¡Feliz Navidad!, ¡Feliz Aniversario! Y como diría mi Tenshi… ¡Feliz Navidersario!

Sin duda este es el fic que más ilusión me ha hecho escribir, que más amor he puesto, que más veces he recreado, de hecho es el fic que me hizo empezar a escribir, porque es la historia que ansíe contar desde que se dio el sorato claramente en 02, por lo que todo mi corazón está puesto en él.

Es el fic del que más orgullosa me siento y me sentiré jamás, es mi fic consentido y lo será siempre, es mi fic favorito y no me importa decirlo y pase lo que pase, escriba lo que escriba, si de verdad escribo algo, estoy casi segura de que eso nunca cambiará.

Gracias por compartir esta aventura conmigo, gracias por encontrarle un sentido a mis letras, gracias por darme fuerzas para seguir imaginando, para seguir soñando.

Gracias por amar este fic casi tanto como lo amo yo.

Dedicado a todos los que piensan que el sorato salió de la nada (insertar una media sonrisilla entre malévola y triunfal XD)

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Historia de unas galletas

...

Diciembre 2002

...

Miedo.

El miedo te paraliza, te hace vulnerable, te hace buscar excusas para huir de lo que debes hacer, de lo que deseas hacer.

Tenía miedo al desamor, pero más temía al amor y hasta que no afrontase eso, no podría ser feliz.

Miedo.

El miedo te atormenta, el miedo te traumatiza, el miedo hace que quieras cubrir tu corazón para que nada te afecte.

Tenía miedo a no ser lo suficientemente bueno, pero temía más sufrir, que mi corazón volviese a ser herido.

Pero no se puede vivir eternamente con miedo, nadie alcanzaría la felicidad si dejase que el miedo dominase sus acciones, por eso hay que desterrarlo, y el mejor antídoto contra el miedo es la seguridad en uno mismo y en los demás.

La seguridad en hacer lo que deseas, la seguridad de creer en el amor.

Y aún sin saberlo, dentro de pocos días estábamos dispuestos a afrontarlo, a arriesgarnos por fin, a dejar atrás nuestros miedos y empezar a compartir esta nueva etapa que tanto tiempo llevábamos anhelando.

No éramos conscientes de que estábamos viviendo nuestra última semana de amistad, que a partir de Nochebuena todo sería diferente, mejor o peor, pero por fin, nuestra relación alcanzaría la perfección, lo que estábamos destinados a ser el uno para el otro.

Pero para eso yo aún tenía que dejar atrás mis miedos y dar el paso.

Y yo aún tenía que dejar atrás mi cobardía y arriesgarme por ella.

...

...

Era una semana extraña, previa a las vacaciones de invierno, por lo que ya se respiraba ese ambiente de exaltación y alegría por parte de los púberes, recreándose en esos merecidos días de fiesta que estaban a punto de llegar.

Pero no había que olvidar que también era una semana importante académicamente debido a que el trimestre finalizaba y eso conllevaba examinarse de todas las asignaturas.

Si solo fuesen los exámenes… pero no, a sus encantadores profesores les había dado con llenarles de trabajos absurdos durante todo el curso.

Y la clase de historia, no iba a ser la excepción.

La pelirroja resopló, restregándose las manos por la cara cansada, mientras escuchaba como el profesor iba emparejando a los alumnos para ese trabajo sobre la Era Meiji.

-Takenouchi…- escuchó y se puso alerta, abriendo los ojos al máximo, en un vano intento de parecer que no estaba a punto de caer dormida. El profesor se tomó su tiempo, mirando su libreta, para finalmente hacer un gesto con el bolígrafo hacia el lado del ventanal.- con Ishida, que parece que le inspiras, porque no ha dejado de mirarte en toda la clase.

La chica quedó como una estatua, sin llegar a asumir que le había colocado con Yamato, simplemente no daba crédito a que su estricto profesor hubiese hecho ese comentario tan alegremente. Creyó, que hasta había sido una alucinación, pero no, había sido bien real, por lo menos eso dejaba ver los vergonzosos "uuuh" de sus compañeros que la hicieron enrojecer.

Todavía tuvo el valor de enfocar a Ishida, que ya se estaba deslizando pupitre abajo, con un adorable tono carmín en sus mejillas y una sonrisa nerviosa.

Esa reacción le impactó más que el comentario, ¿acaso era verdad que Yamato no le había quitado ojo durante toda la clase?

En cualquier caso, el profesor rápidamente había retomado las riendas de la clase y continuó haciendo las parejas metiendo más comentarios de ese tipo, provocando las risas de los alumnos y más momentos comprometidos.

Por lo visto el maestro estaba bastante animado y graciosillo ese día. Eso Sora lo agradeció, ya que sus compañeros no se quedarían solo con las palabras dirigidas a ella y Yamato, y con un poco de suerte, para cuando terminase la clase, las habrían olvidado.

Le había pillado tan desprevenida que ni había reparado en lo dicho y en que pudiese ser real, ser la inspiración de su Yamato.

Apoyó la mano en la frente sumergiéndose en el libro, no quería que sus colores la delatasen.

Aunque más disimuladamente, pero el rubio volvía a contemplarla, por lo que su cara ya portaba una sonrisa. La encontraba adorable e irresistible tan avergonzada por su causa.

¿Sería esa su ansiada señal?

No. Solo era la reacción normal de una tímida adolescente a un comentario fuera de lugar de un profesor.

Durante el resto de minutos de clase en donde se hicieron los demás emparejamientos, la pareja no prestó mucha atención a lo que sucedía, porque ya tenían la mente totalmente ocupada por su propia situación.

Un trabajo juntos. No era que fuese algo demasiado comprometido, pero les resultaba bastante estimulante ya que ambos estaban en esa fase que les encantaba pasar el tiempo juntos a la espera de cómo se resolviese el extraño capítulo que estaban viviendo, porque una corazonada les decía que su relación estaba al límite de dar un vuelco para siempre.

Su miedo era no saber hacia que dirección.

La ruidosa jauría humana que eran los adolescentes recién liberados de sus obligaciones estudiantiles nublaron sus pensamientos, mientras la inercia les hacía seguir a la manada.

Cuando Takenouchi salió de clase, se dio cuenta de que sus amigos habían sido más rápidos que ella, quizá porque no se habían perdido entre sus pensamientos.

Yamato portaba una extraña sonrisa que no sabía interpretar si de satisfacción, nerviosismo o una mezcla de ambos sentimientos, Taichi como siempre era mucho más claro al expresarse con una amplia sonrisa cómplice.

-¿Qué me he perdido?.- inquirió, mirando a Taichi con ciertas sospechas.

-Nada…- respondió con un tono burlón.-… parejita.- añadió.

La pelirroja resopló agobiaba, maldiciendo haber hecho esa pregunta conociendo de ante mano su respuesta.

Estaba encantado con esta situación que para ella resultaba tan incómoda y vergonzosa, aunque por su expresión, Yamato no la percibiese así.

Este parecía más encantado que Yagami.

Lo desechó, achacando su cara de felicidad a que seguramente el moreno hubiese hecho alguno de sus comentarios graciosos antes de que llegase.

Con su aire de despreocupación característico el portador del valor se llevó las manso a la nuca e inició el camino, adelantándose, puede que adredemente o puede que inconscientemente, a sus amigos, encontrando rápidamente a algún compañero para charlar.

La confirmada pareja, por lo menos para el trabajo de historia, le siguieron con algo de margen.

Aunque aparentemente quisiera mostrar una exagerada seguridad en sí mismo, el chico estaba más nervioso que Sora y era porque había tomado una decisión.

Quizá, ser su pareja era esa señal que había andado buscando y como se prometió a sí mismo, no desperdiciaría ninguna otra oportunidad.

-¿Cuándo quieres que quedemos?

Ella se le adelantó, pillando de contrapié al rubio, pero rápidamente supo reponerse.

-De eso quería hablar.

-Lo digo porque no tenemos muchos días, estamos a miércoles y el trabajo es para el lunes, así que…

-Sí, bueno, es por eso que quería proponerte una cosa.- sonó a favor y Sora no tardó en captarlo.

Le desilusionó un poco, ya que le hubiese encantado pasar tiempo con Ishida, pero también lo entendió.

-No te preocupes.- le dedicó una complaciente sonrisa.- entiendo que estés muy ocupado, a fin de cuentas el lunes es el festival de Navidad y tu grupo toca, además al día siguiente también tienes ese concurso de bandas del que llevas todo el mes hablando, así que no te preocupes. Yo haré el trabajo y me esforzaré mucho para que te pongan muy buena nota.

El portador de la amistad quedó tan perplejo por sus palabras que detuvo su camino.

Takenouchi no supo leer en el rostro de su amigo, pensaba que la hacía un favor.

-¿No quieres hacer el trabajo conmigo?.- aunque sin quererlo, le salió un tono desvalido y suplicante.

-Pensé que…

Ahora la pelirroja era la confusa.

-¿Qué te iba a pedir que lo hicieses por mí?

La chica se encogió de hombros, afirmando esa repuesta.

Ishida no supo como asimilar esto, si como un bonito detalle por su parte o como un profundo rechazo a compartir algo con él.

En otras circunstancias se habría martirizado y habría dejado que el pensamiento pesimista le dominase, pero ya no. No quería cometer más errores con esa muchacha y que mejor forma que decir las cosas claras.

-Quiero hacer el trabajo.- determinó.

Sora se sorprendió por la efusividad mostrada por algo tan aparentemente soporífero como era la Era Meiji, sin embargo no pudo ocultar su sonrisa de ilusión.

Eso significaría que pasaría tiempo con el rubio.

-Entonces…- invitó Sora. Estaba expectante por su proposición interrumpida.

-Eh…- Yamato se sonrojó un poco perdiendo todo ese arrojo mostrado hace escasos segundos.- en realidad, lo que quería proponerte.- se rascó la nuca en un gesto nervioso. Además, Sora y su mirada fija en él no ayudaban demasiado, por lo que decidió desviar la vista a ningún punto en concreto.-… lo que quería decirte era que… igual, podríamos quedar para ir al museo, porque seguro que ahí nos documentamos sobre el periodo Meiji.

Takenouchi mostró incredulidad.

-¿Quieres que vayamos al museo?

Ishida emitió un gemido.

-¿No te parece bien?

La compañera de Piyomon agitó la cabeza para hacer desaparecer su expresión que quizá se percibía de rechazo.

-Sí claro, solo que no me lo esperaba.

Yamato sonrió empezando a ilusionarse.

-Entonces, ¿te parece el viernes después de clase?

Ella asintió y Yamato notó como su acelerado corazón se relajaba un poco, porque, como pasase en agosto, había logrado una gran hazaña, que era volver a pedirle una cita, solo que esta vez camuflada en trabajo de clase.

No obstante, tenía toda la intención de convertirla en una de verdad, pero ella aún no podía saberlo.

Esperaría un par de días. A fin de cuentas, si había sido capaz de esperar tres años, ¿qué mal hacía unos días más?

...

El esperado viernes llegó y Yamato ya había trazado su elaborado plan en la mente, solo faltaba llevarlo a cabo.

En realidad era bastante sencillo, pero en eso consistían lo bueno planes, sino, siempre aparecía alguna fisura y para un muchacho que mentía realmente mal, lo mejor era no arriesgarse.

En fin, que básicamente le diría a Sora que había llamado al museo pero resultaba que estaba cerrado por obras en alguna de sus galerías, pero que ya que ambos no habían hecho planes para esa tarde podían pasarla juntos igualmente, quizá en el cine viendo una película del periodo Meiji.

En su cabeza sonaba perfecto y aunque evidentemente cuando se mentía, se corría un alto riesgo de que se descubriese la verdad, confiaba en que si eso sucedía, su relación con Sora ya fuese tan buena que ella lo tomase como un halago.

Un estimulante hormigueo recorría su cuerpo solo por fantasear con la idea.

Resopló ese visible vaho consecuencia de las frías temperaturas, lo que hizo que se abrochase más su abrigo y resguardase con una bufanda su cuello, para preservar sus cuerdas vocales, esas que debían permanecer intactas hasta Nochebuena.

Lo bueno del invierno era que a las puertas del instituto era más fácil reconocer a tus amigos, ya que los uniformes eran tapados por la ropa de abrigo de vivos colores. La vida dejaba de ser verde y gris.

Sonrió al reconocer a la chica de abrigo azul y bufanda rosa, encontrándola sencillamente encantadora.

-Perdona que te haya hecho esperar, pero es que tenía que recoger algunas cosas.- mostró su cartera de libros y un par de carpetitas que llevaba entre los brazos.

Ishida se extrañó, porque tenía tan asimilado que esto era una cita que había olvidado la tapadera del museo.

-¿Para que llevas todo eso?.- cuestionó divertido.

Ella lo miró con incredulidad.

-Son los apuntes, para hacer el trabajo.

El rubio hizo un gesto de comprensión, dándose cuenta de su torpeza.

Respiró fuertemente, porque era ahora cuando debía decir su mentira y de cómo lo hiciese, dependería mucho su futuro con Takenouchi.

-En realidad, tengo que comentarte una cosa…- intentó parecer apesadumbrado, lo que jamás se esperaba y le dio pánico fue que Sora lo interrumpiera con gran efusividad.

-¡Yo también!.- exclamó hasta dando un pequeño saltito.

Yamato tragó saliva. Esto no estaba dentro de sus planes. Cerró los ojos sintiéndose el ser más estúpido sobre la faz de la tierra, porque conociendo como conocía a Sora ya debería haber previsto que habría organizado la salida al museo hasta el más mínimo detalle.

Organizar eventos era uno de sus grandes placeres.

Intentando no parecer ansioso, dibujó una sonrisilla y arqueó las cejas expectante.

-¿A qué no sabes quien es el responsable de la galería del periodo Meiji del Museo Edo-Tokio?

En efecto, el plan no se estaba llevando a cabo como Yamato quería, de hecho cada vez se desviaba más.

-¿Quién?

-¡Un amigo de mi padre!

Fue como si ese hombre desconocido utilizase su hígado como un saco de boxeo, aun así, intentó parecer ilusionado.

-¿De verdad?.- fingió de forma pésima.

-¡Sí!, de hecho es el que toca el triángulo en las reuniones de alumnos, por lo que según mi padre, es de su grupo musical universitario.

¿Por qué el padre de Sora lo odiaba si no habían coincidido más que una vez en su vida?, ¿acaso había percibido que estaba locamente enamorado de su hija y que en un futuro la podría dejar embarazada?

Yamato desvariaba en su mundo, mientras su amiga seguía trasmitiéndole la buena noticia.

-Llamé a mi padre para pedirle un poco de información y resulta que este tipo es su amigo, ha hablado con él, ¿y sabes lo mejor de todo?

-¿Qué me va a sacar un ojo?.- dijo Yamato sin pensar, desde su frustración.

Sora calló un segundo, pero enseguida pasó de ese ilógico comentario.

-Lo mejor de todo es que nos va a colar gratis y nos va a contar en exhaustividad cada detalle que precisemos. ¿No es genial?

Y a pesar de que sintiese que una nueva oportunidad se le escapaba de las manos, fue incapaz de resistirse a esa miraba desbordante de ilusión de la chica que tenía enfrente.

-No se me habría ocurrido un plan mejor.

No podría trasformar esta salida en una cita de ocio, pero eso no quitaba para que no tuviese intención de disfrutarla

Pero nuevamente, la anticipación de Sora perturbó los pensamientos del joven Ishida, esta vez en forma de carpetita.

Le entregó una de las que llevaba.

-¿Qué es esto?.- cuestionó atónito, investigando su contenido.

Eran una especie de fichas para rellenar.

-Una carpeta de museo.- respondió la pelirroja con naturalidad.

Le hizo gracia ver la expresión de perplejidad del chico, por lo visto, no estaba familiarizado con el término "carpeta de museo".

-¿Nunca has hecho una carpeta de museo?.- preguntó con una sonrisa de ternura.

Encontraba a Yamato muy lindo así de confuso.

-No.- contestó él, examinando esas hojas cada vez con más agobio.

-¿Y que haces cuando vas a un museo?

-¿Aburrirme?.- contestó divertido, la chica le dio un toque en el brazo.

-No seas burro. Es algo muy útil, mi padre me enseñó a hacerlas cuando me llevó a mi primer museo con cinco años.

Yamato desvió la vista al cielo. Como no, el profesor Takenouchi estaba detrás de todo esto.

Apoyándose ligeramente en el brazo del músico, Sora le empezó a señalar las diferentes secciones de cada hoja e irremediablemente, al tenerla tan cerca, tan pegadita que notaba el calor que desprendía, Yamato creyó que la "carpeta de museo" era el mejor invento que se había hecho jamás.

-… y aquí pones la pieza, la era, el autor al que se le atribuye, el gobierno que regentaba entonces, descripción, la puedes hasta dibujar si tienes tiempo, significado, utilidad y lo que te trasmite, luego dejo este cuadro para comentarios…- alzó la cabeza encontrándose con la amable y dulce mirada de ese joven que le tenía robado el corazón.

De repente dejó de notar el frío invernal de diciembre porque un intenso calor se apoderó de su cuerpo, evidenciándose en el color de sus mejillas, pero es que era imposible contener esas sensaciones si ese chico no dejaba de mirarla tan maravillado.

Apartó la vista, dejando también el contacto con Ishida. Justo entonces, Yamato notó el aire gélido pasando entre sus cuerpos, desesperándose porque ella ya no estuviese a su lado, no obstante, su corazón seguía albergando esa calidez.

-… y bueno, con un fosforito, subrayas lo que creas que es importante para el contenido de nuestro trabajo…- finalizó con dificultad, entregándole el fosforito.

Sin dejar de penetrarla con la mirada y sin perder su sonrisa, Yamato lo aceptó, notando que temblaba cuando pasó a sus manos. Era Sora la que había temblado.

Eso le desconcertó, pero al mismo tiempo le produjo una extraña sensación de satisfacción.

Aunque claro, también podía haber temblado por el frío y no por él, cosa que era la respuesta más lógica y con la que el compañero de Gabumon se quedó.

Una cosa era no desperdiciar oportunidades y otra muy diferente vivir en las nubes.

Dejó de mirarla con tanta intensidad, haciendo un gesto de agradecimiento con la cabeza.

-Haré una gran carpeta de museo, no te preocupes. Nuestro trabajo va a ser el mejor.

...

Yamato estaba ausente, en realidad más bien un poco deprimido.

Miraba su carpeta de museo y se sentía un auténtico inútil porque no había sido capaz de rellenar ni un 10% de las fichas estimadas.

Nueva parada en donde se subieron otra multitud de personas. Por lo visto estaban en la hora punta del metro y aún quedaba un largo tramo hasta Odaiba.

Se le arrugaron las hojas contra el pecho, mientras se incrustaba más a la barra de sujeción.

Gruñó molesto mirando sus inmediaciones. Los hombres de oficina, algunos colegiales, pasmados típicos de metro que daba la impresión de que ya llevaban veinte viajes y no de metro precisamente, y hasta algún turista entusiasmado por ir por fin en uno de esos famosos vagones abarrotados del metro de Tokio.

Su carpeta de museo estaba a punto de desparramarse, la intentó reorganizar, aguantándose las ganas de empezar a codazos con todo el mundo.

Dientes apretados, ceño fruncido y empezaba a híper ventilar, pero entonces, notó una mano en su antebrazo y otra que le reorganizaba los papeles.

-Tranquilízate y guarda eso, que al final lo vas a perder.

Su voz era música celestial que rápidamente calmaba a la fiera impaciente.

La miró, ese rostro que ahora tenía gotitas de sudor en la frente, cosa normal porque en ese vagón el calor era asfixiante. Dejó que ella le guardase las cosas, hasta que lentamente, el transporte cerró sus puertas y volvió a ponerse en marcha.

Cuando eso ocurrió, ella se agarró a la barra.

Cierto era que no había sido la cita esperada, cierto era que ni siquiera habían podido disfrutar a solas de su estancia en el museo, ya que habían estado todo el rato con el conocido de los Takenouchi.

Un hombre, por otra parte especial, que a Yamato le recordó bastante al intimidante, por lo menos para él, padre de Sora: quizá porque pegaba los mismo golpes mortales en la espalda, o porque aprovechaba cada mínima ocasión para hablar de los Giants, o porque contaba la misma clase de chistes malos, o porque daba igual las veces que le repitieses tu nombre, que para él siempre serías "¡eh, chico!". Aunque hubo una cosa que le desconcertó y hasta le molestó, y era que no paraba de frotar a su Sora de la cabeza como si fuese un niño de cinco años y recordar anécdotas contadas por su padre sobre ella, que muy seguramente hubiesen sido contadas a Haruhiko por Toshiko, pero eso, ya era otra historia.

En cualquier caso, ¿es que no veía que era una chica de 14 años como para tratarla con más delicadeza?

Por un momento palideció invadiéndole una oleada de celos y repulsión, encontrando perfecto que los hombres de todas las edades tratasen a Sora como un niño de cinco años.

Absurdeces del amigo del profesor aparte, había que reconocer que la salida había sido entretenida y por primera en toda su vida tenía la sensación de que había aprendido algo en una salida cultural, pese a que su desastrosa carpeta de museo no lo reflejase.

Seguro que la de Sora estaba perfecta… ¡demonios!, no estaba a la altura de ella, siempre sería un desastre a su lado.

Totalmente desanimado, volvió a toparse con la cara de Takenouchi, pero eso precisamente fue lo que le hizo olvidar sus preocupaciones insulsas.

Se mostraba bastante apurada y nerviosa, se podría decir que incómoda.

Debía saber de inmediato a que se debía.

-¿Qué te ocurre?

La chica no se esperaba esa muestra de preocupación, pero como de costumbre no quiso compartir sus pesares con nadie.

-Nada.- negó con una forzada sonrisa.

Esa sonrisa no acarició el corazón de Yamato, ni siquiera llegó ni a rozar su muro de contención, todo lo contrario, le produjo malestar y angustia.

La había reconocido tan falsa que le dolía en vez de hacerle feliz.

La gente se apretó más, quedando la barra en la mejilla de Ishida, en realidad eran los dedos de Sora los que quedaron atrapados entre la mejilla y la barra.

Tan cerca, que su respiración congeló el sudor de su frente.

-Puedes decírmelo, de hecho me gustaría que me lo dijeras.- expresó con la dificultad que le daba estar tragándose una barra de acero.

-Es que… vas a pensar que soy una paranoica.- titubeó, mirando con desconfianza a su alrededor, pero Ishida no lo captó.

-¡Oh, venga Sora!, eres tú, la chica racional que hace un croquis de cada pensamiento que tiene. Si crees algo, la probabilidad de que sea así será de un 99%.- dijo con convencimiento.

La pelirroja se mordió el labio inferior inquieta, mirando con atención los zafiros de Yamato que tanta adicción le causaban.

Supo, inmensa en ese mar, que podría contarle cualquier cosa, que la creería, la apoyaría e incluso la protegería.

A Sora le gustaba valerse por sí misma, pero con Ishida sentía una tremenda debilidad, quizá, por lo mucho que ansiaba poder resguardarse entre sus brazos.

-Está bien.- accedió, tras un segundo de deliberación.- ¿ves a ese tipo?.- acercando su rostro a la barra, señaló disimuladamente con la cabeza a un hombre que tenía detrás.

Era un momento de tanta tensión que ni pensaron que si esa barra no estuviese entre ellos sus labios ahora se habrían juntado irremediablemente.

Yamato lo buscó con la mirada con total descaro, desesperando un poco a Takenouchi. Resultaba un cómplice bastante patoso.

-¿El trajeado que ahora se hace el despistado?.- cuestionó.

Se podía encontrar gran cantidad de fauna pintoresca en el metro de Tokio, pero es que ese tipo tenía el cartel de sospechoso con letras fosforitas en la frente.

Aunque en apariencia parecía un señor normal, su actitud y sobre todo su miraba libidinosa delataban sus intenciones.

Tenía todas las pintas de ser el típico pervertido del metro con la mano larga.

La furia se apoderó por completo del rubio. Hacía escasos minutos se horrorizaba pensando que algún hombre pudiese tratar a Sora como a una adolescente atractiva, pero esto lo superaba con creces.

¿Se atrevería ese ser repugnante a aprovechase de los apretones del metro, como desgraciadamente era costumbre?

Yamato lo fulminó con la mirada.

-¿Te ha tocado?.- masculló sin apartar la vista del sujeto, para ver si ese tipo, por supuesto bastante mayor que Sora se atrevía a mirarle.

Quería que se diese cuenta de su ira.

Sora bajó la vista avergonzada.

-No…- susurró.- pero cada vez está más cerca y no me gusta como me mira.

Solo el hecho de pensar que esas manos toscas, zafias y repulsivas se pusiesen en contacto con la suave y virginal piel de su amiga le entraban ganas de abrir la ventana del vagón y tirarlo a la vía, no sin antes haberle desfigurado el rostro.

No eran celos, era instinto de protección, era sentir que Sora se merecía un respeto, que se merecía que no la tratasen como a un trozo de carne, que solo la tocase quien ella quisiese, como ella quisiese y cuando ella quisiese, y por supuesto de la única forma que consideraba Ishida que se debería de hacer, con delicadeza, ternura y amor.

Jamás permitiría que le arrebatasen a su Sora ese privilegio.

La compañera del amor percibió y entendió la mirada de Yamato: dura, fría e intimidatoria, y se planteó si habría hecho lo correcto.

Era verdad que le halagaba este comportamiento, pero tampoco quería armar un escándalo y que Yamato se metiese en problemas por su culpa.

Sin embargo, sabía que si ese hombre intentaba algo, el rubio saltaría como una fiera y sería imposible calmarlo.

-No importa.- intentó aplacar a su amigo antes de que la furia le desbordase, tirando de su abrigo para que se diese la vuelta.

-Sí importa, no digas tonterías.- no se movió ni un milímetro.

Se respiraba una gran tensión que agobió a Sora más que el supuesto pervertido.

-Yamato por favor, tranquilízate.- suplicó con exasperación.

Y parece que surtió efecto, por lo menos Ishida dejó de descuartizar a ese sujeto con su afilada mirada y enfocó a la pelirroja.

Le conmovió verla de esa forma, con un sentimiento de culpabilidad anticipado por ponerle en esa situación.

Aguantándose las ganas de partirle la cara para persuadirle de realizar alguna acción en el futuro, Yamato resopló y se giró dejándolo pasar.

Se quedó cautivo del rostro de Takenouchi, examinándolo con detenimiento y descaro, como si quisiera asegurarse de que seguía intacta. Deseó abrazarla contra él, pero pensó que sería igual a que ese ser repulsivo la hubiera tocado, porque sería sin su consentimiento.

No sería la primera vez que ella lo comparaba con algún aprovechado y no quería que pensase cosas que no eran. Aún así, debía alejarla del peligro.

Miró un poco su agobiante alrededor, dándose cuenta que hacia la puerta había un hueco. Sin molestarse en consultárselo la tomó de la muñeca. Takenouchi se sorprendió por la acción pero le siguió, dejó que la guiase hasta ese hueco, que la colocase contra la pared, quedando él delante, en función de barrera.

Llevó un mano a la barra de sujeción superior, pasando muy cerca de la cara de la pelirroja, apoyó la otra en el agarrador de la puerta, quedando a la altura de su cintura.

Literalmente, Sora estaba atrapada por Yamato, no obstante, le pareció la prisión más hermosa y segura del mundo.

Había actuado con total decisión, pero cuando ya estaba en esa posición, se daba cuenta de lo que había hecho, de que la había apartado del mundo teniendo como única salida a él.

Solo quería protegerla, pero tal vez, ella se lo tomaba mal.

Supo que no al ver sus ojos, le dedicaba una mirada agradecida.

Acto seguido sintió una punzada en su corazón cuando sus dedos rozaron los suyos, ya que la había alejado de la barra y el único sitio que tenía al que sujetarse era el pequeño agarrador de la puerta, aunque no se agarró directamente a él, lo hizo a través de la mano de Ishida.

Y el rubio empezó a sudar acelerado.

No era el contacto en sí, que también, sino sobre todo la situación, los pensamientos, la emoción. Lo especial que pensaba que podría sentirse si ella le diese la mano como algo rutinario, como si caminar cogidos de la mano entrase dentro de su relación.

Se recreó en esas mariposillas en el estómago que se afincaban en su garganta impidiéndola decir nada coherente en estos casos, dificultándole poderse sincerar e incluso llegar a declararse.

La chica lo acariciaba de una manera dulce pero sutil, queriendo agradecerle su dedicación, pero también provocarle algo más, intentando trasmitir en esa caricia sus sentimientos, que por fin los comprendiese y él viese su alma al descubierto.

Conectó con su mirada, prometiéndose a sí misma que si en ese instante la hubiese tenido fija en ella, que si le hubiese estando dedicando esa mirada especial, cautivadora y alentadora, hubiese dado el paso. No estaba segura de hasta donde pero sí que hubiese sido un paso que la acercaría más a una relación amorosa con Yamato que solamente amistosa.

Pero cuando reunió la valentía para mirarlo, no encontró su cara, ni por tanto esa mirada esperada, lo que se encontró fue un rostro ausente haciendo muecas extrañas que Sora no supo interpretar como de preocupación o de estreñimiento.

El momento había pasado y la pelirroja lo asumió.

-¿Es por la carpeta de museo?.- cuestionó intuyendo en que podría tener la cabeza su enigmático amigo para mostrarse tan disgustado.

El rubio regresó a tierra firme, tragando esas mariposas para que dejasen de revolotear.

Desvió la vista a su desastrosa carpeta y se encogió de hombros.

Era decepcionante que la chica de la que estaba enamorado creyese que pensaba en esa dichosa carpeta cuando estaba nervioso por sus sentimientos, pero supuso que se acabaría acostumbrando a que Sora siempre lo viese como un robot carente de sentimientos y por tanto incapaz de reconocer el amor que le procesaba.

-Supongo.- despachó.

Notó la mano libre de su amiga apoyándose en su brazo.

-No estés mal, a nadie le sale bien su primera carpeta de museo. Deberías haber visto la que hizo Taichi la primera vez que fuimos a un museo.

Y el nombre que más veces por segundo salía de los labios de Sora una vez más volvía a monopolizar su conversación.

Apretó la mandíbula, miró inconscientemente al pervertido del que en teoría la había protegido.

¿De que servía todo lo que hacía por ella si él jamás ocuparía la primera línea de sus pensamientos?

Tuvo la tentación de decirle que Yagami no la quería, que dejase de invocarlo siempre porque él nunca pensaba en ella.

Pero a parte de mentira, era una absoluta crueldad que habría hecho daño a Sora y aunque ella le hiciese daño hablando del portador del valor a la mínima ocasión, sabía que lo hacía de una manera inocente, que si fuese sabedora de sus sentimientos, de cuanto le dolían esas comparaciones, nunca lo haría.

Pero una vez más no tenía derecho a exigir comprensión cuando era un maldito cobarde incapaz de sincerarse.

-Así que también has hecho una carpeta de museo con Taichi.- suspiró, mirándola de refilón para ver su reacción.

Encima a ella le parecía divertido.

-Claro, todo el mundo que va a un museo conmigo tiene que hacer una carpeta de museo, es una especie de tradición.

El portador de la amistad asintió, alzando la mirada a ese sucio techo, donde un fluorescente parpadeaba en sus últimos coletazos de vida.

Por un instante había pensado que él era especial, que no se había molestado en preparar una carpeta de museo para otro chico nunca.

Fue un sueño bonito, pero como todos efímero.

El metro realizó una nueva parada, la penúltima antes de llegar a su destino. Al abrirse las puertas, Ishida y Takenouchi tuvieron que quitar la mano, además el rubio tuvo que orillarse más a su amiga para dejar paso. Sintió que su cuerpo se pegaba al suyo, su calor desbordante rodeándole y su aliento acariciándole el mentón.

Sus ojos chocaron y Sora no pudo remediar su risa nerviosa, más todavía cuando el mogollón de personas se aglomeraron en la salida, apretujando a Yamato contra ella.

En ese momento en el que aún se torturaba por la nueva, según él, señal de Sora comunicando que su amor no era correspondido, lo único que pudo pensar fue que si se hubiese inclinado unos milímetros más y hubiese juntado sus labios con los de ella, le hubiese robado ese beso que llevaba años ansiando. Y lo mejor era que podría haberlo excusado como un empujón, como un accidente.

Tuvo esa tentación, quedó en una especie de trance mientras deliberaba sin ser consciente de que su mirada estaba fija en la de Sora y que la intimidó, porque ella bajó la cabeza.

Entonces reaccionó, dándose cuenta de que había perdido la oportunidad, que por otra parte habría sido una locura.

Cuando el metro retomó la marcha, el vagón estaba mucho más aligerado, ya no se respiraba ese ambiente recargado y por supuesto, ya no había necesidad de que fuesen tan pegados.

El chico se sentó y a los segundos Sora lo acompañó.

Tenían toda la bancada para ellos solos.

Takenouchi se encontraba aturdida, no había sido capaz de interpretar esa mirada fija de su amigo, solo sabía que le había provocado un estremecimiento inaudito, que no pudo mantenérsela porque se dio cuenta de que sería incapaz de renunciar más tarde a ella.

Hubiese exigido que la mirase de esa forma todos los días de ahora en adelante.

Silencio entre los dos, mirando de vez en cuando por la ventana, viendo pasar ese túnel uniforme, escuchando el característico ruido de raíles, esforzándose cada uno por olvidar cuales eran sus inoportunos deseos.

Al cabo de un tiempo indeterminado, Yamato habló, eso sí, sin mirarla.

-Tendremos que quedar mañana para hacer el trabajo, ¿no?

Sora se sorprendió, creía que con la visita al museo Yamato ya habría dado por concluido su papel en este trabajo.

A fin de cuentas era su idea y suponía que no debía de disponer de excesivo tiempo dada la proximidad de sus actuaciones Navideñas con su banda.

Le otorgó una sonrisa tranquilizadora.

-No es necesario de verdad, ya me has ayudado mucho en esta salida. Lo terminaré yo y así tú podrás concentrarte en tus actuaciones.

Ishida giró la cabeza con lentitud, incrédulo ante sus palabras.

Un nuevo y doloroso rechazo y lo peor era que se sentía incapaz de comprender porque mostraba tanto reparo en compartir un poco de tiempo con él, aunque fuese haciendo un estúpido trabajo del periodo Meiji.

Hablaba como si tuviese que hacerlo ella y él solo fuese una comparsa molesta cuando el profesor dijo claramente "trabajo en pareja".

-Se supone que tenemos que hacerlo juntos.- exigió.

Se estaba enojando seriamente pero Takenouchi no lo llegó a considerar.

Pensaba que le hacía un gran favor.

-Pero sé que estás ocupado y a mí no me importa.

-Pero es mi trabajo, ¿por qué no puedo decidir yo sobre cual debe ser mi prioridad?

La chica se agitó incómoda. Por fin se daba cuenta del estado de su amigo.

-Solo intento ayudar.

Y el rubio bufó.

-¿Te daría tanto reparo hacer el trabajo si tu pareja fuese Taichi?.- preguntó, sonando a auténtica acusación.

Los celos le hervían la sangre, le ponían furioso, le hacían hasta olvidar las agradables sensaciones que había provocado la caricia de Sora sobre su mano, incluso ese cosquilleo de su aliento sobre su mentón y cuello.

Por supuesto, Sora no entendió ese comentario.

-¿Qué tiene que ver ahora Taichi?

El rubio rió impotente.

-¡No lo sé!, ¡eres tú la que lo nombras en cada conversación!

La compañera de Piyomon se amedrentó por la violencia de su tono y hasta de sus gestos. Estaba totalmente confusa sin lograr a comprender a que de debía la furia de Ishida.

-Yo no…- trató de excusarse, pero pensó que solo enmarañaría más las cosas, por lo que intentó devolver la cordura al momento.- sé lo ocupado que vas a estar con tu grupo y no quiero que pierdas el tiempo en algo que puedo hacer yo sola.

Sonaba tan lógico en su mente que le parecía imposible que Ishida no lo compartiese.

También era posible que hubiese un motivo oculto en este empeño por hacer el trabajo en solitario, puede que tuviese miedo a compartir momentos más íntimos con él, porque si seguía a su corazón debería revelarle sus sentimientos, por eso, mientras no viviese ese momento oportuno, no sentiría que traicionaba a su promesa y podía seguir alargando esto.

No obstante, con esa actitud, solo conseguía que Yamato se alejase de ella o en este caso se enfadase.

Atónito y fuera de sí, el portador de la amistad se levantó.

-Vamos, que soy un estorbo, que lo haces mejor sin mí.

Takenouchi suspiró. Le destrozaban esas acusaciones.

-No he dicho eso en ningún momento…

-Muy bien, me da igual, no me interesa.- cortó el chico de forma despectiva. El metro paró y las puertas hacia las que ya se había dirigido se abrieron.- muchas gracias por tu preocupación y por decirme claramente para lo único que sirvo…- antes de salir se volvió a ella, que ya se había levantado intentando seguirle y le dedicó una falsa sonrisa.- mi concierto será inolvidable, no te preocupes.

Y las puertas se cerraron, dejando a Sora descompuesta dentro, sintiéndose absolutamente cobarde, pero todavía sin saber que había hecho tan mal respecto a Ishida.

Ella solo quería ayudar.

...

El león y la leona eran felices porque se habían reencontrado después de tantos años y al son de una de esas canciones que estaban destinadas a enamorarte disfrutaban de su noche mágica.

Había visto demasiadas veces esa película para saber que al final de la escena Simba y Nala discutirían, pero también para saber que él haría lo que debía hacer, dejaría de huir de su destino como un cobarde y cuando lo hiciese, ella lo seguiría hasta el fin del mundo. Luego hasta tendrían una leona que se metería en considerables líos enamorándose del chico equivocado, pero esa ya era otra película, eso ya era una historia todavía muy lejana.

Cuando Hiroaki llegó a casa le extrañó no estar escuchando el bajo de Yamato ya que últimamente era lo que ocupaba todo el tiempo de la vida de su hijo y tenía la certeza de que seguiría así por lo menos hasta el concurso de bandas de Nochebuena.

Pensó, que tal vez era demasiado tarde pero lo descartó al mirar el reloj, todavía era una hora aceptable para ensayar.

Al adentrarse más se dio cuenta de que no olía a comida, es decir, que su vástago no había preparado la cena. Podría haber pensado que no estaba en casa, pero sus zapatos y ropa de abrigo estaban a la entrada, además que se percibían destellos desde la cocina.

Se asomó, dándose cuenta de que esos destellos procedían de la televisión y al fijarse pronto reconoció la célebre película de disney, esa que Yamato siempre veía cuando estaba deprimido por algo.

Dudó entre entrar e interesarse por su estado o pasar de largo y dejarle con sus dilemas y conociendo su hermetismo natural, más si se trataba de sus sentimientos, la segunda opción habría sido la más acertada.

Sin embargo, Hiroaki entró.

-¿No has hecho la cena?.- cuestionó, optando por hacerse el despistado.

El rubio negó con la cabeza, sin apartar la vista de esa pantalla en donde el llamado a ser rey león mostraba sus dudas ante confesar su crimen a la leona amada.

El padre se preocupó por ver el rostro de su hijo, invariable en su tristeza. Colocó una silla y se sentó a su lado, compartiendo una de las escenas más emotivas de la historia de disney y por tanto del cine.

-Hijo, ¿sucede algo?

El rubio hizo un gesto de rechazo con la cabeza.

Pese a la poca predisposición de su primogénito, el periodista insistió.

-¿No te llevé con tu hermano al cine a ver esta peli?

Yamato le dedicó una súbita mirada.

-Fue mamá, se supone que íbamos a ir los cuatro pero tú no apareciste porque decidiste quedarte trabajando.- reprochó, aunque esa no hubiese sido su intención.

Simplemente cuando hurgaban en su heridas sangraban en forma de comentarios hirientes.

Yamato se arrepintió de haberlo dicho, además bastante tenía con la última causa de su sufrimiento como para amargarse también por su pasado.

-Me gusta esta película.- murmuró en tono conciliador y el adulto lo tomó como disculpa, aceptándola.

-¿Puedo verla contigo?

El rubio se encogió de hombros sin reparar en que la primera y última vez que había visto esa película acompañado había sido en el cine, con su madre y hermano.

Después, todas las demás veces, que habían sido unas cuantas, lo había hecho en absoluta soledad, tal vez por eso era su película para sus momentos de depresión.

-¡Vaya!, menuda discusión.- se sorprendió el padre.- que carácter gasta la leona.- añadió divertido.

-Eso es porque él es un cobarde, debe volver, enfrentarse a su tío, vengar a su padre y ser quien debe ser, pero prefiere vivir exiliado del mundo, sin responsabilidades, sin nada ni nadie a lo que dañar, ni que puedan dañarle.- respondió Yamato con sobriedad.

El padre interpretó sus palabras, viendo que hablaba más allá del personaje.

-Pero lo hará, ¿no?, regresará, ¿verdad?, aunque sea debería hacerlo por esa preciosa leona.- comentó Hiroaki.

-Pues claro que sí, es una película disney, al final Simba gana, reconquista su trono, se queda con la chica y tiene una hija.- declaró Yamato, sin sospechar las intenciones de su progenitor, que satisfecho porque a través de la película su hijo se abriese un poco, lo miró directamente a él.

-Es decir, que deja de vivir al margen del mundo. Es inspirador, ¿no crees?

-Supongo.- contestó el chico con apatía.

-¿No te gusta más esa actitud del león?.- preguntó el padre.

El menor siguió inmerso en su película.

-Claro que sí, deja de ser un cobarde vividor y hace algo con su vida, además de devolver la grandeza al reino.

-Pues quizá, tendríamos que aprender de él y tomar esa actitud.- comentó con la suficiente sutileza para que Yamato siguiese pensando que hablaban de la película.

-Como si fuese tan fácil...- resopló el muchacho con amargura.- como si en la vida real Nala te fuese a suplicar que vuelvas con tanta desesperación. No, en la vida real Nala le diría: "¿sabes?, Scar es un capullo que ha devastado el reino de tu padre, pero no hace falta que vengas a hacer nada, prefiero que gastes todo tu tiempo cantando Hakuna Matata con tus amigos raros, yo me ocuparé de todo".

Hubo un silencio dejándose cautivar por la escena, esa en la que el protagonista suplicaba la ayuda de su padre en las estrellas.

Ishida mayor volvió a enfocar a su hijo. Él nunca le pediría a gritos su ayuda, pero eso no significaba que no se la pudiese dar.

-En ese caso hubiese sido un cobarde si le hubiese hecho caso a su amiga.- Yamato se puso alerta, eso sí, disimuladamente.- el verdadero honor está en hacer lo que debes y crees que debes hacer en cada momento a pesar de que nadie te pida que lo hagas.- dijo con un ápice de nostalgia.

Le ocurría lo mismo siempre que intentaba aconsejar a su hijo o tener una conversación un poco más profunda con él, acaba recordando sus propios errores y lo último que deseaba era que Yamato los cometiese, que viviese una vida parecida a la suya, que no se atreviese a luchar por lo que ama.

-¿Y si ella le rechaza?

Hiroaki se encogió de hombros con una sonrisa.

-Pues habrá que aprender a aceptarlo y seguir adelante, pero siempre siendo fiel a tus sentimientos y los que crees que son tus deberes.

El rubio quedó pensativo. Del mismo modo que a Simba, su padre le había perturbado, abriéndole otro punto de vista.

Desde siempre, el compañero de Gabumon no tenía demasiado autoestima y si alguien le rechazaba de alguna u otra manera una vez, no volvía a intentar alcanzar aquello en lo que le habían rechazado. Lo borraba de su existencia, servía como una losa para el muro que rodeaba su corazón.

Pero hacía tiempo que deseaba que ese muro desapareciese, pero aún quedaban escombros que entorpecían más el paso que un grueso muro, ya que los escombros se esparcían y podía aparecer en cualquier lado.

Simba regresaba a casa a ser quien debía ser y viéndolo correr por la sabana africana con esa energía y vitalidad, supo que esa era la forma de afrontar las dificultades de la vida.

No huir, sino persistir y regresar.

Sonrió victorioso por la conclusión a la que había llegado, por, después de tantos años viendo esa película, poder verse reflejado en el Simba rey, hijo de Mufasa y no en el Simba que huía deseando olvidar su pasado.

Estaba claro que había películas que estaban hechas para verlas en compañía, porque sino te perdías una interesante perspectiva que por ti solo eras incapaz de percibir.

Y Yamato agradeció aber compartido este film con su padre, porque gracias a eso lo haría, lucharía por ello y quisiese ella o no, mañana harían juntos un trabajo.

...

Se encontraba agotada y no por el partido que estaba a punto de acabar, concretamente si conseguía ese punto, se adjudicaría la victoria.

Su cansancio se debía más que todo a la mala noche que había pasado, aunque por el bien de su club y de ella misma no le estaba pasando factura en el tenis.

Estaba más inspirada que nunca y a tan solo un raquetazo de darle esa importante victoria a Odaiba que les ayudaría a clasificarse para el torneo de primavera a nivel nacional.

En cualquier caso, la noche anterior, como tantas otras, su mente había estado monopolizada por Yamato.

No por su mirada, ni por su sonrisa, ni por los confusos y apasionantes sentimientos que le causaba, más bien por el estado en el que actualmente estaba con ella, o por lo menos así estaba la última vez que le vio cuando la dejó plantada en ese vagón, y era con un enfado monumental.

Creía que le hacía un favor y él se sentía ofendido.

Tenía la impresión de que jamás acertaba con sus acciones y que nunca llegaría a comprenderle.

Eso cruzaba su mente cuando descargó toda su frustración en esa pelotita amarilla, consiguiendo el anhelado punto y por tanto la victoria para el instituto de Odaiba.

Apenas dibujó una mueca de satisfacción mientras recibía la enhorabuena de la contraria y de sus propias compañeras, entrenadora e incluso estricta capitana.

Resopló varias veces intentado recuperar el aliento, mientras se dirigía a su bolsa para buscar un botellín, secarse el sudor y también apresurarse a colocarse alguna ropa de abrigo antes de que el frío penetrase en sus huesos y enfriase su sudor, lo que podría provocarle un severo constipado.

No quería entretenerse demasiado tiempo, pero entonces notó una presencia inesperada que la dejó paralizada.

No necesitaba mirarlo para saber que se trataba de él, pero sus ojos tuvieron la necesidad de confirmar lo que su intuición le decía.

Fue incapaz de articular palabra al ver esa sonrisa encantadora.

Un nuevo cambio de humor en Yamato en menos de 24 horas. Esto ya empezaba a ser enloquecedor.

-Gran partido, felicidades por la victoria.- dijo y Sora se sonrojó por pensar que Ishida hubiese estado viendo cada uno de sus movimientos.

-¿Qué haces aquí?, pensé que estabas enfadado.- musitó, de una manera que a Yamato le pareció increíblemente achuchable.

No contestó inmediatamente porque vio que algunas compañeras que aún no le había felicitado se acercaban a hacerlo, lo que provocó el rubor mayor en la pelirroja.

Le abrumaba tanta dedicación si Yamato la estaba contemplando. Este en cambio amplió su sonrisa, sintiéndose profundamente orgulloso de ella.

Las chicas ya se alejaban, entonces Ishida aprovechó para acercarse.

-Me comporté como un idiota en el metro, pero es que me molesta que no quieras compartir nada conmigo…- Sora fue a replicar pero no pudo debido a que su amigo le colocó un dedo en la boca.-… sé que lo hacías con buena intención pero no quiero aprovecharme de ti y además, soy yo el qué debo decidir mis prioridades y hacerlo contigo es mi prioridad.

Escucharon un atragantamiento, viendo a Naoko roja, ahogándose por el comentario de Ishida, porque como no podía ser menos tenía la oreja puesta en esta interesante conversación, interpretándola a su manera.

El portador de la amistad quedó ojiplático al entender a esa chica y un poco después el sonrojo de Sora llegó a niveles extremos.

-¡Me refiero al trabajo!.- aclaró con sofoco.

Sakurai se hizo la despistada y solo tras la inquisidora mirada de Sora se marchó, dejando a los chicos un poco más tranquilos.

Con el debido nerviosismo pero también una gran alegría, Takenouchi asintió.

No sabía por qué razón, pero era obvio que Yamato quería esforzarse al máximo por este trabajo y a Sora le enorgullecía esa actitud.

-Está bien, ¿quedamos a la tarde en la biblioteca?

Ishida experimentó una inmensa satisfacción por esta victoria, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que había tomado la decisión acertada al no rendirse.

Sin embargo, sabía que podía sacar mucho más partido a este momento, en donde pasar la tarde en la aburrida y silenciosa biblioteca no entraba en sus planes.

-La biblioteca es un rollo, no puedes hablar ni comer, mejor en mi casa.

La tenista tragó saliva apurada. ¿Su casa?, ¿ir a casa de un chico?, ¿ir a casa del chico que le gustaba a solas?, ¿sin ni siquiera una cita de por medio?

Todo parecía demasiado precipitado.

-¡No!, ¡en mi casa!

Al menos jugaría en su terreno.

Vio la perplejidad en el rostro de Yamato e intentó no parecer excesivamente absurda.

-Es que, en mi casa tengo comida…- dijo lo primero que le vino y al escuchar la risa del rubio fue consciente de la tontería tan grande que acababa de pronunciar.

Cerró los ojos y se insultó mentalmente varias veces.

-Está bien.- dijo él y Sora lo miró con inseguridad.

¿No luchaba por jugar en su terreno?, ¿tan poco le intimidaba ir a casa de una chica?

Nuevamente fue consciente de sus estúpidos pensamientos, porque seguro que Yamato había estado en esa situación infinidad de veces, no encontrándola comprometida en ningún aspecto.

Sin embargo, lo que Ishida desbordaba era una gran ilusión ya que se había dado cuenta de que nunca había estado en casa de esa pelirroja que tan loco le volvía.

Sin duda, en tan solo un día, la situación había dado un drástico giro que le complacía más de lo que podía soñar.

...

Nunca habría imaginado lo estresante que le iba a resultar el dichoso trabajo de la era Meiji, aunque no era el trabajo en sí, más bien la compañía de ese chico que esa precisa tarde iba a aparecer en su casa, donde estarían a solas.

Cada vez que lo recordaba sentía un retorcijón muy fuerte y unas ganas tremendas de vomitar, consecuencia de los inevitables nervios.

¿Cómo podría soportar su presencia en su casa durante una eterna tarde sin revelarle sus sentimientos aunque fuese de forma accidental?

Era demasiado irresistible.

Supo que lo primero que debía hacer era quitar esa expresión de angustia que la evidenciaba, por lo menos Miyako captó que le ocurría algo.

-¿Y esa cara?.- preguntó, mientras cobraba unas bolsas de snacks.

En efecto, en su casa no había comida.

La pelirroja agitó la cabeza recobrando el sentido.

-Nada, que tengo que hacer un trabajo y no sé cómo enfocarlo.

Inoue asintió.

-Y yo que pensaba que lo más difícil de la secundaria era llevar ese horrible uniforme.

A la portadora del amor le causó gracia el comentario, pero no tuvo fuerzas ni para reírse. Se quedó en una media carcajada desganada.

La pelilila quería animar a su amiga y solo se le ocurrió una forma de hacerlo.

-¿Qué quieres que te regale por Navidad?.- cuestionó ilusionada.

Sora se sorprendió, pero también le halagó esta dedicación.

-Gracias pero no es necesario que me regales nada.- despachó con su cortesía habitual, pagando su productos.

Miyako puso morritos, mirando a Poromon, este entendió lo que le estaba pidiendo su compañera.

-A Miyako le hace ilusión regalarte algo como muestra de su agradecimiento por haber sido una inspiración para ella durante este año.

La pelirroja tuvo dificultad para asimilar esa declaración que Inoue confirmó con una sonrisa.

En teoría y en la realidad, la súper ídolo de esa chica era Tachikawa, le alegró e incluso le subió el autoestima saber que también había intentado reflejarse en ella en este duro camino que era ser una digidestinada.

Con una gran sonrisa de ilusión, le apretó la mano cariñosamente. La heredera del amor y la pureza la miró absorta, sintiendo esa calidez que le trasmitió la primera vez que le tomó la mano, cuando le delegó el poder de su emblema hacía ya más de ocho meses, cuando su vida cambió para siempre.

-Eres una gran chica y el mejor regalo que me puedes hacer es seguir siendo como eres y continuar representando con tanto entusiasmo ese maravilloso emblema que compartimos.

Admiraba esa capacidad de hablar con el corazón sin perderse en absurdeces e histerismos de su amiga más cuerda, aunque también era verdad que adoraba fantasear absurdeces repletas de histerismo con su amiga más inocente que ahora vivía al otro lado del océano.

De hecho, sentía que no le podían haber tocado gurús digitales mejores, ya que juntas se complementaban quedando en perfecto equilibrio.

Ese en el que ella intentaba mantenerse y casi nunca lo conseguía, teniendo que recurrir a Hikari para lograrlo.

Sin duda, Miyako Inoue estaba orgullosa de las chicas de las que el Digimundo le habían rodeado y lo único que deseaba ahora era agradecerles de alguna manera esa confianza que habían depositado en ella.

Para cuando ordenó sus pensamientos, la pelirroja ya salía del supermercado, por eso sus movimientos tuvieron que ser rápidos.

-¡Debe de haber algo que te haga ilusión!

Ella se volteó otorgándole su tierna sonrisa.

-Tiene alas, pico y es una empalagosa, pero supongo que no está en catálogo, ¿verdad?.- dejó salir lo que su corazón anhelaba, a sabiendas de lo imposible que era que se cumpliese.- gracias por la intención Miya-chan.

Salió, con la completa seguridad de que eso jamás pasaría, de que no compartiría estos días tan confusos con su amiga digimon, estos sentimientos hacia Yamato para los cuales seguro que Piyomon tenía algo que decir, porque conociéndola, cuando se trataba de ser sentimental, su compañera siempre tenía un consejo que dar, un empujón, o incluso unos ánimos que le hiciesen desaparecer sus dudas y miedos para siempre.

...

Ladeó la cabeza para leer la placa medio caída del buzón.

No se había equivocado de casa, por lo que volvió a probar suerte tocando el timbre.

Arrugó el entrecejo, miró el digivice y se impacientó. ¿Y si Sora le había dado un plantón? Lo descartó simplemente porque estaba ante su puerta y estaría en ese mismo lugar hasta que ella apareciese y seguramente ella lo sabía.

Se dedicó a esperar, entonces escuchó el retumbar de un trote por las escaleras metálicas.

Fijó la vista y sonrió automáticamente al distinguir la melena pelirroja que hacía juego con su rostro, seguramente por el esfuerzo.

La chica se sorprendió al encontrarlo ahí, haciendo amago de mirar la hora, pero ya no lo encontró necesario.

A fin de cuentas estaba ahí, no importaba si era él quien había llegado demasiado pronto o si era ella la que llegaba tarde.

-No pensé que serías tan puntual.- excusó, acercándose.

-Yo pensé que de nuevo me habías dicho media hora antes de la hora en cuestión.- respondió él con diversión.

La tenista no pudo evitar que imágenes de ese día en la playa poblasen su mente, provocándole una sensación de felicidad.

No recordaba habérselo pasado tan bien una mañana de verano en su vida, sin contar apasionantes viajes digitales, por supuesto.

Iba a abrir la puerta, pero Yamato estaba tan pegado a ella que tendría que abrirse hueco entre su cuerpo y la madera y eso era bastante comprometido, por lo menos para Takenouchi.

Ishida entendió que estaba obstaculizando y dio un paso para atrás.

-Se os ha caído el nombre.- señaló, mientras la chica introducía la llave.

-¡Ah, bueno!, mi padre lo pondrá cuando venga.- contestó quitándole importancia.

La puerta se abrió.

-Yo puedo colocarlo si quieres.- ofreció el muchacho inocentemente.

Y antes de entrar, la pelirroja se volteó aguantando la risa.

-Sí Yamato, las chicas también podemos colocar una plaquita.

El rubio pensó que había metido la pata.

-No lo he dicho con esa intención.

-Ya lo sé.- respondió ella tranquilizándolo.- pero lo hará mi padre, le gusta hacer esas cosas cuando viene a casa para sentirse necesario e imprescindible. Luego también aflojaré la bombilla de mi cuarto y mamá descolgará una balda del baño.

El portador de la amistad mostró perplejidad, pero enseguida rió por ese extraño comportamiento.

No había duda de que las chicas Takenouchi sabían complacer a un hombre, o por lo menos hacer que se sienta masculino relegándole las tareas de bricolaje que hasta un niño de dos años sería capaz de hacer.

Sin más entretenimiento, la chica entró y pausadamente, para poder impregnarse al completo de este momento, el rubio la siguió.

Lo primero que percibió fue un agradable aroma a flores frescas, el mismo que solía notar en la florería de la señora Takenouchi, en realidad ese era el olor que solía desprender también Sora, quizá por eso le cautivaba tanto, era tan sumamente adicto a él.

La joven se despojaba de su abrigo y calzado, mientras Ishida se había quedado en trance, inmerso en un campo de flores invisible.

-¿Sucede algo?

Emitió un gemido, apesadumbrado por tener que volver en sí, aunque pronto sonrió al recordar que volver en sí conllevaba volver con Takenouchi.

-Es que huele muy bien, mi casa no huele tan bien.- dijo, inyectando su intensa mirada en ella.

-Pues tú hueles muy bien.- respondió, evidentemente lo que le salió del corazón sin pasarlo por la cabeza.

Ishida despertó de golpe, sin poder contener una arrogante sonrisa.

Sora fue consciente de lo que acababa de pronunciar únicamente al ver la sorpresa de Yamato.

Se puso roja en cuestión de milésimas.

-Eh… ah, quiero decir… que… bueno… tú siempre, no sé si es… el champú o… desodorante o… que… desprendes un olor… agradable para el olfato.- excusó sintiendo que iba a desfallecer si continuaba hablando.

El rubio se ruborizó, sin embargo, encontraba bastante divertida esta situación en la que él poseía el máximo dominio.

Podía avergonzarla todavía un poquito más.

-Si quieres puedes descubrirlo ahora.- propuso con una increíble mezcla de altanería y timidez.

La chica lo miró un instante, como ofrecía el cuello, ladeando la cabeza, como si esperase que un vampiro bebiera de su sangre.

Creyó que si se echaba atrás, él se sentiría ofendido, por eso dio unos pasos colocándose lo suficientemente cerca, se puso de puntillas y olisqueó su cuello como cual perrillo.

Ishida hasta sintió ese cosquilleó por el aire que Sora aspiró tan cerca de su piel. Por su parte la pelirroja quedó embriagada por ese aroma tan cautivador y estremecedor, y también por esa mínima distancia con la piel del rubio, esa que habría marcado con un beso si tuviese el suficiente valor.

Todo él penetraba en su cuerpo provocando que sus piernas flaqueasen y su mente fuese presa de un delirio.

-Es… ah… creo que es el conjunto… de todo, muy bueno, todo.- contestó sin coherencia alguna, con la vista fija en el suelo.

Sabía que sus mejillas estaban al borde del colapso y no deseaba que él lo notase, o por lo menos no tanto.

El chico aprovechó su posición para inclinarse hacia ella y esconder la nariz entre sus cabellos de fuego, para disfrutar de esa fragancia que tanta adicción le causaba.

Ella se movió y con una audible respiración, Yamato se separó de su pelo, mirándola con una sonrisa de complacencia.

-Tú también hueles muy bien.- Takenouchi tragó saliva.- ¿de qué es el champú?

La pelirroja emitió un gemido.

-… mendras… almendras…- se trastabilló, pero logró articular palabra.

Yamato hizo un exagerado gesto y sonido de entendimiento.

Tuvo la tentación de alargar esto más, pero lo dejó pasar para que Sora no pensase que era un idiota al que le gustaba perder el tiempo olfateándose como un perrito.

-¿El baño?

A la chica le costó reaccionar, recreándose en esa cercanía que acababa de vivir con el chico de sus sueños.

Sin embargo, cuando entendió la pregunta se extrañó, hasta que rememorando cayó el la cuenta de que, en efecto, era la primera vez que Yamato Ishida pisaba su hogar.

No sería por falta de invitaciones, pero no quiso pararse más en este dato anecdótico.

Señaló al corredor.

-La puerta de la izquierda.

-Gracias.

Paró sin saber donde dejar su cartera con los apuntes, Sora se la recogió.

-Lo hacemos en la cocina que hay más luz y además no quiero llenar de migajas el salón y el sofá, lo odio.- despotricó, dejando a Ishida con un poquito de presión.

Viéndola tan histérica por unas migas, ni quería imaginarse que le haría si salpicaba alguna gotita fuera de la taza. Exhaló con concentración, hoy su puntería tenía que ser perfecta.

-Vuelvo ahora.

-Voy preparando la merienda.

Mientras ponía a hervir el agua en la tetera y preparaba algún aperitivo, es decir, abría las bolsas y las arrojaba en un bol, Sora no podía apartar la mente de las extrañas sensaciones que le provocaba encontrarse en semejante situación.

Yamato en su casa, compartiendo la merienda, la tarde y sus respectivas fragancias.

Sonrió con nerviosismo, dejando la mirada perdida en esa tetera.

Era tan raro todo esto, tener al chico del que estaba enamorada en su baño, en ese lugar íntimo por excelencia el cual daba uso todos los días.

Donde sin ir más lejos, hacía escasa horas se había duchado.

Su mente dejó de encontrar fascinante la circunstancia al analizar en profundidad el pensamiento.

¡Yamato estaba en su baño!

Le aterró imaginar a la cantidad de cosas íntimas a las que tenía acceso en ese sagrado lugar: desde su cepillo de dientes hasta sus… ¡no podía recordar si había recogido el cesto de la ropa sucia después de ducharse!, lo que significada que su ropa interior usada estaba a su disposición.

Evidentemente no consideraba a Ishida un guarro pervertido, pero le avergonzaba pensar que pudiese verlas.

Sin querer elucubrar más, salió disparada a destruir esta posibilidad.

Por el camino cogió una toalla limpia que le serviría como excusa y sin más golpeó la puerta con violencia.

-¡Ishida sal!

No se esperaba que la puerta no estuviese bien cerrada y se abriese.

Por instinto se tapó la cara con la toalla pero rápidamente se dio cuenta de que no interrumpía nada comprometido.

Yamato simplemente se lavaba las manos, eso sí, su cara de estupefacción no tenía precio.

No reparó en ella, sus ojos quedaron presos de la cesta de la ropa, en la que para su desdicha no pudo distinguir el interior.

Tratando de permanecer cuerda, aunque estaba segura de que su cara estaba como un tomate, le tendió la toalla.

-Toalla….- anunció, como si padeciese algún tipo de retraso.

El rubio, sin salir de su asombro, la miró y seguidamente miró la que ya tenía entre sus manos. Sora siguió su mirada.

-Esta es la de invitados.- explicó, con un poco más de entereza.- seguro que esa otra está mojada y sucia. Usa esta.

Yamato hizo una mueca de escepticismo, no creyéndose que pudiese haber una toalla mojada y sucia en esa pulcra casa. La olió, confirmando sus sospechas.

-Está bien, huele a lavanda.

Sora se prendó un poco más de él, porque ¿que clase de adolescente distinguía el olor a lavanda? Solo aquel del que la hija de una florista amante de las buenas fragancias se enamoraría.

-No importa, esta es la de invitados.- siguió en sus trece.

Ishida dejó la toalla en su sitio.

-Ya he terminado.

-¡Quieres aceptar las normas de mi casa y coger la estúpida toalla!.- exclamó al borde de la locura.

Le desquiciaba cada segundo que pasaba en ese baño, tan cerca de su intimidad.

Yamato aceptó la toalla más por pánico que porque la necesitase, pero antes de que pudiese tocarla, Sora la dejó caer al suelo.

El músico sintió que enloquecía, interpretó los signos de la pelirroja, entendiendo que debía recogerla.

Takenouchi miró sus movimientos con gran tensión, esperando el momento oportuno para entrar en acción.

Se desesperó, porque daba la impresión de que caminaba a cámara lenta y que en cualquier instante diría "¿Qué hay ahí?" dirigiéndose al cesto de la ropa.

Evidentemente eso solo sucedió en su imaginación y Yamato salió del baño para recoger la toalla.

Todo fue rápido, Sora lo cruzó, hasta tuvo que empujarle la espalda para que saliese del todo y cerró la puerta tras de sí, respirando de alivio por haber conseguido apartar al invasor de su baño.

Lo primero que hizo fue mirar el cesto, que estaba vacío. Se sintió profundamente estúpida, arrojando dentro las toallas con ese olor a lavanda.

Ni se le pasó por la cabeza lo que Yamato podría estar pensando de ella, de hecho reparó en su existencia, olvidando por fin sus paranoias, al escuchar una sonora carcajada al otro lado.

-¡Era eso!, ¡haberme dicho que tenías un apretón!.- escuchó entre risas y palideció.

Encima ahora sabría que cagaba y todo.

-¡No es eso!, ¡yo no hago esas cosas!… bueno, no con invitados, ya me entiendes.

-¡Oh, venga!.- la desesperó su tono divertido.- que estuve contigo en el Digimundo… ¿ya no te acuerdas?, un tosido pipi, dos tosidos caca.- recordó el portador de la amistad con nostalgia los códigos que utilizaban para no encontrarse los unos a los otros en situaciones embarazosas.

Sora navegó entre la nostalgia por esos días, el asco por recordar las poca higiene e intimidad de la que disfrutaban y la angustia por tener esta conversación escatológica con el chico que aspiraba a que la viese como una dama perfecta e inmaculada para que así tuviese alguna posibilidad de gustarle.

Pero estaba claro que él siempre la vería como esa chica un poco marimacho del Digimundo que cagaba entre matorrales, sin ningún misterio ni encanto.

Dejó caer la cabeza contra la puerta desanimada. Pasaron segundos hasta que regresó a la realidad y fue consciente de que ya no oía a Ishida, ni sus comentarios, ni sus risas, ni su respiración al otro lado.

Todavía no estaba preparada para verle de frente tras este bochorno, pero abrió la puerta ya que no podía pasarse toda la tarde encerrada ahí, sobre todo porque haría que Yamato se reafirmase en su suposición anterior.

No pudo creer lo que veía, haciéndole olvidar todos sus pesares, provocándole nuevos y mayores porque, ¿qué demonios hacía Ishida fisgoneando en su habitación?

-¡Yamato!.- alertó con fiereza.- ¿no sabes que es de mala educación entrar en habitaciones sin permiso?

El compañero de Gabumon sabía que no hacía lo correcto, pero su curiosidad había sido mayor en él y también su anhelo por conocer ese lugar sagrado donde su Sora dormía todas las noches y se despertaba por la mañana, donde pensaba que ropa ponerse y se miraba en el espejo, donde se estrujaba los sesos haciendo los deberes o disfrutaba de una buena lectura.

Aunque fuese de esa forma tan inocente, quería formar parte de ello, de su mundo.

Le pareció una habitación típica de Sora, prácticamente era tal y como la había imaginado: perfectamente organizada, con no demasiadas cosas de niña pero sí las suficientes para dejar claro que ese era el hogar de una chica, con flores, algún que otro trofeo deportivo y con un amplio ventanal para ver el amanecer como ella en alguna ocasión le había expresado como deseo, aunque desgraciadamente, pese a la luz que entraba, nunca podría haberse despertado con el alba debido a que su orientación no era el este sino el oeste.

Se imaginó la cantidad de atardeceres anaranjados que habría presenciado sentada en el bordillo del ventanal, pensando en sus cosas o con la mente en blanco.

Fantaseó, porque quizá, alguna vez hubiese disfrutado del ocaso pensando en él, de la forma que fuese, pero que cubriese sus pensamientos durante el periodo que tarda el sol en desaparecer, y puestos a imaginar, también durante la noche, que incluso hubiese estado alguna vez en vela por pasar la noche con él, aunque solo fuese en forma de pensamientos.

Regresando a la realidad palpable, lo que más le sorprendió a Yamato fueron los pósters de chicos que cubrían las paredes.

Nunca creyó que Sora fuese tan, no chica, sino más bien "teenager-girl".

-Pero si eres una fangirl.- dijo, dedicándole una traviesa sonrisa.

Sora se ruborizó.

-¡Es porque les admiro!

-¿Te gusta ese calvo inglés?.- señaló con desprecio a uno de los varios Beckhams que invadían la habitación de la joven.

La pobre sintió que le iba a dar una taquicardia.

-¡No es calvo!, se rapa, ¿vale?, ¡y es un gran futbolista!.- defendió, con bastante fanatismo.

Yamato se cruzó de brazos con fingida inconformidad. Era bastante divertido conocer esta nueva faceta de Sora.

-¿Sabes que está casado con una Spice girl, verdad?

Tuvo que aguantar la carcajada al ver la mueca de disgusto que reflejó la pelirroja, teniéndose que morder la lengua para no decir lo que le había venido a la cabeza en ese momento sobre la esposa de su amado futbolista inglés.

-¿Y ese otro?.- indicó el póster de un tenista.

La portadora del amor no pudo remediar su sonrisa al mirar su más reciente adquisición de su nuevo ídolo y posible amor platónico deportivo.

-Es Roger y está llamado a ser el mejor tenista del mundo.

-Es feo.

-¡No lo es!

-¿Qué más te da si se supone que solo te gusta por su juego?

Takenouchi fue a responder algo, pero se dio cuenta de nada que dijese o hiciese borraría esa sonrisa de victoria y superioridad del rostro del rubio.

Había caído en su trampa como una estúpida.

Intentando guardar las formas, exhaló.

-Me gustaría ver lo que tienes tú en tu habitación.

-Puedes verlo cuando quieras, mi habitación siempre está abierta para ti.

La muchacha abrió los ojos de golpe sin saber como tomar esa declaración que bien parecía invitación, más que eso, insinuación.

¿Estaba en un delirio o Yamato de verdad la estaba coqueteando?

Todo desapareció, sintiendo una nueva urgencia al ver a su amado rubio inclinado sobre su cama, mirando detenidamente cada una de las fotos que había colocadas en la pared en la que estaba apoyada.

Eran fotos especiales y por supuesto con más significado que los pósters de su ídolos, porque esas fotos eran de las personas que de verdad eran importantes para Sora. Las que albergaba en su corazón.

Iba a recriminarle, pero le fue incapaz al toparse con la mirada de Yamato, una mirada que desprendía una ilusión que jamás había visto antes y que fue totalmente desconcertante para ella.

-Estoy.- dijo y solo cuando siguió su mirada, entendió a que se refería.

Por supuesto que Yamato Ishida formaba parte de su mural sentimental.

Se dejó embriagar por esa sensación de calidez que habían desprendido los mágicos ojos del joven y quiso compartir este momento con él.

Se apoyó sobre la cama a su lado, mirando la foto.

-No tengo muchas fotos contigo.- explicó, ya que la foto había sido tomada en su graduación de primaria.

Luego tenía más fotos de Ishida, pero eran o en grupo o con algún otro amigo o tocando con los "Wolves".

Esa era la única foto en la que estaban ellos dos solos.

-Recuerdo ese momento, acabábamos de reconciliarnos después de estar más de tres meses sin hablarnos.- comentó Ishida inmerso en ese día, rozando la foto con las yemas de los dedos, como si de esa forma pudiese trasportarse mejor entre sus nítidos recuerdos.

Como si una fuerza superior la guiase, la compañera de Piyomon llevó sus dedos sobre los de Yamato, notando su textura, compartiendo sus recuerdos a través de su piel.

-No debí haber sido tan dura.

-Traicioné tu confianza.

Takenouchi lo miró embelesada, con cierto miedo a no poder controlarse, pero el portadora de la amistad también ladeó la cara hacia ella.

-Entonces no me daba cuenta de algunas cosas que ahora están claras. Hoy actuaría de una manera totalmente diferente.

Yamato sintió que estaba siendo preso de un hechizo, que cada palabra era una invitación a invadir más su espacio personal, a acercar más la cara a la suya, a amarla un poquito más.

-Entonces no fui sincero, hoy sí lo sería.

-¿Qué quieres decir?.- preguntó la chica confundida.

El rubio respiró profundamente, encontrando una calma y sosiego que nunca antes había experimentado en una situación tan límite, es decir, al borde de confesar sus sentimientos.

Eso debía ser una verdadera señal.

-Quiero decir que hoy te diría de verdad porque dejé escapar ese autobús. Entonces tampoco entendía yo mismo mis acciones, ahora sí y puedo asegurarte que actuaría de la misma forma.- expresó de forma pausada, sabiendo muy bien cada palabra que salía de su boca y a donde le podían llevar.

Takenouchi notó que sus pulsaciones se volvían más intensas. Tenía esa sensación de que algo iba a suceder, no sabía muy bien el que, pero que algo se produciría que cambiaría su vida para siempre y que muy posiblemente ese algo estuviese detrás de esa misteriosa declaración.

La cuestión era: ¿se atrevería a hacer la pregunta que Yamato parecía decidido a contestar?

Notó que él dejaba de mantener inmóviles sus dedos, que los removía para aprisionar los de esa chica, con firmeza, pero con una increíble dulzura y delicadeza

Quedó sin capacidad de habla y hasta juraría que ya no podría pensar nada coherente en el resto de su vida. Simplemente se acomodó en la mirada de ese chico, una mirada que si no fuese por su inseguridad y negación, no dudaría en achacar a una persona enamorada.

Diría que solo se puede mirar de esa forma a tu amor.

Igual ya era el momento que se prometió del que no huiría. El momento de confesarle sus sentimientos, el momento de comprobar si verdaderamente Yamato dedicaba esa mirada a la persona que amaba o simplemente a una amiga especial como se consideraba ella para él.

Un calor extremo invadió hasta la última célula de su cuerpo, como si su sangre estuviese a punto de entrar en ebullición y salir por sus poros como una olla a presión.

De hecho, hasta tuvo la sensación de que oía ese pitido que le anunciaba que estaba a milésimas de estallar.

Cerró los ojos unos instantes creyendo que estaba enloqueciendo, porque al abrirlos, percibió ese pitido con más notoriedad.

Era real.

Yamato se mostraba expectante a cada gesto de ella, lo que nunca se imaginó fue encontrarse con esa cara de pánico y que le soltase la mano bruscamente para salir volando.

-¡La tetera!

Como para no olvidarla por completo teniendo al chico de tus sueños en tu cama.

Y el rubio, al entender que de nuevo su oportunidad se volatilizaba como esa agua hirviendo, dejó caer la cabeza emitiendo un largo suspiro y siguió los pasos de la muchacha con resignación.

Como bien había supuesto, la tetera estaba descontrolada, tanto que Sora actuó sin pensar las consecuencias, tomándola directamente. Se quemó desparramando el líquido por la encimera.

-¡Mierda!.- exclamó tomándose la mano, entre signos de dolor y enfadada consigo misma por su torpeza.

Escuchar el ruido de la dichosa tetera al caer y la maldición de Sora fue lo necesario para que el paso de Ishida se acelerase.

Se preocupó al entrar en la cocina, apresurándose a ir hasta la anfitriona.

-¿Estás bien?

-Sí.- contestó de mala gana la chica, volviéndose ante el estropicio que ahora debería recoger.

-¿Te has quemado?.- insistió él, con la mirada fija en esa marca roja de su mano.

-No es importante, ahora lo primero es recoger esto.

-Déjame ver.- pidió intentando coger su mano.

-¡No es importante!.- repitió zafándose.

Pero Yamato no lo permitió, atrapando esa mano a la fuerza.

-¡Mierda Sora!, ¡deja que alguien te cuide por una vez en la vida!.- exclamó con autoridad, dirigiendo la mano bajo la fría agua del grifo.

Takenouchi se había quedado sin voluntad, parte por tono tan imponente de Ishida, parte también por el contenido de su frase.

¿De verdad era ella una de esas personas a las que Yamato le gustaría cuidar?

Su corazón estaba más cerca del suyo a cada gota de agua que chocaba contra su mano en dolorida, en el caso de que todavía no estuviese dentro de su corazón por completo.

El muro de hielo era historia, o por lo menos, era lo que la pelirroja sintió mientras ese chico distante y frío sujetaba su mano bajo el agua, la miraba con un mimo inaudito, con una calidez especial.

-Ha sido mi culpa, te distraje invadiendo tu habitación.

Sora gimió, no teniendo fuerzas para nada más.

Cuando creyó oportuno, Ishida cerró el grifo, pero no dejó de sujetar la mano morena de la chica entre las suyas, acariciándola con esmero, queriendo hacer desaparecer cualquier molestia a base de amorosas caricias.

Viéndolo así, la portadora del amor no pudo evitar rememorar cuando fue la primera vez que vio esa faceta repleta de ternura y dulzura del gruñón de Yamato. Sonrió por volver a ver a ese chico que le ofrecía a su hermanito pequeño quitarle las espinas del pescado.

Entonces le sorprendió, sobre todo porque ni estaba al corriente de que ese chiquillo que quería ser autosuficiente era su hermano. Pero enseguida le cautivó esa actitud, empezando desde entonces y aunque tardase tiempo en admitirlo, un anhelo porque mostrase esa ternura y dedicación también hacia ella.

Y hoy por fin lo veía absolutamente claro, por fin lo sentía sin ningún atisbo de duda.

Creyó que debía hacer o decir algo que le demostrase lo mucho que valoraba este momento, que le dejase claro que le agradaba ser cuidada por él, pero sus cuerdas vocales no reaccionaron, tampoco su cerebro que no pudo emitir ninguna orden coherente.

Enmudeció ante la mirada de Yamato y esa sonrisa que la dejaba sin respiración.

-Tus manos son muy suaves.

-Tengo un callo.- susurró mostrándolo temblorosa.- por la raqueta.

Ishida se esmeró en notarlo, con caricias más profundas, más lentas, que atravesaban su piel.

-No lo noto, es suave.

Ya no solo temblaban sus manos, también le empezaron a flaquear las piernas, teniendo la necesidad de apoyarse en la encimera, mojándose la espalda y el trasero debido a que esa agua caliente todavía estaba sin recoger.

El rubio se recreó en cada movimiento de ella, sin reparar en lo mucho que le gustaría besarla, porque aunque hubiese sido uno de sus mayores placeres, esto también le causaba ese agradable cosquilleo, eso de tenerla entre sus manos temblorosa.

No hacía frío, por lo menos él no lo sentía, no podía excusar su temblor con el frío, ¿lo causaba entonces él?

No sentía nervios, solo un hormigueo, un estremecimiento de bienestar, pero ya no nervios, su corazón palpitaba tranquilo, con seguridad, con determinación.

Y en un acto de valentía que debería haber tenido hace muchos meses, alzó la mano acariciando con el dorso de sus dedos la comisura de sus labios, la mejilla, los ojos y el pelo.

-Me gusta como eres conmigo.

Cada roce conducía a Sora más cerca del paraíso, pero también del desmayo. Sentía que no podía controlar esto mucho tiempo más.

Y él volvió a realizar el mismo recorrido como si lo tuviese ensayado, solo que esta vez añadió su cuello y su oreja, mientras sus ojos escaneaban cada parte que rozaba, como si debería de quedar este momento grabado para que fuese cierto.

-Siempre me tratas como me merezco, me chillas si entro en tu cuarto sin tu permiso o si hago alguna tontería, te enfadas si te decepciono, pero también te ríes si te hago sentir bien, o me tratas con cariño si crees que lo necesito.- describió como si su vida dependiese de decir esto en este preciso instante.

Sora ya se encontraba completamente febril, en un límite al cual nunca había llegado.

¿Esto era ser solo amigos para él?, ¿acariciaba de esa forma a todas sus amigas?, ¿por qué la torturaba así?, ¿era muestra de su amor?, ¿Significaban esas caricias que su amor era correspondido?

-Nadie me había tratado nunca como tú. Las chicas a las que se supone que gusto creen que es maravilloso todo lo que hago y digo y eso lo detesto y luego estás las chicas que me odian solo porque creen que soy un chulito popular que le gusta que le adoren. Pero tú sabes que no es así, tú no estás dentro de ninguno de los dos grupos, por eso eres tan importante para mí y todo lo que hagas y sientas forma parte de mi vida.

La pelirroja asintió con un nuevo gemido, sabiendo que ya estaba perdida, que esa mirada celeste la había presado para siempre. Fuese una mirada enamorada o no, en ese instante lo sentía, se sentía amada por esos ojos y esas palabras y eso le bastaba.

Daba igual que fuese una alucinación.

Yamato delineó una última vez esos soñados labios y detuvo sus caricias, penetrándola con la mirada de una forma que podría llegar a ser intimidatoria, de hecho, cualquier otra persona la consideraría como tal, pero ya no Takenouchi.

Ella leía en sus ojos como nadie, veía su corazón amplio y con ganas de dar y recibir amor.

-Dime Sora…- prosiguió con un tono sosegado, pero un poco más dificultoso. Cerró los ojos para darse fuerza y al abrirlos, sintió que tenía la fuerza de un universo en su pecho.- ¿qué sientes?

Supo que era el momento, que si alguna vez debía confesarse tenía que ser ahora.

Yamato había hecho todo el difícil trabajo, ella solo tenía que decir las palabras "me gustas" y toda esta angustia e indecisión de la última etapa de su vida se esfumaría, empezando otra nueva, puede que más dificultosa, pero diferente, novedosa y lo más importante gobernada por la sinceridad de unos sentimientos descubiertos.

Hizo ademán de tragar pero tenía la boca completamente seca, bajó la mirada pero Yamato ladeó la cabeza para no perder en ningún segundo de vista sus ojos.

Lo volvió a enfocar, viendo el futuro ante ella. Su ansiado futuro a unas pocas palabras, a un momento de valor, a un pequeño empujón.

-Yamato…

Y un sonido irrumpió en esta realidad. El rubio dirigió una mirada furiosa a ese aparato, estaba claro que su mayor deseo habría sido poder lanzar rayos con los ojos y destruirlo.

Volvió a sonar y Takenouchi se revolvió y muy a su pesar, el rubio se hizo a un lado.

No podía creer que esto fuese a quedar así. Había estado a un paso, a menos de unos segundos de finalizar con el calvario de su amor.

Aún con la sensación de irrealidad en su cuerpo, la pelirroja dio unos pasos y descolgó el teléfono.

-¿Sí?.- su tono era ido, mirando a Yamato.

Todo su ser aún estaba presa de su hechizo. Eso hizo que el chico albergase una pequeña esperanza de terminar esta pseudo declaración esa tarde, pero entonces escuchó su nombre y se cercioró de que lo que habría podido suceder en esa cocina si ese teléfono no hubiese sonado ya formaba parte de otra realidad paralela.

-Hola Taichi.- se ruborizó, volteándose en un vano intento de esconderse de Yamato, o de su amigo al otro lado del teléfono, en realidad ni sabía porque tuvo esa reacción.- sí estaba haciendo el trabajo con Yamato.- dijo en un tono desvalido bastante impropio de ella.- ¡pero tú ya tienes pareja!.- Ishida prestó atención al oír que se alteraba.- no puede ser que haya pasado de ti… y… espera Taichi y… sí, claro que sí.- terminó cediendo. Yamato se mostró más descarado, frunciendo el ceño.- claro que puedes venir y hacer el trabajo con nosotros.- dijo finalmente dirigiendo una mirada de culpabilidad a su pareja.

Este lo entendió. Primero apretó los dientes con rabia, tuvo la tentación de dar un puñetazo en la mesa, pero se contuvo y su furia se diluyó en milésimas, dejando paso como casi siempre a la resignación y frustración.

Se dejó caer en una silla en un largo suspiro y cuando la llamaba se cortó hizo un esfuerzo sobre humano para dedicarle una sonrisa de tranquilidad a la tenista.

-Tendrás que hacer más emparedados.- anunció.

No obstante, lo que Yamato no sabía era que a estas alturas era imposible engañar a Takenouchi, que ese día había aprendido a leer en sus ojos y en sus acciones mejor que él mismo.

Sabía que lo había decepcionado, sabía que la oportunidad que había esperado se les iba de las manos, sabía que su sufrimiento se alargaría por lo menos un día más, aunque siendo optimistas, estaba más cerca el día de su comienzo.

...

Su música estaba grabada en su alma y su voz en su corazón, pero lo que no podía sacarse de la mente era la dichosa canción que esa tarde los Teen-Age Wolves habían presentado en el festival de Navidad del instituto. La misma que al día siguiente tocarían en su concurso.

Sonreía feliz creyendo firmemente que Yamato ganaría, por lo menos a ella le había ganado con esa canción, aunque en realidad eso no tenía mérito ya que el rubio había ganado el corazón de esa chica mucho antes de que tan siquiera empezase a componer esa melodía.

Llegaba a su casa con una mezcla extraña de sentimientos, porque todavía retumbaba en su mente esa tarde en su cocina, hacía un par de días, donde Yamato desnudó su alma, o por lo menos a ella se lo apareció, y su boca por fin estuvo a punto de confesarle eso que tanto anhelaba.

Pero no lo hizo y ahora volvía a estar casi al principio.

Eso no era cierto del todo, porque cada segundo que pasaba estaba más convencida de que esto debía acabar de una vez por todas y que era a ella a la que le tocaba dar el paso. Decir por fin lo que su corazón sentía y que la vida continuase por donde debiese.

Con todos sus dilemas rondando, llegó hasta su puerta, introdujo la llave, pero el tiempo se detuvo y hasta Yamato abandonó momentáneamente sus pensamientos al toparse con la plaquita en la que tan perfectamente se leía su apellido. Sin tener que girarse.

La ilusión se apoderó de ella, entrando como una exhalación en su hogar.

-¡Papá!

Estaba tan excitada que ni percibió ese rico aroma a galletas recién horneadas que salía de la cocina y penetraba por sus fosas nasales.

Dejó el abrigo malamente, se descalzó con movimientos rápidos y rudos, y como si aún se tratase de esa niña que contaba los segundos para su llegada, se adentró en la sala.

-Sora, ¿qué gritos son esos?.- oyó a su madre salir de la cocina, pero no le prestó ni la más mínima atención.

Todos sus sentidos estaban puestos en el corredor, por donde escuchó sus pasos, delineó su silueta y finalmente escuchó su voz.

-Bichito.- dijo él con esa tranquilidad que Sora siempre había admirado, pero eso sí, con una sonrisa tan amplia que le abastecería el corazón para una buena temporada.

Y la adolescente fue niña de nuevo cuando se tiró a los brazos de su ausente progenitor y el profesor fue padre otra vez, cuando correspondió su efusivo abrazo y le dio su calor y protección.

-Cuanto te he echado de menos mi cielito.

El hogar de los Takenouchi rezumaba vida y alegría en esa víspera de Nochebuena.

Sora rió como nunca escuchando cada una de las anécdotas del profesor, se sintió profundamente feliz por ver también a su madre tan contenta y vivaz.

Compartieron esas galletas que Sora había estado comiendo toda su vida y que solo en ese instante se paró a pensar en ese detalle.

En que ese alimento estaba ligado a su felicidad familiar desde que tenía memoria, a sus Nochebuenas felices, al amor que se percibía entre su padre y su madre. Era una muestra de ese maravilloso amor y pensó que le gustaría poder seguir manteniéndolo a lo largo de su vida.

-Quiero que me enseñes a hacer galletas.- dijo, sosteniendo esa galleta en su inesperado trance.

Toshiko se extrañó, mirando con complicidad a su esposo.

-Querida, ve a por la cámara de fotos que estamos a punto de presenciar un momento memorable en la vida de nuestra pequeña.

La maestra de ikebana soltó una carcajada que despertó a Takenouchi hija.

-Va en serio.- medio protestó, dejando la galleta a un lado.

Toshiko sonrió con ternura.

-Me parece perfecto hija, pero… no voy a enseñarte.- sentenció, alucinando como nunca a Sora.

Se supone que este era uno de esos momentos en los que debería alegrarse y emocionarse por ver que su rebelde hija quería continuar con una tradición familiar.

Esta reacción era la última que podía esperar.

-¿Por qué?, ¿crees que soy torpe en la cocina?, ¡aprendo!, sabes que siempre me esfuerzo en hacer las cosas bien.

-Lo sé cariño, no estoy poniendo en duda tus habilidades. Te enseñaré cualquier cosa que me pidas pero no a hacer galletas.- repitió la mujer.

Sora estaba estupefacta, buscó ayuda en su padre, pero este se encogió de hombros desentendiéndose del tema.

La decisión era de Toshiko.

-Me gustan estas galletas, son especiales para mí, quiero aprender a hacerlas.

La mujer la miró y suspiró sonriente por ver que su hijita ya era toda una mujer.

-Eso me hace muy feliz pero no cambia mi decisión.- la pelirroja arrugó el entrecejo y se cruzó de brazos. Esto era desesperante.- verás cariño, tú comes galletas todos los años y eso es para ti, un alimento que te encanta y te trae bonitos recuerdos de tu familia, pero para mí y para tu padre estas galletas tienen historia, son nuestra historia. Me costó mucho conseguir las galletas perfectas para nosotros…

-Doy fe de eso.- apuntilló Haruhiko, dando un mordisco a su galleta, recordando la cantidad de bodrios que probó hasta encontrar ese sabor que cautivó su paladar para siempre.

La tenista se estaba empezó a impacientar.

-¿Qué me estás contando mamá?

Con evidente nostalgia, Toshiko agarró una de esas galletas.

-Lo que te quiero decir es que no te puedo dar la receta de mis galletas porque esta masa está compuesta de mis vivencias y sentimientos… bueno de los nuestros.- dedicó una mirada amorosa a su esposo.- está compuesta de la primera vez que vi a tu padre y nos enamoramos a primera vista, está compuesta de las dificultades que atravesamos, de las inseguridades y miedos, de nuestros momentos de alegría y pena, está compuesta de nuestra ilusión por el futuro, de nuestra felicidad al tenerte, de nuestro amor.- finalizó, mirando a su hija, que estaba un poco conmovida. Jamás había escuchado a su madre hablar con tanta calidez de sus sentimientos.- por eso no puedo dártela, porque debes vivir tu propia receta. Debes crear tu propia masa partiendo de tu historia, de la que has vivido o deseas vivir.

Nunca se habría parado a pensar que esas galletas que comía todos los años tenían tanta importancia en la vida de su madre y su padre, significasen algo tan complejo.

De todas formas, le pareció hermoso y le convenció de que si algún día hacía galletas, sería partiendo de su propia receta, o quizá, pensando en esa historia que quería que quedase grabada en su masa y sus pepitas.

El timbre de la puerta interrumpió este momento familiar.

-¡Voy yo!.- anunció Haruhiko, sin querer romper demasiado esa atmósfera de comprensión en la que madre e hija estaban inmersas.

Al otro lado de la puerta, un chico tembló al escuchar la voz de un hombre, ¿desde cuando en casa de Sora vivía un hombre?

Su vista se clavó en la plaquita, dándose cuenta de que estaba derecha, es decir, que el padre de Sora estaba en casa.

Aterrado, dio unos pasos hacia atrás queriendo escapar de ese lugar.

A decir verdad, no podía dar una justificación lógica a por qué llevaba minutos parado en la puerta de Sora y se había animado a tocar el timbre. No tenía absolutamente nada que decirle, simplemente quería verla una última vez antes de intentar conciliar un sueño que sabía que no vendría.

Quería que le volviese a dar ánimos para su concurso de mañana, que le volviese a dedicar esa sonrisa que le acariciaba el corazón, que su mirada volviese a iluminarle la fría y oscura noche en la que se encontraba.

Era todo absurdo, pero no había podido controlarlo.

Sin embargo, a cada segundo que los pasos se acercaban hacia él la posibilidad de arrojarse por la barandilla de las escaleras exteriores latía más fuerte en su cabeza.

Menos mal por su bien físico que quedó paralizado cuando la puerta se abrió.

El hombre se sorprendió al no reconocerlo, luego lo escaneó, sabiendo que le resultaba familiar y finalmente sonrió por saber de quien se trataba.

-¡Si es el chico que odia a los Giants!.- exclamó.

Ishida esbozó una prudente sonrisilla de pánico.

-Buenas noches señor… ¡profesor!… Takenouchi.- tartamudeó intimidado.- está… está…

-¿Sora?.- terminó con diversión.

El rubio asintió ruborizado.

-Sí claro.- rió. Era cruel, pero le encantaba atormentar a ese chico.- ¡bichito es el chico que odia a los Giants!.- anunció adentrándose en la casa.

Yamato entrecerró los ojos con desprecio.

-¿Quién?.- sonrió al escuchar la extrañada voz de su Sora.

-¡El hermano de Takeru!

El aludido se mordió la lengua por no proferir ningún insulto al hombre que dio la vida a la chica que amaba.

-¿Yamato?.- cuestionó la pelirroja.

-¡Sí!, ¡el chico de la armónica!.- repitió Takenouchi varón.

Y el rubio estalló.

-Yamato Ishida capullo, no es tan difícil.- masculló con rabia, cuando ante sus ojos apareció la chica por la que sonreiría todos los días de su vida.- hola.- musitó con voz de niño bueno, como si no acabase de bufar contra su amado progenitor.

Una sonrisa de desconcierto e ilusión se apoderó del rostro de Sora, no pudiendo tener otro pensamiento en ese instante que lo feliz que sería si ese chico fuese quien compartiese su historia en sus galletas.

-Hola.- correspondió la muchacha.- es tarde, ¿qué haces aquí?

Sonó a rechazo.

-¿Te molesto?.- cuestionó el compañero de Gabumon apurado.

-Eso jamás.- negó la chica mordiéndose el labio inferior y recargándose en el marco de la puerta con nerviosismo.

Ishida se sintió satisfecho por esa repuesta acompañada de sus adorables gestos.

Quedó mirándola embobado unos instantes, hasta que tuvo que regresar a la realidad.

-Eh… es que… pasaba por aquí y… ¡mi púa!.- improvisó.- no encuentro mi púa de la suerte y pensé que igual se me cayó el otro día aquí.

-Ahora la busco, no te preocupes.

Como siempre ella se mostró abnegada y Yamato se enamoró un poco más.

-No… no es necesario, seguro que no está.

Conociéndola se pasaría toda la noche poniendo patas arriba la casa para encontrarla.

-Si está la encontraré.- aseguró.

-¡No!, ¡mira!.- se llevó la mano al bolsillo, sacando una púa.- si estaba aquí, que idiota por no haber mirado en mis bolsillos antes. Ya no te molesto más.

Creyendo que ya había cumplido el cupo de hacer el ridículo ante la chica que le gustaba por lo menos para el próximo siglo de su vida, el rubio se disponía a salir despavorido y lamentarse por su idiotez, pero Takenouchi lo impidió.

-Es normal que estés nervioso, mañana hasta te televisan.

-Sí… eso.- se refugió en la excusa servida.- ¿pero tú estarás, verdad?.- preguntó, aunque sonó a suplica, a necesidad.

La pelirroja asintió.

-Todos estaremos.

-Claro, todos.- repitió el muchacho, tratando de esconder su decepción.- nos vemos mañana, cuando los chicos nos den ese regalo.

-Sí.- asintió la portadora del amor, resistiéndose a dejarlo de mirar, como si de esa forma, nunca se fuese a ir de su puerta.

-Entonces, hasta mañana, que descanses.- despidió.

Segundos después dio un largo suspiró y se reprimió mentalmente por haber aparecido en esa puerta esa noche.

¿Qué esperaba?, ¿de repente tener el valor para confesarse a metros de los padres de ella?

Su acción había sido de las más idiotas de la historia y mira que había hecho idioteces por esa chica en estos últimos tres años.

La sonrisa desapareció del rostro de Sora en el momento que la cara del chico ya no estuvo al alcance de sus ojos. Se dedicó a observar su espalda alejándose sumida en su tristeza y decepción.

Y entonces, sintió miedo, pero no esa clase de miedo que llevaba sintiendo desde que descubrió sus sentimientos por Yamato, este miedo lo provocaba algo diferente.

Le dio pánico que la espalda de Yamato alejándose fuese como acabasen todos sus encuentros con él, le dio miedo que esa mirada que le cautivaba se alejase cada vez más de ella, hasta que un día desapareciese. Le dio miedo que su historia no llegase a producirse, que sus galletas jamás pudiesen realizarse porque había dejado escapar los ingredientes de su masa.

No podía permitirlo, se arrepentiría toda la vida, por eso, se recargó a la barandilla rezando porque él aún estuviese a su alcance, y si no fuese así, estaría dispuesta a correr hasta su casa.

La esperanza le invadió al ver que estaba terminando de bajar las escaleras.

-¡Yamato!.- gritó y el chico se volvió.

-¿Sucede algo?

-¡Nada!.- exclamó, sonriente por poder volver a ver esos zafiros repletos de magia.- es solo que… ¿te gustan las galletas?

Ishida se sorprendió, sin llegar ni a imaginar el significado oculto en esa pregunta, que a través de ello, Sora le proponía empezar a compartir una historia.

Sonrió, encogiéndose de hombros.

-Supongo.

Y a estas alturas, Takenouchi ya sabía que esa respuesta era lo más parecido a un "sí" que Yamato era capaz de realizar.

Se sintió profundamente feliz.

-Guay.- asintió en su mundo, separándose de la barandilla para regresar a su hogar.

Estupefacto, pero con una sensación agradable recorriendo su cuerpo, Yamato la observó hasta que se perdió por el interior del apartamento.

Solo entonces, se llevó la mano al corazón, notando su latido apasionado, pero repleto de paz orquestado únicamente por esa chica.

-Sí, guay.

...

Estaba cansada, apenas había pegado ojo en toda la noche, pero eso no era inconveniente para que mirara por ese cristal con máxima atención y concentración. Igual que cuando hacía un examen con menos de tres horas de sueño o jugaba un partido tras un cansado día, aunque su cuerpo estuviese agotado, si aún tenía algo importante por lo que luchar y un trabajo que se había propuesto por hacer, Sora Takenouchi sacaba las fuerzas de donde fuese, tal vez de su alma, para mantenerse en pie y lograrlo.

Se pasó por la frente el dorso de su mano, que aún estaba pringada con restos de masa, quitándose el sudor. Normal, estaba con la nariz casi pegada a un horno que en esos momentos estaría a 180 grados.

Resopló agobiada, entre mordiéndose el labio inquieta. Inesperadamente notó un sabor dulzón en ellos, le recordó al algodón de azúcar.

No podía recordar que había comido en el desayuno para que supiesen a ello, pero sin proponérselo, su mente le trajo una imagen de hacía ya más de tres años, cuando vio a Yamato por primera vez después de volver del Digimundo y le regaló ese algodón de azúcar que en teoría era para Takeru.

...

Había pasado la noche insomne, realizando los movimientos de sus acordes una y otra vez. Quería que la actuación fuese memorable, que todos estuviesen orgullosos de él, que esa canción que aunque jamás se lo dijese, iba a ser dedicada a ella, sonase perfecta. Expresase cada latido de su corazón.

Tenía los músculos un poco entumecidos, se estiró, palpando en el suelo donde se encontraba sentado, sorprendiéndose al encontrar una moneda.

De repente sonrió, al recordar esas semanas en las que habría matado por esas monedas, cuando hizo la primera locura por su chica clack.

Con dificultad pero se puso en pie y rebuscó en el cajón indicado ese regalo que tanto le costó conseguir, el colgante que según él debería pertenecer a Sora.

Estaba en su cajita pero sin envoltorio y pensó, que aunque nunca se lo regalase, ya era el momento de envolverlo.

...

Se sobresaltó, volviendo a la realidad al escuchar a su madre.

-Sora, ¿qué es todo esto?

La chica miró a su alrededor algo ruborizada. De nada había servido levantarse antes del amanecer para preparar las galletas, normal, teniendo en cuenta que había tenido que repetirlas casi una docena de veces: en alguna ronda se había dejado un ingrediente, en otra las había tenido demasiado y se habían quemado, en otra se le había olvidado las pepitas de chocolate, otra le había sabido rancia y no entendía por qué… en definitiva, que con la tontería de las galletas llevaba toda la mañana cocinando.

Se alarmó al ser consciente de eso, buscando rápidamente con la mirada un reloj. Tuvo que pestañear varias veces para creerse que ya era tan tarde. Desvió la vista al horno con angustia para que se diese más prisa porque había quedado dentro de una hora con los digielegidos, para darles ese tan esperado como enigmático regalo de Navidad, y más tarde le sería imposible terminarlas debido al concurso de bandas en el que participaba Yamato, al cual había sido invitada a asistir.

-Venga…- masculló comenzando a dar con el pie en el suelo con nerviosismo.

-¿Estás haciendo galletas?

Sora llevó la vista al cielo al sentir a su madre al lado. Lo que le faltaba, tener que darle explicaciones después de que fuese ella la que le revelase la verdadera esencia de unas galletas.

Seguro que le preguntaría algo así como: "¿y con quién compartes la historia que conllevan?"

-Pensé que podría hacerles a mis amigos.- excusó, sin mirarla demasiado. No deseaba que Toshiko descubriese la verdad, aunque era estúpido ocultársela.

-¿Amigos?.- preguntó la madre en tono divertido.

La pelirroja cerró los ojos con fuerza, sintiendo que de un momento a otro el corazón le iba a salir del pecho.

Definitivamente no deseaba una conversación de estas características con su madre, además, seguro que ni aprobaba que se las hiciese solo a un amigo. No, seguro que primero le hacía un tercer grado para conocerlo y ver si era el chico adecuado para recibir esas importantes galletas.

Por lo que reuniendo todo su valor, la encaró.

-Sí, amigos, en plural.

La maestra de ikebana fue consciente de que la historia de su hija iba a dar comienzo en forma de esas galletas tan personales.

-De acuerdo.- asintió Toshiko regresando a su seriedad habitual.- pero recoge esto cuando termines, por favor. Y deja algunas para tu padre, seguro que le hace ilusión probarlas.

Solo entonces, Sora fue consciente del desastre que había provocado en su cocina, cosa que solo se podía achacar a su ataque de nervios e histerismo por el paso que iba a dar esta tarde.

Sin embargo, lo que se quedó más en su mente no fue la orden de su madre sino su propuesta.

Sí, a su padre le gustaría probarlas, pero también era posible que le aterrase ver que su hija ya cocinaba galletas, teniendo en cuenta el significado de las que le hacía su esposa.

Rió, pese a la situación tan agobiante, por imaginar la reacción de su padre al ver que el destinatario era Yamato, aquel chico que conoció hace poco más de dos años en Kyoto, en una de las tardes más surrealistas de su vida.

...

-¡La mierda del papel!

No esperaba que el canto estuviese tan afilado y que se cortase levemente en el borde de la mano.

Por suerte no le impediría tocar esa tarde.

Dejó el envoltorio aparcado y apresuró a succionarse la herida, lamiendo esa poca sangre que desprendía.

Pronto no saldría nada, pero para evitar las molestias al estar todo el rato rozándose con el corte, decidió que lo mejor sería cubrirlo con una tirita.

Fue al botiquín y quedó en una especie de trance al encontrarse esas tiritas con dibujitos de las supernenas.

No lo había pensado hasta ahora, pero desde el día en que Sora le colocó a Pétalo en la frente, cuando le curó sus heridas tan amablemente, Yamato Ishida había empezado a comprar tiritas con estas caricaturas.

Sonrió, satisfecho por volver a lucir una supernena, la cual, por supuesto ya estaba decidida.

-La pelirroja, me gusta la pelirroja.

...

Cuando volvió a estar sola pensó que recuperaría su respiración normal, pero no fue así, seguía con dificultad para tomar aire, expulsarlo y hasta para andar, y todo porque ahora, en soledad, volvía a escuchar su voz, esa que llevaba reproduciéndose en su cabeza desde que le escuchó cantar tan maravillosamente bien en el festival de Navidad del instituto de la tarde pasada.

Instituto, también fue ahí y fue esa misma voz la que pasó de ella en su horroroso primer día de clase.

Negó al recordarlo, porque aún ahora era incapaz de entender por qué tomó esa actitud, o puede que por fin estuviese cerca de descubrirlo, ya que ella también se alejó de él una temporada.

Cuando sus sentimientos le provocaban dolor.

...

Cuantas veces había deseado sacarla de su mente, sí, seguramente esa fue una de las razones por las que empezó a comprar tiritas de las supernenas, para que ella viviese en él solo a través de esa caricatura pelirroja.

Ella sería su Sora y a ella no podría hacerla daño con sus tonterías.

Al volver a su habitación, vio que ya era hora de salir, puesto que había quedado con los Teen-Age Wolves antes de con los digidestinados para realizar un último ensayo.

Se estaba terminando de arreglar cuando sonó su celular.

No reconoció el número, pero cogió.

-¿Sí?

-¿Ishida-kun?

El chico palideció, porque la voz le resultó espeluznantemente familiar.

-Llamo del semanario del instituto de Odaiba y me preguntaba si tú y tu grupo podrías concederme una entrevista antes del concurso de bandas.

En efecto, se trataba de la joven aspirante a reportera que le hizo odiar el periodismo de sociedad por un largo mes y que por supuesto le costó nuevas riñas con Sora.

Aunque ahora hasta le hiciese gracia, no quería volver a ser pasto de esa despellejadora.

-Lo siento, pero estoy ocupado.

-Si no me la das me la inventaré.- amenazó y el chico se resignó.

-¿Te sirve por teléfono?

...

Se sentó, no aguantó ni dos segundos, se levantó y dio un par de vueltas acabando con su vista siempre en ese eterno horno.

¿Es que nunca iba acabar y poder seguir con su vida?

Sin poder controlar su ansiedad se llevó las uñas a la boca y los royó con histerismo, llegándose incluso a lastimar los dedos.

-¡Au!, idiota.- masculló, al notar que se había hecho sangre.

Fue la imagen de su mejor amiga la que cubrió su mente entonces, mejor dicho su mirada reprobatoria seguida de algún comentario recriminatorio por ese detestable hábito poco femenino.

Miró sus uñas detenidamente, igual, era el momento de estrenar el pintauñas que le regaló.

...

Con el bajo a la espalda y tras haber respondido las preguntas de esa maniaca hasta que le dejó tranquilo, Yamato se dirigía a su local de ensayo, ese en el que tantas tardes había pasado desde que comenzó la secundaria y se hizo amigo de unos chicos un poco raros pero amantes de la música igual que él.

Las calles estaban de lo más animadas en ese día de Nochebuena y como ya era costumbre, las parejas era lo que más predominaban.

Una de ellas captó su atención.

Se encontraban bastante acaramelados, pero quizá por su fija mirada, el chico la encontró entre la multitud, saludándole con la mano y una gran sonrisa, al igual que hacía siempre desde hacía más de un año.

-¡Hoy es el día!, ¡declárate a tu Julieta!.- exclamó, provocando la risa de Ishida.

Estaba seguro de que Nohara, ese Romeo empedernido, le diría todos los días de su vida eso hasta que lo viese por fin feliz con su chica clack, al igual que estaba él con Haruka.

-¡Quizá mañana!, ¡hoy me conformo con dedicarle una canción!

...

Sentía que jamás podría sacarlo de su mente, que jamás podría volver a pensar en otra cosa que no fuese él, pero lo había decidido, no podía alargar por más tiempo esto, debía declararse y como le había dicho su mejor amigo el año pasado, ¿qué mejor día para hacerlo que Nochebuena?

A decir verdad, esa Nochebuena de hace un año ya fue muy significativa para ellos porque, aunque no estuviese planeado la pasaron juntos, compartieron un momento íntimo y especial.

Sintió humedad en su nariz, era una gota de sudor, pero ella imaginó que era ese copo de nieve que recogió de la nariz del rubio.

Ese copo que compartieron y que se derritió de la misma forma que el hielo que alguna vez cubrió su corazón.

...

-No te preocupes.- cortó la llamada, esa que le había hecho su padre para comunicarle que le sería imposible cenar con él.

Quedó mirando un instante el teléfono con un sentimientos de abandono, el cual era muy recurrente que le invadiese cada vez que hablaba con su progenitor.

Cerró los ojos creyendo que era injusto, porque a decir verdad ese hombre también le había dado grandes consejos: sobre el amor, los guisos, los bajos, las chicas, el sexo… aunque de eso último preferiría no acordarse.

Resopló, regresando sus manos al bajo y su mirada cansada a ese chico que por fin se había dignado a aparecer y no paraba de fanfarronear con su última cita.

-Ensayemos de una vez, no me he levantado pronto para nada.- bufó el rubio de mala gana.

Akira le hizo un gesto despectivo mientras se colgaba la guitarra.

-Lo que pasa es que me tienes envidia. En serio Ishida, ¿cuándo fue la última vez que besaste a una chica?

El compañero de Gabumon entrecerró la mirada pasando de su estúpida cuestión, sumergiéndose en la melodía que intentaba interpretar.

Trató de concentrar todos sus sentidos en ello, pero la mente le jugó una mala pasada y le trajo el recuerdo de ese último dulce y sosegador beso que sus labios habían recogido.

El beso de reconciliación con Sumiko y por tanto consigo mismo.

Inevitablemente pronto ese recuerdo se entrelazó con Sora, ya que si ese San Valentín no se hubiese comportado como un capullo con esa pobre chica, jamás hubiese sentido ese corazón apasionado de Takenouchi salvándole de la oscuridad.

Esa relación especial entre sus emblemas.

Paró de tocar abruptamente cuando, tantos meses después, fue consciente de ese detalle.

Él fue quien activó el emblema del amor de Sora.

...

Se cubrió la cara con las manos sin importar pringarse con los restos de la masa y tuvo ganas de llorar, porque a quien intentaba engañar, no tenía valor para decirle la verdad.

"Hola Yamato he hecho estas galletas para ti porque eres muy especial para mí y me gustas mucho"

Esa frase nunca saldría de su boca, sentía que era imposible incluso decirla en voz alta estando ella sola.

Apretó los dientes tratando de contenerse y dio un fuerte pisotón para desahogar la furia que sentía en estos momentos, no contra nadie, solo consigo misma. Seguramente, pasaría con estas galletas como sucedió con su pulsera del club de tenis, le diría que era para que le diesen suerte en su concierto y él las aceptaría por su gran amabilidad y sentiría su corazón a punto de explotar, pero lo dejaría pasar.

A fin de cuentas, era más importante su amistad.

...

Amor, ese sentimiento que tanto se había negado a sí mismo.

Ese sentimiento que tanto había necesitado desde su más tierna infancia.

Ese sentimiento que si fuese cierto, compartiría todos los días de su vida con esa pelirroja hacia la cual, quisiese o no, habían girado prácticamente todas sus acciones en los últimos tres años.

Entonó la primera estrofa de su canción, imaginándola solo a ella, porque como todo el mundo sabía, Yamato no expresaba sus sentimientos con las palabras, sino con la música.

...

Recargó la cara contra su mano, siguiendo con la mirada fija en ese maldito cristal.

Por un momento la idea de abrir el horno y tirar esa enésimo intento de galletas por el retrete, olvidándose para siempre de esta locura fue la que primó en su cerebro.

Sin embargo, supo que jamás lo haría, porque su corazón no lo permitiría.

Estaba hasta las narices de sentirse insegura, cobarde, vulnerable e impotente y si esas galletas podían solucionarlo, las haría, se declararía.

No estaba dispuesta a dejar pasar otra oportunidad, esta vez, cuando la noria estuviese en lo más alto, lo besaría con los fuegos artificiales como únicos testigos.

No había dejado de pensar ni un solo día en que eso debería haber pasado esa tarde de este último verano.

La tarde en la que descubrió, lo feliz y segura que siempre se encontraría entre sus brazos.

...

Terminó de decir su deseo en forma de canción, cuando un nuevo sonido le perturbó.

Se prometió a sí mismo que si se volvía a tratar del celular lo arrojaría contra la batería de Takashi para que se hiciese añicos.

Pero no, se trataba del D-terminal, ese al que, inocentemente mandó un mensaje a Sora el pasado verano cuando debería haberle hecho una llamada.

No pudo evitar imaginar, en que tal vez, todo sería diferente si la llamada se hubiese producido, o puestos a fantasear por todo lo alto, si no hubiese tenido que irse a Shimane y hubiese podido tener esa ansiada cita con su Sora.

De todas formas, eso ya formaba parte del pasado y quien mandaba el mensaje era el futuro con gorro blanco y vestido de verde, pero futuro al fin y al cabo.

Su hermano le comunicaba que ya tenían preparado el regalo y que se dispusiese a ir al lugar de encuentro.

Takeru… esbozó una sonrisa por pensar en es indomable chico, en aquel mocoso que fue el centro de su universo a lo largo de su infancia, en aquel niño que quería crecer y no depender siempre de su hermano, en ese hombrecito que inconscientemente le hizo sumergirse en la oscuridad, pero para despertar siendo otra nueva persona y mucho más liberado.

Su responsabilidad hacía tiempo que no era Takeru, lo había asumido, estaba incluso orgulloso de que creciese y estirase sus alas lejos del nido protector que siempre quiso mantener con él.

Puede que hubiese madurado en ese aspecto o puede que no le afectase tanto porque otra persona había ido llenando ese vacío que le había ido dejando Takeru conforme crecía.

Esa necesidad de tener a alguien a quien cuidar y proteger, a alguien que le necesite, alguien para quien sea importante.

Takeru tenía claro quien debía ser esa persona mucho antes que él mismo, vio su amor en sus ojos antes que nadie, vio esa familia que ansiaba prácticamente desde que en su vida se cruzó esa pelirroja.

Compartió su esperanza, deseando fuertemente que no fuese un sueño sino una realidad, que Sora quisiese resguardarse entre sus brazos de por vida.

Llenar un vacío que ya jamás se repetiría, porque esperaba, que ella ya se sintiese libre en ese lugar, que no necesitase volar más, porque era en su refugio donde ansiaba estar.

Si tan solo se dejase cuidar, la cuidaría hasta el fin del mundo.

...

Regresó la vista al cristal del horno, viendo que ya quedaban escasos segundos para que sonase.

Debía ser la definitiva, porque a pesar de sus desmoralizadores y contradictorios pensamientos, aunque él nunca supiese el verdadero significado de estas galletas, deseaba dárselas para estar en paz consigo misma.

-Vamos Takenouchi, estas tiene que salir bien.- se dijo, colocándose los guantes para sacar la ardiente bandeja.

El futuro era dentro de unos minutos, el futuro era dentro de unas horas u años, pero ya no le daba miedo el futuro, le provocaba nervios, dudas, inquietud, pero no miedo, porque sucediese lo que sucediese, sería Yamato quien se encontraría en ese futuro.

...

Dejó aparcado su instrumento en el local de ensayo, pensando que luego iría a recogerlo para llevarlo a la carpa donde daría lugar el concurso de bandas.

Se dirigió a la playa, ese lugar tan significativo para todos los digidestinados, el que eligieron para hacerle la despedida a Mimi, seguramente porque el olor a mar y el tacto de la arena se relacionaba para ellos al Digimundo irremediablemente.

La playa fue donde llegaron tras su primera y surrealista batalla, la playa fue donde descubrieron ese extraordinario poder que podían otorgar a sus camaradas para hacerlos digievolucionar, la playa fue donde se reunieron por primera vez todos juntos.

Por ello, no existía ningún lugar más especial para este momento que la playa, y seguramente, la nueva generación lo sabía.

Durante el trayecto las imágenes de varias historias que unidas formaban una sola inundó su cabeza. Al principio no había sido consciente de que llevaba toda la mañana con estos recuerdos, solo ahora se daba cuenta de ello y de lo ligados que estaban entre ellos, que todos tenían en común a su protagonista, y esa era Sora.

Dentro de unos segundos la vería, rodeados de todo el mundo, pero la tendría de nuevo frente a sus ojos, el futuro que tanto anhelaba volvería a su encuentro.

La historia que ahora reproducía tocaría a su fin o tal vez, tendría su verdadero comienzo.

...

Sus recuerdos ganaban intensidad conforme la hora se acercaba.

Formaban una gran historia, una historia que queriéndolo o no pero había sido la que había utilizado para hacer esa masa que en estos instantes se terminaba de hornear.

En ella estaban puestas todas sus vivencias en estos últimos tres años, todas sus confusiones, todas sus confesiones mudas, y sobre todo, todos sus miedos, porque quería desterrarlos para siempre y que mejor forma que haciéndolos formar parte de una historia del pasado, de una masa cruda que pronto se transformaría en algo crujiente y delicioso que crearía esta nueva etapa de su vida, la verdadera historia de su futuro.

"Ding"

Las galletas estaban terminadas. La historia podía comenzar.

...

...

..

-Parece que ya están.- dijo la pelirroja, abriendo la puerta del horno.

Desprendían una rico aroma que enseguida se extendió por toda la casa.

Satisfecha con su trabajo, Sora colocó la bandeja en la mesa, se quitó los guantes y se volteó a la encimera en busca de un recipiente para ponerlas una vez que se enfriasen.

Takenouchi arrugó el entrecejo, afinó el oído y se colocó a la defensiva cuando escuchó varios tipos de pasos: algunos de pies descalzos, otros de pezuñas, otros muy pequeñitos. Daba la sensación de que una manada guiada por el sabroso olor la acechaba.

Una mano morena fue la primera que profanó la bandeja llevándose varias galletas.

-¡Galletas!.- exclamó el niño.

Para cuando Sora se volteó, ya había desaparecido.

-¡Espera, que aún queman!

-¡Galletas!.- volvió a escuchar y esta vez se las llevó el ser al que le sobresalía un cuerno por la mesa.

-¡Gabumon!.- exclamó, pidiendo explicaciones. Ya era tarde.

La siguiente en aparecer fue una adolescente que caminaba sin apartar la vista de la revista musical que leía.

-Galletas…- fue lo único que dijo, apartando mínimamente la revista para enfocarlas. Su mano clarita se llevo unas cuantas.

Takenouchi ya no se molestó en decir nada, simplemente se llevó las manos a las caderas desaprobando su actitud. La chica ni se inmutó y para cuando se quiso dar cuenta, unas plumas rosas acaparaban unas cuantas más.

-Galletas de Sora.- dijo amorosamente, llevándoselas al pico.

La portadora del amor observó a su compañera con agotamiento, notando como por entre las piernas hasta tres pequeños bolos: uno rosa, uno naranja y uno azul se le colaron saltando a la mesa.

-¡Galletas!.- exclamaron al unísono completamente animados.

Sora alucinó por el comportamiento descarado de esos tres digimons y como engullían sus galletas, lo que le preocupó enormemente, porque si seguían así, en cuestión de segundos la bandeja estaría vacía. Apresuró a coger un bol para tratar de salvar unas cuantas para la persona a quien iban dirigidas y que a este paso se quedaría sin probarlas.

Los digimons abandonaron la mesa en estampida cuando una niña pelirroja, agitando un palo al aire hizo su aparición. El palo cayó de su mano mientras la sonrisa se agrandaba en su rostro cuando vio lo que había en la bandeja.

-¡Galletas!.- se tiró como una exhalación, sin embargo, Sora fue más rápida que ella y las recogió en el bol.

La niña la miró con desolación, aunque enseguida sustituyó esa expresión por otra de furia, alzando la mano con determinación.

-¡Quiero galletas!

Takenouchi le dedicó una tierna sonrisa que no apaciguó en ningún segundo el gesto de rabia de la niña.

-Cariño, son para papá.

-Todos han comido.- reclamó.

Sora le dio un toquecito en su nariz respingona, pero la pequeña de cinco años se revolvió.

-Bueno, si se las llevas a papá puedes coger una, pero solo una, ¿de acuerdo?

La niña sonrió de forma angelical, extendiendo los brazos para que le colocase el bol. Con cierto recelo, pero la mujer se lo depositó.

La suave brisa despeinaba su flequillo y arrastraba el sonido que producía esa vieja armónica que tantas batallas había librado.

Sintió una ola de calor a su espalda cuando la puerta se abrió, y sin dejar de tocar, enfocó a la niña que se colocaba a su lado, en ese pequeño escalón que daba al jardín.

Al verle tenderle una galleta, paró de tocar y extendió la mano para aceptarla.

-Mamá ha hecho galletas, pero solo puedes comer una, las demás son para mí.

Yamato rió divertido, más al dirigir la mirada al interior del hogar y encontrarse a su mujer haciendo un gesto de desesperación.

Acarició la cabellera de su benjamina y asintió.

-Gracias cielín, pero no te las comas todas de golpe o te sentarán mal.

Sintiendo que había conseguido engañar a sus padres y salirse con la suya, la pequeña se levantó con una gran sonrisa de triunfo, asintió velozmente y trotó de nuevo al interior para disfrutar de su merecido regalo.

Yamato iba a llevarse la galleta a la boca y disfrutar de ese sabor con el que llevaba deleitándose tantos años, pero en el último segundo se detuvo por alguna razón. Quedó mirándola con detenimiento, como si sus ojos tuviesen una especie de escáner y pudiesen ver en esa galleta algo más que masa horneada con pepitas de chocolate. En realidad, si veía algo más, veía toda una vida junto a una persona, toda una historia que era la responsable de que tuviese entre las manos ese alimento.

Sacudió la cabeza tratando de volver en sí al notar sentarse a esa persona a su lado mientras hacía un muy reconocible suspiro de agotamiento. El mismo que siempre le provocaban las diabluras de sus incansables hijos.

-Luego te hago otra bandeja solo para ti, no te preocupes.- dijo, entrelazando su brazo con el de él y reposando la cabeza en su hombro.

Yamato lo sintió, la miró de reojo un instante para ver que tenía los ojitos cerrados, que estaba descansando, reflexionando, o simplemente relajándose a su lado. De cualquier forma, no deseaba darle más trabajo.

-No es necesario. Está bien así.

Sora se agitó de inmediato, abriendo los ojos al máximo.

-¿Ya no te gustan?.- cuestionó con preocupación.

-Claro que sí.- rió Yamato, aliviando a su esposa.

-¿Entonces?

Ishida la mantenía entre sus dedos, visualizando cada una de sus arrugas, de sus pepitas sobresalientes y de su irregular contorno. Esa era una de las cosas que más le gustaban de las galletas de Sora, que no había dos iguales. Cada una tenía una forma única, un número de pepitas único y hasta se atrevería a decir que un sabor único. El paladar de Yamato las sentía siempre como una nueva y gratificante experiencia, como un regalo que aún le costaba creer e interpretar.

-Cuando comí una por primera vez, nunca pensé que tantos años después seguiría comiéndolas.

La mujer sonrió.

-Yo tampoco pensé que tantos años después seguiría haciéndolas.

-Hacer galletas es como vivir, ¿no crees? Se hacen siempre igual, con mucho cariño y mimo, pero nunca sabes como van a saber hasta que las muerdes.

Observó a Sora, que lo miraba con algo de confusión. Seguro que nunca se habría imaginado que su marido se pusiese a filosofar con galletas.

Pensaba que para él solo era un alimento, no que viese algo más al igual que ella.

-Quiero decir que aunque creas que tienes todo controlado, nunca sabes lo que va a suceder hasta que te atreves a dar el paso.

La pelirroja hizo un gesto de entendimiento, creyendo que ya sabía por donde iba su esposo.

-Nunca me hubiese atrevido a hacerlas sino hubiese sabido que te iban a gustar.

-Aunque hubiesen sabido a rayos, me hubiesen gustado.- confirmó Yamato, enojando un poco a su mujer.

Al volver a reír, Takenouchi acompañó a su esposo, olvidando su desafortunada frase.

Pasaron unos segundos en completo silencio, escuchando las hojas azotadas por el viento, las risas y gritos de sus tres hijos y hasta de sus compañeros digimons, y sobre todo, escuchándose su mutuo silencio, ese que tan cómodamente habían sabido compartir e interpretar desde su más tierna infancia.

Yamato fijó de nuevo la vista en su galleta, esa que ya era parte de su historia y sin pensarlo más, la partió en dos partes similares, que no iguales, porque era imposible que fuesen iguales. Era como su historia, aunque fuese la misma, nunca la verían de la misma forma, ni la sentirían igual, porque era algo de dos personas.

Le entregó la parte ligeramente mayor a su esposa, con la completa seguridad de que ella hubiese hecho lo mismo por él y alzó la suya mostrándola.

-Para que la historia esté completa, tenemos que comerla los dos.- dijo, dándole una leve mordida.

Sora correspondió, mordiendo también su parte.

-Y para que al juntarla sea nuestra historia.- apoyó Takenouchi, recostando la cabeza en su pecho.

-Mejor dicho, la historia de lo nuestro.

Dicho esto envolvió a su esposa entre sus brazos, apoyó la mejilla en su cabeza y sonrió, recreando en su mente su maravillosa vida junto a esa mujer, esa historia únicamente de ellos que comenzó hacía tantos años y que todavía tenía muy lejos su final.

...

...

Habían pasado más de treinta años desde que todo empezó, desde que nos confesamos nuestros sentimientos y empezamos a vivir nuestra historia conjuntamente.

No ha sido un camino fácil, ¿pero cual lo es?

Hemos llorado, sufrido, incluso maldecido el día en que decidimos dejar de ser amigos para pasar a ser algo más, pero siempre lo hemos conseguido superar y solo nos bastaba con mirarnos a los ojos, esos que nos han hipnotizado desde que éramos pequeños y darnos cuenta de que era ahí donde siempre habíamos querido estar, reflejados en la mirada del otro, siendo la vida del otro.

Evidentemente que nuestra vida ha cambiado mucho a lo largo de todos estos años, pero nunca dejamos de ser nosotros mismos y lo más importante, de creer el uno en el otro y en nuestro amor, eso precisamente es lo que nos ha llevado aquí, lo que nos ha hecho poder conseguir nuestros sueños y aspiraciones tanto profesionales, como por las que siempre ambos luchamos y son la base de nuestra felicidad: las familiares.

Nuestro sueño conjunto se hizo realidad, formamos una familia, hemos concebido hasta tres hijos los cuales son ahora los causantes de nuestros mayores quebraderos de cabeza, pero también de nuestras mayores alegrías.

Compartimos con ellos nuestro amor, nuestra vida y todo lo que tenemos pero hay algo que nunca podremos compartir con nadie, ni tan siquiera con ellos que son lo que más amamos en el mundo y esa es la historia que os acabamos de narrar, la historia de nuestro corazón, porque esa solo nos puede pertenecer a nosotros que somos los que la hemos vivido, es la historia de nuestra vida, porque nuestra vida comenzó el día que nos enamoramos, el día que nos dimos cuenta de que jamás habíamos vivido hasta la primera vez que nuestro corazón latió de amor.

Desde entonces es nuestro amor quien sigue escribiendo nuestra vida, nuestra historia.

La Historia de lo Nuestro.

-OWARI-

.


N/A: y se acabó!, fin. Como siempre en estos casos, pasaré a dar mi discurso lacrimógeno… pero antes de ello quiero decir que ya advertí, que en este fic no se produciría la declaración Yama-Sora, por lo que si alguien la esperaba y se ha llevado una decepción lo siento, pero ya dije claramente que esto era la precuela de mi primer fic en donde sí se da esa declaración y que por cierto tengo en proceso de reedición.

Dicho esto, pasaré a decir que no fue un fic fácil de terminar. Desconozco si el final os ha gustado o convencido, a mí sí y no vi otra forma de hacerlo. Como he comentado antes, el fic debía acabar antes del famoso momento del camerino, pero no quería acabarlo sin que llegasen a consumar su amor porque es un fic de romance donde nunca ha llegado a avanzar esa relación hasta el romance propiamente dicho por lo que si se finalizaba sin que su relación estuviese consumada sentiría un sentimiento de frustración y vacío, como si no hubiesen alcanzado nada y toda la historia no hubiese tenido un final.

Entendería que los lectores sintieran esa rabia por no ver al fin a la pareja hecha por lo que con estas premisas solo me quedó recurrir al típico pero siempre eficaz método de salto temporal.

En fin, no sé si habrá sido de su agrado o lo que esperabais pero fue el único final que podía tener este fic.

Por cierto, que es un logro para mí haber escrito un fic romance tan largo en el que la pareja no llega a consumarse y en donde no se dan ni un mísero beso. No ha sido fácil contenerse y de hecho pensé que en la última escena por fin se diesen ese ansiado beso, pero me dije, si he conseguido hacer todo el fic sin esa muestra de afecto, también la suprimiré al final, demostrando que el amor no es solo muestras físicas, por lo menos el amor de mis chicos del sorato.

No sé que más decir, que como siempre gracias a los que lo siguieron, me apoyaron y que espero que no les haya decepcionado demasiado.

Esta parte de la odisea del sorato concluye aquí, no obstante, esta odisea siempre continua…

Cuídense, gracias por ser sorato fans y compartir su camino a través de estas humildes letras.

Un saludo y ¿cómo terminar esto?, con un simple… SORATOLOVE/SORATO4EVER

¡Feliz décimo aniversario sorato!

Publicado: 24/12/2012