Disclaimer: Si Sirius me perteneciera sus hijos tendrían un sospechoso parecido a mí, por mucho que a Venetrix le fastidie. Pero, no, él es de JK.

Advertencia: sexo explícito.

¡Ay, Dios! ¿Cuánto llevo sin actualizar? ¿Un siglo y medio? No me matéis; no quiero excusarme, de ninguna manera, tan sólo pido un pelín de comprensión… Ya sabéis: los exámenes finales de la universidad son un tostón, sí. Y lo cierto es que ha habido una racha horrible en casa y los hospitales han estado demasiado presentes en nuestras vidas, desgraciadamente. Pero se acabó, ya ha pasado todo.

Así que, nada, aquí vuelvo con una nueva actualización (un tanto subidita de tono, la verdad). He de aclarar que este capítulo es totalmente necesario para el desarrollo del fic. ¡Nada más, gentucilla!


A Sirius Black le gusta gastar bromas pesadas y colgar a los Slytherins del techo del vestíbulo por los tobillos. También le gusta las revistas de tías en bikini y, por supuesto, le apasionan por sobre todas las cosas esas magníficas motos muggles. Le gusta los lugares cálidos y oscuros, y los encuentros furtivos repletos de fogosas embestidas a altas horas de la madrugada.

Pero Sirius Black se asombra cuando descubre que también le gustan (mucho) los gemidos ahogados de Savannah cerca de su oído y la forma en que ésta susurra su nombre. Le gustan las manos de ella enterradas en su pelo negro. Le gusta su boca entreabierta, sus mejillas sonrosadas, sus ojos nublados por la pasión…

Y por más que lo intenta, Sirius no puede quitarse de la cabeza a Savannah Harley. Ni mucho menos el ardiente encuentro que han compartido esa misma mañana tras el tapiz del séptimo piso.

La mira. Otra vez. Está sentada unos asientos por delante de él. No parece mostrar el más mínimo interés en prestar atención a la tediosa lección de McGonagall. Las ondas de su pelo, recogidas en una larga cola de caballo, caen sobre su hombro y, desde su posición, Sirius puede distinguir una llamativa marca purpúrea sobre la blanca piel de su cuello. Un vestigio incuestionable que no deja lugar a dudas. Sonríe de medio lado. Seguramente ella ni se habrá percatado de ese detalle.

Por supuesto, Savannah y Sirius no se han dirigido la palabra desde que han abandonado su improvisado escondite hace unas horas. No es que estén enfadados. ¿Por qué habrían de estarlo? El caso es que ella, más roja que un quaffle con insolación, se había acomodado los botones de su camisa apresuradamente sin cruzar una sola palabra con Sirius. Ninguno de los dos sabía qué decir, de todas formas. Todo había surgido tan repentinamente… Y había terminado con la misma rapidez. Más de la que a él le hubiera gustado.

El Merodeador no había planeado absolutamente nada de aquello. Pero tampoco es como si hubiera podido resistirse a una tentadora sesión de magreo, claro. Es decir, Savannah ejerce un efecto absorbente en él, que lo persuade, que lo llama, que lo cautiva… Y a él le resulta prácticamente imposible rebelarse contra el silencioso reclamo de la chica.

Y Sirius, a esas horas de la mañana, todavía no ha logrado saciar el irrefrenable deseo de tenerla más cerca. De unirse a ella. De acoplar sus cuerpos para formar uno solo. Y, a decir verdad, Black podría haber obtenido de Savannah todo cuanto él se hubiese propuesto, y Harley lo habría complacido gustosamente sin siquiera rechistar. Pero él no deseaba forzarla a hacer algo de lo que pudiera arrepentirse más tarde. No. Así no deben suceder las cosas.

La campana notifica el final de la clase y Sirius abandona el aula con una rapidez pasmosa. Oye la voz lejana de James: Oye, Canuto… Pero el aludido hace caso omiso. Le urge una ducha de agua helada antes de la siguiente hora si no quiere cometer una locura.

Entonces, de repente, unos brazos finos surgen de la nada y prácticamente se cuelgan del cuello de Sirius. Reconoce inmediatamente el fresco aroma que lo invade. Jazmín.

—Te estaba buscando —Roxanne hace un mohín, fingiendo estar enojada. Luego, acerca su rostro, límpido y perfecto, a él y añade con voz sugerente—: Aunque hace tiempo que tú a mí no y te he echado de menos ¿sabes? Necesito un poco de diversión.

Y la morena roza ligeramente la cremallera de los pantalones de Sirius con su mano, en un toque que pretende ser involuntario. El Merodeador se enciende por completo ante el contacto y percibe cómo el bulto de sus pantalones palpita, ansioso. Ese simple gesto es el desencadenante, la excusa perfecta para sofocar el irracional deseo que lo ciega.

—Bien.

Y su respuesta no se hace esperar. Estrella sus labios contra la boca de Roxanne y la besa con rudeza, con hambre. Como un perro rabioso. Enredan sus lenguas en un pulso húmedo en el que resulta tremendamente complicado definir a un claro vencedor. Sirius camina a ciegas con la morena todavía prendada de su cuello y ambos logran refugiarse en el interior de los servicios femeninos. Lejos de miradas indiscretas.

Black abre la camisa blanca de ella con ferocidad y uno de los botones repiquetea al chocar contra el frío suelo. Alza el sujetador de la chica liberando sus suaves senos y los acaricia ásperamente. Roxanne suelta un gemido contra la boca del joven y él siente que enloquece. Entonces, Sirius jala los muslos de la morena y la levanta del suelo para enroscar sus largas piernas alrededor de su cintura. Se da la media vuelta y camina a tientas por el cuarto de baño hasta sentarla sobre el lavamanos. De esta forma, Sirius tiene más libertad para maniobrar. La atrae por las caderas para pegarla a él, hasta que las bragas de ella colisionan contra el bulto de sus pantalones. La repentina acción del joven toma por sorpresa a Holland, que rompe el beso de inmediato y emite un sonoro gemido. Ella alza la pelvis lentamente y comienza a menearse con suavidad, frotándose contra la tensa erección de él. Las manos de Roxanne viajan desde la cabeza de él al cuello de su camisa, y sus dedos liberan los botones para dejar al descubierto el formidable torso del joven. Su lengua acaricia los fuertes pectorales, lamiendo, mordisqueando. Y Sirius empieza a impacientarse, pues la necesita ya. No quiere jugar, no es momento para explayarse en tonterías, tan sólo precisa mitigar su acaloramiento.

Sirius Black es calor, es pasión. Es puro fuego. Un torrente de briosas llamaradas que abrasa sin contemplaciones la piel de cuanta fémina osa tenderse bajo su cuerpo duro y musculoso. Un fuego que inflama sus gráciles figuras cuando él acorrala a su nueva conquista contra la pared de algún pasillo oscuro. Un fuego que enciende, que apasiona, que quema.

Y Sirius Black adora escucharlas suspirar entrecortadamente bajo él, porque se siente absurdamente poderoso, imperial.

El joven aprisiona las manos de Roxanne y de inmediato las desliza a través de su torso, hacia abajo, y las coloca sobre su propia entrepierna, obligándola a tocarlo. Ella sonríe, provocativa. Se relame los labios despacio, sin apartar sus ojos marrones de los grises de él. La chica es consciente del terrible calentón de Sirius. Le encanta que pierda el control cuando está con ella, que se impaciente, que la ansíe casi con desesperación. Que sea ella la única capaz de complacerlo.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —inquiere con un tono inocente que no le pega nada. Lo observa con la mirada henchida de deseo. Adora incitarlo y contemplar su cara descompuesta por el placer.

—Siempre quiero lo mismo.

Roxanne sonríe ante una respuesta que, aunque presupuesta, desprende tal carga de erotismo que la piel de su nuca se eriza irremediablemente. Sus palabras prometen toneladas de salvaje placer.

La chica despoja a Sirius de sus pantalones, que caen hasta sus tobillos, y baja sus bóxers negros. Cuando sus delicados dedos rozan al joven, éste emite un gutural jadeo que nace en el centro su pecho. Mientras tanto, él se dedica a palpar el sexo de Roxanne por sobre las bragas mojadas. Cuela su mano bajo la fina tela de la prenda y la oye gemir de nuevo cuando introduce sus dedos en su cálida humedad. Y los mueve, envueltos por sus fluidos.

Sirius la nota suficientemente lubricada y, entonces, sin previo aviso, se precipita dentro de ella hasta el final, de un solo golpe. Porque no lo soporta más, porque su necesidad roza los límites de la irracionalidad. Roxanne, asombrada, suelta un grito ahogado debido a la repentina acción del moreno. Sirius actúa sin pensar, simplemente se deja guiar por sus instintos, dejando aflorar su parte más animal, lo salvaje que habita en él. Se mueve contra ella, con energía, con fervor, provocando que la chica gima cada vez con más fuerza. Holland tiene que aferrarse a los hombros de Sirius para soportar las atroces arremetidas del joven sin caerse del lavabo.

Sirius la oye hablar, sabe que le está diciendo algo, pero no la escucha. No la oye porque él no pretende arrimarse a la muchacha para parlotear. La relación que ambos jóvenes comparten se basa en la simple satisfacción personal. Nada más.

Roxanne nota los bordes del lavamanos clavándose en la sensible piel de sus muslos, pero no le importa en absoluto, la molestia que siente resulta totalmente irrelevante porque Sirius continúa embistiéndola con fuerza y adora sentirlo dentro de ella, caliente, profundo.

Black atrapa las caderas de la muchacha y la separa del lavabo. La fuerza de la gravedad provoca que su miembro se adentre todavía más en el cuerpo de ella. Roxanne busca desesperadamente los labios de Sirius, pero enseguida rompe el beso para emitir un fuerte alarido cuando nota que su espalda choca con la fría pared del baño. Sin apenas concederle tiempo a Holland para acomodarse a la nueva posición, Sirius comienza a impulsarse dentro de ella de nuevo, levantándola incansablemente hacia arriba y hacia abajo.

El apuesto joven gruñe al notar el cuerpo de Roxanne vibrando contra el suyo; la chica lanza un grito agudo cuando su interior se contrae y alcanza el orgasmo. Sirius no aguanta mucho más y sale del interior de Roxanne justo antes de llegar a su clímax.

Sus respiraciones agitadas poco a poco van calmándose. Sirius se coloca bien los pantalones y la Ravenclaw hace lo propio con su vestimenta. Roxanne le da un beso en la mejilla al joven y le dedica una sonrisa alusiva.

—Ha sido un auténtico placer, Sirius, como siempre —la morena suena sugerente, provocativa.

—Lo mismo digo.

Antes de que Roxanne alcance el pomo de la puerta para salir del baño, ésta se abre y tras ella aparece una reluciente cabellera castaña.

—Oh, vaya, adelante, Harley. Nosotros ya hemos terminado —guiña el ojo y sonríe perversamente, mientras desaparece tras cruzar la puerta del cuarto.

La aludida comprende rápidamente el significado de esas toscas palabras. Y vuelve su mirada hacia él. Es evidente qué ha sucedido. Siente que sus pulmones se contraen tortuosamente en su interior y prohíben que el oxígeno llegue hasta ellos, impidiéndole respirar durante unos segundos que parecen interminables.

Sirius, que está terminando de abrocharse los botones de su camisa, contempla el semblante hierático de Savannah y siente cómo su corazón da un (gran) vuelco cuando percibe un leve brillo en los ojos verdes de ella. El Merodeador avanza un par de pasos, vacilante; quiere explicarle, quiere alcanzarla y retirar esas nocivas lágrimas que amenazan con desbordarse de sus ojos verdes. Pero Savannah retrocede lentamente y, antes de que él pueda alcanzarla, la chica se da la vuelta y rápidamente abandona el baño.

Huye lejos de él, lejos de su mirada metálica, lejos de la terrible humillación a la que ha sido sometida. Y no se da cuenta de que está llorando hasta que percibe algo cálido y ligero que se derrama por sus mejillas. Llora porque el desprecio de Sirius le duele en el alma, en la piel, en los huesos. Llora porque sus venas son ahora ríos de lava fundida. Llora porque creía haber compartido con Sirius algo más que un puñado de besos vacíos. Estaba equivocada.

Y Sirius, solo en los baños del tercer piso, se siente más Black que nunca.


¡Bueno! Y hasta aquí. Pronto me voy ya de vacaciones —¡yijaaaaaaaaa!— y dudo mucho que vuelva a subir algún capítulo de Rompecorazones hasta que vuelva.

¡Pasadlo bien y disfrutad, que la vida son dos días!

Besos.

Danna.