Si he de ser sincera estoy un poco nerviosa. Nunca había pensado en escribir un fic de Saint Seiya, mi serie favorita. En serio fue todo un reto para mí escribir este primer capítulo, pero lo hice con mucho gusto, ya que este fic se lo dedico a mi buen amigo, wolfgang2026, que me pidió le escribiera algo en este universo. Así que, amigo, este fic va para ti, espero que disfrutes de este primer capítulo.
Los personajes de Saint Seiya son propiedad del maestro Masami Kurumada. Tan sólo espero no deshonrar esta maravillosa obra con este intento de fic.
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"Ésta, a la que, dícese, llaman Galaxia, forma parte de los círculos visibles. No les era posible a los hijos de Zeus ser partícipes del honor del cielo a no ser que alguno de ellos mamase del pecho de Hera"
Eratóstenes de Cirene, Catasterismos 34 Galaxia
Escena 01: Los celos de Hera
El Monte Olimpo. La montaña más alta de Grecia y morada de los Dioses Olímpicos. En la cima del monte, en el Paraíso suspendido en el cielo, se encontraba el palacio de los dioses que protegían el territorio griego. El llamado "Concilio de los Dioses", un palacio esplendoroso, el máximo ejemplo de la arquitectura griega, construido por dioses menores, que alababan a "Los Olímpicos". De predominante estilo Dórico, con altas columnas blancas de mármol. No había en los cielos, la tierra, los mares o el inframundo un palacio como ese. Después de todo, estaba dedicado al "Padre de los dioses", al dios de hombres y dioses, Zeus.
Desde el balcón de su habitación, el poderoso Zeus contemplaba cada recóndito lugar de la Tierra. Su apariencia era la de un hombre de edad media, con un largo cabello plateado, liso, que ondeaba seductoramente con el viento. Vestía una túnica blanca, que dejaba descubiertos sus fuertes brazos. Sus ojos celestes, más puros que el mismísimo cielo, estaban fijos en uno de los lugares llamados "olvidado por los dioses", Asgard.
En medio del vendaval y de los incontables casquetes de hielo, se encontraba la sacerdotisa de Odín, Hilda de Polaris. Luego de haber sido controlada por Poseidón y de los altercados con los Caballeros de Atena, la hermosa mujer había retomado sus deberes, orando incesantemente por la paz de su amada tierra congelada. Sus manos estaban entrelazadas, su largo vestido azul celeste ondeaba con el viento, así como su brillante cabellera platinada. Sus ojos cerrados, su hermoso cuerpo. A Zeus se la antojaba como la mujer más hermosa que hubiera visto en mucho tiempo. La deseaba. Deseaba poseer a Hilda de Polaris, sacerdotisa de Odín. Y lo que Zeus deseaba, Zeus lo conseguía.
El todopoderoso se tendió en su lecho, bebiendo una copa de vino, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. Ninguna mujer podía resistírsele y obviamente Hilda no sería la excepción. Ahora que había fijado su objetivo, tan sólo le quedaba idear una estrategia y hacerle una "visita" a la pacífica doncella de Asgard.
-Así que ahora intentarás seducir a una sacerdotisa de Odín.
Hera hizo aparición en los aposentos de su marido. La diosa madre vestía una túnica griega blanca, sujeta en la cintura con un fajón de oro. Su largo cabello rojizo estaba suelto, decorado únicamente por una tiara de oro. Sus ojos verde jade miraban acusadoramente al Dios de los Cielos. Zeus levantó la mirada hacia su mujer. Al notar la molestia en su rostro, se levantó, sirvió una copa de vino y se la tendió a su esposa.
-Parece que Poseidón ya se ha involucrado con ella – dijo Zeus – Es encantadora. ¿No opinas lo mismo, Hera?
Dicho esto salió de la habitación, dejando a una muy enfadada Hera. La mujer azotó la copa de oro contra el suelo. Estaba furiosa. Durante siglos, milenios o incluso más tiempo, había tenido que soportar las continuas amantes de su marido, fueran diosas o simples mortales. Y también estaban todos esos hijos bastardos. ¿Qué clase de gobernante tenía el Olimpo? ¿Cómo era posible que un dios sin escrúpulos como su marido se hiciera cargo del orden del mundo griego? Hera había tenido suficiente de las humillaciones. No estaba dispuesta a soportar la altanería de su marido ni un minuto más.
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Asgard. Palacio de Valhalla.
La regidora de Asgard, Hilda de Polaris, estaba sentada en su trono. La preocupación en su rostro, alteraba aquellas hermosas e inocentes facciones. Y no era para menos, cuando se presentaba en su tierra tal suceso. Un acontecimiento que no se había visto nunca, del que no existían registros históricos en aquella tierra congelada.
-Hermana, nuestros invitados han llegado – la hermana menor de Hilda, Fler, hizo aparición en el salón principal. Una sutil sonrisa se dibujó en los labios de la sacerdotisa de Odín.
Fler llegó acompañada por Saori Kido, abrigada con una capa blanca, sobre su vestido azul celeste. Junto a ella iba uno de sus más fieles Caballeros, el Pegaso Seiya. Hilda se puso de pie y se acercó a los recién llegados. Saori y Seiya la saludaron con una leve inclinación de cabeza.
-Bienvenidos a Asgard – saludó la peliplateada – Me honra tenerlos en mi palacio, Atena, Pegaso.
-No podíamos dejar a una amiga en la tribulación – dijo Saori. Mientras tanto, Seiya se abrazaba, tratando de calentarse. El frío era intenso, aún a pesar de llevar un grueso abrigo de piel, de color café.
-Aún no me acostumbro al frío de Asgard – comentó el Santo de Pegaso – Por cierto, aún no me explicas por qué estamos aquí, Saori.
Hacía tres días, Saori había recibido un mensaje de Hilda. La tierra de Asgard había empezado a reconstruirse y recuperar la paz que fuera amenazada por Poseidón. Por tal motivo, a Saori le sorprendió que la regente de Asgard implorara por su ayuda y consejo, como diosa olímpica. Inmediatamente organizó un viaje a Asgard. Tatsumi había insistido en acompañarla, pero ella amablemente le había pedido que se quedara esperando noticias del resto de los Caballeros de Bronce. Así, había partido con Seiya, quien fue asediado por Tatsumi, que le pedía que cuidara de su "señora".
La mirada llena de sufrimiento de Hilda extrañó a Seiya. Entonces, Fler tomó la palabra:
-Nuestra tierra, aquella que sufre el castigo divino para que otros pueblos puedan vivir plenamente, ha sufrido un acontecimiento sin precedentes. Incluso después de las manipulaciones de Poseidón y la lucha contra ti, Atena, parece que el poder divino insiste en castigarnos.
-¿Pero qué fue lo que sucedió? – preguntó Seiya, empezando a preocuparse. Por las palabras de Fler, parecía como si una terrible desgracia hubiera azotado a Asgard.
-Por favor, síganme y les contaré todo.
Hilda y Fler guiaron a sus invitados hasta el exterior del palacio. Seiya miró a su alrededor, recordando las fervientes batallas que los Caballeros de Bronce habían sostenido con los Dioses Guerreros de Asgard. Por culpa de las ambiciones de Poseidón, Asgard había perdido a sus valiosos guerreros, protectores de las señoritas Hilda y Fler. Pronto se encontraron en un lugar bastante familiar, era el sitio donde descansaba la inmensa estatua del dios guardián de aquella tierra, Odín. Tan sólo había un problema, la estatua a la cual la gente de Asgard le oraba había desaparecido.
-¡La estatua! – Seiya corrió hasta el sitio donde antes yacía la escultura de Odín – Pero… no puede ser – se volteó hacia Hilda – ¿Qué sucedió?
-Hace tres días exactamente, un fuerte temblor fue sentido en todo Asgard – explicó Hilda – Entonces, una misteriosa y densa neblina envolvió nuestra tierra. Dicha neblina duró un día completo. Era tan densa que era imposible salir. Impensable adentrarse en el bosque o siquiera acercarse a este sitio para orar por la seguridad de mi pueblo. Cuando los guardias del palacio y nosotras vinimos aquí, nos dimos cuenta de que la estatua de nuestro dios Odín había desaparecido.
-¿Desapareció? ¿Pero cómo? – espetó el santo de Pegaso, visiblemente sorprendido con el relato – Una estatua enorme como esa…
-Por eso mi hermana está tan preocupada – intervino Fler – Algo como esto jamás se había presenciado en Asgard. Imposible pensar que una estatua se moviera por sí misma, mucho menos que alguien pudiera llevársela sin que nadie se diera cuenta.
-Hilda ¿no han encontrado ninguna pista? – la interrogó Saori – Algo que pueda indicar qué fue lo que sucedió.
Hilda asintió y guió a Saori hasta la base de la estatua. Seiya las siguió, quedándose sorprendido con lo que allí se encontraba. Una brillante flecha dorada estaba clavada en la roca. A su alrededor había seis esplendorosas plumas de pavo real. Seiya no entendía qué significaban esos símbolos, más Saori parecía comprender lo que sucedía.
-Hasta ayer habían siete plumas de pavo real – les contó Fler – Extrañamente una de ellas desapareció hoy. Aunque los guardias recogieron estas plumas y las llevaron al palacio, misteriosamente desaparecieron y regresaron a este lugar. Además, esta flecha – la rubia intentó sacarla, pero le fue imposible – nadie ha podido moverla de este lugar.
-Déjenme intentarlo – dijo Seiya. El castaño sujetó la flecha de oro con ambas manos y ni aún así consiguió moverla siquiera un poco.
-Es tal y como lo decía Fler – argumentó Saori, sosteniendo una de las plumas que brilló en cuando su mano la rozó.
-¡La pluma! Está reaccionando al cosmos de Atena – observó Fler, sorprendida. Saori dejó la pluma y miró instintivamente al cielo.
-¿Has descubierto algo? – preguntó Hilda, esperanzada.
-Creo que sé quién está detrás de todo esto – los presentes miraron fijamente a la diosa de la guerra y la sabiduría – Una flecha dorada y plumas de pavo real. La flecha es el símbolo de mi hermana Artemisa, la diosa de la Caza y las plumas, son el símbolo de la Diosa Madre, Hera.
-No puede ser – dijo Hilda, impactada con las palabras de la mujer – Dos diosas olímpicas. Pero, no comprendo ¿qué quieren dos diosas olímpicas de esta tierra?
-¿Qué ganaban llevándose esa estatua? – preguntó Seiya – No tiene sentido.
-Sí lo tiene. Si esa estatua era algo más que un simple monumento en honor a Odín – Saori y Seiya miraron fijamente a la sacerdotisa y a su hermana.
-Desde tiempos inmemoriales – explicó Fler – se decía que esa estatua guardaba el alma del dios Odín. Es por eso que las personas de Asgard siempre vienen a orar aquí, porque creen firmemente que el espíritu de Odín escucha sus plegarias. La estatua es el símbolo de esta tierra, su fuente de protección. Sin ella, el temor se esparcirá por nuestra tierra – Fler bajó la mirada, sumida en la profunda tristeza. Su hermana le dedicó una mirada de comprensión.
-No sabía qué más hacer, por eso fue que te llamé, gran Atena – dijo Hilda, con tono suplicante – Por favor, ayuda a mi pueblo. Haré lo que me pidas, arriesgaría mi vida con tal de que mi amada tierra de Asgard viva en paz.
-Mi querida Hilda, veo que has recuperado ese espíritu compasivo y bondadoso – le dijo Atena, con una pequeña sonrisa en los labios – Te prometo que yo, como Atena y como Saori Kido, haré todo lo que sea necesario para proteger a esta tierra. Seiya – se volteó hacia su acompañante – debemos regresar a la mansión para recopilar información. Además debemos viajar al Santuario, los Caballeros Dorados deben estar al tanto de la situación. Aún no sabemos qué es lo que nos espera.
-Tienes razón, Saori – respondió Pegaso.
-Les pido que se queden aquí esta noche – dijo Hilda – Prepararé un transporte para ustedes. Estará listo mañana a primera hora – Fler, por favor lleva a nuestros invitados a sus habitaciones.
Fler asintió y guió a Seiya y Saori de vuelta al palacio de Valhalla. Mientras tanto, Hilda permaneció mirando fijamente el lugar donde solía estar la estatua del dios al que ella tanto le oraba. Aún no lograba comprender qué podían querer dos diosas olímpicas de esa tierra. Más aún, ¿por qué tomaron la estatua de su dios? ¿Y cómo lo hicieron? La bella sacerdotisa se arrodilló y juntó sus manos, dispuesta a rogar por la protección de su dios. Elevó sus cosmos, junto con sus oraciones.
Mi dios Odín, protector de esta tierra de Asgard. Nosotros vivimos bajo condiciones extremas, sin recibir el calor del Sol, pero aún así no nos quejamos y tratamos de salir adelante día a día. Por favor, voltea tu rostro compasivo a este tu pueblo de Asgard y protégenos de cualquier tribulación que esté por venir. No dejes que la oscuridad se cierna sobre este pueblo que tanto amo. Si así lo deseas, puedes tomar mi vida, pero salva a Asgard, sálvalo.
Antes de que pudiera concluir sus oraciones, Hilda sintió un poderoso cosmos rodeándola. Abrió los ojos, asustada y miró a su alrededor. Jamás había sentido un cosmos como ese. Era tan diferente al de Atena y sus caballeros, pero tampoco se parecía al de Poseidón y sus Marinas. Era completamente distinto, como salido de otra dimensión.
-¿Adónde estás mirando, servidora de Odín?
Entonces, apareció frente a ella un hombre. Era alto, de tez morena. Su largo cabello platinado estaba recogido en una cola alta. Sus ojos celestes estaban fijos en la sacerdotisa. Vestía como un simple campesino de Asgard, pero su presencia era intimidante, como la de un dios. Se acercó a ella y se arrodilló al lado de la mujer, tocando su mejilla, que estaba fría como el hielo.
-¿Quién eres? – preguntó Hilda, con voz desafiante. Se puso de pie y exhibió el altivo porte que debía tener como regente de Asgard – No eres un simple humano, tu imponente cosmos te delata.
-Eres una mujer astuta – dijo el hombre – No hay duda de por qué Poseidón puso sus ojos en ti. Es una lástima que fuera derrotado. Tú eres una excelente herramienta, Hilda de Polaris.
-Seas quien seas, no permito que me hablen así – espetó la mujer, ofendida. "Herramienta", ella no era ninguna herramienta. Si bien era cierto, había cometido errores en el pasado y, aunque no hubiera sido su culpa, pues había sido manipulada por Poseidón, la idea de haber pensado en apoderarse del mundo aún la atormentaba.
-Parece que no me equivoqué contigo – contestó el peliplateado, con una sonrisa de suficiencia en sus labios – Eres exactamente el tipo de mujer que me gusta – se puso en pie, colocando sus manos sobre los hombros de Hilda – Alégrate, mujer, porque el gran Zeus ha puesto sus ojos en ti.
El cuerpo del hombre brilló, e inmediatamente sus ropas cambiaron, convirtiéndose en una túnica blanca, de mangas largas. Sobre sus hombros reposaba una protección de oro y alrededor de su cintura yacía un cinturón de oro con piedras preciosas. Sus cabellos se soltaron de la coleta y brillaron con más intensidad que antes. Hilda permaneció inmóvil, sorprendida con la escena que estaba presenciando. Estaba ante Zeus, padre de los dioses olímpicos, aquel ente famoso por sus infidelidades y continuos amoríos extramaritales. Zeus acercó sus labios a la oreja de Hilda y le susurró:
-Serás mías, aquí y ahora – la mujer, indignada, le dio una bofetada y se alejó lo más que pudo de él – No es sabio resistirse, Hilda de Polaris.
La mujer no volteó y caminó rápidamente de regreso al palacio. No iba a permitir que nadie se dirigiera a ella de esa forma, ni siquiera un dios. Pero Hilda no contaba con que Zeus fuera en verdad persistente. El todopoderoso había puesto sus ojos en ella y no descansaría hasta saciar sus deseos. Ninguna mujer, diosa o mortal, se había resistido a él. Internamente, el dios se sentía complacido. Nada mejor que una mujer terca y fuerte para excitarlo. Cada uno de sus movimientos hacía que la deseara cada vez más.
Hilda de pronto se vio tendida en el frío hielo. Zeus estaba encima de ella, sosteniendo firmemente sus muñecas con sus manos. Las fuertes piernas del dios aprisionaban las caderas de la mujer, haciéndole imposible moverse. El rostro de Zeus exhibía una mirada triunfante. Ni siquiera la sacerdotisa de Odín escaparía de sus garras. Porque él era una fiera y ella era su presa.
-¿Así es como se comporta Zeus, el regente del Olimpo? – preguntó Hilda, desafiante, mientras intentaba en vano mover sus piernas – ¿Acaso crees que por ser un dios puedes hacer lo que te plazca con los seres humanos?
Zeus no respondió. En cambio, aprovechó que Hilda estaba hablando para apoderarse de sus labios, en un beso fogoso, cargado de deseo. La mujer intentaba zafarse de su agarre, al tiempo que movía su cabeza de un lado a otro, en un intento por liberarse de ese desagradable contacto.
-¡Espada de Odín!
La sacerdotisa simplemente sintió que sus labios y su cuerpo eran liberados. Se incorporó lentamente, sentándose en el frío suelo. Pudo ver a Zeus de pie, lejos de ella, con un corte en la ceja derecha. Zeus lanzó una fría risotada, limpiándose la sangre.
-Así que los humanos insisten en levantar la mano contra los dioses – dijo Zeus, mirando a la figura que había aparecido.
-Mientras la señorita Hilda esté en peligro, levantaré mi mano contra cualquiera, sean dioses u hombres.
Esa voz. No podía ser. Debía estar soñando. Hilda miró hacia atrás. Vestido con la armadura sagrada de su estrella guardiana, estaba ante ella, el más fuerte de sus antiguos protectores. Aquel que había sido su guardián, quien siempre había permanecido a su lado. Aquel que había dado su vida en su lucha contra Sorrento de Sirenia. ¿Qué hacía allí él? ¿Acaso no había muerto debido a los engaños de Poseidón? No podía ser.
-¿Quién osa levantar su mano contra Zeus, dios del Olimpo?
-Soy uno de los dioses guerreros de Asgard, Siegfried de Dubhe Alfa.
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Saori ya había podido sentir el terrible cosmos que se había cernido sobre Asgard. Aquel cosmos que era incluso más poderoso e intimidante que el de Poseidón. Un cosmos sin igual, tan sólo podía tratarse de su padre, Zeus. Preocupada por la seguridad de Hilda, Saori se colocó nuevamente la capa, dispuesta a regresar al sitio donde se había separado de la sacerdotisa. Cuando había colocado su mano sobre el pomo de la puerta, otro poderoso cosmos apareció en su habitación. La joven diosa se volteó, sólo para encontrarse con su hermana.
-Tiempo sin vernos, Atena.
Vestida con su larga túnica blanca con los hombros descubiertos y sus ornamentos azules, estaba la diosa de la Caza. Su largo cabello rubio caía grácilmente sobre su espalda y sus brillantes ojos verdes miraban a la diosa de la guerra con cierta frialdad.
-Artemisa. Así que no estaba equivocada – dijo Saori, elevando sus cosmos al mismo nivel que el de su hermana – Tú estás involucrada en esto. Pero ¿por qué?
-Aliarse con "la del trono dorado" tiene sus ventajas – respondió Artemisa – Tú deberías hacer lo mismo, hermana.
De repente, se sintió cómo desaparecía el inmenso cosmos que Saori había sentido al principio. Al parecer, Zeus había decidido marcharse de Asgard. El viento sopló con más fuerza. Era como si el tiempo se hubiera detenido mientras Zeus había estado en Asgard.
-Nuestro padre acaba de marcharse – dijo la diosa de la caza – No ha cambiado nada. Aunque parece que esta vez sus planes no salieron como lo esperaba.
-¿Qué quieres decir?
-Atena, únete a Hera en su misión para derrocar a nuestro padre – la figura de Artemisa empezó a desaparecer.
-¿Derrocarlo? ¿Qué quieres decir?
-La Oscuridad se ceñirá nuevamente sobre la tierra, Atena. Esta vez no tendrás el poder para oponerte a los dioses. Lucha de nuestro lado y obtendrás el lugar que mereces en el Olimpo.
-¡Artemisa, espera!
Pero la diosa ya había desaparecido. Saori se quedó inmóvil, meditando las palabras de su hermana. Así que todo eso en realidad lo había empezado Hera. Pero, derrocar a Zeus era demasiado. Nadie nunca había logrado mover a Zeus de su puesto como gobernante supremo del Olimpo.
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Bien, este ha sido el primer capítulo de esta nueva historia. Espero sus reviews con sugerencias, dudas, quejas…