EPILOGO

Ohio Avenue

—Papá, ¡vamos! Al final voy a perder el avión y tengo que estar a las 4 en los Angeles…

Rachel terminaba de recoger las últimas cosas de su habitación que ya permanecía desvalijada por completo. Hacia dos días que había regresado a Lima desde Londres. Las cosas allí seguían igual, todo estaba como cuando se fue, pero ahora otro destino le esperaba. Un destino más apasionante aún si cabía tras su estancia en la capital inglesa.

La experiencia fue inolvidable y enriquecedora. Aquel año lejos de todo la había hecho madurar, y comprender que las cosas importantes no sólo están en un mismo objetivo.

El curso, a pesar de ser fantástico, también fue duro. Durante todo el año solo pudo recibir la visita de sus padres por Hannukah. Ella no tuvo la oportunidad de volver a Ohio tal y como le había prometido a Quinn.

Habían pasado los días entre emails, videoconferencias y mensajes de textos. Durante aquellos 9 meses habían hablado cada noche. Quinn aguantaba hasta horas intempestivas de la madrugada para poder al menos ver su sonrisa través de la cam.

Rachel le contaba su día a día, como se iba adaptando a las costumbres inglesas, la exigencia que tenían en las clases y la cantidad de cosas que estaba aprendiendo y que desconocía.

En Londres descubrió que su vida no sólo estaba preparada para cantar. Un abanico de posibilidades se abrió ante sus ojos, y la morena había sido conquistada por muchas otras materias, como la danza o las artes escénicas.

Gracias a su gran año y a la graduación en Londres, recibió la noticia que tanto esperaba. Su gran objetivo era poder elegir la universidad a la que marcharía una vez regresase a los Estados Unidos, y todas las solicitudes que había enviado habían sido aceptadas, entre ellas Julliard. Tenía el sueño de su vida entre sus manos, pero algo la hizo cambiar de idea mientras estaba en Londres.

La satisfacción de lograr que esas universidades la aceptasen fue mayor que las ganas de Rachel por viajar a la ciudad de los rascacielos, a la ciudad de los musicales. La lejanía con su familia y con Quinn la hizo recapacitar, y replantearse su futuro.

Una de las universidades que también habían aceptado a la morena era la UCLA (University of California, Los Ángeles). La escuela de teatro, cine, televisión y medios digitales se interpuso en su camino, y junto a la gran noticia que había recibido por parte de Quinn, supo que su destino estaba en aquella ciudad.

— ¿¡Papá!? —volvía a gritar— Vamos…

—Tranquila, el avión no sale hasta dentro de 3 horas, no seas impaciente.

—Te recuerdo que Quinn estará hoy en Los Ángeles, no quiero llegar y que ella se tenga que ir.

9 meses, 2 semanas, 4 días, 5 horas y 29 minutos hacía que no veía a su chica en vivo. Todo el contacto que había tenido fue a través de una fría pantalla de ordenador y 1 mes y 3 días hacía que no sabía absolutamente nada de ella excepto por un par de emails que recibió indicándole que estaría en Los Ángeles cuando ella llegase.

Llevaba aquella cuenta atrás marcada en su mente.

La rubia había pasado ese último mes preparando su residencia en San Diego. Esa fue la gran noticia que recibió Rachel, y que la hizo decantarse por la UCLA. Quinn había sido aceptada en la Universidad de San Diego, en California, y varías universidades más. Tenía dudas en cual elegir hasta que Rachel le comentó la posibilidad de que ella podría terminar por decantarse por la UCLA en vez de en Nueva York. Para Quinn también fue el empujón definitivo. La distancia entre Los Ángeles y San Diego se podría equiparar a un suspiro comparado con el resto de universidades que habían puesto interés en la chica.

Hasta dónde Rachel supo, Quinn había aceptado esa universidad, y aquel día había viajado a Los Ángeles única y exclusivamente para reunirse con ella.

El camino iba a ser largo. Rachel terminaba de colocar sus maletas en el coche mientras esperaba la llegada de sus padres que la llevarían hasta el aeropuerto.

—¿Por qué tardáis tanto? Soy yo la que se va a vivir a otra ciudad, no vosotros.

—Hija, parece que quieras desprenderte de nosotros. ¿Tantas ganas tienes de no vernos? —bromeó.

—No digas eso —replicó molesta—, sobre todo sabiendo que en un mes estaréis viviendo allí también. Sé que me vais a vigilar hasta que peine canas —bromeó.

—No es lo mismo Bakersfield que Los Ángeles —masculló Leroy.

Los padres de la morena había estado todo el año buscando nuevos destinos de trabajo para Hiram, que no pasaba por su mejor momento en Lima, y Bakersfield, al norte de California fue el destino elegido para comenzar un nuevo proyecto de vida.

—Seguro que os arregláis para ir a LA. Yo haría lo mismo en vuestra situación — sonrió mientras tomaba asiento en el sillón trasero del coche.

Leroy cerraba la puerta de la casa y caminaba directo al coche.

—Rachel cariño. ¿Has comprobado que llevas todo? —cuestionó Hiram.

—Si… por favor, salgamos ya.

El padre hizo caso de las exigencias de la chica y pronto pusieron rumbo al aeropuerto.

Rachel no se había detenido a pensar en aquel paso que estaba dando, pero al cruzar las calles de Lima, un escalofrío comenzó a recorrer su cuerpo. El instituto McKinley estaba repleto de chicos que comenzaban aquel nuevo año.

Había estado allí cuando regresó de Londres, estuvo viendo a los chicos, todos con sus destinos perfectamente organizados.

Mercedes y Kurt volarían hasta Nueva York. El chico había encontrado a su compañera ideal en Mercedes, una vez que Rachel decidió poner rumbo a California. Blaine seguiría de cerca los pasos de Kurt y ponía rumbo a Carolina del Norte. Brittany y Santana optaron también por California, más concretamente a San Francisco. Se alegró al saber que iban a estar cerca, tanto de ella como de Quinn. Sam, Puck y Artie tenían su destino en Florida mientras que Tina y Mike se quedaban en Ohio. Lauren era la única que cruzaba las fronteras y viajaba a Canadá. Sólo faltaba Finn. No supo nada del chico. Fue el único que no acudió a la reunión, exceptuando a Quinn que estaba en San Diego. Tampoco le importaba demasiado. En una de las tantas conversaciones, Quinn le confesó que Finn intentó volver con ella el día después de su fiesta de despedida, y que, desde entonces, apenas tuvieron contacto. Excepto cuando iban al ensayo del coro.

Un ensayo al que Quinn decidió acudir únicamente porque la morena así se lo había pedido. Rachel quería saber cómo iban saliendo las cosas con el coro, y Quinn la tendría informada de todo. Desafortunadamente, los miembros nuevos no conseguían llenar el hueco que Rachel dejó, y en aquel año, ni siquiera pudieron llegar a la Seccionales.

Los ojos se le humedecieron al descubrir a un grupo de animadoras que caminaban directas al instituto. Habían sido tantos y tantos momentos entre aquellas paredes. Su vida estaba allí y jamás podría olvidar aquel lugar.

Lima iba quedando atrás. El avión estaba a punto de partir y las piernas de Rachel comenzaron a temblar. Sólo deseaba volver a ver a su chica, volver a ver aquella sonrisa en vivo y en directo, volver a sentir el calor de su piel, volver a oler su perfume y darle ese beso con el que llevaba soñando desde que puso sus pies sobre suelo inglés.

Quinn trataba de terminar sus tareas lo antes posible. Llevaba un mes tratando de escabullirse de las preguntas de Rachel. Todo para que aquel día su plan saliese a la perfección.

Estar sola en aquella ciudad la había ayudado a desenvolverse sin necesidad de nadie más. Sólo necesitó un par de días para aclimatarse a la perfección a aquel barrio, y organizar aquella rutina que iba a ocupar la totalidad de sus días. Aunque no podía dejar de agradecer la ayuda que había recibido por parte de Bette. Se había convertido en su consejera, en su hermana mayor.

Gracias a ella pudo dejar de trabajar en la cafetería, y dedicarse completamente a graduarse con buena nota para alcanzar aquella universidad a la que estaba a punto de asistir.

Quinn, colaboró con la directora del museo durante todo el año sin tener que ausentarse del instituto.

Bette estaba inmersa en un proyecto innovador para la galería de arte. Había conseguido que cinco estudiantes de diferentes estados, realizasen pequeños cortometrajes a lo largo del curso en la que reflejasen la vida de los chicos en el instituto. Una vez recibido esos cortometrajes, pasarían a formar parte de una exposición que iba a ser presentada ese mismo año.

Quinn fue la elegida por Bette cuando la conoció en el Planet, y la rubia pudo conseguir más dinero del que recibía trabajando en la cafetería, a la vez que obtenía más tiempo para dedicar a los estudios sin tener que trabajar fuera de casa.

Un trabajo que la enamoró, y fue decisivo para decantarse por la licenciatura que había decidido estudiar.

—Hola Bette — respondía a la llamada de teléfono mientras terminaba de colocar algunas cosas en el salón de la casa donde residía.

—¿Nerviosa?

—Mucho… Ya debe de estar en el vuelo.

—Bueno, pues tranquilízate, verás como todo sale bien.

—Eso espero...Estarás en la galería. ¿Verdad?

—Sí, no te preocupes, voy de camino hacia allá. ¿Sabes que tienes a Angélica preguntando por ti todo el día? Nada más salir me ha dicho: "Mamá, ¿cuándo vendrá Quinn a jugar conmigo?"

—¿Sí? Adoro a tu hija…Dile que la llevaré al cine en cuánto pueda, se lo prometí…

—Yo también se lo he prometido, así que tendrás que llevarla — sonrió—. Está como loca por verte.

—Tiene buen gusto —sonreía.

—Demasiado… Tiene predilección por las rubias… Tina siempre me lo echa en cara.

La risa de Quinn se dejó sentir a través de los manos libres del coche de Bette.

—Te avisaré cuando esté todo. ¿Ok?

—Ok… Estaré esperando.

—Relájate y mientras, ya sabes, termina el proyecto, No quiero que se nos eche el tiempo encima, y estos días los vas a tener ocupados con Rachel.

—Si… Está todo listo. Gracias Bette.

—Luego hablamos.

Quinn colgaba aquella llamada. Los nervios la estaban invadiendo. Sentía que el corazón se le salía por la boca.

Habían pasado muchos días esperando aquel momento, muchos días de secretos, tratando de convencer a Rachel de algo completamente distinto a lo que estaba a punto de suceder. Sentía que todo iba a salir bien, que Rachel se lo tomaría mejor que nunca, pero siempre existía esa pequeña duda de que todo fuese al revés.

De cualquier modo, ya estaba todo hecho, y no había marcha atrás.

Dos horas y medias después, Rachel llegaba a Los Ángeles. Una cara conocida la recibía en la terminal. Una sonrisa que volvía a hacerla llorar.

—Bienvenida a Los Ángeles —Spencer se hundía entre los brazos de la morena.

—Spencer… Dios, estás preciosa —las palabras salían acompañadas por lágrimas —. Te he echado tanto de menos…

—Pues ya se acabó, a partir de ahora me tendrás a diez minutos de ti —dijo mientras incitaba a la morena a caminar tras aquel cariñoso y largo abrazo.

—¿Y Ash? ¿No ha venido?

—No ha podido, pero tranquila que en cuanto pueda organizará la primera fiesta de bienvenida —sonrió.

Las chicas caminaron por el aeropuerto hasta recoger las maletas de la morena. Hablaban de mil historias cuando subieron al coche de Spencer. Ella sería la encargada de llevarla a su nuevo "hogar".

—¿Tienes la dirección?

—Si… Quinn me dijo que estaría allí esperando —dijo mientras entregaba la nota a la chica, que puso el coche en marcha rápidamente.

—¿Estás nerviosa?

—Creo que no voy a ser capaz de llegar hasta ella…—respondió sonriente.

—Vamos, tampoco es para tanto… En cuánto la veas con su nuevo look, esos tatuajes que se ha hecho y llevando la bandera del orgullo gay como insignia personal, se te pasarán los nervios.

—¿Cómo? —la miró asustada y Spencer rompió a reír.

—Es broma… Aunque la verdad es que sí que está cambiada.

—¿Tú la has visto?

—Si…Pero hace ya unas semanas —mintió.

—¿Cómo de cambiada? Yo la vi hace un mes por cam y estaba igual.

—Pues será que el aire de California tiene algo, pero ya lo verás…

—Yo no quiero a una Quinn cambiada, quiero a mi Quinn — respondió preocupada.

—Tranquila, apuesto a que te va a gustar mucho más aún…Sólo es un pequeño cambio de look.

—Espero que no lleve el pelo como ella — señaló por la ventanilla a una chica que cruzaba ante ellas por un paso de peatones.

—¿Pelo rosa? —preguntó al contemplar el cabello de la chica.

—Sería extraño… No me imagino a Quinn con el pelo así.

—Me parece sexy… Y Quinn es muy sexy.

—Hey… ¿Te recuerdo quien es tú novia? —sonrió mientras el coche volvía a ponerse en marcha.

—Como si eso fuese un impedimento para ver lo sexy que es Quinn. Es más, Ash es la primera que lo dice.

—Menos mal que va a estar en San Diego. No sé si me iba a poder concentrar sabiendo que rondáis cerca de ella…—replicó divertida, aumentando la sonrisa que Spencer le regalaba.

—Es ahí —dijo tras varios minutos mas de trayecto, y Rachel miró a través del cristal un tanto desconcertada. Lo que veían sus ojos no tenía nada que ver con lo que esperaba.

—Eso no parece una residencia. ¿Estás segura de que no nos hemos equivocado?

—No… mira, North Central Avenue —señalaba el cartel de la calle—. Ahí está el 152, así que tiene que ser ahí.

—¿Estará dentro? —preguntó extrañada mientras tomaba el teléfono para llamarla. Una llamada que quedó en nada tras no ser aceptada— No me responde.

—¿Por qué no vas y entras? Yo te espero aquí y sigo llamándola a ver si me responde. ¿Ok? No puedo dejar el coche aparcado en esa zona —le dijo y Rachel asintió convencida con la excusa.

Un gran letrero sobre la fachada la dejó más sorprendida aún.

The Geffen contemporary of MOCA.

Rachel no comprendía muy bien que hacía allí y por qué su padre le había dado esa dirección. Se supone que iba a su residencia, y estaba entrando en lo que se suponía que era un museo. Uno de los mas importantes de la ciudad, de hecho.

Un guarda se interpuso en su camino.

—¿Quién eres? —directamente.

—Eh… Vengo a ver a una amiga —balbuceó desconcertada.

—¿Rachel Berry?

—Ajam.

—Pasa. Primera galería a la derecha. Le están esperando.

Rachel apenas pudo responder al escuchar aquellas palabras. ¿Estaba Quinn allí? Se preguntaba una y otra vez mientras se introducía en la estancia principal del edificio. A su derecha un pequeño pasillo llevaba a otra estancia.

Rachel se quedó petrificada al contemplar lo que allí había.

Las paredes de la sala estaban cubiertas de pantallas de televisión. Todas emitían lo que parecían ser videos caseros. No se escuchaba nada, no tenían volumen. Conforme iba avanzando descubría que los chicos que salían en aquellas imágenes eran estudiantes. Clases de matemáticas, equipos de fútbol, competiciones de ajedrez, partidos de baloncestos, profesores que impartían lecciones… Se detuvo. La imagen que tenía ante sí la dejó boquiabierta. En aquella pantalla aparecían todos sus compañeros del Glee Club recibiendo slushies en la cara. Era un bucle sin fin. De pronto, el sonido de una de las pantallas se activaba y Rachel dirigió la mirada hacia ella. Reconocía aquella voz, reconocía aquella canción, y creyó morir al descubrirse en aquellas imágenes mientras canturreaba en uno de los baños del Mckinley.

No acertaba a coordinar palabra cuando una voz la sacó de su hipnosis.

—Rachel Berry.

La morena se giró rápidamente, y observó que la voz venía de una espectacular mujer que cruzaba por la sala con paso firme y una gran sonrisa.

—Es un orgullo para mi tener en este museo a la mayor atracción de la exposición "Sueños" ¡Bienvenida! —lanzó su mano para saludar a la morena—. Me llamo Bette Porter.

Rachel palideció al escuchar aquel nombre. Era ella, era la famosa Bette que hacía un año se tramaba algún asunto secreto con Quinn. La había visto antes, pero no sabía dónde.

—¿Qué es esto? ¿Dónde está Quinn?

—La Srta. Fabray está esperándola donde debe esperarla, pero quería que antes vieras esto.

Rachel volvía a mirar la pantalla dónde ella aparecía sin ser consciente de que la habían estado grabando. Frente al espejo del lavabo, mientras enjuagaba sus manos bajo uno de los grifos, la morena cantaba casi con susurros, pero con una bellísima melodía, su canción favorita. Aquella que había cantado en la Seccionales y que llevo al coro a ganar. Get it right era la banda sonora de su vida en el instituto, y probablemente del resto de sus días. Recordó el día que sucedió aquello. Fue justo después de discutir con Quinn en el auditorio. Cuando la que hoy era su chica, le recriminaba su falta de ambición y le recordaba que su mundo no pertenecía a Lima.

—¿De dónde salió eso? —preguntó sin mirar a la directora.

—Es propiedad de Quinn, ella lo tenía guardado y creyó que sería la mejor escena que podría mostrar para darle el punto y final a la exposición…No te molesta. ¿verdad?

—No…Sólo me sorprende. No sabía que existía esa grabación.

—Está siendo lo mejor de toda la obra. La gente queda maravillada al contemplar la dulzura con la que cantas, incluso han llegado a preguntar por tu representante.

—¿Mi representante? No tengo representante…

—Lo sé, por eso Quinn se ha encargado de anotar todos los números de los interesados para entregártelos cuando regresases. Tienes un talento extraordinario.

Rachel no apartaba su vista de aquel video.

— ¿Dónde está? —preguntó impaciente y Bette sonrió mientras le hizo entrega de un sobre—. Dentro tiene la dirección real. No tardes, está como loca por verte aparecer —añadió sin dejar de mirarla.

Rachel no acertaba a pronunciar palabra y bajando su mirada hacia el sobre sacó una pequeña postal.

Sus piernas temblaron al descubrir que era.

Una pequeña nota, igual a la que encontró en el buzón de su casa años atrás. Una estrella dorada daba forma a la tarjeta que al abrirla mostraba una nota y una dirección.

"Me gustaría que vinieses a verme a la casita del árbol, estaré esperándote esta tarde. Quiero que sepas... que hay algo muy importante que tengo que decirte y no sé cómo hacerlo. Por favor, ven. Te extraño. Quinn

10092 Ohio Avenue."

Tras aquella nota, en el sobre aparecía otra postal más.

El día de su despedida, Rachel entregó ese mismo sobre a Quinn, un sobre que contenía la fotografía que días antes se habían tomado en Los Ángeles, bajo el cartel en las colinas de Hollywood. Aquella imagen de la que Quinn se sentía terriblemente avergonzada con su indumentaria y la grasa del coche esparcida sobre su camiseta blanca.

Lo había hecho. Rachel le pidió que se la devolviese cuando volvieran a verse y ahora aquella mujer se la entregaba en su nombre.

—¿A qué esperas? —incitó la directora.

Rachel tragó saliva lanzando una última mirada a la mujer que le regalaba una encantadora sonrisa, y salió corriendo de la sala directa al coche, dónde Spencer ya la esperaba con una sonrisa, sabiendo todo lo que allí había ocurrido de antemano.

—¡No te vas a creer lo que me ha pasado! —exclamó al montarse en el coche.

—A partir de ahora y hasta que no veas a Quinn, yo no puedo hablar de nada, Rachel. Así que voy a permanecer en silencio.

—¿Qué?

No recibió respuesta alguna, la chica puso en marcha el coche y aceleró en busca de la dirección que había anotada tras la foto, y que ella ya conocía de sobra.

Rachel trataba de convencerla para que le explicase qué es lo que sucedía, pero no lo consiguió. Apenas tardaron 5 minutos en llegar al lugar indicado.

—Adelante —Spencer recuperó la voz—, hemos llegado —señalaba hacia una pequeña verja que rodeaba una casa.

Rachel bajó del coche, se había olvidado de hablar, se había olvidado de todo, sólo quería saber qué es lo que estaba sucediendo y prefería descubrirlo por ella misma antes que volver a preguntar.

La verja estaba abierta por lo que no tardó en introducirse en el jardín.

Era pequeño, pero estaba completamente lleno de flores, y un gran árbol daba sobra en el lateral. Tres escalones daban a la puerta de entrada. El pulso acelerado hacía que sus manos temblasen.

Tres golpes secos sobre la puerta. No había respuesta. Una cabeza se asomaba por la verja. Una chica alta, delgada con aspecto andrógeno la observaba.

—Quinn suele dejar una llave en esa maceta —señalaba a una pequeña planta al lado de la puerta—. Bienvenida Rachel —espetó—, me llamo Shane y soy vuestra vecina.

Rachel seguía muda. Aquello parecía un sueño, no entendía nada, no conocía a nadie, pero todos le conocían a ella.

—Gracias —acertó a pronunciar mientras sacaba aquella llave de entre la tierra de la maceta. Lentamente abrió la puerta, sin ser plenamente consciente de lo que estaba haciendo ni por qué. No conocía aquel lugar, pero su corazón actuaba por sí sólo.

La casa estaba a media luz. Sólo un par de lámparas iluminaban lo que parecía era el salón principal. Era pequeño, pero acogedor. La televisión estaba encendida.

—¿Quinn? —susurró dejándose escuchar en la casa. No había respuestas.

De pronto el sonido de la tele se detuvo, la pantalla se volvía negra para nuevamente volverse a encender. Una imagen apareció.

Alguien portaba un cartel en aquel video y una frase comenzó a aparecer.

"El único inconveniente que me surge para ser feliz..."

Aquel cartel desapareció para dejar ver otro.

"Es saber que vas a estar a mi lado, por eso necesito preguntarte"

Las lágrimas de Rachel comenzaron a inundar sus ojos.

"¿Quieres vivir a mi lado?"

La pantalla se apagaba por completo. Los ojos de Rachel buscaron una sombra que se movía al fondo de la sala, y tomaba un pequeño pasillo hasta perderse.

Rachel siguió los pasos hasta llegar a la cocina, y contemplar cómo tras una puerta que permanecía abierta, un jardín más grande se expandía ante ella, dejando entrar la claridad de la tarde.

Rachel puso sus pies sobre un pequeño porche. Al fondo del jardín, justo al lado de un gran árbol que sostenía una pequeña casa de madera, la esperaba una sonriente Quinn.

No sabía si podía caminar hacia ella. Sus piernas temblaban, y el corazón latía desbocado. Quinn aparecía firme, esbozando aquella sonrisa que tantas locuras le había hecho cometer. Su aspecto era completamente distinto.

Tenía el pelo más largo, pero con un corte distinto al que llevaba en Lima. Unos pequeños tirabuzones caían sobre sus hombros. Vestía de manera elegante, le recordaba a la vestimenta que minutos antes había observado en la directora del museo. Quinn había madurado. Imponía respeto con su presencia, pero seguía con aquella sonrisa espectacular.

—Rachel Berry… Gracias por venir a la casita del árbol —musitó con una enorme sonrisa al ver que la morena no reaccionaba.

Rachel consiguió dar el primer paso y los siguientes salieron de sus pies sin control alguno, convirtiéndose en una veloz carrera hasta llegar a los brazos de la rubia.

Le parecía increíble estar abrazándola, mientras Quinn la alzaba con fuerza del suelo y estallaba en risas.

—Estás aquí… ¡Estás aquí! ¡estás aquí! —repetía una y otra vez al oído de la morena, que trataba de contener el llanto.

El giro provocado por el abrazo duró unos segundos hasta que lentamente fue cesando. Quinn acariciaba su rostro, observándola, mirándola a los ojos, aceptando que por fin que su chica estaba allí con ella.

—Rachel —susurró secando las lágrimas que caían sin cesar por sus mejillas.

—Quinn… Estás, estás preciosa —balbuceó la morena sin dejar de mirarla—. Tu pelo…—susurró enredando sus dedos en aquellos pequeños tirabuzones que caían sobre sus hombros.

—Tú sí que eres preciosa. No sabes cuánto te he echado menos —dijo segundos antes de volver a besarla—. Y cuánto necesitaba esto —susurraba apenas separándose de ella.

Aquél beso apenas duró, pero fue el más deseado de cuántos se habían entregado.

—Quinn…—la voz le salía temblorosa mientras volvía a rodear la cintura de la rubia, y se hundía sobre su pecho.

—Ven aquí —musitaba abarcando entre sus brazos todo el cuerpo de la chica.

No podían separarse. Quinn besaba una y otra vez la cabeza de Rachel, inundándose de aquel maravilloso olor que desprendía su cabello. Ese olor que tanto había extrañado. Rachel por su lado, acercaba su rostro lo más que podía al cuerpo de la rubia, sintiendo su calor, su olor, su respiración.

—Quinn… ¿Qué es todo esto? ¿Qué está pasando? Dime que no es un sueño.

—Sí, si lo es… Es mi sueño y se acaba de hacer realidad —terminó contagiándose de las lágrimas que corrían por las mejillas de la morena.

—Pero… ¿Qué haces aquí? No entiendo nada.

—Quería que fuese una sorpresa… Ven aquí —se aferró a su mano y la llevó tras ella hasta un pequeño banco que había en uno de los laterales del jardín.

—Espera, Spencer está afuera, voy a decirle que…

—Shh… Deja a Spencer, ella sabe lo que tiene que hacer —sonrió mientras la obligaba a sentarse a su lado—. No voy a ir a San Diego, me quedo aquí.

— ¿Qué? ¿Y la universidad?

—Me han aceptado en la UCLA. Bette Porter me recomendó y voy a empezar a estudiar ahí, contigo…—le dijo mordiéndose el labio mientras observaba la cara de incredulidad de la morena.

—No me lo puedo creer…Pero…

—Artes visuales… Gracias a Bette he podido conseguir una beca por la exposición que acabas de ver hace unos minutos. Es lo que he estado haciendo todo el año. Dejé la cafetería porque Bette me pagaba por realizar cortometrajes del instituto. Tendrías que haberme visto, incluso me hice amiga de Jacob para que me portase la cámara en algunos momentos —sonreía recordando las anécdotas—. Cuando supe que venías aquí, decidí mentirte —su gesto se torció un poco esperando la reacción de la morena—, pero solo fue para poder sorprenderte ahora. Estuve hablando con tus padres y les encantó la idea, por eso no te dijeron nada. También se lo dije a Spencer y, bueno ya has visto que Bette también me ha ayudado. Ahora trabajo aquí para ella, voy a poder compaginar la universidad con la galería, y me paga muy bien. Además, tengo la beca y decidí venirme a esta casa. Estamos a 5 minutos del campus por lo que nos va genial. El alquiler es perfecto, y tenemos unas vecinas encantadoras que son amigas de Bette y…— hizo una pausa—. Si no dejas de mirarme así y me dices algo no voy a parar hablar en la vida. ¿No me dices nada?

—Te quiero.

Quinn se acercó a sus labios, dejando un tierno y delicado beso que fue correspondido por la morena.

—¿Y?

—Que no consigo entender nada de lo que me estás diciendo, pero no me importa ahora mismo… Te he echado mucho de menos.

—Hay algo más que necesito escuchar…— susurró, y Rachel se separó para lanzar una mirada a la casita del árbol.

—No sé qué decirte más… Son tantas cosas.

—Esa casita está ahí por ti —dijo desviando la mirada hacia el árbol—. Me encargué de que la hicieran… Será nuestra casita. Ya no tendremos que ir a la de Spencer —sonrió provocando que la ternura inundase el rostro de la morena—, pero necesito que me respondas a la pregunta que te he hecho referente a esta casa —señalaba hacia el jardín y el porche de entrada.

—Yo tuve que preguntártelo dos veces —se hizo la interesante, recordando el momento exacto en el que tuvo la original idea de pedirle que fuera su chica, con mensajes en varias pantallas de televisión.

Quinn bajó su mirada esbozando una gran sonrisa y apenas unos segundos después, volvía a sus ojos, acariciando su pelo.

—Rachel Berry…. ¿Quieres vivir conmigo en esta pequeña pero acogedora casa en la ciudad de los sueños?

Rachel se acercó para volver a besarla, y susurró.

—Sí… Sí quiero.