DISCLAIMER: Los personajes de Harry Potter son propiedad de J. K. Rowling.

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Preferencia Personal

Capítulo 29. Próximo destino: Sudáfrica.

Un silbido del árbitro decretando una falta a favor de su equipo y entonces el campo se quedó inesperadamente en silencio a su alrededor. Ya no se escuchaban más los gritos de la reducida afición sentada en las gradas ni tampoco los gritos de sus compañeros buscando organizarse, ahora todo estaba en calma. Scorpius miró el balón colocado encima de aquel manchón blanco sobre el césped y supo lo que debía hacer.

Retrocedió algunos pasos. Seis, siempre eran seis. Y con las manos apoyadas en las caderas se tomó un segundo para visualizar la posible trayectoria de su tiro. Sus ojos se encontraron con los del joven hombre bajo el marco de la portería y casi al instante el nerviosismo de aquel lo hizo sonreír. Seguramente era todo un shock tenerlo a él a punto de tirar en su contra. Y es que no era para menos: él era Scorpius Malfoy y aquel chico un jugador amateur.

El silbato sonó de nuevo, dándole la señal de avanzar. Cerró la distancia que había creado entre él y el balón, dejando que su empeine rozara el objeto con suavidad para impulsarlo hacia delante. El balón se elevó en una parábola perfecta y se incrustó en la esquina superior derecha de la portería, siendo atrapado por la red blanca que frenó su trayectoria y lo hizo rebotar un par de veces ante la mirada atónita de aquel portero.

Las exclamaciones de júbilo reventaron el pequeño campo de fútbol mientras él corría hacia el centro de la cancha, siendo perseguido con sus compañeros empeñados en querer celebrar con él dicha anotación. Abrazos, palmadas en la espalda y unos cuantos choques de manos bastaron para festejar. No importaba que fuera el cuarto gol de aquel partido amistoso y el segundo suyo, ni tampoco importaba que hubiera sido como un penalti. "Un gol siempre es un gol" le había dicho su primer entrenador cuando él apenas había sido un adolescente, y era por eso que él siempre disfrutaba cada anotación como si fuera la única y su última.

El partido concluyó con la selección inglesa ganándole por cinco goles a ese equipo de la liga local sudafricana.

Scorpius respiró profundamente, disfrutando de la sensación del aire hinchando sus pulmones al máximo a pesar del esfuerzo específico y mantuvo aquella sonrisa que apenas estiraba sus labios dándole ese toque de ironía y arrogancia a su expresión que por lo general le había causado problemas en el pasado. Estrechó algunas manos de sus oponentes, incluso intercambió su camiseta con el delantero que había anotado el único gol para los locales. Más allá de un juego de preparación, el último que tendrían, para Scorpius fue un gran momento pues de alguna manera sintió que el hambre de aquellos jugadores le había agregado algo más a la expectación que hacía fluir la adrenalina a toda velocidad en su cuerpo.

—Buen trabajo, muchachos. Vayan a ducharse. —Fueron las cortantes palabras del entrenador de la selección.

Aquél hombre era realmente estricto, y desde que lo vio por primera vez, Scorpius siempre se había preguntado si tenía alguna clase de regla para sí mismo en contra de expresar cualquier otra emoción que no fuera el enojo cuando las cosas no salían bien. Hasta donde sabía, casi nadie lo había visto sonreír, mucho menos cuando se encontraba en el banco de cualquier estadio.

Agitó ligeramente la cabeza y una nueva sonrisa de lado apareció en sus labios como respuesta a sus propios pensamientos.

Todo aquello no importaba ahora, lo realmente relevante en estos momentos era que por fin estaban en Sudáfrica, el mundial comenzaría en sólo un par de días, y ellos estaban listos. Quizás se atrevería asegurar que estaban más que listos. Sin embargo, había algo de intranquilidad dentro de él, ¿nerviosismo? Pfff… Imposible, él nunca se ponía nervioso o ansioso o cualquier basura de ésas. Era como si… algo faltara. Sí, era eso. Lo había sentido desde que el avión había despegado de Londres y lo peor del caso era que la sensación no había aminorado desde entonces.

La voz de uno de sus compañeros regresó su atención a la realidad y entonces decidió dejar de lado aquellos pensamientos. Nada falta, todo estaba listo.

O al menos eso es lo que él estaba tratando de creer.

Una vez que estuvieron de vuelta en el hotel de concentración, la mayoría de sus compañeros se dirigieron a la sala de entretenimiento que había sido acondicionada exclusivamente para ellos. El lugar tenía una pantalla de plasma enorme, algunos sillones forrados de cuero negro y un par de mesas de fútbol de mesa. Algunos otros se encaminaron en la dirección opuesta, seguramente hacia el restaurante que había en el hotel. Tenían prohibido salir sin la autorización expresa del entrenador, tampoco podían interactuar con sus familias y se les había restringido el uso del teléfono celular y el internet.

Si le preguntaban a él, a veces creía que su entrenador estaba algo loco y exageraba; pero el hombre no se cansaba de repetirles que aquello era necesario para mantenerlos enfocados en el fútbol y nada más.

—¡Hey, Malfoy! —Escuchó de uno de sus compañeros cuando él se encaminó hacia los ascensores—. ¿No te quedas a jugar?

Scorpius se detuvo un breve instante, apenas el suficiente para negar con la cabeza, y después continuó con su camino. A pesar del buen resultado que había tenido aquel juego de preparación, lo cierto era que no se encontraba de muchos ánimos para continuar conviviendo con sus compañeros. Sólo quería llegar a su habitación, tenderse en su cama y dormir tanto como le fuera posible.

No obstante, cuando el elevador se detuvo en el quinto piso y él abrió la puerta del lugar donde se hospedaba, sólo pudo acostarse mientras permanecía mirando la pantalla de su teléfono. Prácticamente ésa había sido su rutina desde que había llegado a Sudáfrica.

—¿En algún momento la llamarás o sólo estás enamorado de tu teléfono celular?

La voz de su compañero de habitación lo sacó de sus pensamientos y lo obligó a enfocar la mirada en él.

Compartir cuarto con su archirrival profesional, que casualmente también era el ex novio 'perfecto' de su esposa, parecía un mal chiste o una conspiración; pero desgraciadamente para Scorpius la razón era más simple y menos tétrica: ambos eran delanteros, y era costumbre entre los equipos de fútbol cuando se hospedaban en hoteles, que sus jugadores compartieran habitación de acuerdo a sus posiciones en el campo.

Al parecer era para 'fomentar la convivencia y el buen entendimiento' que podía ser trasladado a las canchas durante los juegos.

Nada más lejano de la realidad para ellos dos. De eso estaba seguro.

Como no respondió al comentario, vio a Evander exhalar lánguido al tiempo que negaba con la cabeza.

—Si el entrenador te ve con eso, nos castigará a ambos así que úsalo o guárdalo, Malfoy. —Le advirtió con tranquilidad.

Scorpius vio al hombre entrar al baño y entonces devolvió la mirada a la pantalla del teléfono. Permaneció absorto en sus pensamientos, sin moverse durante un largo instante y entonces suspiró frustrado para luego devolver el aparato al bolsillo interno de la pequeña maleta que tenía debajo de la cama.

Resopló sintiéndose como un completo estúpido. ¿En algún momento se atrevería a oprimir la tecla de marcado y no colgar a los dos timbrados? La respuesta a estas alturas parecía bastante obvia…

Muy probablemente no.

Rose continuaba martilleando con los dedos a un ritmo irregular debido a su eterna falta de coordinación. El silencio que se había hecho notar entre ella y el hombre que se hallaba sentado en la silla al otro lado de la mesa la estaba poniendo realmente ansiosa. No le gustaba la manera en la que él la miraba, como si pudiera leerle la mente… aunque claro, sabía que eso no era posible porque de lo contrario él sabría lo incómoda que se sentía en esos momentos y dejaría de mirarla así.

Agitó la cabeza con suavidad buscando dejar de divagar.

—¿Por qué estamos aquí? —Se animó a preguntar después de casi cinco minutos—. No me malinterpretes, adoro el café que sirven en este lugar, pero… —Hizo una mueca mientras envolvía la taza de café con sus dedos—. Si esto es por Scorpius…

—Sí, Rose. Es por Scorpius.

Alzó la mirada y se encontró con aquella ya conocida expresión que Alexander siempre tenía en el rostro cuando el complejo de dios omnipresente y omnipotente le llegaba. Ni siquiera los remanentes de los golpes en su pómulo y su labio inferior parecían borrar ese brillo orgulloso en sus ojos azules que aparecía cada vez que sentía que sabía más que los demás.

Aquella expresión no hizo más que exasperarla.

—No lo haré, ¿okay? —Negó con la cabeza teniendo una noción bastante clara de a qué se refería y apoyó la espalda en la silla—. No importa lo que tengas que decir, ofrecer o argumentar, no lo haré. —dijo tajante.

—¿Y si te cuento la verdadera razón por la que él me golpeó?

Sus ojos castaños se entrecerraron con escepticismo y una pizca de recelo. La molestia apareció en su pecho como una punzada a causa del intento de él de valerse de algo que a ella le parecía sumamente delicado para intentar conseguir lo que se proponía.

—Eso ya lo sé. Le ocultaste que tu hermana se iría al otro lado del mundo y que… todavía lo amaba… —Se aclaró la garganta y acomodó un mechón de su cabello tras la oreja. Realmente no quería tener esta conversación ni hoy ni… en un par de milenios.

—¿Es eso lo que crees, Rose? —Lo escuchó reír sin ningún humor en voz baja—. Por favor, ambos sabemos que no es toda la verdad. ¿Crees que Scorpius sería capaz de golpearme así sólo porque le oculté algo?

Bueno, si podía ser honesta, su mente no había dejado de darle vueltas al asunto una y otra vez. Ciertamente Scorpius era alguien temperamental, pero aquél estallido de ira que había derivado en la paliza de Lex era algo que parecía estar fuera de sus límites. Sin embargo, nada la preparó para escuchar las siguientes palabras de Lex.

—Rose, yo no sólo sabía que Phoebe se iría. Fui quien lo planeó todo desde el principio.

Sus labios se abrieron pero le tomó un par de segundos antes de lograr que algún sonido saliera a través de ellos.

—¿C-cómo dices?

Una pequeña sonrisa de lado torció los labios del hombre mientras apoyaba la espalda en el respaldo de la silla sin apartar la mirada de ella, como si estuviera satisfecho de haber llamado su atención.

—Él estaba enamorado de ella desde antes de que supiera que le gustaba el fútbol. —Comenzó mientras miraba sus nudillos dando pequeños golpecitos sobre la mesa—. Mi hermana no es ninguna tonta y siempre lo supo, pero prefería tener la incondicional adoración de Scorpius siempre elevándola en un pedestal mientras ella salía con otros chicos justo frente a él. Eso no era justo. Por eso cuando el buscador de Slytherin puso sus ojos en él, supe que tenía que hacer todo para ayudarlo. No quería que perdiera algo más por causa de mi hermana. Era casi como si ella le hiciera saber que nunca sería lo bastante bueno para ella.

Tan pronto como terminó de decir aquello, se hizo de nuevo el silencio.

Rose habría querido levantarse de la mesa e irse luego de escuchar su explicación. ¡Ahora entendía la reacción de Scorpius! Básicamente toda su vida había tomado un determinado curso debido a una omisión por parte de su mejor amigo. Y aunque dicha omisión podría ser definida como una traición, el asunto ciertamente adquiría un carácter muchísimo más complejo si consideraba que Alexander lo había planeado todo desde un principio. Eso era lo que realmente le había dolido a Scorpius, de eso no tenía ninguna duda.

No supo cuanto tiempo permaneció sin decir nada, con la mirada perdida en el tibio líquido oscuro que llenaba la taza frente a ella, tratando de procesar toda la información que acababa de recibir.

Aquella cafetería con aire bohemio había perdido toda su atención, ya no escuchaba los murmullos de las conversaciones a su alrededor ni tampoco percibía más ese aroma que siempre había sido tranquilizador para ella. En su mente sólo estaban las palabras de Alexander, los recuerdos de las acciones de Scorpius, todo lo que durante mucho tiempo le había parecido un rompecabezas lleno de espacios en blanco que ahora por fin tenían las piezas encajando en el lugar que les correspondía.

—Alexander, ¿me consideras una amiga? —Se atrevió a preguntar finalmente. Enfocó su mirada en él y pudo notar por su expresión que aquello no se lo esperaba.

—¿Por qué lo preguntas?

—No, no vamos a hacer esto. —Replicó con cansancio—. Deja de desviar mis preguntas con otras y por una vez responde: sí o no.

Lo miró con dureza, algo completamente fuera de lo común en ella, y él parecía saberlo muy bien porque toda expresión burlona o irónica se borró de su rostro mientras se mantenía en silencio por un instante antes de asentir con la cabeza.

—Sí.

—Bueno, entonces lo que te voy a decir es como amiga, ¿okay? —Esperó un par de largos segundos mientras aún sopesaba la idea en su mente y entonces estalló—. ¡Eres un manipulador! Todo lo que hiciste fue manipularlos. A él y a tu hermana. ¿Cómo te atreviste a ridiculizar de esa manera sus sentimientos y su inteligencia? ¡¿Cuál es tu problema? ¡Ahora ya entiendo por qué estaba furioso contigo! —Su tono fue elevándose con cada palabra que decía hasta que atrajo algunas miradas de los otros comensales hacia ellos. Rose miró en todas direcciones y entonces respiró profundo buscando recobrar la tranquilidad. Volvió a rodear la taza de café con sus dedos y dejó su mirada fija en ella mientras sonreía apenas un poco—. Aún así… Comprendo por qué lo hiciste. Sé que querías lo mejor para ambos y creíste que ninguno de los dos sería capaz de anteponer su propio sueño al del otro. Sé lo que es querer tanto a alguien como para hacer todo lo posible para evitar que le hagan daño aunque, Alex, estas no son las maneras de hacerlo.

Alzó la mirada de nuevo hacia Alexander buscando tal vez alguna muestra del impacto que sus palabras habían tenido en él. Sin embargo, él seguía con la misma expresión estoica dibujada en sus facciones. Aquél contacto visual duró un par de segundos y entonces una diminuta sonrisa fue estirando los labios del hombre hasta convertirse en un gesto genuino.

—¿Sabes que nadie nunca antes me había regañado así?

—¡Pues alguien debería hacerlo porque lo tienes bien merecido! —replicó antes de comenzar a recoger sus cosas—. Y ahora me iré porque sino estoy segura de que haré algo más que regañarte.

—¡Recuerda que tenemos un trato, Rose! —Escuchó de Alexander mientras ella comenzaba a alejarse y no pudo evitar soltar una exclamación frustrada. Definitivamente aquél hombre no tenía remedio.

Salió de aquel local y de inmediato abordó su auto, enfilándose hacia la avenida mientras la música comenzaba a llenar el interior del vehículo. Casi se pasa un alto cuando 'Lullaby' de Nickelback apareció sorpresivamente entre su lista de reproducción. Ella no era adepta a esa banda…

"… pero Scorpius sí", le recordó una voz en el interior de su cabeza. De nuevo había confundido su iPod con el de él antes de que se fuera un par de semanas atrás y si no lo había notado hasta ahora era porque no había estado de humor para escuchar música desde entonces.

Tragó saliva con dificultad, buscando aliviar la inesperada presión que anudó su garganta. Tuvo que admitirse a sí misma que no quería volver a casa, no le gustaba la sensación que le invadía apenas cruzaba la entrada desde hacía unos días.

Estiró el brazo para apagar la música y entonces cambió su rumbo hacia las afueras de la ciudad y después tomó la autopista que la llevaría a Cambridge. Fueron poco más de dos horas de camino, pero no le importó: conducir le permitió mantener fija su atención en otra cosa que no fueran sus propios pensamientos y sentimientos.

Para su fortuna, Albus había dejado de vivir en los dormitorios de la universidad desde que su relación con Andy se habían formalizado y ahora ambos compartían un pequeño departamento no muy lejos de ahí. Eso le brindaba la oportunidad de aparecer frente a su puerta sin tener que atenerse a los horarios de visita en los distintos colegios.

Sin embargo, la sensación lejos de aminorar fue aumentando poco a poco conforme el tiempo avanzaba y ella se encontraba ahí. Y el hecho de que su primo no le quitara la mirada de encima desde el minuto en el que había aparecido por la puerta, tampoco ayudaba mucho que digamos.

—Deja ya de mirarme, Albus, antes de que algo malo te pase. —se animó a decir finalmente cuando la situación se tornó casi insoportable.

—Sólo sigo pensando.

—¿Y para eso tienes que mirarme?

—Sí, porque sigo pensando en las posibles razones por las cuales pudieras estar aquí.

Levantó la mirada hacia él, quien estaba sentado en la barra de la cocina con la barbilla apoyada en la palma de su mano.

—¿Ya no puedo visitarlos? —preguntó con algo de aprehensión. Lo que menos quería era incomodarlos, pero debía admitir que no había pensado en otro lugar al cual ir que no fuera con ellos.

—Yo no dije eso, pero…

—Scorpius está en Sudáfrica ahora —dijo Andy apenas apartando la vista del monitor de su portátil. A diferencia de Albus, él solía ser mucho más directo para decir las cosas, sin importar que fueran fáciles o difíciles de asimilar.

—Exacto.

—¿Y qué hay con ello?

—"¿Qué hay con ello?" —repitió su primo realmente sorprendido—. Rosie, el hombre está en otro continente y tú estás aquí. ¿No se supone que son el matrimonio que hace llorar a los Beckham de envidia?

Rose bufó.

—Exageras…

—No, en serio, ¿has visto todos esos artículos en las revistas?

—Nope, pero ¿sabes? Realmente me da miedo que ustedes sí —contraatacó ella, intentando desviar el tema.

No quería esta conversación. ¿Por qué no sólo se dedicaban a ver películas, comer palomitas e ignorar todo lo demás? El problema era que Albus no sólo era su primo, era su mejor amigo y él la conocía mejor que eso.

—¿Qué está mal, Rose? —Le preguntó él con voz calma, buscando su mirada.

—Nada.

Él simplemente sonrió por su respuesta enfurruñada.

—Ambos sabemos que si fuera "nada" entonces tú ya estarías en el polo opuesto del planeta.

Rose sabía que ellos tenían razón y lo peor es que estaban poniendo en voz alta la maraña de pensamientos que ella tenía en su cabeza. Sin embargo, no estaba lista para admitirlo así que prefería refugiarse en el sarcasmo y una actitud a la defensiva.

—Mmm, no lo sé… tal vez sea el hecho de que él prometió asistir a mi conferencia y nunca se apareció, luego me dijo que todo esto era un contrato y prácticamente menospreció todo lo que he hecho por él, después le dio la paliza del siglo a su mejor amigo justo frente a mí. Sin mencionar que… ¡tengo dignidad y orgullo propio y estoy cansada de que él los pisoteé a su voluntad!

Su última exclamación fue lo bastante fuerte como para que Andy dejara de mirar el monitor de la computadora por completo y enfocara toda su atención en ella. De repente el silencio llenó el interior del apartamento y por un breve instante Rose comenzó a juntar las palabras de disculpa para su exabrupto.

Esperaba encontrarse con la mirada molesta de alguno de los dos, pero todo lo que recibió fueron minúsculas sonrisas cargadas de ese aire de complicidad y comprensión como si su reacción hubiera sido totalmente esperada por ambos.

—Tú no eres así, Rose.

—Pues, ¿sabes qué? Tal vez debería comenzar a serlo. Si él no se interesa por mis cosas no veo porqué yo tendría que interesarme en las suyas. No pienso tomar un vuelo de más de diez horas sólo porque sí.

—Pero sabemos que no es sólo porque sí —dijo Andrew volviendo a la tarea de teclear a toda velocidad en la computadora.

—¿De qué lado se supone que están? —replicó ella usando su última carta de defensa. Quería que ellos entendieran su punto, el por qué de su actitud. Y estaba segura que muy en el fondo lo hacían, así que no comprendía por qué no sólo dejaban de lado el tema.

Albus se puso de pie y se acercó a ella, poniéndole una mano en el hombro al tiempo que buscaba su mirada.

—Del tuyo, amor, y por eso te lo digo. Por eso y por el bien de nuestro pobre tapete al que le estás haciendo un agujero con tanto ir y venir. —comentó tratando de aligerar un poco el sentido de la conversación. No obstante, ninguna risa apareció por parte de Rose y eso hizo al hombre suspirar—. Quieres ir, Rose, porque quieres estar ahí para apoyar a Scorpius. Y sabes que es verdad porque siempre has sido así. No importa si están juntos por contrato o no, él es importante para ti y tal vez ya va siendo tiempo de que lo aceptes.

Rose quiso decir algo más. Cualquier cosa. Replicar y hacerle saber a Albus que ella no era tan transparente como él lo creía y que sus palabras no habían provocado ningún efecto en el caótico embrollo que era su mente en esos momentos, pero nada más que una exclamación muda salió de sus labios. Había cosas que ella sabía que existían, pero que no estaba preparada para afrontar.

Agachó la mirada y se dejó caer en el sofá detrás de ella, soltando un apenas perceptible suspiro.

—No quiero sentirme así —dijo mirando hacia el techo—. No me gusta sentirme así.

Albus tomó asiento a su lado en el sofá y esperó pacientemente a que ella lo mirara antes de ofrecerle una pequeña sonrisa comprensiva.

—Tarde o temprano lograrás averiguar cómo salir bien librada de todo esto. No eres cualquier chica, ¿recuerdas? Eres una súper genio con el IQ de una computadora. —Le dijo él a modo de broma.

Rose sonrió muy a su pesar. Era extraño cómo aquellas palabras que en otras ocasiones le habían resultado dolorosas, cambiaban por completo de significado cuando eran dichas por alguien que sabía que la quería y apoyaba de manera incondicional.

Por eso había conducido horas para ir a ver a su primo, ahora podía aceptarlo con total sinceridad. Porque Albus podía ser muchas cosas para ella, no sólo era su primo ni su mejor amigo, era eso y muchas cosas más al mismo tiempo pero nunca había sido un sonsacador ni tampoco la apoyaba ciegamente. Si ella se equivocaba, él no dudaría en hacérselo saber. Si ella estaba confundida, él le pondría las cosas en perspectiva y la ayudaría a retomar la lógica y el orden en sus pensamientos.

El timbre sonó de repente, apartando la atmósfera que había crecido en el apartamento y las miradas de ambos se dirigieron hacia Andrew, quien abrió la puerta.

—La pizza llegó —anunció el chico con una amplia sonrisa luego de despedir al repartidor.

Rose frunció el ceño y miró a ambos chicos confundida. —¿Cuándo ordenaron la pizza?

—Hace una media hora, cariño. Las charlas de familia no pueden concluir sin una cena como Dios manda —respondió Andy mientras ponía los platos y las botellas de cerveza sobre la mesita de centro. El chico encogió los hombros y le dedicó una mirada como si aquello hubiera sido la respuesta obvia. —Te quedas a cenar, ¿cierto?

Aún confundida, Rose asintió. A veces le sorprendía lo transparente que podía hacer en cuanto a sus costumbres y hábitos… era eso o Albus y Andy eran perturbadoramente buenos leyendo a las personas.

No, definitivamente era lo primero.

Cuando volvió a casa algunas horas después, Rose podía decir que la neblina en su mente era menos densa que antes. No obstante, la sensación en su pecho parecía seguir igual de pesada, casi dolorosa. Era extraño mirar aquel apartamento y sentir que algo muy importante faltaba, porque ése era un hecho que implicaba muchas más cosas de las que tenía el valor de admitirse en voz alta, incluso a sí misma en medio de aquel silencio.

—Es en momentos como éste cuando te echo de menos más que nunca, mami —susurró apenas de forma audible, sintiendo la ausencia que siempre amenazaba con hacerla llorar cuando más sola se sentía—. ¿Qué debería hacer?

No obtuvo respuesta alguna y, francamente, ella no la esperaba.

Subió las escaleras hacia su habitación con la intención de ponerse su pijama y dormir hasta el día siguiente, sabiendo de sobra que últimamente le costaba conciliar el sueño. De nuevo.

Rose había creído que sus problemas de insomnio habían quedado atrás, pero desde que había regresado a dormir a la habitación que había sido destinada para ella desde un principio, aquel asunto había vuelto a ser una insidiosa molestia. V

ale, debía admitir que se había acostumbrado de más a dormir con Scorpius y ahora tenía problemas con hacerlo en una cama que no fuera la que había compartido con él.

¿Cuán estúpido e infantil podía sonar eso?

Bufó exasperada y decidió cambiar de rumbo, enfilándose hacia la cocina. Dormir era para los débiles, de cualquier forma.

Miró a su alrededor, detallando cada rincón de la habitación y deteniéndose a conciencia en los electrodomésticos de acero inoxidable que destellaban gracias a la luz de las lámparas. Se acercó al fregadero y de las puertas de abajo sacó todo lo necesario para realizar una limpieza exhaustiva a la habitación.

Comenzó con lavar los escasos platos que había sucios en el interior de la tarja. Después se quitó su anillo de compromiso y su sortija de bodas para ponerse los guantes y así utilizar los productos para limpiar la estufa.

Era una rutina tranquilizadora para ella que le ayudaba a aclarar su mente, a enfocar su atención en algo tan sencillo como lo era refregar hasta que todo estuviera tan brillante que podía ver su propio reflejo en la superficie.

Los minutos comenzaron a pasar con ella tan enfrascada en su tarea, completamente concentrada en remover las diminutas manchas de las hornillas, que no pudo evitar soltar un pequeño grito cuando el teléfono comenzó a sonar.

Se quitó uno de los guantes para alcanzar el aparato y contestar a través del altavoz con un pequeño saludo cortés.

¿Te desperté?

—Uh, no. —Dijo poco convencida. Reconoció aquella voz de inmediato y mentiría si no aceptara el chispazo de emoción que despertó en su aletargado cuerpo tan pronto como la escuchó. —No, para nada. Yo sólo estaba…

Limpiando de nuevo. —Aquello no fue pregunta, fue una simple constatación de hechos.

Detuvo su mano frotando con asiduidad la superficie y abrió la boca con la intención de negarlo.

—Tal vez… —Susurró.

¿No puedes dormir?

—Sí, es sólo que… —Cerró la boca de golpe y apretó los labios. No habían hablado desde que él se había ido y aun antes de eso, no habían cruzado más que unas cuantas frases parcas. Tener esta conversación tan 'casual' resultaba bastante extraño. —No importa. ¿Tú cómo estás? ¿Qué tal Sudáfrica? —preguntó tratando de cambiar el hilo que habían seguido sus confusos pensamientos.

Bien, supongo. Aunque hace un calor de los mil infiernos.

—Exageras. —Dijo con una sonrisa mientras retomaba la tarea de limpiar las barras de la cocina. —Es invierno allá.

Entonces culpo al calentamiento global. —Replicó él con aquel tono irónico que era tan reconocible incluso por teléfono. Hubo una larga pausa. —Rose…

—¿Mmm?

Desearía que estuvieras aquí.

Rose se detuvo y fijó la mirada en un punto invisible frente a ella. Aquellas palabras la habían tomado con la guardia baja.

—¿Estás citando a Pink Floyd? —preguntó con una pequeña sonrisa tratando de sonar despreocupada.

No. —Lo escuchó reír brevemente. —¿Por qué todo lo relacionas con la música?

—No puedo evitarlo. —Encogió los hombros. En medio del nerviosismo que había despertado en ella, hizo un movimiento brusco con el brazo y sus anillos salieron disparados hacia el interior de la tarja con un repiqueteo. —¡Rayos!

¿Qué sucede? —Su voz sonó preocupada, pero Rose lo ignoró mientras intentaba sacar las diminutas joyas del interior del tubo de desagüe. —¿Rose?

—Mis anillos… se acaban de caer por el tubo del fregadero. Espera. —Respondió ella en voz alta sin dejar su tarea.

No podía dejar que se fueran por el drenaje. No porque fueran caros sino porque… bueno, estaba segura de que había una perfecta razón por la cual ella estuviera prácticamente trepada sobre la encimera para intentar rescatarlos.

Rose… —Volvió a escuchar que la llamaba—. Mejor déjalo así. No vayas a lastimarte.

—Creo que puedo sacarlos y, ¿sabes?, agradezco mucho tu voto de confianza. —replicó lanzándole una mirada cortante al teléfono, imaginando que era esa cabezota rubia en su lugar.

Te conozco, ni siquiera das tres pasos sin tropezar, ¿recuerdas? Podrías terminar sin un dedo. Llama al plomero mañana por la mañana y…

—¿Y qué tal si no puede recuperarlos?

Entonces compraremos nuevos.

Rose soltó un pequeño bufido y apoyó ambas manos en el borde de la barra.

—Sigues sin entender que hay cosas que no puedes simplemente reemplazar por unas nuevas, ¿verdad? —dijo intentando contener el deje de amargura que le cosquilleaba la lengua al pensar en lo que los había hecho discutir un par de semanas atrás.

Esos anillos habrían estado bien si tú no tuvieras la manía de limpiar como si no hubiera un mañana.

—Bueno, entonces supongo que los dos somos un par de almas perdidas, ¿no es cierto? —contraatacó sin poder ocultar la sonrisa que se había abierto paso entre sus labios muy a su pesar luego de escuchar aquel argumento al que no le habría podido ganar nunca. Al parecer, Albus no era el único que la veía tan transparente.

Ahora eres tú quien cita a Pink Floyd —le dijo él y entonces no pudo evitar reír un poco.

—Sí, supongo que es la señal para que ya me vaya a la cama.

Sí, tal vez.

De nuevo el silencio apareció, esta vez prolongándose más de un par de minutos. Incluso hubo un momento en el que Rose pensó que la llamada se había cortado; pero al verificar que no había sido así, no logró reprimir el hondo suspiro que se desvaneció entre sus labios.

—¿Está todo bien? —Preguntó luego de un instante. —¿Por qué llamas tan tarde? ¿pasó algo?

Por nada. Descansa.

Rose abrió la boca con la intención de decir algo más, pero el constante pitido que comenzó a escucharse se lo impidió. Aquella llamada, tan inesperada como había comenzado, así había terminado dejándola a ella aún más dudosa que antes.

Scorpius se mantuvo mirando fijamente el teléfono, casi arrepintiéndose de haber oprimido el botón para colgar. Tan rápido como había disminuido la sensación de sofoco en cuanto había escuchado la voz de Rose; así había regresado a él volviéndose esa extraña molestia que no dejaba de azorar su pecho de manera constante. No podía entender qué era lo que pasaba, pero tal vez podía admitirse a sí mismo que había echado de menos escuchar su voz, y el hecho de que la conversación hubiera fluido de manera más o menos normal entre ellos le había brindado cierto alivio de que al menos ella no lo odiaba y, más importante que eso, de que ella seguía en casa aún cuando él no estaba allí.

Pensó en marcar el número de nuevo; pero sabía que eso sería estúpido. Además, ¿para qué lo haría? ¿Qué se suponía que le diría si ya le había dicho lo que realmente había querido decirle desde que llegó a Sudáfrica y ella no estaba ahí?

Se pasó una mano por el cabello y lo despeinó un poco con algo de frustración.

No tenía ningún derecho de pedirle que cruzara el mundo de norte a sur sólo para estar ahí, no después de las veces en las que él le había fallado.

"Siempre encuentras una nueva forma de lastimarme y ni siquiera te das cuenta…"

A pesar de que ambos habían hecho las paces antes de que él tuviera que viajar, aquellas palabras seguían dándole vueltas en la cabeza tan pronto como llegaba la noche y todo se quedaba en silencio. Habría querido decir que sólo era el cargo de consciencia debido a que Rose era una de las pocas personas que parecía continuar teniendo fe en él sin importar la cantidad de estupideces que cometiera; pero comenzaba a pensar que había algo más.

Claro, si sólo fuera el cargo de consciencia por no cumplir con su palabra estaba seguro de que no sería un embrollo como el que era en esos momentos. Tenía que ver con que él realmente detestaba fallarle, lo admitía. Y también odiaba por sobremanera que sus acciones provocaran en Rose algo tan serio como el sentirse tan herida. Sin importar cuánto se esforzara por no ser un completo imbécil con ella, de alguna manera siempre terminaba siéndolo y era en los momentos en que ella no estaba cerca que todas esas ideas se asentaban en su cabeza porque él no estaba acostumbrado a importarle tanto a la gente como para decepcionarla a esos niveles.

Suspiró exasperado y entonces alguien se paró frente a él, cortando el hilo de sus pensamientos.

Scorpius se quitó uno de los auriculares desde donde había estado escuchado "Easy to love you" de Theory of a deadman y alzó la mirada para encontrarse con aquella persona. Era el médico de la selección.

—¿Qué dijo, doctor? —preguntó él, pues había visto los labios del recién llegado moverse pero sin haber alcanzado a escuchar bien.

—Pregunté ¿qué estás haciendo aquí afuera sentado? —Aquel hombre lo miraba ceñudo y Scorpius tuvo que recordarse que se encontraba sentado en el suelo del pasillo, afuera de su habitación.

—Ah… sí, yo… no podía dormir y salí un rato a escuchar música —dijo mientras se ponía de pie, mostrando a medias el teléfono celular que sabía que no debía tener consigo por órdenes del entrenador.

Tuvieron que un par de segundos antes de tener una reacción por parte de aquel hombre ya entrado en años.

—Ve a dormir. Ahora. —Le ordenó el médico con calma. —Mañana tendrán sesión de ejercicio en el gimnasio y no quiero que llegues tarde, ¿de acuerdo?

Scorpius asintió varias veces con la cabeza como respuesta a todo.

—Claro. Buenas noches, doctor —Dijo a manera de despedida mientras se giraba para abrir la puerta y entrar a su habitación. El hombre le dedicó una mirada extrañada, como si no estuviera acostumbrado a que Scorpius acatara órdenes sin rechistar; pero el joven decidió ignorarlo aunque sabía que aquello era algo real.

Ni siquiera encendió las luces, sólo avanzó entre las penumbras y se dejó caer sobre el colchón, aún aferrando el teléfono entre sus dedos. Cerró los ojos y volvió a exhalar con lentitud.

Comenzaba a creer que había sido una completa tontería haber llamado a Rose… pero también estaba seguro de que habría sido una estupidez mucho mayor el no haberlo hecho.

"Desearía que estuvieras aquí…", recordó haberle dicho apenas unos cuantos minutos atrás.

Sabía que jamás en toda su vida habían sido más ciertas esas palabras.

El Weird Sisters había hecho su fama como uno de los mejores clubes nocturnos de la ciudad, no sólo por el excelente ambiente y la calidad de servicio que brindaba a aquellos que solían congregarse para aprovechar sus noches al ritmo de la música en aquel local; sino también porque en los últimos años se había convertido en una de las principales plataformas para que las bandas londinenses se dieran a conocer y así comenzar a labrar su camino a la fama. El ejemplo más claro de ello era Graystone, la banda que James y sus amigos de secundaria habían formado hacía siete años y que ahora comenzaba a ser reconocida como una de las bandas favoritas en varios países del extranjero. Claro, el camino había sido largo y cansado, pero el esfuerzo había rendido sus frutos desde el día en el que Melinda Warren, la dueña del Weird Sisters, se había arriesgado a tenerlos como acto principal los viernes por las noches.

A partir de entonces, se hizo una costumbre en el club tener a un par de bandas nuevas los días en los que había más afluencia de clientes y una que tenía el acto principal de cabecera. Primero había sido la banda de James y en los últimos meses había sido Downhill road, la banda de Lorcan.

Ambos habían comenzado en la misma banda, pero después las circunstancias los habían llevado por caminos creativos diferentes y habían preferido conservar su amistad en vez de sacrificarla por diferencias musicales. Downhill road apenas comenzaba a hacerse de nombre en la ciudad, pero James siempre había mantenido su apoyo incondicional para ellos, incluso en los momentos más difíciles que habían pasado cuando el vocalista había estado fuera de circulación a causa de problemas de adicción.

Quizás por eso aquella noche Weasley parecía tan especial en más aspectos de los comunes: Graystone se presentaría aquella noche como lo había hecho cada año desde que habían conseguido disquera y también lo haría Downhill road, y Rose sabía que ambas bandas terminarían compartiendo escenario cosa que, definitivamente, no querría perderse por nada del mundo. Sin importar lo raros que hubieran sido los últimos días para ella.

Para cuando bajó del taxi, a eso de las ocho de la noche, el lugar ya estaba a reventar y tenía una gran fila afuera llena de gente esperando por entrar. La música lograba traspasar los muros del local y llegaba con un ligero retumbo hasta ella mientras las luces parpadeantes azules y violetas, iluminaban de manera intermitente hacia el exterior. Aquello de laguna manera llenó su interior de expectación y eso fue el último empujón que necesitaba para no arrepentirse de haber decidido venir.

Durante las próximas horas, no pensaría en nada que no fuera su familia y la increíble noche que sería ésta. Los problemas, las dudas y mortificaciones podrían esperar perfectamente al día de mañana.

—¡Qué bueno que llegaste, Rosie-Ros! —exclamó Lily tan pronto como la vio acercarse a la barra. La joven brincó el mueble con un movimiento ágil y la abrazó con fuerza.

Rose se encogió un poco ante aquella efusiva muestra de afecto, pero la sonrisa apareció radiante en sus labios. No habían pasado ni tres días desde la última vez que había visto a su prima y habían hablado la noche anterior; aunque eso no importaba. Si había algo que ella amara de Lily por sobremanera eso era su capacidad de siempre hacerte sentir bien recibido y saludarte como si no te hubiera visto en siglos enteros.

—Prometí que lo haría, ¿recuerdas? —respondió sonriendo antes de mirar a su alrededor, al montón de gente atiborrada en los dos niveles del lugar. —Parece que será una noche ajetreada.

—Lo sé, Melinda comenzó a promocionar lo de hoy desde hace tres semanas y ahora es como una noche de mega viernes —Comentó Lily imitando el movimiento de Rose y recorrió el club con la mirada. —Odio que mi hermano sea famoso —añadió con un pequeño puchero antes de reír.

—Si quieres puedo echar una mano, creo que aún recuerdo cómo se hace esto.

Rose le guiñó un ojo, divertida. La verdad era que, aunque nunca había considerado ser mesera en el club como un trabajo real, siempre le había gustado pasar sus noches libres de fin de semana ayudando ahí. Le había permitido pasar tiempo con su prima favorita, conseguir algo de plata y conocer a gente increíble.

—No hace falta que lo repitas dos veces. —Lily volvió a saltar sobre la barra para buscar algo en uno de los anaqueles de atrás y entonces se lo tendió a Rose. —Aquí tiene, señorita, su camiseta de mesera especial del Weird Sisters. ¿Te encargas del VIP?

Rose asintió con la cabeza mientras se colocaba la camiseta encima de la ropa. Debía admitir que había echado de menos también aquella prenda, con la silueta de las tres brujas alrededor de un caldero dibujadas con colores neón que contrastaban con las luces azules sobre su cabeza. Se recogió el cabello en una coleta y luego de ponerse un mandil para proteger la tela de sus jeans, estuvo oficialmente lista para comenzar aquel turno.

Las personas suelen decir que lo que bien se aprende nunca se olvida y esta vez fue la ocasión perfecta para comprobarlo. Rose tenía perfectamente grabada en su memoria la distribución de las mesas, las bebidas disponibles y los códigos para pedírselas a los que atendían la barra. Incluso lograba traer al presente su escasa coordinación motriz que le permitía sortear a la gente bailando mientras ella llevaba los pedidos de un extremo del club al otro.

No quiso pensar que había sido en una noche muy parecida a ésa cuando había conocido a Scorpius. El club había estado corto de elementos, Rose se había ofrecido a atender el apartado V.I.P. y lo siguiente que había sucedido había sido un beso en el callejón de atrás, un anillo de compromiso y aquí estaba ella ahora. De nuevo siendo mesera pero también convertida en la esposa de uno de los mejores jugadores de fútbol en el mundo entero.

Tan sólo habían pasado algunos meses y su vida se había puesto de cabeza en un millón de niveles distintos.

Entregó la orden de cervezas a los chicos de la mesa que atendía y entonces el ambiente incrementó su intensidad considerablemente cuando Downhill road apareció sobre el escenario. Desde donde estaba parada, Rose pudo ver a Lorcan en el extremo opuesto, completamente concentrado en tocar la guitarra mientras su cabello rubio destellaba gracias a las luces encima de su cabeza. La sonrisa brotó en sus labios casi de inmediato en su rostro mientras se tomaba un instante para apreciar la actuación de aquella banda que no había visto en acción desde hacía unos meses.

La energía que desbordaban sus integrantes se dispersó a través del club como una corriente de electricidad que animó todavía más a todos los presentes. Generalmente las bandas que actuaban en el Weird Sisters iniciaban sus presentaciones con covers de otras agrupaciones, tal vez temiendo el rechazo de incluir canciones propias; pero ése nunca había sido el caso de Downhill road. Ellos habían conseguido ganarse a los clientes casi desde el principio a base de letras originales y ritmos enérgicos, cosas que caracterizaban a una buena banda de hard-rock. Sin mencionar el hecho de que cada uno de los integrantes presentaban un atractivo físico único a tal grado que había ocasiones en las que era difícil decidir que atraía más sobre la banda: si su talento o su apariencia.

Viendo a la gente saltando y bailando al ritmo de aquella canción, Rose podía asegurar que tenían el equilibrio perfecto de ambas cosas.

Con una hora de actuación bastó para que el interior del club se convirtiera en un verdadero hervidero. Era como si de repente el mundo hubiera despertado de un largo aletargamiento y ahora estuviera completamente lleno de energía dispuesta a desbordarse de un momento a otro.

Entonces Graystone apareció en el escenario y fue un milagro que las paredes del local se hicieran añicos en medio de gritos y exclamaciones de emoción provocadas por el sonido de los acordes de aquella guitarra eléctrica que fue seguida de la particular voz de James. Nadie que se preciara de ser cliente frecuente del Weird sisters podría confundir o desconocer aquel sonido.

Rose trató de mantenerse enfocada en continuar con el servicio de manera ágil y rápida; pero a veces le resultaba imposible no detenerse un minuto para admirar la manera en que su primo se ganaba al público a base de su interpretación y voz.

—No puedo creer que hayan llegado tan lejos. —Escuchó de repente detrás de ella, cuando había decidido recargarse en el muro cercano para escuchar una de las canciones. Se trataba de Melinda Warren, la dueña del club. —Todavía me parece que fue ayer cuando ese chiquillo alocado vino a patear la puerta de mi oficina en busca de una oportunidad.

Rose sonrió inevitablemente. Gran parte de la estabilidad en la vida de muchos chicos y chicas en la ciudad, no sólo de aquellos que era familiares suyos, se debía al apoyo que Melinda les había ofrecido, no sólo por darles trabajo como meseros y demás, sino por brindarles un lugar donde aquellos que buscaban una oportunidad en el mundo podían venir a pedirla.

—Él definitivamente sigue siendo ese mismo chiquillo alocado.

La mujer la miró alzando un poco hacia ella y asintió con la cabeza, dándole la razón.

—Y aún así ustedes han cambiado tanto… —Añadió Melinda con un toque de nostalgia mientras la sonrisa tierna llenaba de brillo su mirada al dirigirla hacia el escenario. Puso la mano encima de su antebrazo y le brindó un pequeño apretón. —Ya no crezcan, por favor. Comienzo a sentirme vieja. —Le dijo bajando el tono de voz, como si estuviera contándole un secreto, antes de alejarse.

Rose la siguió con la mirada hasta que fue imposible distinguirla entre la muchedumbre y entonces volvió a concentrarse en su trabajo.

Para cuando la caótica noche terminó, bastante entrada la madrugada, sólo los Weasley y sus amigos quedaban en el interior del club.

Las mesas habían sido recogidas en su mayoría, excepto por aquellas que habían sido puestas juntas para que todos pudieran sentarse cerca mientras diversas conversaciones iban y venían entre ellos acompañadas de cervezas y botanas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían reunido tantos y era obvio que todos querían ponerse al corriente sobre la vida de los demás mientras Lorcan y James, acompañados por sus respectivas bandas se turnaban en el escenario para cantar covers de las más diversas canciones. Éxitos clásicos del rock, nuevos temas que habían compuesto, hasta aquella extraña versión de 'Póker face' de Lady Ga Ga que dejó sorprendidos a unos cuantos. La verdad es que ellos no parecían darle importancia a qué tocar mientras aprovechaban la oportunidad de hacerlo.

Rose no pudo ocultar su repentina incomodidad cuando los escuchó interpretar 'Animals' de Nickelback; sobre todo porque sabía de sobra que ésa era una de las bandas favoritas de Scorpius. Sin embargo, no tuvo tiempo de ponerse a pensar mucho en ello pues tan pronto como terminó de escucharse dicha canción, James bajó del escenario y de inmediato fue a sentarse junto a su esposa, a quien le pasó un brazo por los hombros para acercarla y darle un beso en la mejilla.

—Eso fue increíble —dijo Andrew totalmente emocionado. Escuchar a James cantar y a Lorcan tocar la guitarra juntos solía provocar ese efecto en las personas la primera vez.

—Lo sé. Basada en una experiencia real, ¿verdad, bebé? —respondió su primo con total desfachatez y una sonrisa ladina iluminando sus ojos castaños.

Entonces Rose vio cómo Jacey se ponía de mil colores al escucharlo, justo antes de hundir el rostro entre las palmas de sus manos. Sobre todo porque aquella canción narraba cómo dos amantes eran descubiertos en el auto por el padre de la chica mientras ella le practicaba sexo oral.

—No puedo creer que hayas dicho eso en voz alta. —susurró Jacey acomodándose el cabello visiblemente nerviosa, lo que terminó por confirmar la historia de James sin mayores palabras.

Las risas estallaron al instante y Rose se sintió agradecida por tener la oportunidad de pasar momentos así con cada uno de ellos. A pesar de los altibajos que pudiera haber entre todos, al final del día siempre había 'algo' que los hacía volver a la familia. Sin importar el tiempo… o al distancia.

Cuando Rose despertó a la mañana siguiente supo que el momento de indecisión se había terminado. No más autocompasión y, absolutamente, no más tiempo de espera. Ella no era así. Siempre había sido fiel a sí misma, a su pensamiento –a veces demasiado lógico- y a su propio sentir.

Terminó de alistarse y miró el baño a través del reflejo del espejo frente a ella. Aquel mármol blanco brillaba con intensidad gracias a la luz del sol que se colaba a través de los cristales altos, casi cegándola a pesar de que no estaba viendo hacia la superficie de manera directa. Incluso su cabello rojo había adquirido cierto brillo, producto del reflejo de los rayos de sol rompiendo con la monotonía del blanco a su alrededor. Era un claro reflejo de lo que ella había sentido desde el primer minuto en el que había pisado aquella maisonette hacía ya tantos meses atrás como si encajara con el lugar pero al mismo tiempo no.

Sonrió un poco sin poder evitarlo. Siempre solía bromear con que necesitaría terapia debido a vivir con Scorpius, pero ahora sus pensamientos carentes de algún sentido parecían ser la prueba fidedigna de que sus palabras comenzaban a hacerse realidad.

Recogió cada uno de los artículos de higiene personal que tenía ahí. Desde su cepillo de dientes hasta la pequeña toalla que utilizaba para secarse después de haberse lavado el rostro para quitarse el maquillaje cada noche, todo lo fue colocando con cuidado en el interior de su pequeño neceser. Cerró la puerta del gabinete frente a ella y vio su reflejo por última vez antes de salir del baño para volver a su habitación.

Su maleta esperaba aún abierta encima de la cama y Rose tuvo que respirar profundo antes de acercarse para terminar de empacar sus cosas y animarse a cerrarla por fin. Entonces se sentó un momento, disfrutando del silencio que la rodeaba en medio de aquella habitación. La duda cosquilleó en su pecho, pero ella hizo todo lo necesario para borrar la sensación.

Volvió a ponerse de pie y tomó la valija, dirigiéndose hacia la salida antes de que tuviera tiempo de pensar de nuevo las cosas. Sus pasos hacían un ligero eco mientras caminaba por el corredor y después bajaba por las escaleras. ¿Cómo no se había dado cuenta de eso antes? La respuesta era muy sencilla: nunca antes había estado tan sola en ese lugar. Incluso cuando Scorpius no había estado, de alguna manera su presencia nunca había abandonado aquella casa, excepto ahora. O tal vez era ahora cuando ella venía a sentir más su ausencia que antes.

Cruzó la estancia hacia el recibidor y una vez que estuvo frente a la puerta principal, volvió a detenerse. Ignorando cualquier pensamiento lógico, se giró lentamente para observar a su alrededor una última vez y entonces respiró profundo, jalando tanto aire como sus pulmones le permitieron para luego soltarlo en medio de una exhalación lenta.

¿Se arrepentiría de esto? Haciendo un balance de todas las cosas que había hecho y terminaba lamentando desde que había conocido a Scorpius, la respuesta parecía bastante obvia. ¿Eso la detendría o la haría cambiar de parecer? Definitivamente no.

Recogió las llaves de aquel cuenco que había sobre la mesa del vestíbulo y entonces salió del apartamento.

La decisión estaba tomada.

A diferencia de su teléfono celular que conservaba algunas de sus canciones favoritas, mientras volvía de la sesión de entrenamiento de aquel día Scorpius tenía que decir que su iPod era un asunto totalmente diferente. Para empezar porque ni siquiera era su iPod, era el de Rose.

Se había dado cuenta dado cuenta de que había tomado el aparato equivocado por accidente tan pronto como se había subido al avión que lo trajo hasta Sudáfrica y para entonces ya no hubo oportunidad de volver a casa y regresarlo.

Tampoco era como si el descuido le hubiera molestado mucho.

A pesar de que siempre había sido alguien receloso de su música, sobre todo porque las estruendosas notas del hard-rock solían resultar catárticas para él, tener la música de Rose para escuchar era algo que había comenzado a disfrutar, incluso sin darse cuenta.

Para sorpresa de aquellos que los conocieran, los dos tenían en común su gusto por las bandas de rock de los ochentas y noventas; pero a partir de ahí sus preferencias personales cambiaban radicalmente casi al mismo nivel que sus personalidades en sí. Donde Scorpius prefería los riffs de las guitarras eléctricas, Rose se inclinaba por las delicadas notas de piano y guitarras acústicas; cuando los vocalistas de las bandas de Scorpius se desgarraban en notas casi estridentes, había voces armónicas y letras poéticas en las canciones que Rose escuchaba.

¿Era raro no tener sus canciones predilectas al alcance? Definitivamente. Había ocasiones en las que lo olvidaba; pero había otras en las que no era así justo como en ese momento, cuando después de QUEEN comenzaba a sonar Kiss me de Ed Sheeran. Scorpius no pudo evitar dar un respingo ante lo inesperado del cambio de género; pero también porque su teléfono comenzó a vibrar en el interior del bolsillo de la chamarra que completaba su uniforme deportivo.

Se quitó uno de los auriculares, mirándolo ceñudo como si aún no pudiera entender cómo era posible que él estuviera escuchando algo así y entonces detuvo su andar en medio del vestíbulo del hotel. Se aseguró de que el entrenador no estuviera cerca y contestó con un saludo algo desganado.

¿Ocupado?

De inmediato cuadró los hombros tan pronto como escuchó la voz de Rose al otro lado de la línea. Ni siquiera reparó en lo tonto que había sido aquel movimiento, sencillamente había sido algo involuntario que oírla había provocado en él.

—No, acabo de terminar de entrenar. —Respondió con un tono tranquilo, algo que contrastaba con la sensación que lo recorría por entero en aquel momento, mientras volvía a retomar el camino hacia los ascensores—. Voy rumbo a mi habitación a darme un duchazo.

Sí, necesitas una ducha con suma urgencia. Luces bastante asqueroso.

—¡Oye! —exclamó Scorpius con algo de molestia pues sabía que aquello no era verdad. Él se había duchado en los vestidores del campo donde entrenaban; pero debía admitir que no se sentía completamente limpio sino hasta que lo hacía en su propia habitación. Una tonta manía, lo sabía. Entonces captó el verdadero significado de sus palabras y frunció el ceño completamente extrañado—. Espera, ¿cómo puedes estar tan segura?

Hubo una minúscula exhalación apenas audible al otro lado, como si ella estuviera sonriendo. Casi pudo verla con total claridad. Sus ojos achicándose con un brillo divertido en ellos mientras sus labios se curveaban hasta formar aquella sonrisa que siempre aparecía en su rostro cada vez que Rose sabía que era la persona más inteligente de la habitación.

Mira a tu izquierda.

Sus dedos se cerraron un poco más alrededor del teléfono y él volvió a detenerse de golpe. Permaneció un segundo completo en aquella posición, sin animarse a girar el rostro. El corazón comenzó a latirle con fuerza dentro del pecho y sus pulmones ardieron un poco exigiéndole expulsar el aire que había contenido al quedarse sin respirar.

Finalmente se armó de valor y se giró poco a poco.

Ahí estaba ella. Apenas a un par de metros de distancia. Tenía el teléfono contra la oreja y la copia exacta de aquella expresión que él mismo había dibujado en su mente sobre ella hacía un par de segundos atrás.

Sin pensarlo dos veces, Scorpius avanzó en grandes zancadas y cerró la distancia entre ambos. Tomó la mano de Rose y la jaló con suavidad para llevarla hasta el muro cercano, donde una enorme planta decorativa los mantendría ocultos de la vista de aquellos que transitaban por el vestíbulo en ese momento.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó acunando su mejilla con la mano, como si intentara comprobar que ella realmente estaba ahí y que esto no era alguna clase de fantasía loca maquinada por su cerebro dañado.

Definitivamente era real.

Su piel se sentía suave y cálida contra su palma, y estando tan cerca de ella podía oler el característico aroma a fresas que desprendía su cabello. Ella no pareció molestarse con su toque así que él no se apartó tampoco.

—Sé que el entrenador prohibió a las WAGs, pero no estoy aquí bajo esa condición. —La vio humedecerse los labios mientras pensaba un poco. —Soy sólo… una aficionada más. —Asintió con la cabeza segura.

—Ni siquiera te gusta el fútbol —respondió cargado de obviedad.

—¡Shh! ¡Arruinas mi plan perfecto! —exclamó ella con una expresión casi infantil que arrancó una sonrisa ladina de sus labios. No podía dejar de mirarla, de notar cada uno de sus movimientos nerviosos por estar quebrantando las reglas. Él estaba completamente embobado. —Aunque si lo prefieres, puedo irme. Será un poco difícil encontrar hotel en la ciudad a estas alturas, pero supongo que Alex…

Scorpius sabía que ella estaba intentando bromear; pero aún así no pudo evitar fruncir el ceño ante la mención del nombre de su mejor amigo. ¿Todavía podía llamarlo así? Ni siquiera se habían hablado desde aquella pelea.

—¿Alexander está aquí? —preguntó, su voz sonando un tanto seca sin ser ésa su intención. Supuso que era un reflejo de que, a pesar del tiempo que había pasado, parte de él aún estaba enojado con su representante.

—Scorpius… —Rose suspiró. Realmente no quería seguir discutiendo al respecto—. Fue él quien me convenció de venir y si lo que quieres es seguir peleando con él, entonces yo…

—No importa. —Le interrumpió él negando con la cabeza al instante. Volvió a fijar su mirada en la de ella y sonrió mientras le acariciaba ligeramente la mejilla con el pulgar. —Me alegro de que estés aquí, Rose. Es lo único que me importa.

«Continuará…»

Muy bien, he tenido que pelearme contra la falta de inspiración, la mala conexión a internet, el mundo cruel de allá afuera y sí, también con mi horrible facilidad para procrastinar, todo para poder decir al fin: ¡Estoy de vuelta!

Cielos, no sé cómo se pasó el tiempo tan rápido, pero espero que el capítulo haya sido de su agrado. No tengo palabras para agradecerles su dedicación y gusto por esta historia que comenzó como un experimento de su servidora alejándose de las tramas oscuras, además de su infinita paciencia y cariño dejado en forma de review, PM's y mensajes en mi blog personal. De verdad, muchas gracias.

Hay algunas cosas que aclarar, en caso de que sigan mis otras historias, así que si les interesa algo al respecto pasen por el tablero de anuncios en mi perfil.

Creo que es todo por ahora. De nuevo les agradezco su apoyo y...

¡Nos leemos pronto!

Anna