Capítulo XXVI: La ruleta del destino

Las sirenas pregonaban la emergencia a bordo del Queen Mary II, los pasajeros clamaban por ayuda, niños lloraban, el barco se inclinaba lentamente hacia el lado de estribor, pero nada de eso quedaba registrado en la mente de Harry Potter, porque ninguna calamidad podía rivalizar con la que acababa de caer sobre él. Los ojos inertes de Ginny Weasley reflejaban el rostro demacrado de Harry, contemplando el horror de la situación. Harry sentía que algo dentro de él se corrompía y moría, dejando un agujero en su pecho, un vacío que, en esos momentos de confusión e irracionalidad, no creía que podía volver a ser llenado, tal era la importancia que le daba a la pelirroja, tal era lo que significaba ella para él. Harry la tomó y la movió suavemente, como si tratara de despertar a alguien que estuviese profundamente dormido.

-Ginny, Ginny… por favor… despierta.

Ni su mente ni su corazón querían aceptar que la mujer tendida sobre la cubierta de un Queen Mary II que amenazaba con hundirse había abandonado la vida. Aquello sería un impacto demasiado calamitoso como para soportarlo solo pero, por más que llamara a su novia por su nombre y la moviese, ella no reaccionaba.

-¡Ginny! ¡Ginny! ¡GINNY!

No había respuesta alguna.

Harry quería aferrarse a la idea que todo lo que estaba ocurriendo formaba parte de una nefasta pesadilla, pero el aire marino de la noche se sentía muy real y los gritos de los pasajeros no parecían pertenecer a un sueño. La cubierta se estaba ladeando peligrosamente y hombres, mujeres y niños dejaron de prestar atención al cuerpo ensangrentado en el piso y corrieron desahuciadamente hacia los botes salvavidas. Y, mientras tanto, Harry comenzó a darse cuenta que no importaba qué clase de cuento se contaría a sí mismo para explicar el estado de Ginny, que la única conclusión a la que podía llegar era que su novia estaba en verdad muerta. Y cuando lo comprendió, una tristeza abrumadora hizo que Harry exclamara al aire con gritos roncos, golpeando el suelo con sus puños, haciéndose daño, lágrimas caían sobre el pecho inerte de Ginny, llantos sobreponiéndose a los gritos de pánico de los pasajeros.

Otro coro de lágrimas se hizo presente y Harry sintió unos cálidos brazos envolverlo. De forma inconsciente, Harry supo que era Hermione quien lo estaba abrazando y también se dio cuenta que su tormento era apaciguado lentamente, aunque nunca del todo. El impacto de lo sucedido seguía fresco en la mente de Harry y un abrazo, por muy cálido y consolador que fuese, no iba a hacerle olvidar que Ginny había partido del mundo terrenal antes de tiempo.

Las sirenas dejaron de aullar en la noche. Los pasajeros pudieron notarlo y la cubierta del Queen Mary II se llenó de rostros confusos. A continuación, la voz del capitán crepitó en los altavoces a lo largo y ancho del barco, de modo que todos y cada uno de los pasajeros escucharan lo que tenía que decir la máxima autoridad a bordo.

-Señores pasajeros. Les habla el capitán. Todo está bajo control. La inundación en la bodega de carga ha sido contenida. Afortunadamente, el agua no rebasó los mamparos en el sector, pese a que el barco sufrió una ligera inclinación por el lado de estribor, lo que significa que este navío no se hundirá. En estos momentos, nuestro personal trabaja sin descanso para evacuar el agua en la bodega de carga y reparar el boquete en la quilla. Como medida adicional de seguridad, el barco regresará al puerto de Valparaíso para el desembarco de los pasajeros y después se dirigirá hacia el sur, donde existen instalaciones capaces de reparar completamente el daño sufrido por esta embarcación. Los pasajeros podrán solicitar el reembolso del dinero invertido en este viaje y diversos medios de transporte serán puestos a disposición de los pasajeros para que puedan volver a sus naciones de origen, sin costo alguno para los afectados. Una investigación acerca de lo ocurrido ya está en marcha y, si uno o más de los pasajeros tiene información relacionada con este percance, no dude en hacérnoslo saber. Se agradece su cooperación. Buenas noches.

Hubo muchos suspiros de alivio a lo largo y ancho de la vastedad del Queen Mary II, tanto por el hecho que el barco no se iba a hundir después de todo como por el profesionalismo y responsabilidad de los funcionarios a bordo y de los organizadores del viaje.

-Al menos podremos volver gratis a nuestras tierras –decía uno de los pasajeros, quien sostenía una copa de merlot con una mano temblorosa.

Pero semejante alivio no significaba nada ni para Harry ni para Hermione, porque la muerte de Ginny era peor que el potencial naufragio del barco en el que viajaban los tres. Harry, después de diez minutos que le parecieron diez horas, se irguió y tomó el cuerpo sin vida de su novia con sus brazos y, acompañado de Hermione, se dirigió a su habitación para velarla y recordar, como siempre ocurría en esas situaciones, los momentos felices que pasó con ella.


Los recuerdos parecían burlarse de Harry.

Hermione había limpiado el cuerpo de Ginny y el cuchillo asesino yacía encima del velador, envuelto en una bolsa plástica para preservar las huellas digitales de Draco Malfoy. Harry cerró los ojos de su fallecida novia; ahora parecía tener un sueño eterno, un sueño del que no iba a despertar. Las inevitables preguntas aparecieron en la mente del ex Auror como nubes de tormenta. ¿Por qué se interpuso entre él y el cuchillo? ¿Por qué Draco tenía que ser tan malvado, tan falto de escrúpulos? A veces pensaba que haberse encontrado de nuevo con Ginny selló el destino de la pelirroja, y podía ser verdad; a lo mejor si él se hubiese mantenido al margen, como la mujer a su lado le aconsejó una vez, todo ese drama pudo haberse evitado. Harry no creía en el destino, pues pensaba que éste podía ser alterado por sus decisiones. Pero jamás entendió que el destino podía ser cambiado por decisiones ajenas a la suya y, en esos momentos de angustia y dolor, Harry comprendió que el destino no era otra cosa que un juego de tira y afloja en el cual la voluntad más fuerte era impuesta y las otras debían adaptarse o perecer. No era más que una forma de selección natural surrealista. Supo también que habría tenido pocas opciones para evitar lo que ocurrió hace media hora atrás, porque era la voluntad de Draco asesinar a Ginny y la decisión de ella era proteger a su amado con su vida si era necesario. Aquello hizo que su impotencia fuese mayor y, por primera vez en su vida, entendió a las personas que creían en el destino.

Hermione no decía nada. Ni lágrimas derramaba a causa del deceso de su mejor amiga. Parecía estar tratando de aceptar que ya no iba a poder contar con ella para ninguna cosa ni volvería a verla o a salir con ella. También estaba perdida en el océano de recuerdos memorables en los que Ginny tenía participación, entre ellos, la inolvidable experiencia que vivió con ella y con Harry en la misma cama en la que ahora yacía sin vida la pelirroja. Los años en el colegio, la correspondencia que ambas amigas mantuvieron por más de cinco años, todas las anécdotas vividas a bordo del Queen Mary II…

Harry sintió que sus lágrimas no bastaban para apaciguar el dolor de su pérdida. Su cabeza ardió en llamas. Se puso de pie violentamente y comenzó a arrojar cosas, patear los muebles, desgarrar su propia ropa… Actuaba como un demente, enloquecido por algo que no debió haber ocurrido, cegado por una rabia que no le dejaba pensar ni calmarse. El rostro de Draco Malfoy aparecía constantemente delante de él y Harry, embrutecido por su propia angustia, deseaba hacer pedazos al responsable de su sufrimiento, matarlo y desmembrarlo en jirones, dejarlo irreconocible en alguna calle desierta de Londres. No le importaba ir a Azkaban por eso; era un precio razonable por ver a ese rubio de mierda en trozos ensangrentados para que ni sus padres ni sus amigos ni nadie pudiesen reconocerlo. Hermione observaba con tristeza el arrebato de su mejor amigo y se vio en la necesidad de calmarlo.

-Harry. ¡Harry! Con eso no volverás a la vida a Ginny.

Quien demolía la habitación no pareció escuchar a Hermione.

La castaña se puso de pie y agarró a Harry por la cintura con todas sus fuerzas, pero su amigo era como un toro rampante y, en un desafortunado movimiento, Harry golpeó con el codo a Hermione justo en la nariz y la arrojó al suelo. Un hilo de sangre corrió por el rostro de la castaña, quien se quedó inmóvil. La escena pareció congelarse. Harry dejó de destruir la habitación y miró a su amiga con sangre en su cara, y supo que él la había golpeado. Por un momento, el ex Auror se vio movido hacia la compasión, pero al ver el cuerpo de Ginny sobre la cama, las nubes volvieron a nublar su razón y todo juicio objetivo fue erradicado en un parpadeo.

-Me… me golpeaste Harry.

-¿Y?

Hermione se puso de pie.

-Estaba tratando de ayudarte y… y me golpeaste.

Harry no cambió de postura.

-Por favor, Harry, si hay algo de razón en tu conciencia, comprende que soy tu mejor amiga y que nunca querré hacerte daño.

-¡No me importa! ¡Ginny está muerta! ¡No quiero tener amigos! ¡Ni menos tú!

Hermione derramó las primeras lágrimas en lo que llevaba en la habitación de Harry. Aunque él se estaba comportando como un auténtico imbécil, la castaña también sabía que era la furia quien estaba hablando y actuando por su mejor amigo.

-Sabes Harry… algún día vas a darte cuenta que me necesitas, y cuando lo hagas, espero que no me recibas con un bate en tus manos, porque si así es, entonces ya no sabrás más de mí por el resto de tu vida.

Dichas esas palabras, Hermione salió de la habitación de Harry, para ver si podía hallar una salida a ese horrible dilema. Mientras tanto, el dueño del dormitorio se sentó sobre la cama en la que descansaba el cuerpo de Ginny, tratando de respirar hondo. En ese momento, no estaba arrepentido de haber sido tan hiriente con su mejor amiga pues la rabia todavía no estaba apaciguada del todo y las personas cuando están enojadas pierden toda objetividad y no saben reconocer cuando están equivocadas o actúan mal.

Y, mientras Harry seguía sentado sobre su cama, tratando de calmarse, Hermione lloraba desconsoladamente, boca abajo, sus lágrimas manchando las sábanas de su cama.


Pasaron dos semanas desde que el Queen Mary II atracó en el puerto de Liverpool y Harry llevaba un maletín de aspecto pesado en su camino hacia la Oficina de Aurors del Ministerio de la Magia en Londres. Ostentaba un rostro serio, el cual todavía mostraba las marcas de la muerte de su novia y muchos magos y brujas lo observaban, juzgando que el Ministro de la Magia había pasado por una guerra para lucir con ese aspecto. Las miradas lo acompañaron hasta el segundo piso pero Harry estaba acostumbrado a que gente lo devorara con los ojos. Salió del elevador con un profundo aire de indiferencia y dirigió sus pasos hacia el lugar en el que trabajó hasta hace dos meses atrás, después de los cuales su vida sufrió demasiados giros como para que volviese a ser el mismo Harry de antes. Desde que Ginny falleció, nada era lo mismo. Y algo relacionado con aquel triste acontecimiento movía al Ministro a su anterior oficina.

-¡Señor Potter! ¡No sabe cuánto me alegro de verlo! Supe lo de la muerte de su prometida y del percance que sufrió en su viaje de regreso…

-Marcus… Tiberius… Abercrombie… -dijo Harry con una voz carente de expresión-. Es gracioso que estés contento de verme. Pensé que tus amigos del piso de arriba no estarían para nada alegres por mi retorno.

-¿A qué… se refiere, señor Ministro?

Harry mostró una sonrisa sarcástica.

-En unos cuantos días lo entenderás.

Harry no dijo nada más e ignoró a Marcus, quien compuso un rostro de cortés desconcierto tras las palabras del Ministro de la Magia. Harry entró al cubículo principal de la Oficina de Aurors, donde fue recibido por un hombre de aspecto taciturno y con evidentes señales de haber pasado la noche en vela.

-Oficial Haargreaves –saludó Harry como si el aludido fuese un adolescente simpático pero un poco ingenuo-. Tengo algo que podría serle de interés al jefe.

El hombre detrás del mostrador no pareció sentirse demasiado divertido con la manera en la que se expresó de él el Ministro, pero afortunadamente no hizo explícitas sus molestias.

-¿Algo como qué?

-Digamos… corrupción en las altas esferas del Ministerio.

El oficial Haargreaves, de ser víctima del trasnoche en una oficina gubernamental pasó a ser un perrito hambriento de información escandalosa. Los demás funcionarios en la Oficina de Aurors bromeaban a menudo con él, aduciendo que podía ser tan adicto a los chismes como la legendaria Pansy Parkinson, una conocida conductora de un programa de farándula.

-¿Qué clase de corrupción?

-Oh, en este maletín está todo lo que su jefe necesita para aumentar un poco más la población carcelaria de Azkaban.

Dicho esto, Harry depositó el maletín sobre el mostrador y, sin mediar palabra alguna, el Ministro se retiró, dejando al oficial Haargreaves completamente aturdido. Harry pasó junto Marcus Abercrombie en completo mutismo y descendió hasta el nivel del Atrio, donde tomó una de las tantas chimeneas para salir del Ministerio de la Magia. Su trabajo estaba hecho ya. Otras serían las personas que tomarían las riendas de la subsecuente investigación que acabaría con la espectacular detención de Draco Malfoy y varios funcionarios de alto nivel del Ministerio.


Dos años pasaron desde que Harry Potter llegara con un maletín incendiario a la Oficina de Aurors y él estaba sentado en su casa, dos botellas vacías de coñac sobre la mesa y una mano trémula sostenía un vaso trémulo, a medio vaciar. Apenas podía recordar su vida pasada, una vida que parecía pertenecerle a otra persona, no a él, no a Harry. El ex Ministro no estaba tan borracho como para olvidar los hechos que transcurrieron en esos cortos dos años. ¡Cómo pasaba el tiempo! Recordaba la captura de ese rubio estúpido y de unos cuantos asesores de alto nivel, una persecución a lo largo de trece países, esfumándose a plena vista de los Aurors. Pero una audaz operación concebida por el Jefe del Departamento de Seguridad Mágica y con colaboración de agencias de espionaje británicas, los fugitivos fueron capturados y juzgados en el Wizengamot, donde gracias a la montaña de documentos dejados por Harry en la Oficina de Aurors, los jueces mostraron poca clemencia en contra de los acusados y fueron sentenciados a veinte años de presidio en Azkaban sin derecho a libertad condicional, además de una indemnización por daño moral y psicológico a los padres y hermanos de Ginny Weasley por causa de su muerte. Dos millones de Galeones fueron depositados a nombre del señor Weasley, quien fue exonerado de todos los cargos que se le impugnaban y ahora era un hombre libre. Pero poco consuelo trajo estas medidas a la familia Weasley, quien debía enterrar a uno más de la familia. Harry estuvo presente en el funeral de Ginny y dejó una corona de jazmines sobre su tumba, prometiéndole que volvería a ser feliz.

Promesa que todavía no se cumplía.

Después que Draco y sus cómplices comenzaron su periodo tras las rejas, Harry renunció a su cargo de Ministro de la Magia manifestando como causa la falsedad y malicia en su nombramiento y propuso a otra persona en su reemplazo, y volvió a ocupar el cargo que tenía antes de ocurriera toda esa debacle. Pero el calvario todavía no terminaba.

Harry intentó todo para borrar el recuerdo de Ginny de su memoria para que no volviera a causarle más daño, pero era como tratar de limpiar una mancha de petróleo con detergente casero. Sentía que ya había pasado por lo mismo, cuando se separó de la hermosa pelirroja y se ocupó de salir con muchas mujeres para no tener que recordar a su, por entonces, ex novia. En ese momento, la magia del sexo cumplía su función de una forma excelente… ahora no era lo mismo, nunca lo sería.

Harry, en esos dos años, pasó por las camas de varias chicas, buenas experiencias pero que no hicieron otra cosa que admitir lo mucho que extrañaba a Ginny. A veces podía verla a ella en lugar de la mujer con la cual se acostaba y, aunque ellas no se daban cuenta, Harry fue entendiendo que la pelirroja fue la mejor amante que jamás tuvo porque era Ginny la que comprendía y satisfacía mejor los deseos de Harry, era ella con quien él podía sentirse más conectado y en sintonía con sus propias emociones y, por sobre todas las cosas, fue ella quien le enseñó a hacer el amor. Cuando Harry estaba a solas en su cama o sentado en la sala de estar de su casa, evocaba la forma en que Ginny se movía encima o debajo de él, su transpiración mezclarse con la de él, sus gemidos, sus dulces y sensuales gemidos, el roce de su cabello de fuego con su piel, la mirada de la pelirroja cada vez que experimentaban el delirio…

A Harry le daban ganas de patear cosas cada vez que veía el rostro sin vida de Ginny sobre la cubierta del Queen Mary II, pero lograba contenerse y, para asegurarse que el instinto no le ganara la batalla, lo apaleaba con una botella o dos de licor. Nunca en su vida había tomado tanto alcohol y, nunca en su vida había experimentado la ebriedad, aunque poco o nada recordaba de sus solitarias borracheras y la única muestra de lo bajo a lo que estaba llegando era la recurrente mancha apestosa sobre la alfombra. Cuántas veces tuvo Harry que limpiar los restos de la cena o del almuerzo…

Regresando al presente, Harry iba a finalizar el vaso de coñac y sacar otra botella para apagar su conciencia una vez más, porque Ginny había vuelto a aparecer en sus sueños y Harry había vuelto a ver su almohada mojada con sus propias lágrimas. No tenía idea que su vida estaba a punto de protagonizar otro giro radical. Unos golpes a la puerta escuchó el dueño de casa como si éstos provinieran del fondo de una piscina. Tambaleándose un poco, Harry acudió a la entrada a su casa, abrió la puerta y…

Hermione esperaba en el umbral, con una expresión preocupada ensombreciendo su semblante y abrazó a Harry con cuidado para que su amigo no cayera al suelo y la arrastrara a ella también. La castaña respiró aliviada que Harry no la estuviese esperando con un bate de béisbol en sus manos, pero encontrar ebrio a su mejor amigo no estaba en sus planes. Aunque, si Hermione lo pensaba bien, aquello podría ser una ventaja para lo que se proponía hacer. Lo que trajo a la castaña a la casa del Auror fue fruto de un doloroso debate personal entre sus conflictivos sentimientos que también le causaron unas cuantas noches de alcohol y sexo sin compromiso. Pero, a diferencia de Harry, Hermione supo aislar la causa de su problema y supo que la única forma de espantar a los demonios en su corazón era confrontando de forma directa a sus sentimientos. Pero debía esperar a que Harry se recuperara de su borrachera para hacer lo que se propuso hacer, algo que debió haber hecho hace mucho tiempo, cuando Harry estaba solo y necesitaba de sus amigos para superar su ruptura con Ginny, eso hace seis años ya.

-¿Quieres descansar?

Harry asintió sin entender qué estaba aceptando. Lucía completamente ido. Hermione, como ninguna otra persona, lo comprendía perfectamente. Ella también tuvo que recurrir al alcohol para divorciarse de aquel debate sentimental que ocurría dentro de su cabeza y, gracias a ello, aceptó cosas que debió haber rechazado y ahora cargaba con un gran fardo de malas experiencias sexuales con tipos que apenas tenían puntería para… eso. En parte, era por aquellas desastrosas noches de placer que deseaba ver a Harry y encontrar siquiera un consuelo. Hermione, pensando que podría deshacerse de sus demonios personales al día siguiente, guió a su amigo hacia su habitación y lo recostó sobre las suaves sábanas de seda y, por último, ella se tendió a su lado, tomándole su mano izquierda y entrelazando dedos.

El Auror no recordaba haber bebido dos botellas de coñac, apenas tenía una vaga visión de la persona que entró a su casa, quien le hizo una proposición incomprensible y ahora estaba en su cama, acompañado de quien sabe quién. Alguien tenía tomada su mano. Harry rodó sobre su cama y un mareo tremebundo hizo que su cabeza diese vueltas. Seguramente la mujer que yacía a su lado debía de ser una ilusión creada por su resaca.

-¿Hermione?

La castaña estaba sonriendo.

-¿Tuvimos… sexo?

Hermione negó con la cabeza. Harry sonaba aliviado.

-Tengo una regla que nunca quiebro: jamás me acuesto con chicas estando borracho –dijo Harry, gruñendo a causa del dolor en su cabeza y sentándose sobre la cama, mirando a su amiga con curiosidad-. No me estás mintiendo, ¿verdad?

La castaña negó con la cabeza y alzó la palma de su mano como si estuviese pronunciando un juramento.

-Oh, está bien. Te creo. ¿A qué viniste?

Hermione no dijo nada. Parecía ser que deseaba decir palabras muy grandes para su garganta y se quedaban atascadas. Era comprensible, porque no era fácil confesar lo que realmente sentía por su mejor amigo, viendo que todavía no podía recuperarse de la tragedia que lo enlutó hace dos años atrás. Ella estuvo bastante tiempo tratando de decidir si era correcto abrir su corazón a Harry, sabiendo que él pasaba por un estado emocional muy vulnerable, pero no hallaba otra solución a su drama. Era difícil de creer que era amor lo que estaba sintiendo, o siquiera una mera atracción, pero los sentimientos que Hermione albergaba en su interior no tenían lógica alguna si negaba que Harry era más que un amigo para ella. Hasta en el amor más apasionado hay algo de lógica se decía la castaña, claro que había una distancia muy larga entre lo que sentía ella hasta la pasión.

-Vine a hacer una confesión –dijo ella, bajando la cabeza. Hermione no podía evitar sentirse avergonzada de lo que estaba a punto de hacer, pero no tenía elección. Era eso, o volver a la estrategia del cazador, lo cual no daba una buena imagen de ella y, por extensión, de ninguna mujer. La castaña no deseaba que alguien la tratara de ramera o de algún sinónimo poco glamoroso, y para eso, debía tragar saliva y atreverse a abrir su corazón al único hombre que conocía que valoraría lo que deseaba entregar.

-Bueno, te escucho –dijo Harry, tratando de hacer caso omiso de la resaca y de su desmejorado aspecto. Hermione suspiró hondo y se preparó para decir las palabras más difíciles de su vida.

-Harry. Sabes que hemos sido amigos desde el primer año del colegio, que estuviste conmigo en las buenas y en las malas y que pasamos por muchas situaciones, tanto buenas como malas. –Hermione se detuvo, juzgando que estaba dando muchos rodeos. Decidió ir al grano, aunque sonara poco elegante-. El punto es que… pasamos tantas cosas juntos que… que… que no pude evitar ver varias cualidades de tu persona que no vi antes y… -Hermione bajó involuntariamente la voz, con la esperanza que Harry no pudiese escuchar bien las palabras que venían a continuación-… y esas cualidades me gustaron mucho. Te observaba mientras salías con Ginny y supe que hay muchas cosas en ti que me gustan mucho y que, por más que busco, no encuentro en nadie más. –Hermione alzó la voz nuevamente, ganando confianza-. Sé que todavía estás afectado por lo que le ocurrió a Ginny, sé que la amabas mucho y que no hallarás otra igual pero, sólo quiero que me des una oportunidad para demostrarte que puedo hacerte feliz. No soy Ginny, pero soy Hermione, tu mejor amiga, y te darás cuenta que eso cuenta para que te des una chance de comenzar otra vez, porque te conozco mejor que nadie y sé cuáles son tus sueños, tus metas, tus deseos. Yo no quiero reemplazar a Ginny, sé que jamás podré hacerlo, pero sí puedo hacerte feliz, de la forma que quieras. Aquellas noches que pasamos juntos, aquella aventura con Ginny, todas esas cosas me abrieron los ojos para entender que tú me gustas mucho Harry, y créeme cuanto te digo que no te voy a abandonar… no puedo hacerlo, y no quiero hacerlo. –Hermione tomó las manos de Harry y lo miró intensamente a sus ojos verdes-. Por favor Harry. Dame la oportunidad de sacarte de ese pozo negro en el que has caído. Si no estoy a la altura de tus expectativas, puedes dejarme y buscar a otra… te lo prometo.

La mirada en los ojos del color de la miel de Hermione era implorante pero expectante al mismo. Harry estaba atónito: ¿Hermione, confesando sus sentimientos? Era simplemente inaudito. Una mujer tan inteligente y dependiente del raciocinio como Hermione Granger no era capaz de abrir su corazón a nadie. Siempre dejaba que las cosas pasaran como debían pasar y esperaba a que el pretendiente se abriera a ella, no al revés. Había que jugar muy bien el juego de la atracción para que la castaña se abriera por su cuenta, a menos que el alcohol anulara sus defensas, como había ocurrido hace dos meses atrás, cuando Harry vio a su mejor amiga con una botella de ron en su mano, riéndose como una tonta y dejando que el hombre que la acompañaba la tocara a destajo. Harry no hizo nada esa vez porque él debía ir a su trabajo a completar un informe acerca de una red de narcotráfico desbaratada por él y un equipo de siete Aurors. El punto era que Hermione era como una caja fuerte a la que había que adivinarle la clave para abrirla.

-Estoy sorprendido –dijo Harry al fin, mirando a su amiga observarlo con cierta obsesión-. Nunca creí que tú, de entre todas las personas, pudiera decirme esas cosas. Sé que no te abres con facilidad pero, si lo hiciste conmigo, tienes que tener un motivo muy fuerte. Y, creo que sé cuál es esa razón.

-¿Lo sabes?

-A la perfección. Tu desesperación por tenerme es genuina, de eso no hay duda.

Hermione sonrió. La mitad del trabajo estaba hecho. No obstante, no contó con las palabras que Harry le diría a continuación.

-Pero, creo que deberé ponerte a prueba primero.

-¿Qué? ¡Te abrí mi corazón! ¿Qué más quieres?

Harry abandonó la cama, abrió el cajón del velador y extrajo dos objetos del tamaño de una tarjeta de crédito. Hermione no podía ver con claridad de qué se trataba.

-Aún faltan dos semanas para que se acabe el plazo.

-¿El plazo de qué?


El salón de baile era un lugar espacioso y luminoso, candelabros lujosos relucían por doquier y las mesas repletas de bocadillos ligeros bordeaban la extensa pista, donde medio centenar de parejas danzaban al ligero y pausado compás del vals. Una pequeña orquesta tocaba sus instrumentos junto a la pared opuesta a la entrada y existía un aire jovial en el ambiente. Era un lugar sosegado, no como el salón de eventos en el cual Harry ganó un concurso de baile junto con la mujer que tenía al frente, ataviada en un vestido blanco bordado en oro y con un ligero escote triangular. Hermione tenía el cabello decorado con amplias ondas y dos delgados mechones caían sobre su rostro suave como la seda. Ambos sonreían. Los movimientos que hacían los dos llevaban a uno cada vez más cerca del otro, como si un objeto celeste fuese atraído por la fuerza de gravedad de un planeta más grande. Harry recordó haber escuchado una charla que hablaba de las similitudes que existían entre el amor y la gravitación universal y ahora, junto a Hermione, supo que el expositor no estaba tan lejos de la verdad.

-¿Te parece si salimos?

Hermione tomó a Harry del brazo y abrieron las puertas dobles del salón de baile y el sol del atardecer arreció sobre sus caras como agua bendita. La brisa marina era refrescante y el océano que se extendía ad infinitum refulgía a causa del sol vespertino, haciendo pensar que piedras preciosas danzaban en la superficie con hermosa letanía.

-De algo sirvieron los pases gratis para el Queen Mary II –dijo Hermione, abrazando a Harry por la cintura-. Un poco más y habríamos tenido que decir adiós al crucero.

-¿Quieres decir que te sientes afortunada?

-De algún modo, sí, creo que podría decir eso.

Harry y Hermione se quedaron observando el atardecer por unos cuantos minutos más, hasta que la castaña giró la cabeza para encontrarse con los ojos verdes de su mejor amigo. Harry hizo lo mismo y, cuando se conectó con la miel de los ojos de Hermione, supo que el momento había llegado para decir adiós a Ginny, que la felicidad podía estar a la vuelta de la esquina y que, mientras se acercaba lentamente a la mujer que estaba a su lado, sin que su voluntad consciente pudiese evitarlo, entendió que la segunda oportunidad que estaba esperando había llegado al fin.

Y, mientras Harry sentía unos labios ajenos rozar los suyos, supo que no iba a necesitar otra oportunidad para ser feliz.


Nota del Autor: Bueno, después de muchos contratiempos y periodos de espera, pude terminar esta historia. Reconozco que estuve tentado en cancelarla para comenzar con mis últimas dos historias en esta página, pero mi voluntad pudo más que mis tentaciones y, en fin, qué más puedo decir, aparte de agradecer a los lectores por haberle dedicado tiempo a esta humilde obra de ficción. Y, como dije, voy a subir dos historias más y diré adiós a esta página. Es una lástima que deba abandonar el sitio, pero mi trabajo no me permite tener todo el tiempo que desearía.

Un saludo a todos mis lectores… Gilrasir.