Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: EspañaxImpero Azteca.

Aclaraciones: Parte de la serie "La familia de Atlántida"

Advertencia: Este fic contiene YAOI, humor, Lemon, fantasía, muerte de personaje, tortura, violación y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Algunos de los acontecimientos fueron cambiados por motivo de esta historia.

Beta: Usarechan.

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Imperio Azteca

Capítulo 07.- Teixnauatilistli

Cintéotl les contó lo que había estado ideando desde que estuvo cautivo. Le tomó mucho aceptar que no podría salvarse, su destino estaba sellado desde el momento que Moctezuma dejó entrar a los españoles a Tenochtitlán; su gente estaba muriendo a causa de las enfermedades que España y los suyos traía con ellos.

Azteca deseaba en lo más profundo de su ser seguir viviendo, no quería desaparecer y dejar a sus hijos solos; pero era algo que no estaba en sus manos.

—España sabe que Sac-Nictéc y Ahuízotl fueron concebidos por mí y que él… es el responsable —dijo sin ocultar su rencor. Amaba a sus bebés, pero odiaba a Antonio con todo su ser.

—¿Tus niños saben la verdad? —lo interrogó Ankuwillka. Cintéotl negó con la cabeza; los dos mayores suspiraron aliviados.

—Mis hijos tampoco lo saben —dijo Itzayana. Inca asintió más tranquilo.

—Bien, de ahora en adelante, Cintéotl será el padre de tus hijos, Itzayana —dijo mirando a su hermana —, y tú la madre de los suyos —ambos asintieron con la cabeza, era lo mejor.

El plan era simple; los hijos de Azteca y Maya no debían saber jamás que España era su verdadero padre, de esa forma, les resultaría más fácil odiarlo y no sufrirían tanto cuando Cintéotl e Itzayana murieran a manos de Antonio; pero existía un gran problema: el hispano había sido testigo del embarazo de Azteca y del posterior nacimiento de los mellizos.

Maya tuvo la idea de realizar un hechizo de sangre; con él, podrían borrar o crear recuerdos. Lo usarían primero en sus niños y después en España.

Cintéotl e Itzayana les darían hermosos recuerdos a sus hijos para que siempre estuviesen presentes en sus mentes y corazones, aun si ellos desaparecían.

Mientras los niños dormían; los tres hermanos se dirigieron al cenote sagrado Xcalah*. Con ellos iban tres doncellas que serían utilizadas como ofrenda a los dioses.

Maya conocía un secreto que su gente no; los cenotes eran los portales al reino de los dioses, el hogar de sus ancestros. Aún recordaba las palabras de su padre "Kulkulkán"*.

Cuando necesites de sabiduría y poder, ve al cenote que el mismo universo creó y encontrarás lo que necesitas, hija mía.

La luna iluminaba el lugar, reflejándose en el agua como un espejo que extrañamente la reflejaba, apaciguando un poco las tinieblas. Los hijos del dios se quedaron un momento contemplando el cenote, mientras que las doncellas se preparaban para ofrendar sus vidas a sus señores.

Las doncellas entraron a las cristalinas aguas; una por una fueron sacrificadas por la mano de Maya quien les arrancó los corazones y se los extendió a Azteca para que los colocara en una vasija. La sangre fluyo rápidamente, fundiéndose con el agua, hasta desaparecer; Itzayana salió del cenote para colocarse entre sus dos hermanos. Inca le entregó un objeto circular hecho de oro y joyas preciosas que era la copia exacta del calendario de su hermana.

La luna reflejó sus rayos sobre el símbolo, lanzando un haz de luz sobre los cuerpos de las doncellas que aun flotaban en el agua que lentamente fueron desapareciendo.

El cenote entero comenzó a brillar con luz propia, intensificándose aun más hasta el punto de segar a los tres hermanos. Tres aves gigantescas aparecieron a espaldas de los hermanos: un quetzal (Maya), un cóndor (Inca) y un águila (Azteca); en el momento en que la luz iba perdiendo intensidad; las aves levantaron el vuelo para después hundirse en las aguas.

—Está hecho —dijo Itzayana dejándose caer al suelo.

—Debemos ponerles a los niños una gota de sangre mesclada con las aguas del cenote —dijo Ankuwillka. Azteca y Maya asintieron con la cabeza. Cintéotl les pasó los corazones a sus hermanos y él se quedó con el tercero.

—Pero aun no habremos terminado del todo —agregó Azteca —. Cuando mi sangre sea derramada por la mano de nuestro enemigo; su destino estará sellado.

—¿Estás seguro de querer hacerlo? —le preguntó Maya, no deseaba que su hermano sufriera mas. Azteca asintió con la cabeza sin pronunciar palabra.

Comieron los corazones en silencio; cuando terminaron, regresaron a casa de Maya. Los niños estaban dormidos en petates, esa noche era fría por lo que los pequeños estaban pegados los unos con los otros.

Maya fue la primera en mojar la frente de sus hijos con la sangre diluida en las aguas del cenote, después lo hizo Azteca y por último, Inca.

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Los hijos de Maya y Azteca jugaban a la pelota, ante la atenta mirada de sus padres. Se encontraban en Tenochtitlán, disfrutando de un tranquilo día en familia. De pronto, uno de los niños se tropezó y cayó al suelo raspándose las rodillas.

¡Me duele! —lloró Athziri antes de ser levantado por Cintéotl quien le limpió las lágrimas con cariño paterno.

Eres un fuerte guerrero, ¿verdad? —el niño asintió con la cabeza, aún llorando —, pues los guerreros no lloran.

Pero me duele mucho, taatáa *

Maya se acercó a los dos, besó la frente de su hijo antes de tomarlo de brazos de su padre para curarle la herida.

Ahízotl y Sac-Nictéc estaban sentados en un zarape* con sus "hermanos", frente a ellos estaba Itzayana quien les estaba enseñando a elaborar remedios para distintos males. Cuando terminaron, les preparó algunos dulces. Ella y Cintéotl les contaban historias mientras degustaban sus golosinas.

Muchas más escenas pasaron por la mente de los niños, llenando sus tiernas mentes de dulces y hermosos recuerdos que ellos atesorarían para siempre.

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Los niños despertaron con una agradable sensación, no recordaban haberse ido a la cama con sus primos, ni cuando llegaron estos, pero no les importaba, estaban felices de verlos. Maya, Azteca e Inca no habían dejado un solo hueco en los recuerdos de sus hijos.

—¡Mami, mami! —dijeron los seis hijos de Maya al verla entrar.

—Buenos días, tía —saludaron los hijos de Inca. Ella les devolvió el saludo con una radiante sonrisa.

—Lávense la cara, el desayuno ya está listo.

—¿Dónde está papá? —preguntó Itza extrañada de que su "progenitor" no estuviese ahí también como era su "costumbre".

—Está con su tío —les respondió. Los niños gritaron emocionados y se apresuraron a asearse.

Maya se quedó un momento quieta; no cavia duda, el ritual había funcionado excelentemente. Suspiró, se sentía culpable por lo que estaban haciendo, pero era mejor que decirles a sus hijos que su verdadero padre era un salvaje que buscaba dominar todo lo que veía y que ellos eran producto de una violación y no del amor.

Después del desayuno, salieron a dar un paseo. Esa sería la despedida de Cintéotl para sus hijos; le dolía profundamente, pues, desde que los mellizos nacieron, jamás se había despegado de ellos, pero era lo mejor, no quería que sus bebés lo vieran morir, no deseaba que ellos lo recordaran de una forma horrible, no le importaba que eso pudiese ser benéfico para su plan; no expondría a sus hijos a tal dolor.

Cintéotl jugó todo el día con sus niños y sobrinos; seguro de que esa sería la última vez que pudiese hacerlo.

En la tarde del tercer día de su estancia en el Mayad, Inca y sus hijos regresaron a su hogar. Esa misma tarde Cintéotl y su hermana se reunieron con Aquetzalli, algunos sacerdotes y los mejores guerreros a quienes les pidieron llevarse a sus hijos a un lugar seguro.

—¿Está segura de esto, Ka'ansah xook? —le preguntó un sacerdote preocupado. Maya asintió con la cabeza.

—Temochtiani… —habló Aquetzalli, preocupada por la terrible tristeza que embargaba el rostro de ambas naciones. Cintéotl se acercó a ella, posó sus manos en los hombros de la mujer e hizo un intento por sonreírle.

—Confió plenamente en ti —le dijo ocasionando que los ojos de la nahual se humedecieran —, tanto que dejo en tus manos mi mayor tesoro… cuídalos, Aquetzalli, no dejes que ése salvaje los toque.

—Lo juro mi señor. Protegeré a sus hijos hasta mi último respiro.

Una hora después, Cintéotl se despidió de todos sus hijos y por primera vez en siglos, él y su hermana lloraron. Después de un rato se separaron; Azteca subía a su caballo y partió a todo galope con el corazón destrozado y aún con el llanto de sus hijos y sobrinos resonando sus oídos.

Cuando regresó a su casa, se encontró con la horrible sorpresa de la muerte de su tlatoani; sin embargo, su pena no fue tan grande como su alegría de saber que su nuevo jefe era su gran amigo Cuauhtémoc.

Algunos meses después; Azteca y su tlatoani estaban hablando sobre el inminente ataque de los extranjeros.

—Recibimos reportes de españoles en las costas —dijo el nuevo tlatoani.

—Está vez no seremos tan amables —habló Cintéotl, sus ojos se volvieron rojos por unos segundos —. Pelearemos hasta el último hombre, mujer y niño. No dejaremos que ése maldito nos someta.

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España y algunos hombres navegaban en los mares del sur. Tlaxcala había escuchado rumores sobre nuevas naciones cuidadas por sacerdotes que habitaban en los cerros que abrazaban el mar.

—Macatzin —lo llamó Antonio cuando desembarcaron en las costas. Cholula se encontraba a su lado —, ¿Estás seguro que este es el lugar? —preguntó mirando a todas direcciones. Efectivamente, el cerro parecía "abrazar" al mar. Tlaxcala asintió con la cabeza.

Esas tierras eran habitadas por diferentes tribus; la mayoría de ellas estaban bajo el yugo de los aztecas. Uno de ellos era Panteca, ahora aliada de sus antiguos amos con la única condición de proteger a los hijos de Cintéotl.

—¿Cuándo va a venir tajtli? —le preguntó Sac-Nictéc a Panteca.

—Pronto, ¡ya verás que tus padres estarán aquí antes de que te lo imagines!

Panteca era una nación representada por una niña de doce años; enérgica, pero sumisa con Azteca. Estaba internamente alegre de que existiera alguien lo suficientemente fuerte para hacerle frente a Cintéotl, pero al mismo tiempo estaba preocupada, pues había escuchado los rumores sobre las "bestias del otro lado del mar".

—Siuatlamachtli Sac-Nictéc —la llamó Aquetzalli con ella estaban los otros niños, todos con armas en las manos —. Es hora de tu entrenamiento.

La niña asintió con la cabeza, se despidió de Panteca con un abrazo y se fue con la nahual y sus hermanos. La joven suspiró cuando se quedó sola. Tomó un arco y el carcaj, sus hermanos, Yope y Chubia ya debían estar esperándola.

Caminó un largo tramo, hasta llegar a los márgenes del río uno de los tantos que desembocaban en el mar y donde solía ir cuando tenía antojo de camarones. Se detuvo de golpe, se subió a un árbol; había escuchado voces hablar en una lengua extraña.

Panteca pudo ver a dos hijos de dioses* que reconoció inmediatamente: Tlaxcala y la otra era Cholula, la mujer de Azteca; con ellos iba un ser de aspecto extraño, su pecho era de un raro color y brillaba cuando la luz que se filtraba de las copas de los árboles se reflejaba en él. Su cabeza tenía una forma extraña y le sobresalían dos plumas rojas.

Panteca tuvo que cubrirse la boca para reprimir un grito. Sus hermanos habían aparecido, cerrándoles el paso a los tres extranjeros.

—¿Qué quieren? —preguntó Yope amenazándolos con su lanza, al igual que su hermana. Ambos tenían la apariencia de niños, pero eso no les importaba, ellos también eran hijos de dioses y si era necesario pelearían. España fue quien habló, lo hizo en el idioma universal que sólo los países conocen y comprenden.

Antonio les aseguró que no les harían daño. Estoy buscando a dos niños, son mis hijos. Yope y Chubia intercambiaron miradas; Panteca les había advertido que estaban tras los descendientes de Cintéotl y que por nada les dijeran donde se encontraban, pues ellos eran su única posibilidad de ser libres del dominio Azteca y recibir su ayuda.

—Los únicos hijos de dioses con apariencia de niños, somos nosotros —le respondió Chubia altiva.

—Es mejor que regresen por donde vinieron —agregó Yope —. Sólo perderán su tiempo.

Ambos dieron la vuelta, al hacerlo, España sacó su arma y disparó. Panteca gritó al mismo tiempo. Yope cayó de rodillas, sosteniéndose el hombro derecho, mientras que su hermana era sometida por Cholula.

—¿Ya se les refrescó la memoria? —cuestionó Tlaxcala poniéndose a la altura de Yope; el tono burlón que usaba sólo sirvió para que la furia de ambos hermanos se acrecentara.

—Este territorio es habitado por hijos de dioses con apariencia de niños —repitió Chubia, algo adolorida por la presión que la mujer ejercía sobre su brazo.

—Sólo vivimos nosotros —agregó Yope con voz trémula.

Panteca estaba asustada; comprendía lo que estaban haciendo sus hermanos pero no podía dejarlos solos, ni escapar, pues estaba segura que su grito había sido escuchado. Trató de pensar lo más rápido que pudo, finalmente, se decidió.

—Pensaba ser amable con ustedes —habló España —, después de todo, son niños bastante tiernos y lindos —aquel comentario ocasiono un escalofrió en los tres. Habían escuchado que algunos hijos de dioses, tomaban a quienes conquistaban para humillarlos y domarlos, pero ellos nunca lo sufrieron a manos de Azteca y no querían que ese monstruo lo hiciera.

Suficiente, Panteca ya no lo soportó mas, tomó su arco y disparó una flecha dándole a Cholula un poco más abajo del hombro. Sin embargo, no pudo hacer nada pues Tlaxcala la atrapó sin ningún problema.

—Vaya, es cierto que hay críos muy lindos en este lugar —dijo Antonio sonriéndole a Panteca.

—¡Déjanos ir! —le gritó enfurecida. España negó con la cabeza, tocó la pierna de Chubia con descaro, ocasionando que Yope y Panteca intentaran golpearlo.

—¿Me dirán lo que quiero? —Panteca se mordió el labio y asintió bajando la cabeza. España sonrió; pronto tendría a sus hijos y a Azteca, estaba seguro que sus niños se llevarían muy bien con Romano.

—Deja que ellos se vayan y te llevaré a donde quieras —Yope y Chubia miraron a su hermana preocupados; si entregaba a los niños, entonces…

—Tengo una mejor idea —habló Cholula —. Nos llevan a donde se encuentran los niños y los dejamos ir.

Panteca se mordió el labio; hizo un último intento para salvar a sus hermanos. ¿No confías en mi palabra? España la miró y sonrió con inocencia. La palabra de un salvaje no tiene ningún valor. Los tres abrieron la boca, sorprendidos y confundidos.

¿Salvajes?, ¿ellos? Quizás su cultura no era tan avanzada como la de otros hijos de dioses, pero no eran ningunos ignorantes; conocían de ciencia, de los astros y muchas otras cosas más.

—Si no los deja, entonces no los llevaré a ningún lado y para cuando lleguen a donde están; ellos ya se habrán ido.

—Insolente —dijo Tlaxcala golpeándola, ocasionando un chillido de parte de Chubia y maldiciones de Yope.

—Bien, creeré en tu palabra, fusososos —dijo España, le hizo una señal a Cholula para que dejara ir a Chubia y a Yope, pero ellos no querían dejar a su hermana. Estaré bien… váyanse

Los dos salieron corriendo, cubriéndose los oídos por los gritos de dolor que su hermana dejaba escapar al ser golpeada. Panteca debía aguantar un poco, sólo un poco para darle tiempo a sus otros hermanos de prepararse y que los niños pudiesen escapar.

Sólo un poco mas…

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Chontal y Cuitleca estaban en alerta; Panteca les había enviado un mensaje y lo peor era que Yope había regresado con una extraña herida.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Cuitleca preocupado.

—Ve con los guardianes de los niños y avísales lo que pasa —ordenó Chontal con seriedad —. Chubia, Purépecha, Mazatleco y los demás, enfrentaremos al enemigo.

Cuitleca asintió con la cabeza. Se despidió de su hermano y se marchó lo más rápido que pudo, rogando a los dioses porque no sucediese nada malo.

Panteca tenía los brazos amarrados a la espalda; su cuello estaba sujeto por una cuerda que Tlaxcala tiraba de vez en vez, causando en la niña una sensación de asfixia terrible. El trato que le daban sus captores se recrudecía a medida que pasaban los minutos, pues ella los estaba llevando en círculos.

—Escúchame bien, escuincla. Ya me estoy cansando de tus tonterías —dijo Cholula antes de golpearla. Panteca se dio de lleno en el suelo pues sus manos estaban atadas y no pudo evitar golpearse el rostro.

—Es suficiente, no queremos hacerte daño —habló España ayudando a Panteca a ponerse de pie —. Dinos donde se encuentran mis hijos y te dejaré tranquila.

Panteca escupió a España en el rostro; justo en ese momento, docenas de flechas bajaron como lluvia sobre ellos, hiriendo a Tlaxcala en la mano y a algunos soldados españoles. El ataque inició…

Lejos de ahí, Cuitleca ya les había avisado a los sacerdotes y guerreros que protegían a los niños, ahora él y sus propios guerreros iban en auxilio de sus hermanos.

Aquetzalli decidió que lo mejor sería llevar a los niños al templo, ahí había nahuales que estaban dispuestos a luchar de su lado.

La pelea fue encarnizada, muchos indígenas fallecieron, pero su sacrificio no sirvió de nada, pues España logro llegar hasta los niños.

Aquetzalli y un puñado de nahuales estaban entre los infantes y España; los nahuales estaban bastante heridos; su desesperación e impotencia aumentaba a medida que lo hacia el llanto de los niños.

—Entrégamelos y no les haré daño —les aseguró España, su armadura estaba sucia por la sangre de sus enemigos y la tierra.

—¡Eso jamás! —gritó un joven que, ante la atónita mirada de Antonio y sus hombres, tomaba la forma de un jaguar. A él le siguieron otros que adoptaron la apariencia de diferentes animales depredadores e incluso otras criaturas, como venados.

—Tendrás que matarnos si es que quieres acercarte a los niños —dijo Aquetzalli mutando en un jaguar negro como la noche.

Los animales atacaron, pero no fueron rivales para las armas de fuego, aún así, lograron matar a unos cuantos españoles e incluso, Aquetzalli logró morder a Antonio antes de que éste le disparara en la cabeza, matándola al instante.

—¡No! —gritaron los niños al ver como el cuerpo humano de su amiga y guardián caía al suelo, ya sin vida.

España observó a los seis niños, inmediatamente reconoció a los mellizos pues eran la mezcla perfecta entre Cintéotl y él. Se acercó a ellos e intentó acariciar la cabeza de Sac-Nictéc pero Ahuízotl le apartó la mano de un golpe. Antonio frunció el ceño, pero inmediatamente cambió su expresión por una de sorpresa. Los seis niños lo miraban con los ojos rojos y causando que más de un europeo los consideraran demonios.

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Cintéotl se despertó a media noche; sudando y con la respiración agitada. Algo estaba mal. Se levantó, se vistió a oscuras y salió de su habitación. Entró a la de Cuauhtémoc despertándolo con brusquedad.

—Cintéotl, ¿Qué sucede? —le preguntó el tlatoani mas dormido que despierto.

—Creo que España ha encontrado a mis hijos —la declaración bastó para que Cuauhtémoc se despertara por completo. Se vistió para hablar con Azteca en la sala del trono.

Cintéotl le contó que había sentido el terror de sus niños y la muerte de sus sacerdotes y guerreros. El tlatoani se acercó a su amigo y lo abrazó; aunque el hijo de Quetzalcóatl actuaba como si no estuviese afectado, Cuauhtémoc sabía que era mentira, lo conocía lo suficiente para saber que estaba sufriendo. Los vamos a recuperar, le aseguró una y otra vez.

Horas después, Cuauhtémoc llamó a todos los nobles y generales de más confianza; faltaba poco para que la guerra iniciara.

Días después, llegaron los españoles, a la cabeza del ejercito estaba Antonio y Cortez. Fue una lucha encarnizada; finalmente, Cintéotl, su tlatoani y otros nobles fueron hechos prisioneros al tratar de escapar.

Cuauhtémoc y Cintéotl pidieron ser llevados ante "Malinche", como llamaban a Cortés por tener a Malintzin como concubina) y el monstruo hijo de los dioses oscuros como conocían a España. Al estar en presencia de ambos, el tlatoani señaló el puñal que colgaba de la cintura del conquistador.

Antonio estaba impresionado de lo débil y vulnerable que estaba Cintéotl; su cuerpo estaba muy delgado, sus mejillas hundidas se marcaban por el hueso, pero ni así, él o su superior bajaban la cabeza.

—Ya he hecho todo lo que estaba en mi poder para defender a los míos; pueden hacer de mí lo que quieran, mátenme, que es lo mejor… —sin embargo, ni Cortés ni Antonio estaban interesados en matarlos, (aunque el conquistador estaba curioso de ver como desaparecía una nación, algo que no se daba todos los días).

Intentaron llevarlos a habitaciones separadas, pero ni Cuauhtémoc, ni Cintéotl lo permitieron; lucharon para impedirlo y finalmente España les permitió estar juntos.

—Cintéotl, el jefe te trajo agua para que te asearas —dijo Antonio con una sonrisa tonta. Sin embargo, Azteca no contestó, cada día estaba más débil y ya no podía levantarse; Cuauhtémoc no se despegaba de su lado —. ¿Cómo está?

El tlatoani le dedicó su mirada más fiera. ¡¿Cómo quieres que esté? Gracias a ti y los tuyos, mi amigo se está muriendo.

Antonio no respondió, no era la primera vez que Cuauhtémoc lo enfrentaba y estaba seguro que no era la última. Se acercó a Azteca para comenzar a curarlo; no podía negarlo, realmente estaba enamorado de Cintéotl.

Azteca abrió los ojos con esfuerzo; su visión estaba borrosa pero aun así podía identificar a su captor.

—Mis… mis… hi-jos… qui-quiero… ver… los… —España asintió; tal vez los niños podrían ayudarlo a recobrarse. Dejó el paño en el recipiente y salió de la habitación para ir en busca de los pequeños.

Cuauhtémoc miró preocupado a Cintéotl; en otras circunstancias, estaba seguro que no hubiese pedido por sus hijos. Minutos después, los seis niños entraron a la habitación; a diferencia de su padre, ellos estaban en estupendas condiciones, incluso habían crecido un poco.

—Tajtli… —dijeron los niños mientras sollozaban. El tlatoani y España observaban la escena desde una esquina.

Fue una sorpresa para Antonio cuando se enteró que Cintéotl tenía más hijos a parte de los que había tenido con él. Detestaba a la mujer de Azteca e incluso había intentado acabar con ella pero Maya había desaparecido misteriosamente, al igual que su gente.

Makochi pitentsin

manokoxteka pitelontsin

makochi kochi noxokoyo

manokoxteca noxokoyotsin

manokoxteca nopitelontsin

makochi kochi pitentsin

manokoxteca pitelontsin

manokoxteka noxokoyotsin

makochi kochi pitelontsin…

Antonio estaba impresionado; Cintéotl, a pesar del estado deplorable de su cuerpo; aún tenía la fuerza para levantarse, cantarles e incluso cargar al más pequeño. Después de un rato, los niños se quedaron dormidos. Azteca sonrió con tanta ternura que España creyó estar viendo un ángel.

—Los amo, kokene*… —dijo Azteca quien se levantó como pudo; precipitándose al suelo, pero Antonio logró sostenerlo antes de que lo tocara.

—Estás… —la garganta se le cerró al sentir un agudo dolor naciendo en el costado. En auto reflejo, golpeó a Cintéotl haciendo que chocara contra el suelo, rompiéndose el labio que inmediatamente dejó escapar un hilillo de sangre.

España se sintió mareado, antes de desplomarse; pudo ver la sonrisa satisfecha de Azteca y aquellos ojos escarlata que reflejaban todo el odio que sentía.

Tú mataste a mi gente y me quitaste todo, ahora yo te robaré la verdad…

Cuando despertó, se encontró con la noticia de la muerte de Cintéotl y su tlatoani… la gran Tenochtitlán calló poco después.

Tiempo después de la desaparición de Azteca; Inca pereció a manos de España y sus hijos, al igual que los de sus hermanos, pasaron a las manos de Antonio, convirtiéndose en sus colonias… en sus hijos.

La maldición de los tres grandes imperios se cumplió siglos después, cuando los niños, ahora adultos, pelearon por su independencia, hiriendo en todas las formas posibles a España… el asesino de sus padres.

Fin…

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Lizerg-chan: Este es el final de la historia de Cintéotl, pero aún me falta Maya e Inca, los cuales me tomaran un poco más de tiempo (especialmente Inca).

Xcalah: El cenote de Xlacah es uno de los doce con que cuenta la ciudad maya de Dzibilichaltun, una de las más importantes de la península de Yucatán. A diferencia de otras urbes mayas que fueron construidas a partir del año 400 después de Cristo, se sabe que Dzibilchaltun fue asiento de una progresista comunidad desde el año 2000 antes de Cristo y que incluso los españoles llegaron a conocerla en el siglo XVI.

El cenote de Xcalah tiene un diámetro de 25 metros y una profundidad aproximada de 46 metros . Al igual que varios cenotes del área maya fue utilizado como lugar de culto.

Kulkulkán: Es el Quetzalcóatl de la religión Maya.

Taatáa: Papá en Maya.

Zarape: Es un poncho o manta.

Hijos de dioses: nombre dado a las representaciones de tribus, reinos o imperios (invento mío)

Kokene: Hijos en plural del idioma nahual.