Disclaimer: applied


.

.

.

.

PRÓLOGO

.

.

.

Jadearon una vez más.

Los ojos rojos de Naruto se estrecharon mientras el rasengan se formaba en su mano derecha. Tenía varios huesos rotos al igual que varios cortes, y su chakra estaba al borde del agotamiento. Probablemente el hecho de usar también de forma indiscriminada el chakra del Kyūbi en el modo sennin añadía más oportunidades de morir, pero al parecer eso ya había perdido importancia. Solo había una determinación extraña y apática en sus antaño amables ojos mientras miraba con algo de rabia y desolación al que alguna vez consideró su mejor amigo.

Sasuke tenía el mangekyō sharingan activado y su mano izquierda destellaba imbuida del chidori, con los ojos de Itachi había alcanzado la perfección en su dōjutsu en un punto que prácticamente ningún Uchiha había rozado antes. Sin embargo, no estaba ileso, la batalla contra Naruto también le había dejado varios huesos rotos y el chakra ligeramente agotado ya que al contrario que él no había peleado en la Gran Guerra Ninja. Su resolución de destruir Konoha, no obstante, estaba más firme que nunca.

Nada haría cambiar de decisión a Sasuke, ni al que alguna vez consideró su hermano, ni la muchacha de cabello pálido que los miraba a los lejos llorando mientras curaba a esa Hyuga que había recibido un ataque dirigido a Naruto. Antes de abandonar Konoha, esos ojos verdes llenos de lágrimas habían podido detener cualquier cosa, incluso su oscuridad, pero todo había acabado, todo había sido consumido por su odio y su dolor.

Ahora solo importaba una cosa: vengar su clan.

Y para lograrlo, para finalmente romper los lazos que le ataban a Konoha, para destruir la aldea que había despreciado a su clan, Naruto Uzumaki y Sakura Haruno debían morir ese día. Porque él los había apreciado tanto que casi había olvidado su venganza, porque los había querido tanto que ahora sólo los odiaba con intensidad, a ellos, sus mayores enemigos que cargaban con el poder de los Senju.

Peleaban en la tierra donde miles habían dado sus vidas, un lugar que era todo y nada al mismo tiempo, lleno de vida, lleno de muerte, lleno de esperanza y de destrucción. El lugar donde intentaban con las últimas fuerzas ganar esa guerra para que Madara no destruyera el mundo tal como se conocía en pos de un sueño utópico, violento y falso.

—Esto es el fin, Sasuke —dijo Naruto de forma inexpresiva—. No me dejas otra opción, para que el mundo ninja tenga paz, tú debes morir.

La sonrisa de Sasuke fue vacía, cruel.

—Curioso. Pienso lo mismo, para que yo pueda cumplir mi venganza y destruir Konoha tú debes morir.

Naruto entrecerró los ojos con dolor, su mirada se desvió a los cadáveres de Kakashi, Ino, Shikamaru, Neji, Tenten, Lee, Choji y otros tantos ninjas que Sasuke había asesinado ante sus ojos previo a su pelea.

Eso definitivamente no se lo perdonaría nunca.

JAMÁS.

Los dos se miraron por última vez, y al mismo tiempo se lanzaron sobre el otro para acabar de una buena vez con todo.

Hinata y Sakura gritaron con espanto y terror. Las heridas que Sasuke había causado en ambas punzaban en sus cuerpos, pero no importó, corrieron al punto donde ambos se cernían el uno sobre el otro dispuestos a matarse. Hinata activó su byakugan; Sakura olvidó todos los peligros y activó la única técnica que su maestra le había prohibido usar aunque significase su muerte. Pero nada importaba para ella, tampoco para Hinata, sus corazones fueron más veloces que sus mentes.

Y fue en ese instante de gritos, de miedo, de odio y rencor, en el que cuatro pares de ojos se encontraron, que el universo decidió confabularse contra ellos… una vez más.

Sharingan, byakugan y rinnegan colisionaron. Sasuke, Hinata y Naruto parecieron fundirse en una intensa luz, y Sakura junto a ellos cerró los ojos gritando ante el sentimiento de ser destrozada, de ser reducida a nada ante la magnitud del poder que había chocado. Gritó por Naruto, gritó por Sasuke, y quizá por Hinata, desesperada. El chakra dorado en sus manos se mezcló con la luz, apaciguándola, calmándola mientras se desvanecían… y por ese instante confuso y abrumador, en medio del dolor atroz, deseó alejarse de allí con todas sus fuerzas. Deseó demostrar a Sasuke que la destrucción no iba a hacerle feliz, que matar al resto no iba a revivir a los que ya habían muerto. Deseó que todo fuese diferente, que no estuviesen en aquella guerra muriendo sin esperanza ni paz.

El más grande deseo que tengas y también el precio más alto que puedas imaginar.

Su maestra se lo había advertido cuando le enseñó aquel jutsu de los Senju, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Si realmente se pudiese, si realmente tuviese el derecho de desear una cosa, quería una oportunidad, solo una de cambiar la historia que había desembocado en esa tragedia.

Un lugar donde Sasuke se diera cuenta que la venganza no lo era todo, donde Naruto pudiese ser feliz. Un mundo donde no hubiese guerra, donde no hubiese odio y destrucción, donde hubiese una alternativa más que el matarse los unos a los otros.

Y, entonces, todo se detuvo. Ellos gritaron, la luz se extinguió y se los llevó.

—¡SAKURA! ¡NARUTO! —gritó Tsunade incrédula desde su sitio con Shizune sosteniéndola.

No le interesaba lo que le pasara a Sasuke, después de todo él era la causa de que estuviesen en esa situación. La sangre corrupta que corría en sus venas había llevado al mundo a aquella guerra donde pagaban con dolor y sangre el precio de la venganza del maldito clan Uchiha.

Estampó los puños sobre la tierra ensangrentada con impotencia. El héroe de la aldea, aquella niña que había criado como a una hija, y esa chica Hyuga habían desaparecido frente a sus ojos sin que pudiese hacer nada para evitarlo.

.

.

.

.

.

.

¡PUM!

Los aldeanos de Konoha alzaron las cejas al escuchar la tercera explosión en lo que iba del día, y eso que apenas eran las diez de la mañana. Seguramente tenía que ver otra vez, como no, con ellos. Todos los días era lo mismo así que no se preocuparon, estaban acostumbrados a esas situaciones, sacudieron la cabeza y volvieron a sus labores.

En Ichiraku ramen, Teuchi sonreía discretamente con diversión al preparar el ramen que la única mujer de los sannin le había pedido. Tsunade era una clienta frecuente, y no porque amara el ramen a diferencia de ciertas personitas, sino que se había acostumbrado luego de haber sido arrastrada tantas veces.

Ella rodó los ojos al escuchar la siguiente explosión.

—Otra vez esos mocosos —murmuró con resignación.

—Kushina siempre ha sido así, Tsunade-sama —dijo el hombre con diversión poniendo el bol de ramen delante de la sannin—. Además, creo que dijo que quería probar su nueva técnica con Fugaku-san.

—¿Qué no era hoy la cita de Mikoto y Fugaku?

Teuchi asintió tranquilamente.

—Por eso eligió este día.

La rubia no supo si reír o compadecer a Fugaku, así que optó mejor por comer el ramen con tranquilidad. Las citas entre Fugaku y Mikoto tenían su extraño ritual tomando en cuenta que aunque Mikoto había sido escogida por el consejo y los padres de Fugaku como la futura matriarca, también era la mujer que Fugaku Uchiha amaba aunque no solía ser adepto a demostrarlo. Tenía sus momentos por supuesto, Tsunade sabía eso porque de lo contrario Fugaku jamás admitiría ponerse a sí mismo en una situación como una cita en la aldea a los ojos de todos, y no dentro del barrio Uchiha. En la aldea su principal martirio tenía nombre y apellido: Kushina Uzumaki.

Kushina era bastante alegre, traviesa e hiperactiva, y uno de sus mayores placeres era hacerle la vida de cuadritos a Fugaku Uchiha.

Había sido odio a primera vista.

Ni siquiera Minato -a petición de Fugaku- podía detener a la pelirroja cuando de orquestar diabluras se trataba.

—Vaya, Kushina sí que no pierde tiempo —dijo Jiraiya sentándose al lado de su amiga y pidiendo ramen.

Los dos se encogieron de hombros.

—¡Me las vas a pagar Fugaku-idiota, 'ttebane!

Voltearon con los fideos en la boca justo para ver como Fugaku pasaba corriendo por su lado, y Kushina persiguiéndolo rodeada de una intensa aura de lucha que prometía dolor. Tras ellos, corriendo en extraña pero acostumbra procesión, Minato Namikaze, Mikoto Uchiha, Hana Hyuga, Hiashi Hyuga y Hizashi Hyuga los perseguían a su vez intentando que nadie muriese antes de tiempo.

—¡Kushina, no te atrevas a tocar a Fugaku! —Chilló Mikoto irritada— ¡No es justo que me dejes sin novio!

—¡No te metas en problemas, Kushina! —le gritó Hana a su vez para luego suspirar con resignación.

Minato Namikaze, el raro genio, corría desalentado y más resignado que los otros. Su velocidad inigualable le había hecho ser conocido y temido ya desde niño, pero sabía que no tenía caso usarla para alcanzar a su amigo y a su novia. En pelea de Uzumaki y Uchiha mejor nadie se metía, los dejaban ahí hasta que se cansaran o se apalearan, después de todo eran ninjas.

Hiashi Hyuga corría intentando mantener la dignidad de su puesto, preguntándose en qué momento había dejado de importarle el protocolo y el honor de ser el heredero para ponerse a perseguir a pelirrojas escandalosas y asesinas. Si alguien de su clan lo viese no podría ver a la cara a su padre o al resto del consejo en mucho tiempo.

Por el contrario, su gemelo, Hizashi Hyuga, reía abiertamente disfrutando del digno espectáculo. Habiendo sido formado con las leyes duras y crueles de la rama secundaria de los Hyuga, Hizahi había amado toda la libertad que la amistad de Kushina le había brindado. Así que sí, se divertía a lo grande.

Los sannin se quedaron mirando la escena sorbiendo los fideos como si fuese una película interesante. Cuando lo jóvenes desaparecieron de su vista, y solo quedó el rastro de humo de la carrera volvieron a acomodar su posición y a esperar pacientemente los resultados. Lo más probable era que trajeran a Fugaku para que Tsunade lo curase.

Rutina, pura rutina.

Lejos de ellos, Kushina Uzumaki gruñía, sus ojos morados se habían tornado rojos, y sus pupilas se habían alargado. El Kyūbi se quejaba en su interior de sus penosos espectáculos, su voz chillona y su incomodidad para dormir con una jinchūriki tan densa. Lo ignoró como hacía a menudo, y concentró su interés en capturar y masacrar al heredero de los Uchiha.

¡Nadie le tomaba el pelo a Uzumaki Kushina y vivía para contarlo! ¡Ella era la habanera sangrienta!, ¡una de las mejores ninjas de Konoha a sus escasos diecinueve años!

—¡Deja de joder, Uzumaki! —gritó Fugaku sin importarle nada del protocolo y la etiqueta que tanto le habían enseñado desde niño. Cuando enfrentaba a Kushina olvidaba muchas cosas, su dignidad como heredero de su clan entre ellas.

Kushina aceleró la carrera y él también. Ya estaban casi en las puertas de Konoha, y los ninjas que hacían guardia los miraban con sonrisas divertidas y sin preocupación. No intervinieron, tal como Minato sabía, nadie que valorara su vida un poco osaría meterse en el camino de la pelirroja.

Ella bufó y, consiguiendo llegar hasta el pelinegro, se lanzó sobre su espalda con una sonrisa malvada. Cayeron al suelo con fuerza y se perdieron pronto en una nube de humo, polvo y golpes.

Los otros se detuvieron a tiempo para mirar y escuchar con risas nerviosas los gritos de Kushina, y las maldiciones y quejidos de Fugaku.

Estaban ya a punto de replicar, pedir o discutir sobre la pelea en cuestión, cuando sucedió.

A las afueras de la puerta de Konoha hubo una explosión.

Kushina se detuvo al instante y levantó la mirada, sorprendida y cauta, para enfocarla en el lugar. A unos metros de ellos y los demás una espesa nube de polvo obstruía la visión y la entrada. Minato fue un flash y al segundo siguiente estaba a un lado de Kushina con un kunai en la mano, y con la mirada que tanto pavor y adoración levantaría en el futuro. Fugaku seguía en el suelo bajo el pie de Kushina pero su sharingan rodaba en sus ojos fieros y peligrosos.

Hiashi e Hizashi se habían puesto al compás delante de Hana y sus Byakugan activados habrían leído el alma de cualquier demonio.

Tras la primera impresión, Mikoto apenas había parpadeado, y su rostro tan delicado, amable y ligeramente mimado, había mutado a una expresión fría y escalofriante con el sharingan girando también en sus ojos.

Los guardias ya se habían movilizado para dar aviso a los ANBUS y al Hokage en caso de que se tratara de un ataque contra Konoha.

Kushina ladeó la cabeza sin emoción alguna y soltó a Fugaku de su presa. Sin ni siquiera desviar sus ojos rojos preguntó a los Hyuga —¿Qué ven?

Hana entrecerró los ojos al contestar, era claro su recelo y su confusión

—Cuatro personas, dos hombres y dos mujeres desmayados.

—¿Una trampa? —murmuró Minato seriamente sin comprender.

Los demás se miraron sin saber qué pensar.

Los ANBU se les unirían eventualmente así que esperaron con paciencia, el polvo y el humo se dispersaron pocos segundos después dejando ver con claridad a los cuatro jóvenes sobre la tierra. Las mujeres que debían ser unos cuantos años más jóvenes que Kushina, vestían los trajes ninjas reglamentarios de Konoha, una tenía el cabello pálido de color del cerezo y la otra de un negro tan intenso que se tornaba azulado, sin embargo ellos juraban que nunca las habían visto en su vida antes de aquello. Los chicos eran otra cosa, no había nada en ellos que les fuera familiar en la ropa y lo primero que notaron fue que uno era rubio y el otro pelinegro.

Lo que si tenían en común era que los cuatro estaban hechos literalmente un desastre: heridos, agotados y ensangrentados, como si hubiesen participado en una guerra larga y continúa, y estuviesen al borde de la muerte.

¿Habían sido atacados? ¿Por quién?, ¿Por qué? ¿Quiénes eran y por qué estaban allí?, ¿qué pretendían?

De pronto, Mikoto se adelantó un paso de los Hyuga con el ceño fruncido.

—¿Mikoto? —preguntó Hana con suavidad.

—Miren sus bandanas —susurró ella en respuesta con lentitud. Sus ojos estaban sobre la tela rasgada con la placa que normalmente identificaba la aldea de un ninja—. "Armada Shinobi" —leyó.

¿Armada Shinobi?

—Él tiene una bandana de Konoha —dijo Fugaku señalando al chiquillo rubio, aunque estaba igual de seguro que el resto que tampoco lo habían visto en su vida.

¿Qué era lo que sucedía?

Sus respuestas solo podían obtenerse si ellos despertaban, y fue una suerte que empezaron a hacerlo justo en ese instante. Se movieron entre gemidos de dolor y jadeos, y Minato y su grupo se tensaron automáticamente, esperando un ataque o lo que viniese. Sin embargo, parecía que sus heridas eran demasiado severas pues abrieron los ojos con dificultad al mismo tiempo, se sentaron de a poco, cansados y confundidos pero alertas, mirando a su alrededor como si no entendiesen qué pasaba, como si estuviesen definiendo dónde se encontraban o por qué.

Naruto enfocó su mirada pérdida y tensa al frente, y se topó con unos ojos iguales a los suyos, el mismo tono y la misma forma… y se levantó tan bruscamente por el shock y la incredulidad que cayó de nuevo.

—¿Quiénes son ustedes? —exigió Kushina bruscamente apuntándoles con el dedo. Dio un puntapié a Fugaku que estaba en el suelo y se aseguró de pisar sus dedos antes de caminar toda altanera y peligrosa. El Uchiha le dio una mirada de muerte mientras se levantaba con ayuda de Mikoto—. ¿Qué no han escuchado?

Mikoto ignoró a los chicos, y miró a su prometido.

—¿Estás bien, Fugaku?

Sasuke levantó la cabeza al escuchar aquello, y miró lo que indudablemente era una ilusión o algo parecido a ello. Arremetió contra Naruto, furioso, arrebatándolo de las manos de las muchachas porque eso era demasiado, jugar con sus padres era algo que no perdonaría nunca, y arrasaría hasta los cimientos de Konoha por eso.

—¡¿Qué mierda es esto?! —gritó cogiendo a Naruto de las solapas, y señalando en dirección a donde estaban los otros— ¿A qué estás jugando? ¡Esto es demasiado, joder!

—¡Cierra la boca! —gritó Naruto en respuesta, tan enojado y confundido como él. Sus ojos iban de Minato a Kushina sin saber si había enloquecido o muerto, pero si Sasuke estaba ahí definitivamente no podía ser el cielo—. ¡No sé qué está pasando, dattebayo!

Sakura, con los labios entreabiertos, era la única que comprendía mientras miraba en carne y hueso al hombre que había visto en una de las fotos de los Kages que estaba en la oficina de su maestra. Aquel joven de cabellos rubios no podía ser otro que Yondaime Hokage, pero más joven, mucho más joven que cuando había muerto casi dieciocho años atrás el día que protegió Konoha del Kyūbi y lo selló en Naruto.

Hinata, por su parte, estaba seriamente aturdida. Lo que veía tras esos ninjas que flanqueaban la puerta era su aldea, su amada aldea intacta, aun cuando la última visión que había tenido de Konoha antes de partir a la guerra había sido el escenario destruido tras el ataque de Pain. Apenas habían empezado a recuperarse cuando se desató la guerra por la protección de Naruto y Killer Bee.

La guerra… casi al instante se alarmó, ¿qué había pasado con la guerra?

—¡Los que exigimos una explicación aquí somos nosotros, 'ttebane! —chilló Kushina mirando con desdén la pelea de ambos jóvenes—. Si son enemigos de Konoha pueden ir rezando a todos los dioses que conozcan porque no pasan de la puerta, ¡como que me llamo Uzumaki Kushina!

¿Uzumaki? ¿Era familiar de Naruto?

Sakura se levantó lentamente, un tanto pálida, un tanto descompuesta mientras su mente empezaba a llegar a la conclusión de lo sucedido. No era un genjutsu pero tampoco podía ser su realidad, no con Konoha llena de esplendor y vida, no con las personas que estaban delante de ellos…

—¿Quién eres tú? —preguntó Fugaku fríamente al distinguir el patrón en los ojos de Sasuke—. El Sharingan es el dōjutsu característico de los Uchiha, un donnadie no merece llevarlo.

Sasuke le lanzó una mirada mordaz.

—En eso tienes razón, nadie que no sea Uchiha merece llevar el sharingan, así que dime: ¿quién eres tú?, ¡soy el único Uchiha vivo! —exclamó. Debía ser una ilusión, una ilusión tan retorcida que incluso engañaba a los ojos de Itachi, pero una ilusión. Aquel hombre no podía ser su padre, no podía. ¡Todo su clan había perecido!

Mikoto le dirigió una mirada sorprendida y dura.

—No digas tonterías, el clan Uchiha es el más poderoso de Konoha, no puedes ser el único. De hecho, nunca te he visto antes.

—¿Quiénes son ustedes? —Interrumpió Sakura con voz trémula— ¿Quién es el Hokage?

Kushina le miró con desdén.

—¿Cómo que quién es el Hokage? Todos saben quién es el Hokage, 'ttebane.

—Sarutobi Hiruzen —respondió Minato ante la sorpresa del resto dando vueltas entre sus dedos el kunai con suavidad, demasiada suavidad—. Soy Minato Namikaze.

—Kushina Uzumaki —murmuró la pelirroja irritada, pero siguiendo la acción de su novio.

—Hana Hyuga —Se presentó la muchacha que apenas se podía distinguir tras las espaldas imponentes de los dos Hyuga—. Ellos son Hiashi y Hizashi Hyuga —añadió señalando a los chicos que se mantenían inexpresivos.

Hinata miró con sorpresa en su dirección. ¿Su madre? No podía ser, su madre había muerto cuando ella tenía siete años, aquello era imposible.

—Mikoto Uchiha y Fugaku Uchiha. —La joven se presentó a sí misma y a su estoico prometido—. Ahora es su turno.

Naruto y Sasuke enmudecieron.

Justo entonces aparecieron los ANBUS flanqueando al Hokage mucho más joven de lo que ellos recordaban, y al lado de él, los sannin legendarios.

Sakura intercambió una mirada con Hinata ya que parecía que ni Naruto ni Sasuke reaccionarían.

No era una ilusión.

Miraron con creciente incredulidad a Mikoto y Fugaku Uchiha, a Hana, Hiashi y Hizashi Hyuga, y a Kushina Uzumaki y Minato Namikaze de unos diecisiete años; por increíble que pareciera de un modo u otro habían viajado al pasado.

Estaban en problemas, en grandes problemas.


.

Editado: 25/10/19