Declaimer:Los personajes pertenecen a las grandiosas Stephanie Meyer y L.J. Smith. Solo la trama es mía.
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~Después de ti hay mucho~
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Prólogo
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—No hagas nada desesperado o estúpido —le ordenó—. ¿Entiendes lo que te digo?
La muchacha asintió sin fuerzas.
—Te haré una promesa a cambio —continuó— Te garantizo que no volverás a verme. No regresaré ni volveré a hacerte pasar por todo esto. Podrás retomar tu vida sin que yo interfiera para nada. Será como si nunca hubiese existido.
Sus rodillas empezaron a temblar y los árboles se doblaban misteriosamente ante su visión. La voz del vampiro sonaba cada vez más lejana pero sonrió con amabilidad.
—No te preocupes, Bella. Eres humana y tu memoria es un auténtico colador. A ustedes, el tiempo les sana todas las heridas.
— ¿Y tus recuerdos? —le preguntó ella. Su rostro estaba aun más pálido de lo habitual.
—Bueno —él apenas dudó un segundo—. Yo no olvidaré, pero los de mi clase... nos distraemos con suma facilidad. Después de todo, tengo tiempo para distraerme. Todo el tiempo del mundo.
Sonrió una vez más, pero a pesar del aplomo exhibido, la alegría de los labios no le llegó a los ojos. Se alejó de ella un paso.
—Supongo que eso es todo. No te molestaremos más.
El plural captó la atención de la humana.
Comprendió que Alice no iba a volver. Ni Alice, ni Esme, ni Carlisle, ni nadie más. Él pareció leer bien su rostro, como siempre lo había hecho, y contestó a su pregunta no formulada:
—No. Los demás se han ido. Sólo yo me he quedado para decirte adiós. Los convencí de que una ruptura limpia sería mejor para ti.
Se sintió mareada; su corazón ―contra todo pronóstico― latía lentamente en su pecho, y su estómago se sentía vacío.
Tragó saliva, sabiéndole a bilis.
—Adiós, Bella —dijo él entonces con la misma voz suave, llena de calma. ¿Cómo podía sentir calma? ¡Estaba destrozándole la vida, los sueños y el corazón!
Cuando él se dio vuelta, ella pudo encontrar su voz.
—¡Espera! —espetó mientras intentaba alcanzarle, deseando que sus piernas adormecidas le permitieran avanzar. No pudo hacerlo. Pero luego, sólo un momento, sintió sus fríos labios en su frente, su aliento hizo cosquillas a su piel.
—Cuídate mucho —murmuró su dulce voz.
Una ligera brisa artificial se levantó cuando el único amor de Isabella Swan se fue para siempre.
Y se había ido.
No supo cuanto tiempo después sintió algo debajo de sus rodillas. Bajó la vista y descubrió que el suelo frondoso del bosque había chocado contra éstas. Su mirada se perdió en el húmedo suelo unos momentos hasta que trató de levantarse sin mucho éxito. Sus piernas estaban entumecidas. No sabía cuánto tiempo había estado de rodillas pero hizo un esfuerzo y se sentó en el suelo, masajeándolas, tratando de pensar solamente en hacer ese movimiento y nada más. Luego de lo que pareció mucho tiempo, comenzó a caminar ―a veces tropezándose― para salir del bosque. Luego de varios intentos logró salir de aquél lugar tan verde y asfixiante.
Cuando entró a la casa Charlie estaba mirando la televisión, repantingado en el sofá, cerveza en mano.
—¿Todo en orden, Bells?
—Si —no reconoció su propia voz, era monótona y hueca. Advirtiendo el tono empleado, Charlie sacó sus ojos del televisor y los clavó en ella.
—¿Qué te ha sucedido? —exclamó cuando la vio cubierta de tierra y lodo.
—Él se fue —eso fue todo lo que ella atinó a responder.
—¿Él? ¿quién?
—Edward… y su familia.
Charlie frunció el seño.
—¿Los Cullen se han ido? —preguntó. Isabella comenzó a subir las escaleras rumbo a su dormitorio cuando Charlie la llamó—. ¿A dónde vas, Bella?
—A mi habitación —murmuró ella. A cada paso que subía por los peldaños de las escaleras más cansada se sentía. No vio detrás de ella la expresión preocupada del rostro de su padre.
Lo primero que hizo fue buscar el álbum de fotos y cuando lo encontró fue directo hacia la página en la que estaba la fotografía que ella quería ver. Necesitaba ver. Pero la fotografía había desaparecido, dejando un espacio en blanco donde en el epígrafe rezaba:
Edward Cullen, cocina de Charlie. 13 de Septiembre.
Luego fue hacia el pequeño reproductor de CD cercano a la cama. Tocó la tapa del CD y se accionó el pestillo, levantándose la tapa de manera lenta y mostrando que el CD no estaba allí.
Se sentó en el borde de su pequeña cama, los dedos aferrados al la tela del acolchado. Estoy en estado de shock, pensó, con la mirada fija en la pared color azul que se erguía frente a ella.
Se habían ido. Todos ellos. ¿Por qué? ¿había hecho ella algo que no debía? ¿había dicho algo que los molestase? Se dijo que nunca iba a saberlo porque ellos ya no iban a estar allí para responder a sus preguntas.
Su torso se derrumbó sobre el colchón y sus ojos se cerraron instintivamente ante el dolor que había en su pecho. Estaba cien por ciento segura que le iba a costar volver a sentirse normal otra vez. Y luego descubrió que no le importaba.