¡Hola!
Esta vez sí que ha pasado mucho tiempo.
Tenía el capítulo listo para subirlo y se me borró el archivo. Fue una odisea volver a pasarlo.
En fin, espero que les guste, la historia va cobrando sabor de a poco.
Saludos, una cereza primaveral y un abrazo de Draco,
Suun.
Capítulo 8: Espinas de puercoespín
Volver había sido sencillo. Bueno, no del todo. Su concepto de sencillez debía de haberse alterado con la herida. El punto era que ya se encontraba en su dormitorio, rodeada de escarlata y dorado, lejos de cualquier tipo de contacto humano. Particularmente, cualquier tipo de contacto con slytherins rubios de sangre pura. Concretamente, Draco Malfoy.
Y era que no había podido dejar de darle vueltas al asunto. No era capaz de sacárselo de la cabeza y el eco susurrante de la voz del chico parecía haberse colado entre sus huesos. "Lo sé", había dicho. Tenía bien en claro que él se había referido a la pregunta que ella misma había formulado. Sí, notaba que sus sangres no eran diferentes. Al fin y al cabo, ambos eran humanos… ¿Cómo podrían ser distintas?
No sabía cómo actuar. La única imagen que acudía a su mente si quería distenderse, era la de aquellos atormentados ojos grises hundiéndose en ella. ¿Quién era en realidad Draco Lucius Malfoy?
Soltó un suspiro angustiado. Para añadir aún más leña al fuego, también se encontraba preocupada por algo más. Por más que lo intentara, no podía apagar la sensación de amargura que le invadía. Y era que sabía que aquel cosquilleo fugaz, ese chispazo repentino en su piel, al estar en contacto con la de él, estaba totalmente fuera de lugar.
Cerró los ojos e inspiró hondo. ¿Cómo se suponía que hiciera lo correcto si ni siquiera podía controlar su propio cuerpo? Le irritaba el no saber qué determinaciones tomar, pero lo que más le molestaba era ser incapaz de comportarse de manera madura y adulta. Había cosas más importantes de las cuales preocuparse. George y el ataque de los mortífagos. Ron, Ginny, Harry. El futuro. Apretó los labios. Se avecinaban tiempo oscuros, difíciles. Eran más necesarias que nunca la firmeza, la concentración y la resolución. Todo lo que a ella le faltaba en ese momento. No podía dominar ni su mente ni su cuerpo, y eso no hacía más que frustrarla.
Tomando una decisión repentina, se levantó de la cama en la cual reposaba. Dirigió su mirada hacia la venda que envolvía su mano derecha. Se había curado ella misma, tan bien como había podido. No tenía dotes de medimaga ni nada por el estilo, pero poseía el conocimiento suficiente para manejarse en caso de urgencia. Como aparecer en la enfermería con una herida sangrante —pero sin una explicación— no estaba en sus planes, se las había apañado con lo que había hallado a su alcance.
Caminó hasta la puerta de la habitación y la abrió con sigilo. Atravesó la Sala Común procurando no ser vista por nadie y salió a los pasillos del castillo. Cada vez que necesitaba paz, acudía a los jardines de Hogwarts. Parecían poseer un aire especial, sereno, que la tranquilizaba inconmensurablemente. Le alegró descubrir que aún no había anochecido. Así podría disfrutar del cielo despejado y el paisaje calmo sin contratiempos. El murmullo de la brisa agitando las hojas de los árboles y el suave susurrar de las pequeñas olas del lago contribuyeron a que su ánimo se apaciguara.
No iba a dejarse abatir por la situación. Sí, era angustiante, pero… ¿qué sería de ella si se dejase controlar por la angustia? La tristeza la consumiría rápidamente si permitía que aquellos sucesos se inmiscuyeran en su juicio. No se trataba de convertir su corazón en piedra, ni de hacer oídos sordos a la abrumante realidad. Tenía que tomarse las cosas con calma y ordenar sus prioridades.
Se vio arrancada de sus cavilaciones por el crujir de los guijarros de la orilla del lago. No estaba sola. Giró el rostro para ver quién le hacía compañía y creyó que el aire huía de sus pulmones al reconocer la figura alta y esbelta que se encontraba a unos metros de ella.
Allí estaba él, erguido, contemplándole. La brisa otoñal agitaba su cabello platino y sus ojos grises refulgían extrañamente. Ninguno mencionó palabra. Ambos eran conscientes de que se hallaban en terreno desconocido.
¿Se suponía que debía saludarle? ¿Ignorarle y evadir su mirada? Él le observaba inexpresivo, con las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro, en actitud indiferente. Aunque, aguzando la vista, podía percibir que no era indiferencia lo que se reflejaba en su expresión. Más bien, era una especia de leve tensión, oculta entre velos de aparente desinterés. Pero Hermione era lo suficientemente inteligente como para saber que, a juzgar por el modo en que no le quitaba los ojos de encima, no era indolencia lo que se alojaba en la mirada de Draco Malfoy. Era intensidad.
No importaba exactamente a qué se debiera, aquello era intenso. Se sentía intenso. ¿Cómo no iba a hacerlo si él escrutaba su rostro de esa manera?
Aspiró una bocanada de aire y volvió sus ojos al lago. ¿Era demasiado evidente que sólo quería desaparecer? Decir que estaba incómoda no sería suficiente. Se encontraba prácticamente paralizada por un nerviosismo tal, que no le permitía huir de allí como le hubiera gustado.
El crujir de la gravilla aún más cerca suyo hizo que otro emoción le robara el aliento: ¿se estaba acercando?. Reuniendo toda su fuerza de voluntad, se dispuso a comenzar algún tipo de conversación cordial. Iba a hablar, pero descubrió que no tenía nada que decir. Así que esperó. Se limitó a esperar que algo sucediese, fuera lo que fuera.
—¿Duele?
Podría haber estado hablándole al viento. Podría haber sido un comentario sin sentido, sin particular importancia. Pero Hermione supo que se dirigía a ella, a pesar del tono despreocupado y distante.
—Algo, sólo cuando muevo la mano demasiado. Me cuesta escribir. —No lo pensó, pero se halló contestando la pregunta que él había hecho.
—Debe ser un infierno para ti. —No tenía la intención de insultarla, ella lo sabía, sólo se trataba de la ironía ingeniosa que envolvía todas sus palabras. No iba a responderle con una frase ácida, ni pensaba retirarse del lugar, airada.
—Sí, lo es, puedes estar seguro. —Él clavó sus ojos grises en ella. Como pillado por sorpresa, pero sin perder la compostura. Entonces, lo que Hermione interpretó como un atisbo de sonrisa se coló en el rostro de Draco Malfoy.
El joven se adelantó unos pasos en dirección al lago, pateó una roca con la punta de su lustroso zapato negro, y la observó hundirse en las aguas oscuras.
—Tenemos una tarea que hacer, Granger —dijo, con voz calma—. No lo olvides —retrocedió un par de pasos y volvió a patear un guijarro—. Mañana, a las cuatro de la tarde, afuera del Gran Comedor. Sé de un lugar que nos servirá para trabajar.
Y sin más, volteó y comenzó a caminar hacia el castillo.
Hermione contempló su silueta oscura alejarse durante unos instantes, y luego decidió volver a Hogwarts ella también. No sabría decir porqué, pero su preocupación no era igual de amarga que antes. Por el momento.
Bien, había llegado la hora. Una gryffindor esperando a un slytherin en las puertas del Gran Comedor no era algo del todo común en el colegio. Quizá por esa razón, Malfoy le había dado un leve empujón para llamar su atención y le había hecho señas para que le siguiera, como si quisiera pasar el menor tiempo posible a la vista de los demás alumnos. Hermione intentaba mantener el paso de Draco, pero le era considerablemente difícil. Cuando llegaron a un corredor y él ingresó en una de las aulas en desuso, tuvo que reprimir un suspiro de alivio. ¿Acaso quería correr una carrera? Se sostuvo de la pared para equilibrarse y una punzada de dolor le azuzó la piel. La herida aún no sanaba del todo, le estaba costando abastecerse para curarse. Algo debió de reflejarse en su cara, porque vio al slytherin dirigir la mirada hacia su mano derecha. Ninguno de los dos pronunció palabra respecto a lo sucedido en aquel corredor desierto la tarde en que Filch por poco los atrapa.
—Bueno, creo que debemos empezar… —Hermione se sentía en necesidad de acabar con ese silencio espeso, profundo y penetrante que se había apoderado del ambiente.
Draco asintió y comenzó a disponer las herramientas sobre una mesa de madera. Las instrucciones eran simples: debían preparar tres brebajes de distinta naturaleza, todos de forma correcta y realizar un escrito sobre cada uno de ellos. Lo complejo era trabajar con Granger. ¿A quién se le hubiese ocurrido colocar a él y a ella como parejas? Era casi irreal. Aunque, pensándolo bien, lo increíble era esa especie de "tregua" en la que se hallaban. No entendía porqué, pero no le había atacado la última vez que la había visto. Es más, hasta había sido amable. Aquello no cuadraba con él, pero comprendía que lo más conveniente para poder realizar la tarea que Slughorn les había asignado era llevarse medianamente bien con la muchacha. Bueno, no necesariamente eso. Más bien, tolerarse. Aquello sí que sería complicado.
Empezaron a trabajar, en silencio, sin pautar algún método de organización particular. Aunque, luego de unos momentos, descubrieron que, mientras ella se había encargado de trozar los ingredientes, él se había dispuesto a triturarlos con el mortero cuando la joven terminaba, como si hubiesen estado sincronizados. Así, sin hablar, prosiguieron con la tarea de forma rápida y eficaz. Al cabo de un rato, la poción estaba cociéndose. Draco se dirigió a una de las ventanas que daban a los terrenos de Hogwarts y su mirada se perdió en el horizonte. Hermione, desprovista de todo función —al haber acabado con el trabajo de trozar los ingredientes—, se acercó a la puerta y se asomó al corredor.
Desierto. No había nadie cerca de allí, sólo ella y el slytherin que más la despreciaba. Aquella había sido, sin duda alguna, un tarde peculiar. El extraño estado de paz en que se encontraban Malfoy y ella era inquietante. ¿Cuándo se quebraría esa tranquilidad, cuándo alguno de los dos alcanzaría su límite y explotaría?
—¿Estás seguro de que pusimos la cantidad necesaria de espinas de puercoespín? —se sentía en la obligación de comenzar una charla, lo que fuese con tal de terminar con ese silencio que siempre se formaba entre ellos. El silencio que se forma entre dos extraños, que poco tienen para compartir. El silencio que le incomodaba y hacía sentir nerviosa. Un silencio impenetrable, que imponía distancias, que erguía paredes de hielo entre ellos. ¿Qué no eran dos jóvenes compañeros de clase, como cualquier otro par de alumnos?
—Sabes que sí lo hicimos, Granger. —Su tono era ausente, casi desinteresado. No parecía propenso a decir mucho más.
—¿Sí? Porque creo que agregamos algunas de más…
—No es cierto.
Hermione apretó los labios. ¿Qué no le incomodaba ese silencio a él también?
—Voy a fijarme —la joven se acercó al caldero e inspeccionó su interior—. Supongo que tienes razón —murmuró.
—La tengo, Granger —sonaba hastiado—. ¿Es que no puedes quedarte quieta por un sólo segundo?
El caldero comenzaba a burbujear.
—Claro que puedo. Estoy tranquila. Sólo quería comprobar que no nos hubiéramos equivocado.
—Granger…
—Tenemos que asegurarnos de hacer todos los pasos correctamente, de otro modo la poción jamás saldrá bien…
—Granger, ¿quieres callarte?
La muchacha se quedó en silencio, sorprendida. ¿Callarse? Le trataba como si estuviese histérica, cuando lo único que quería hacer era explicarle por qué debían tener cuidado.
—Malfoy, creo que no entiendes… —comenzó, pero él la interrumpió.
—No, Granger, tú no entiendes —exclamó él, exasperado—. El caldero va a reventar.
—¿Qué…? —Pero Hermione no pudo completar la frase, porque enseguida se cumplió la predicción de Malfoy. El líquido burbujeante emitía volutas de humo y comenzaba a derramarse hacia fuera del caldero. De pronto, una pequeña explosión bañó a la chica de una sustancia verdosa.
Draco tuvo que contener una sonrisa. Sí, aquello seguramente habían sido las espinas de puercoespín.
N/A: Bien, ahí lo tienen. Me pareció gracioso incluir algo del contenido de Pottermore, el asunto de la explosión del caldero y eso. Espero que les haya agradado. Oh, y cuéntenme... ¿Ya entraron a Pottermore? Si es así, ¿qué les ha parecido? :D