¡Hola a todos! Les dejo el capítulo final de esta historia. Lo siento si me demoré un poco, pero no quería apurarme y escribir cualquier cosa. Me di cuenta de que esta humilde historia gustó mucho, y los comentarios que me llegaron fueron muy alentadores. Realmente me alegra saber eso, por eso quise hacer bien esto. No quiero escribir nada al final porque no quiero perturbar sus emociones, así que les aclaro algo para que no piensen mal de mi: soy religiosa, pero no católica. Creo en Dios y en Jesús, y en su segunda venida.

¡Muchas gracias por sus mensajes!


Prohibido - Capítulo 6 (final)

El corazón del lituano dio un vuelco al ver a su compañero toser adolorido, y tanta fue su preocupación que no dudó un segundo en detener el caballo y acostar a Feliks sobre el cálido suelo, quitándole luego la parte superior de su traje para analizar sus heridas. Él también tenía heridas bastante profundas, pero consiguió mantenerse firme para atender al débil rubio. Cuando palpó su pecho y escuchó a Feliks gemir de dolor como reacción, Toris sospechó que algunas de sus costillas se habían roto. La herida en su cabeza aún continuó sangrando, y el lituano decidió atender a ésta última ya que era la más grave.

Toris tuvo que contener las lágrimas para no preocupar al polaco.

Se miraron a los ojos y el castaño intentó transmitirle calma, al notar que el rostro pálido de su compañero contrastaba tétricamente con la sangre que aún resbalaba por su piel. Apenas podía abrir los ojos ya que no tenía fuerzas suficientes para sostener la cabeza por sí mismo, y los brazos le temblaban como si tuviese frío. Abrió la boca débilmente e intentó decir con una leve sonrisa en sus labios:

- O sea…, como que me voy a morir, ¿verdad?

No obtuvo respuesta alguna, pero las lágrimas del lituano que inevitablemente resbalaron sobre sus mejillas fue una respuesta silenciosa y certera a la vez. Feliks borró rápidamente la sonrisa de su rostro y estalló el lágrimas también, enfocando su borrosa vista hacia el cielo. Ambos lloraron durante algunos minutos, asumiendo entre sollozos el penoso destino que los estaba deparando. Siguieron llorando hasta que Toris terminó enjugándose las lágrimas con la manga de su camisa y volvió a mirar a Feliks, y llegó a ver en sus ojos una inspiración que lo motivó a seguir luchando. Se dispuso a dar el intento con valor.

Se incorporó rápidamente y miró a Feliks, apoyando sus manos a los costados de su cuerpo con una amplia sonrisa. El sol brillaba detrás de él, y a Feliks le pareció ver un ángel que lo protegía.

- No te preocupes Feliks, no voy a dejar que te vayas. Confía en mí y aférrate a la vida, que juntos saldremos de esto.

El rubio sonrió débilmente e intentó alzar sus brazos para acercarse al moreno, con mucha dificultad pero con convicción. Toris se inclinó y lo detuvo rápidamente, acariciando su mejilla con ternura. Sin decir ni una palabra lo tomó entre sus brazos y empezó a caminar en dirección a un río que se encontraba cerca de allí. Lo recostó sobre la orilla, sostuvo su cabeza con una mano, y con la otra tomó un poco de agua del río para darle de beber. El polaco bebió ávidamente porque se encontraba sediento, y después tosió un poco más. Toris le echó un poco de agua sobre la frente, y mojó sus muñecas para quitarle un poco el calor. Eso relajó un poco el cuerpo abatido del polaco, que se mostró agradecido.

El lituano le dio un sutil beso después de limpiar sus labios ensangrentados, y después de tomar él un poco de agua se dirigieron nuevamente hacia donde se encontraba el caballo esperando, y tomaron rumbo hacia una pequeña aldea en las afueras de Varsovia. Allí esperó Toris encontrar a un médico que atendiera mejor al polaco, aunque se alivió al notar que, después de haber bebido agua, su estado había mejorado un poco. Intentó no mover demasiado el cuerpo de Feliks porque le dolía demasiado el pecho a causa de sus costillas rotas, y al notar que el calor lo estaba mareando aún más decidió quitarse la camisa y colocarlo por encima de su cabeza. Feliks se aferró a los brazos fuertes del moreno, y entre quejidos de dolor dijo:

- Espero…, no ser una molestia para ti, Liet…

- No lo eres, Feliks. Para nada. –le contestó el lituano, con la mirada fija en el camino.- Pronto llegaremos a una aldea; ahí buscaré un médico para que te vea las heridas.

- ¿Una aldea? –dijo algo sorprendido el rubio.- ¿En las aldeas vive la gente pobre?

- Yo nací en una de ellas, Feliks. –contestó el moreno después de unos segundos. Empezó a recordar vagamente a su familia, que ante la imposibilidad de conseguir algo para comer decidieron mandarlo a él, a pesar de su joven edad, a trabajar en Polonia.

- Mh… Lo siento. –susurró el polaco, algo arrepentido por lo que había dicho.- O sea, de todos modos…, yo te quiero, ¿sabes? Como que totalmente.

- Lo sé, Feliks.

El lituano divisó unas primeras casas y se detuvo al cabo de unos minutos para preguntar por un médico. Mientras Toris hablaba con algunos aldeanos, Feliks encaró directamente la pobreza que nunca antes había visto ni vivido, y una gran tristeza invadió su corazón. Comprendió al ver esas escenas que su vida había estado limitada por lujos y caprichos, que todo lo que él pedía le era inmediatamente entregado, que con rezar una hora todos los días pretendía solucionar su vida y la de todos los demás, que con lo que él hacía no ayudaba a nadie, que su vida no era tan espiritual como le habían hecho creer o se creyó a sí mismo… No, nunca había tenido malas intenciones, pero se había engañado todo ese tiempo al creer que las cosas que solucionarían con unas oraciones y unos rosarios en mano. Sobrevivir a esa pobreza y tener el coraje de seguir adelante todos los días para ganarse la vida le parecía mucho más valioso que todo lo que había hecho él.

Los pensamientos lo abrumaron de tal forma que, sin poder hacer nada, cayó rendido sobre el cuerpo del lituano, inconsciente. Tan rápido pasó todo eso que Toris no pudo detenerlo cuando vio que el cuerpo del rubio resbaló y luego cayó de bruces al suelo, golpeando su cabeza nuevamente contra el duro suelo. Los aldeanos se acercaron rápidamente a su cuerpo desmayado y gritaron en polaco el nombre de una persona, mientras que el lituano se bajó rápidamente del caballo para atenderlo, muy preocupado. Una señora que se encontraba cerca del rubio le dijo con tranquilidad que estaban llamando al médico y que no se preocupara, pero Toris sabía que Feliks estaba muy delicado y que su cuerpo no debía haberse expuesto a más golpes. Se puso a llorar sin poder contener la amargura en su corazón, y aunque todos intentaron darle palabras de aliento, nadie pudo quitarle la sensación de abatimiento al pensar que todo estaba perdido. Siguió vertiendo sus lágrimas sobre el rostro pálido del polaco que estaba acariciando con suavidad, sin contar con que había gente mirándolo algo extrañada por eso.

Entre la multitud se hizo paso un hombre de mediana edad, aún más rubio que Feliks y bien alto, de notorios ojos claros, que se encontraba cargando una especie de maletín. Toris lo miró y rápidamente le preguntó si se trataba del médico. El hombre asintió y luego se inclinó frente al cuerpo del polaco para analizarlo. A primera vista notó que las heridas eran graves y sus ojos se abrieron de par en par. Luego tomó al lituano del brazo, lo apartó de la multitud, y le habló en tono confidencial.

- No quiero ser indiscreto, ¿pero acaso han recibido ambos un castigo religioso? –Vio que el lituano asintió en silencio.- Disculpe si soy algo directo, pero a ese chico no le veo muchas posibilidades de sobrevivir. Sin embargo le advierto que en esta aldea somos muy creyentes, y si la gente comienza a sospechar que han recibido un castigo de este tipo no dudarán en echarlos de aquí.

- ¿A-Acaso ser religioso te vuelve tan intolerante…? –se dijo el moreno en su mente, totalmente decepcionado de escuchar eso. Por un momento había creído en un ser superior, y hasta empezó a creer en los ángeles cuando conoció por primera vez a Feliks; pero ahora su ángel estaba desapareciendo, se estaba alejando de él, y tenía miedo de perderlo para siempre.

- De todos modos es mi deber hacer lo que esté a mi alcance, así que acompáñeme a mi lugar; está a tres casas de aquí.

Toris cargó nuevamente entre sus brazos al rubio y siguió al médico hasta una humilde casa. El médico le dio una señal al moreno para que acostara a su compañero en una cama que le había señalado con su mano, y rápidamente se dispuso a analizar sus heridas e intentar desinfectarlas. Toris ofreció ayudarlo en todo lo que estuviera a su alcance, y juntos estuvieron varios minutos intentando curar la herida en su cabeza. Si bien habían logrado detener la hemorragia, ya había perdido mucha sangre y les iba a resultar imposible recuperarla.

Al cabo de varias horas lograron bajar la fiebre y aliviar el dolor en el pecho de Feliks, aunque no pudieron hacer nada con sus costillas. Habían vendado su cabeza para evitar que siguiera sangrando la herida, y le dieron mucha agua para evitar la deshidratación. Toris estaba cansado físicamente, pero por dentro se sentía excepcional tras haber salvado la vida de su amado Feliks. Rechazó el pedido del médico de que tomara reposo y se sentó al lado de la cama donde yacía el rubio y se puso a acariciar su mano con ternura. Su rostro mostraba tranquilidad y serenidad, haciendo que Toris se sintiera tranquilo también. Intentó transmitirle fuerza y coraje con sus caricias, para que no perdiera las ganas de seguir viviendo. Si salían de esa situación, entonces no habría nada que no pudieran hacer. Sonrió de alegría al pensar eso y con gran amor besó sus manos, mirándolo con ojos cansados pero llenos de energía al mismo tiempo.

El médico se encontraba con su esposa charlando cerca de la habitación donde se encontraban ambos jóvenes, y la mujer miró con recelo al lituano. Algo en su mente le hacía sospechar rápidamente de la relación que mantenían los dos, y lo relacionó con el castigo que habían recibido. Su conclusión fue más que acertada, y no dudó un segundo en hacérselo saber a su marido, que a pesar de haberlo sospechado también, creyó mejor no decir nada.

- Si nos llegan a ver con estos dos desviados vas a perder tu prestigio rápidamente. ¿No ves que ellos no tienen perdón de Dios? Deberías dejar que se junten con Satanás, si eso es lo que quieren.

- Querida, no sería un buen médico si no lo intentara al menos. Esos chicos no parecen tener malas intenciones, además que no justifico esos actos violentos.

- Por algo habrá sido que los apedrearon... –dijo, haciendo una mueca de horror.

El doctor y su esposa se estremecieron al escuchar un grito desgarrador que había emitido el polaco después de toser sangre nuevamente, esta vez en más cantidad, y ante la desesperación de sentir sus piernas entumecidas comenzó a gritar, buscando refugiarse entre los brazos del lituano, que también había comenzado a desesperarse. Por más que intentó darle palabras de aliento, el dolor en Feliks no cesaba. Toris notó que los movimientos desesperados del polaco se habían convertido en convulsiones, y rápidamente intentó inmovilizarlo para evitar que eso afectara aún más su condición. Desgraciadamente no pudo detenerlo lo suficientemente rápido ya que repentinamente el rubio se detuvo en seco y comenzó a hacer fuerza para respirar, reflejando en su mirada que ando andaba mal, realmente mal. Toris empezó a llorar desesperado mientras miraba al rubio sufrir increíblemente por no poder respirar. Cuando el médico se acercó para ver qué había pasado, inmediatamente miró al lituano y le hizo ver en sus ojos que nada podía hacer.

- Por el movimiento que acaba de hacer, una de las costillas perforó sus pulmones. Lo siento.

- ¿N-N-No hay nada qué hacer? –titubeó el lituano entre sollozos, tomando el rostro de Feliks para evitar que cayera inconsciente otra vez.

Por un momento lo había creído, había creído en una esperanza, al menos una mínima esperanza que lo motivara a seguir adelante. Pero cómo podía seguir adelante si tenía a su compañero agonizando frente suyo, luchando simplemente por tomar un poco de aire. El brillo en los ojos del rubio se estaba apagando, y Toris deseaba atrapar ese brillo con sus manos y nunca dejarlo ir, nunca…

Feliks había vuelto a toser en medio de sus convulsiones, y Toris pensó que su cuerpo no resistiría mucho más que eso, así que intentó mostrarse lo más fuerte posible y dijo en voz alta para que pudiera escucharlo, mientras tomaba su mano con fuerza y se controlaba para no llorar:

- ¡Te amo Feliks, te amo con todas mis fuerzas! ¡Quiero que recuerdes eso y nunca lo olvides, porque a pesar de todo siempre estarás en mi corazón!

El polaco llegó a mirarlo y alzó el brazo para acariciar su mejilla. Ya casi no podía ver y su cuerpo temblaba ante la nueva pérdida de sangre, pero a pesar de todo logró sonreírle al moreno con toda la dulzura del mundo. Le dijo con el poco aire que tenía:

- T-T-Te…, q-quiero tanto… Voy a-a extrañar…te.

El lituano le respondió a aquella sonrisa y se acercó a sus labios para besarlos suavemente, pero tuvo que apartarse rápidamente cuando notó que volvería a toser. Lo hizo, aunque esta vez la sangre salió con tanta fuerza que su cuerpo colapsó y cayó muerto en la cama.

El silencio fue sepulcral. El doctor y su esposa quedaron con los ojos bien abiertos, mirando con estupefacción la situación; en cambio Toris estaba horrorizado, abatido, afligido. Jamás podría abandonar la imagen de Feliks muriendo frente suyo.

Después de eso, las acciones del lituano se convirtieron en algo preocupantes, porque en la desesperación comenzó a hablarle al cuerpo de Feliks con mucha tristeza, y su llanto fue tal que el pecho se contraía con fuerza. Luego gritó horrorizado y se cubrió el rostro con ambas manos al no poder soportar ver en ese estado al joven de su vida, al único que le había hecho sentir especial, al único que le había dado una alegría corta pero valiosa…

Sin decir nada, acarició las mejillas del polaco, cerró sus ojos y secó sus lágrimas; luego cortó parte de su camisa con la poca fuerza que tenía y se puso a removerle la sangre que tenía en el rostro. Toris también había perdido el brillo en los ojos, y por un momento se sintió apartado de ese mundo, como si su espíritu se hubiera desconectado súbitamente de su cuerpo. Finalmente acarició sus dorados cabellos y los peinó delicadamente, volviendo a mirarlo para ver que, aun a pesar de todo, se veía hermoso. Lo tomó entre sus brazos y se acercó al médico para agradecerle por todo lo que había hecho; se inclinó en signo de respeto y salió de la casa taciturno, apagado, como si fuera un fantasma. La mujer se acercó a su marido y lo miró con extrañeza, negando luego con su cabeza como si estuviera reprendiendo a alguien.

- Ya lo sabía.

Caminó varias horas el lituano sin siquiera darse cuenta, con el polaco entre sus brazos, hasta llegar a un campo de centeno que le parecía muy familiar. Sus fuerzas habían empezado a agotarse y, a pesar del cuerpo liviano del rubio, no tuvo más alternativa que detenerse y acostarlo en el suelo. Toris cayó de rodillas, mirando el campo que brillaba esplendoroso por la luz del sol. Miró el cielo, dirigió sus ojos al sol, volvió a ver los campos de centeno. El aire era tan fresco y hermoso…

A Toris no le importó que su vista se nublara o que su organismo no respondiera, al menos así su cuerpo maltratado no sentía tanto dolor. Lo único que le dolía era su corazón, ya que no podía resistir la idea de que Feliks no estuviera con él. Si lo tenía a su lado, acostado en el cálido suelo, con el semblante tranquilo como si estuviera durmiendo, pero en realidad…, ya no estaba más. Ni sus sonrisas, ni sus travesuras, ni sus alegrías, ni sus besos… Nada.

Con suma tranquilidad se recostó en el suelo, frente al cuerpo de Feliks, tomó delicadamente sus blancos brazos y los acomodó alrededor suyo; luego lo abrazó él y lo miró con una sonrisa que reflejaba una gran variedad de emociones. Ambos jóvenes, abrazados, rodeados por aquel campo de centeno, iluminados por el radiante sol de primavera, parecían dormir plácidamente, ajenos a todo miedo o peligro. Toris derramó unas lágrimas y cerró los ojos, abrazando con más fuerza a su amado ángel…

Pasaron varios meses. Por toda la ciudad de Varsovia se había hecho una importante búsqueda a cargo de la princesa Eduvigis para encontrar a Feliks Łukasiewicz y a Toris Lorinaitis. A todos en el reino les había extrañado la fuerte decisión de la princesa, pero la culpa que había cargado durante todo ese tiempo por haber dañado a su querido discípulo era incontenible. Unos soldados aparecieron presurosos para comentarle acerca del paradero de los jóvenes, pero fueron incapaces de darle la mala noticia. La mujer exigió que los jóvenes fueran devueltos al reino inmediatamente fueran encontrados, y los soldados no tuvieron otra alternativa que cumplir con su deber. Al cabo de un día volvieron unos hombres con dos cuerpos envueltos en una manta blanca.

- ¿Qué es eso? Huele muy mal. –Dijo la princesa mientras se tapaba la nariz con una mano.

- S-Su majestad… Son los cuerpos de Feliks Łukasiewicz y Toris Lorinaitis, como lo había ordenado. Los encontramos en un campo en las cercanías de Lituania. Al parecer estuvieron expuestos a un clima austero durante mucho tiempo. Parece…, que han muerto hace mucho, su majestad…

Esta vez la princesa se llevó ambas manos hacia su boca, formándose el horror en sus claros orbes azules. Pegó un grito que remeció el castillo entero, totalmente aterrada. Sin poder contener todas las emociones que la golpeaban y se clavaban su pecho, terminó desmayándose. Dios no podría perdonarla por eso. No podría. No.

Quizás la muerte es una mala señal, quizás transmita pena y tristeza; pero desde que esos dos hermosos jóvenes murieron juntos en aquellos campos de centeno en Lituania, las personas en Varsovia que antes habían tirado piedras contra ellos tuvieron constantes apariciones. Pero no eran apariciones tétricas y espeluznantes… Lo único que veían era a Feliks y a Toris corriendo alegremente mientras sonreían, tomados de la mano, mirándose con un amor tan radiante que iluminaba aún más que el sol. A veces se besaban, se abrazaban, se acariciaban.

Eduvigis tuvo constantes alucinaciones después de haber escuchado de la muerte de su joven discípulo. Apenas podía conciliar el sueño, y cuando finalmente lograba dormir, lo único que veía era a Feliks mirándola muy asustado y corriendo hacia Toris para abrazarlo y pedirle contención. A partir de ese momento lo único que veía la princesa era a ellos dos haciendo el amor. No tardó mucho la mujer en volverse loca e, invadida por las pesadillas, terminó ahorcándose. La historia de Varsovia después de ese terrible suceso comenzó a oscurecerse, y un sinfín de corrupciones asechó aquella ciudad.

Pero Feliks y Toris se habían convertido en dos hermosos y traviesos ángeles que, a pesar del injusto final que habían tenido, no dejaron de irradiar amor y luz, porque el rencor no pudo con ellos. Mientras las personas que los habían juzgado sin motivo sufrían en el mundo terrenal, ellos se veían envueltos en una nueva historia, en una nueva oportunidad de ser felices en el mundo espiritual.