Poco después de la fiesta de los Weber, Bella, Alice y los demás Cullen asistieron a un día de picnic y paseo en barco por el Támesis, invitados por amigos de la familia. Era un claro día de primavera, y la brisa fresca soplaba sobre el agua agitando los coloridos banderines de los barcos. Las mujeres comieron finas rebanadas de asado y una variedad de ensaladas, mientras que muchos de los hombres ocupaban varios barcos.
-¿Dónde están Edward, el tío Phil y papá? -preguntó Alice, paseándose con Bella junto a una hilera de coloridas tiendas-. ¿Estarán ya en alguno de los barcos?
Bella negó con la cabeza.
-Creo que aún están en el muelle, enzarzados en una discusión política, en medio de un gran grupo.
Alice lanzó una exclamación despectiva.
-Una vez Edward me dijo que cuando un hombre finge discutir sobre política, lo que en realidad hace es hablar de mujeres.
Bella sonrió.
-No me asombraría.
Vio entre las tiendas un blanco para tirar con arco y observó que algunas mujeres tiraban flechas con habilidad, disparando hacia los blancos rellenos de heno.
-¿Te gustaría intentarlo? -le preguntó Alice, al verla interesada-. No es tan difícil como parece.
Durante una media hora, Alice trató de enseñarle a Bella el arte del tiro con arco, y las dos rieron de buena gana al ver las flechas de Bella caer en cualquier parte. Cuando hubo fallado al blanco tantas veces como acertó, entregó el arco a Alice con sonrisa torcida.
-Será mejor que me detenga, antes de que atraviese a alguien. -Llevó una mano al silbato pintado que había decidido usar ese día en el cuello-. Lo llevo para que me dé suerte, pero me temo que no ha sido muy efectivo. Gracias a Dios, una no necesita el arco para la vida cotidiana.
-Pero es divertido. -Alice tendió el arco y apuntó con cuidado. En ese mismo momento, vio con el rabillo del ojo a un joven apuesto que se le acercaba y soltó la flecha, fallando a sabiendas-. Lord Whitlock -dijo, con aire tímido-, ¿no quisiera enseñarme a mejorar la puntería? No puedo lograrlo sola.
Bella tuvo ganas de reír. Alice era muy hábil con el arco y podía dar en el centro del blanco cada vez que se le antojaba.
-Creo que iré a hacerle compañía a mi madre -dijo Bella, sonriendo mientras se alejaba.
Cruzando detrás de una tienda, disfrutó de la brisa fresca que le daba en la cara y la garganta. Llevaba puesto un vestido de lana azul y una capa ligera, el cabello oscuro peinado en una trenza y sujeto en la nuca.
-Bella.
Al oír la voz de un hombre se dio la vuelta. Para su asombro, vio a Jacob Black de pie ante ella. Estaba vestido con ropa oscura y corbata de seda negra, con un alfiler de oro adornado con un diamante. Los pantalones eran demasiado ajustados y destacaban el bulto de su masculinidad, como si fuese un pavo real exhibiendo su plumaje.
Bella alzó las cejas.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-He venido a verte -dijo.
En los labios de la joven se formó una sonrisa despectiva, y pretendió seguir su camino sin agregar palabra, pero él la sujetó con fuerza de la muñeca.
-No pensarás alejarte de mí -le dijo-. Si todas las mujeres de Londres me desean.
Asombrada ante la vanidad del sujeto, Bella sacudió la cabeza y forcejeó para soltarse. Pero él no la soltó.
-Es todo un logro -comentó- atrapar a un Cullen. Tiene toda la riqueza y el prestigio social que una mujer podría desear. ¿Sabe, acaso, que primero fuiste mía, querida?
-Nunca fui tuya.
-Eso puede solucionarse -repuso.
Antes de que Bella pudiese reaccionar, le tapó la boca con la mano y le pasó un brazo por la cintura. La empujó hacia delante con una rapidez sorprendente, mientras la muchacha forcejeaba. Jacob la empujó más allá de la fila de árboles, fuera de la vista del grupo. Había un coche de alquiler esperando, en un camino cercano. Bella pensó, aturdida, que oía a Alice llamándola, pero podía no ser otra cosa que el eco de su propio corazón latiendo desordenadamente.
Sin miramientos, Jacob la metió dentro del coche e hizo señas al cochero de que partiese. El vehículo arrancó con una sacudida y avanzó veloz por la calle, alejándola de su familia y de sus amigos. Dejándose caer en el asiento de enfrente de Jacob, Bella jadeó de indignación y de temor.
-¿Por qué haces esto?
Jacob tenía tal expresión de complacencia consigo mismo que era enloquecedor.
-Es simple, querida -repuso con calma-. Quiero batirme a duelo con Cullen.
Lo miró, perpleja.
-¿Por qué?
-Debes de haberte enterado de que estoy labrándome cierta fama en Londres. Toda persona importante ha oído hablar de mí, pero todavía no consigo el respeto que merezco. Los hombres como Cullen me miran con altivez y dicen, con desdén, que no soy compañía digna de ellos. Y a mí se me ha ocurrido un plan para corregir esa situación.
-¿Raptarme a mí?
-Exacto. Cuando se divulgue que te he deshonrado, Cullen me retará a duelo. Me he vuelto bastante diestro con la espada, ¿sabes? He estudiado con los mejores maestros de esgrima del continente. Ya he matado a un hombre en duelo, este año, un pequeño caballero que se sintió obligado a defender el honor de su esposa. -Una sonrisa fanfarrona le cruzó el rostro-. Cuando venza a alguien tan rico y respetado como Cullen, todos me temerán y me admirarán... y seré el más aclamado de Londres.
Bella lo miró como si se hubiera vuelto loco.
-Vas a deshónrame y a herir o matar al hombre que amo, ¿sólo para realzar tu reputación? ¡Dios mío, esto no es un juego, Jacob!
-La vida es un juego -replicó él con ligereza.
-Tú no eres un hombre -le dijo Bella, entre dientes-. Eres un pavo cobarde. ¡Atacar a una mujer que una vez dijiste amar es lomas bajo, lo más rastrero...!
-Yo te amé. -Rió, y movió la cabeza, como si se dirigiese a una niña-. Bella, ¿no entiendes nada de la naturaleza de los hombres? Todo lo que dije te lo dije en serio.
-¿Y por qué me hiciste promesas que nunca cumpliste? ¿Por qué tuviste que decir que me querías y después no volver a buscarme?
Jacob se encogió de hombros.
-Pasó el tiempo... y olvidé que eras una criatura tan encantadora. Pero te quise a mi modo.
-¿A tu modo? -repitió Bella, estupefacta. Una carcajada amarga se le escapó de la garganta-. ¡Dios mío, qué tonta fui! -Lo miró con una expresión de furia helada tan intensa que la sonrisa de él se esfumó-. Llévame de vuelta.
-Me temo que no puedo hacer eso.
Bella habló con voz muy suave:
-Si le haces alguna clase de daño a lord Cullen, me cercioraré de que pagues por ello. Y, si lo provocas para que te rete a duelo y él no te mata... yo lo haré. Te lo juro por mi vida.
Jacob la miró, sorprendido, y rió:
-¡Qué chica sedienta de sangre! Jamás sospeché que fueses tan apasionada. Eso promete momentos muy agradables.
Bella se reclinó en el asiento y rogó en silencio que Alice hubiese visto a Jacob haciéndola entrar por la fuerza en el carruaje.
Renee hablaba con un grupo de amigas, cuando la sorprendió ver llegar a Alice Cullen con el rostro pálido y tenso, llamándola aparte.
-Tía Renee -dijo, en un murmullo apremiante-, ha ocurrido algo malo. Se trata de Bella... Creo que está en problemas.
Renee se congeló, oprimida por un repentino presagio.
-¿Qué ha pasado? ¡Dímelo pronto, Alice!
-Hace un minuto, la he visto marcharse del picnic con alguien.
-¿Con quién? ¿Con tu hermano?
La muchacha negó con la cabeza, con expresión afligida.
-Un hombre de cabello oscuro. Tengo la impresión de que era lord Black. La metió de prisa en un coche de alquiler y, cuando los llamé, no me hicieron caso.
-¡Dios mío! -exclamó Renee, palideciendo. Era evidente que Black pondría a Bella en una situación comprometida. Había que resolver la cuestión en forma rápida y discreta-. Alice, tienes que encontrar a tu hermano y decírselo inmediatamente.
-Sí, tía Renee .
Alice se apresuró a obedecer.
Renee se quedó inmóvil como una estatua, helada de terror por su hija, sin poder creer que hubiese sucedido semejante desastre. Al cabo de unos minutos, vio que un hombre se acercaba a ella. Miró hacia arriba y lanzó un sonido inarticulado al ver el semblante inescrutable de Phil Cullen.
-Lord Black se ha llevado a Bella-empezó a decir, con voz insegura, pero él le aferró la mano en un apretón tranquilizador.
-Estaba con Edward cuando Alice se lo contó -dijo, sin alterarse.
Fueron hasta un grupo de árboles donde podían conversar sin ser observados-. Todo saldrá bien, Renee.
Edward ha ido tras ellos, y él se ocupará de su hija.
-Si Jacob Black ha mancillado a mi hija, yo... lo mataré -susurró.
-Yo lo mataré por ti -dijo Phil, sin rastro de burla.
Lo sintió tan fuerte, tan capaz y preocupado por ellas que Renee casi perdió el control de sus emociones.
-Pensé que, por fin, lord Black estaba fuera de nuestras vidas.
Phil frunció el entrecejo.
-Jamás habría imaginado que Bella tuviese el poco criterio para salir con un tipo como Black.
-¡Es una buena chica! -estalló Renee, en una explosión de ira, defendiendo a su hija-. La he educado en los más elevados principios morales, y siempre se ha comportado con honestidad y sin egoísmo.
-Le resbalaban lágrimas por las mejillas-. Y, si no lo crees, tú y tu familia podéis iros al infierno.
Phil la atrajo a sus brazos, estrechándola contra su ancho pecho.
-Te creo -le dijo, en el mismo tono que usaría para consolar a una niña asustada-. Calma, Renee. La has educado magníficamente... es casi tan perfecta como tú. Calma, no llores.
Pero Renee no se molestó en contener las lágrimas. Por primera vez en todos los años desde que su esposo había muerto, permitía que un hombre la abrazara, la calmara... y se sintió muy bien.
-Estás tratando de hacerme pasar por tonta -dijo, en tono desdichado-. Estoy segura de que no me consideras perfecta.
Phil le pasó los nudillos por la mejilla mojada y atrapó un par de lágrimas.
-Después te diré exactamente lo que opino, Renee. Después que tu hija haya regresado a salvo, tú y yo sostendremos una larga conversación.
-¿Respecto de qué?
-Entre otras cosas, esto.
Antes de que la mujer pudiese reaccionar, inclinó la cabeza y se apoderó de su boca con un beso devastador. Cuando alzó la cabeza, Renee estaba tan estupefacta que casi no podía hablar.
-T-tú -tartamudeó- eres el hombre más ofensivo que jamás... traer a colación una cosa así, en este momento...
-Sí, lo sé. -Metió la mano en el bolsillo y sacó un pañuelo-. Ten, suénate la nariz.
Renee le obedeció, mirándolo con los ojos redondos como platos.
-Eres imposible, Phil -le dijo, con voz ahogada por el pañuelo-. Mi hija tenía razón: te urge reformarte.
-Únicamente que lo hagas tú -dijo, estrechándola-. No te preocupes -murmuró-. Edward llegará a tiempo.
-Apártate de la ventanilla -le dijo Jacob a Bella cuando miró hacia fuera-. No hay nada que ver... y nadie te ayudará.
Bella no le hizo caso y se asomó por la ventanilla del coche cerrado, mirando el tráfico que los seguía. El corazón le dio un vuelco cuando vio que un caballo con su jinete se aproximaban a todo galope, acortando rápidamente la distancia. Pensó que debía de ser Edward y gritó, agitando desesperada el brazo para llamar su atención. De repente, sintió que Jacob la tironeaba del brazo, haciéndola meterse otra vez dentro del carruaje. Bella cayó sobre el asiento y miró al hombre con satisfacción:
-Estabas equivocado -dijo, agitada-. Viene a buscarme... y él te hará pagar lo que has hecho.
Comprendiendo que iba a perder la oportunidad de forzarla, Jacob dio unos golpes impacientes en el techo, para alertar al cochero.
-No detenga el coche por ningún motivo -gritó.
Pero, en menos de un minuto, se oyeron gritos y el retumbar de los cascos del caballo, y las ruedas comenzaron a aminorar la marcha. Bella intentó mirar otra vez por la ventanilla, pero Jacob la hizo sentarse de un tirón.
-¡No te muevas! -le ordenó.
El coche se detuvo y se balanceó, y pronto la portezuela se abría con violencia. Bella forcejeó para salir, abalanzándose hacia el hombre que metió la mano en el interior para sacarla. Exhaló un suspiro de alivio al sentir el brazo firme de Edward que la sujetaba por la cintura y la depositaba sobre el suelo.
-Gracias a Dios -dijo, llorosa, arrojándose en sus brazos. Edward la estrechó, con un apretón tan fuerte y fugaz que casi la aplastó, y la examinó con la vista-. Estoy bien -le dijo, sonriéndole.
Estiró una mano hacia el rostro de Edward para asegurarse de que era real. Era Edward... pero tenía una expresión que no le había visto nunca, tan helada y asesina que la hizo encogerse. Los ojos cafés ahora era negros, eran duros como el hielo cuando observó a Jacob bajar del coche.
La sonrisa de Bella se desvaneció y rompió el silencio con voz trémula:
-Quiere... batirse a duelo contigo.
Jacob intentó componer una sonrisa fanfarrona.
-Yo diría que ha habido suficiente provocación para eso, ¿usted no, Cullen?
-No habrá ningún duelo -dijo Edward, sin alzar la voz-. Aunque me encantaría cortarlo en tiras, no quiero ver destrozada la reputación de ella.
-Entonces ¿cómo solucionaremos esto...?
Antes de que terminara la oración, Edward se le acercó en una sola zancada. Sus puños aterrizaron en la cara de Jacob con duro ritmo de masacre, mientras el otro gritaba y trataba de defenderse. Se trabaron en combate y cayeron a un lado del camino, maldiciendo y alborotando. Edward aporreó la cabeza de Jacob contra el suelo y siguió golpeándolo sin piedad, sin detenerse ni cuando el otro comenzó a perder la conciencia.
Bella se precipitó hacia él, llamándolo.
-¡Por favor, Edward, tienes que detenerte!
Edward se detuvo, respirando agitado y mirando la cara castigada de Jacob.
-No vuelvas a acercarte a ella jamás -dijo, con voz dura- o terminaré lo que he empezado ahora.
-Jamás -graznó Jacob, entreabriendo los ojos.
Edward se limpió los puños manchados de sangre en la chaqueta de Jacob y se levantó. El otro se incorporó con lentitud hasta quedar sentado, gimiendo mientras se tocaba la cara con cuidado.
-Sabía que vendrías por mí -dijo Bella, con sonrisa trémula.
Edward la miró sin expresión y la llevó hasta el coche. La joven obedeció la señal de subir al coche y se preguntó porqué tenía esa expresión tan adusta.
-No volveré al picnic -dijo-. Tendrás que volver sola.
-¿Qué? –Bella estaba absolutamente confundida-. Pareces enfadado conmigo. Edward, no creerás que es mi culpa, ¿no? ¡No puedes creer que he venido con él por mi voluntad!
-No sé qué creer -dijo él con frialdad.
-¡Te amo a ti, no a Jacob!
-Hace poco, habrías dado cualquier cosa por estar con él.
-Pero ahora todo ha cambiado. Pensé que lo habías entendido. -Se apeó del carruaje mientras Edward se dirigía hacia el potro castaño en el que había llegado-. ¿A dónde vas?
-No sé -le dijo, sobre el hombro -. En este momento, tampoco me importa.
Herida, temerosa, angustiada, Bella intentó pensar cómo convencerlo de que se quedara con ella. Tenía que hacerle entender cuánto lo amaba, lo quería, hasta tal punto que jamás habría ido a ningún lado con Jacob Black por su voluntad.
-Tienes que escucharme...
-Ahora no estoy de humor.
Sin poder creerlo, vio cómo sujetaba las riendas del caballo y montaba sin esfuerzo.
-¡Edward! -gritó, pero pareció que él no la escuchaba.
De inmediato, recordó el silbato que llevaba colgado del cuello. Una vez le había prometido acudir a ella cuando lo soplara. Manipuló con torpeza el objeto hasta que consiguió llevárselo a los labios. Sopló con todas sus fuerzas, emitiendo un sonido agudo y penetrante.
AI oírlo, Edward se detuvo y giró lentamente la cabeza, hasta que las miradas de ambos se toparon. Bella no se atrevió a respirar mientras él se le acercaba. Edward la miró con expresión frustrada, colérica, y con un extraño toque de diversión.
-¿Qué diablos quieres?
-Estar a solas contigo.
Se produjo un silencio tenso.
-Después -dijo al fin Edward.
-Ahora -insistió ella con suavidad.
La contempló un momento y, por fin, tendió una mano hacia abajo y Bella se aferró a la muñeca.
Edward atrapó el brazo de ella con los dedos y tiró de ella y la depositó en la montura, delante de él.
Al sentir el brazo de él abrazándola, sujetándola con firmeza mientras hacía avanzar al caballo con la presión de los muslos, el alivio desbordó a Bella. Los minutos siguientes ninguno habló, cada uno perdido en sus propios pensamientos y dudas. Al terminar el corto trayecto, Edward condujo al caballo ante una elegante casa de fachada palatina, de color marfil.
-¿Es tuya? -preguntó Bella.
Edward asintió. Se apeó y la ayudó a desmontar. Apareció un criado y se llevó el caballo, mientras Edward conducía a la muchacha al interior, llevándola del codo con mano firme. Dentro estaba fresco, con las paredes pintadas de color crema y amarillo claro, con muebles franceses y cortinas de color borgoña y dorado. Bella tuvo la fugaz impresión de un mayordomo imperturbable y un par de criados que se dedicaron discretamente a sus tareas, sin revelar la más mínima sorpresa de que el patrón hubiese llevado a una muchacha sin otra compañía.
Edward la llevó a su suite privada, que consistía en un recibidor decorado de color crema y azul pizarra y un dormitorio que se veía desde la puerta.
-¿Y bien?
La miró de soslayo arqueando una ceja y esperó a que hablase. Pero la expresión expectante, un tanto burlona, se esfumó cuando Bella se quitó la capa y se desabrochó el botón superior del vestido. Los nervios le entorpecieron los dedos, pero siguió con el segundo botón y luego el siguiente. Se detuvo a ver si él la observaba y comprobó que contaba con toda su atención.
-Jacob me obligó a irme con él -dijo, desabrochando otro botón-. Ocurrió tan rápido que no tuve oportunidad de avisar a nadie. No pude elegir. -La parte superior del vestido empezó a deslizársele de los hombros. Sacó con cuidado la cinta azul del cuello y dejó caer el silbato al suelo-. Jacob es un hombre vano, cruel y superficial, y yo fui una tonta por haber imaginado alguna vez que lo amaba. Tú eres el único que quiero... el único hombre en quien confío y a quien deseo. -Sacó los brazos del corpiño, y la parte superior de su cuerpo quedó ataviada sólo con una fina camisa que revelaba la sombra del hueco entre los pechos y los pezones erguidos.
La mirada de Edward estaba clavada en ella.
Al advertir que a Edward le costaba respirar, Bella se animó a quitarse las horquillas que le sujetaban el cabello. Este cayó como un río de seda negra sobre sus hombros y onduló en su cintura.
-Quiero demostrarte qué es lo que siento por ti, de modo que no queden dudas -dijo-. A partir de hoy, ya no las habrá.
Edward atravesó la habitación y estrechó el cuerpo menudo entre sus brazos, aplastando esa presencia suave y sedosa contra su cuerpo duro, excitado. Bajó la cabeza hasta el hueco del hombro y depositó un beso allí.
-Bella-dijo con voz ronca-, mi dulce amor... no tienes porqué hacerlo.
-¿Por fin me crees?
-Sí. -Exhaló un largo suspiro y le pasó la mano por el cabello resplandeciente-. No tienes que demostrar nada. -Se interrumpió, y agregó, de mala gana-: Podemos esperar hasta estar casados.
-Si es una proposición, acepto -susurró, besándole la oreja.
Audaz, le llevó la mano de él a su pecho, sobre la fina tela de la enagua.
Edward emitió un sonido amortiguado y acarició el redondo pecho, en una caricia tierna y ardiente. Su boca se curvó en una mueca de burla hacia sí mismo.
-Que el diablo espere -musitó, bajando del todo el vestido y quitándole la enagua.
Bella tembló de excitación, desnuda ante él, y un rubor la cubrió de la cabeza a los pies. Edward apretó su boca contra la de ella, y sus manos recorrieron las curvas pálidas de los pechos y de las caderas. Impaciente, se quitó su propia ropa, la tiró al suelo y alzó a Bella en los brazos. La llevó hasta el dormitorio, la depositó sobre el cobertor de terciopelo y estiró su largo cuerpo junto al de ella. Le cubrió de besos los pechos, mordisqueando los picos sensibles y metiéndolos en su boca hasta el fondo. Temblando de placer, Bella siguió con las manos el contorno de los músculos de su espalda y se apretó estrechamente contra él, maravillada de la belleza y la fuerza del cuerpo de Edward. El le murmuraba palabras tiernas y alabanzas mientras le hacía el amor, luchando por contener la pasión.
-Hace tanto tiempo que te deseaba, Bella... me he esforzado tanto por tener paciencia...
-Ya no hace falta que tengas paciencia-susurró ella, tocándole el pecho.
Era duro y terso como mármol, tibio bajo sus manos pequeñas. Sintió el latido de su corazón y se asombró de afectarlo tan hondamente. La mano de Edward acarició su estómago, bajando hacia la suavidad entre los muslos, y a Bella se le cortó el aliento cuando sintió allí la caricia íntima de los dedos. Los ojos del hombre eran estanques de luz verde y le sostenía la mirada mientras la acariciaba de maneras que jamás habría imaginado posibles. Le separó los muslos, y sus caderas descendieron sobre ella y empezó a penetrarla. Sintió un tanteo húmedo y duro en el centro mismo y luego un impulso profundo. Dolorida y sorprendida, se arqueó, pero Edward le murmuró y la besó, calmándola, hasta que la sintió relajarse debajo de él.
Estaban unidos por completo, cuerpos y corazones tan apretados que parecían uno solo y no dos. Bella le enlazó los brazos al cuello y se rindió por entero a él.
Edward contempló el rostro pequeño y le apartó el cabello con mano insegura. Se hundió más en ella e inició un ritmo que la hizo abrir los labios, maravillada. Se aferró a él, retorciéndose, alzándose, sintiendo que el anhelo crecía en ella, abriéndose más para él, hasta que la tensión se quebró en un orgasmo de vibrante poderío.
Mucho tiempo después, se removió entre los brazos de Edward y dijo, adormilada:
-Nuestras familias deben de estar preocupadas. Tenemos que ir...
Edward la besó en la frente:
-Te he comprometido.
-Sin remedio -admitió Bella, haciendo dibujos al azar en el pecho de él. Sus labios se curvaron en una sonrisa-, Espero que, por fin, te hayas convencido de lo mucho que te amo.
-Convénceme otra vez -susurró, y la abrazó.
-Estás preciosa -dijo Renee , enjugándose los ojos con un pañuelo de encaje.
Esperaban juntas en un salón pequeño, en la parte de atrás de la iglesia, mientras los invitados a la boda se acomodaban. Bella se alisó las faldas del vestido de novia, confeccionado con capas de delicada seda blanca y trencilla de plata. El escote y las mangas abollonadas estaban terminadas con toques de plata y el velo era una capa simple de seda transparente, sujeta al pelo con rosas blancas.
-Sospecho que pronto harás lo mismo que yo, con el tío Phil -dijo Bella.
-Eso está por verse -repuso Renee, con aire remilgado.
Bella rió.
-Todos saben que los dos os adoráis, mamá. Espero que no lo hagas esperar demasiado.
Renee le devolvió la sonrisa.
-Creo que nos llevamos bien -admitió-. Y me alegra que le hayas pedido que recorra el pasillo contigo, en el lugar de tu padre, Bella.
Llamaron a la puerta, y Renee fue a entreabrirla. La abrió de lado para dejar pasar a Phil Cullen, que estaba increíblemente apuesto con una chaqueta oscura, formal, y pantalones de color crema.
Phil sonrió, al ver a Bella con su atavío nupcial.
-Mi sobrino quedará tan obnubilado por tu belleza que casi no podrá hablar.
-Más le valdrá hablar -dijo Bella, con ceño burlón-, Por lo menos, para decir sí.
-Edward me ha pedido que te trajera esto.
Le entregó una pequeña caja de terciopelo.
Bella la recibió, sorprendida. Nada podía complacerla más que el regalo de bodas que ya le había dado: la promesa de recuperar el patrimonio familiar y devolverle su antiguo esplendor. Cuando se lo dijo, se arrojó en sus brazos, encantada.
-Si supieras cuánto he soñado con ver Swan Hall como alguna vez fue -le había dicho, derramando besos sobre la cara de Edward-. Es lo más maravilloso que podría haber deseado... bueno, la segunda cosa más maravillosa.
-¿Cuál es la primera? -preguntó Edward, con suavidad.
-Tú -le respondió con una sonrisa, mirándolo con ojos resplandecientes.
Mientras Bella abría la caja, Phil observó a Renee con evidente admiración. Recorrió con la mirada su silueta esbelta, ataviada con un vestido de seda color amarillo pálido.
-No podría decir cuál de las dos es más hermosa -murmuró.
Renee puso los ojos en blanco.
-Debe de estar fallándote la vista.
Bella miró el contenido de la caja y lo sacó: era un silbato de oro macizo, cubierto de diamantes, colgado de una larga cadena de oro. Sonrió y, al comprender su significado, lo besó en un impulso.
-Qué adorno tan insólito -dijo Renee , mirándolo intrigada-. Pero no pensarás ponértelo encima con el vestido de novia, querida, ¿verdad?
-Lo llevaré junto con las flores, para que me dé suerte. –Bella levantó las flores y pasó el brazo por el de Phil-. Estoy lista -dijo, y su madre la abrazó, antes de salir para unirse a la congregación.
Esperando con Phil en el fondo de la iglesia, Bella le dijo en voz queda:
-Espero que tengas intenciones honestas con respecto a mi madre, tío Phil.
-Me temo que sí -le confesó-. Parece que los varones Cullen tenemos cierta fascinación por las mujeres Swan.
-Gracias al cielo -dijo, sonriendo, y fue caminando con él hasta el altar, donde Edward la esperaba.
FIN
Y asi llegamos al final mil gracias a todas las que leyeron el FF los que lo añadieron a Favoritos, alertas o dejaron algún RR
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No se si me falte alguien si es asi discúlpenme
Gracias y nos leemos después
Pekelittrell