hola nenas juumm stoy trizte xq esta linda historia ya llego a su fin, les kiero dar las gracias x sus reviews sus alertas y fav.. pero no se preocupen ke seguire adaptando, de hecho acabo de comenzar Cordina 1 la princesa y el plebeyo es un EdyBella ya ke muchos kerian una historia de ellos jeje les recomiendo leerla ya que tiene un seguimiento dnd mas adelante se integraran Alicey Jazper Rose y Emmett

Mil Gracias! la historia original es de Johanna Lindsay y los personajes pertenecen a Stephanie Meyer

Adios!

Capitulo 40

La suave luz de las velas, sábanas de seda, una alfombra de pieles muy gruesa ante la chimenea. Cuanto más observaba Rosalie la seductora atmósfera que reinaba en la alcoba de Emmett, más se irritaba. Estaba esperando que él llegara y los nervios, posiblemente, la tenían ya en ascuas.

Había dicho a su padre que ganaría el amor de Emmett, pero no esperaba hacer milagros de la noche a la mañana. Por lo menos ya no se sentía desolada. El hablar con su padre le había devuelto la confianza. Sólo ahora comprendía hasta qué punto la había perdido por un tiempo. Se preguntó si era el embarazo lo que causaba esa depresión.

Al apartar la vista del fuego descubrió que Emmett había entrado en silencio. Estaba apoyado contra los pies de la cama, los brazos cruzados sobre la bata castaña, observándola. Como de costumbre, su hermosura la hizo suspirar. ¡Qué perfectos eran las líneas enjutas de su rostro, el dorado pelo en desorden, los duros planos de su cuerpo! ¿Cómo haría para enamorar a ese hombre tan bello?

–¿Qué hiciste con todas las amantes que tenías diseminadas por esta ciudad?

Él elevó una ceja, curioso.

–¿Vamos a reñir, preciosa?

–Es muy posible.

–¿No se te ocurre nada más... interesante que hacer en nuestra noche de bodas?

–Si te refieres a hacer el amor, McCarty, créeme que ya llegaremos a eso.

Él estalló en una carcajada.

–En ese caso, debes saber que las visité a todas, una por una, mientras tú te esforzabas por no convertirte en una dama bajo la tutela de mi madre. ¡Imagina mi asombro al descubrir que ninguna de ellas lograba llevarme a la cama! Por lo tanto, no me quedó otra cosa que pagarles y despedirlas.

–¿Pretendes hacerme creer eso?

La expresión de Vasili asumió una sensual seriedad.

–Tienes que creerme, preciosa, pues la última mujer con quien hice el amor fuiste tú. Y, considerando que de eso hace ya mucho tiempo, tengo un hambre voraz.

El rubor de Alexandra fue instantáneo y mucho más visible bajo la negligée blanca. Había planeado exigir esa noche sus derechos conyugales. En ese momento no tenía ánimos de exigir nada, pero las emociones causadas por la confesión de Vasili la obligaron a preguntar:

–¿Crees... crees que podríamos...?

–Sí, por Dios –exclamó él, enronquecido.

Recorrió los pocos pasos que los separaban para tomarla en sus brazos, pero no la besó de inmediato, como de costumbre. Los ojos dorados que la buscaban tenían un suave fulgor.

–Hay algo que debería haberte dicho, Rose...

–No es buen momento para hablar, McCarty–dijo ella, rodeándole el cuello con los brazos para bajarle la cabeza.

Su gemido la apasionó. Él la estrujó entre los brazos. Y su boca, aquella divina boca erótica, describió sobre la suya un juego acalorado; su lengua se entretenía, se escondía, obligándola a buscar. Y ella la buscó, claro que sí. Cuando los besos de Emmett descendieron por su cuello hacia los senos, su deseo era ya tan ardiente que habría podido arrastrarlo a la cama.

Pese a su hambre voraz, él demostraba un notable dominio de sí; estaba decidido a brindarle una noche que ella no olvidara jamás. Y ella estaba decidida a tenerlo dentro de sí antes de que estallara.

Acabaron hallando un punto medio, pues ella lo perdió diciendo:

–Hazme el amor... ahora.

Él le quitó la bata antes de llevarla en brazos a la cama; lo instaba con las manos, lo guió con urgencia y alcanzó su primer orgasmo a los pocos momentos. Emmett la siguió a ese codiciado pináculo con tanta celeridad que ambos quedaron sin aliento, fuertemente abrazados.

Después él salió con la suya. Rosalie descubrió lo increíblemente grato que era verse cubierta de besos, en todos los rincones del cuerpo. Las manos de Emmett eran muy suaves, casi amorosas en la caricia. Y sus pechos estaban aún más sensibles, debido al embarazo; él los adoraba; les rindió pleitesía con las manos y la boca hasta que ella temió gritar de placer.

Culminó otra vez con los dedos de Emmett dentro de ella, pues él la excitaba con mucha rapidez, haciéndola llegar fácilmente al orgasmo. Y cuando él la poseyó por fin fue muy diferente, tierno y lento, hasta que ambos alcanzaron juntos el éxtasis.

Emmett era increíble. Ella se compadeció de todas las mujeres que ahora tendrían que pasarse sin él. Porque no estaba dispuesta a compartir a ese hombre en lo más mínimo. Y mientras yacían juntos (ella con la cabeza apoyada en su hombro, él todavía acariciándole el brazo cruzado sobre su pecho) sintió deseos de darle las gracias esa noche. Para eso debía dar, con el corazón, lo que más agradaría a su esposo y lo que más importante era para ella. Y sólo conocía una cosa que sirviera.

–Voy a regalarte a Príncipe Mischa como presente de bodas –dijo suavemente. Y de inmediato, porque las lágrimas ya se le estaban agolpando en los ojos, agregó–: Pero si alguna vez le haces daño te las verás con mi látigo.

Él vio las lágrimas antes de que ella escondiera la cara en su hombro.

–No tienes por qué hacer esto, Rose.

–Es lo que quiero.

Él la abrazó ferozmente.

–Gracias –dijo, con humildad–. Lo cuidaré como si fuera mi propio bebé.

Probablemente ella lo había oído hablar con Jasper en el establo, aquella vez. Pero había otra cosa que lo llenaba de gozo: sólo podía haber un motivo para que ella le regalara uno de sus bienamados caballos.

–¿Por qué no me lo dijiste, Rose? –Preguntó con suavidad.

–¿Decirte qué?

–Que me amas.

Ella levantó la cabeza para mirarlo, ceñuda.

–¿De dónde has sacado esa...?

–Admítelo: me amas.

–Sería muy tonta sí...

–¡Me amas! ¡Dilo!

–¿Para qué? ¿Para que puedas vanagloriarte? ¿Para que...?

–Para que yo también pueda decirte que te amo. Te amaba ya antes de que te mostraras como eres, preciosa. ¿Por qué crees que te seguí?

–Recuerdo lo que dijiste entonces. No tenía nada que ver con el amor.

–Si te hubiera dicho la verdad ¿me habrías creído? Yo sabía que no. Pero ahora tienes que creerme, Rose.

De pronto ella le sonrió, deslumbrándolo como nunca en su vida.

–Es cierto –le dijo, inclinándose para darle un dulce beso de amor. Y luego lo estropeó agregando–: Tienes suerte de que haya dicho ante mi padre que conquistaría tu amor.

–¿Por qué?

–Porque prefiero los éxitos inmediatos. De lo contrario te habría llevado toda la noche persuadirme.

Como Emmett ignoraba si hablaba en serio o no, dejó escapar un gruñido.

–Ya que estamos en tren de confesiones, ¿cuándo vas a decirme lo del bebé?

Ella ahogó una exclamación.

–¡Maldito seas, Emmett! ¡No quería que lo adivinaras tan pronto!

Él se echó a reír.

–Tenía que suceder así. La primera vez que usas mi nombre de pila, tiene que ser para maldecirme.

Ella ignoró el comentario para preguntar.

–¿Cuándo lo descubriste?

–Esta noche. –Sonreía de placer ante esa confirmación–. Teniendo en cuenta lo mucho que me encantan tus pechos, Rose, ¿cómo pensaste que pasaría por alto el menor cambio en ellos?

Otra vez el rubor.

–Pero no creas que vas a ignorarme sólo porque tu heredero ya está en camino.

Él hizo una mueca dolorida.

–¿Tenías que acordarte de eso?

–Recuerdo todo lo que me has dicho desde que...

–No puedes hacerme responsable de todo lo que dije antes, cuando estaba poseído por el pánico. Realmente, nunca pensé que el casamiento fuera para mí.

–¿Y ahora?

–Ahora no creo que pudiera pasarme sin él... o sin ti. ¿Ignorarte, preciosa? Sería más fácil dejar de respirar.

Ella lo abrazó, sonriente. De pronto sintió el súbito impulso de probar el provocarlo.

–¿Quieres saber algo? En Inglaterra dejé un novio.

–¿Qué?

–Un vizconde, bastante regordete, que estaba dispuesto a casarse conmigo, con bebé y todo, sólo para echar mano de mis caballos. ¿Estás seguro de que no te has casado conmigo por eso?

–¿Y por qué otra cosa podía ser? –Replicó él–. ¿Y cómo te atreviste a pensar siquiera en dar otro padre a mi hijo?

–Tu hija necesitaba un padre.

–Mi hijo ya tiene el suyo.

–Pero te estabas tomando tu buen tiempo para encontrarme.

–Y tú te hospedabas en lugares apartados, para que yo te perdiera el rastro.

Ella volvió a esconder la cara en su hombro.

–¿Eso era lo que yo hacía? Emmett la miró con desconfianza.

–¿Te estás riendo, Rosalie? La muchacha ya no pudo disimular.

–Qué grato es volver a reñir contigo.

–¡Pequeña bruja! –Sonrió él–. Recuérdame que, en el futuro, no sea tan crédulo.

–Oh, pero si me gustas crédulo. Y me gusta esa veta de celos que te veo. Y me encanta tenerte de espaldas, desnudo, para poder...

–Por Dios, Rose, si haces eso serás tú la que acabe otra vez de espaldas.

–¿Y qué estás esperando?

–Que me lo pidas por favor.

–Estás abusando, McCarty.

–No –dijo él, cubriéndola con su cuerpo. Después de penetrarla le sonrió–. Bueno, ahora sí.

La risa de Rosalie se unió a la suya, mientras los cuerpos volvían a regocijarse de haberse encontrado... gracias a un pacto matrimonial que nunca existió.

Fin!


espero les haya gustado el fin! como sabran no le puedo cambiar nada debido a ke la historia no es mia !

nos leerems pronto

promesa ! jeje