Deverto
En sus sueños, su adorada Ellis, hija de los compuestos y las mezclas más exactas que puedan controlarse por su laboratorio, le dice que sí, que esa terca mujer de ojos azules perderá el tren y se bambolea sobre sus piernas y lo besa y le elogia su desempeño y le dice que es el único para ella, porque nadie le amará tanto jamás. También aprueba que le proteja de las obsesiones de L.A., que lo desnude y le encierre en un cuarto oscuro hasta que aprenda cuál es la verdadera forma del amor, la de aquel que le ha dotado de un trozo de su propia alma. Porque sigue siendo un derivado (con sus mejoras físicas, pero lejos del original en la esencia de su intelecto: es un ego que flota en busca de Ellis, es la obsesión hecha carne y sangre, más no los motivos que realmente la moldearon y que justifican tales procederes), incapaz de superarle. Por eso Ellis será solo suya y sonríe tanto en su presencia, hecha de sueños y de anhelos, incorpórea y perfecta. Ya no tanto como lo sería en una camilla de operaciones, previa a la autopsia.