Para el Big Bang de Harry Potter 2011.

Beta: Ahngie

Advertencias: EWE, Voyerismo.

Disclaimer: los personajes no son míos pertenecen a JK Rowling y no obtengo ningún beneficio económico con ello.

Capítulo 1

La batalla había terminado y no podía creer que fuera cierto. Se suponía que debía sentirse mínimamente feliz por ello, pero no sentía más que dolor por todos los que habían caído y sus familias. Subió las escaleras que llevaban hasta el dormitorio que había ocupado durante tantos años en Gryffindor, dejando atrás el Gran Comedor donde tantos lloraban la muerte de sus seres queridos o contemplaban los restos de Voldemort con una sonrisa cansada. Al llegar a su dormitorio, se tumbó en la cama y, sin apenas darse cuenta, las primeras lágrimas comenzaron a surcar su rostro. Había cumplido con su objetivo. Había matado a Voldemort y ahora no sabía qué le deparaba el futuro.

Desde los once años había tenido una meta, un propósito, un destino, y una vez cumplido no sabía como continuar. Encontraba su vida vacía y sin sentido. No le quedaba nada salvo Ron y Hermione y ellos no le necesitaban. Siempre les había necesitado él: el fiel apoyo de Ron, la inteligencia de Hermione. Y él les había dado lo que algunos llamarían aventuras, pero él sabía que eso sólo era una manera suave de decir que les había dado preocupaciones, peligros y jugar continuamente a las cartas con la muerte. Les había arrastrado con él durante muchos años y era hora de dejarlos vivir su vida en común. Sin ellos ya no quedaba nada más que soledad y dolor. Un dolor insoportable incluso para él que había convivido con ello durante tanto tiempo, que a lo largo de los años había ido destrozándolo: sus padres habían dado su vida por él cuando apenas tenía un año, dos años atrás cuando había vuelto a tener esperanza de tener una familia le arrebataron a Sirius y esta última batalla se había llevado casi todo lo que le quedaba Remus, Tonks, Fred... jamás se perdonaría que el pequeño Teddy se hubiese quedado sin padres como él y no sabía si los Weasley podrían perdonarle por no haberse entregado antes. Si lo hubiese hecho quizás no serían tantas las víctimas. Incluso podía apenarse por Dumbledore, el viejo chupa caramelos que lo había utilizado durante todos esos años para su propósito, robándole la adolescencia y todo por eliminar a un loco que quería el mundo para él solo. Y era cierto que lo había conseguido, pero no estaba seguro de que el precio a pagar fuese menor que el beneficio.

Deseaba tanto desvanecerse, desaparecer, huir de aquel espacio, de aquel cuerpo que lo torturaba, de todo.

Apretó los puños con desesperación y se dio cuenta de que aún tenía la varita de espino y núcleo de unicornio en su mano derecha. Debería haberla devuelto antes de retirarse, pero no había podido soportarlo más. Se incorporó y rescató las escasas fuerzas que conservaba para escribir una nota a Malfoy que más tarde le enviaría junto con su varita… a través de alguna lechuza del colegio. Ni siquiera Hedwig se había salvado de aquella masacre.

Volvió a tumbarse, todavía con la varita en la mano, y cerró los ojos deseando con todo su ser dejar de sentir esa presión en el pecho, el olor a sangre en su ropa, abandonar todo ese dolor junto a su cuerpo.

En ese momento la varita que sujetaba brilló y la etérea luz que emitía lo rodeó, después todo se volvió oscuro y, tal como era su deseo, dejó de sentir.

–Harry... – le llamó Hermione con suavidad.

Eran las doce del mediodía del día siguiente. Le habían dejado dormir durante todo ese tiempo sin molestarle, pero ya debían marcharse, un Hogwarts medio derruido no era lugar donde habitar.

–Harry... – volvió a llamarle Hermione tocando su hombro esta vez.

–Harry... – repitió zarandeándole ligeramente y comenzando a preocuparse.

Harry siempre había podido dormir con ruidos y si estaba profundamente dormido hacía falta un buen grito para conseguir despertarlo, pero el mínimo toque era infalible.

–Harry, despierta. – dijo alzando un poco la voz. Pero el chico no se inmutaba y continuaba respirando pausadamente.

–¡Despierta! – gritó zarandeándole hasta el punto de incorporarlo y hacer que su cabeza se agitase de un lado a otro, pero su amigo no despertaba.

–Hermione, ¿qué pasa? – preguntó Ron entrando en la habitación alarmado por los gritos.

–No se despierta. – respondió angustiada mientras sacaba su varita. – Rennervate. ¡No se despierta! Ron, ve a buscar a la profesora McGonagall. ¡Rápido!

Minutos más tarde, Ron regresó acompañado de su Jefa de Casa y Madame Pomfrey. La profesora apartó a Hermione y la medibruja ocupó su lugar comenzando a hacer complicadas florituras con su varita sobre el cuerpo de Harry, sin que ninguno de sus hechizos surtiera efecto. Preocupada por la falta de reacción, se preparó para lo peor y realizó un último hechizo. Una fría luz azulada salió del cuerpo de Harry y Poppy se llevó las manos a la boca reprimiendo el grito que pugnaba por salir.

–¿Qué ocurre, Poppy? – inquirió McGonagall preocupada.

–¡Oh, mi pobre niño! Su... su alma no está en su cuerpo. – respondió llorosa – Pero tampoco ha pasado al otro lado.

Hermione terminó de derrumbarse, llorando sobre el pecho de Ron quien la rodeó con sus brazos.

–¿Pero entonces dónde está? – preguntó McGonagall con voz temblorosa.

–Harry ha estado sometido a una gran presión y esfuerzo. – Madame Pomfrey se detuvo un momento observando el estado del chico con tristeza antes de continuar – Desconozco qué ocurrió exactamente en el Bosque Prohibido, pero con saber que se entregó a el-que-no-debe-ser-nombrado y que cuando regresaron lo creían muerto, deduzco que fue una experiencia muy cercana a la muerte, una experiencia traumática para un chico tan joven. – suspiró apesadumbrada antes de concluir su explicación – Todo esto puede hacer que su alma se desprenda de su cuerpo como medida contra el sufrimiento.

–Pero volverá, ¿verdad?

–Se han dado muy pocos casos. No sabría decirte, Minerva. Lo mejor será que lo llevemos a San Mungo.

Dos semanas más tarde...

Draco se encontraba en la biblioteca de la Mansión Malfoy leyendo libro tras libro de leyes. Pasaba cada página con furia. Narcissa, sentada a su lado, mantenía el temple pese a que la actitud de su hijo ponía sus nervios a prueba.

Su padre había sido juzgado y condenado a Azkaban una semana antes, había sido de los primeros juicios. Él y su madre serían de los últimos. Ella no era mortífaga, pero sería juzgada por cómplice de los crímenes de su marido. A Draco lo juzgarían por haber sido mortífago, pese a que la desaparición de la Marca Tenebrosa de su brazo indicaba que no había llegado a derramar sangre en su nombre para hacerla perdurar tras la muerte de su Señor.

Pese a que sus juicios se llevarían a cabo dentro de un par de meses como pronto, sabían que serían despojados de su varita de por vida a no ser que alguien declarase a su favor. Habían contado con el testimonio de Potter, al menos a favor de Narcissa como pago por haber mentido al Señor Tenebroso en el Bosque Prohibido, hasta que tres días antes "El Profeta" había informado de la delicada situación del Salvador del Mundo Mágico. De ahí que se encontrasen en la biblioteca buscando alguna fisura en la ley que les salvara.

Draco terminó otro libro, tomó unas notas en un pergamino y suspiró cerrando los ojos. Potter siempre encontraba la forma de estropear sus planes.

Desde que le conocía siempre había sido resistente como una mala hierba. Durante tantos años hubiese deseado que se encontrase en la situación que estaba ahora, fuera de combate. Y ahora que necesitaba que estuviese bien, enfermaba. Cualquiera diría que lo había hecho a propósito.

Una lechuza parda golpeó con su pico en la ventana y con un movimiento de su varita Draco la abrió. Aprovechaba la menor oportunidad que tenía para realizar cada uno de los escasos hechizos que le estaban permitidos.

La lechuza voló hasta él y posándose sobre la mesa extendió su pata. Draco cogió el pergamino y la pequeña cajita de madera que al contacto con sus dedos creció hasta alcanzar unos 30 centímetros. El ave se marchó sin perder un segundo mientras él desenrollaba el pergamino y comenzaba a leer:

Malfoy,

Te devuelvo tu varita. Espero que te siga funcionando bien.
Por si no se me presenta la ocasión de hacerlo en persona, dale las gracias a tu madre por salvarme la vida. Le debo una.

Harry Potter

Draco abrió la caja con desconfianza, ya que Potter estaba en coma. Y en efecto, en el interior encontró su varita. Una ligera sonrisa curvó sus labios.

–¿Qué te han enviado, hijo? – preguntó Narcissa con fingida indiferencia levantando la cabeza del libro que la ocupaba.

–Es una carta de Potter junto con mi varita. Te agradece que le salvases la vida. – respondió Draco pasándole la carta a su madre.

Dejó la varita que su tía le había dado para la Batalla Final perteneciente a alguna víctima del Innombrable sobre la mesa. Volvió a mirar su varita con devoción antes de cogerla con su mano derecha. Sintió un ligero hormigueo y decidió probarla.

–¡Lumos! – gritó emocionado por tener su varita e inseguro por si funcionaría tan bien como antes.

Una potente luz salió de la punta de la varita a la vez que, camuflada por la intensidad del Lumos, una más suave de un blanco puro salía del resto de ella fluyendo hacia la mano que la sujetaba y se extendía por el interior del cuerpo hasta desaparecer.

Harry despertó desorientado y se desorientó aún más al ver quién estaba frente a él con un libro en el regazo y un pergamino en la mano. Narcissa Malfoy levantó la vista del pergamino y se dirigió a él:

–Debe de ser de las últimas cosas que hizo antes de entrar en coma. Una lástima que no escribiese algo más útil, como un testimonio de lo ocurrido en el Bosque Prohibido.

Harry sintió como sus labios se movían en contra de su voluntad.

–Al menos me ha devuelto mi varita. – dijo con una voz que no era la suya. De hecho se trataba de una voz que conocía muy bien, esa forma de arrastrar las palabras sólo podía pertenecer a una persona: Draco Malfoy.

Observó mejor lo que había a su alrededor. Se encontraba en una elegante biblioteca, tras Narcissa había una gran librería de recargado estilo barroco. Estaba sentado en una butaca de aspecto cómodo junto a una labrada mesa de roble en la que había una montaña de libros, un pergamino y una pluma en un tintero. En su mano derecha... No, esa mano pálida, de dedos largos de pianista y manicura cuidada no podía ser la suya. Además en ella se encontraba la varita de espino de Malfoy.

Entonces comenzó a comprender a pesar de no querer. Estaba en el interior del cuerpo de Draco Malfoy. Alterado, intentó gritar sin éxito y de algún modo golpear su recipiente.

Malfoy se llevó una mano a la cabeza.

–Creo que voy a tomar un descanso, madre. Me está dando jaqueca.

–Te vendrá bien, hijo. – convino Narcissa.

Malfoy se levantó y se dirigió a su habitación.

Harry seguía intentando hacerse notar haciendo sentir a su hospedador como si fuera a estallarle la cabeza. Se sentía cada vez más confuso. Cada movimiento que hacía Malfoy lo sentía como suyo y a la vez ajeno. Podía sentir como las piernas se movían, pero no el suelo bajo sus pies.

Malfoy llegó a la habitación y tras quitarse los zapatos se tumbó en la amplia cama con dosel y colcha verde y postes labrados en las esquinas. Suspiró y cubrió sus ojos con su brazo dejando a Harry en la más absoluta oscuridad.

Harry intentó relajarse para pensar con más claridad.
Lo último que recordaba era haber derrotado a Voldemort, haber reparado su varita, pasar por el Gran Comedor y observar la desolación y tristeza que reinaban allí opacando la alegría por la victoria. Demasiado para él. Había ido a su cama en el dormitorio de Gryffindor a descansar. Recordaba haber escrito una nota a Malfoy, seguramente el pergamino que había visto sostener a Narcissa, y haberse sentido exhausto tanto física como emocionalmente.

Debía de haberse quedado dormido, porque no recordaba nada más hasta que había despertado en el cuerpo de Malfoy. No comprendía como había llegado allí. Sentía que había algo que se le escapaba, pero por más que le daba vueltas a los últimos acontecimientos no lograba averiguar el qué.

Había quien decía que a veces lo mejor en estos casos era dejar el tema para otro momento y ponerse a hacer otra cosa, que en ocasiones cuando menos te lo esperabas dabas con las respuestas que buscabas. Y eso fue lo que hizo.

Decidió comprobar qué podía y qué no podía hacer.

Se concentró en el dedo índice de la mano izquierda e intentó moverlo. No lo consiguió y continuó intentándolo.

Todavía seguía esforzándose en su propósito sin haber hecho el más mínimo progreso, cuando Malfoy quitó el brazo sobre sus ojos y los abrió para mirar el reloj sobre su mesilla. Había pasado una hora descansando. Inspiró profundamente y se levantó despacio. Parecía que el dolor no había disminuido porque se sujetaba la cabeza con una mano mientras caminaba hasta el baño.

Cuando Malfoy se paró frente al váter, Harry deseó poder cerrar los ojos. Aquello era demasiado personal. Draco sacó el pene de su ropa. Era tan pálido como el resto de su piel y pese al shock Harry se percató de su considerable grosor y tamaño. La orina comenzó a salir y Malfoy cerró los ojos espirando, cosa que Harry agradeció junto con su incapacidad de sentir el miembro en la mano. Se lavó las manos y la cara y se quedó mirándose en el espejo. Harry se fijó en sus facciones relajadas. Sus ojos parecían más humanos sin esa frialdad a la que le tenía acostumbrado, habría quedado maravillado de no ser por la derrota que expresaban. Parecía tan cansado. Los ojos volvieron a cerrarse fuertemente y dio un profundo suspiro. Cuando de nuevo se vio reflejado en el espejo, sus ojos habían recuperado su frialdad habitual.

Con esa máscara en su rostro descendió al comedor, donde su madre le esperaba sentada en un extremo de la inmensa mesa de roble.

–Buenas tardes, madre. – saludó Draco sentándose frente a la mujer.

–Buenas tardes, hijo. ¿Te encuentras mejor? – preguntó Narcissa.

–He dormido, pero el dolor de cabeza no ha remitido.

–Deberías tomarte un día de descanso. – le recomendó su madre preocupada.

–No podemos perder tiempo. Tomaré una poción.

–No te acostumbres, Draco. Recuerda lo que ocurrió con la poción para dormir.

–No se va a repetir. – aseguró Draco – Pero no puedo soportar este dolor de cabeza por más tiempo.

Narcissa hizo un pequeño asentimiento de cabeza y Draco llamó a Sadie, la elfina doméstica, para que le trajese la poción que necesitaba.

La comida llegó a su fin y se desplazaron a la biblioteca. Draco tomó uno de los pesados libros que había dejado esa mañana sobre la mesa y se sentó en la misma butaca que había estado ocupando cuando Harry había despertado en su interior. Harry intentó seguir el ritmo de los ojos de Draco sobre las líneas que se desplazaban a gran velocidad, quizás leyese tan rápido como Hermione.

Sentía curiosidad por saber qué era lo que Malfoy estaba leyendo e hizo su mayor esfuerzo para intentar seguirle el ritmo. Sin embargo, después de una hora casi no había comprendido nada entre la velocidad de la lectura y el texto lleno de tecnicismos. Sabía que era un libro de legislación, pero no sabía qué era lo que podía estar buscando.

Draco se detuvo cuando a Harry le faltaban cinco líneas para llegar al final de la página, y éste supuso que él ya había terminado. Cerró los ojos y los frotó con su mano derecha.

–¿Te sigue doliendo la cabeza? – preguntó Narcissa pasados unos minutos ante la inmovilidad de su hijo.

–Sí, la poción no parece haber hecho efecto. – respondió Draco abriendo los ojos lentamente.

–Si dentro de un par de horas persiste, deberíamos llamar a un medimago.

–Preferiría agotar todas las opciones antes que recurrir a un medimago. En una hora tomaré la poción Subigum Morbus[1].

–Draco… – comenzó a reprender Narcissa.

–No voy a llamar a un medimago por un dolor de cabeza que seguramente una poción puede curar.

–Esa poción es muy potente, sabes que tiene muchos efectos secundarios.

–Conozco perfectamente sus efectos, madre. No te preocupes, sé lo que hago. – dijo firmemente – Aunque preferiría que la poción que he tomado hiciese efecto. – añadió con pesar.

Draco respiró profundamente antes de continuar leyendo dando la conversación por concluida. Por su ceño fruncido y sus ojos entornados, Harry dedujo que el dolor debía ser muy fuerte, pero no se preocupó, al fin y al cabo sólo era Malfoy. Le preocupaba más el hecho de que con ese estrechamiento de sus párpados su campo visual era menor y en consecuencia no le daba tiempo a leer su línea antes de que desapareciese de su vista.

Se escuchó un ¡plop! en la habitación seguido de la voz chillona de Sadie, quien consultó si debía traer el té, recibiendo una respuesta afirmativa por parte de la señora Malfoy.

Draco miró el reloj de la pared, faltaban cinco minutos para las tres. Había pasado una hora y media y el dolor de cabeza que había empezado esa mañana no había remitido. "Es muy extraño se mire por donde se mire." pensó Draco

Sadie regresó con el té que sirvió al gusto de sus amos en sus respectivas tazas.

Draco tomó un sorbo de té que caldeó su cuerpo. Seguidamente indicó que le trajese la poción Subigum Morbus. Pese a lo reconfortante que pudiese ser el té, no podía combatir su terrible jaqueca.

La elfina le entregó el vial y él procedió a tomárselo.

Harry deseó que le hiciese efecto, así podría leer mejor.

–Si no te hace efecto, avisaremos a un medimago. – escuchó que la señora Malfoy decía a una distancia mayor que a la que realmente estaba.

Su visión se empezó a hacer borrosa.

–Ya empieza a desvanecerse. No será necesario. – contestó Draco en algo que pareció un susurro aunque Harry sabía que no había sido así.

Era lo que Malfoy había dicho, se estaba desvaneciendo. Al ser consciente de ello, Harry intentó luchar. Sintió como si alguien le agarrara e intentara arrastrarle a un lugar oscuro y lejano. El pánico le invadió al darse cuenta de que sus esfuerzos no servían de nada contra aquello que le llevaba. Su visión se hacía cada vez más borrosa, más incluso que cuando iba sin gafas, y después comenzó a oscurecerse gradualmente hasta que no quedó ni el más mínimo rastro de luz. No podía sentir nada, ni siquiera si continuaba en el cuerpo de Draco, y poco después tampoco pudo pensar.

La luz fue penetrando en su mundo o quizás era él quien atravesaba la oscuridad y se abría paso entre la niebla.

Escuchó a Draco despotricar contra el Estatuto Internacional del Secreto de los Magos señalando cada fisura en él. Su voz se oía muy lejos y se concentró en ella intentando acercarse. Parecía que funcionaba, porque empezó a vislumbrar la figura de Narcissa frente a él. Al parecer estaban en la gran mesa del comedor. Poco a poco comenzó a apreciar los rasgos del rostro de la mujer, el postre casi terminado en los platos. Finalmente sintió la cuchara de postre en la mano derecha de Draco que hacía girar distraídamente entre sus dedos, el subir y bajar de su pecho al respirar, el movimiento de sus labios y lengua al hablar. Se sintió aliviado al poder escuchar a Draco con claridad. ¿Quién le iba a decir que alguna vez Malfoy le haría sentir algo bueno?

Debían de haber pasado cuatro o cinco horas ya que la cena estaba llegando a su fin.

Draco continuaba hablando con pequeñas interrupciones de su madre. Harry no estaba prestando atención. Pensaba en la oscuridad, en la nada de la que acababa de escapar. Pensaba en el miedo que había tenido a que después de todo fuese a morir por una poción para el dolor de cabeza, lejos de sus amigos, sin que nadie supiese qué había ocurrido con él. Esta vez no había Horrocruxes de por medio, no había vidas en juego por las que arriesgar la suya, esta vez hubiese muerto por nada.

Draco hundió su cuchara en el mouse de chocolate, la llevó a su boca y Harry se sintió decepcionado al no poder saborearlo. Los movimientos de la lengua de su hospedador le indicaban que lo estaba degustando, disfrutando de su sabor al máximo antes de decidirse a deglutirlo. Harry lo envidió. Deseaba saborear ese postre de chocolate, deseaba vivir, y no pudo más que preguntarse por qué todo le pasaba a él. Por qué ahora que podía vivir su vida sin nadie intentando matarle se veía recluido de aquella forma.

El último trozo fue consumido, la cuchara fue pasada por le plato distraídamente apurando los restos de chocolate. Harry se habría conformado con esos restos, con poder sentir el sabor de ese rico chocolate que le llenaría de energía después de la oscuridad a la que había estado sometido, igual que lo hacía con los dementores. De haber podido habría lamido el plato hasta dejarlo reluciente, pero no tenía tanta suerte.

Draco dio las buenas noches a su madre y tras pasar por la biblioteca a coger un libro, se desplazó a su habitación. Se sentó en una butaca de color verde incluso más cómoda que las de la biblioteca, y empezó a leer. Pero dos hojas después tuvo que dejarlo ya que se le cerraban los ojos. Con un movimiento de varita se puso el pijama y tras lavarse los dientes con parsimonia, se metió en la cama esperando que el día siguiente fuese mejor, que encontrasen algo útil en los libros y sobre todo que no tuviese más insoportables dolores de cabeza que aumentasen su sufrimiento.

Harry podía asegurar que Draco no tardó más de cinco minutos en caer en brazos de Morfeo y él se enfrentó a la noche más larga y oscura que había vivido hasta entonces, y a la que sin duda seguirían muchas.

Cuando Draco despertó para empezar un nuevo día, Harry no pudo sentirse más agradecido. Después de tantas horas sin poder hacer otra cosa más que pensar en su situación, en su vida y su futuro inexistente, creyó que se volvería loco.

Draco se levantó con renovada energía. Harry casi podía sentirla fluir a gran velocidad por su cuerpo. Sus ojos pasaban por las líneas de los libros a mayor velocidad que el día anterior. Parecía querer recuperar el tiempo que el dolor de cabeza le había hecho perder. A media mañana Harry desistió, le resultaba imposible leer a esa velocidad. ¿Qué era Malfoy? ¿Un ordenador?

Harry se alegró mucho cuando Sadie apareció en la biblioteca anunciando que la comida estaba servida. Aunque toda esa alegría pronto se vio opacada por la frustración que le producía comer alimento tras alimento y no poder saborearlo, ni siquiera olerlo.

Esa tarde se presentaba tan monótona como la mañana, y lo habría sido de no ser por la desagradable interrupción que se produjo a las tres y media de la tarde.

Sadie anunció la presencia de dos aurores en el recibidor de la mansión. Draco y su madre no se mostraron sorprendidos. A golpe de varita recogieron los libros y se dirigieron al salón donde esperaron a que los aurores llegaran guiados por la elfina.

Tras un seco 'buenas tardes', los aurores revisaron sus varitas. Primero fue Narcissa y después Draco. El segundo entregó la varita que había estado usando los últimos meses. Cuando terminaron de analizarla, entregó la de espino explicando que la había recibido el día anterior.

–La señorita Granger debió indicar que enviaba una varita. Pensamos que iba a enviar una simple carta. – dijo el Auror Davies a quien había entregado su recientemente recuperada posesión, sorprendiendo a Draco que había pensado que esa carta había sido revisada como el resto del correo y confirmando sus sospechas acerca de como Potter había podido hacer aquel envío.

El auror procedió a hacer un Prior Incantato y comenzaron a salir los hechizos de limpieza, Accio y hechizos de marcado para los libros hasta que llegaron a ese primer Lumos y después la varita permaneció durante un tiempo brillando suavemente pero sin que se llegase a desvelar ningún hechizo. El auror parecía estar a punto de dar por finalizada la inspección cuando la varita dejó de brillar y volvieron a salir hechizos: Expelliarmus, Protego, Lumos, Expelliarmus, Aguamenti, Expelliarmus, Crucio

Draco apretaba los dientes, maldiciendo a Potter, a Granger y ya que se ponía a Weasley y a todos los antepasados del Trío Dorado, por no haber limpiado la varita antes de enviársela.

En los ojos de los aurores se reflejaba la incredulidad y en sus labios se había ido dibujando una sonrisa de triunfo a medida que salían los hechizos de ataque. El Auror Davies detuvo el encantamiento y el otro, el más emocionado de los dos, dijo en tono jactancioso:

–Sabía que te acabaríamos pillando Malfoy. Enhorabuena chico, te has ganado un billete directo a Azkaban.

–Yo no he hecho todos esos hechizos. – replicó Draco – Esa varita la ha utilizado Potter durante meses. Sean razonables, me la enviaron ayer.

–¿Estás acusando a Harry Potter de hacer maldiciones imperdonables? – inquirió el auror como si las palabras que acababa de escuchar fuesen el mayor insulto jamás pronunciado.

–Es lo que dice la varita. – rebatió Draco.

–¿Y cómo sabes que fue Potter quien la utilizó? ¿Tienes pruebas?

–En Pascua los Carroñeros capturaron a Potter y le trajeron aquí. Obviamente consiguió escapar y en el proceso me quitó mi varita. – dijo señalando la que el Auror Davies sostenía. – Puede preguntarle a Granger o a Weasley, ellos estaban con él.

–La confiscaremos hasta entonces.

–Yo no he incumplido las restricciones. ¿No hay ningún encantamiento con el que puedan comprobar cuando se realizaron los hechizos?

El Auror Davies le observó durante unos segundos, parecía estar pensando si darle esa oportunidad. El otro estaba claro que no pensaba otorgársela.

Prior Incantato, sociare Tempus. – concedió finalmente.

Volvieron a salir los hechizos y junto a ellos la fecha y hora flotaba retrocediendo. Malfoy decía la verdad, los hechizos que tenía prohibidos hasta llegar al Crucio habían sido realizados el uno y dos de mayo.

–Interrogaremos a la señorita Granger para que confirme tu historia. – aceptó contrariado el auror. – De todas formas no puedes tener dos varitas.

–Preferiría que se llevasen esta otra. La que usted tiene es la que compré en el Callejón Diagon a los 11 años, ésta es otra que me dieron cuando perdí la mía. – dijo Draco tentando su suerte.

–La requisaremos como prueba hasta que se confirme tu versión de los hechos. No puedo limpiarla hasta entonces. – explicó el auror. – Después ya veremos si te la devolvemos.

–Potter quería que la tuviera. – replicó Draco apostando su última carta.

–Volveremos dentro de unos días. – dijo el auror ignorando su comentario, y dirigiéndose rápidamente a la salida no dando pie a una réplica más.

–Sentémonos Draco. – dijo Narcissa señalando los sofás oscuros que había junto a ellos. – Un té nos vendrá bien.

Draco apretó los puños, su magia, un poco descontrolada, hacía tintinar los cristales de la gran lámpara de araña que iluminaba el salón. Apenas habían pasado veinticuatro horas desde que había recuperado su varita y ya se la habían quitado de nuevo. No podía creerlo, aquello era indignante.

La elfina apareció en el salón ante el llamado de su madre y ésta se dispuso a ordenar:

–Trae té… – Narcissa se interrumpió observando a su hijo – Té y valeriana, Sadie. Será lo mejor.

–Draco, haz el favor de sentarte. – pidió Narcissa, a quien la rigidez de su hijo comenzaba a exasperar, cuando las infusiones aparecieron en la mesita de café.

Draco se sentó obediente, aunque si le pidieran su opinión, Harry diría que el rubio se había sentado como acto reflejo. Con lo agitado que estaba dudaba mucho que pensase en sus acciones. Él lo comprendía, sabía lo que era perder tu varita y cuando te habías hecho a la idea de que nunca la volverías a tener, recuperarla. Esa era una de las razones que le había impulsado a devolvérsela.

Narcissa le tendió a su hijo una taza con valeriana y éste la tomó con la misma indiferencia con que se había sentado. La mujer le analizó durante un instante antes de decir con un suspiro cansado:

–Será mejor que te bebas eso y te vayas a tu habitación a descansar un rato, no quiero que acabes con dolores de cabeza como ayer. – no consiguiendo reacción alguna a su mandato, tomó un sorbo de su té antes de continuar hablando. – Entiendo como te sientes, pero no merece la pena que te disgustes tanto. En cuanto confirmen con Granger o Weasley las fechas te la devolverán. No osarían contradecir a su amado Salvador ni aunque se encuentre en coma.

–Espero que tengas razón. – dijo Draco dejando caer sus hombros y recostándose en el sofá.

–No te preocupes, dentro de tres o cuatro días como mucho tendrás tu varita de vuelta. Confía en mí. – le reconfortó Narcissa apartando unos cabellos rubios que tapaban el rostro de su hijo.

Draco tomó un sorbo de su infusión antes de dejarla en la mesa. Apoyó su cabeza sobre el hombro de su madre y ésta comenzó a acariciar su pelo. Narcissa depositó un pequeño beso sobre su cabeza y Draco con un suspiro cerró los ojos, concentrándose en esas caricias y relajándose cada vez más.

Harry estaba sorprendido con la forma de interactuar el uno con el otro. Siempre había pensado que Narcissa sería tan fría como Lucius, pero por lo visto se había equivocado. Al parecer eran muy diferentes de puertas para dentro a como se mostraban a los demás. Harry ya sabía que la mujer tenía corazón, de no ser por su instinto maternal él no seguiría vivo, pero nunca pensó que lo expresase más allá de una fría preocupación por la vida de su descendencia.

Satisfecho ante tal revelación, pensó que quizás su vida hasta que consiguiese regresar a su cuerpo no iba a ser tan aburrida como había creído en un primer momento. Los Malfoy eran muy complejos y su curiosidad innata le impulsaba a querer averiguar qué era lo que escondían tras esas máscaras de hielo con que despertaban cada mañana.

Los días se sucedían en la biblioteca sin encontrar nada que les pudiese ayudar en el juicio. Cada día era la misma rutina, sólo alterada por el día aleatorio de la semana en el que los aurores reconocían sus varitas.

Harry se desesperaba. Odiaba esa vida. Detestaba estar todo el día en la biblioteca. Después de una semana ya no sabía qué hacer: leer le aburría, estaba cansado de esa carrera incesante por seguir el ritmo de Draco y de tantos tecnicismos y textos en inglés antiguo; y la alternativa era perderse en sus pensamientos o intentar salir de allí, lo que siempre acababa con Draco drogándole con aquella horrible poción.

Los Malfoy sólo dejaban los libros para comer y dormir. Esas dos actividades tampoco agradaban mucho a Harry. Las noches se le hacían eternas, era como tomar esa maldita poción con la diferencia de que tenía sus pensamientos para continuar atormentándose. Y las comidas podrían ser entretenidas cuando hablaban de otra cosa que no fuese lo que acababan de leer, siempre y cuando obviase la frustración que le suponía comer sin saborear. Los Malfoy comían cosas realmente exquisitas y era una verdadera pena no poder probarlas.

Tras una semana en esa situación, Harry enfocó su problema de un modo distinto. Empezó a pensar que si la magia era lo que le había llevado allí, en vez de concentrarse en su fuerza de voluntad para intentar salir o mover alguna parte del cuerpo en el que estaba, debería utilizar su magia. Y gracias a eso su situación comenzó a mejorar.

Dos semanas y varias aterradoras experiencias con la poción Subigum Morbus después, aprendió a enfocar su magia para poder hacer uso del sentido del gusto, olfato y tacto. Y a partir de poder utilizar ese último sentido tuvo algo nuevo en que pensar, ya que desarrolló una adicción por sentir la suavidad de la piel de Draco.

Al principio se decía que sólo lo hacía para asegurarse de que podía usar todos los sentidos, que era perfectamente normal. Unas semanas más tarde comenzó a aceptar que sólo utilizar el tacto cuando Draco se aseaba, ya no lo era tanto, porque nunca había sentido el menor interés por sentir la textura de las hojas, de los cubiertos o las sábanas. Cuando en las eternas noches el esperado amanecer pasó a ser en su mente el momento del baño, pensó que quizás, y sólo quizás, se sentía atraído por Draco.

El verdadero problema comenzó la segunda mañana después de que finalizaran la búsqueda en la biblioteca sin resultado alguno.

Aquel día Draco se levantó con una sonrisa y se dirigió con pasos lentos al baño. Nada más cerrar la puerta se estiró con un bostezo antes de empezar a desnudarse mientras la tina se llenaba. Una vez estuvo llena, eligió los jabones que ese día quería usar y sin más ceremonia se metió en el agua templada. La tina de mármol blanco y estilo clásico tenía un banco sumergido. Draco se sentó en él y con un movimiento de su recuperada varita de espino su cabello comenzó a ser lavado. Mientras tanto, él pasó las manos por su cuerpo hasta llegar a su erección.

Harry sabía en qué momento de la eterna noche se había originado esa erección. Recordaba la respiración agitada de Draco. Había sido lo más entretenido de la noche y también lo más perturbador. Una vez que su respiración se hubo normalizado, había intentado olvidar esa dureza y podía decir que lo había conseguido hasta ese instante. Pensó en detener la concentración de su magia para no sentir como se acariciaba. Sabía que debía hacerlo, pero por alguna razón se veía incapaz de detenerse.

Draco se acarició suavemente a lo largo de su miembro con una mano mientras la otra se deslizaba por su pecho haciendo endurecer un pezón y luego el otro.

Cerró los ojos y tomó su polla con mayor firmeza acelerando sus movimientos y eventualmente presionando la hendidura de su punta.

Harry deseó que Draco no hubiese despertado, porque aquello podía volverle más loco que la oscura noche. Sentía los movimientos de Draco, la suavidad de su piel, su calor y escuchaba sus gemidos. Él mismo se sentía excitado, o eso creía, era un sentimiento extraño porque no podía expresar su excitación de ningún modo.

El rubio arqueó totalmente su espalda y echó la cabeza para atrás cuando un ronco último gemido salió de su garganta al alcanzar el orgasmo.

Unos minutos más tarde abrió los ojos y tras tomar una gran bocanada de aire se sumergió en el agua para aclarar su pelo y poner fin a su baño con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Llevaba tanto tiempo sin una erección que había comenzado a preocuparse.

Harry se sentía frustrado. ¿Cómo aliviaba un alma su excitación? Para su hospedador había sido muy sencillo, pero él se sentía todavía excitado. Necesitaba más. Sabía que no debería haber utilizado el tacto. Al excitarse había provocado que su magia emanara sin control y en consecuencia no sólo podía sentir, sino también podía oler los jabones del baño.

Intentaba echarle la culpa a esa alteración de su magia, pero ni siquiera él era capaz de creérselo. Si no había detenido el uso del tacto había sido porque no le había dado la real gana. Había querido sentirlo, recordar lo que era una buena paja. Pero el sentimiento que había quedado era como si justo antes de correrse hubiese tenido que detenerse y como fuera guardarse la polla en los pantalones y continuar con su día. En resumen, una tortura.

Se había alegrado de que terminasen de investigar, pero si eso significaba sufrir con sus erecciones matutinas prefería volver a la aburrida rutina.

Por desgracia para Harry las cosas empeoraron todavía más.

Dos días más tarde, Draco decidió que necesitaba salir, que no tenía suficiente con su mano, y si tenía que permitir que los aurores le pusieran un hechizo localizador y relacionarse con muggles lo haría, porque no soportaba un día más encerrado en casa.

Esa noche Draco salió de su casa vistiendo una camisa negra con detalles en hilo gris, vaqueros oscuros y tras considerar si sus botas de piel de dragón resultarían extrañas entre los muggles, decidió no arriesgarse y se puso unas botas de cuero. Con su pelo libre con algún mechón cayendo sobre sus ojos estaba impresionante. Esa noche Harry no le habría recriminado por pasar demasiado tiempo en el espejo, al contrario, deseó que explotase su carácter narcisista y se observase durante horas.

Draco se apareció en el Soho y tras dar un par de vueltas, decidió entrar a un local de música ensordecedora y luces parpadeantes donde cientos de cuerpos bailaban unos junto a los otros.

Se dirigió a la barra y pidió la única bebida que le resultaba más o menos conocida: whisky. No era de fuego, pero tenía un pase.

Con el vaso en la mano paseó su mirada por la pista buscando su presa. Una vez localizó a un chico moreno que movía sus caderas sensualmente, dio un último trago a su segunda copa y se abrió paso entre los cuerpos que se movían frenéticamente hasta llegar a su objetivo.

Se paró detrás de él, con apenas unos centímetros de separación y comenzó a bailar. Pasados unos minutos, el moreno se giró y le observó descaradamente de arriba abajo con sus traviesos ojos azules y su cara de niño bueno. Pareció complacido. Draco sonrió seductoramente y puso una de sus manos sobre la cadera del joven. Continuaron bailando, acercándose cada vez más hasta quedar totalmente pegados. Se miraron a los ojos, el deseo reflejado en los de ambos, no necesitaban más. Sus alientos se mezclaron hasta que sus labios se fundieron con los del otro en un largo y húmedo beso.

Harry lo sintió y envidió a ese chico que era besado con tanta pasión por el rubio.

El muchacho se pegó todavía más de forma que ambos pudiesen atestiguar la excitación del otro y sus manos se perdieron en el pelo rubio y bajo la camisa. Draco colocó una de sus manos sobre el cuello del otro atrayéndole y profundizando el beso, mientras la otra descendía por su espalada hasta llegar a su trasero y apretar una de sus nalgas. El moreno gimió dentro del beso y se separó. Tomó la mano que había llegado tan abajo y le invitó a seguirle hasta el baño donde se encerraron en uno de los cubículos.

Harry no pudo negar los celos que estaba sintiendo por más que lo intentó. Celos por todo lo que el chico le estaba haciendo sentir tocando esa piel que durante semanas había sido suya, por la satisfacción con que el rubio salió de aquel baño. Porque estando allí encerrado nunca podría hacerlo, y en caso de que finalmente lograse recuperar su cuerpo, sabía que Draco le odiaba tanto como él lo había hecho hasta que había conocido como era el rubio realmente.

Regresaron a la mansión de madrugada. Draco satisfecho y agotado. Harry confuso y alterado debido a lo que había presenciado y sentido. No había podido dejar de pensar en ello y no pudo dejar de hacerlo en toda la noche.

Nunca había dedicado mucho tiempo a pensar en sexo, mucho menos a como es que hacían los gays para que una polla entrase en tan reducido espacio. Siempre supuso que dolería y que había que ser un poco masoquista para dejar que te hicieran aquello. Pero a ese chico no parecía haberle dolido mucho, es más, parecía haberlo disfrutado tanto o más que Draco.

No dejaba de resultarle extraño y provocarle sentimientos contradictorios. Por un lado su razón le decía que aquello dolería, quizás ese chaval tuviese el culo ya acostumbrado a esa invasión y por eso había podido salir tan feliz del baño, pero su culo era un orificio únicamente de salida. Por otro lado, deseaba ser el causante de esa sonrisa en el rostro del rubio, anhelaba estar con él.

La mañana llegó sin que hubiese podido aclararse.

Draco, complacido con la experiencia, decidió repetirla cada noche.

Draco llegó a su casa bien entrada la noche como llevaba haciendo toda la semana y se extrañó de ver a su madre sentada en el salón.

–Buenas noches, madre. ¿Ocurre algo? – preguntó preocupado.

–Hace unas horas ha llegado un mensaje del Ministerio. – respondió Narcissa con tono solemne, a la vez que cogía un pergamino de la mesa de café y se lo tendía a su hijo.

Draco se acercó a cogerlo de manos de su madre y leyó con rapidez. Como siempre, Harry trató de seguirle el ritmo y cuando los ojos se detuvieron en un punto de la carta Harry estuvo seguro de que ambos estaban pensando lo mismo: "¡Oh, mierda!" No era muy elocuente, quizás Draco lo expresara de otra forma, pero el concepto sería el mismo. Draco se había detenido donde decían que su juicio y el de su madre sería el 4 de agosto, eso era dentro de dos escasas semanas.

Tras unos segundos continuó pasando sus ojos por las letras hasta llegar al final. Harry apenas pudo hacerse una idea de lo que decía con las palabras que le dio tiempo a leer e intuyó que Draco tampoco lo había leído realmente.

–Hasta mañana. – dijo incapaz de decir algo más, dejando el pergamino en la mesa de café y caminó rápidamente hacia la puerta de la biblioteca.

–Draco, ya lo hemos leído todo. – dijo Narcissa acompañando a sus palabras con un lánguido suspiro.

–Debe de habérsenos escapado algo. – replicó deteniéndose a medio camino y encarando a su madre.

–Hemos hecho un trabajo minucioso. Yo confío en mi capacidad lo suficiente como para asegurar, después de dos meses de búsqueda, que ninguna de las incoherencias legales que hemos leído nos es de ayuda para nuestro caso. Y creía que compartías mi opinión. Al menos eso dijiste hace una semana.

–Es cierto. Lo dije, madre, pero y si…

–Si no encontramos nada cuando pudimos leer con relativa calma, no lo vamos a hacer ahora. Deberías ir a descansar, deberíamos hacerlo ambos. – dijo la mujer levantándose del sofá en que había estado sentada. – Mañana será otro día.

Draco asintió y se dirigió a su habitación, aunque no parecía muy conforme a juzgar por el paso acelerado que llevaba. Cerró la puerta de su dormitorio cogiendo con fuerza el picaporte, su brazo estaba tenso como si estuviese conteniéndose para no cerrarla de un portazo. Se apoyó en la puerta, apretó los dientes y cerró los ojos fuertemente a la vez que pasaba sus manos por su pelo. Harry pudo sentir como la magia de Draco fluía hacia el exterior. Por un momento se extrañó de ese hecho, hasta que se percató de que si podía sentirla era porque también fluía la suya. Escuchó un cristal romperse cuando comenzaba a dejar de sentir la presión en sus dientes y sus ojos, la tensión en los músculos del slytherin. Inmediatamente Draco abrió los ojos, respiró profundamente para calmarse, y papeles y libros de su escritorio junto con las lámparas de las mesillas dejaron de levitar cayendo súbitamente sobre los muebles. Harry volvió a sentir los músculos que empezaban a relajarse, como el pecho de Draco subía y bajaba con cada respiración. No podía creer que había estado a punto de separarse de él.

Una vez consiguió regularizar su respiración, caminó lentamente hasta los cristales rotos de la ventana, se agachó, tomó uno y lo observó con el ceño fruncido. Parecía confuso. Quizás nunca había roto una ventana con su magia.

Dejó el cristal y con movimientos lentos sacó su varita y ejecutó un Reparo. Paseó su mirada por la habitación y reparó las lámparas que habían quedado reducidas a pedazos al caer, esta vez sin contemplaciones, a eso parecía estar acostumbrado. No encontrando nada más que arreglar, fue con pasos lentos hasta el baño. Abrió los grifos para llenar la tina, regresó a la habitación para coger su pijama y se desnudó con un movimiento de varita.

Harry dejó de pensar en lo cerca que había estado de salir del cuerpo de Draco para observar la desnudez de éste.

Draco se metió en la tina y, como de costumbre, Harry concentró su magia en la mano enjabonada que recorría el níveo cuerpo. Se extrañó de no poder sentir la piel que acariciaba la mano y puso mayor empeño. Pero por más que lo intentó no obtuvo otro resultado mas que el rubio acabase llevándose una mano a la cabeza debido al dolor creciente. Harry desistió, dándose cuenta de que al haber estado a punto de salir de Draco junto con su magia debía de haberle debilitado.

Molesto por haber perdido una de las buenas cosas de estar encerrado en ese cuerpo, se dispuso a observar; tampoco es como si tuviese otra opción.

Minutos más tarde, Draco descansaba en su cama o al menos lo intentaba, porque no paraba de dar vueltas y con cada vuelta aplastar la almohada y tirar de las sábanas. Esa noche no parecía encontrar la postura.

Harry también estaba preocupado. Debía regresar a su cuerpo como fuera. Sabía como había llegado allí, pero no sabía como salir. Muchas veces había implorado volver a su cuerpo, pero al parecer aquello sólo servía para sacar el alma de su cuerpo, no para devolverla.

Pensó en la forma de hacer perder el control a Draco como lo había hecho un momento antes, pero nunca había podido influirle mucho, salvo por los dolores de cabeza no tenía ningún poder sobre él. Además no sabía qué pasaría una vez se desligase de él. Su cuerpo estaba en San Mungo, muy lejos de Whitsire, y no estaba seguro de como llegar hasta allí. También podría ser que su alma se dirigiese automáticamente a su cuerpo, pero eso sería demasiado fácil y de acuerdo con su experiencia nada era tan sencillo. Cada vez que pensaba en todo el lío de varitas que le había llevado a acabar con Voldemort con un Expelliarmus, se ponía malo.

Draco había parado de dar vueltas y su respiración era tranquila. Al parecer había conseguido quedarse dormido. Harry decidió seguir su ejemplo viendo que sus pensamientos no le llevaban a ninguna parte y se concentró en dejar la mente en blanco y crear sus propios sueños hasta que la luz volviese a llegar a su mundo.

Al día siguiente, Draco despertó bien entrada la mañana. Viendo que casi se le juntaba el desayuno con el almuerzo, decidió tomar algo ligero.

–Buenos días, hijo. – saludó Narcissa a la vez que retiraba la silla frente a él en el momento en que Draco se llevaba una segunda cucharada de cereales a la boca.

–Buenos días, madre. – respondió él.

–Has descansado bien. – afirmó más que preguntó observando su rostro con ojo crítico. – Espero que hayas reflexionado sobre lo que hablamos anoche.

–Sí. Tenías razón madre. No conseguiremos nada volviendo a buscar.

–Comprendo que la sorpresa no te dejase pensar con claridad en ese momento.

Draco asintió y continuó comiendo.

Una vez hubo terminado, Narcissa volvió a hablar:

–Creo que deberías ir a San Mungo.

– ¿A San Mungo? – preguntó Draco desconcertado.

–Sí, para averiguar el estado de Potter y qué es lo que le ocurre realmente.

–No creo que me lo digan, madre.

–Todo depende del modo en que lo enfoques. – dijo Narcissa con una ladina sonrisa.

Draco imitó su sonrisa y prestó atención al plan de su madre.

N/A: [1] Subigum Morbus: significa subyugar la enfermedad.