Disclaimer:Los personajes de Naruto NO me pertenecen, sino al mangaka Masashi Kishimoto.

La trama de esta historia es totalmente de mi creación. No permito publicar este escrito en cualquier otra página sin mi consentimiento, ni siquiera como una adaptación con otros personajes. Eso sería considerado PLAGIO.

Sobre la historia:debido a peticiones de algunos lectores, he decidido volver a publicar este fanfic. Está publicado por mí bajo este mismo seudónimo en Fanfic Es desde hace poco, lleva el mismo nombre, sin embargo, al igual que lo haré aquí, tambien deberé corregirla allá, debido a que este fanfic data del 2009-2010, y mi yo de hace seis años ya no es demasiado compatible conmigo gramaticalmente hablando. Si la recuerdas, te recomiendo que la leas de nuevo, sino la recuerdas, entonces te invito a adentrarte en este mundo.

Advertencia: Esta historia contiene y/o contendrá temas que pueden herir la susceptibilidad de ciertos lectores; tales como lenguaje obsceno, tortura, violación, muerte de un personaje, entre otras cosas. Leer bajo un alto criterio. Gracias.

Advertencia 2: Los personajes están un poco OoC los primeros capítulos de la historia (más que todo en el prólogo), no obstante, los aspectos que mantienen o mantuvieron en el manga se irán realzando a medida que pase el relato. No desesperen por el prólogo, es solamente la introducción, la historia también se enfocará en otras tramas más allá.

Nota: Esta historia también está publicada como un original en Fanfic Es.

(Si la han leído en cualquier otro lado, por favor, avísenme. Ya he sufrido el plagio)

Como este fanfic está también en Fanfic Es, también deberé actualizarla allá (dejé los fanfics en general por un caso de plagio que sufrí).

Espero que la disfruten.

Las parejas serán variadas.

¡Espero que les guste mucho y me compartan sus más sinceras opiniones!

¡A leer!

...

...

Prólogo

Favorita

.

— ¿Lo tenéis? — el susurro de una voz grave, hizo que el joven encapuchado diese un respingo, presa de la más infinita inseguridad.

— Aquí está — respondió él, colocando la pesada caja en una esquina del lúgubre callejón ciego.

La gabardina azul del hombre mayor, sacudió el polvo circundante. Sus enguantadas manos tocaron la superficie rugosa de la caja y sus labios fueron surcados por una sonrisa tan encantadora como siniestra. Se giró hasta el encapuchado y le entregó una pequeña bolsa de terciopelo sostenida por un precario lazo negro.

— El precio por vuestro buen trabajo — comentó, no sin un poco de burla, antes de chasquear los dedos para que la caja desapareciera en medio de una pequeña ventisca.

El muchacho afinó la vista con temor. El hombre lanzó una pequeña carcajada seca que hizo eco en el húmedo ambiente.

— ¿Sorprendido? — miró de reojo —, es mejor tenerme de amigo que de enemigo. Como veréis, no todos pueden hacer lo que acabáis de ver. ¿Verdad? —giró y se acercó en una lenta zancada hacia la otra presencia.

El hombre más joven sintió el denso aire en sus fosas nasales. Aquellos ojos helados invitaban a las más horribles pesadillas por desobediencia. Había conocido infinidades de personas nobles que controlaban elementos de la naturaleza, e incluso había conocido gente que podía congelar corazones con sólo mirar a los ojos… Pero ninguna de esas personas le había causado tanto miedo alguna vez.

Ese hombre era más perverso que cualquier otro demonio con el que hubiese tratado antes.

— Estoy a vuestro servicio — dijo antes de inclinarse sin pensárselo mucho.

Su mirada fija en el sucio suelo, fue lo último que pudo recordar antes de la oscuridad y la agonía de su mente.

Y otra carcajada rompió el silencio del cielo.

.

..

.

El silencio de la noche era implacable y el frío no ayudaba a que aquella temporada a mitad de invierno fuese más cálida. Lejos de todo lo malo que podría ocurrir en el mundo, los habitantes del reino del norte, el lugar más próspero del Imperio del Fuego, tenían unas excelentes y envidiables condiciones de vida. Desde la clase más alta hasta la más baja, se procuraba que todos los nacientes en la Imperio tuvieran la merecida educación y atención, sobre todo si estos nacientes eran del sexo masculino con el fuego recorriendo sus venas. Este gran legado lo habían dejado el antiguo emperador: Fugaku Uchiha y su distinguida emperatriz, Mikoto, cuya nobleza procedía de tierras desconocidas, sin embargo, nadie había puesto demasiado énfasis en ello.

Todo estaba bien. O por lo menos, eso se les hacía creer a muchos.

— ¿A dónde transportareis a mi niña? — preguntó angustiada por enésima vez la mujer mayor de ojos verdes mientras veía como los guardias escoltaban a su chiquilla hacia un lujoso carruaje con el símbolo imperial marcado en una de sus puertas.

— Ella estará perfectamente bien en el palacio imperial, a merced del emperador, mi estimada señora — avisó con fastidio aunque con cortesía uno de los tantos guardianes que habían asistido a esa casa especialmente para buscar a la nueva favorita del emperador, cuyo fatídico nombre era Itachi Uchiha.

Y es que ya a los veinticinco años, después de la muerte extraña de sus padres, el primogénito de la familia imperial Uchiha, cuyo linaje era más antiguo de lo que se podía contar, aún no se había comprometido; y al parecer, no tenía demasiados deseos de hacerlo, aunque ese leve problema lo compensaba hábilmente Sasuke Uchiha, su hermano menor. Éste ya tenía dos años y medio de compromiso con una joven noble del Imperio del Hielo llamada Ino Yamanaka, a causa de que su padre había sido un antiguo guerrero del reino del norte en el Imperio del Fuego, y su madre era una dama de alta alcurnia, miembro distinguido en el Imperio del Hielo. Actualmente se rumoraba un posible pronto casamiento, y de ser así, el trono pasaría automáticamente a manos del hermano menor en conjunto con la unión absoluta de los dos fuertes imperios.

— No es por mostrar objeción hacia las decisiones sabias de su excelencia, pero mi pequeña apenas acaba de cumplir sus dieciséis años — la voz notablemente preocupada de Haruka Haruno, madre soltera, destilaba completo y puro desacuerdo hacia las intenciones mezquinas y perversas del joven gobernante.

Según había oído, Itachi Uchiha poseía alrededor de treinta favoritas y ninguna bajaba de los veinte años ni sobrepasaba los veintiséis. La señora ya de experiencia, tenía una muy mala pasada en su imperio natal con el joven monarca que le había quitado su virginidad solo para procrear hijos varones, pero al ver que había nacido aquella niña con esa extraña melena rosa como las flores del cerezo, la mandó a desaparecer enviándola lo más lejos posible, sin siquiera haberse asegurado del desafortunado futuro de su hija primogénita al ser también hija de una huérfana.

— Mi estimada señora, nos encontramos en el reino supremo, con una familia emperadora de naciones que nos gobierna y nadie se opone a eso — le reiteró tajante mientras se alejaba de aquella casa para encaramarse por detrás del fino carruaje transportador de la belleza más joven que jamás se había visto en aquella ciudad.

Piel nívea, larga melena lacia y rosada con ojos brillantes color jade debajo de aquellas espesas pestañas a juego con su cabello. Sakura era única, y muchos lo sabían. Muchos querían tenerla a pesar de su corta edad. Y el emperador no era la excepción. Después de haberla visto por primera vez mientras daba uno de sus paseos por la extensa ciudad, decidió que aquella chiquilla que llevaba por nombre Sakura Haruno sería la favorita más joven que jamás hubiera tenido.

Que los dioses guarden a mi Sakura de las manos de aquel ser — pensó la alarmada madre con temor pero con cierta esperanza alojada en su corazón.

Cabía la posibilidad de que el emperador se arrepintiera de haber querido como su preferida a una muchachita inmadura tanto mentalmente como físicamente. Si bien, Sakura se había criado en medio del trabajo duro y un panorama cruel para la clase más baja, ella aún quería aferrarse a vivir de sueños imposibles sin la más mínima esperanza de cumplir. Haruka siempre se preguntaba de dónde su hija había obtenido aquella alma pura y optimista que siempre observaba todo en positivo y al más vivo color si siempre se encontró rodeada de mucha crueldad. Pero nadie decía nada. Todos creían que los más pobres vivían como reyes, mas aquello era la blasfemia más grande que el Imperio del Fuego hubiera albergado jamás.

No obstante, ahora solo le preocupaba el futuro que le esperaba a su única y bella hija. Ella no quería que le pasara lo mismo que a ella. No quería tener un nieto ilegítimo. Ella no quería que el destino se ensañase con su pequeña y joven Sakura. Por todos los medios que fuesen necesarios iba a impedir una cosa así. Si era necesario, moriría por su hija.

.

..

.

Para una mujer como Ino Yamanaka, los tiempos que corrían, épocas de guerra, no eran nada beneficiosos. Salir del reino del norte era sumamente difícil gracias a que los rebeldes y sangrientos guerreros del reino del sur, seguían causando, ya desde hace muchos años, estragos en las costas del Imperio del Fuego, alegando sin mucho rumbo su descontento para con el reino del norte y de su forma déspota de gobernar, sin embargo, tales daños beneficiarían mucho a su querida nación natal una vez estuviese casada con el príncipe del imperio. La joven rubia de impresionantes ojos azules, sabía perfectamente que los hermanos Uchiha necesitarían de la influencia del Imperio del Hielo para subsanar los daños causados en su imperio luego de que los dos reinos restantes (el del sur y el del este), intentaran por todos los medios bajar del trono al reino del norte para hacerse con el poder absoluto del imperio entero.

La educada rubia se dio la vuelta y alcanzó a tomar entre sus manos como la porcelana un pequeño espejo de los años treinta que había sido regalo de su madrina. Aquella despampanante castaña de sangre y porte digno del su Imperio, cuya esencia que seguía viva (a pesar de su desaparición física) ya era opacada por las interminables guerras en el Imperio del Hielo y el Imperio del Fuego. Sus padres estaban ahora en sus tierras arreglando algunos asuntos que su noble madre tenía que rendir al presente emperador: Vicenzo II; sabía de sobra que al monarca no le había agradado nunca que una señorita tan importante de su corte se hubiera casado con un feudal del Imperio del Fuego, pero ciertamente, ella misma se sentía muy a gusto con sus orígenes.

A pesar de que todas las orientales que había visto hasta ahora tenían los ojos y el cabello sumamente oscuros, a ella le sentaba muy bien su largo cabello rubio platinado y sus ojos azules eléctricos, los cuales eran una herencia muy bien dada de parte de sus progenitores, sin contar que sus casi incomparables y bellos rasgos característicos de la nación de su prometido, eran perdición ante la mirada de cualquier hombre. Estaba completamente convencida de que aquello era la razón por la cual Sasuke Uchiha había caído rendido ante sus encantos, aunque al principio demostrara todo lo contrario y acusara a la nación del hielo de haberlos traicionado por actuar como intermediarios en la destrucción interna de su imperio.

— Mi señora — mencionó una de sus doncellas en su tono usual. La voz pasible que aquella muchacha poseía, le traía gratos recuerdos de su difunta y querida nodriza. Ella le había enseñado a usar su belleza e intelecto como arma de doble filo, y muy bien que aquellas clases le habían servido.

— Voy en un momento — respondió risueña al recordar a su querido y atractivo prometido de cabellos negros. Estaba al tanto de que él no era un noble común y corriente, pues su familia le había dejado un gran legado territorial, intelectual y de poder, además, era pariente directo del emperador. Por cualquiera de los lados que se viera, el azabache era temible por su gran control sobre el fuego y su aterrador mirar ónix.

Y sólo era de ella. Se relamió los labios y se acarició el talle a lo largo y ancho por sobre su delicado vestido europeo. Pronto sería mujer de Sasuke Uchiha y lo disfrutaría al máximo.

Como que se llamaba Ino.

.

..

.

A pesar de llevar más o menos media hora en esa misma posición, Sakura aún era incapaz de articular palabra para preguntar cuál era la razón de tan inesperada visita de los guardianes del Emperador, no la habían dejado despedirse de su madre siquiera, sin embargo la habían tratado con toda la fragilidad y delicadeza del mundo tal cual como si fuese una señorita de sociedad a pesar de ser una simple plebeya. ¿Cuál era el motivo de tan sutil trato? ¿Por qué su majestad quería verla precisamente a ella? A Una monda y vil campesina de dieciséis años…

A pesar de darle casi quinientas vueltas al asunto, la muchacha de ojos claros aún era incapaz de imaginarse y concluir el motivo de su señor para querer entenderse con ella, ya que no tenía ninguna importancia en la sociedad, solo era una sierva más.

— Os noto muy perdida en vuestros pensamientos — rompió el silencio un hombre con su voz apacible pero fuerte.

El pelirrojo a su lado era consciente de cada mueca que se formaba en el angelical rostro de la niña que había amado desde que, de alguna manera, había aflojado su corazón. Sakura había sido su luz y su sombra, la enfermedad y la cura. Desde pequeño siempre se había autoproclamado como el protector y dueño del corazón de la joven (cosa que ya había logrado) y había asegurado que sería el primer hombre que besara sus apetitosos labios rosados. Pero éste último sueño aún no se le cumplía. Sasori había sido asignado como escolta personal de la nueva favorita de su señor amo y la tendría que acompañar hasta el final de sus días si la situación lo ameritaba. Le dolía en el fondo de su alma que precisamente ella tuviera que entregar su cuerpo al gobernante, pero él solo seguía órdenes. De lo contrario, su familia era la que más sufriría su desobediencia.

— Aún no logro captar y canalizar alguna posible razón para estar sentada en este carruaje — mencionó tan bajo que juraría que cualquiera podía escuchar su confundida y atolondrada voz interna. Levantó su hermosa mirada jade y la posó sobre los ojos miel de su caballero andante.

Éste mismo suspiró y cerró los ojos en señal de frustración. Tomó una de las pequeñas manos de la chica y la encerró como un tesoro entre las suyas para luego llevársela a la boca y depositar un casto beso en el dorso de su blanca mano. Éste acto hizo sonrojar tenuemente a Sakura que no se acostumbraba a los galanteos que le hacía Sasori, que en realidad eran muy pocos, todo por respeto y porque su naturaleza solía ser estoica, pero en aquellas situaciones parecía destensarse y eso era lo que más le gustaba del joven.

Con sólo una dulce mirada miel de aquel pelirrojo, su inocente corazón quinceañero había quedado atrapado entre sus manos, no podía vivir sin verlo aunque fuese de lo lejos, no fue hasta que una bella tarde él se había propuesto a acercársele y declarársele con toda la cantidad de palabras bonitas que se podían dedicar a una musa, el corazón de Sakura había dado un vuelco tremendo y lo había mirado con infinita ternura y adoración. Lo conocía desde los siete años y jamás lo había creído capaz de pronunciar tales palabras. Fue a partir de ese momento, que la inexperta quinceañera se había enamorado irreparablemente del joven caballero de diecisiete años en aquel entonces. Seguramente el amor más puro que nunca jamás se hubiera visto por esos lares. Inocente y fuerte, así catalogaba el pelirrojo al amor que sentía hacia la única mujer que lo había enamorado con aquella aura de paz, aun contra todo pronóstico.

— Quisiera poder expresar mis temores, pero temo que no soy yo el más indicado para dialogaros sobre vuestro futuro en el palacio — le murmuró con furia contenida, pero no furia hacia ella, sino furia hacia su emperador. ¿Cómo podría haberla escogido precisamente a ella? A su Sakura. Aquella niña virgen y cándida que no conocía nada de la vida.

— Ya lo he aclarado todo, seré una más de sus favoritas — aseguró con semblante triste pero con tono de reproche y molestia, su voz y su expresión contrastaban a la perfección, aun así, para Sasori, aquella imagen de diferencia era una clara prueba de las armoniosas expresiones faciales de la muchacha de ojos jade, aunque hubiese preferido ver ese rostro en otras circunstancias.

Tal vez en unos cuatrocientos años más; se dijo con impotencia. Para Sakura, todo había encajado brutalmente. El carruaje real en su búsqueda, casi diez soldados, un escolta dentro del carruaje… Sí, definitivamente si era lo que había estado pensando y posteriormente dicho.

Sasori la miró de soslayo y cerró nuevamente los ojos, su amada no se merecía aquello, no se merecía que el primer hombre en su vida fuese ese maldito. Él mismo había mantenido la esperanza de pedirle matrimonio cuando cumpliera la edad necesaria, ahora con todo el asunto de la favorita las cosas se le ponían más difíciles de lo que ya eran por naturaleza. Su mano viajó del asiento hasta el blanco mentón de la joven con hebras exóticas, lo que causó que ella volteara su mirar hacia él tenuemente sonrojada. Sasori se dijo una vez más que Sakura era la joven más bella del mundo, tan parecida al arte que siempre se había preocupado por inmortalizar. Le sonrió con sutileza, trayendo a relucir la dulzura muy rara en él, pero al recordar a su amo, su ceño se frunció y sus labios se arrugaron.

Conocía a Sakura desde que era una niña, y prácticamente había crecido a su lado, cuidándola de cualquier cosa aun si se decía que la vida de ella no era su problema… pero no había podido evitarlo, había caído después de un largo tiempo de letargo.

— No quiero que él os toque — le confesó ya con el rostro sonrojado de la chica entre sus dos manos —. Iba a pediros en matrimonio cuando fuese requerido y vos cumplieseis vuestra mayoría de edad — concluyó con sus pupilas viajando de los ojos hasta los labios sonrosados.

— Besadme — pidió la chica para el desconcierto del pelirrojo, el cual ya se encontraba a centímetros de su rostro.

— Nunca me ha dejado besaros — susurró causando que su aliento hiciera erizar a Sakura para luego apoyar su frente en la de ella.

— Ahora os lo pido, cabe la posibilidad de que este sea el primer y último beso que reciba de vos — respondió con los ojos cerrados y notablemente contrariada cuando su corazón empezó a latir frenéticamente a causa de la cercanía del hombre de sus sueños.

— Shh… ni que lo diga — la silenció cuando ya su voz había perdido fuerza. Sasori rozó su nariz con la de ella y luego selló sus labios rosados.

Sakura dio un respingo al sentir aquel contacto, nunca había sido besada, y no era para menos, las señoritas no se besaban con cualquiera. Ella no era una joven de sociedad, pero su madre la había criado con tanta devoción y cariño que se preocupó en inculcarle buenos valores a su única hija. Se inquietó aún más cuando el pelirrojo tomó su labio inferior entre los suyos y colocó una mano en su nuca para profundizar, el hasta ahora, inocente beso. Inconscientemente, colocó sus dos delicadas manos en el pecho del chico y luego las subió lentamente hasta llegar a su cuello, rodeándolo así con sus extremidades.

Sasori originó que Sakura abriera aún más sus labios para poder introducir su lengua y saborear todo a su paso. Ante esto, la de ojos jade lanzó un suave gemido que murió en la boca de su compañero, el de ojos miel pasó el brazo por detrás de su cintura y la apegó aún más a él.

Sasori jamás había besado a alguien con tanto sentimiento. Si bien, había tenido algunas acompañantes ninguna se comparaba a su querida Sakura. Lo que sentían a ahora era imposible de describir en pocas palabras, es más, Sakura estaba segura de que no había letras que pudieran formar una palabra coherente para expresar lo que sentía en ese instante. Ella quería imaginarse una vida junto a Sasori, tener hijos, un hogar, ser felices…

Pero cada minuto que transcurría era un paso más a su calvario. Sus sueños se romperían de un momento a otro, el amor que sentían mutuamente era tan fuerte como frágil. Se amaban con integridad y fervor, sí; pero ella ahora sería única y exclusivamente de la propiedad de su emperador y pronto amo, sería una más de ellas. Aquello era la más explícita muestra de fragilidad, ella nunca podría ser del hombre al cual amaba. Tal vez Sasori la dejara de adorar algún día, y en ese mismo instante, ella moriría de puro dolor y tristeza. Se separaron con la respiración entrecortada y se limitaron a mirarse directamente a los ojos.

— No lloréis — estando aún cerca de sus labios, le masculló con voz apaciguada al escuchar los menudos sollozos de Sakura.

— No quiero ser de él, no quiero — murmuró con asco entremezclado con autocompasión. Sasori la estrechó fuertemente entre sus fuertes brazos para que, por al menos un momento, se sintiera segura.

— Yo seré vuestro escolta y os protegeré. Haré todo lo que esté a mi alcance para sacaros de allí hasta que pueda pedir vuestra mano — le aseguró ferviente.

Aquellas palabras le dieron un poco de esperanza a la muchacha de hebras rosadas, esperaría por Sasori hasta la muerte si fuese preciso, porque ella era de él. Podrían comprar su cuerpo, ultrajarlo y hasta marcarlo; pero jamás alguien que no fuera Sasori llegaría a su alma y corazón, nadie llegaría allí, ese lugar tenía su nombre grabado con fuego, dejando una cicatriz de sentimientos que eran imposibles de expresar y describir a simple vista.

Su alma y su amor ya eran de Sasori. Su cuerpo y su inocencia serían de Itachi.

Con todo el pesar del mundo.

...

¿Opiniones? ¿Hay algún lector del 2011 por allí? Jojo.

¡Saludos! :33