Los ojos de Kagome solo viraron cuando el sonoro portazo que había dado Sesshomaru ahora era sólo un pequeño eco en el cuarto.

Y sonrió. Definitivamente la situación de los hermanos Taisho era algo divertido. Ellos eran tan distintos, y tan iguales en cierto modo: distintas personalidades que se aunaban en un solo aspecto, la ambición. Inuyasha quería más de lo que tenía, y Sesshomaru recuperar lo perdido, pero ambos movidos por la ambición que, cuando suele ser ignorante, puede ser demasiado gracioso.

Era imposible entender con totalidad la facilidad como los Taisho hacían lo que querían sin que se dieran cuenta realmente, como marionetas de una obra teatral. Incluso si alguno de ellos sentía que estaba ganando, que ella era sólo un objeto de sus deseos sin personalidad o simplemente estúpida, sólo confirmaba el nivel de desconocimiento que tenían esos hombres respecto de ella.

No sólo no era nada tonta, sino, era demasiado inteligente.

Escuchó ciertos pasos cerca a la puerta y finalmente, la perilla enroscándose para liberar el cerrojo. Al entrar Inuyasha, suspiró cansadamente frente a su mujer. "Es realmente hermosa", se dijo a sí mismo, mientras volvía a cerrar la puerta y dejar su saco en el silloncito más cercano.

-¿Un día cansado, amor?

La voz dulce y sencilla de Kagome entro en los oídos de Inuyasha con mucho placer.

-Si, ha sido un día terrible.- mintió.- ¿Qué tal la has pasado tú?

-Todo bien, fui a clases de yoga y eventualmente me puse a leer. Y se me ha ocurrido de repente tener una mascota, sino te molesta, sería una gran compañía y un sueño cumplido para mí.

Inuyasha meditó sus palabras. Un sueño cumplido, decía Kagome. Todo este matrimonio existía sólo a base de los sueños cumplido de Kagome, a lo que ella quisiera, a lo que ella necesitaba. A él nunca le había molestado realmente, ni si quiera en ese momento, pero sopesó que tanto valía haberse casado con esa mujer, con todo y los problemas y joderías que debía existir para ella.

Pensamientos que se disiparon justo en el momento en que ella habría levemente las piernas, dejándole ver su sexo de una manera muy sugerente. "Es eso, sin lugar a dudas", pensó, mientras la jalaba de las piernas y le lamía el clítoris casi con urgencia. Kagome se retorcía en la cama como si fuera una loca, mientras que el orgasmo de ella venía en pequeñas oleadas y la llenaba de emoción.

Como quien se rie de un chiste interno, ella pensó que Inuyasha comía el mismo sexo que ella había usado un poco antes con su hermano. Risa, que se quedó ahogada, para dejarle paso al intenso clímax.

/

Una puñalada de celos fue lo que sintió Susume al ver a Kagome entrar al despacho al día siguiente. Ella, una mujer bellísima y altiva, no dejaba de ser la señora Taisho y eventualmente una de sus jefas.

Ese día especialmente, Kagome había decidido ir despampanante: un body licrado que marcaban perfectamente sus pechos y su breve cintura, una falda entubada que no dejaba nada a la imaginación, y un abrigo de piel hermoso, definitivamente carísimo, que lucía perfectamente en ella, y que probablemente, valiese una fortuna.

Cuando Kagome la divisó, rió quedadamente. Supo que ella era una de las tontas, por la sonrisa fingida y la mirada envenenada. Y se sintió en la inmensa necesidad de recordarle que, después de todo, la dueña y señora de este imperio, de la mano de Inuyasha o de Sesshomaru, siempre sería ella. Las mujeres que siempre estarían en las sombras, y de ahí nunca saldrían, eran mujeres como aquella, o como Kikyo, que siempre fueron esclavas de sus deseos mortales y de sus sueños estúpidos.

-Hola, un gusto, soy Kagome Taisho, y vengo a visitar a mi marido.

- Señora Taisho, buenos días, soy Susume y estoy para servirle. El señor Taisho esta en una reunión y sale en pocos minutos.

-Perfecto, esperaré adentro entonces. Ah, y una cosa más: quizás deberías arreglarte un poco ese labial, esta extrañamente corrido. No quisiera que mi marido viera tan penosa escena, y menos aun, personas extrañas.