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Little Gifts
Por: Hoshi no Negai

3. Felicidad

Rin miró por la ventana de aquella cabaña con un rostro melancólico. Le gustaba la lluvia, pero a veces, en las situaciones malas, era como si ésta se apañara para borrar todo dejo de luz que pudiera alegrarla.

La anciana Kaede había muerto hace menos de dos mes, pero aún así, Rin no lograba animarse. Aquella señora se había encargado de su crianza desde su llegada a esa villa; le enseñó a leer y a escribir, cómo cocinar y preparar remedios medicinales. Era prácticamente como su abuela, la abuelita que siempre había querido tener. La había cuidado y había puesto especial esmero en su educación. Fue tan buena con ella…

Era de verdad una pena que aquella enfermedad la hubiera vencido luego de tanta lucha que la anciana le había propinado. Pero murió con una sonrisa, porque no tenía nada de lo que arrepentirse. Al menos ahora podría ir con su hermana mayor, la sacerdotisa Kikyo.

Suspiró pesadamente, paseando esta vez los ojos por la pequeña estancia que la mujer le había dejado en herencia. Siempre y cuando la quieras, le había dicho unos cuantos días antes de morir. Rin sabía perfectamente a lo que se refería, pero le incomodaba pensar en ello desde que la anciana había muerto. Sentía que si se marchaba la ofendería.

Se quedó un momento en silencio, muy quieta, asomando la cabeza de sus rodillas sólo para mantener la vista perdida en un punto incierto de la pared.

Por primera vez en muchos años, se sintió sola.

—Permiso… —pidió la sacerdotisa Kagome al entrar a la cabaña, sacándola momentáneamente de sus pensamientos. Se sacudió el agua de lluvia del cabello y avanzó hasta ella, arrodillándose a su lado— He preparado un almuerzo bastante grande hoy. Udon, tu favorito —le sonrió afablemente— ¿Nos acompañas?

Rin la miró lánguidamente un instante, sacando la mitad de su rostro de sus rodillas, para luego bajar nuevamente la mirada.

—Se lo agradezco mucho, pero no tengo apetito —le dijo en voz baja. La sacerdotisa hizo una mueca de desilusión.

—Casi han pasado dos meses… deberías animarte más. La vida continúa y sé que la señora Kaede no hubiera querido verte así —susurró ella, bajando su cara a su altura para verla mejor. Le colocó algunos cabellos detrás de la oreja y con sus dedos alzó delicadamente su mentón— ¿Hay algo de lo que quieras hablar?

La expresión tan comprensiva y amable de la mujer había logrado quebrar a Rin en un santiamén. Se meció un poco hacia adelante, arrugando un poco el rostro a causa de la tristeza.

—La extraño mucho, señora Kagome… —suspiró al bajar la mirada. La mujer mayor le rodeó los hombros con un brazo en un gesto protector.

—¿Te sientes sola?

—Sí. También me siento… fuera de lugar, ¿sabe? Esta no es mi aldea natal, creo no pertenezco aquí —Rin apoyó su cabeza en el hombro de Kagome, queriendo así aliviar un poco la pena con la que acarreaba.

—Tampoco es mi aldea natal, pero la he hecho mi hogar —respondió simplemente la otra—, aquí están todos a los que quiero y es por eso que me siento como en casa. Todos te queremos también, Rin. Quizás no lo veas ahora porque es un momento duro para ti, pero te prometo que digo la verdad.

La menor alzó la mirada para encontrarse con la sonrisa conciliadora de aquella buena mujer.

Sí, eso lo sabía. Ella también les guardaba un gran aprecio a todos ahí, pero… no lo sentía como su verdadero hogar. Su hogar estaba en… en ninguna parte, sólo lo encontraba al lado del youkai que hacía tanto que no veía.

—¿Crees que serías más feliz con Sesshomaru? —cuestionó suavemente la sacerdotisa. Rin parpadeó un par de veces, sin poder creer cómo había adivinado lo que estaba pensando— Creo que encontré mi respuesta —le sonrió divertida.

La chica se apartó un poco, encogiéndose sobre sí misma.

—Él no lo piensa así… sólo soy una molestia.

—¿Eso es lo que crees?

—Eso es lo que me dijo.

Kagome enmudeció por un momento, mirándola incrédula.

—¿Te lo dijo? ¿Cuándo te lo dijo?

—Hace unos tres años… por eso no ha vuelto a visitarme.

—No entiendo… —exclamó, mirando a su alrededor, examinando las pertenencias de Rin— Sigues recibiendo sus regalos.

La menor negó un par de veces con la cabeza.

—El señor Jaken me los hace llegar. Cada vez que le pregunto por el señor Sesshomaru, dice que está muy ocupado como para venir. Pero sé interpretar esa indirecta —murmuró con derrota—. Sólo soy una molestia.

—No, Rin. No creo que lo seas. Él te guarda mucho aprecio, mira cuantos bonitos obsequitos te hace… y siempre se preocupó por ti, ¿sabes?

—No me importan los regalos —contestó la más pequeña con algo de malhumor—, sólo los recibía porque me los daba él en persona. Ahora los veo como… no lo sé, objetos vacíos —hizo una corta pausa, en la que comprimió una leve mueca con su boca—. Ya no acepto los objetos que me trae el señor Jaken. Lo material no tiene valor ya para mí, y prefiero que el señor Sesshomaru se ahorre los disgustos si sólo lo hace por lástima.

Kagome percibió mucha amargura en las palabras de la chica. Ella no tenía ni idea… No sabía que Rin la estaba pasando tan mal. Con razón se encontraba tan encerrada y con la muerte de Kaede ahora se debería sentir fatal. Estrechó el abrazo que mantenían, apoyando su mejilla sobre la coronilla de la menor un momento, como muestra de apoyo.

—Lo siento mucho, Rin, de verdad que sí. Sé cuánto lo aprecias. Pero, ¿sabes qué? Él se lo pierde. En serio, no vale la pena que te lamentes por algo así —le dedicó una radiante sonrisa—. ¡Hay tanto por lo que vivir! No te preocupes, tarde o temprano encontrarás tu lugar en el mundo, ¿de acuerdo? Ahora —agregó, tomándola de las manos y haciéndola incorporarse y llevándola hasta la puerta—, vamos a comer antes de que Inuyasha lo devore todo. Si es que no lo ha hecho ya. ¡Mira, qué suerte! Ya paró de llover.

Rin sonrió tímidamente para luego seguirla hasta su cálido hogar, aferrándose a la veracidad de aquello que le había dicho.

Después de un tiempo, las cosas fueron retomando su curso normal. Rin finalmente se había dado cuenta de lo mal que estaba actuando: encerrándose en sí misma, sin dejar que nadie le brindara su ayuda. Pero ya no iba a hacerlo. Estaba cansada de sentir lástima por ella, así que había llegado el momento de cambiar para mejor.

La señora Kagome tenía razón, el hogar estaba en donde se encontraban aquellos a los que querías. Esa gente se había ganado su corazón en muy poco tiempo, siempre se preocupaban por ella, animándola a seguir adelante. ¿Por qué no podría hacer de esa aldea su nuevo hogar?

Respiró profundamente, pretendiendo alejar al dichoso Daiyoukai de su mente. No debía estancarse en el pasado si su futuro no estaba relacionado con él. Se forzó a sonreír un poco, recordando entonces lo que estaba haciendo en ese momento.

—Me parece que es sólo un resfriado. Es común en esta época, estamos cerca del invierno y hace más frío que antes —informó a Midori, la esposa de Kohaku.

La mujer la miró con desconfianza por un momento, debatiéndose si creerle o no.

—¿Estás segura? —preguntó finalmente, dándole un vistazo a su pequeño hijo que yacía durmiendo en el futón—. Ha tenido mucha tos durante el día y su temperatura también es más elevada de lo normal.

—Es muy pequeño, estas cosas le afectan más. Pero no te preocupes, con un poco de miel y limón para la garganta la tos se detendrá en poco tiempo. De todas formas el remedio que le preparé ayudará para que la fiebre baje y lo deje dormir mejor por las noches.

La otra hizo un disimulado gesto de disconformidad ante sus palabras. Quizás esperaba algo mejor, pero no había ninguna otra cosa que Rin pudiera hacer.

Después de despedirse de la preocupada madre, Rin se dirigió a su propia cabaña a pasos apresurados. Estaba ansiosa por encender la fogata y calentarse un poco. Comer algo recién hecho tampoco estaría de más…

—¡Oh, Rin! —la interceptó Sango antes de llegar— ¿Cómo se encuentra el pequeño Taro?

—Mejor que ayer, pero todavía le queda un poco más para recuperarse. Descuide —le sonrió sinceramente al ver su gesto preocupado—, se pondrá bien. Midori lo cuida bastante, así que no debe inquietarse.

—Sí, pero con Kohaku afuera… —la exterminadora suspiró— Bueno, no tiene importancia. No debería martirizarme. Ten, quería darte esto —le dijo, ofreciéndole una caja envuelta en un pañuelo—. Últimamente has estado ocupada y sé cuánto te gustan.

El delicioso aroma de los mochis se coló por la madera y la tela, encantando a Rin al instante. Aquel tipo de cosas eran una extraña manía de Kagome y Sango, siempre procuraban hacer un poco más de alimentos para darle a ella una porción generosa si la chica no alcanzaba a ir a cenar a sus casas. Quizás se sentían algo mal por lo que estaba pasando, o les daba algo de pena que se encontrara sola. Aquellas mujeres eran muy consideradas.

—¡Oh, mochis dulces! —exclamó emocionada—. Se lo agradezco mucho, es usted muy amable —le dijo con una reverencia ligera, para luego dedicarle una expresión alegre. La mujer mayor se la devolvió con gusto, haciendo un ademán con la mano para restarle importancia.

—No te preocupes, no es nada —unos cuantos gritos infantiles se escaparon de la cabaña más cercana, cambiando el semblante de Sango en un santiamén—. Otra vez armando escándalo. ¡Más les vale que se comporten! —gritó al darse la vuelta para dirigirse rápidamente a su hogar, despidiéndose mudamente de Rin antes de marcharse. La chica reprimió una risa al ver cómo la faceta amable de la mujer podía transformarse en enojo con tanta velocidad.

Entró en la antigua cabaña de la anciana Kaede, encendió el fuego y se acurrucó junto a él para darle una probada a los pasteles de arroz que le habían regalado. Pero bajó el primero lentamente, sin que éste hubiera siquiera tocado sus labios.

Genial, otro ataque de nostalgia.

—Diablos, creí que ya lo había superado —murmuró en voz baja, con la vista hipnotizada por las llamas. Lanzó un sonoro suspiro a la nada, sintiendo aquel enorme vacío en su interior, dejando también su mente en blanco por un instante.

Dejó la comida de vuelta en su sitio para dirigirse a abrir un rústico arcón de madera vieja, en el rincón más oscuro y lejano a la puerta. Ahí era donde guardaba las cosas que él le había dado, temerosa de que pudieran sufrir algún daño si no las mantenía en un lugar cerrado. Una triste sonrisa se formó al recordar los momentos en los que cada objeto le fue entregado. Unos cuantos kimonos que ya no le quedaban, frasquitos de agua perfumada, un espejo de mano, un cofrecito de metal, pañuelos de seda fina… tantas cosas que había acumulado a lo largo de los años.

Tomó entre sus manos la peineta, recorriendo la delicada flor ornamental con sus yemas, recordando perfectamente cuando el demonio se la regaló. La apretó entonces en su puño, sintiéndose como en aquel día tan bonito. Se hizo un rápido recogido del lado derecho, donde antaño solía amarrarse un mechón de cabello, y lo sostuvo hábilmente con el peinecillo.

A veces hacía eso: tomaba las cosas que el youkai le había dado y las volvía a usar, queriendo así sentirse más cerca de él.

Un prolongado suspiro se le escapó de los labios.

Era una tonta. ¿Qué caso tenía vivir en el mundo de las fantasías? Pero ella nunca lo podría olvidar, por más que lo intentase y por mayor que fuera su empeño en hacerlo. Había sido una parte muy significativa en su vida, simplemente no podía dejarlo ir. Aun considerando lo mal que habían salido las cosas al final…

Dejó caer la tapa del arcón con un golpe seco que resonó brevemente en la pequeña estancia. Un tanto molesta —como siempre lo estaba al hacer ese tipo de cosas—, se posicionó delante del fuego, perdiendo la vista ante la danza perezosa de las llamas en los leños.

Por un momento se imaginó echa un ovillo en el regazo de su madre, mientras ésta le cantaba una canción de cuna para hacerla dormir. ¿Cómo era esa nana? No podía recordar su letra, pero sí la melodía. Cerró los ojos suavemente mientras su garganta la tarareaba, dejando que esta lograra adormecerla.

¿Qué importaba si estaba sentada y su futón ni siquiera estaba desplegado sobre el suelo? ¿Qué importaba si seguía con la misma ropa desde la mañana? Sólo quería dormir un rato, abandonarse en los cálidos brazos de su madre y olvidarse de todo.

Un respingo repentino la sacó de golpe de su sueño. En algún momento se había caído y ahora estaba tumbada de costado en el suelo, usando sus manos como almohada. La fogata se había extinguido hacía un buen tiempo, quedando sólo los maderos carbonizados con un pequeño resplandor anaranjado que pronto se consumiría.

—Mentiste —dijo una voz en la penumbra, paralizándola por completo.

Se sentó de un brinco, buscando al dueño de aquella voz en la oscuridad. Sus ojos estaban aún algo adormilados, así que sólo pudo distinguir algunas sombras borrosas que ocasionaban la luz de la luna que se colaba por la ventana.

Nada, quizás fue sólo…

—No decías la verdad —volvió a hablar la voz, esta vez más nítida. Rin buscó de nuevo, para detenerse en el extremo de la puerta, donde una alta figura se volvía más clara mientras sus ojos se acostumbraban a la poca luz.

Era él. ¿Quién más si no?

No, eso debía ser otro sueño. Era muy común que soñara ese tipo de cosas cuando se sentía melancólica, así que lo único que fue capaz de sentir fue aquel vacío que la había acompañado un poco más temprano. También le era normal saberse en un mundo de su imaginación, así que seguramente despertaría en cualquier momento.

Pero mientras tanto…

—¿A qué se refiere? —cuestionó ella por fin, clavando su mirada en sus ojos ambarinos.

Por pura respuesta, el demonio le lanzó algo al regazo, y ella tuvo la suficiente suerte de atraparlo pese la oscuridad.

Entre sus palmas estaba la pulsera de cuentas negras que ella misma había hecho. Se acercó un poco más a las moribundas brazas de la hoguera, distinguiendo apenas el pequeño jade. Felicidad. Aquella palabra torpemente grabada ahora se burlaba de ella, recordándole su inmensa inocencia e ingenuidad.

—Los objetos no marcan la diferencia, son nuestras acciones quienes lo hacen —exclamó ella, distraída con la pulserita que ahora no tenía pena de admitir lo fea que era— ¿De verdad pensó que esto le serviría? Si usted no hace algo para conseguir lo que quiere, no puede esperar a que sólo aparezca.

—¿Entonces por qué me lo diste?

—Me equivoqué. Era una niña tonta… —suspiró ella derrotada mientras sonreía, cerrando los párpados.

—Lo sigues siendo —corrigió él enseguida, mostrando su tono punzante característico.

—Ya lo sé… —ella alzó la mirada para encararlo, descubriendo su rostro mucho más nítido y real que en otras ocasiones— ¿Y ahora por qué está aquí? Creo que ya dejó en claro que no me precisa a con usted.

—Lo hice, sí.

—Bueno, ya conoce la salida —le dijo, deseosa de despertarse de una vez. Nunca había estado en un sueño consiente por tanto tiempo, y comenzaba a asustarse—. Sus visitas ya me tienen algo agobiada, se lo dije la última vez, así que le agradecería que no volviera a hacerlo —pidió un tanto ruda, recostándose de nuevo, pero esta vez dándole la espalda. Cuando su cabeza tocó el suelo, notó algo anormal. Se sacó en seguida la peineta de su cabello, preguntándose cómo la pudo haber olvidado ahí.

—¿Piensas que estás soñando?

Rin giró se volvió hacia él, encontrándolo a sólo unos pasos de distancia, con la hoguera ya apagada como única separación. Juró que por un momento su corazón dejó de latir cuando vio la intensidad de sus ojos dorados al observarla.

—¿No… no lo es?

El demonio se quedó quieto, sólo devolviéndole la mirada.

Oh….

La humana tuvo que parpadear un par de veces para terminar de asimilar la realidad, para luego sentirse increíblemente idiota. Observó entonces la pequeña pulsera que aún conservaba en su puño, devolviéndola a la actualidad.

—¿Qué está haciendo aquí?

—Es hora de irnos.

Irnos. Rin le frunció levemente el ceño, recelosa.

—¿No me dijo que soy una distracción y una molestia?

La cara de Sesshomaru bajó un poco mientras sus orbes seguían fijas en ella. La chica creyó ver entonces algo como una minúscula sonrisa de dibujó en sus labios, en un gesto muy impropio de él:

—Al parecer yo también me equivoqué.

El cuerpo de Rin se tensó, olvidando hasta respirar. ¿Qué había en aquella voz que lograba ocasionarle ese impulso? Un impulso de saltar y reunirse con él lo más rápido posible. Había algo en él… no sólo en su voz, sino también en sus ojos que le decía… que le ordenaba seguirlo en ese instante.

—¿Por qué? ¿Por qué ahora? —cuestionó al fin, levantándose del suelo para bordear la hoguera, quedando a sólo unos pasos de distancia de él. La cabeza del demonio se alzó un poco esta vez, regresando a su faceta seria e inmutable.

—Me cansé de creer en amuletos —le dijo tranquilamente. Rin entreabrió su boca ante lo que creyó una respuesta muy reveladora. Se sostuvieron la mirada sólo un poco más, antes de que el youkai le diera la espalda y se dirigiera a la salida. Se detuvo en la puerta, alzando las persianas de madera con un brazo y giró la cabeza hacia ella—. Vámonos.

La chica hinchó su pecho de emoción mientras sus labios formaban una esperanzada sonrisa, saltando en seguida para alcanzarlo y situarse a su lado conforme abandonaban la aldea para adentrarse en el bosque.

—¡Rin, buenos días! ¿Qué te parece si…? —la voz de la sacerdotisa se apagó al encontrar la cabaña vacía. Se adentró un par de pasos, sin llegar a subirse al tatami de madera que daba la entrada oficial al modesto hogar. No había rastros de la chica y todas sus cosas estaban ahí. Un rápido vistazo al suelo le dio la respuesta a la duda que se estaba formulando.

Una pulsera de cuentas negras estaba cerca de la fogata junto a una preciosa peineta de plata.

—Creo que sí cumplió con su cometido después de todo —Una sonrisa fugaz se asomó por su boca al notar la palabra tallada en el jade de la pulsera.

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Se los prometo, luché contra mis instintos para no hacer esto empalagoso. Espero no haber fallado… tanto.

Bueno, así concluye esta pequeña historia. Ojalá les haya gustado (:

Mis gracias especiales a las personas que dejaron review en el capítulo pasado: Varne Cullen Belikov, AnimaJackLac, Black urora, Serena tsykino chiba, Joeslie, Atori-chan, Rinmy Uchiha, Corazón de Piedra Verde, KaitouLucifer, Ako Nomura, Lintanya, Rose Thane y Anzhelika Ksyusha. Y también hay que reconocer a los que leen y agregan en favoritos silenciosamente.

¡Muchas gracias por su apoyo, hasta pronto!