De facto
Amber se cepilla el cabello hasta que está sedoso. Cada día se ve más joven, tal como dijo Noviembre, pero no es un halago (y no pretendía serlo, se burlaba de ella, a su modo la reñía para que se protegiera más, como si fuera posible dirigir una organización de los suyos en contra de una mucho más grande y antigua SIN dar hasta la última gota de sangre, con una sonrisa en los labios, por respeto a sus camaradas caídos. Nada de lágrimas, no hasta el final, no mientras quede algo por hacer para escapar al destino que les impusieron), así que le pone algo triste. Parece de unos doce años, pero en sus ojos hay una madurez y una frialdad en su cinismo que dejan bastante en claro que no es una niña, aunque pretenda serlo. Se pregunta si Hei querría tocarle, incluso ahora. Probablemente no. Al mirar hacia el futuro, ya no es como cuando estaban en América, entre árboles de verde vivo y al amparo de pájaros que jamás dejaban de cantar a su amor. No se puede ver haciendo bebés con él debajo de un campo cubierto de estrellas, en otro país, donde nadie les conociera y pudieran llevar vidas rurales, olvidándose por completo de sus obligaciones como Contratistas. No más sindicato ni rebeliones. Y aunque se odiara por acariciar la idea entonces, tampoco Pai estaba en su anhelo. O quizás compartiendo la misma cama, en amargura, como un futuro de más porcentaje.
Sin resentimientos: es más fácil admirar lo que le espera a Yin con Hei. Sombra rosada debajo de los ojos. Después el delineador. Si se pusiera una falda, parecería que fuera a filmar una porno infantil. Eso le da risa, ahuyenta las lágrimas que empezaban a formarse y entorpecían su labor. Alguna vez, Hei elogió su feminidad, muy por encima, como si a penas y fuera poco menos que invisible. Pero el corazón de Amber (Contratista o no) saltó tan rápido que casi le quiebra el pecho en miles de pedazos. Era una mujer enamoradiza, después de todo.