¡Aquí está el último capítulo! Siento haber tardado tanto escribiendo este también. Espero que os guste, y perdonádme si os parece corto. Es el primer fanfic de varios capítulos que escribo, intentaré hacerlo mejor la próxima vez. Gracias por vuestros reviews y vuestro apoyo :)

John abrió la puerta del piso nervioso. Le costó meter la llave en la cerradura. Cuando por fin entró, alzó la cabeza, hasta entonces pendiente de sus temblorosas manos, y lo vio.

Sherlock estaba allí de pie, mirándole fijamente con algo parecido a una sonrisa en la cara. El doctor pensó en devolverle la sonrisa, pero entonces se fijó en la mano herida de su compañero de piso. Corrió al baño sin mediar palabra, y volvió al salón con un botiquín. Se acercó al detective y tomó su mano para inspeccionar el dedo sangrante. Al tocarlo, notó que la respiración de Sherlock se aceleraba, pero intentó ignorar este hecho para centrarse en su trabajo.

- ¿Cómo te has hecho esto? - preguntó John, mientras quitaba el tapón de un bote de agua oxigenada.

- ¿No es obvio? - contestó Sherlock girando la cabeza y mirando al violín roto en el suelo. Volvió la cabeza bruscamente con un quejido cuando notó el ardor del líquido en su dedo.

- Tranquilo, hombre, no es para tanto. - respondió el médico sin apartar la vista de la tirita que ahora le ponía en la mano. Al acabar, alzó los ojos y sonrió - Eres un idiota quejica, ¿lo sabías?

Sherlock rió. Por un momento se quedaron así, riendo y mirándose uno al otro. Los dos pensaron a la vez que era el momento de hablar, y empezaron a la vez, pero al ver que el otro iba a hablar también, pararon.

- Habla tú. Seguro que ya sabes lo que voy a decir por mi expresión, por el sudor de mis manos o algo así. - dijo John, rompiendo el silencio.

Sherlock respiró hondo. Ahora tenía la oportunidad de salir airoso de la situación de una forma que se le daba bastante bien: deduciendo.

- En cuanto me desperté y vi que no estabas en el piso, deducí que te habías ido porque te encontrabas incómodo con lo que pasó anoche y no te atrevías a hablar conmigo. - comenzó Sherlock -. Supuse que te habías ido a dar un paseo, pero mi hermano pasó por aquí y me comentó que habías ido a casa de tu amiga Sarah.

Otro día me habría parecido extraño, porque vuestra relación se ha enfriado ya que tú no has dado ningún paso y ella se ha cansado de esperar por ti, pero la situación hoy es diferente. Tienes pocas personas con las que hablar de algo tan íntimo como esto, y con ella tienes confianza, así que tiene sentido deducir que hablaste con ella del tema para que te aconsejara. De todas formas, supongo que ella te llamó o te mandó un mensaje, tú no irías a su casa sin avisar.

Te oí al llegar. La firmeza de tus pasos en la escalera, signo de decisión, contrasta con tu tardanza en meter la llave en la cerradura, algo que indica que a pesar de todo estabas nervioso. Así pues, está claro que tienes intención de hablar conmigo sobre el tema pero que no estás del todo seguro respecto a qué decir ni a cómo voy a reaccionar. ¿Y bien? - terminó el detective con una media sonrisa.

La expresión del doctor nunca dejaba de sorprender al menor de los Holmes. Cada vez que hacía una de sus brillantes deducciones, él lo miraba con total admiración. Sólo él. Ni Lestrade, ni Sally, ni Anderson parecían maravillarse con su privilegiada mente, incluso parecían odiarle por lo que hacía, aunque sin él ninguno de los casos complicados sería resuelto.

Sólo él siempre se mostraba igual de fascinado, y no temía decirlo en voz alta. Sólo John parecía disfrutar con la lógica de Sherlock y apreciar su trabajo. Por una vez en su vida, el detective tenía alguien que lo admiraba y no lo despreciaba por quien era.

- Fantástico, como siempre - dijo el doctor con una sonrisa.

- ¿Me he dejado algo? - preguntó el otro, ladeando la cabeza.

- Sólo una cosa - contestó John, haciendo que Sherlock frunciera el ceño.

- Siempre hay algo... ¿Qué es esta vez? - preguntó, claramente decepcionado consigo mismo.

- Esto - respondió simplemente el doctor, acercándose al otro y tomándole la cara con las manos.

John buceó un par de segundos en sus ojos antes de besarle.

Esta vez el beso fue cálido, apasionado. El enfásis del doctor pilló al detective desprevenido. John casi tuvo que ponerse de puntillas por la diferencia de altura, y Sherlock lo sujetó por los hombros para que no se cayera.

Cuando se separaron, ambos respiraban entrecortadamente, por la boca. El beso los había dejado exhaustos. Sherlock se preguntó si John podría escuchar los latidos de su corazón, pues a él le retumbaban en los tímpanos.

- Bueno... - empezó John, cuando su respiración recuperó el ritmo normal - ¿Me puedes explicar cómo demonios le has hecho eso a tu violín?

Sherlock le respondió con una carcajada.

Al día siguiente, Lestrade llamó a Sherlock. Lo necesitaba para un nuevo caso que no supo resolver solo. Tras este vinieron muchos otros casos, todos ellos resueltos brillantemente por el genial detective en compañía de John.

Un día se cruzaron con Sebastian y Sherlock lo miró con orgullo mientras cogía de la mano a su doctor. Atrás quedaban todos aquellos años de desprecio de sus compañeros y malos tragos.

Para Sally y Anderson, su compañero ocasional dejó de parecerles un freak tanto como antes, pues que tuviera pareja lo acercaba más a los mortales, según ellos. Además, John lo defendía siempre que intentaban burlarse de él.

También Mycroft se enteró y fue el primero en felicitarlos por la noticia, alegre de ver a su hermano tan feliz.

Una semana más tarde del primer beso, el violín de Sherlock ya estaba reparado, y nunca más salieron de él sonidos desagradables, sino las más preciosas melodías que reflejaban el estado de ánimo del único detective consultor del mundo.