Dedicatoria: Para JuliaHart, cuyo review llegó en el momento indicado. Para Laia, y para Ann. Para Philippa.
Pairing: Narcisa y Lucius.
Rating: K
Disclaimer: Fui a King's Cross este verano, pero la verdad es que no me vino ninguna ráfaga de inspiración. Los personajes son de Rowling.
Nota: Ida de olla máxima... es el principio de una historia laaaaarga e INACABADA, así que tómenselo con calma porque hay para rato.
La Petición
La petición de mano se efectuó en la sala de música de casa de los Black. Narcisa había jugado con sus muñecas mil veces bajo esa mesa de caoba en la que ahora se sentaba intentando aparentar tranquilidad.
El cielo plomizo se divisaba por el ventanal; caía lánguidamente sobre los jardines y acentuaba la tarde. Toda la habitación parecía resistirse a los encantos de Lucius; el piano de cola, el arpa, los elegantes tapices, las cortinas de terciopelo verde. Todo le decía: no aceptes, Cissy, no aceptes. Quédate en casa para siempre. Vuelve a jugar con tus muñecas. Sólo tienes diecinueve años. Aún conservas tus libros de cuentos. Que Bellatrix lleve ya dos años casada no significa que debas hacerlo tú también, justo ahora.
Narcisa sonrió, asombrada por la hermosura de la joya que Malfoy le ofrecía. Era sencilla; una perla perfectamente esférica sostenida en un clásico anillo de oro. La perla desprendía un frío brillo, casi como un metal.
Miró al hombre que la reclamaba para el resto de su vida; a sus veintidós años, hacía mucho que había dejado de ser el chico que conoció en Hogwarts y que se cruzaba eventualmente en la sala común. Lucius se había convertido en un atractivo hombre en la flor de la vida. Ahora dirigía los negocios de su padre, que eran un simple hobby teniendo en cuenta la cuantiosa fortuna de su familia, acumulada generación tras generación. Lucius era uno de los jóvenes de su edad más ricos en toda Inglaterra. También inteligente, serio y guapo. Su belleza era fría y elegante, vanidosa, tal como Narcisa opinaba que debía ser. Le fascinaban sus ojos grises.
Lucius era un mago modélico y tenía el mundo al alcance de la mano; y la había elegido a ella como a su esposa, cosa que agradó enormemente a sus padres. Suponía un acontecimiento inesperado, ya que a pesar de su apellido, su popularidad había decaído considerablemente: a raíz de la indecente fuga de Andrómeda con ese sangre sucia hacía ya unos años. También la huida del primo Sirius había ayudado; se rumoreaba que andaba por ahí con aquel compañero de la escuela, un tal Remus Lupin. Invertido, como todos sabían. No hacía falta ser muy listo para sumar dos más dos. Y para acentuar la pérdida del apellido Black, (ya que el único varón aún aceptado en la familia era Regulus, y a sus diecinueve años- nacido al mismo tiempo que Narcisa,- no parecía muy dispuesto a casarse) Bellatrix no había tenido descendencia en dos años de matrimonio. Todo aquello, unido a la finura de caderas y a la escasez de pecho de Narcisa, no la hacía la primera opción entre las chicas bonitas y de impecable apellido. Quizá el suyo fuera uno de los más importantes, pero el evidente desequilibrio familiar resultaba ahuyentador.
Y sin embargo ahí estaba Lucius, sosteniendo el anillo en sus largos dedos. Había algo de ansiedad en su mirada. No era una súplica, pues aunque Narcisa no le conocía demasiado juraría que jamás había visto en él tal sentimiento; pero sí habitaba en esos ojos grises un deseo insatisfecho.
-Narcisa Black- empezó. Su voz cogía las palabras y las arrastraba por el suelo, seguro de sí mismo-. Sé mi esposa- ordenó, como si él los estuviera casando en ese instante. Ella bajó la mirada en una especie de instinto a la sumisión, y luego sonrió un poco. Lucius se dio cuenta de que no le había hecho ninguna pregunta y por tanto ella no podía responder, así que rectificó ante la mirada divertida de su padre y de sus futuros suegros-. Es decir... perdona mi impaciencia- esbozó una encantadora sonrisa torcida-. ¿Quieres ser mi esposa?
Narcisa notó que el corazón se le aceleraba un poco y empezaba a transpirar. Podía sentir la sólida presencia de sus padres, uno a cada lado, presionándola y oprimiendo su joven espíritu aún moldeable y sumiso.
-Sí quiero- respondió con calidez.
Lucius cerró brevemente los ojos y contuvo un suspiro. Tendió una mano, esperando la suya. Cuando la recibió, la apretó un instante antes mirar a Narcisa a los ojos y colocarle el anillo.
La señora Black sonrió, satisfecha. Ya nada podía romper el matrimonio de su hija menor. Por un momento pensó que no aceptaría, pero sin duda se había equivocado. Su hija había sabido aprovechar esta gran oportunidad. Hacía cientos de años que no acontecía un matrimonio entre los Malfoy y los Black. Miró a Abraxas, quien ocultaba a duras penas el orgullo por su hijo. Ya no era un hombre joven; había intentado casar a Lucius con Bellatrix para asegurar una pronta descendencia, pero el chico se había negado. Tendría debilidad por Narcisa, y supo aprovechar la vejez de su padre y doblegarlo astutamente.
Lucius era la viva imagen de Abraxas. Les pidió permiso para ir al jardín con Narcisa mientras ellos decidían la fecha de la boda, y prácticamente no esperó a recibir su contestación para tomar a su hija levemente de la mano. Druella volvió a sonreír. Algo le decía que con Malfoy sí tendrían descendencia.
Lucius la llevó hacia los jardines sin perderse, como si aquella fuera su casa. Intentó entablar conversación y le habló de su futuro hogar, comparándolo y vanagloriándose de sus más amplios estanques y sus más bonitas flores. No dejaba de mirarle el cuello, aunque parecía no darse cuenta. Ella asentía, formal y un poco asustada. De pronto, cuando llegaban a una glorieta cubierta por una enredadera, la conversación dejó de fluir y se evaporó, dejando en el aire un silencio que a Narcisa le pareció denso e incómodo. Sintió la imperiosa necesidad de hablar, de decir algo, pero no se le ocurría qué. Se alarmó. Carraspeó. Lucius no parecía dispuesto a ayudarla; al contrario, la miraba con una sonrisa un poco burlona.
-Lo... lo siento- dijo al final-. No sé qué me pasa- se apartó el pelo de la cara y colocó el mechón rebelde en el moño- Estoy... un poco nerviosa.
-¿Te pongo nerviosa?- dijo Lucius, mirándole el cuello.
-No- respondió ella al instante, altiva.
-Lo acabas de decir.
-No quise expresar eso.
-Estoy acostumbrado a que me tengan miedo, pero justamente tú...
-He dicho que no tengo miedo- se alisó la túnica de color azul cielo, casi blanco.
-Puedo ser encantador, ya lo verás- otra vez esa sonrisa burlona; a Narcisa no le gustaba demasiado aquella mueca-. Háblame de ti- ordenó- por favor- añadió después.
La chica bajó la vista, pensando en algo interesante que explicar.
-No sé- dijo con timidez. En aquél momento hubiese querido tener el rápido ingenio de Bellatrix, o la serenidad de Andrómeda. Se sentía un poco violenta al estar abriéndose a alguien, aunque ese alguien fuera a ser su marido-. Me gusta pintar. Bueno, pintar no. Dibujar – cogió aire, atolondrada- Y los vestidos- apuntó. Su cara adquirió un todo aún más colorado y bajó mirada.
-De eso me he dado cuenta- dijo él, sin apartar la vista de su cuello. Ella sonrió, halagada-. Te encontraremos un lugar adecuado para que dibujes en casa.
-Gracias- dijo débilmente. Lucius le parecía ahora mucho más alto, más intimidante que en Hogwarts, cuando se lo encontraba al entrar en la sala común y le llevaba los libros gentilmente hasta la puerta del dormitorio. Se dio cuenta de algo lógico; que no conocía prácticamente nada de él.
-Sentémonos en ese banco- ordenó el hombre. Subieron a la glorieta de madera y se sentaron.
-¿Porqué?
Lucius frunció el ceño.
-Bueno, es un banco. Están hechos para sentarse. Pero si quieres, podemos sentarnos en el suelo... o en una piedra... o en un árbol...
Narcisa rió, sorprendida de que pudiera hacerlo en su presencia.
-No. Quisiera saber... quisiera saber porqué me has elegido a mí- y aunque en realidad era una pregunta muy natural, en aquél momento le pareció que invadía el espacio íntimo de su prometido. Bajó la mirada de nuevo.
Lucius volvió a fruncir el ceño. Tardó tanto en contestar que Narcisa ya estaba a punto de disculparse otra vez.
-Bueno, supongo que eres una chica adecuada. Madre mía, con todas las... cosas... de sangre impura que... en fin- Narcisa asintió, convencida. Lucius se incorporó un poco en el banco para estar frente a ella. La escrutó con sus ojos y sonrió cuando vio que volvía a rehuirle la mirada-. No me tengas miedo.
-No te tengo miedo- cuando se decidió a afrentarle con los ojos, se encontró a Lucius mucho más cerca de lo que recordaba haberle tenido nunca. Pudo notar el sabor húmedo de su respiración en sus labios y el olor masculino de su pelo rubio.
-Voy a besarte- susurró tajantemente. Después, sonrió de nuevo-. ¿Puedo besarte?- estaba demasiado cerca como para alejarse de él, y por vez primera, Narcisa sintió deseo hacia Lucius.
-Sí.
El hombre acortó la distancia y le acarició la boca con los labios. Al principio apenas era un beso, sólo una leve toma de contacto. Narcisa sintió la curva de sus finos labios en los suyos, y la mano de Lucius débilmente en la cintura. La incipiente barba le rozaba las mejillas, produciendo un contacto asombrosamente placentero. Lucius la atrajo hacia él a la vez que ahondaba el beso, hundiéndose en su boca con estudiada delicadeza. Narcisa pensó que besaba mejor que los chicos con los que había estado, aunque tampoco habían sido muchos. Le respondió indecisamente, pues no sabía muy bien cuál sería el límite entre demasiado recatada y demasiado fácil. Cuando Lucius sintió que era correspondido se despojó de casi todo el control que había conseguido reunir con gran esfuerzo y le recorrió los labios con la lengua, la abrazó fuertemente y le agarró del pelo. La chica le rodeó la espalda con los brazos y se acercó aún más, rozándolo con sus pequeños pechos. Cuando sus lenguas se encontraron, Lucius gimió involuntariamente y se apartó con brusquedad, incómodo. Miró a su prometida. Estaba tan hermosa... un poco despeinada, con los delgados labios rojos, la piel suave de sus mejillas de un color sonrosado, la expresión huidiza en sus grandes ojos azules... sin duda aquella última reacción inadecuada la había asustado.
Lucius no le había dicho que la escogió a ella porque era la más bonita de las tres hermanas. Juzgó que había hecho una buena elección: entre la frialdad y seriedad de Andrómeda y el espíritu animal y salvaje de Bellatrix, Narcisa era un oasis de dulzura, de autenticidad. Lucius tenía la seguridad de que cuando Narcisa bajaba al vista era porque él la intimidaba; cuando sonreía era porque él la divertía; y cuando ella le había correspondido el beso, era porque él le provocaba deseo.
-También me casaré contigo porque eres muy dulce y preciosa- añadió. Se separó definitivamente de ella, aunque ya habría advertido su acelerada respiración-. Y no te ofendas, pero tu hermana Bellatrix me da un aire a loca. No se lo digas, por favor.
Narcisa asintió, divertida. Estaba algo avergonzada. Tosió un poco. Intentó buscar palabras para corresponder al súbito e inesperado arrebato de debilidad de Lucius.
-Yo también me alegro de... bueno, de casarme contigo. Y también pienso que... en fin, ya sabes, que eres... guapo.
El rubio sonrió ampliamente.
-Gracias. Será mejor que vuelva a dejarte en tu casa- se levantó y le ofreció una mano. Tiró de ella exageradamente y la abrazó con brusquedad-. Ya verás, Narcisa- le susurró-. Seremos muy felices.