Capítulo 2
Phineas Flynn estaba claro que lo suyo era imaginar cosas. Tener ideas, sí. Llevarlas a cabo... no del todo cierto. Podía pensar en las más grandes e innovadoras invenciones. Pero quien lograba recrearlas en lo material y hacerlas funcionales era su hermano Ferb Fletcher. Con el que no trataba mucho desde hacía un par de años.
Era por eso que Phineas prefería la época de escuela. Allí podía distraerse con facilidad, y olvidarse de aquellos fantásticos días de verano.
- Cielo, ¿quieres acompañarme a buscar el disfraz de tu padre para el baile de recaudación de fondos para los bomberos de Danville?
- Tengo clases, mamá.
- Lo sé, hijo. Me refería a cuando volvieras.
Phineas no le respondió, y volvió a ver el diseño de un auricular magnificador de audio que había dibujado aquella mañana antes del desayuno. Otra maravillosa idea que no se llevaría a cabo.
- ¡Ay! ¡Esta tonta cosa se volvió a dañar!
Phineas se volteó a ver en qué estaba su madre. La pelirroja estaba golpeando con las manos el artículo Bluetooth que su padre le había regalado para atender las llamadas de su celular mientras conducía.
- ¿Qué le ocurre?
- Ah... Tu padre tuvo una buena idea al regalarme esto, pero no contó con que soy algo mala usando este tipo de cosas. Creo que vino defectuoso o algo así.
- ¿Me lo permites? – preguntó el pelirrojo, recibiendo el aparato de su madre.
- No sabía que tenías conocimiento sobre estas cosas, hijo.
- No lo tengo – respondió el joven, mirando atentamente el aparato en sus manos.
- ¿Crees que el vaso de agua que le derramé accidentalmente hace unos días lo haya dañado?
Phineas le dirigió una mirada incrédula a su madre, cuando de repente notó que algo entraba en la cocina. O más bien alguien.
Ante una simple vista de su hermano entrando, Phineas sintió que sus manos comenzaban a sudar, y el auricular de su madre se resbaló de sus manos. Tratando de disimular la situación, el joven pelirrojo lo tomó rápidamente del suelo y lo ocultó en su bolsillo.
- Buenos días, Ferb.
El joven inglés saludo a su madre con un gesto silencioso, y le dirigió una mirada confundida a su hermano ante su reacción nerviosa. Tomando una tostada del montón en el mesón, Ferb salió de la cocina rumbo a la escuela. Cuando se fue, Phineas lanzó un suspiro de alivio.
No entendía lo que le ocurría. No era la primera vez que el pelirrojo se ponía nervioso cuando se hallaba en una habitación con su hermano. Claro, almorzaban juntos en la escuela y a veces cenaban en familia en casa. Pero había más gente a su alrededor en esas situaciones.
Phineas trató de descartar aquellas sensaciones, y se dirigió a la parada de autobús para ir a la escuela. Aún llevaba el auricular de su madre en el bolsillo. No era que se le había olvidado dárselo. Más bien, planeaba convertirlo en el magnificador de audio que había diseñado. O al menos, lo intentaría. Era más bien como una especie de prueba que se impuso a sí mismo; crear algo sin ayuda de Ferb. Más específicamente: crear algo que funcionara sin ayuda de nadie.
Con lo que no contaba era con el tiempo. Y para ello, decidió tomar los tiempos libres durante la escuela, además de la tarde de aquel día.
- "Lo siento, mamá. Pero no podré acompañarte a recoger el disfraz de papá esta tarde".
Y el día pasó bastante rápido. Durante la clase de Educación Física, Phineas tenía un plan. Había avanzado bastante en el magnificador de audio, pero aún faltaban ciertos detalles.
Aquella clase tocaba volleyball. Y los capitanes escogidos fueron Buford e Isabella, como siempre. Era bastante divertido ver cómo ambos se peleaban por los jugadores al momento de crear sus equipos. Los más pedidos eran las chicas de campamento de Isabella, Thor y Ferb. Django era bastante lento, y Thaddeus siempre perdía el tiempo en regodearse en lugar de jugar. Y Phineas... siempre se distraía durante los juegos, aunque no era tan malo como Django.
Pero aquel día, Isabella tenía un plan. Lo malo de aquel plan era que no se lo había contado a Buford. Y mientras Isabella había escogido a Phineas para su equipo, tenía que pelear con Buford para ver cuál de los dos se quedaba con Ferb.
- ¡Dije que él es mío, y es mi turno de elegir, Van Stomm!
- No tan rapido, rosadita. El peliverde bretón tiene que estar conmigo.
- ¿Acaso me llamaste rosadita? – gruñó Isabella, poniéndose roja, causando que todos a su alrededor se distanciaran de ella.
- Oye, Bella, ¿no te parece que no tiene importancia? – comentó Django.
- ¿¡Cómo que no tiene importancia! ¡Me llamó rosadita!
- Lo oí, lo oí. Pero... yo hablaba de Ferb... Si lo aceptas, uno de nosotros tendrá que quedarse en el banco... – respondió temeroso el joven artista.
- Quiero que Ferb esté en mi equipo, Django, por cierta razón en específico.
- ¿Qué sería...?
- Hermanos, jugando, unidos – dio pistas indirectas la joven a su novio, quien no lograba comprender nada, a lo que Isabella suspiró resignada y susurró enojada -. Quiero que Phineas y Ferb jueguen juntos. Ya sabes, para unirlos más.
- ¡Ohhh! ¡Eso! Pero aún así alguien tendrá que quedarse en el banco.
- ¡Yo lo haré!
Sin esperar respuestas, Phineas se sentó en el banco tranquilamente. Al notar las miradas vacías de sus amigos, sonrió con timidez. Isabella lanzó otro suspiro de frustración con un exclamado "me rindo", llamando al inicio del juego.
Phineas aprovechó el tiempo para continuar con su invento. Creía que lo tenía casi listo, y podría probarlo antes de la cena.
Con lo que no contaba Phineas era con que aquella cena era en realidad el día de los Fuegos Artificiales de Danville. Lo que significaba recibir a muchos invitados en el patio trasero de su casa para una barbacoa. Lo que significaba ayudar a su madre a tener todo preparado para la hora del espectáculo de fuegos artificiales.
Los invitados iban llegando de a poco. Ya la mayoría de sus amigos estaba allí. Phineas seguía trabajando en el auricular, cuando sintió que alguien le llamaba.
- ¿Qué ocurre, Buford?
- ¡Jamás creerás quién vino a la fiesta!
- ¿Quién?
- ¡Suzy Johnson!
- ¿La hermanita de Jeremy?
- ¡El terror! ¡El terror, te digo! – gritaba Buford, zarandeando a Phineas.
- ¿No crees que exageras un poco?
De repente, alguien corría hacia ellos llamándolos, estampándose contra ellos. Phineas nunca se había sentido tan fastidiado en su vida.
- ¡Jamás creerán quién vino a la fiesta!
- ¡Oye! ¡Esas son mis líneas, nerdoso! – exclamó Buford.
- ¡Ops! Lo siento, grandote.
- Ah... ¿Quién vino a la fiesta, Jeet? – preguntó aburrido el pelirrojo.
- ¡El terror! ¡El terror, les digo!
- No me digas. ¿Suzy, la hermanita de Jeremy? – preguntó a modo de burla el joven Flynn.
- ¿Esa pequeña ternura? No.
- ¿Entonces quién?
Baljeet hizo una pausa de suspenso, mirándolos con los ojos desorbitados.
- Irving...
- ¡Ah! ¡Nooo! – ahogó un grito Buford.
Phineas decidió permanecer callado. No quería ofender a sus amigos, así que simplemente decidió dar media vuelta y alejarse de ellos. Iba a dirigir su atención nuevamente al auricular, pero algo le había llamado la atención.
Al patio estaban entrando Ferb con su despampanante novia Vanesa Doofenshmirtz. Ambos hacían buena pareja, había que admitirlo. Aunque muchos se preguntaban cómo era posible que una joven de veinte años saliera con un adolescente de unos quince años. Phineas sabía la respuesta: para las mujeres, Ferb tenía una especie de aura irresistible y bastante atractiva. Algo que podía atrapar incluso a cualquier mosca.
Mientras entraban al patio, Ferb se sacudió la mosca que le venía acosando desde hacía rato. Phineas notó cómo muchas de las chicas con las que estudiaba, la mayoría chicas exploradoras del grupo de Isabella, suspiraban ante la llegada de Ferb, para más tarde lanzar gemidos de tristeza al notar cómo el joven inglés le ofrecía su brazo a la chica veinte añera.
- ¿Qué crees que haces, lombriz?
Phineas saltó de la sorpresa al notar que su hermana Candace se había acercado a él sin que se diera cuenta de ello.
- Eh... ¿Hace cuánto que estás ahí parada?
- Lo suficiente como para darme cuenta de lo que tramas – le contestó cortante su hermana.
- ¿Lo... que tramo? – preguntó nervioso Phineas.
- Si. ¿Qué crees que haces con ese auricular y esas herramientas?
Phineas se volteó a ver lo que tenía en las manos, y soltó una risa nerviosa.
- Espero que no estés haciendo otro de esos inventos tuyos.
- No, claro que no. Solo trato de reparar el bluetooth de mamá.
- Claro...
- ¡Hola, Phin! – saludó Jeremy, en rescate del joven pelirrojo al tratar de alejarlo de su novia -. Cielos, ¿por qué estás tan rojo?
Mientras Jeremy se llevaba a Candace, Phineas levantó sus manos para tocar sus mejillas, las cuales estaban calientes.
- "Qué raro. ¿Por qué me habré sonrojado?"
- ¡Phineeeeaaas!
Phineas lanzó un grito de exclamación al notar que era asfixiado por un par de brazos alrededor de su cuerpo que lo levantaban y sacudían.
- ¡Me alegro mucho de verte! ¡Te extrañé tanto! ¡No sabes cuánto! ¡Pero ahora estoy de regreso y nunca más me alejaré de ti! ¡Seremos los mejores amigos!
Phineas trataba de quejarse, pero no podía. Aquellos brazos le habían expulsado todo el aire de los pulmones. Sólo suplicaba mentalmente que alguien llegara a salvarle.
- Suéltalo ya, Irving. No lo dejas respirar.
Phineas recuperó el aliento luego de un rato. Al menos, el mareo ya se le había pasado. Frente a él se hallaba nada más y nada menos que Irving, el niño que los acosaba a él y a su hermano durante el verano cuando hacían sus inventos. Se había mudado fuera de Danville por el trabajo de sus padres, pero al parecer ahora estaba de regreso. Qué alegría.
Su salvadora fue Isabella, quien estaba tomada del brazo de Django. Baljeet y Buford se hallaban ahí también, viendo con lástima al pelirrojo.
- Vaya... Hola, Irving – saludó Phineas.
- ¡Qué bueno es verlos a todos nuevamente!
- Y nosotros nos alegramos de verte a ti también, Irving – contestó con aburrimiento Isabella.
- ¿Y dónde está el atractivo Ferb? – preguntó el chico con anteojos, recibiendo miradas sorprendidas de todos mientras se alejaba del grupo.
- ¿Atractivo... Ferb? – repitió nerviosamente Phineas.
- Bueno... Tiene un mechón de su cabello guardado en algún lado, eso está claro – comentó Isabella.
- Qué raro es ese chico – dijo Django, recibiendo señales afirmativas del resto del grupo.
- Oigan, ¿dónde está Perry?
La noche siguió su rumbo normal. La gente disfrutaba de la carne asada y de la música. Phineas había decidido dejar a un lado el auricular de su madre. Según él ya estaba terminado, pero no funcionaba. ¿Y qué esperaba? Para que algo de lo que él diseñara lograra funcionar tenía que recibir la intervención mágica de Ferb.
Irving se hallaba saltando de un lado a otro, espantando a todos los presentes. Ya había saludado a Ferb y a la chica gótica con la que estaba. Según él, ellos dos no pegaban para nada. Ferb era tan perfecto, que se merecía a alguien igual de perfecto. Y aquella chica estaba definitivamente fuera de la lista.
Ahora estaba tratando de localizar a Phineas nuevamente. Lo que no sabía era que el pelirrojo se estaba ocultando de él con ayuda de los otros. Saltando dentro de la casa, Irving encontró sobre la mesa un auricular bluetooth de celular. Lo recogió con curiosidad, y lo dio vuelta entre sus manos. Parecía un auricular, pero con agregados extraños y luces parpadeantes. Entonces, cayó en cuenta. ¡Se trataba de otro invento de Phineas y Ferb! Llevando el auricular consigo, Irving salió al patio a esperar la llegada de los fuegos artificiales.
Y era el momento. Dentro de unos minutos, los fuegos artificiales estallarían. Phineas y sus amigos se sentaron cerca del árbol del patio esperando el evento. El pelirrojo no pudo evitar bajar el rostro con tristeza. Fue cuando sintió que Isabella colocaba una mano sobre su hombro, mirándolo con comprensión.
- Lo siento, Phineas.
- Está bien – aseguró el joven -. Al menos está con su novia.
Los minutos pasaban, y pareciera que hubiera una especie de retraso. Nadie entendía por qué. Ese evento era siempre puntual con lo que hacía. Fue cuando Phineas sintió que alguien se sentaba a su lado, y se sorprendió al notar que se trataba de Ferb. El pelirrojo le ofreció una expresión confusa, a lo que el inglés le dio una sonrisa y se apoyó con su hermano hombro contra hombro en el tronco de árbol que había sido testigo de las maravillas que ambos hermanos habían logrado en sus vidas. Phineas no pudo evitar sonreír a su vez, volteando el rostro al sentir que sus mejillas volvían a estar cálidas.
Y comenzaron los fuegos artificiales. Todos estaban maravillados ante el espectáculo de luces y colores. Cuando estaba terminando, hizo aparición el menos esperado.
- ¡Oh! ¡Ahí estás, Perry! – comentó Linda.
- ¡Qué espectáculo!, ¿no, muchachos? – dijo Lawrence a sus hijos.
- ¡Phineas! ¡Encontré tu invento! ¡Lo tengo aquí en...AHHHHH!
Irving se acercaba corriendo al grupo Flynn-Fletcher con el auricular de Linda en sus manos, cuando tropezó contra el ornitorrinco Perry. Tratando de conservar el equilibrio, Irving dejó caer el auricular, el cual chocó contra el suelo disparando un rayo que dio de lleno a Phineas en el rostro.
Minutos después, Phineas recobraba la conciencia. Frente a él, encontró las miradas preocupadas de sus amigos y familiares.
- ¡He, he! ¡Lo siento mucho, Phin! ¡No era mi intención!
- ¡Largo de aquí, Irving! – exclamó Isabella.
- ¿Estas bien, hijo?
Phineas se incorporó en el suelo, y lo lamentó en seguida. Las náuseas que sentía eran impresionantes. En el cielo aún explotaban los fuegos artificiales de la noche de Danville, pero todos estaban preocupados por el estado del joven pelirrojo.
Linda salió corriendo a buscar algo de beber para Phineas, e Isabella y las chicas de campamento comenzaron a revisar si estaba bien físicamente.
Ferb se hallaba a su lado con el auricular bluetooth en su mano. Él fue uno de los pocos que notó el rayo extraño que había salido del aparato para darle de lleno a Phineas en el rostro.
- ¿Se pondrá bien? ¿Fue mi culpa? – preguntaba sin parar Irving, tratando de obtener visión del joven Flynn, pero Buford y Django impedían que se acercara.
- ¡Aléjate de aquí, fenómeno de cuatro ojos! – exclama Buford.
- ¡Puedo ayudar! ¡Déjenme ayudar! ¡Ferb, diles que me dejen ayudar! – contestaba desesperado Irving.
Ferb se encontraba examinando el rostro de su hermano en busca de alguna señal de que el pelirrojo se encontraba bien. Escuchando las palabras de Irving, volteó los ojos con fastidio y suspiró resignado.
- Será mejor que te vayas, Irving. Ya has hecho bastante – dijo el peliverde con su distintivo acento inglés.
El mencionado se calmó y, lanzando una última mirada triste, se alejó del lugar. Ferb continuó mirando a Phineas, preguntándole silenciosamente qué había ocurrido. Pero Phineas parecía estar perdido en algún lugar del espacio, porque no parecía estar consciente del mundo que le rodeaba.
Linda llegó con Lawrence a traerle un vaso de agua a su hijo menor, tratando de hacerle reaccionar. Ferb se levantó lentamente y, mirando el auricular bluetooth con sospecha, se lo metió en el bolsillo. Más tarde le echaría un vistazo.
Phineas logró recobrar lentamente la noción de la realidad, pero aún permanecía sentado en el suelo del patio debido al ligero mareo que tenía. Recordó un haz de luz muy fuerte que le daba en los ojos, pero nada más. Luego de unos minutos, sus padres decidieron ayudar a recoger todo lo que estaba en el patio. Phineas se quedó contemplando la escena de Ferb despidiéndose de Vanessa.
El joven pelirrojo escuchó un gruñido a su lado, y se volteó para encontrar a su mascota Perry. Que... sospechosamente le miraba con incredulidad y preocupación, además de... Ya va, ya va. ¿De cuándo aquí los ornitorrincos tenían miradas de preocupación, o miradas de algún tipo?
- Ese niño Irving no es muy listo a pesar de ser un nerd. Claro, que eso no tiene nada que ver con lo listo.
Los ojos de Phineas se abrieron de la impresión. "¿¡Que qué!".
- ¡Vaya! Ese rayo extraño te pegó bastante fuerte. No tienes muy buena pinta, Phineas.
Aquello era suficiente para hacer que Phineas volviera a perder el conocimiento.