CAPITULO 5.

No fue tan cordial la despedida con los piratas de Mister Love, pero después de repartir algunos golpes, Usopp, Sanji y Zoro bajaron en la isla. Era pequeña, al igual que su pueblo, pero bastante tupida de vegetación, así que decidieron pasar la noche lejos de la vista de los pueblerinos.

Por la tarde, un grupo de piratas —que no, no eran ellos— armaron revuelo, pero los Mugiwara no se inmiscuyeron. La gente del lugar había sabido defenderse bien, y no era de extrañar: en el Nuevo Mundo se debía estar preparado para toda clase de adversidades.

—Entonces, ¿todos están bien? —preguntó Usopp cuando Roronoa terminó con el escueto relato.

—Supongo, después de naufragar terminamos en una isla llena de Marines y nos metimos en más problemas —usaba una de sus katana para abrirse paso a través de la densa vegetación. —¡Ey, cocinero, si no te apuras te dejaremos atrás! —bramó el espadachín al ver que Sanji volvía a quedarse atrás—¡¿Qué le pasa a ese idiota?

—¡No te preocupes por mí, marimo, y preocúpate mejor de tu culo… que muy pronto será pateado! —amenazó desde lejos, caminando con cuidado.

—¿Sucede algo, Sanji? —Usopp frenó el andar para esperarlo. El rubio negó con la cabeza, dándole una calada al cigarrillo.

La noche pronto se cernería sobre ellos, densa y cerrada, seduciendo con su oscuridad a los animales e insectos de vida nocturna. Apenas se filtraba la luz del sol por entre medio de las altas copas de los árboles.

—¿Cuánto más vamos a tener que andar? —preguntó el cocinero mirando a Zoro con mala cara.

—Ya estamos lo suficientemente lejos del pueblo, es más —reconoció el tirador—ya ni siquiera sé dónde queda el pueblo.

—¡Maldición! —exclamó el rubio mirando de peor manera al espadachín—¡Seremos idiotas! ¡Si dejamos que este estúpido vaya adelante terminaremos en Raftel!

—Eso no sería tan malo, después de todo —acotó Usopp, tratando de amenizar la disputa que venía en camino.

Zoro dio la vuelta, katana en alto.

—¡Es incapaz de encontrarse en un espejo! —Sanji le escupió aquellas palabras en el rostro antes de que dijera algo.

—¡Voy adelante porque soy el único que puede abrir el camino, cocinero de quinta! —retrucó—¡Al menos no soy un inútil como tú!

—Ey, chicos —el tirador intentó interceder, sin éxito.

—¡¿Quieres ver cómo abro camino —elevó una de sus piernas—a través de tu cabeza?

Usopp suspiró, derrotado, y se sentó en el suelo buscando en el bolsillo las pocas semillas que le habían quedado para hacer combustión. Mientras los otros dos seguían discutiendo, juntó algunas ramas y preparó el terreno para hacer fuego antes de que la noche los sorprendiese.

—Ya, Sanji, Zoro... —trató de llamarles la atención—¿Por qué no van a buscar comida?

—¡Que vaya él! —El rubio señaló al otro. —¡Yo cocino! —mostró un semblante de duda o turbación—¡Así que me quedo aquí!

—¡Admite que eres un inútil! —retrucó el espadachín con una sonrisa de triunfo al ver que Sanji no mostraba intenciones de refutar sus palabras.

—¡Ya vete a cazar, infeliz!

Zoro se marchó, refunfuñando en alto, mientras Sanji se sentaba en el suelo junto a Usopp, con cara de pocos amigos. El tirador lo miró, tratando de adivinar qué le ocurría; lo notaba extraño, pero más allá de eso, le llamaba la atención la energía que empleaba cuando discutía con Roronoa. Más de la habitual.

—Sanji —murmuró una vez a solas, llamando su atención.

—¿Qué pasa?

—Eso te pregunto —le sonrió, pero luego guardó silencio, reflexionando al respecto—¿Todavía te sigue afectando lo de… Nami? —frunció el ceño, no quería mostrarse dolido o algo similar.

—¿Por qué sacas ese tema? Ya es un asunto viejo —O no tanto, pero en verdad ya no le daba tanta importancia como al inicio.

—Te muestras más irritable con Zoro que antes.

Sanji abrió la boca, pero no pudo decir nada porque sabía que no podía negarlo.

—Estoy nervioso, es todo. —Se puso de pie buscando pedazos de tronco que le sirviesen para cocinar lo que Roronoa hubiera ido a cazar.

—¿Nervioso? —Arqueó las cejas, pensó en preguntarle por qué, pero un ciempiés de colores llamativos que no había visto hasta entonces, le llamó la atención. Colgaba del árbol, por encima de la cabeza del cocinero—Quédate quieto.

—¿P-por qué? —temió preguntarlo. Viró con lentitud encontrando ante sus ojos el desagradable bicho que su amigo, sonriente, sostenía entre los dedos.

—¡Nunca vi una tan colorida, ha de ser venenosa quizás!
—¡SÁCAMELA DE ENCIMA!

No, no la tenía encima, pero demasiado cerca para su gusto. Usopp abrió grande los ojos, para luego arrojar el bicho lejos del alcance del rubio y estallar en carcajadas.

—¡Lo había olvidado! —Ahora entendía porque Sanji estaba tan nervioso: odiaba los insectos.

—¡No te burles!

—No me burlo. Pero los ciempiés son inofensivos, salvo que…

—No me importa, no me gustan, mantenlos alejados de mí.

—Ey, Sanji —le habló con calma y, ¿por qué negarlo?, con algo de malicia—No quiero ser cruel, pero el bosque está lleno de ellos.

—¡Ya lo sé! —gritó fuera de sí poniéndose de pie. De inmediato empezó a sacudirse, podía sentir cómo algo le caminaba por la espalda, o era sugestión.

—¡Quédate quieto!

—¡Quítamelo, tengo algo caminándome por la espalda!

Usopp metió la mano debajo de la camisa en pos de ayudar a su amigo, palpó la anatomía de Sanji, pero no encontró nada.

—¿Estás seguro?

—Ya no lo siento —reconoció el cocinero, un poco avergonzado por ser uno de los Mugiwara más fuerte y comportarse como una niña exploradora.

—Pues, déjame revisar bien… —siguió tocando, buscando algo que ya no estaba o nunca estuvo.

El cocinero entrecerró los ojos, ¿Usopp no se daba cuenta de lo obvio que era?

—Ok, creo que ya no hay nada —dio la vuelta, mirándolo de manera sombría—¿O quieres revisar entre mis pantalones? No vaya a ser cosa que se meta por ahí, ¿no? —dijo con sorna, consiguiendo que el tirador primero lanzase un gritito interno de miedo, luego frunciese la frente molesto, para después agachar la cabeza, abochornado.

Se sentó en el suelo, cruzado de brazos.

—Mal pensado —murmuró ofendido—, la próxima vez quítatelos solo.

—Eh, no te enojes —le sonrió, para aligerar el ambiente.

En verdad no le había molestado, ni tampoco pensaba mal del tirador. Si bien reconocía que era hombre y que no era pecado que quisiese aprovechar las circunstancias, conocía a Usopp lo suficiente como para asegurar que nunca hacía nada con mala intención, pero el regreso rápido del espadachín interrumpió sus pensamientos.

—Qué raro… no te perdiste —musitó el cocinero.

—Imposible perderme si tengo tus grititos de nena como punto de referencia.

Sanji plantó un gesto de pocos amigos y les dio la espalda, irritado, porque encima Usopp había empezado a reír con mesura.

—¿Qué trajiste para comer?

La respuesta a la pregunta del tirador fue: ranas y algo que parecía un ave de tamaño mediano. Sanji volvió a mirarlo con mala cara. Es que no había nada mejor en la isla, no parecía tratarse de un lugar donde habitasen bestias grandes de las cuales poder alimentarse. Deberían conformarse con eso, y además Roronoa admitía que si se internaba más en el bosque, no podía prometer volver antes de que sus amigos muriesen de hambre.

Luego de la cena pobre, se acostaron sobre la hierba cerca del fuego, para tratar de dormir. Usopp cayó rendido enseguida y Zoro, sentado contra un árbol, no tardó en sucumbir. Sanji en cambio no podía dormirse, no por saber que quedaba a merced de los insectos, sino porque no podía dejar de pensar en la pregunta del tirador.

Recién caía en la cuenta de que, en verdad, ya no le importaba lo que Zoro y Nami hicieran. Lanzó una risita muy interna sin dejar de mirar al marimo. No podía negar tampoco que seguía viéndolo igual de atractivo, le sorprendía admitírselo a sí mismo de una buena vez… que un hombre había tenido la fuerza o energía suficiente para llamarle la atención.

Pero era curiosidad, no más. La intención de probar todos los platos en el buffet que era la vida y quedarse con el mejor.

La mirada entonces se dirigió hacia Usopp, y la sonrisa del cocinero, en esa ocasión, fue una de afecto. Lo quería, como a cualquier otro de sus nakama, lo quería quizás más. No importaba cuánto, sino que lo quería, porque a pulso, con sus mentiras y verdades, con su astucia y picardía, con esa virtud para elevarle la autoestima, se había ganado un lugar: su lugar.

Se arrimó a él, acostándose a su lado y cerró los ojos quedándose con la última imagen de un Usopp dormido, roncando y con la boca ligeramente entreabierta. No entendía, Sanji no entendía muy bien lo que pasaba, pero se daba cuenta de que algo o muchas cosas, habían cambiado de una manera demasiado vertiginosa.

¿Todavía lo quería?

Usopp, ¿aún lo quería o ya no? Quizás, después de haberle cortado las alas tantas veces, ya había cambiado sus sentimientos. No le extrañaría, sería idiota ir detrás de un inalcanzable, aunque ellos eran precisamente de esa clase de idiotas que van tras un sueño que muchos tildarían de imposible. Sin ir más lejos ahí estaban, en el Nuevo Mundo, siguiendo a un capitán que perseguía el sueño más difícil de todos.

Luffy…

Esperaba encontrar a todos pronto, quería volver y asegurarse de que todo seguía en su lugar. Los cambios nunca le habían gustado, no al menos esa clase de cambios: tan bruscos y sobre todo cuando de sentimientos se trataban.

Despertó gracias al ruido de las ramas crujiendo bajo los pies del tirador, lo miró desde el suelo, preguntándole con los ojos adónde iba. El sol comenzaba a asomar con fuerza a través de la tupida vegetación.

—Iré a explorar a ver si consigo algo decente para desayunar. Sigan durmiendo.

Entonces Sanji, luego de frotarse los ojos, vio a Zoro dormitando contra el tronco, exactamente en la misma posición en la que se había quedado dormido la noche anterior. Una vez a solas, le nació despertarlo de malos modos, porque sabía lo mucho que le molestaba al marimo que interrumpiesen sus sagradas siestas.

—¡Infeliz! —rugió después de recibir la cachetada en su cabeza.

—Es hora de despertarse, tenemos que seguir.

—¡Hay maneras y maneras de despertar a una persona!

—Oh, lo siento, marimo; pero no soy Nami para despertarte con besos.

Un silencio demasiado incómodo se instaló entre ambos, apenas interrumpido por el graznido de los pájaros y el de las copas de los árboles ondeándose. Sanji quiso que la tierra lo tragase, había dicho eso, sólo por decir, como si su propia mente le hubiera traicionado luego de haber pensando en el asunto durante toda la noche, al menos hasta antes de quedarse dormido; y no dudaba de haber soñado al respecto aunque no lo recordase.

Suspiró y dejó el tema ahí al ver el semblante del espadachín. Dio la vuelta, buscando sus cigarrillos, con la idea de ir a través del bosque en busca del desayuno. No quería quedarse a solas con Roronoa, pero éste lo tomó con fuerza de un brazo.

—Suéltame —exigió, sin embargo Zoro, en respuesta, lo jaló.

—¿Es por eso?

—Suéltame —volvió a pedir, con más energía, comenzando un tonto forcejeo, con el espadachín aún sentado en el suelo y él de pie.

No imaginó lo que Roronoa iba a hacer, por eso el movimiento le tomó por sorpresa. Zoro lo arrastró con más energía, haciéndole trastabillar. Aprovechando el momento de debilidad, Zoro se incorporó para tomarlo de los brazos y tumbarlo sobre la hierba. Sabía que tenía que hacerlo así, porque Sanji no se quedaría a hablar del asunto por motus proprio, debía obligarlo.

Recién reparaba en que había dejado pasar mucho tiempo, era una conversación que debió haber mantenido con el cocinero desde el principio, incluso Nami se lo había aconsejado: Hablar; pero hablar con Sanji era tan difícil. No podían cruzar dos palabras sin acabar enredados en una tonta pelea.

—¡Suéltame, marimo! ¡¿Qué mierda te pasa? —la cercanía le ponía nervioso, no sólo por el detalle de que tenía al espadachín entre las piernas y que sentía la fuerza de sus manos en los brazos, impidiéndole todo movimiento. Era más que nada la mirada intensa que le dedicaba, que parecía decir mucho más de lo que podía poner en palabras.

—Te pregunté si es por eso —reiteró con calma.

—¡No sé de qué hablas!

—Sí que lo sabes —trató de hallar las palabras correctas para explicarse, pero no era bueno para hablar, menos con el cocinero—¿Es por ella que…?

Titubeó, sabía lo que quería preguntar, pero no encontraba el modo. Necesitaba saber si el cambio se debía a lo que había visto hacía más de una semana. No era idiota, notaba cómo Sanji se mostraba más intolerante con él; porque una cosa era pelear por tonterías, descargar tensión, tener diferencias, otra muy distinta era el enojo sentido, rayano el odio.

Eran nakama, eso ambos lo entendían muy bien. Podían pelear, pero eran más que amigos… casi como hermanos, que discuten, sabiendo que de todos modos —y a su pesar— hay un lazo indestructible.

—¡Te confundes idiota, me da igual! —no iba a reconocerlo frente a Zoro, no iba a explicarle que quizás al principio sí, le había molestado, pero que gracias a Usopp ya no.

—Mentiroso —gruñó entre dientes, para después plantar un gesto igual de serio, pero más relajado. —Si… —dudó un instante—Si en verdad Nami te importa de esa forma, dímelo —exigió con dureza—, dímelo y yo…

—¿Y tú qué? —se removió, tratando de quitárselo de encima.

—Y yo me hago a un lado.

Sanji esperaba oír cualquier cosa de parte de Zoro, pero jamás eso. Esperaba escuchar un "me gusta bailar la polka desnudo", antes que una muestra tan abierta de camaradería. Se vio tentado a preguntarle si la quería, pero no era su estilo platicar sobre esos temas tan profundos y personales con el marimo.

—La lastimas de alguna forma, marimo… y te juro que te mato, no sin antes torturarte. ¿Está claro? —amenazó, con el ceño fruncido.

—Si no te importa Nami, entonces… ¿por qué?

Zoro parecía dolido, como si buscase las verdaderas razones del cocinero para tratarlo de ese modo tan lacerante, pero Sanji no estaba listo para admitir tantas cosas a la vez, ni tampoco para explicarle que le había molestado por ambas partes, que le perturbaba darse cuenta de que lo deseaba, o ya no, o tal vez todavía sí, un poco.

—¡Ah, maldición! —De haber podido, se hubiera aferrado la cabeza, pero Zoro no lo soltaba. Lo miró, con una expresión extraña, como si estuviera tratando de sondear a través del único ojo que el espadachín tenía.

Silencio, a tal punto que podían prestarle atención a la respiración del otro, Zoro frunció el ceño, tratando de descifrar el enigma que de golpe Sanji representaba para él. Le fastidiaba la distancia, el trato duro, pero más no entender sus sentimientos. Reconocía que entre ambos siempre había habido tensión, sexual o no, era lo de menos, Zoro no reparaba en esos detalles.

El cocinero respiró pesadamente, entreabriendo la boca. Cielo santo, si el espadachín fuera mujer… bueno, si lo fuera quizás no le produciría esa curiosidad; justamente por ser hombre, por ser como era, le llamaba la atención.

Se incorporó un poco al notar que el marimo había aflojado el agarre, pero Roronoa no tomó distancia y sus rostros quedaron muy cerca, sin dejar de estudiarse. No, no iba a pasar nada, porque ninguno de los dos iba a dar un paso más. Zoro no estaba interesado, ni Sanji, preparado para hacerlo.

El ruido de la madera crujiendo les hizo volver en sí, el cocinero alcanzó a verlo entre medio de la vegetación y ahí, toda la calma se esfumó.

—Ah, es Usopp —murmuró el espadachín relajado al darse cuenta de que no se trataba de un enemigo o de peligro. Sanji lo apartó de malos modos, con desesperación.

—¡Usopp! —se maldijo por dentro, como si se sintiera culpable de algo que no había pasado ni iba a pasar. Quizás era en verdad culpa, pero por saber que en su interior deseaba que pasara.

Complicado, no obstante tenía claro que sentía la necesidad de ir detrás del tirador a explicar… explicar nada, porque nada había pasado.

Sólo un malentendido, Usopp pudo haber interpretado mal tanta cercanía y, por Dios, Sanji reparaba en que no quería que el tirador se quedase con esa idea. Lo último que quería era lastimar a Usopp de esa manera.

—Ey, ¿qué te pasa?

—Quítate, marimo imbécil.

—Ya va a volver —dijo con tranquilidad desde el suelo, viendo cómo el cocinero se iba tras el tirador.

Zoro no entendía qué demonios pasaba. No comprendía la preocupación de Sanji, ni la reacción de Usopp.

Caminó un poco y enseguida lo encontró sentando en la hierba, con las piernas encogidas y observando la nada. Sus pasos alertaron al tirador, quien le sonrió de manera exagerada, con una de esas sonrisas falsas que tratan de transmitir serenidad.

—¿Qué haces aquí?

—Buscaba algo para desayunar, ya te dije —volvió a mirar al frente, notando cómo Sanji se sentaba a su lado buscando algo en el bolsillo, seguro que sus cigarrillos.

—Sentado aquí no encontrarás mucho —trató de bromear, pero sonó a reproche.

—Sólo descansaba, pero enseguida me pongo a buscar… —intentó ponerse de pie.

—¿Por qué te fuiste así?

La pregunta del cocinero, a rajatabla, le hizo volver a tomar asiento.

—¿Así cómo? —trató de disimular, pero era demasiado evidente. Controló los nervios y respondió—: No quería interrumpir.

—¿Interrumpir qué? —Sanji lanzó una risita muy interna, encendiendo el cigarrillo—¿Una de mis tantas peleas con el marimo?

Usopp entonces lo miró con seriedad. No parecía tratarse, precisamente, de una pelea; pero el tirador no pudo decir nada, sabía que no correspondía reclamarle; ellos dos, a fin de cuentas, no eran nada más que amigos.

El tirador volvió a fijar la vista al frente, reposando la barbilla en sus rodillas.

—Prefiero quedarme contigo —dijo el cocinero dándole una profunda calada al cigarro, pero la nueva mirada de Usopp, mezcla de sorpresa y miedo, le llevó a explicarse—¿Puedo hacerte compañía? —No más malos entendidos—: prefiero quedarme aquí que estar matándome con el marimo.

—Será mejor volver —propuso, poniéndose finalmente de pie—; si lo dejamos solo, puede perderse.

Sanji lo imitó, siguiéndolo por detrás. El aire estaba enrarecido, se notaba la atmósfera cargada y de nuevo volvía a reparar en lo mucho que necesitaba despejarle las dudas al tirador, pero él también comprendía que no eran nada. Justificar y reclamar, no cabía en una simple amistad.

Al volver, Zoro se encontraba durmiendo contra el mismo tronco de la noche anterior. El despertar esta vez no fue violento, Sanji lo llamó una vez y fue suficiente. Zoro parecía estar siempre en alerta, incluso durmiendo.

Decidieron ir al pueblo para conseguir algo de comida y ropa, el dinero que tenía Roronoa no alcanzaba para grandes lujos y en pocas horas volvieron a ser pobres de nuevo; pero eran piratas, así que podían robar en caso de necesitarlo.

—Bien, ahora… ¿dónde encontraremos un den den mushi? —dijo Usopp con emoción al ver que todo marchaba según lo esperado.

—¿Y para que quieres un den den mushi? —preguntó el espadachín tirando los restos de la manzana que había terminado de comer.

Sanji entendía el fin del tirador:

—Pero el marimo explicó que el Sunny ha quedado hecho pedazos, y lo primero que se estropea es el den den mushi, son muy frágiles.

—¡¿El Sunny tiene un den den mushi? —Roronoa se mostró verdaderamente sorprendido.

El cocinero se mordió la lengua para evitar mofarse de él, porque le había prometido a Usopp comportarse, sin embargo no pudo con su genio:

—No pierdes el culo porque lo tienes pegado. ¡Tiene un den den mushi desde que Franky lo creó!

—¿Y dónde está?

—En la cocina —respondió el tirador con resignación.

Roronoa se rascó la cabeza, por supuesto que no conocía el número, si ni siquiera sabía la existencia de dicho aparato. Luego bostezó, advirtiendo con el gesto que había llegado la hora de su nueva siesta, se sentó en el suelo y cerró los ojos.

—No te quedes dormido aquí —reclamó el cocinero, pero ya era tarde, Zoro roncaba.

—Déjalo.

—Lo pueden ver —No era prudente dejar al espadachín de los Mugiwara durmiendo a cara descubierta en pleno pueblo. Esa cabellera verde ya era famosa.

—Mejor así —Usopp arqueó las cejas—, porque de esa forma los chicos sabrán donde estamos.

Sanji suspiró dándose por vencido. Era cierto, a Zoro no le pasaría nada malo —sabía cuidarse muy bien— y si se armaba jaleo al menos serviría para que la noticia corriese a la velocidad del viento, siendo una manera de comunicarles a los demás que estaban bien.

—Bueno, vayamos a dar una vuelta —propuso Sanji.

Caminaron tratando de pasar lo más desapercibido posible por las afueras del pueblo, estudiando la isla. Bordearon un sendero que conducía a la costa cuando una conversación entre dos campesinos les llamó poderosamente la atención.

—Decía ser Satán —dijo uno de los ancianos. Usopp se escondió junto a Sanji detrás de un peñasco, agudizando el oído.

—¿Qué buscaba Satán en esta isla? —el viejo cargó los pescados al hombro y siguió caminando a la par de su compañero.

—Mi nieta me dijo que bragas.

—¿Y para qué querrá Satán bragas?

—¡Quién sabe! —El anciano alzó los hombros—Será para algún tipo de ritual que hacen en el otro lado del mundo. Son gente tan rara, después de todo.

Se miraron sin decir nada, sabían de quién se trataba. Eso indicaba una cosa, que al menos Brook había pasado por ahí, y eso a su vez podía significar que todos habían estado hacía poco tiempo en esa misma isla.

—No pueden estar muy lejos de aquí —reparó el cocinero. —Ve a buscar a Zoro.

—¿Para qué? —Vio cómo Sanji se ponía de pie, siguiendo a los pescadores—¡Ey, ¿A dónde vas, Sanji?

—Iré en busca de una barca, tenemos que salir de aquí o nos alejaremos más de ellos.

Usopp entendió y se puso en marcha para ir tras el espadachín. Zoro siguió al tirador a regañadientes, todavía tenía sueño y eso le ponía de mal humor.

En el pequeño puerto los dos ancianos vaciaban una barca, mientras Sanji esperaba desde lo alto de una colina el momento oportuno. No quería lastimarlos, ni tampoco darles un susto de muerte; esperó a que se fueran y caminó hasta la misma, haciéndoles señas a los otros dos para que se apurasen. En poco tiempo ya estaban en alta mar.

—Ey, Sanji, ¿esto resistirá las olas?

—Las olas son lo de menos —dijo el espadachín con suma calma, ojos cerrados y brazos cruzados.

Usopp no necesitó preguntar por qué, lo sabía, y la respuesta apareció sola cuando un rey marino de proporciones demenciales amenazó con engullirlos a los tres, barca incluida, de un solo bocado. Sanji le dio una patada bien puesta en la quijada, hundiendo al pobre animal.

—Qué bestia —murmuró el tirador.

—No era tan grande —naturalizó Zoro, habían visto animales más imponentes.

—No me refería al rey marino —explicó.

Sanji no se dio por aludido, volvió a tomar los remos y siguió tratando de meterse en la corriente para alcanzar al Sunny. Se turnaba con Usopp, mientras Roronoa dormía, al menos hasta que el cocinero se cansó de ser tan benevolente y lo despertó para que se pusiera a remar.

En dos horas estaban lo suficientemente alejados de la isla como para volver, y pronto se haría de noche.

—Gran idea, cocinero —protestó el espadachín al reparar en el detalle.

—¡Mejor que nada, al menos! ¡No me la paso durmiendo sin hacer algo al respecto!

Usopp cerró los ojos y se masajeó la sien, intuía que una nueva pelea venía en camino. Nunca antes había reparado en lo agotador que era tolerarlos así. Tal vez, a diferencia de antes, era más aguantable porque estaban todos para mediar en esas disputas.

O quizás había algo más, tal vez comenzaba a molestarle reparar en la tensión que había entre sus nakama, una tensión muy particular que fácilmente era comparable con la sexual. Había cierta energía, ambos emanaban un fuego que no tenía nada que ver con la incompatibilidad. Usopp bien sabía que, pese a todo, Zoro y Sanji se estimaban, al punto de saber que podían dejar sus vidas en manos del otro —sí, más allá de que no lo reconocerían nunca—; pero todo eso no tenía sentido, porque a Sanji no le gustaban los hombres, ¿verdad?

Se sintió afligido por ese pensamiento, porque reconocía que no era competencia para Nami, ni para Robin, ni para ninguna mujer en la faz de la tierra, pero mucho menos era competencia para alguien tan masculino, talentoso y aguerrido como Zoro. El ajetreo de la barca acaparó toda su atención, obligándole a dejar de lado su lamentación.

—¡¿Pueden dejar de pelear? ¡Van a voltear la barca! —Pero como siempre no tuvo éxito, hasta que soltó lo que tenía en la punta de la lengua—¡Los que se pelean se aman!

Bien, admitía que había sido una acotación muy infantil de su parte, pero ¡Santo Cielo, había dado resultado! Semejante babosada había conseguido callarlos de una buena vez. Usopp los miró con reproche, volviendo a tomar asiento mientras rezongaba por lo bajo.

Siguió remando, notando que el sol comenzaba a ocultarse, pero a lo lejos logró ver otro Sol… el que habían estado persiguiendo.

La alegría fue compartida, Zoro se olvidó de que quería matar a Usopp por semejante acotación, Sanji se olvidó de que quería matar a Zoro por idiota, y Usopp de los dos.

De la emoción que sentía al volver a verlos, Luffy los tumbó a los tres echándolos de la barca al agua. Zoro se encargó de subirlo al Sunny, insultando el arrebato de su capitán y la facilidad que tenía para meterse en problemas.

Nami plantó una enorme sonrisa que suavizó el regaño:

—¡Idiotas, ¿dónde se habían metido? —Tomó a Zoro de la oreja y lo arrastró para subirlo al Sunny—¡No sólo estábamos mortalmente preocupados por Sanji y Usopp que encima tú empeoras las cosas perdiéndote!

—¡Nami-swan, Robin-chwan! —gritó Sanji dando una voltereta de felicidad—¡Han de haber estado muy preocupadas por mi! ¡Oh Dios, ¿qué habrán comido durante este tiempo? ¡¿De qué clase de comida basura se han alimentado sus bellos cuerpos, que necesitan crecer más?

—Ey, que cociné yo —reprochó Nami soltando la pobre oreja del espadachín.

—¡Sanji, Zoro, Usopp! —Chopper salió de la enfermería, con lágrimas colgando, el primero en recibirlo en sus brazos fue el tirador. —¡Estaba muy preocupado por ustedes! ¡No sabíamos que…! —no pudo seguir hablando, sollozaba en los brazos de Usopp.

—Yo les dije que iban a estar bien —volvió a decir Luffy con calma, lo mismo que había dicho durante todo ese tiempo.

—Chopper ha estado muy preocupado —explicó Robin con una tenue sonrisa—, me alegra ver que están enteros. —Ella, al igual que todos, había decidido creer en las palabras del capitán: Sanji y Usopp no iban a morir por una simple tormenta después de todo lo que habían atravesado.

—¡Ey, chicos! —Franky hizo una súper pose—¡¿Qué pasó con el Mini Merry?

—¡¿Estuvimos a punto de morir y te preocupas por el Mini Merry? —vociferó Sanji con un cigarrillo colgando de su boca, que vaya a saber uno de dónde lo había sacado.

—Nah, era lógico que ustedes iban a estar bien, pero… ¿qué pasó con el Mini Merry?

Usopp movió las manos dando a entender que ya no había más Mini Merry.

—Pasó a la historia.

—¡Súper! —bramó Franky, ¿quién lo entendía? —Porque hice otro, mucho mejor.

—El Mini Merry nos salvó la vida —dijo el cocinero con calma, yendo hacia su cocina a la que tanto había extrañado. Dio la vuelta, mirando a Usopp—Merry mismo, nos salvó.

—¡Ah! ¡¿Por qué soy el último en enterarme? —Brook apareció corriendo—¡¿Será porque el fui el último en unirme? —Frenó para sacar un micrófono de entre sus prendas—Hice una canción para el reencuentro. Estuve mortalmente preocupado —explicó—, aunque lo de mortalmente no tiene sentido conmigo porque ya estoy muerto.

—Es bueno volver a verlos, chicos —sonrió Usopp, sintiéndose tranquilo de estar, por fin, en casa.

Todos siguieron a Sanji hasta la cocina, tal vez por el simple hecho de estar juntos, y le hicieron compañía mientras preparaba una cena especial, a la par que escuchaban la canción de Brook. Usopp les contó a todos lo que había pasado, exagerando las cosas y consiguiendo por eso las sonrisitas del rubio. Sanji, radiante de felicidad, negó con la cabeza; Usopp no cambiaba y le encantaba que fuera así.

—¿Cómo es eso de que Merry les salvó? —preguntó Nami, esas palabras le habían quedado rondando la cabeza.

Sanji volvió a mirar a Usopp, quien perdió la mirada, algo abochornado por tener que explicarlo. Al final fue el cocinero quien habló.

—Merry nos salvó. De alguna forma lo hizo; de no haber sido por Usopp quizás todavía estaríamos en esa isla, o muertos.

El tirador elevó la mirada y le sonrió con timidez.

—Es raro de explicar —dijo Usopp tratando de dar fin al asunto.

Era algo que sólo entendían ellos dos, hacía falta estar ahí, en ese momento, para entender lo que había pasado; y ninguno de los dos dudaba de que había sido la vieja carabela quien los salvó, al avisarles en el momento oportuno para que encendieran la barca.

—¡¿Y, Sanji? ¡Tengo hambre! —Luffy alzó los brazos en alto. Demasiada charla, ya le había entrado un hambre voraz.

Comieron haciendo más barullo que el habitual, desde ya, estaban con ánimos de festejar. Muchas veces habían tenido que separarse y los reencuentros siempre eran iguales: muy animados y escandalosos.

La cena finalizó y llegó la hora del postre, pero Sanji sólo había cocinado su plato especial para Nami y Robin.

—¡Aquí tienen, mis bellezas! ¡Mi postre especial, sólo para chicas especiales! —dejó los platos frente a ellas, quienes le agradecieron—¡Sale de mi corazón! Aunque… bueno, siempre cocino con el corazón.

—Ya, cocinero —refunfuñó el espadachín—, no te pongas pesado.

Era siempre igual, cuando pasaba más de un día separado de ellas se ponía más denso, romántico y pomposo de lo normal o lo esperado en él.

—¡Tu cállate, idiota! ¡No es mi culpa que no sepas hacer un huevo duro! ¡Mientras tanto le seguiré cocinando a Nami, por mucho que te moleste!

—¡No lo decía por eso, cocinero estúpido! —Zoro se puso rojo de ira, o de vergüenza, que en tal caso era casi lo mismo.

—¡Ya chicos, no empiecen! —pidió Chopper tratando de que el ambiente festivo no se quebrase.

—Estaba muy rico —dijo Usopp con tono parco, en contraste con la sonrisa melancólica en sus labios.

—¿A dónde vas, chico? La fiesta recién empieza, es muy temprano para irse a dormir —gritó Franky.

—Perdí mi kabuto, así que… —se puso de pie para irse—, estaré en la factoría haciendo uno nuevo, no puedo andar desarmado. Si llegaran a atacarnos...

Sanji prestó atención a cada expresión en el tirador; aunque todos los demás siguieron adelante sin reparar en lo falso que había sido Usopp, a él ya no podía engañarlo. Lo conocía demasiado bien, en especial por el tiempo transcurrido a su lado y el interés que su persona le había despertado en esos últimos días.

Zoro percibió que Sanji no mostraba intenciones de seguir peleando, como si la partida de Usopp acaparase toda su atención. No, Roronoa no era bueno para esos asuntos, pero comenzaba a comprender lo que pasaba ahí.

Tomó con extrema calma y desidia todos los elementos que necesitaba para hacer un nuevo kabuto. Trató de enfocar la vista en las piezas pequeñas, pero comenzaba a ver nublado. Y no, él tenía muy buena visión.

Con el revés de la mano se secó, tratando de contenerse, sintiéndose idiota; porque no tenía motivos para llorar. Siempre había sabido que con Sanji quedaba resignarse, desde el principio. Se preguntaba cómo haría para evitar que le doliesen las acotaciones del cocinero y su desmedida atención hacia toda fémina que se le cruzase.

—Maldición —murmuró al darse cuenta de que estaba haciendo las cosas pésimamente. No podía concentrarse en la confección de su kabuto.

Sanji siempre había sido así, pero antes no le molestaba, ni mucho menos le dolía; pero todo era tan distinto en el presente. De alguna forma tendría que batallar con eso, prefería seguir mintiendo, —a Sanji, a todos y a sí mismo— con tal de poder estar junto al cocinero como un nakama más, como antes y como siempre lo había sido.

Pero era tan difícil.

Tomó aire, sentía el pecho cerrado. Luego alzó los hombros; era su culpa por permitirle a esos sentimientos crecer, pero tenía fe en que con el tiempo lograría volver a lo de antes. El negativo Usopp se obligó a sonreír, a dejar de lamentarse, a ponerle buena cara al mal tiempo.

Seguro que se sentía de esa forma por lo que había pasado en tan corto tiempo, pero una vez que todo se acomodase en su debido lugar, lograría volver a ver a Sanji como antaño.

La puerta abierta mostró una silueta, y la fingida sonrisa se le borró de un plumazo; reconocía incluso hasta la sombra del rubio.

A veces se olvidaba de que le había permitido a Sanji conocerlo mejor de lo que lo conocía el resto, y temía que se hubiera dado cuenta de lo mucho que le había lastimado. No quería eso, desde ya; no pretendía importunar al cocinero, ni molestarlo de ninguna forma.

Seguramente había ido hasta ahí para dar explicaciones, cuando no correspondía; seguramente estaba ahí para dedicarle palabras de consuelo, para decirle lo que ya le había dicho esa noche de confesión: que no podía enfrentarse a ese asunto tan complicado.

Usopp mismo reconocía lo mucho que a él le costaba, no le parecía menos que también le resultase difícil a Sanji.

Pero la tristeza cedió, dando paso a la esperanza. No era más que sorpresa, porque veía con claridad la dura expresión del cocinero, la seriedad que emanaba, en oposición con lo que llevaba en la mano.

Sanji relajó las facciones, sonriendo divertido al ver la cara de susto del tirador. Ni que fuera a comérselo o a matarlo. Caminó hasta él y dejó sobre el suelo, frente a su amigo, el plato con la porción de postre, para después sentarse a su lado.

—¿Esto? —pregunta estúpida con respuesta muy obvia, pero a Usopp no se le ocurrió nada mejor para decir en ese momento de confusión.

—Es… mi postre especial.

El tirador entrecerró los ojos.

—Ey, yo no soy una de tus chicas especiales —increpó con desdén.

—No, no —reconoció—; en absoluto —tomó el plato, tragando saliva, para señalar la superficie de la torta—, este es más especial todavía; Franky diría algo así como que es "mi postre súper especial", no sólo "mi postre especial". ¿Ves? —No alcanzó a tocar, pero señaló la fruta con el dedo índice—Este tiene una frutilla, el de las chicas no… el de ellas sólo tiene la cobertura nada más.

Usopp sonrió, sintiendo un cosquilleo particular en las mejillas. Se imaginaba sonrojado y quería morir ante atroz idea. Bajó un poco la vista, para no dejar tan en evidencia la felicidad que le había colmado. No podía dejar de reír como un idiota enamorado; aunque bueno, lo era.

Cerró los ojos, sin dejar de sonreír. Como si algo o alguien tirase de un piolín imaginario, forzándole esa sonrisa que por tonto orgullo masculino quería ocultar.

"Cara, obedece", instó el tirador, pero no… no funcionó. Y removió las piernas, nervioso, para después obligarse mentalmente a salir de ese embobamiento.

—Gracias, Sanji.

El mentado le regaló una de las sonrisas más hermosas que podía dedicarle, porque Usopp se veía adorable y cursi de alegría. Por fin le arrancaba una mueca distinta a las últimas, que parecía ser que todo lo que hacía o decía, provocaba tristeza en él.

—¿Te gusta? —consultó, al ver cómo probaba bocado.

Usopp asintió, sin poder contestar que más le gustaba él, porque aunque pensaba mucho y sentía más, no tenía la suficiente confianza para ser tan franco con el cocinero.

La expresión de Usopp, de pasar a ser una de introspección, pasó a ser una de férrea decisión. Al demonio con todo, ya no aguantaba más. Se acercó a Sanji y se acomodó, para dejarle un beso con gusto a chocolate en los labios.

El cocinero no lo rechazó, ni le reprendió, aunque tampoco le correspondió, se quedó sonriente en su sitio.

—Está muy rico, Sanji —dijo con naturalidad, como si no hubiera pasado nada.

Pero el mentado cocinero no podía dejar las cosas ahí, en ese punto, ¡ya no quería dejar las cosas a medias! Fue algo brusco, pero para Usopp, igualmente perfecto. Lo tomó de la nuca, enredando los dedos en su enrulada cabellera y lo atrajo hacia sí esquivando su larga nariz.

¡Eso sí que era un beso! Usopp abrió grande los ojos, podía sentir como Sanji probaba su propio plato.

Era indecoroso, inmoral, y le encantaba. Ese era un beso de verdad, y no los castos y puros que le había dado a Kaya antes de marchar.

Un beso que parecía estar advirtiéndole de la tormenta que se desataría si Usopp lo permitía; y claro que iba a permitirlo.

Sanji le mordió los labios y volvió a hundirse en su boca, una y otra vez, saboreándolo y deleitándose con la placentera sensación, porque más allá de que los besos, de por sí, son agradables, lo era el doble al tratarse de Usopp.

El tirador se aferró a la camisa de Sanji, porque estaba de costado y comenzaba a perder el equilibrio, la fuerza y la cordura. No tenía demasiado con qué comparar, pero ese beso había sido espectacular, y se suponía que sólo era el comienzo. Porque lo era, ¿verdad?

Algo comenzaba.

Cuando Sanji soltó sus labios, Usopp trató de tomar distancia para seguir comiendo, pero el cocinero no se lo permitió y lo tomó entre sus brazos, pegándolo a su pecho. Como si en el gesto intentase decirle que no pensaba dejar que tomase distancia de él, nunca más.

El tirador se apoyó en el pecho del cocinero, notando que en el bolsillo de la camisa seguía estando aquel objeto circular. Escabulló la mano y lo quitó.

—Eso es mío —reclamó Sanji, incómodo, y volvió a tomarlo para guardarlo de nuevo en el bolsillo de su camisa.

Usopp sonrió porque se daba cuenta de que sin duda algo se había quebrado entre ambos: la amistad; necesario para dar ese siguiente paso, tan significativo. Al final no había sido un mal augurio como creyó en un principio.

El cocinero, por su lado, se dio cuenta de que era hora de guardar el reloj estropeado en el cajón. Ya no necesitaba llevarlo a todos lados, tratando de entender por qué le había surgido la urgencia de conservarlo.

Ahora tenía algo mejor. Ahora tenía el cariño de Usopp para conservar toda la vida.


Fin


ToT Se terminó, no lo puedo creer *llora desalmadamente*. Siempre me pasa lo mismo, me siento contenta y triste de terminar un fic por capítulos. Qué dispar.

En mi LiveJournal (por mi perfil llegarán) encontrarán el capítulo 6 de este fic que, por tener lemon, no pude subir aquí.

Espero que les haya gustado la historia completa, al final resultó ser más fluffy de lo que pensé XD, pero estos chicos se merecen un final feliz ^^, más teniendo en cuenta que es el primer long fic de ellos.

Muchas gracias por haber leído y, en especial, por haberme acompañado y alentado con sus comentarios a seguirlo, esmerarme y mejorar lo que no me convencía.

Un beso y hasta otra =)

14 de marzo de 2011

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.