Título: Pedazos de Sombras
Claim: Yano Motoharu
Notas: Spoilers hasta el capítulo 64 del manga.
Rating: T
Género: Angst
Tabla de retos: Horóscopo Chino
Tema: El Mono. El fracaso no entra en el vocabulario del mono.


Sus pasos parecían monótonos, una canción triste resonando sobre el asfalto, tan gris como el cielo esa mañana. Su figura era larguirucha, atractiva y alta, misma que cualquiera atribuiría a un triunfador. Y eso había sido, precisamente. Pero ahora no quedaba nada, salvo sus pasos monótonos, la respiración dificultosa y un porvenir incierto.

Yano se recargó sobre una pared sin siquiera darse cuenta, quizás hacía mucho tiempo que sus pensamientos estaban desconectados de la realidad, quizás sólo estaba huyendo o quizás la carga era demasiado pesada, no estaba seguro. Su cuerpo resbaló suavemente sobre la pared, quedando arrodillado en cuestión de segundos. Lo había tenido todo y ahora no quedaba nada; había tenido una vida divertida, sana, perfecta —una vez conoció a Nanami—, noches de llegar a casa y ayudar con la cena sin siquiera rechistar, amaneceres plagados de buenos días y el olor del desayuno en el ambiente, la sonrisa de su novia, la compañía de sus amigos, la presencia de su madre... Lo había tenido todo y se había esfumado, como siempre se esfumaba todo lo que él amaba.

Nana, su muerte. Nanami, su separación. Su madre... Pegó un puñetazo sobre el suelo, lastimándose los nudillos, que comenzaron a sangrar copiosamente en protesta a su falta de cuidado. ¿Dónde estaba toda esa buena fortuna que siempre lo acompañaba? ¿Dónde estaba esa estrella brillante sobre su cabeza, ésa que todos decían que poseía? ¿Ésa de la que tenían envidia?

¿O era acaso que esa estrella —esa buena estrella—, pedía compensación a cambio de sus favores? ¿Le daba amor para luego quitárselo?

Todo su cuerpo comenzó a estremecerse conforme la idea se plantaba en su mente, cual semilla venenosa. Había amado mucho en su vida —su vida anterior, esa que no era gris como la lluvia que comenzaba a caer—, pero ya no lo haría más. No cuando se arriesgaba a perder y a hacer daño a las personas que, desafortunadamente, eran atraídas hacia él.

Yano se puso de pie, miró por última vez hacia su casa —un lejano puntito de color café en la distancia— y se prometió a sí mismo no volver jamás. Ni a ese lugar, ni a las vidas de los que —aún— quería.