.

- Ya llega, Charles. La ayuda ya llega. Aguanta un poco más, mi amigo.

Con desesperación, Erik comprobó que éste ya era capaz de responderle. Había perdido demasiado tiempo. Era demasiado tarde.


Hasta aquí llega. Es simplemente el primero capítulo, el prólogo, pero espero que haya abierto vuestras expectativas. Entended que, aunque los recuerdos de Magneto hayan poseído ahora a Erik, todo es aún muy confuso. No sabes qué es real y qué no. Sabe lo que va a pasar pero aún no lo ha asimilado. Ve que su elección de separarse de Charles y formar su propia hermandad sólo desembocará en guerra, y en derrota. No sabe que elegir a continuación. Por el momento, se enfoca en salvar a Charles, si no es demasiado tarde, que es la razón por la que Magneto eligió ese momento en el tiempo para regresar, pues yo siempre sostengo la creencia de que la culpabilidad por la parálisis de su amigo jamás se borra de su conciencia. A partir de ahí se desembolberá la historia.

El próximo capítulo no sé cuando estará listo, pues pese a mi obsesión, todavía estoy embarcada en medio de los exámenes finales. Dependerá de mi tiempo, mis ganas, y de la reacción de los lectores. Aun así, confió que estará listo para el próximo fin de semana. Un fuerte saludo, Anzu.

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