Vocaloid es propiedad de Yamaha Coporation.


Capítulo XXXVI- Romeo and Cinderella

—Pórtense bien, niñas. Obedezcan lo que dicen sus mayores, sean amables con todos sus compañeros y manténganse siempre juntas como buenas hermanas. ¿Está bien?—Rin, hincada delante de las gemelas, posó un cariñoso beso en la frente de cada una. A continuación extendió sus brazos y las dos pequeñas no dudaron en aceptar su cálido abrazo. Hundieron sus rostros en los hombros de Rin, alegres por la sensación maternal que les otorgaba ser apretadas de aquella forma.

—Oneesan, ¿cuándo te volveremos a ver?—Inquirió Leti, separando ligeramente su cabeza, observando a Rin con aquellos ojos bordeados de inocencia y pureza. La rubia sonrió.

—Espero que pronto, pequeña. ¿No se olviden de mí, está bien?

—¡Nunca lo haremos, oneesan!—Tia besó su mejilla derecha y Leti le imitó, besando fugazmente la izquierda. La rubia, jubilosa, les mantuvo contra ella por unos minutos más antes de liberarles. Tia enseñó una expresión apagada y entristecida—. Te vamos a extrañar muchísimo, oneesan.

—Yo también las extrañaré muchísimo. No fue suficiente el tiempo que estuvimos juntas. Cuando nos volvamos a ver, prométanme que correrán a abrazarme y me recordarán que les debo un par de helados.

—¡Sí!—Canturrearon ambas y Len sonrió con afecto, esperando a Rin en la entrada de la institución con la señorita Orange, quien había llegado hacía tan solo unos minutos atrás, justo a tiempo para despedir a los dos rubios—. Pero, oneesan, ¿de verdad no hay forma de evitar que te vayas? Queremos que vengas mañana también, como ha prometido papá…

—No hay nada que se pueda hacer—replicó Rin, acariciando con sus pulgares las mejillas sonrosadas de aquellas infantas. Leti derramó un par de tiernas lágrimas—. No llores, cariño. Si lloras no podré irme con una sonrisa. Vamos a despedirnos con caras alegres, así será más especial nuestro reencuentro.

—Oneesan, antes de que te marches, ¿podemos preguntarte algo?—Intervino Tia suavemente, moviendo sus dedos con timidez. Rin asintió—. ¿Podemos llamarte mamá? Papá ha dicho que tú, porque eres su novia, eres nuestra mamá también. Eres nuestra segunda mamá…

Rin esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Claro que sí, eso me haría muy feliz—Leti y Tia le abrazaron otra vez y Rin, finalmente, se apartó de ellas. Mirai Peckitt apareció después de eso y llamó a las gemelas para continuar con los quehaceres dominicales. Ambas se despidieron, meciendo sus manitas con furor, y entraron de regreso al edificio.

—Te mantendré al tanto de ellas—dijo Len cuando Rin se aproximaba. Él atrapó sus manos y entrelazó sus dedos delicadamente, observándole con una intensa admiración. Misha Orange agradeció su visita y deseó un buen viaje para Rin antes de cerrar la reja delante de ellos y volverse a la casa hogar.

Sin nada más que agregar, Len encaminó a la chica hasta la estación de metro. Rin andaba despacio, con su mirada en la espalda del muchacho, sin saber qué añadir precisamente. ¿Qué le diría? Les quedaban pocos momentos juntos antes de que ella se marchase a Los Ángeles.

Rin, intentando distraerse, decidió observar la hora en su reloj. Eran las tres y cuarto. Meiko debía empezar a acostumbrarse a sus inusuales retardos. Pero es que, estando con Len a su lado, la puntualidad parecía perder importancia. El tiempo simplemente no alcanzaba.

—Estás muy callada. ¿Sigues pensando en lo que supongo que estás pensando?—Rin no contestó. Len entendió entonces que sí lo hacía. No necesitaban de palabras rebuscadas para comprenderse mutuamente. El sencillo silencio permitía comprender las emociones que sus ojos reflejaban—. Rin, por favor, no pongas esa cara. Ya te he dicho que si tú así lo deseas, puedo renunciar a todo lo que tengo acá y volverme a Japón solo para estar contigo.

—No. No puedes hacer eso, Len. Tienes a tu familia aquí, estás empezando una carrera aquí y, lo más importante, hay dos pequeñas que cuentan contigo aquí. No quiero que estés dispuesto a olvidar y dejar todo eso atrás—susurró Rin, entristecida—. Es una locura. Además, no soy tan egoísta como para pedirte eso.

—Cuando Leti y Tia por fin estén bajo mi cuidado, prometo que iré a buscarte. ¿Puedes esperar por mí?—Suplicó, deteniéndose enfrente de las escaleras que conducían al subterráneo. Ella, quedando hipnotizada por su determinada mirada celeste, asintió cuidadosamente—. No te defraudaré, Rin. Haré todo lo que esté en mis manos para que esto funcione. Quiero verte en mi futuro; espero que tú también desees que yo sea parte del tuyo.

—Lo deseo—murmuró, regalándole una sonrisa tímida. Intercambiaron efímeras miradas y descendieron por fin. Después de adquirir sus tickets, se subieron al tren y fueron llevados de regreso a Brooklyn. El ambiente entre ellos era ligeramente incómodo.

Ambos estaban tensos por culpa de la próxima separación. Por más que quisiesen confiar ciegamente en el otro, el pensar en el gran obstáculo que implicaba vivir en dos continentes, prácticamente separados al otro lado del mundo, hacía temblar su voluntad de hacer funcionar la relación. ¿Y si las cosas no salían como ellos esperaban? ¿Qué pasaría si ocurriesen sucesos tan catastróficos como en el pasado?

Rin intentó alejar la idea de su cabeza. Todo estaría bien. Definitivamente. Ellos se encargarían de arreglar hasta el problema más pequeño. Lo lograrían. Estaba segura de ella.

—¡Tienes suerte, Asakawa, de que estemos en un aeropuerto con millares de guardias que me impidan asesinarte aquí mismo!—Gruñó Meiko cuando Rin hacía la fila para el check-in, dejando a Len desprotegido a merced de las garras de Gumi, Miku y Meiko, quienes habían arriba en el aeropuerto cuarenta y cinco minutos antes que ellos.

Len sonrió, apenado. Rin y él apenas lo habían conseguido. Un minuto más tarde, Rin se habría topado con la aerolínea cerrando el vuelo y habría perdido su pasaje.

—Lo lamento, no pensé que saldríamos tan tarde de la casa hogar y que habría tanto tráfico cuando nos dirigimos a Manhattan. Pero llegamos a tiempo y eso es lo que cuenta.

—Por un momento llegué a pensar que intentarías secuestrar a Rin—comentó ásperamente Gumi, cruzando sus brazos sobre su pecho—. Deberías estar agradecido, tu idiota de pacotilla. Faltó muy poco para que llamase a la policía.

—Gumi, modula tu lenguaje—advirtió Miku cuando percibió el opaco brillo de los ojos de la peli verde, indicando que se preparaba para utilizar su inigualable lengua afilada. La aludida contrajo sus hombros y se encaminó para ser la compañía de la otra.

—Aish, esa niña. ¿Cuándo llegará el día en que madure por completo?—Meiko bufó y encaró al rubio, quien observaba embelesado a la rubia riéndose de alguna cosa que Gumi mencionó cuando llegó a su lado—. Bien, entonces, pequeño Asakawa, ¿qué noticias jugosas nos traes?

—¡Meiko!—Le reprimió Miku, indignada por su imprudencia.

—¿Pequeño? ¿Cómo que pequeño? Tengo dieciocho años, por amor a Dios—replicó.

—Oh, ¿y por eso crees que eres un adulto ya? Aún te queda mucho por recorrer, niño. Para mí eres igual que un bebé… He vivido mucho más que tú, así que, ¿qué ganas discutiendo conmigo? Yo solo quiero que respondas mi pregunta—Meiko realizó una pausa y armó una sonrisa tan bribona como la del Gato de Cheshire. Miku suspiró—. ¿Qué fue lo que hiciste para que Rin volviese a aceptarte? ¿Cómo se acordó de ti otra vez?

—Pues, no sé qué fue exactamente lo que sucedió, pero sé que después de haber tocado Servant of Evil para ella, sus memorias retornaron en un chistar.

—¿Así nada más?—Meiko alzó sus cejas, incrédula—. Quién hubiese pensado que una acción tan simple hubiese desencadenado todo un milagro.

—No creo que fuera la acción en sí, Meiko-san—intervino Miku, observando a Len con una sonrisa agradecida—. Más bien fue la persona que lo hizo. Len es el milagro de Rin. Estoy segura de que nadie más habría generado ese efecto. Muchas veces le hablamos a Rin sobre esa pieza y ella una vez la escuchó por internet, pero nunca pasó a ser algo más trascendental que eso. Lo que nos faltaba era la ayuda de Lenny.

—Miku, gracias por ser la única que no me ha tratado con tanta hostilidad desde que nos reencontramos—murmuró Len cerca de ella y la chica le regaló una sonrisa apenada. Después de todo, aún seguía sintiéndose culpable por los problemas causados. Len, percibiendo el deje de remordimiento en los labios tensos de la joven, acarició su cabeza y le brindó una sonrisa conciliadora y pacífica.

—Hablando sobre eso—interrumpió Meiko, relamiendo sus labios y riéndose con ironía—. No hay rencores por ello, ¿cierto? Nosotras solo estábamos intentando proteger a Rin. Tú sabes, fuiste un verdadero idiota y estúpido y muchas cosas más que sé que debo ahorrarme, pero has demostrado que vale la pena confiar en ti—comentó la castaña lentamente, intentando no sonar demasiado convencida, sin querer que Len tuviera la certeza de que tendría las cosas fáciles de ahora en adelante—. Pero, si te atreves a hacer llorar a mi hermanita otra vez, aunque sea por una cosita insignificante, te buscaré y me encargaré de asesinarte.

—No puedes hacer eso, Meiko. Me ampara el hecho de que dos pequeñas gemelas ahora estarán bajo mi cuidado. ¿Acaso tienes el corazón tan frío como para dejar a dos niñas sin su papá?—La de ojos café frunció el ceño.

—¡Tú! Puedo apostar que tus padres podrían hacerse cargo de ellas en tu lugar—Len respingó—. O, en su defecto, podrían correr a su madre sustituta. Es decir, a Rin. Ahora que lo pienso…—Len alzó la mirada, avergonzado. Cómo deseaba retractarse. Empezaba a arrepentirse por haber balbuceado detalles sobre el tema de adopción estando en presencia de las otras tres, sin Rin cerca—. Si Rin se convierte en la madre legal de esas dos, ¿significaría que yo sería su tía?

—Abuela, diría yo—se burló Miku—. Después de todo, se supone que eres la figura de "madre" que vela por Rin hasta que alcance los veinte años. Suena bien, ¿no lo crees, Len? Abuela Meiko, ¡abuela Meiko!

—¡Sh! Cállate, Miku. ¡Nadie aquí quiere oír tus chillidos!

—Cuando nos volvamos a ver, prometo que no nos separaremos otra vez. ¿Está bien?

—Está bien—musitó ella, con la cabeza abajo, dejando que las lágrimas descendiesen con amargura. No quería despedirse, no aún. Apenas le había hallado, ¿y ya tenía que dejarle ir? La tristeza y la nostalgia eran demasiado brumadoras. Tan solo pensar que no se verían en más de un año, ajetreado con cada uno sumergido en su vida, le rompía el pecho como si un arpón hubiese atravesado su carne. Rin no quería decir adiós, no tan pronto, no sabiendo que la distancia sería insufrible, que el cambio de horario sería espantoso, que el tiempo juntos sería casi nulo.

Len suspiró pesadamente.

—No. Ese "está bien" no lo está. Rin, levanta la cara y mírame—ella realizó lo primero, sin encontrar el valor suficiente para observarle directamente a los ojos. Len inhaló por segunda vez, trazando con sus manos la finura en las facciones de su amada—. Mírame, Rin. Quiero que me mires a los ojos.

Ella acató la orden, reacia en parte, y pronto se perdió en un mar insondable de exquisitas emociones que describían el alma de Len: sensaciones sinceras, puras y majestuosas. Era como divisar el horizonte, infinito e impredecible, desde la cumbre de un peñasco. Podía sentir la brisa fresca sacudiendo su cuerpo con calidez. Oh, cómo atesoraba los orbes tan misteriosos y preciosos de Len Kagamine. Y cómo ansiaba verlos todos los días de su vida, a cada instante, a cada minuto, siempre a su lado, compartiendo aquella adoración que ambos sentían por el otro.

—Esto funcionará, lo prometo. No perderé oportunidad de enviarte mi cariño, Julieta mía. Cuando nos volvamos a reunir y podamos estar juntos otra vez, recordaremos nuestras penas con coloquios amenos y sonrisas anhelantes, y verás que todo habrá valido la pena. Nuestro primer encuentro, nuestra primera cita, nuestro primer beso, nuestra separación… Todo cobrará sentido en un futuro, en un futuro venidero donde estaremos unidos de nuevo. Nada pasa sin una causa, Rin. Sé que haberte conocido no puede ser una simple casualidad, una simple movida al azar. Tú has entrado en mi vida para quedarte, y sé que quieres hacerlo, tanto o más como yo deseo que lo hagas.

—Len… ¿Cuánto tiempo crees que nos tomará vernos otra vez?

—Parecerá mucho tiempo cuando estemos alejados el uno del otro, pero serán efímeros momentos cuando, una vez reunidos, decidamos reflexionar sobre el tiempo separados. Así que no lo sé. Podrán ser años como años, años como segundos o segundos como años. Quién sabe… Lo que sí puedo asegurarte es que mis sentimientos por ti, sean en los próximos diez segundos o en los próximos diez años, no experimentarán ningún cambio. O, quizás si lo hagan. Tal vez sigan creciendo descomunalmente. Eso tampoco puedo darlo por hecho.

—¡Oh! ¿Cuándo te volviste tan cursi, Len?—Dijo ella, sonriendo por las expresiones tan idealistas que utilizaba el otro. Él sonrió y se inclinó para darle un suave beso.

—Desde el momento en que te conocí. Bueno, no. Probablemente después, cuando me di cuenta que estaba perdidamente enamorado de ti, mi preciada Julieta—Rin arrugó la nariz y negó tiernamente la cabeza, conduciendo sus manos hasta el cuello del rubio.

—Yo no quiero ser como Julieta, Len. Su historia de amor tuvo un final trágico y miserable. Tengamos una historia con un final feliz, como sucedió con Cenicienta. Entonces, tú y yo seríamos Romeo y Cenicienta. ¿Encaja perfectamente, no es cierto?—Él sonrió ante la comparación tan precisa y asintió, volviendo a robar un beso de aquellos labios que extrañaría con tanto afán—. Te extrañaré muchísimo…

—Y yo a ti, Rin. Más de lo que podrías llegar a creer—murmuró otra vez y reposó su frente con la de ella, esbozando una sonrisa prometedora y esperanzada—. ¿Esperarás por mí?

—Una eternidad, si fuese necesario—respondió con cariño y ambos compartieron un beso final, más largo y deseado que los anteriores, suplicando con sonrisas débiles que el tiempo que estuviesen distanciados no fuese duro con ellos. Ella lloró un poco más, él sintió que sus ojos se aguaban al verle tan entristecida—. No tardes mucho, ¿entendido? Estaré esperándote, Len.

—Nos mantendremos en contacto, así que será más llevadero. Te amo—susurró al tiempo en que Rin era halada por Gumi y por Miku, Meiko interponiéndose entre los dos. Len suspiró lentamente y les regaló una última sonrisa—. ¿Se acabaron mis cinco minutos?

—Se acabaron tus diez minutos—respondió Meiko, no tan energizada como antes, pero aun sosteniendo una sonrisa apacible en su rostro—. Ya es hora de marcharnos. Tenemos que acercarnos a nuestra puerta de abordaje… Pórtate bien, Len. Cuida bien de mis futuras nietas, ¿comprendido? No quiero tener que hacerme cargo de ellas—respondió, guiñándole un ojo al rubio. Éste dejó escapar una risa frágil.

—Mándale nuestros saludos a tus amigos que, lastimosamente, no pudimos conocer apropiadamente—continuó Miku con su casual sonrisa—. Y a tus padres también, ha sido una lástima no poder despedirnos de ellos tampoco.

—Háblale a nuestras sobrinas sobre nosotras, ¿sí? No queremos que no crean que no estemos pendientes de ellas. Cuando vuelvan a Japón, contáctanos de inmediato. Miku y yo llevaremos a Leti y a Tia a un paseo mientras ustedes dos recuperan el tiempo perdido—estableció Gumi con una expresión amigable y Len finalmente sintió que la tensión entre ambos comenzaba a disiparse. Ella extendió su mano, en un gesto de paz—. Cuídate, Len. No le falles a Rin, ¿ok?

—Nunca lo haría—las tres damas se alejaron precavidamente de él mientras Rin corría a darle un abrazo final. Él la recibió con desespero, sosteniéndole por su cintura y su cabeza, mientras ella sollozaba sin ataduras. Pasaron unos instantes más antes de que Rin consiguiese recuperar la compostura y separarse de Len, con sus ojos enrojecidos y sus labios hinchados. Él posó un beso en su frente y le dejó ir—. Te amo, nunca lo olvides.

—Yo también te amo. Nunca lo olvidaré, así que tú tampoco puedes hacerlo—contestó, limpiándose los rastros de lágrimas en sus mejillas—. No veremos pronto, Len.

—Pronto—repitió—. Muy pronto.

Y las cuatro japonesas caminaron cada vez más lejos de él, atravesando las puertas que conducían a las zonas de abordaje, despidiéndose con vagas sacudidas de manos. Él sintió como una parte de su mundo se dormía cuando las puertas de cristal se cerraron delante de él. Rin se había ido… y solo Dios sabía por cuánto tiempo.


—¡Kasane, espera por favor! ¡Kasane!

Rin detuvo su andar al escuchar los gritos pidiendo su atención. Delante de ella apareció una complexión masculina, que le llevaría un pie de cabeza, jadeando agitadamente. El muchacho exhaló profundamente y se irguió, apaciguando su cara cansada. Rin pestañeó un par de veces, confundida por lo que su compañero de clases quería hablar con ella.

—Katsuo-sensei quería que te informara que tendrán que suspender las sesiones de tutoría para mañana—respondió él—. Me pidió, de hecho, que te entregara esto. Es un cuestionario de cien preguntas. Te conviene contestarlo antes de que se reúnan mañana por la tarde.

Rin frunció el ceño mientras el joven delante de ella le deseaba suerte con su asignación y se marchaba tranquilamente. Rin suspiró y repasó los temas que su tutor había preparado para tratar en su próxima reunión. Actualmente, Rin se encontraba estudiando Educación en la prestigiosa y casi inaccesible Universidad de Tokio, a la que había ingresado gracias a un programa de becas, al apoyo financiero de Meiko y al rastro de la herencia que su padre le había dejado.

Suspirando, decidió encabezarse a su hogar. Meiko había decidido establecerse por completo en Tokio después de dos años fuera del país. Durante ese tiempo, Rin tomó un año sabático para mejorar su inglés en Londres y realizar unos cursos preuniversitarios, pues aún era incierto cuál era la mejor carrera para ella, hasta que la castaña recibió otra oferta de trabajo y le acompañó de regreso a Japón.

Luego de enfrentar muchos problemas, Meiko consiguió comprar de vuelta la casa que le había visto crecer, donde yacían tantas memorias placenteras, como memorias desagradables, pero nada que Rin quisiese cambiar en el presente. Después de todo, lo que sucedió, ya se quedó en el pasado. Es irreversible, es incorregible, es lo que es. No vale la pena amargarse por ocurrencias pasadas. Sí es buena tomarles en cuenta, pero no aferrarse a ellas. Ésa es la primera regla para continuar adelante.

Su vida de universitaria con Meiko era similar a su vida en secundaria con Kyoko. A diferencia, por su puesto, que su hermana mayor no le gritaba, no le abofeteaba, no rompía sus pertenencias, no le ordenaba hacer cosas ridículas ni tenía dos hijas insoportables que chillaran sus caprichosos cada cinco segundos. Era similar a su vida anterior, dicho sea de paso, ya que continuaba haciendo los quehaceres domésticos, pues Meiko era un desastre valiéndose por sí misma para lavar, cocinar y limpiar.

Rin se introdujo en el vestíbulo de su hogar, ahora más acoger y tranquilo, e inspeccionó sus alrededores. Había algo distinto, presumió. Caminó hasta el comedor de su casa, donde encontró un pequeño pedazo de papel doblado en dos junto a un par de llaves. Tomó la nota y leyó su contenido en voz alta, para disminuir la sensación de quietud que reinaba en el lugar:

Bien Rin, ya tienes 21 años de edad. Es hora de que te deje volar, ya que no eres una menor de edad. He decidido, después de una larga recapacitación, que sería bueno para ti intentar vivir por tu propia cuenta, experimentar lo que es la verdadera libertad. Has hecho un grandioso trabajo los últimos años, así que no dudo que lo conseguirás victoriosamente. Te dejo mis réplicas de llaves a un lado de esta nota. Pórtate bien, cuídate y estudia mucho. Que yo no esté alrededor no significa que puedas hacer lo que te pegue en gana, ¿comprendido? Puedo aparecer cuando menos lo esperes para cerciorarme de que estás por buen camino. No bajes la guardia.

Nos vemos pronto.

Con cariño, Meiko.

Rin frunció el ceño. ¿Y ahora qué mosquito le había picado a Meiko, que de la nada decidía mudarse y dejarla sola? ¿Quién le habría metido la idea de abandonarla de esa forma? La rubia suspiró, intentando no mortificarse por la absurda manera de pensar de la mayor. Probablemente, ésta sería otra de sus bromas, uno de eso sus arrebatos de cordura donde hacía las estupideces más increíbles. Tal vez estaba ebria cuando redactó tal carta… Sí, definitivamente sería eso. Los malos vicios mueren difícilmente.

Regresará pronto, lo sé. No puede vivir un día sin ser cuidada.

Y, como por arte de magia, el timbre sonó. Rin relajó sus hombros y observó su reloj. Bueno, en esta ocasión la locura de Meiko había durado menos de una hora. Eso era un progreso bastante considerable, se dijo la rubia con una sonrisa agraciada mientras se encabezaba hacia la entrada principal. Nada que temer, Meiko ya había superado su etapa.

Ella se preparó para recibir a la castaña, sabiendo que aparecería con su expresión avergonzada y su cabeza agachada, murmurando cosas sobre que sus planes no salieron como ella había pensado, y luego le pediría que preparase la cena.

Rin inhaló profundamente, apretó su rostro y haló de la perilla, sin molestarse en detenerse a examinar a Meiko mientras le reñía por su actitud tan descuidada.

—Meiko-nee, no comprendo por qué continúas bebi-

—¡Sorpresa!—Chillaron dos voces cantarinas, emboscando a Rin, como si le hubiesen atrapado con las manos en la masa. Antes de que pudiese asimilar lo que sucedía, un par de cuerpos pequeños la taclearon. Y, como tenía la guardia baja, terminó tumbada en el suelo, con un par de gemelas albinas escalando por sus piernas y una cabeza dándole vueltas como frenética.

—¡Oh Dios mío! ¡Leti, Tia! ¡Qué sorpresa!—Exclamó ella, reponiéndose del golpe tan brutal, que había desenfocado su visión por varios segundos. Una sonrisa alegre se estiró sobre sus labios mientras desplegaba sus brazos para dejar que las niñas corriesen a refugiarse en su pecho. Las dos infantas, ahora de siete años de edad, no dudaron en abrigarse en su abrazo. Rin rio cuando las dos niñas saltaban emocionadas por estar su reunión.

—¡Te hemos extrañado tanto!—Aseguró Leti, hundiendo su cabeza en el cuello de Rin mientras Tia corría hacia el pórtico, gritándole a sus acompañantes que se diesen prisa.

Rin sintió sus nervios aflorar. Un año y medio había transcurrido desde la última vez que Len y ella se habían visto en persona. Tres meses desde la última llamada a larga distancia. Dos semanas desde el último mensaje enviado. Rin había estado ocupada con sus exámenes de semestre el pasado mes, por lo que no conseguido tiempo para responder a lo que el rubio le había dicho en la última oportunidad que habían tenido para conversar.

Sin embargo, Len había cumplido su promesa. Él había respetado su palabra fielmente. No habían perdido comunicación. Hablaban casi todos los días, algunas veces a ella le tocaba quedarse despierta hasta que Len tuviese chance de llamarle, otra veces era al revés. Él había viajado, en los tres años que tenían separados, cinco veces para verle. Las primeras dos sin Leti y Tia como sus acompañantes. Cuando se encontraban, solían descargar el cariño inmenso que habían almacenado durante tanto tiempo a través de tactos íntimos.

Rin sintió que sus piernas temblaban al oír la voz angelical de Len a pocos metros de ella. Su carrera iba creciendo poderosamente, explotando en un completo auge (milagrosamente) cuando el público se enteró de la adopción en la que había participado. Rin pestañeó varias veces y revisó su fachada. Blue jeans desgastados, camisa holgada y zapatillas viejas. Oh Dios, ni siquiera se había preparado adecuadamente. Estaba segura de que vestía también un par de horribles ojeras, producto de sus desvelos cuando estudiaba, y que su cabello estaba esponjado por la humedad. Horrorizada, cargó a Leti con ella mientras escapaban escaleras arriba.

—¿Hacia dónde nos dirigimos?—Murmuró Leti, sorprendida por la súbita movida de la mayor, viendo cómo las escalinatas eran dejadas atrás. Tia regresó con Len, Gumi, Miku y Meiko siguiéndole, pero no consiguió a nadie en la entrada. Ingresaron en el salón principal, sin obtener mejores resultados.

—¿Adónde se fue?—Cuestionó Gumi, arqueando sus cejas mientras llevaba sus manos a su fina cintura. Miku sonrió y Meiko dejó escapar un pesado suspiro.

—Sigue siendo tan atolondrada como siempre—justificó y negó suavemente, como si no pudiese creer que, después de tantos años, mantuviese aquella esencia tan inocente y especial—. Probablemente esté en alguna parte causando desastres.

A continuación, el sonido de una gaveta estrellándose contra el suelo de madera retumbó sobre ellos, seguidos de una potente exclamación atropellada, a la que se entendía un ligero "¡DIOS SANTÍSIMO!", acompañada de un gritillo y un pequeño "¡Cuidado!". Meiko golpeó su frente, incrédula por oír aquello. Era como revivir el pasado.

—¿No se los dije?

—¡Rin!—Gritó Len, atrapando la mano que Tia extendía para él, quizás asustada por el sonido tan fuerte y estruendoso. No obstante, nadie respondió. Entonces Len acudió a la persona que sabía no le iba a fallar—. Leti, cariño, ¿dónde estás?

—¡En la segunda puerta a la izquierda, en el segundo nivel, papi!—Señaló la niña después de unos segundos, fuerte y claro, y Len armó una sonrisa orgullosa. Por supuesto que su hija nunca le daría la espalda. Len y Tia intercambiaron miradas cómplices.

—Bien, ya que esto parece estar transformándose en el nido de una familia feliz—habló Gumi—, yo prefiero esperar afuera. Miku, ¿me acompañas?

—Yo también iré con ustedes—se adjuntó Meiko—. Creo que no tendremos que ser niñeras hoy, no parece que las dos pequeñas estén dispuestas a no pasar este día con Rin… ¿Cierto?

—No, abuela Meiko—dijeron a coro las gemelas. Leti se hallaba el último peldaño de la escalera, sosteniéndose del barandal, sonriendo ampliamente. Su expresión juguetona era idéntica a la de su hermana. La castaña rodó sus ojos y suspiró.

—Bien, si necesitan algo, llámenos. Miku, Gumi, vamos. Quiero que vayamos a la tienda departamental de la que les hablé hace poco. Necesito muebles nuevos para mi departamento—indicó y las otras dos lanzaron besos a las niñas antes de esfumarse de la casa para darles privacidad a los otros.

—¡Nos vemos después, tía Gumi, tía Miku!—Gritaron ellas por la ventana cuando el carro desaparecía del horizonte. Len les miró con cariño y decidió acomodarse en el sofá del salón, donde Leti y Tia se sentaban, y esperar a que su motivo de adoración decidiese aparecer en el cuadro.

Cansado por el viaje, por los horarios apretados y por la energía que necesitaba dedicarle a a Tia y a Leti, Len echó su cabeza hacia atrás y cerró los párpados unos momentos. Sin que lo hubiese planeado, terminó durmiéndose en el sillón, con las dos más chicas observándoles atentamente.


Despertó al sentir un delicioso aroma inundando y embriagando sus fosas nasales. Perezosamente entreabrió los párpados y miró vagamente el ambiente en el que se encontraba. Estaba desubicado y tenía la sensación de estar olvidándose de algo. Escuchó un chillido emocionado, proveniente de una de sus hijas, y se irguió de golpe, recordando, efectivamente, en dónde se hallaba. Rin.

Caminó fuera del vestíbulo, a través de un pasillo adornado las pinturas de su madre que le había regalado en su segundo aniversario, y se introdujo en la cocina, persiguiendo el suculento aroma que despertaba su apetito. Rin se regresó hacia él y sonrió dulcemente. Él juró que era la sonrisa más hermosa que había visto alguna vez.

—¡Al fin has despertado!—Celebró cándidamente y corrió hasta él, atrapándolo en un fuerte abrazo mientras hundía su rostro en su pecho. Las otras dos se sonrojaron momentáneamente y luego intercambiaron risitas pícaras. Len suspiró mientras la esencia de la rubia se colaba dentro de su organismo—. Te extrañé muchísimo, Lenny. ¿Descansaste bien? Te veías muy agotado—continuó, palpando sus mejillas con cuidado, examinando cada facción para asegurarse de que estuviese perfectamente bien.

—¿Estoy soñando?—Rin frunció ligeramente el ceño, confundida por tan repentina pregunta, y murmuró un leve "¿a qué te refieres?". Len besó la coronilla de su cabeza y la apretó aún más contra su cuerpo—. Quiero decir, ¿es solo mi imaginación, o damos la impresión de ser una pareja de casados?

—¡Casados!—Repitieron Leti y Tia, sonriendo de oreja a oreja. Len les regaló una sonrisa antes de seguir conversando con la rubia.

—Digo, es como si yo, siendo tu esposo, llegase a casa después de un día de trabajo agotador… y tú me recibieses de esta manera, preguntándome cómo estuvo mi día y si tengo hambre. Luego, me conduces a la cocina y ahí me encuentro con la sorpresa de ver a nuestra hijas ayudándote a cocinar. Es una escena fantástica para visualizar, ¿no lo crees?

—Ugh—Rin se sonrojó violentamente, mordiendo sus labios al pensar en la palabra casados en la misma oración que sus nombres, y decidió alejarse de él antes de que pudiese sentir su frenético corazón latiendo contra su pecho. Aún no comprendía cómo es que, después de tantos años, seguía apenándose de aquella forma con Len—. ¿Te apetece comer algo? La cena está casi lista.

—¿Qué tenemos para cenar?—Dijo, ignorando el hecho de que había dormido toda la tarde. Leti y Tia extendieron sus manos y señalaron unas brochetas de pollo bañadas en salsa teriyaki.

—¡Mami nos enseñó a preparar yakitori de pechuga de pollo!—Gritaron a coro y Rin sonrió con ternura. A continuación, Tia se quedó con la palabra—. Ella cocinó la salsa con mirin, sake dulce, salsa de soja y azúcar, y nos pidió que vigilásemos que el pollo se cociera bien. Nos dijo cómo cerciorarnos de que ya estaba en el punto perfecto. ¡Fue muy divertido!

—Y todo sucedió porque papi se quedó dormido. ¡Y durante tres horas enteras! Tuvimos tiempo de ir al mercado y volver, y papi no tuvo ni la menor idea—añadió Leti.

—¿Ah sí?—Él rio—. Entonces, ¿no hay nada en lo que pueda ayudar?

—No—respondió Leti—. Ya terminamos el pollo y el postre que mami hizo está listo.

Rin pareció perderse momentáneamente. Cómo le agradaba oír a Leti y a Tia repitiendo "mami" o "mamá" a cada instante. Le hacía sentirse bien que se refirieran a ella de esa manera.

—¡Es mochi con helado!—Festejó Tia—, y se ve delicioso. ¡Vamos a comer rápido!

—Bien, entonces yo ayudaré a servir la mesa—habló Len, arrebatándole los platos a Leti mientras ella sonreía ampliamente—. Es lo mínimo que puedo hacer después de no haber colaborado con la comida.

Los preparativos quedaron sentados y, tras cerciorarse de que los más pequeños detalles estuviesen en su lugar, los cuatro decidieron tomar asiento alrededor de la mesa. La velada fue amena y alegre, repleta de historias y anécdotas graciosas, de risas y recuerdos compartidos, de canciones y momentos memorables para la posteridad. Rin deseó, desde lo más profundo de su ser, que pudiesen mantenerse de aquella manera tan unida y especial; tan cercana e irrompible. No ansiaba tener una vida perfecta e idealista; solo anhelaba que Len, Leti y Tia formasen parte de ella, por más difícil que se volviera.

Ya había estado sola lo suficiente… Ahora era su turno de sentir aquel calor familiar, de disfrutar de un ambiente de calidez y soporte, de ser recibida en un lugar donde le estimasen y apreciasen genuinamente. ¿No es cierto? Lo merecía, después de todo. Tantos años se habían ido sin sus necesidades complacidas. Era tiempo de remediar tal falta.


—Sin importar cuánto tiempo pase, nunca dejarán de ser tan tiernas—reiteró Rin cuando Len cerraba completamente la puerta de su habitación, que había recuperado cuando las Akita habían dejado atrás la casa, donde dormían en aquellos instantes las gemelas Asakawa. El joven sonrió.

—Son tan lindas como su madre—acotó él y, lejos de la reacción que esperaba, Rin rio nostálgicamente, asintiendo.

—Tienes razón. Sukone-san era una mujer preciosa, lástima que haya acabado así.

—Yo no me refería a Sukone-san, Rin.

—¿Ah no? ¿Entonces a quién? Ella era su madre.

Len rodó los ojos, exasperado.

—¿Es en serio que estamos teniendo esta discusión? ¿Acaso no has oído a quién más Leti y Tia llaman "mamá"?—La rubia enmudeció repentinamente, entendiendo ahora el sentido del halago de Len. El rubio volvió a suspirar, asombrado.

—Perdón, estoy muy cansada. Ha sido una semana terrible—se defendió ella. Len tomó sus manos y le guio hasta el cómodo sillón de la sala, delante de la mesita de cristal y de la chimenea que Kyoko una vez había mandado a cubrir.

—Ya que las pequeñas se han ido a dormir, ya podemos dedicar tiempo a nuestra relación—dijo él, robándole un efímero beso. Rin rio por lo bajo y se alejó del mueble, pasando por el comedor, hasta detenerse delante de la vitrina importada que descansaba en el fondo del salón. Extrajo de ella un par de exquisitas copas mientras Len exhibía la botella de vino tinto que había traído consigo. Ambos ocuparon el sillón vacío y se acurrucaron cerca del otro, llenando las copas y brindando por la prosperidad del porvenir.

—Rin, he estado pensando en lo que hablamos la última vez—tomó una pausa y agitó su copa, con aquella expresión dubitativa que adquiría cuando algo importante necesitaba ser meditado. Rin mordió sus labios, ansiosa—. Tengo una sorpresa para ti…

Le hizo cerrar los ojos mientras destapaba una elegante cajita de gamuza. De ésta extrajo un pequeño anillo con un modesto diamante y lo deslizó por el dedo anular izquierdo de Rin. Ella jadeó al sentir la pieza de metal frío escurriéndose sobre su piel. Mantuvo los ojos cerrados, a pesar de que Len le había autorizado de abrirlos.

—Rin, ¿no me escuchaste?—Insistió—, puedes abrir tus ojos.

—No, no lo haré—replicó ella, apretando más sus párpados. El rubio ladeó su cabeza, confundido—. No puedo hacerlo.

—¿Por qué no? No va a pasar nada malo. Si no quieres lo que te acabo de dar, puedes rechazarlo. No quiero obligarte a nada, Rin. Anda, abre los ojos.

—Tengo miedo de que, si los abro, todo será un muy buen sueño—el rubio pestañeó, asimilando las ideas tan extrañas que pasaban por su cabeza en un momento como aquél. Sonrió, recordando que todos somos tontos en el amor—. No quiero despertarme en mi cama, en el ático, con Kyoko gritándome que-

—Rin, Kyoko ya no está. Ni ella, ni Neru, ni Teto. Ya no hay nadie más que quiera herirte aquí, querida. Anda, abre los ojos. Déjame brindarte esa confianza—ella obedeció al cabo de unos segundos de contradicción y contuvo sus hipidos al admirar la joya que rodeaba que dedo al corazón—. Rin Kasane, ¿quieres casarte conmigo?—Susurró Len cerca de su oído. Rin sollozó aún más, hundiendo su frente en su cuello.

—Como te odio—musitó entre sus lágrimas—, te odio por sacar mi parte más débil y vergonzosa…

—Yo también te amo, querida. Y, que solo muestres esta parte de ti para mí me hace sentir muy feliz. Te amo, Rin. Eres una de las personas que más me importan en este mundo… Nunca lo olvides.

—No lo haré. Yo también te amo. Y, ah… Espero que tus fans no intenten asesinarme antes de la boda.

—Yo confío en ellas. Sé que quieren lo mejor para mí… Además, somos una pareja popular, Rin. Estaremos bien, te lo aseguro.


Anduvieron suavemente por aquel sendero triste entre lápidas frías y empolvadas. La pequeña comitiva que le acompañaba le seguía fielmente, en silencio, respetando el semblante decaído de la mujer. Una de las más pequeñas no entendía, no podía comprender qué sucedía precisamente.

—Ésta es—se detuvo Rin repentinamente, parándose rígidamente delante de una de las lápidas, algo descuidada—, la tumba de papá.

Un mutismo inundó a las tres criaturas que le pisaban los talones a la figura delicada de Rin, estática en frente del grisáceo fragmento de cemento donde descansaba el cuerpo de una de las personas más especiales para ella, y pronto sintió las lágrimas corriendo por sus mejillas. Sus rodillas le fallaron y se postró rápidamente, cediendo ante el peso de su propio cuerpo. Las gemelas albinas, quienes alcanzaban ya los tiernos doce años de edad, rodearon a la rubia mayor. Leti apoyó su cabeza en su hombro mientras Tia acomodaba sobre su regazo a la más pequeñas de las tres, a Neon Asakawa, la linda hija biológica de tres años de Rin y Len.

—Mami—Neon acarició la nariz de Rin y sus mejillas, con sus inocentes orbes confundidos por no saber qué le sucedía a su madre—, no llores.

—Él fue un buen papá, mamá—murmuró Leti, aferrándose a un brazo se Rin. Ella estiró sus brazos y abrazó a las tres fuertemente, reprimiéndose por mostrarse tan débil ante sus hijas. Pronto las lágrimas desaparecieron y una sonrisa tranquila, calmada por el afecto de las otras tres, adornó su rostro—. El abuelo fue una persona grandiosa, ¿cierto?

—Sí lo fue—dijo Rin, orgullosa por los recuerdos que su progenitor le había dejado—, y su abuela también, aunque no pueda recordarles tan bien. Neon-chan, saluda a los abuelos. Aunque están dormidos ahí bajo, ellos saben que estás aquí. Diles que les quieres mucho, ¿sí?

—¡Hola!—Exclamó, sonriendo abiertamente. Neon era una niña obediente y fiel, muy apegada a sus padres y hermanas mayores, y no dudaba en acatar ninguna petición—. Abuelos, ¡los quiero mucho! Despierten pronto. Neon-chan quiere jugar con ustedes.

—Los abuelos no pueden despertar, Neon-chan—tomó la palabra Tia, reposando un ramo de flores sobre la piedra—. Ellos… están en un lugar lejano. A pesar de que sus cuerpos descansan aquí, sus espíritus han viajado a otra parte. A un lugar mucho más lindo. ¿Comprendes?

La más chiquita asintió, pero ninguna de las mayores creyó completamente que hubiese entendido totalmente. Rin besó la coronilla de su hija más pequeña, sonriendo ante la dulce expresión de la infanta, y plantó un beso en la frente de Leti y en la mejilla de Tia. Cómo adoraba a su familia, a cada uno de sus integrantes.

El llanto de un bebé despertó a las cuatro Asakawa de su trance. Rin se puso de pie de inmediato, cuidando que Neon quedase en los brazos seguros de sus gemelas, y se apresuró de vuelta al sendero, por donde andaba su querido esposo con su lindo hijo de once meses. Len sonrió al ver a Rin corriendo hacia ellos, preocupada por haber reconocido los sollozos del bebé, y alzó su mano para detenerle.

—Puedo controlarlo. Soy su padre… No te preocupes.

—P-Pero…

—Rin, cálmate. ¿Acaso no confías en mí?

—Con mi vida—reprochó de inmediato—, pero no me fío de tus interpretaciones sobre los llantos de Neon u Oliver. Dame a Oliver.

—Ah, qué exagerada. Solo confundí lo que quería una vez. Y no. Hoy en mi día con Oliver, así que retrocede—Leti y Tia descendieron de la baja colina donde se hallaban las tumbas de sus abuelos, abrazando a una animada Neon, y se reunieron con sus padres.

—Papá, tienes que saludar a los abuelos. ¡Rápido!—Len, aún sin soltar al bebé de sus brazos, siguió a sus hijas por el camino, para la desdicha de Rin. La joven mamá continuaba pidiéndole que soltase al niño y se lo diese, a pesar de que ya no lloraba, pero él no escuchaba. Leti y Tia rieron por lo bajo, divertidas por las actitudes tan infantiles de sus padres. Neon pidió que le depositaran en el suelo y, tomando las finas manos de sus hermanas, caminó en el medio de ellas, riéndose de los insectos que veían en la trayectoria.

Después de presentar sus respetos a los padres de Rin, contaron historias e hicieron súplicas por la felicidad de la pequeña familia. Las horas pasaron y cayó la tarde. Len suspiró y se puso de pie primero, indicándole a Leti y a Tia que se llevaran a Oliver y a Neon con ellas, pues necesitaba conversar a solas con su madre y sus padres. Rin encontró muy rara aquella petición, sabiendo lo sobreprotector que podía llegar a ser Len, pero no quiso comentar nada. Atendiendo a lo que él planeaba, sonrió.

—Quiero darles las gracias por haber traído a la vida a la persona que le entrega sentido a la mía—empezó, tomando la mano de Rin entre las suyas, besando sus nudillos con un cariño tremendo y abrumador—. Gracias por haber permitido que nuestros caminos se cruzaran, se entrelazaran firmemente, y volviesen siempre a juntarse aun cuando nos separaron tantas cosas; porque estoy seguro de que ustedes, desde allá arriba, intercedieron para que nuestros finales fueran felices. Por ustedes conocí a la Cenicienta más peculiar, más extravagante e ingenua.

—Tomaré todo lo que dices por cumplidos, cariño—respondió ella—. ¿Adónde quieres llegar con esto, Len?

—A prometerles a tus padres, Rin, que te protegeré por el resto de mi vida. Que nunca te dejaré sola otra vez y que no permitiré que sufras por culpa de los demás. Y, si los tiempos se ponen difíciles y se complican, permaneceré a tu lado, apoyándote. No quiero que jamás te vuelvas a sentir sola. Estaré siempre ahí para ti.

—Yo también me quedaré a tu lado—dijo, apoyando su cabeza sobre su pecho—. Sin importar qué, sabes que lo haré. A pesar de que estés ocupado con tus compromisos o estés corto de tiempo para nosotros, te seguiremos recibiendo con la misma calidez de siempre.

—Sigamos cuidando de nuestros hijos juntos—Len besó su frente, sus mejillas y su nariz, y ambos sonrieron cuando conectaron sus ojos—. Ven, tenemos que volver con ellos.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Vamos a comer helados!—Gritó Leti, escalando la colina de grama—, ¡vamos al parque de diversiones! ¡Hay que aprovechar el día libre de papá!

—¡Leti, por ahí no, tus zapatos se llenarán de barro!—Rin corrió hasta su hija y ambas se resbalaron a causa del lodo, manchándose los zapatos y las partes posteriores de sus pantalones—. ¡Oh Dios, no puede ser!

—¡Ah, esta familia es de locos!—Exclamó Tia al bajarse del auto, después de asegurar a Oliver y a Neon en sus asientos, viendo a su madre y gemela riéndose en el lodo. Len bajó también y compartió su expresión incrédula.


Las últimas notas eran movidas y contagiosas, y las dos jóvenes no podían evitar bailar al ritmo alegre de la canción. Les observaba, fascinada por el gozo reflejado en los rostros de Leti y Tia. Definitivamente, ellas eran las fanáticas número uno de Len.

Seguro estoy perdiendo la cabeza por ti,

mi corazón ha tenido problemas desde entonces.

y sé que esto no terminará.

Rin tarareó con la letra, cerrando sus ojos al oír a Len cantar con su alma, cerrando el concierto con aquella pasión que tanto le caracterizaba. El público gritaba y aclamaba, se divertía y compartía con Len, y, viendo la sonrisa de tantos en aquel estadio, ella no pudo evitar sonreír. Len adoraba su trabajo y adoraba a sus fans. Aquél era el último de la gira por Asia, antes de que partiese a América, y Rin sintió nostalgia al pensar en los días donde Len se ausentaría. Pero recobraba su semblante feliz cuando recordaba que no estaría sola: que tendría a cuatro niños haciéndole reír, aguardando junto a ella el retorno de su padre.

Yo no soy demasiado bueno,

alguien más fuerte te quedaría bien.

Pero aún así no puedo dejar de mirarte.

La rubia empezó a revivir cada uno de los momentos tan importantes de su vida, a partir de los recuerdos que aún conservaba, y admiró hasta el más miserable detalle de su trayectoria por ese mundo. Los buenos momentos, los malos momentos, los más difíciles y complicados, los más felices y memorables, todo se rebobinaba en su mente. Ella se acercó a sus hijas, que reían al ver a su padre interactuar con sus admiradoras, que gritaban la letra de la canción a todo pulmón.

Seguro estoy perdiendo la cabeza por ti,

ahora el ritmo de mi corazón está cantando.

¿Sabes que esto nunca terminará?

Rin escuchó la última línea de la canción y el aullido de la multitud explotó cuando Len se inclinaba, agradeciendo a todos los presentes por su asistencia, y se despedía con emoción, pidiéndoles apoyo para su viaje a América. Las fanáticas continuaron con su ruido ensordecedor, muestra infalible de su soporte incondicional. Cuando se regresaba, Rin pensó en todas las maravillas que Len había traído a su vida, y sonrió enormemente.

Finalmente...

—¡Fue fabuloso, papá! ¡El mejor de todos!—Gritó Leti cuando corría a él tras bambalinas—. ¡Qué genial fue el cierre con Discotheque Love! ¡Deberías haberlo visto desde nuestros puestos!

—¡Felicidades! ¡Eres el mejor! ¡Fue todo un éxito!

Len abrió sus brazos cuando la distinguió un poco más atrás de sus hijas. Ella le devolvió el abrazo, hundiéndose en aquel tacto que tanto le fascinaba, y ambos compartieron un fugaz beso, esperando que las gemelas no comenzaran con el melodrama sobre las muestras de afecto en público.

Rin dejó que Len entrelazara sus manos y se retiraron a los camerinos, conversando sobre el futuro y los sueños que aún quedaban por cumplir. Leti empujó el coche donde traían a Oliver y Rin admiró cómo Len sostenía a Neon con su brazo libre. Tia se asió del brazo de su madre y empezó a saltar de la emoción.

Finalmente, Cenicienta ha conseguido al Romeo de su final feliz.

FIN


¡Y colorín colorado, el cuente se ha acabado!

LAMENTO MUCHÍSIMO MI TARDANZA, PERO ESTUVE OCUPADA CON EL COLEGIO,

¿LES GUSTÓ?

ESPERO QUE SÍ. ESTA HISTORIA HA SIGNIFICADO MUCHO PARA MÍ...

HA SIDO TODO UN PLACER HABER COMPARTIDO TANTO CON USTEDES GRACIAS A ELLA.

MUCHÍSIMAS GRACIAS POR TODO SU APOYO DURANTE SU DESARROLLO. ¡GRACIAS!

ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO... ¡GRACIAS POR SEGUIR HASTA AQUÍ!

LAS QUIERO UN MONTÓN.

SUS REVIEWS, ABSOLUTAMENTE TODOS, ME DAN GANAS DE CONTINUAR ESCRIBIENDO.

GRACIAS POR TODO...

¡NOS LEEMOS MUY PRONTO EN MIS OTROS FANFICS!

UN BESO Y UN ABRAZO,

CON AMOR,

JESS.