"Ruleta Rusa".

Kuroshitsuji, Sebastian x Ciel.

By: Sinattea.

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Disclaimer: Kuroshitsuji no me pertenece, es creación y obra de Toboso Yana al 100%. Y sólo por aclaración, aunque adoraría que Sebastian y Ciel fuesen míos, son propiedad el uno del otro. (^-^)

Summary: Una serie de eventos que culminó en un beso… Y a raíz de eso Ciel ha decidido poner a prueba la verdadera lealtad de Sebastian con una extraña idea. ¿Cómo reaccionará el mayordomo?

*Aquí aviso que el Summary es para el desarrollo de toda la historia, pero en este primer capítulo sólo encaja hasta la parte de "beso" (^.^). El próximo capítulo lo subiré la próxima semana.

Nota: Es mi primer fic de Kuroshitsuji y mi primer fic en la vida, así que en verdad espero que lo disfruten. Aunque he de advertirles que es un poco demasiado serio.


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Capítulo 1: Sólo un niño.

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La luz del atardecer se colaba a través de los ventanales de colores, sumergiendo la habitación en una luz tan matizada como el cielo que en esos momentos de alzaba sobre el horizonte.

Era un salón amplio, vacío a excepción de la mesa de roble y las dos sillas. Tres de sus paredes (que daban al norte, este y oeste) estaban cubiertas de ventanas, desde las cuales se observaba el jardín, seco por ser invierno. Y los inviernos en Londres son crudos, con niebla ascendiendo desde el Támesis y nieve cayendo desde el cielo.

- Estoy segura de que llegaremos a un trato – dijo la baronesa Arlington al tiempo que recargaba los codos en la mesa y apoyaba el mentón en sus manos -. Dígame, Conde Phantomhive, ¿el té es de su agrado?

Un rayo de luz danzó traviesamente en la cara del joven conde, deslizándose hasta la taza que éste se llevaba a los labios. La porcelana decorada con hoja de plata centelleó, lo mismo que los ojos azules del niño. Él sonrió por cortesía, pero con un marcado dejo de sarcasmo.

- Está bien – dijo secamente, y dejó la taza sobre la mesa -. Mentiría si le dijera que no he probado mejores, pero le agradezco sus atenciones, Baronesa Arlington.

Ella se esforzó en sonreír, recordando las advertencias que sus amistades le habían hecho sobre el caprichoso y joven conde. No sería fácil hacer negocios con alguien tan temperamental.

- ¿Y puede decirme, Conde, dónde ha sido eso?

- En mi mansión – contestó él rápidamente -. No he probado nada mejor que lo que prepara mi mayordomo Sebastian.

La baronesa fue entonces presa de un sobresalto. Hasta ese momento no se había percatado de la presencia del mayordomo a espaldas del conde, como si fuese su sombra, vestido de elegante traje negro, con su cabello igualmente negro enmarcando su pálido pero apuesto rostro.

La mujer tuvo que parpadear varias veces para aclararse la vista, porque quizá fuera su imaginación, pero el mayordomo, en esa semipenumbra, con la ventana de la pared este a sus espaldas y el movimiento de las cortinas empujadas por el viento que atravesaba las ventanas abiertas, parecía un ser de alas negras a punto de atrapar al joven conde…

"Es en verdad como un ángel negro, siempre vigilando al Conde Phantomhive… Casi parece que su vida entera es ese niño… Qué extraño" pensó ella. La baronesa recordaba haber dejado al mayordomo en el salón sur, justo frente a la puerta de entrada a su mansión. Estaba totalmente segura de haber entrado sola con el joven conde a la habitación, ella le había servido el té personalmente. Pero el mayordomo estaba ahí.

"¿Cómo? ¿Por qué?".

- Sebastian – irrumpió la voz del conde -, más té.

El sonido inconfundiblemente arrogante de esa voz sacó a la baronesa de sus cavilaciones y le hizo recordar por qué estaban allí y cuál era la intención de aquella merienda.

- Me alegra que haya aceptado mi invitación, Conde – habló con renovada seriedad -. Ahora me gustaría que habláramos de negocios.

Sebastian sirvió el té impecablemente alzando la tetera a gran altura por encima de la taza, y se la entregó a Ciel. Debido a los guantes, el mayordomo no notó que las manos de su amo estaban frías en el momento en que sus dedos se rozaron en torno a la taza de té.

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La baronesa retomó la palabra.

- Seré muy directa, Conde. Estoy por empezar una industria mercantil, que trabará negocios con las principales empresas comerciales del mundo.

El conde por primera vez mostró interés en las palabras de su anfitriona.

- La compañía mercante S.S. Royal, que es como se llamará, transportará productos tanto por barco como por tren, por todo el mundo. Será una empresa muy grande.

- ¿Y todo esto en qué me incumbe?

- ¡Aha! – exclamó ella, alzando un dedo - Así que le interesa el negocio. Tenía pensado crear una alianza entre S.S. Royal y las industrias a nombre de la familia Phantomhive. Le conviene porque su variada y pintoresca mercancía se comerciaría a nivel mundial.

- ¿Y a usted en qué le conviene? – el joven conde se mostraba sagaz, sospechando alguna trampa oculta - ¿Qué me pide a cambio de la… alianza?

- Vaya, usted suele andarse con más rodeos, Conde Phantomhive. Le respondería con la misma cortesía, pero ya le dije desde un principio que sería lo más directa posible: necesito dinero para echar a andar el negocio.

- ¿De cuánto estamos hablando? – Ciel entrelazó los dedos y los dejó descansar sobre la mesa.

Sebastian esbozó una especie de sonrisa al ver al niño jugando ansiosamente con su anillo de diamante azul.

La baronesa deslizó un papel por encima de la mesa hasta que Ciel pudo alcanzarlo, y leyó en él la cantidad solicitada.

- Hablamos del 40% – dijo ella -. Yo cubriré la misma cantidad de mi bolsillo, y del 20% restante de encargará la corona británica.

- ¡¿Estaremos en igualdad de derechos de propiedad? – se sorprendió el niño, porque eso era lo que significaba invertir la misma cantidad de dinero en la misma industria. Ahora sí que sospechaba algún engaño o trato de dobles intenciones.

Sebastian notó la tensión de su amo y se situó un poco más cerca de él.

- No exactamente – sonrió astutamente la baronesa -. Mi situación económica actual es algo delicada, por ello no puedo cubrir más. Obviamente yo tendré más derechos y tomaré las decisiones. La última palabra será siempre mía, después de todo, es mi negocio.

Ciel dejó escapar un bufido.

- Yo me encargaré de todo, y en cuanto recupere la inversión, Conde, le regresaré su 40% más el 20% que se supone no debería de cubrir. Además de que seguiría recibiendo ganancias por la alianza que, confío, hoy se concretará. Es un excelente negocio para ambos.

Ciel se desplomó sobre la silla, irritado, mirando fijamente a su maquiavélica anfitriona. Al niño no le gustaba tener que lidiar con ese tipo de problemas comerciales, de hecho era lo que más detestaba en el mundo, pero como jefe de la familia Phantomhive, era su deber.

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De pronto Ciel se sintió muy cansado, más agotado que nunca; y se sintió solo… terriblemente solo

Entonces recordó a Sebastian, de pie atrás de él. No, nunca estaría solo, y si llegaba a estarlo, le bastaba con abrir un ojo para cambiar eso. Sebastian nunca lo dejaría, jamás se apartaría de su lado, permanecería junto a él sin importar la situación y sin importar las consecuencias…

"Hasta el momento en que mi alma le pertenezca" pensó con un estremecimiento.

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Cuando finalmente volvió del abismo de sus pensamientos y recuperó la compostura, a Ciel se le ocurrió que sería buena idea pedir la opinión de Sebastian respecto a la propuesta de la baronesa Arlington.

El joven conde se giró y miró a su mayordomo con la duda escrita en sus grandes ojos azules, y no se sorprendió cuando Sebastian de inmediato le regresó una mirada llena de firmeza y seguridad.

- Puede consultarlo con su mayordomo Sebastian si lo desea, Conde – añadió la baronesa, a punto de reír.

El niño se ruborizó y la miró indignado a más no poder, destilando furia por los ojos. Si Sebastian era su mano derecha, su indispensable pieza de ajedrez, a ella no debía de importarle en lo más mínimo.

Rápidamente buscó alguna excusa para salir de allí.

- Baronesa… ¿Dónde está el baño? – patético, sí, pero no se le ocurrió nada mejor.

Acto seguido se levantó y se dirigió a la puerta tras haber escuchado las indicaciones para llegar. Le ordenó a Sebastian que lo acompañara con las siguientes palabras aparentemente secas e insignificantes: "Asegúrate que no me pierda".

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Increíblemente, Ciel sí entró al baño, seguido de Sebastian, y el primer impulso que tuvo fue mojarse la cara con el agua fría. Sebastian lo miraba inexpresivo, aguardando a que se calmase.

- ¿Qué le sucede, Bocchan? – preguntó al verlo jadear apoyado en el lavamanos de mármol y con los ojos fuertemente cerrados.

- Estoy cansado – fue la respuesta casi inaudible -. Todo esto… es demasiado – jadeó -. Desde que ese… ángel me reveló cómo murieron mis padres… desde que intentó cambiar mis recuerdos… Todo ese asunto de ser "impuro"… ¡Es demasiado! Y además tengo que seguir mi "vida" y encargarme de negocios como estos…¡No puedo más, Sebastian! – se giró hacia él y lo miró desamparado, casi de forma acusatoria; luego volvió a bajar mucho la voz -… Estoy cansado…

Después de unos segundos de estupefacción por parte del mayordomo, su mirada se relajó y sonrió comprensivo. Cosa muy extraña en un demonio.

- Aah, con que se trata de eso – entendió. Se acercó a Ciel, lo levantó en vilo y lo sentó en el alféizar de la ventana a pesar de las silenciosas protestas del chico -. No deberías pensar en eso, Ciel. Al menos no por ahora.

El aludido miró al mayordomo completamente desconcertado: ¿desde cuándo lo tuteaba y lo llamaba por su nombre? ¿Qué pasó con la cortesía y el "Bocchan"? Sebastian se limitó a seguir sonriendo de forma esperanzadora, se quitó los guantes ayudándose con la boca y tomó una toalla de la repisa del baño. Luego le quitó el parche a su amo.

Ciel cerró los ojos cuando Sebastian le secó el rostro con la toalla, de forma muy delicada, cabe destacar. Le secó también el ligeramente humedecido cabello gris y volvió a atarle el parche. Ahora el niño estaba calmado, sólo un poco, todo gracias al roce de las manos de Sebastian contra sus mejillas, que casi se le habían figurado caricias…

"Qué estúpido".

- Sebastian – dijo.

- ¿Sí, Bocchan? – él volvió a ponerse los guantes, ocultando el tetragramatón de su mano izquierda de las miradas indiscretas.

- ¿Qué crees que debería hacer? ¿Aceptar el trato?

- Sí. Acepte, Bocchan; si toma en cuenta la rentabilidad y la posibilidad de que…

- Con eso basta – interrumpió él. No quería escuchar más de negocios, si a Sebastian le parecía bien, era motivo suficiente.

Bajó del alféizar de un salto y dejó que Sebastian le abriera la puerta para salir del baño.

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Finalmente regresaron a la habitación donde los esperaba una impaciente baronesa.

- Acepto el trato – exclamó Ciel ante de darle oportunidad de hablar -. Le enviaré el dinero después, cuente con ello, Baronesa Arlington.

Al despedirlos de la mansión con la ayuda de su servidumbre, la baronesa se dirigió a Sebastian, con intención algo coqueta (ahora que lo veía a la luz del atardecer y las velas le resultó muy guapo), y le dijo al momento que lo tomaba del brazo:

- Gracias por disipar las dudas del joven Conde, después de todo, él es sólo un niño.

Ciel la vio y escuchó decir eso, y se sintió embargado por un súbito ataque de furia.

Sólo un niño.

Sólo un niño…

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En el camino de regreso a la mansión Phantomhive, Sebastian tuvo la fortuna de ir al frente del carruaje, conduciendo a los caballos, de otra forma habría durado todo el viaje escuchando a Ciel repetir una y otra vez, con cara de ridículo puchero: "Yo no soy un niño, yo NO soy un niño".

Al llegar a la mansión, la luna estaba ya en su cenit y había tantas estrellas que mirar el cielo casi dolía. Era tan noche que la servidumbre de la casa (es decir, Bard, Maylene, Finny y Tanaka-san, y también se incluía en la lista Puru-puru) ya se había ido a la cama y nadie salió a recibir al joven amo.

De cualquier modo, Ciel estaba muy enfurruñado como para darse cuenta de ello. Ni siquiera se había dormido un solo rato en todo el trayecto, porque venía muy ocupado quejándose. De hecho, cuando Sebastian le abrió la puerta del carruaje, estaba tan molesto que no se quiso bajar, se quedó hundido en el asiento con brazos y piernas cruzados, evitando a toda costa el contacto visual con su mayordomo.

- ¿Pero quién se cree que es esa baronesa? – seguía despotricando - ¡Yo soy el "perro guardián" de la reina de Inglaterra! ¡Yo no soy un niño! – continuaba con su berrinche.

Sebastian lo miró atentamente para luego reír sarcástico, casi a carcajadas, y obligó a Ciel a bajar tomándolo de la mano. Él protestó, pero no pudo oponer resistencia a la fuerza del demonio que tenía por mayordomo; logró soltarse hasta una vez hubieron subido las escaleras.

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Se detuvieron delante del portón de entrada, mirándose mutuamente. Sebastian seguía observándolo con mucha burla, pero en sus ojos rojos parecía haber un trasfondo de… ternura. Ciel lo miraba entre enojado y muy avergonzado, ¿por qué?, ni él lo sabía.

- No debería de actuar así, Bocchan – le dijo el mayordomo -. Porque así es como actúan los niños: con berrinches.

- ¡Yo no soy un niño! – se sulfuró él, y cruzó los brazos sobre el pecho, arrugando la tela del elegante traje azul rey que estaba usando y que se ocultaba bajo la capa negra - Y no estoy haciendo berrinche.

- Claro que lo está haciendo, Bocchan… Y claro que eres un niño, Ciel.

- ¿Por qué lo dices? Soy el jefe de la familia Phantomhive – el tono de su voz se había aplacado bastante porque de nuevo lo sorprendió el cambio de Sebastian en su manera de dirigirse a él.

Quizá si Ciel hubiera prestado un poco de atención se habría percatado de la inusual sonrisa que adornaba las facciones de Sebastian, pues al parecer, algo se traía entre manos el demonio-mayordomo.

- Hay veces en las que no sabes cómo actuar, Ciel, por más que lo intentes.

Ciel pensó en su pequeño colapso de hace unas horas, y sintió que se le iba el alma a los pies de la vergüenza. Haberse dejado llevar por ese desesperado impulso, haber permitido que Sebastian lo viera así… ¡Qué humillante! ¡Qué débil se había mostrado!

- Si te refieres a lo de esta tarde – agregó, haciendo una mueca -, no lo menciones, y es una orden. Fue una excepción, un caso único. No volverá a pasar. Yo siempre sé cómo mover mis piezas – para la última frase tiñó su voz de orgullo y echó los hombros hacia atrás, alzando el mentón altivamente.

- Hay veces que no sabes cómo actuar – le insistió Sebastian, de repente su voz se escuchó más fuerte porque se había inclinado para quedar a la altura de Ciel.

- Siempre sé cómo actuar – aseveró el joven conde con terquedad -. Nada puede sorprenderm…

Ciel no pudo terminar la frase, porque Sebastian lo interrumpió abruptamente… al besarlo. El niño no supo cómo reaccionar, o qué pensar. Y aunque su primer impulso fue apartarse, Sebastian lo tenía bien sujeto por el cuello, de modo que se rindió y dejó que él lo besara lenta, hipnóticamente… Empezó a sentirse mareado, notaba que el mundo daba vueltas y más vueltas a su alrededor, y se dio cuenta de que sentía la suave respiración de Sebastian entre los labios…

Llegó un momento en que Ciel también cerró los ojos y dejó caer las manos…

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Luego Sebastian lo soltó y permaneció a dos centímetros de su rostro unos cuantos segundos más, con una sonrisa de lo más (irritantemente) satisfecha de sí misma.

- ¿Y ahora cómo es que vas a actuar, Ciel? – le preguntó con un gesto muy fingido entre compasión y burla.

Silencio boquiabierto por parte del chico.

- Podrías abofetearme, ya lo has hecho antes, pero no sabes si hacerlo o no – siguió él.

Y Ciel totalmente callado, con la cara completamente roja y con cosquillas en los labios.

- ¿Lo ves? Todavía eres un niño.

Y dicho esto, Sebastian soltó a Ciel y se metió en la mansión, esperando que el chico hiciera como si nada y lo siguiera. Pero Ciel no hizo tal cosa, se quedó paralizado frente a la puerta, mirando con los ojos abiertos como platos el punto exacto dónde su mayordomo había desaparecido.

¡Maldición!

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Sebastian lo había sorprendido.

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Nota (de nuevo): Pues este es el primer capítulo, y espero sí les haya gustado. Sentí que tenía que manejarlo muy serio para resaltar la aburrida desesperación de Ciel, qué horror ¿tener doce/trece años y tener que lidiar con todo eso? Pero a fin de cuentas por eso es que la serie es como más original...

Y otra cosa: uso Puru-puru en lugar de Plu-plu porque, por desgracia, Pluto me recuerda mucho a disney, y la verdad que estoy en una etapa anti-disney, así que me pareció más divertido la traducción fonética del nombre en japonés... Con eso de que a los japoneses no se les da mucho el pronunciar bien el inglés...

Dejen reviews si les gustó, se aceptan críticas constructivas, pero por favor tengan mucho tacto, porque soy muy sensible y no sé usar muy bien todo esto, apenas estoy aprendiendo. ^^