Los personajes pertenecen a JK Rowling, aquí solo estiramos al infinito sus posibilidades.

EN BUSCA DEL REGALO PERFECTO

-¿Estaréis de vuelta para el cumpleaños de Ginny? Me gustaría que celebráramos todos juntos su mayoría de edad.- Bill se despedía ya, después de cenar en La Madriguera, cuando hizo la pregunta.

-Espero que sí, hijo. Si todo va bien,- el señor Weasley miró a Hermione, que se había puesto tensa de repente - solo estaremos en Australia un par de semanas.

-¡Estupendo! Bueno, pues aprovechad y divertíos un poco. Nunca vienen mal unas vacaciones.

Todos los presentes sonrieron con más o menos ganas. Habían pasado casi dos meses desde la caída de Voldemort y la muerte de Fred, y el mundo mágico empezaba a creerse que la vida podía volver a la normalidad. Pero aun quedaban muchas heridas que cerrar, muchos flecos por resolver, uno de los cuales era traer de vuelta a los desmemorizados padres de Hermione. La muchacha no había querido apresurar su regreso, y se había concentrado en la reconstrucción de Hogwarts y en ayudar a los Weasley y a las otras familias que había sufrido pérdidas. Pero la sensación de calma se iba extendiendo, y finalmente, para sorpresa de todos, Ron había expresado con voz tímida que tal vez ella deseara ir a buscarlos ya.

Y a partir de ahí, los acontecimientos se desmadraron. Hermione se derritió por la forma en que su novio propuso el viaje, y Harry se adhirió al plan como si hubiera sido idea suya, asegurando a la muchacha que no la dejaría sola ahora que era ella la que necesitaba apoyo. Ginny montó en cólera al saber que pretendían volver a dejarla atrás, y amenazó con aparecerse por su cuenta en el otro continente, de forma que la expedición incluyó un nuevo miembro. Charlie, que había terminado de cazar a algunas criaturas que los mortífagos habían soltado en zonas pobladas, decidió que visitar el remoto país podía ser muy beneficioso para su curriculum. Al oírlo, Molly Weasley se negó en redondo a perder de vista de nuevo a ninguno de sus hijos, sobre todo cuando una era menor y viajaban dos parejas adolescentes, de forma que se autonombró jefa de la expedición. Entonces, Percy Weasley esgrimió sus contactos como antiguo miembro del Departamento de Cooperación Mágica Internacional, y se ofreció a acompañarlos para facilitarles los trámites, y nadie quiso rechazarlo por su evidente necesidad de hacerse perdonar su anterior comportamiento con la familia. Ante esta desbandada, George, cuya vida se asemejaba mucho a la de un vegetal desde la muerte de su gemelo, había acentuado su expresión de desvalimiento, y Hermione le había preguntado si no le gustaría acompañarlos. Finalmente, Arthur Weasley carraspeó antes de anunciar que suponía que en el Ministerio podrían pasarse unos días sin él, sobre todo teniendo en cuenta que aquello no eran unas vacaciones, sino una misión importantísima y oficial para resarcir de sus sacrificios a una de las heroínas de la guerra.

Así que al día siguiente, todos los Weasley excepto Bill y Fleur, que esperaban la visita de los Delacour, más Harry y Hermione, iban a usar un traslador que los llevaría a Sydney. Y con todos esos preparativos, Harry no había tenido tiempo para pensar en lo que Bill acaba de recordarle.

El cumpleaños de Ginny.

Al meterse en la cama esa noche, Harry no pudo dormir, y no era a causa de los ronquidos de Ron. ¿Cómo no había recordado el cumpleaños de Ginny? En realidad, él supo la fecha por simple casualidad, un día que le había pedido a la chica la carta astral que la profesora Trelawney les había mandado como deberes, con el loable fin de copiarla para su clase de Astronomía. Pero después de eso sí había asistido a una de sus fiestas de cumpleaños, aunque claro, todavía no habían estado saliendo. En aquel momento, ella solo era la hermana de Ron. Y él ni siquiera le había hecho un regalo…

Un regalo. Tenía que hacerle un regalo a Ginny por su cumpleaños.

¿Qué podía regalarle? No podía ser un regalo cualquiera, sino algo especial, tan especial como era ella. La mente de Harry se quedó en blanco: apenas tenía unas horas antes de partir para Australia, y debía decidir qué regalarle para conseguirlo antes de irse, o al menos dejarlo encargado. ¿Qué podía ser?

Revolviéndose en la cama, Harry empezó a recordar los regalos que él mismo había recibido. Hasta los once años, sus cumpleaños y las Navidades habían pasado con más pena que gloria, recibiendo apenas alguna prenda de ropa de primera necesidad, o algun juguete ya usado y desechado por su primo. El contraste de sus miserables regalos con la abundancia de presentes ofrecidos a Dudley lo había hecho sentir más palpablemente la desgracia de haber perdido a sus padres.

Todo había cambiado al llegar a Hogwarts. El afecto que allí le habían brindado sus amigos y algunos de sus profesores nunca podría medirlo, pero sí tenía los testimonios materiales de ello. Harry sintió un acceso de nostalgia al acordarse de Hedwig, la fiel lechuza que Hagrid le había obsequiado en su primera visita al callejón Diagon, y que había dado la vida por él. El tosco guardabosques había demostrado una sensibilidad muy especial, insospechable por sus aspecto, a la hora de hacerle regalos como el álbum con fotografías de sus padres que tantas y tantas tardes había revisado mitigando un poco su sensación de pérdida. Había sido un regalo sencillo, nada costoso, pero emotivo. Algo así quizá gustara a Ginny.

También Hagrid le había entregado, por su último cumpleaños, un objeto de gran utilidad, y que a la postre había contribuido a salvarle la vida: su monedero de piel de moke, en el cual había escondido la snitch, el trozo de espejo, su varita dañada, y tantas otras cosas durante la búsqueda de los horrocruxes. De apariencia burda, pero muy práctico, y adecuado para poner a buen recaudo pertenencias íntimas… Si le regalaba algo así a Ginny, podía pasarse luego días intentando averiguar lo que la pícara pelirroja habría escondido dentro.

Aunque la reina de los regalos útiles siempre había sido Hermione. Harry sonrió en la oscuridad al recordar el organizador de deberes que la chica le había obsequiado antes de sus TIMOS… nunca nada le había hecho menos ilusión que organizar sus deberes, y sin embargo el cariño y la sincera preocupación que Hermione había puesto en ese regalo lo hacía ahora valioso a sus ojos. Aunque claro, no pensaba regalarle nada similar a Ginny, por muy exigente que fuera el séptimo curso en Hogwarts. No quería encontrase con la libreta volando en dirección a su cabeza. Quizá más éxito tendría otro de los útiles regalos de Hermione: un kit para limpiar la escoba. Ahora que presumiblemente Ginny sería capitana del equipo de quidditch,…

¿Y por qué no una escoba, directamente? La idea le llegó como un rayo. Ella disfrutaría intensamente de volar en una Saeta de Fuego como la suya. Que también había sido un regalo, este de su padrino. Y la profesora McGonagall fue quien le regaló su primera escoba, una atención nada frecuente en la estricta nueva directora de Hogwarts, pero es que cuando alguien tiene pasión por volar, una escoba es un obsequio obvio y garantía de éxito, por ser útil a la vez que lúdica, un regalo pensado para hacer gozar a su propietario. Una combinación interesante. Harry esperaba que Ginny no saliera con la vieja cantinela de su madre acerca de no gastar demasiado dinero en ellos. Cualquier cantidad de oro de su cámara de Gringotts que él gastara en agasajar a cualquiera de los Weasley sería el dinero mejor empleado del mundo, y Ginny no era cualquiera de los Weasley, ella era…

En realidad, técnicamente no era nada. Entre el final de la guerra, los funerales de Fred, Lupin, Tonks y tantos otros, la reconstrucción de Hogwarts y eso, ellos dos no habían tenido nada parecido a una cita ni a una declaración. Sí que habían hablado, se habían abrazado y pasado tiempo juntos, muy juntos,… Harry sonrió bobamente ante el recuerdo del día anterior, cuando la noche los había sorprendido besándose en la hierba. De una forma tácita, habían retomado su relación allí donde había quedado interrumpida durante el funeral de Dumbledore, pero quizá había llegado el momento de hacer que su relación con Ginny diera un paso más. Tal vez el regalo adecuado ayudara a dar ese paso, y en ese caso, no creía que la escoba fuera lo más indicado.

Harry pensó en los regalos que se hacían las parejas. Una mueca irónica le sobrevino al pensar en el perfume que Ron le había entregado a Hermione las navidades que pasaron en Grimmauld Place, cuando el pelirrojo aun negaba categóricamente que la muchacha fuera nada más que una amiga para él. Hermione pareció muy complacida por el hecho de que las ranas de chocolate hubieran dado paso a algo más personal. Pero él no tenía ni idea de perfumes, y de hecho, no tenía el menor deseo de que Ginny oliera de otra forma de cómo lo hacía. Tal cual era perfecta.

Al pensar en la forma en que Ron había hecho el tonto durante años sin decidirse a ir a por Hermione, no pudo evitar en su mente la imagen de su amigo enzarzado en un húmedo beso con Lavender Brown. La chica, en el momento culminante de su empalagoso enamoramiento, había entregado a Ron un colgante en forma de corazón que el pelirrojo jamás se había puesto y del que supuestamente se había deshecho enseguida (aunque sobre esto Harry tenía una teoría). Una joya era un regalo clásico entre novios, y se le antojaba adecuado regalarle a Ginny un símbolo de la perduración del amor entre ellos a través del tiempo y las dificultades.

Claro que decidirse por una joya tampoco solucionaba su problema, porque ¿qué joya le daría? Harry descartó a bote pronto un anillo, porque tendría que quitárselo para jugar al quidditch y además, podía confundirse con otro tipo de anillo que el joven soñaba con ofrecerle, pero más adelante. Probablemente una cadenita con un colgante iría bien, aunque el recuerdo del colgante de Lavender aun le daba risa. Quizá no fuera una joya la única opción. De alguna forma, no se imaginaba a Ginny con nada así, ella no necesitaba ese tipo de adornos, estaba más guapa cuanto más sencilla vestía, con su cara lavada plagada de pecas y sus jerseys de vivos colores contrastando con el pelo.

¡Los famosos jerseys Weasley! Ese sí que era un regalo especial, al menos para Harry. La primera vez que Molly le envió uno, el chico sintió una cálida sensación, y no porque fuera de lana, sino por sentirse de una vez aceptado, deseado, querido. Aunque entonces no fuera consciente, en ese momento decidió que quería formar parte de esa familia, en lo bueno y en lo malo. Ninguna joya comprada tendría el valor de una prenda que hubiera confeccionado él mismo, por más rústica o ajena a la moda que esta fuera. Los gorros tejidos por Hermione con el fin de liberar a los elfos domésticos eran obras dignas de colgar en el museo de los horrores, al mismo nivel que el informe retrato que Dobby le había dibujado una vez, pero en ambos casos los elevados ideales que habían movido a sus autores los hacía valiosos. Tal vez había llegado la hora de que aprendiera a coser.

Claro que ninguna prenda de vestir sería nunca tan especial como la capa de invisibilidad que su padre, a través de Dumbledore, le había legado. Obviamente, no era una prenda normal, ni en sus cualidades ni en su origen. Era la capa de los Peverell, imbuida de magia antigua con la finalidad de proteger al propietario y sus seres queridos, pasando de generación en generación, hasta convertirse en algo realmente especial, que varias veces le había salvado la vida, incluso en su enfrentamiento contra Voldemort. Un regalo así sí que sería digno de Ginny, un regalo que perdurara a través del tiempo, que luego podría pasar a sus hijos.

Hijos. Harry notó que empapaba de sudor las sábanas, y no sólo por la calurosa noche de verano que disfrutaban. Aún no podía pensar en sus hijos. Él era el hijo. El hijo de James y Lily.

Su madre le había hecho el mejor regalo. Le había regalado la vida, dos veces. Tres, si contaba la forma en que había aparecido junto a su padre, a Sirius y a Lupin, saliendo desde la piedra oculta en la snitch, la noche en que pensó que iba a morir. Su madre lo había mantenido vivo aun a costa de su propia vida, y ese era el regalo definitivo. Nada podía igualarlo. No era nada material, ni podía envolverse y ponerle un lazo, pero su madre le había regalado vida, valor, esperanza. En ese último momento en que se dejó abatir por la maldición de Voldmeort, su madre lo había sostenido. Pero no solo ella. Fue el beso de Ginny lo que acudió a su mente en el que creyó que era su último instante, el beso que ella le había ofrendado a cambio de nada, por su decimoséptimo cumpleaños, cuando ya no eran novios, y ella ya sabía que se iba a marchar, sin poder asegurar el regreso.

Ese sí que había sido un regalo perfecto. ¿Cómo había dicho Ginny? "Algo ligero, que se pudiera transportar, y que te recuerde a mí". Y también había sido increíblemente útil, no al estilo de Hermione, claro, pero sin ese beso quizá hubiera desistido de su lucha alguna de las noches que pasaron huyendo de un lugar a otro en la inhóspita tienda de campaña. Y había sido algo personal, y eterno, y placentero, mucho más que las ranas de chocolate que tantas veces se habían obsequiado unos a otros. Y mira que las ranas estaban ricas. Y había sido cálido como un jersey Weasley, y lo había hecho volar como una escoba, y le había dado la esperanza de una familia, y raíces como el álbum de fotos de Hagrid. Y además, había sido una sorpresa, porque él no esperaba tal gesto de entrega y desprendimiento de la chica con la que, al fin y al cabo, había cortado sin muchas explicaciones un par de meses antes.

-Recapitulando, pensó Harry, medio incorporándose en la almohada: necesito un regalo bonito, no muy aparatoso ni caro, útil pero especial, a ser posible hecho por mí mismo y que no se estropee con el tiempo, que sea cálido y dé gusto, con un mensaje romántico pero que no sea cursi, y encima que la sorprenda. Y lo necesito para ya mismo. Chupado.

Harry gimió, enterrando su cara bajo las sábanas. ¿Qué demonios le regalaba a Ginny?

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Aprovecho para agradecer a dos personas que me dejaron reviews en mi anterior historia, pero no dejaron cuenta donde poder contestarles. Una de ellas pedía una continuación para "Hola, mamá. Hola, papá". No tengo prevista hacerla, creo que esa historia no da más de sí, pero sí preveo que este nuevo fic tenga un capítulo más, si hay demanda.

Me explico: esto está basado en hechos reales, más o menos, y es que hay veces que decidir un regalo para alguien es muy fácil, pero otras veces parece que las ideas huyen y no hay manera. Así que yo sé más o menos por donde quiero seguir esto, pero el regalo en sí, aun está por decidir... ¡Se aceptan sugerencias!