CINCO HISTORIAS DE BRUJAS Y MAGOS HISPANII

Cinco episodios de la historia de la magia y brujería en la península ibérica, suponiendo un mundo mágico bajo los parámetros del universo rowliniano (esa idea inspiradora es suya), aunque difícilmente encontrarás por aquí a sus personajes. La sorgexpansión española tiene el copyright de Sorg-Esp

MANIFESTUM

I

-¡Venga! ¡No te quedes mirando como una boba! ¡Que hay mucho que hacer! – La mujer de mas edad, que llevaba un niño pequeño de la mano, sacudió un pescozón a la mas joven. La chica, unos quince años, la miró un instante arrebolada, después bajó los ojos y sin decir nada la siguió apretando el paso hasta el siguiente puesto, uno en el que vendían telas. El tendero sonrió a la de mas edad y mientras le mostraba el género exponiendo todo tipo de alabanzas, la chica giró la cabeza y estiró el cuello. Durante un instante mirada quedó trabada con la de su amado. El chico sonrió con cierto descaro antes de propinar otro golpe de martillo al yunque e Ysabell, todavía mas colorada, se giró de nuevo hacia su madre, sonriendo llena de emoción mientras el corazón le latía con fuerza. Se llevó la mano al cuello y allí, bajo la túnica, palpó el colgante que Alphonso le había regalado la noche del equinoccio de primavera.

Alphonso, el aprendiz del herrero, tenía diecisiete años y había sido recogido por su tío cuando sus padres murieron de unas fiebres, bastantes años atrás. No era especialmente alto, pero era fuerte y voluntarioso. Tenía el pelo, castaño oscuro, siempre muy revuelto, los ojos también oscuros, y bigote y barbita incipientes que le cubrían tímidamente un rostro a medio camino del de un hombre adulto. Ysabell podría quedarse embobada mirando su martilleo durante horas, extasiada en aquellos músculos jóvenes y fuertes que se marcaban en sus brazos cada vez que levantaba el martillo sobre su cabeza para a continuación dejarlo caer sobre el hierro candente que sostenía con unas tenazas, y en aquel torso joven con cuatro pelillos a la altura del esternón, brillante por el sudor del esfuerzo. Pero Ysabell también podía pasarse horas escuchando sus historias. Porque el aprendiz de herrero poseía además buena memoria para las canciones que cantaban los juglares, imaginación para inventar sus propias variaciones, y una voz grave que era a la vez cálida y melodiosa. Tan solo pensar en Alphonso provocaba en la chica un estremecimiento que la recorría entera erizándole el vello de los brazos y haciéndola sentir diferente y especial.

En el último equinoccio, Alphonso había estado contándole historias hasta el amanecer. Y entonces la tomó de la mano y le regaló el colgante, ese que llevaba al cuello pendiente de un cordel de cuero marrón, escondido bajo su túnica. Un círculo con dibujos simétricos, el lábaro de los antiguos cántabros.

A la chica se le escapó un suspiro mientras su madre discutía acaloradamente. El tío del chico le había prometido que cuando cumpliera dieciocho años podría cortejarla debidamente. Para eso faltaban diez meses, pero en ese instante a ella le pareció una eternidad. Alphonso y ella tenían planes, e Ysabell dejó vagar la imaginación y se vio vestida con una túnica clara adornada con flores, frente a la puerta e la iglesia, un templo pequeño edificado por los godos en el lugar donde estuvo el ara a los viejos dioses, bajo el tejo protector, pronunciando sus votos matrimoniales. Y después... aquella evocación invariablemente le producía una sensación mezcla de ilusión y nerviosismo, y ya empezaba a subir por su pecho hacia su garganta cuando percibió que se hacía el silencio a su alrededor.

La joven dejó a un lado sus ensoñaciones y miró atentamente a su alrededor. En la calle la gente se separaba a un lado y a otro haciendo un pasillo. ¿Serían los señores, que se dignaban visitar aquel humilde mercado? Para su sorpresa, se trataba de una larga fila de monjes vestidos con hábitos harapientos con las cabezas cubiertas por capuchas. El que encabezaba la fila, un hombre enjuto con barba canosa, hizo sonar una campana.

-¡El fin del mundo está cerca! ¡Arrepentíos! ¡Porque este mundo será arrasado a fuego! ¡Y pobre del que no se halle en paz con el Señor!

Una multitud silente se congregó en torno al predicador, que seguía peroratando sobre el fin del milenio y sus consecuencias apocalípticas mientras el tendero mascullaba entre dientes. La gente estaba dejando de comprar para atender al monje. Y lo que era peor, algunos entregaban sus monedas como limosnas a otros monjes de aquellos.

-Os lo dejo en diez piezas de bronce... – Le dijo a la madre de Ysabell poniendo la mejor de sus sonrisas. La mujer le miró con displicencia.

-¿Diez piezas? ¡No vale ni cuatro! Vamos, Ysabell, es hora de volver a casa.-Y la mujer, apretando la mano del niño, tiró de él.

-¡Ocho! – Gritó el hombre. La mujer hizo un gesto negativo con la mano y empezó a caminar a buen paso.

-¡Siete! ¡Es mi última oferta...!

El vano intento de regateo del mercader se perdió en la nada. La mujer y sus hijos habían desaparecido entre la multitud congregada en torno a los monjes. Como por arte de magia.

En realidad, ya se encontraban a medio camino de su casa. La familia vivía en un prado casi en la linde del bosque, en una casita de piedra con techo de paja, rodeada de un pequeño huerto, un corral con algunas gallinas y una cochiquera donde una cerda amamantaba una camada de siete cerditos.

Munia, que así se llamaba la madre, había traído al mundo a seis criaturas. Le sobrevivían cuatro, una cifra la mar de aceptable en aquellos tiempos. Incluso para gente como ellos. Era una mujer baja enanchada por los embarazos, de cabello castaño claro entreverado de canas, ojos castaños y un rostro ovalado que a pesar de los años y las arrugas aún mostraba destellos de la belleza que tuvo de joven. Ioannes, el padre, era un hombre calvo y barrigón, de ojos un poco prominentes y barba siempre mal afeitada, cuyo carácter apacible y bonachón complementaba el temperamento enérgico de su esposa.

-¿Quiénes eran esos, madre? – Preguntó la chica mientras avanzaban por el senderito hacia la casita.

-Milenaristas. Creen que el fin del mundo llegará con el fin del milenio.

-¿Cuándo termina el milenio?

-No estoy muy segura... en todo caso, no creo yo que vaya a llegar el Apocalipsis, así que estate tranquila y preocúpate de tus obligaciones. Todavía tienes mucho que aprender de plantas y cocimientos.

-Si, madre...

Torcieron el recodo del camino y el padre quedó a la vista. Estaba inclinado sobre el corral, obviamente haciendo alguna reparación. Cuando el menor de los hijos lo llamó a voces el hombre se irguió, sonrió y agitó una mano. En ella llevaba algo largo, como un palo. De repente unas chispitas de colores salieron del extremo del palo. Ysabell sonrió mientras su hermano menor reía a carcajadas, se soltaba de su madre y corría hacia su padre.

-Tu padre siempre tan descuidado. Mira que le tengo dicho que no haga tonterías con la varita.-Protestó la madre. A pesar de la cara de enfado y del reproche que dirigió a su marido cuando lo tuvo cerca, a Ysabell no se le escapó que su madre apretaba con afecto el brazo de su padre.