Título: Rapunzel.

Fandom: Casi Ángeles.

Claim: Justina & Luz.

Extensión: 452 palabras.

Notas: Escrito para la comunidad reto_diario de livejournal.


Justina es conciente de la ironía (rayando el cinismo) que había sido el nombre que le había puesto a su hija adoptiva. Luz. Un nombre cruel para alguien que vivía eternamente en las sombras, y que no conocía la luz del sol por otro medio que no fueran películas o cuentos. Pero ese nombre era más representativo para Justina que para la pequeña, porque esa beba que había salvado hacía diez años de la tormenta, el viento y el bosque, había logrado iluminar su vida con un sentimiento prácticamente nuevo para ella: el amor (y todos los sentimientos que venían con el paquete: ternura, protección y maternidad, entre ellos). Había logrado con sus sonrisas, su amor y melodiosa voz, sacar su lado más humano a Justina, el implacable verdugo, la que proponía las formas más retorcidas de tortura para los "purretes" y la mujer sarcástica que ponía énfasis en las erres y no se cansaba de hacer analogías fúnebres cada vez que podía. Y es que era precisamente, que con Luz no era nada de eso. Con Luz, sólo era mamita, la buena mujer que le protegía de la terrible y sanguinaria guerra que en el exterior se libraba por obra del General Bauer, Cielo Mágico (su amante) y Mogli "el sanguinario". Sólo era mamita, la que le cantaba hermosas canciones antiguas y le informaba de la guerra que en el exterior parecía nunca terminaría.

La única nube en su paraíso era la continua y cada vez más insistente petición de salir del sótano. Cada vez era más difícil conseguir convencerle de que era imposible. Y aun cuando Luz pensase que no era más que una crueldad, no había persona más ansiosa por que la dichosa "guerra" terminase, que la misma Justina. Ya no era capaz de ver el día en que la bólida se casase de una vez, para tener su parte de la herencia y poder escaparse con Luz a algún lugar donde nadie les conociese, ni juzgase.

Cada noche era incapaz de no soñar con el día en que se librase de esos niños insoportables y del ojo que Bartolomé tenía puesto en su nuca desde hace tiempo (cada vez sospechosa más de sus escapadas diarias y de las "ratas" que continuamente están en las cañerías y son imposibles de exterminar).

Ese día, Justina sería realmente feliz.

Pero hasta ese día, Justina no podía hacer más por ella que condenarle a ser una eterna Rapunzel. Eternamente encerrada del mundo exterior, con el cabello interminablemente largo y eternamente hermosa. Y ella se odiaba por hacerle eso; pero por ese momento, no tenía otra elección, hasta que su propia guerra terminase y pudiesen irse juntas, a un lugar lleno de música.