Los personajes son propiedad de Kishimoto, yo solo juego con ellos un rato.

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Ese fic, está siendo corregido para que este más chulo. No son muchos los cambios así que para las que ya lo leyeron, no se asusten y las que son nuevas pues bienvenidas.

Agradecimientos especiales a Emo Romantica 03 por hacerme el favor de betear. Eres un amor linda.

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Capítulo I

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Salió del lugar completamente destrozaba y llorando a cantaros. No sabía nada del mundo y perdió el contacto con la realidad por completo. Se la dedicó a vagar por ahí, sin rumbo fijo. La lluvia comenzó a caer a cantaros, deprimiéndola aún más si era posible. Caminando con pasos pesados entre las calles, algo llamó su atención de una forma poderosa: era un gran aparador.

En él, posaba un maniquí vestido con una extraña mezcla entre un kimono tradicional y un vestido de bodas. A simple vista, se apreciaba que la tela era de la seda más fina del mercado; tal vez, proveniente de la India o China. Era de color hueso muy claro, con brocados finos de remolinos muy artísticos y elegantes, y con ricos bordados en forma de flores, con pequeñas perlas de río esparcidas de forma casual por todo el ruedo del vestido.

Era el traje más hermoso que jamás había visto en toda su vida.

"El día que me case será con ese conjunto" pensó conmovida.

Dio unos cuantos pasos hacia atrás para poder observar detenidamente la tienda y, aprovechando esto, para ver mejor el lugar donde estaba. Al parecer, el andar sin dirección la llevó hasta ese sitio.

Miró con atención de un lado a otro para determinar si reconocía las fachadas de donde se encontraba, pero no pudo hacerlo y lo clasificó como un barrio desconocido. Sacó entonces su teléfono y lo puso en modo GPS para ubicarse. Con sorpresa, vio que estaba en la parte norte de la ciudad, a la cual nunca se había dirigido en su vida.

Poco le importo. Con su GPS podría hallarse sin importar donde estuviera, ya regresaría a casa cuando se sintiera mejor. No deseaba regresar, estaba muy dolida y triste por lo cruel que había sido Sasuke al rechazarla. Fue demasiado lejos estaba vez.

La lluvia estaba comenzando a ceder poco a poco, dejando salir el sol a su paso. Era la época en que el tiempo se vuelve voluble y nunca se sabe que pasara.

Bajó su paraguas rojo fuego «mírame porque me pierdo en la calle», y lo sacudió con calma en tanto examinaba nuevamente el aparador que llamó su atención. Al principio creía que era un local de vestidos de novias de algún diseñador independiente. Y no se equivocó. Estaba por la zona.

Su amiga Ino le platicaba de él con frecuencia, pero nunca se había animado a ir; la ropa de moda y el Mundo del Glamour de los diseñadores nunca le llamaron la atención. Y que no se malinterprete: le gustaba la moda, la ropa y el maquillaje. Como cualquier tipo de chica, era acorde a su edad de adolescente de quince años, pero era más de la índole comercial como Sasha, Zara u Osho.

Según recordaba lo que Ino le contaba, esta era la zona de los diseñadores de moda independiente y por lo tanto la ropa que se vendía en ese lugar era muy exclusiva; por ende, algo más cara de lo que estaba acostumbrada a pagar por lo que usaba. Los trajes de moda extravagante y de marca no eran lo suyo; simplemente no iban con su persona por más que trataba de visualizarse en ello. Siempre había pensado que ese tipo de cosas eran para personas con mucho porte, del cual ella carecía. Esos estereotipos iban más con Ino, que era una fashonista de corazón, con gran estilo y elegancia para lucir ese tipo de conjuntos.

Ahora, volviendo a lo que creía que era una tienda de vestidos para novia, miró con curiosidad el nombre.

—"La casa explosiva de las marionetas" —susurró, pensando que era un nombre muy extraño y miró con mucha más curiosidad el aparador; notando que había muñecos de madera acompañando a la novia y que, lo que creía un maniquí, era en realidad una muñeca de madera con hilos saliendo de sus articulaciones. Una marioneta gigante.

La sorpresa la invadió y la curiosidad la llevo a entrar aquella tienda.

Se asomó con cautela por la puerta que decía «abierto», haciendo que sonara una pequeña campana colgada encima del dintel, para anunciar a los clientes. Se quedó muy quieta al escuchar el tintineo, como esperando algo o alguien, más nada paso. Entró de puntitas esperando no hacer ruido. Se sentía como una especie de ladrón al acecho o como cuando era pequeña y hurgaba sin permiso entre las cosas de su madre, buscando algo con que entretenerse porque estaba muy aburrida.

La aventura le llamaba, sintiendo placer al jugar de esa manera, con la idea de ser o no ser atrapado en el acto. No es que fuera a robar la tienda o algo así, pero es que de esa forma se vería distraída del recuerdo de su doloroso rechazo por parte de Sasuke.

Ahora que estaba dentro le entraron muchas más ganas de saber de qué iba la tienda.

Del lado derecho, todo se veía tan pulcro y ordenado: con marionetas tamaño natural, luciendo vestidos de coctel y de noche sumamente elegantes; de cortes finos, delicados y de hechura impecable. Ni un hilo fuera de lugar. Los trajes eran muy simétricos a la vez que sumamente femeninos; resaltaban la belleza de las marionetas, haciéndolas parecer casi humanas con sus peinados altos y llenos de rizos.

El tema de decoración era algo que le recordaba a las películas de la época del siglo XVIII o XIX, con mucha elegancia y sofisticación.

Pero por el otro lado, se encontraba una cosa por completo diferente. Todo era muy urbano: la pared era de tabique, con grafitis de anarquía, esqueletos y suásticas.

Los modelos de ropa nada tenían que ver con su contraparte. No, esto era ropa de calle muy casual. De ese lado no había marionetas, sino maniquíes con leggins de motivos animal-print de tigres y cebras; de colores como rosa, azul y verde fosforescente. Las playeras eran de tonos menos llamativos de los leggins, pero no por eso menos llamativas. Llevaban estampados de explosiones espectaculares. La que más le llamo la atención era una que tenía una mano abierta con una boca en medio, enseñando una lengua.

Estaba examinando con gran curiosidad el lado izquierdo de la tienda, cuando recibió el susto del siglo en el momento en que la puerta se abrió y azotó la pared con un ruido estrepitoso, dando paso a un tipo rubio muy escandaloso.

—¡Sasori, ya llegué! —gritaba el desconocido, agitando los brazos como un demente de arriba abajo, mirando por todos lados en busca de su compañero.

En la esquina de la tienda, donde estaban los probadores, se encontraba un hombre recargado, mirando con pereza y enojo al ruidoso hombre que había venido a interrumpir su tan preciado silencio.

—¡Cállate de una buena vez! ¿No te das cuenta que asustas a posibles clientes? —dijo señalando con la mirada a Sakura, que lo miraba con sorpresa, preguntándose por cuánto tiempo había estado ese hombre en aquel lugar, porque no sintió su presencia en ningún momento.

¡Bien! Ahora se sentía como una tonta por haber entrado de puntitas a la tienda, como una especie de ninja, y que ese sujeto la hubiera estado viendo desde el principio sin decir absolutamente nada. Esto mermaba más en su, de por sí, decaída autoestima.

Sintió como era tomada por el mentón, obligando a girar su rostro. Con sorpresa, vio dos grande ojos azules examinándola con detenimiento.

No le gusto para nada la forma en cómo la miraba. Se sentía como un pequeño e indefenso insecto bajo el escrutinio de la lupa de algún niño morboso, que sentía una curiosidad enferma en examinar cada parte de la pobre criatura que había capturado bajo sus redes. Se sentía desnuda ante ese mirar.

—¿Es tu color natural? —preguntó el extraño, tomando un mechón de su flequillo y restregándolo entre sus dedos con insistencia. Esto molestó mucho a Sakura.

El manotazo llegó enseguida ante la absurda pregunta. Estaba harta de que la gente le fuera preguntando eso. Además, por educación, ese tipo de cosas no se indagaban y menos si provenía de un tipo que ni conoce.

—No es de tú incumbencia —dijo rechinando sus dientes con molestia y luego dio media vuelta para dirigirse a la salida con pasos grandes y pesados, dando a entender lo enojada que estaba por la ofensa. Cuando llegó a la puerta, se detuvo a considerar si debía azotarla o no. ¡Como deseaba hacerlo para descargar sus frustraciones!, pero recordó que su madre le había dado una educación y que no se rebajaría a la del tipo ese que la acaba de hacerle enfadar con su grosería.

Deidara se quedó con la palabra en la boca, muy sorprendido por la respuesta de la chica que había golpeado su manita, la cual ahora le dolía mucho, y después dirigió sus ojos azules a su compañero, que le decía con su mirada que era "un gran idiota", meneado la cabeza de izquierda a derecha con pesar por su error. Por su culpa habían perdido a una posible cliente.

—¿Pero qué hice? —se quejó, agitando la mano de un lado a otro para calmar el dolor creciente.

Sasori, en respuesta, se volteó para darle la espalda. No iba a perder el tiempo en semejante tontería. Si el bruto no comprendía lo que había hecho mal ahora, con sus casi veinte años de vida, probablemente nunca lo haría.

Suspiro cansado, recogiendo el paraguas que la chica dejó caer al momento de golpear a su muy tonto compañero de negocios. Lo guardaría cerca de la caja registradora para entregárselo cuando volviera por él.

"Ya regresara, cuando este de mejor humor".

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Dio un pequeño sorbo a su taza con chocolate caliente, que acababa de hacerse, para quitarse el frío que aún conserva por la lluvia, que volvió a agarrarla de regreso a casa. Recordó con pesar que había dejado por accidente su paraguas en esa extraña tienda de ropa, y que mañana tendría que regresar por él; solo esperaba no volver a toparse con ese rubio grosero.

"Dejarlo ya, es agua pasada", se dijo, ahora, que estaba con su pijama rosa de dos piezas favorita.

Era un pantalón pescador y una camiseta de tirantes de algodón que le había regalado su mamá, hace casi medio año. El elástico del pantalón estaba algo gastado por el uso continuo, dando a entender que sus mejores días estaban pasando y que en cualquier momento diría el adiós definitivo, para gran tristeza de su dueña.

Quería mucho ese pijama, le hacía sentir de algún modo un poquito más cerca de su mamá, porque no la veía tan seguido como deseaba.

Casi siempre estaba sola en casa, pues ambos padres eran médicos jefes de sus respectivos departamentos. Su padre, cardiología, y su madre, neurología; ambos médicos prominentes y muy respetados por la comunidad médica y científica por sus grandes logros. Sus vidas laborales eran exitosas y altamente envidiables para cualquiera, pero por desgracia eran demasiado competitivos; y eso resultaba bien en el trabajo, más no en casa, donde ninguno de los dos podía dejar de lado el trabajo y las peleas se desataban con relativa facilidad, haciendo que la guerra de Troya pasara como un pequeño mal entendido sin sentido.

Sakura realimente amaba a sus padres, pero dio gracias al Cielo cuando decidieron que lo mejor para ellos era separase, para evitar seguir haciéndose más daño a ellos mismos y, lo mas impórtate, a su muy amaba hija, que era la espectadora principal en su riñas.

Tras la separación, Sakura tuvo que tomar una de las decisiones más importantes de su vida: al tener que decidir si quedarse con su padre o irse con su madre. Fue una decisión realmente dura, pero tuvo que tomarla muy a su pesar, era necesario. Tomó la resolución de quedarse con su padre porque no deseaba abandonar la cuidad que la vio nacer, donde tenía su vida hecha, estaban también sus amigos y, lo más importante, Sasuke.

Su madre se había mudado a la ciudad de Suna, en donde le habían ofertado varias veces unirse al hospital general de dicha ciudad. Le llamaba cada noche entre las ocho y diez, sin falta alguna, e iba a verla en sus días libres. Además, las vacaciones de verano se la pasaba con ella. En Navidad y Año Nuevo sus padres se juntaban para estar juntos, ya que, aunque estuvieran separados, seguían siendo buenos amigos y colegas. No querían que su hija se viera en la penosa situación de elegir una vez más.

Ahora, Sakura vivía con su padre, el cual esta noche había salido de emergencia a trabajar y lo más probable es que no lo vería hasta el siguiente día; o quizá en el desayuno, con los horarios de su padre la verdad no sabía.

El baño que se dio hace poco no le sirvió de mucho para relajarse por la terrible pena y frustración que sentía por lo que había pasado en la escuela.

Desde que podía recordar, Sasuke Uchiha le gustaba con gran fervor; si mal no se equivocaba, desde el primer momento en lo vio sintió el flechazo de Cupido. Fue a eso de los seis años, cuando supo que era el amor de su vida y que nunca lo dejaría ir. Sus sueños rosas de amor comenzaron ahí y le siguieron por casi nueve años, e incluso fue la fundadora —y actual presidenta— de su club de fans.

Deseaba con todo su corazón demostrarle lo mucho que lo quería, pero todos sus intentos fueron inútiles. Entre mas intentaba acercarse más la repelía, sin embargo, eso no importaba. Era una chica persistente y no se daría por vencida, sabía que el camino del amor era algo duro; se decía que tarde o temprano su amor triunfaría como en las novelas rosa o mangas shojo que tanto le gustaba leer.

Grave error.

Las lágrimas amenazaban con querer salir, una vez más, por este último y el más cruel rechazo que le había hecho.

Le había preparado el almuerzo con la esperanza de que la aceptara. Era la primera vez que hacía eso porque había notado que, de una fecha para acá, él no traía su propio almuerzo, sino que lo compraba. Así que se le ocurrió la "grandiosa" idea de hacerle uno, y tal vez con esto podría acercarse, aunque fuera un poco, a su amado.

Se puso a la tarea de investigar sus alimentos favoritos y preparárselos para el día siguiente, con mucha ilusión y entusiasmo. Se lo llevó antes de que fuera a comprar su almuerzo. Se había asegurado de hacerlo en privado por dos poderosas razones:

La primera —y la más probable—, es que declinara el almuerzo que le ofrecía porque "prefería ir a comprarlo él mismo"; en cuyo caso se lo daría a Choji o a Naruto, que siempre se tenían con ganas de comer. Ella sólo tendría que decir que ya no tenía hambre y que le sobraba almuerzo y de seguro esos dos se apuntaban solos para ayudarla en su "dilema".

La segunda —y esa era la que esperaba con mayor fervor—, era que se lo recibiría diciendo que "nunca había probado algo tan suculento"; que le pediría que fuera su novia para que siempre y para que le preparara tan deliciosas comidas. Ok, tal vez la opción número dos era un poquito exagerada, pero el que le recibiera el almuerzo era un gran paso. ¿Cómo era? Un pequeño paso para Sasuke, un gran salto para Sakura.

Esa era la esperanza que tenía; de cualquier forma, ganaba al ver que ella se preocupaba por él y la notaría.

La idea no le pareció nada mal. Nada que perder y sí mucho que ganar con esta jugada para llegar al corazón, o mejor dicho, estomago de su amado. Pero nada de eso pasó.

Siempre contó con el factor rechazo de Sasuke, estaba preparaba para eso; mas no contó con que le gritaría que era una maldita molestia, una detestable piedra en su zapato y que no quería salir con ella, por más que tratara, pues ya estaba harto de su persona. La dejó con las manos extendidas con el dichoso almuerzo, llorando a cantaros por lo hiriente de sus palabras.

Se quedó de piedra, en medio del pasillo, sin saber qué hacer o a dónde ir, con los ojos bien abiertos, tratando de no seguir llorando.

Todo el receso se la pasó así, paralizaba, hasta que llegó la hora de reanudar las clases. Como una autómata se limpio los ojos, asegurándose de que no se viera que había estado llorando y no preocupar a la gente a su alrededor, por consiguiente, así no preguntarían que le sucedía. Porque si alguien lo hacía estallaría de nuevo, echando lágrimas a mares sin poder parar.

No habló con nadie el resto de las clases, tomó apuntes y se concentró totalmente en sus asignaturas para no pensar en lo destrozado que estaba su dolido corazón. Cuando las clases terminaron, decidió que no podía llegar a casa aún. Eso la deprimiría muchísimo más, no deseaba saber nada de nadie. Se puso a caminar sin pensar en un destino fijo, con la mirada pérdida y la lluvia como única compañera de penas, que solo al verla lograba deprimirla mucho más. Fue así como llegó a esa extraña tienda que había llamado su atención, y la había distraído lo suficiente para olvidarse un rato de sus miserias.

Ahora que lo pensaba, era un lugar de lo más curioso, por no decir extraño... Y una vez más, se sorprendió a sí misma distraída, pensando en ese local lleno de títeres y explosiones.

Recordaba a ese sujeto rubio, bronceado, gritón y grosero; que vestía como gran extravagancia, en su opinión. Sus pantalones eran entubados, de color blanco y con motivos de leopardo rojo; su camiseta era roja y con una explosión nuclear de adorno. El otro chico le pareció algo terrorífico, con sus intensas ojeras bajo sus ojos, su mirar frío y su atuendo que, aunque no era la gran cosa, le recordaba a esos vampiros de la televisión del tipo «Entrevista con el vampiro» o algo así. Ese hombre solo llevaba un pantalón negro con una camisa gris y un chaleco, a juego con su pantalón. Su piel era tan pálida, que Sakura pensó que un poco de exposición solar no le vendría nada mal, eso sin contar con su cabello rojizo resaltaba aun más su palidez.

Su madre le llamó un poco más tarde y le pregunto cómo había salido su plan del almuerzo, el cual le había contado el día anterior. Por poco se echó a llorar, más se hizo de tripas corazón y se aguantó, decidiendo mentirle un poco. Le dijo que Sasuke lo había rechazado amablemente porque él ya llevaba el suyo. No quería preocuparla y, de paso, hacerle sentir mal al no poder consolar a su hija en vivo y en directo, como desearía.

—Que mal —contestó su madre por el teléfono, en tono conciliador—. Bueno, ya tendrás otra oportunidad —concluyó, dándole ánimos a su hija.

La llamaba habitual terminó más pronto de lo acostumbrado y se despidieron.

Colgó, echándose a llorar sin poder detenerse. Cayó de rodillas, abrazándose a sí misma, diciéndose lo estúpida que había sido por pensar en siquiera poder acercase un poco a Sasuke-kun.

El tiempo que paso así, nunca lo supo; sus ojos estaban rojos e hinchados; su nariz sufría de una grave congestión de fluidos, que le impedían respirar como era debido; sus labios lastimados por las mordidas que se dio en medio del llanto; y su garganta reseca por los alaridos, muestra de su gran dolor. Las lágrimas se terminaron en algún momento de la noche, cuando el sueño fue ganando fuerzas. El día había sido muy largo, pesado y sobre todo muy triste.

Ahora, no sabía cómo comportarse con Sasuke, estaba muy dolida. No podría verlo a la cara, estaba segura de que se echaría a llorar si le volvía a dirigir esa terrible miraba que le dio al decirle que lo dejara de una buena vez en paz.

—Bueno, como dice Scarlett O´Hara: «Mañana será otro día» —se trató de animar con las sabias palabras de su heroína favorita, para darse algo de valor para el siguiente día.

Se terminó durmiendo con esto en mente, abrazando a su peluche favorito: El Señor Rana Feliz, que tenía desde que recordaba.

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Entrar o no entrar, he ahí el dilema.

Se mordió el labio una vez más con indecisión, insegura de entrar al salón de clases. Había llegado temprano, como siempre. Era su costumbre llegar por lo menos unos quince minutos antes para repasar las tareas y lecciones.

Era una completa empollona de costumbres muy marcadas, que ahora se maldecía una y otra vez por ser así y llegar antes, en vez de unos cinco minutos antes o con justo a tiempo, como una persona normal.

No quería cruzarse con él por ningún motivo, pero eso le iba a resultar muy difícil; iban en el mismo salón y, por si fuera poco, se sentaba justo a su lado.

Ahora, recordaba con desprecio el día en que peleo con uñas y dientes aquel lugar para poder estar junto a Sasuke. Lo peor del caso es que él también había decidido llegar temprano hoy.

—¡Quítate, Haruno! No tengo todo el día, estorbas —resonó con hostilidad, la voz a sus espaldas.

Volteó alegre cuando escuchó ese chillón tono de su salvación

—¡Karin! —exclamó con una gran sonrisa, haciendo que la chica de cabellos rojizos temblara, porque normalmente ambas se trataban con cierta hostilidad y se miraban con desafío silencioso, buscando el mejor momento para atacar. Además, la había llamado por su nombre en forma un tanto, ¿alegre? Era muy sospechoso.

—¿Qué te parece si cambiamos de lugar? —le dijo acercándose a ella, en tono cómplice, de forma muy baja, como si fuera un secreto entre dos grandes amigas.

Karin la miró con sospecha, preguntándose qué mosco la había picado y si estaba hablando en serio o se trataba de una treta para burlarse de ella.

—¿Por qué?

—Eso no importa, Karin, ¿es que no quieres sentarte con Sasuke-kun? —musitó de forma melosa, a la vez que aterradora; sobretodo el nombre del chico, al que deseaba evitar a toda costa, ahora. No podía mirarlo.

Karin, por su parte, miró una vez más a su rival y dio otra miraba al asiento a lado de Sasuke, que era tan codiciado por casi todas la chicas del salón, preguntándose una vez mas dónde estaba la trampa mortal.

—¿Cuál es el truco? —interrogó intrigada, con los ojos entrecerrados.

—No hay ningún truco —contesto Sakura, muy seria—. No derroches esta oportunidad, porque si no aceptas tú, se lo pediré a cualquier otro y serás la única que se arrepentirá después —concluyó de forma mortal.

—Bueno, visto de ese modo, lo tomaré. ¡Pero si esto es una trampa te arrepentirás! —manifestó después de analizar la situación con cuidado y se fue feliz a tomar su nuevo lugar a lado de Sasuke-kun.

Sakura soltó el aire acumulado, sintiéndose a salvo de momento, al no tener que sentarse con él. Aún temblaba por dentro con una terribles ganas de llorar, le estaba dando lo que quería. Se alejaba de él como era su deseo y ella siempre haría cualquier cosa por él. Incluso, desaparecer de su vista como tanto deseaba, ya que lo hacía sentirse tan molesto.

Fue a su nuevo asiento, sin mirar lo que dejaba atrás con mucha pena y dolor.

Lo bueno de su nuevo puesto era que estaba junto a la ventana y allí podría perderse, mirando atreves de ella cada vez que se aburriera de las clases, en vez de mirar a Sasuke.

—¡Buenos días, zanahoria! ¿Cómo amanecieron esas greñas de estopa hoy? —dijo una voz cantarina encima de su cabeza, sin mirarla.

Suigetsu, esperaba el golpe habitual de las mañanas cuando saludaba a su muy "dulce" y "cálida" compañera de clases, seguidas de algún púdrete o algo parecido que nunca llegó. Muy extrañado, dirigió sus ojos al pupitre y se encontró con una gran sorpresa.

—¡Tú no eres la zanahoria! —confirmó sorprendido, señalándola.

—Si no me lo dices ni me doy cuenta —el sarcasmo salió antes de que pudiera detenerlo, pero le irritó que la señalara con tanto descaro—. Y no señales, que es de mala educación —sentenció, mandona.

De inmediato, cambió su mano para rascarse la cabeza, confundido. Buscando a Karin por el salón, la halló enseguida, colgada de un Sasuke que trataba de quitársela por todos los medios posibles sin poder hacerlo. Era inútil, ella era como una prensa hidráulica.

—Eh… ¿no era ese tú asiento?—sugirió inseguro a Sakura, frotándose la nuca mientras miraba como sufría su pobre amigo.

—Sí.

—Entonces… ¿Karin te quitó el asiento peleando como gatas por él? —la emoción ante aquella visión lo emocionaba— ¡Sabía que era cuestión de tiempo para pasara!

Sakura lo miro con el ceño fruncido, con claro disgusto.

—No seas idiota, ninguna de las dos nos rebajaríamos a eso. Yo le cedí mi asiento —respondió con los brazos cruzados. Era horrible que pensaran tan mal de ellas, alegando aquello. Sí, eran rivales y competían por la atención de Sasuke, cada una a su modo; pero por ningún motivo iban a denigrarse de ese modo, era grotesco.

Suigetsu se quedó con la boca abierta al escuchar eso. Según recordaba, a principio del año escolar, casi todas las chicas por poco lucharon a muerte por el lugar junto a Sasuke e, incluso, se hicieron apuestas por ver quién se lo quedaba. Él mismo las había organizado y perdió mucho apostándole todo a Karin.

—Por curiosidad. ¿Por qué le diste tú amado lugar? —se sentó en su lugar junto a ella, mirándola con gran interés.

Sakura rodó los ojos, preguntándose cómo hacer callar a su nuevo compañero, hasta que se dio la luz.

—Si te callas y dejas de preguntar de una buena vez, te presto mis apuntes de matemáticas —negoció con una astucia y una sonrisa de lado.

Calló de inmediato. Era bien sabido que los apuntes de Sakura Haruno eran una joya preciosa; un oasis en el desierto; una luz en medio de la oscuridad de la ignorancia por lo completos, simples y bien redactados que estaban. Se decía que si te hacías con sus apuntes tenías la clase asegurada. La prueba viviente de ello era el más bruto de la escuela, que no daba ni una y que siempre en épocas de exámenes, la iluminación venia; porque le pedía o, mejor dicho, rogaba, por los apuntes de Sakura.

Sí, Naruto Uzumaki siempre lograba salir airoso gracias a los apuntes que le prestaba la chica.

—Hecho —declaró mientras se hacia un candado imaginario en la boca y desechaba la llave.

Después de este pequeño incidente, todo lo demás pasó con tranquilidad. Si bien, todos en el salón se preguntaban a voces el «por qué» del cambio de asientos, nadie fue a preguntarle directamente, porque estaba rodeada de los chicos más intimidantes de la clase.

Detrás de ella se encontraba el gigante Juugo; a un lado, el ya mencionado, Suigetsu; y adelante, el callado Kimimaru. A los cuales, le traían francamente sin cuidado alguno. Las reglas eran simples: tú no te metías con ellos, ellos no se metían contigo; como cualquier ser.

Sólo sus apariencias eran algo intimidante aunque por dentro eran un pan, especialmente Juugo. Su pasión eran los animales y observar aves del parque; Suigetsu solo era fanfarrón y además amigo de Sasuke, y a Kimimaru no lo conocía para nada, pero era amigo de Juugo así que eso era suficiente para ella.

Había elegido ese lugar porque así se evitaría de las preguntas incomodas durante las clases y cuando acabaran, se retiraría lo más rápido posible, evitando cualquier situación incómoda que la hiciera desmoronarse.

Era una verdadera suerte que su mejor amiga y amigo estuvieran en otro grupo. A Naruto e Ino no los hubiera podido evitar de ninguna manera. Esos dos rubios eran un gran equipo cuando se trataba de sacarle algún secreto, a ellos no les podía mentir ni aunque la vida le fuera en ello.

Era una cobarde por evitarlos, huyendo de esa manera, pero todavía no estaba lista para confrontarlos.

Ya faltaban unos pocos minutos para acabaran las clases y por suerte mañana no habría.

Era el bendito viernes. No tendría que ver a nadie hasta el lunes, cuando suponía que estaría preparada para poder confrontar a Ino, la cual a estas alturas ya debía estar enteraba de su repentino cambio de asiento. Era cuestión de vida o muerte salir del salón de clases antes que cualquier otro.

Se puso en posición con todas sus cosas guardadas, mirando a la puerta, esperando que en cualquier momento se anunciara el fin de la clase. Tomó una gran bocanada de aire para la carrera, relamió sus labios y cogió su mochila con fuerza. No podía perder nada en el camino porque no pensaba regresar por lo caído en batalla. Una vida y reputación estaban en juego. Estaba decidida a no desmoronarse, a no llorar como una magdalena en frente a toda la escuela. No iba a ponerse en ridículo, suficiente tenía con sentirse tan mal por lo que Sasuke le dijo sin testigos.

Vio a su maestro Kakashi esperando a que diera el aviso de salida como si fuera en cámara lenta. La hora había llegado y tomando aire por una última vez, salió corriendo y esquivó los obstáculos con maestría olímpica digna de una medalla de oro.

Salió como un rayó del salón sin dejar rastro alguno de su presencia, dejando a los chicos a su alrededor sorprendidos por su velocidad.

No paró de correr hasta que llegó a la extraña tienda de ropa.

Tomó aire, le dolían las piernas, había llegado en tiempo record. Si no calculaba mal, había hecho en tres cuartos de hora un viaje de dos horas caminando desde de la escuela.

Se enorgulleció de su buena condición física. Le daría las gracias a su maestro Gai y no volvería a quejarse por lo raros y, hasta en ocasiones, extremos que pudieran llegar a ser los ejercicios que les ponía en clase.

«La casa explosiva de las marionetas», leyó una vez más para ver si no había visto mal el nombre del local en su pasada visita.

—Pero que extraño nombre —dijo en voz alta, preguntándose interiormente quién era el loco al que se le ocurrió semejante nombre tan tonto.

El momento de recuperar su paraguas había llegado al fin. Una vez que lo tuviera podría irse a casa y encerrarse del mundo hasta que llegara el lunes y tuviera que enfrentarse a Sasuke y ver si podía evitar un poco más a sus amigos.

Esperaba enserio que el maldito lunes no llegara jamás.

Entró de una buena vez para recuperar lo perdido. De esa forma podía seguir auto-compadeciéndose y deprimiéndose sola en su casa, comiendo grandes cantidades de helado de chocolate y viendo películas viejas de esas que duraban años como: Lo que el viento se llevó y Mi bella dama. Los clásicos que siempre la consolaban en momentos duros.

Esta vez, decidió mirar con mucha más atención antes de asegurarse a sí misma de que no había nadie atendiendo el lugar como es debido. Se encontró con la grata sorpresa de ver al sujeto aterrador que parecía vampiro, sentado enfrente de la caja registradora, simulando poner atención en la entrada —y, digo simulando— porque cuando sonó la campanilla del dintel, anunciando su llegada, ni se inmutó. Parecía que estaba echándose la siesta con los ojos abiertos; estaba como en una especie de trance, perdido entre el todo y la nada del Limbo o —como vulgarmente se dice— viendo la inmortalidad del cangrejo pasar.

Se acercó con cierto recelo y al ver que no reaccionaba a su presencia, pasó la mano frente a sus ojos, considerando seriamente que aquel sujeto hubiera estirado la pata antes de lo previsto o, que, en efecto, era un vampiro real; de carne y hueso. Listo para tomar su sangre joven e inocente, como contaban las historias de sus libros en repetidas ocasiones. Es decir, el mito del vampiro era tan viejo y contado en tantas partes que algo debía ser cierto, ¿no?

Decidida a comprobarlo, acercó su dedo índice y medio para tomar su pulso. De esa forma comprobaría si estaba vivo, muerto o no vivo (un vampiro, como ella sospechaba).

—Tocar a la gente sin su permiso es una gran falta de educación, niña —soltó de pronto el hombre, haciendo que Sakura diera un brinco hacia atrás y soltara un gritito, que pudo hacer callar antes de que se convirtiera en un gran grito de pánico.

—L-lo siento, pensé que estaba muerto o algo así —los nervios mezclados con la sorpresa anterior la traicionaron.

Puso con rapidez su mano sobre la boca para callarse de una buena vez y evitar quedar más en ridículo con sus intenciones.

—¿Muerto? —interrogó mas para sí que para ella—, sí, ya me lo han dicho, suelo dormir con los ojos abiertos cuando me aburro.

Se estiró con pereza y bostezó, dejando que el oxígeno invadiera sus pulmones y cerebro para despejarse por completo de su letargo. Miró su reloj distraído y luego a la chica frente a él. Le recordaba vagamente a alguien, no estaba seguro, normalmente no conseguía recordar a la gente nueva que trataba, porque la mayoría de la gente le importaba un reverendo rábano.

—Y bueno, ¿qué desea? ¿En qué puedo servirle? —manifestó de forma monótona, completamente aburrido y desinteresado. Se notaba que lo que decía era «en automático» y no tenía muchas ganas que digamos de atender, pero que lo hacía porque era su trabajo.

Sakura ladeó la cabeza confundida. Lo normal era que la recordara por su muy particular cabellera rosada, como a cualquier parte que iba. Este joven no parecía reconocerla en lo absoluto. Era un sujeto venido del mundo de lo extraño, no cabía duda; estaba entrando a «Twilight Zone». Lo único que faltaba era la música del "intro" para estar por completo en ambiente.

Ya lograba escuchar en su mente las palabras de introducción de uno de sus programas favoritos:

«Abramos esta puerta con la llave de la imaginación. Tras ella, encontraremos otra dimensión; una dimensión de sonido, una dimensión de visión, la dimensión de la mente. Estamos entrando en un mundo distinto, de sueños e ideas. Estamos entrando en la dimensión desconocida

De acuerdo, tal vez debería dejar de ver las repeticiones de aquel antiguo show de ciencia ficción por su salud mental.

—Eh…yo ayer olvide mi sombrilla —contó, esperando que en cualquier momento la famosa canción del programa de Rod Serling.

El hombre miró al techo, como buscando respuestas divinas del cielo, ignorando por completo a Sakura o eso creyó ella, cuando lo vio bajar su paraguas de una pequeña repisa que estaba sobre sus cabezas.

"Qué extraño lugar para colocarlo", pensó, recibiendo su sombrilla con cautela.

Agradeció, lista para marcharse, cuando vio un letrero sobre el mostrador, a lado de la caja registradora.

— ¿Necesita empleada?

La idea de trabajar le vino al momento en que vio el anuncio. Era la forma ideal de no pensar en su destrozado corazón y de hacer algo por las tarde, porque ciertamente no iba a volver a hacerse cargo del «Club de fans de Sasuke». De esta forma mataría dos pagaros de un tiro; al distraer su dolido corazón, que estaba hecho añicos, y ganar un poco de dinero, que nunca estaba de mas.

—Sí —anunció, pensado en que Deidara debió haber pegado el anuncio en el aparador como se lo había mandado hace dos días. Y, ahora que andaba en esas, ¿cómo era posible que él no se diera cuenta de que el dichoso anuncio seguía en el mismo lugar, donde lo dejó hace un par de días? En definitiva era muy distraído con lo que no le importaba; debía ser un poco más cuidadoso en ese aspecto, se prometió viendo a la niña, casi adolescente, frente a él.

Los ojos de Sakura se le iluminaron con la respuesta, esperando que la contrataran de inmediato, de ser posible.

—No me vayas a decir que lo quieres —dijo con duda—. ¿No eres muy joven para pedir empleo?—su tono era por completo escéptico, la veía muy chica.

—De acuerdo, no se lo digo y no. No soy muy pequeña, tengo quince años, casi dieciséis —aseguró algo enojada, ya no era una niña.

La miró, incrédulo. Se veía de trece, a lo mucho catorce; se notaba que todavía no daba el estirón que debería y eso que las mujeres se desarrollaban más rápido que los hombres. La naturaleza es tan extraña. No estaba muy seguro de contratarla, pero estaba comenzando cansarse de atender la tienda por las tardes. Tenía cosas más importantes que hacer. El trato con las persona no era para nada su fuerte y era por eso que Deidara trataba con los distribuidores de tela, habilitaciones, pasamanerías, maquileros, etc. El rubio siempre obtenía los mejores tratos, pues su personalidad antisocial jugaba en su contra a lo hora de la verdad y era por eso que le tocaba manejar la tienda desde el inicio de la tarde hasta el cierre.

—Bien —miró su reloj—. ¿Vienes directo de la escuela?

Sakura afirmó, enérgica.

—Ya casi son las tres, supongo que tu horario puede ser de tres a ocho, que es cuando se cierra. Pero necesito que llenes este formulario y que tus padres firmen el permiso para poder contratarte. No quiero ningún tipo de problemas.

Sakura aceptó el formulario con alegría, agradeciéndole a su nuevo jefe con entusiasmo, al darle la oportunidad de poder trabajar.

. . .

N/A: Bueno este fic ya está terminado, pero solo tengo 5 capítulos corregidos de momento, iré subiendo uno cada semana para dar tiempo a que los otros estén listos. Así que sean pacientes.

Tomatazos y demás son siempre bien recibidos. Gracias por leer.