… mas nadie la raptó. Ha huido buscando la libertad que vuestros brazos opresores negaban.
La cavernosa y vieja voz de la mujer, llegó a sus oídos como si de un mal presagio se tratara. Respiró hondo y, haciendo uso de toda la buena compostura que tenía, asintió con lentitud.
-¿ Dónde se encuentra mi hija? - preguntó un hombre ataviado con elegantes ropajes y una hermosa corona de oro.
-Habita en las altas montañas de la sierra de Albarracín, junto a una fuente de aguas cristalinas. - Respondió la arrugada y encorvada anciana mientras, moviendo sus manos alrededor de una bola de cristal, reía con suavidad. En el interior del objeto, una hermosa muchacha bebía en el manantial , pero solo la bruja podía verla.
El rey chasqueo la lengua y bufó cual gato montañés. Sus terribles ojos violáceos refulgieron con ira en la oscuridad de la habitación.
-¿ Qué os hace tanta gracia?
-Ju, ju. Nunca la encontraréis. - Se limitó a decir ella levantándose de la enmohecida silla.
- ¿ Quién os pensáis que soy? Toda la Corte está buscándola. ¿ Creéis, acaso, que existe una mínima posibilidad de que no la localicen?
Su voz sonó furiosa y amenazante. Algunas gotas de sudor frío, bajaron por su barbilla hasta caer finalmente al suelo arenoso. La mujer entornó su mirada y volvió a reírse de él.
- Vuestra hija conoce los senderos de los bosques, las plantas que curan todo mal, los parajes donde los animales pueden ser cazados y orientarse por el brillo del sol y las estrellas. Vos, rey menguado, ¿Entendéis de algo que no sea guerra o destrucción?
El soberano, sintiendo que la decrépita señora sabía más que él, rechinó los dientes y posó una mano sobre el puño de su espada.
- ¿ Cuánto queréis por vuestros servicios?
- Treinta y cinco monedas de oro. - respondió ella tras haber meditado durante unos segundos – Es lo que suelo cobrar.
- Os excedéis anciana. - siseó el rey con acidez- ¿ Tan segura estáis de vuestros dones como hechicera?
- Todos los que vienen en mi busca se lamentan en un principio. Pero he de añadir que más tarde agradecen la labor que hago. - dijo encaramándose a un bajo estante y sacando un bote negruzco que destilaba un olor fétido.- ¿ Aceptáis? Si queréis castigarla, hacedlo ahora, pues nunca más podréis hallarla.
El monarca esbozó entonces una sonrisa cínica y arrogante, y contesto:
Que nada ni nadie pueda nunca herirla, por ser hija de quién es. Mas quiero que le arrebatéis su puro y palpitante corazón, y que por siempre este encerrado en la torre más alta de mi castillo. Ella seguirá viva y exenta de mi presencia, pero aunque su cuerpo sea libre, su alma seguirá enjaulada. Así, aprenderá que lo que es mío, me pertenecerá hasta que muera."
La anciana roció una pizca de polvo, que estaba contenido dentro del jarro, sobre la bola de cristal. Y las gélidas palabras del hombre se adentraron en sus profundidades como venenosas dagas. La oscuridad comenzó a apoderarse de la imagen de la muchacha huida. Y súbitamente, se escuchó un grito de auténtico sufrimiento.
La princesa está sola, la princesa está triste. Y cerca de ella, una flor se desmaya. Los suspiros salen de su labios de rosa, y ni las aves del paisaje ni las aguas de la fuente pueden mitigar su pena.
Pero su corazón sigue palpitando.