Hola este es el ultimo capitulo de esta historia ahora les dejo leer disfrutenla.
CAPÍTULO 10
Era lunes por la mañana y habían pasado once días desde que se marchasen a Thunga cuando Isabella y T.J. volvieron a la mansión Cullen.
Isabella había tardado dos días en reponerse de la llamada que había recibido de Esme el viernes por la tarde. Todavía no podía creer que fuese cierto lo que le había dicho, pero le había rogado que le dejase que fuese ella quien le diese la noticia a Edward. Se lo debía.
Tendría que vender su casita de Forks, pensó con lágrimas en los ojos mientras llamaba al timbre, comprar otra más cerca de Seatle. También tendría que traspasar Chocolatique. Jessica y su hermana le habían expresado su interés por quedarse con la confitería. Quizá fuera lo mejor; si iniciaba otro negocio, al menos aquello la mantendría ocupada y no pensaría tanto en...
La puerta se abrió. Esme ya estaba esperándolos. La mujer le tendió los brazos y Isabella la abrazó, conteniendo a duras penas las lágrimas.
—¿Está Edward aquí? —le preguntó cuando se hubo apartado al fin de ella.
—Su vuelo llegó hace una hora y llamó para decir que estaba en camino; llegará en cualquier momento —respondió Esme con voz quebrada—. Ven, vamos a mi habitación; te daré el informe.
—¿Te ocuparás de T.J. hasta que haya hablado con Edward?
Esme asintió y secó con el dorso de la mano una lágrima que había rodado por su mejilla.
Cuando Edward entró en el salón Isabella ya estaba esperándolo, aparentemente serena pero temblando por dentro. Edward se había quitado la chaqueta, se había aflojado la corbata y desabrochado los primeros botones de la camisa.
—Creía que estabas en Forks —murmuró.
Isabella se puso de pie.
—He venido a devolverte a tu hijo.
—¿Mi hijo? —repitió él, frunciendo el entrecejo—. ¿Qué quieres decir?
—T.J. es hijo tuyo; tu madre encargó una prueba de ADN. Mandó muestras de tu cabello y del de T.J. a unos laboratorios sin que yo lo supiera. Los resultados no dejan lugar a dudas. Ten; aquí está el informe —le dijo, tendiéndole un sobre color crema—. T.J. es hijo tuyo; tuyo y de Vicky.
Los ojos estaban llenándosele de lágrimas.
—Edward, te juro... te juro que no lo sabía —balbució, tragando saliva en un intento por mantener la compostura—. En el sobre encontrarás también el certificado de nacimiento de T.J. Vicky lo firmó antes de morir, y como podrás ver puso el nombre de James como padre biológico de T.J.
Edward estaba mirando el informe como si no pudiera dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo.
—Tyler James... Vicky me dijo una vez que si tuviéramos un hijo le gustaría llamarlo Tyler —murmuró.
Isabella sintió un horrible remordimiento.
—Lo siento tanto, Edward... No puedo ni imaginar lo que debes de estar pensando de mí en este momento. Me siento tan culpable... Yo estaba convencida de que mi hermano era el padre, pero no podré perdonarme nunca lo que te he hecho, porque sé que no podrás recuperar jamás el tiempo que has perdido con tu hijo.
Edward no contestó. Seguía mirando el informe, atónito. ¿Qué estaría pensando? Dios, sin duda debía de odiarla.
Un sinfín de preguntas sin respuesta cruzaron por la mente de Isabella. ¿Habría creído Vicky de verdad que James era el padre de su hijo, o quizá ya había sabido que estaba embarazada de James y se lo había ocultado a ambos?
Isabella recordó entonces lo que había dicho el médico cuando había dado a luz; algo como que si no le hubieran dicho que era prematuro, no lo habría creído.
—Estoy segura de que podrás cambiarle el nombre si es lo que quieres —murmuró—; y corregir el nombre del padre en el registro.
No sabía qué más podía decir, qué más podía hacer para remediar el daño que había hecho.
—Por supuesto también firmaré cualquier documento que sea necesario para renunciar a mis derechos sobre T.J.
—¿Renunciar a tus derechos sobre T.J.? —repitió él, mirándola desconcertado—. ¿De qué estás hablando?
—Yo lo adopté. Ya sé que nunca podré devolverte los años que has perdido —repitió Isabella, secándose las lágrimas con manos temblorosas—, y lo siento muchísimo. A T.J. le llevará algo de tiempo hacerse a ti, pero se lleva bien contigo. Únicamente querría, si fuese posible, que me dejases verlo de vez en cuando.
—Isabella, ¿qué diablos estás diciendo?
Ella no estaba escuchándolo. Estaba segura de que Edward no querría volver a verla jamás, que querría que saliese de la vida del pequeño, pero no podía renunciar a él por completo.
—Venderé mi casa; y también he pensado traspasar mi negocio. Buscaré un apartamento aquí en Seatle, cerca de... —se quedó callada un momento. «Cerca de T.J. y de ti», habría querido decir, pero finalmente sólo dijo—: cerca de T.J.
—Eso no será necesario; puedes vivir aquí.
Isabella lo miró, vacilante.
—No puedo hacer eso, Edward; T.J. es hijo tuyo.-Edward sacudió la cabeza.-
—Pero tú eres su madre.
—No, no lo soy. Su madre es Vicky.
—Tú eres su madre a todos los efectos, Isabella, aunque no lo trajeras al mundo.
—Pero... pero tú eres su padre; su verdadero padre. Es contigo con quien debe estar.
Al menos le quedarían los recuerdos de esos años con T.J., el recuerdo de esas semanas con Edward... Quizá Edward le dejaría que visitase al pequeño una vez al mes; con eso tendría que conformarse.
Edward dio un paso hacia ella.
—¿Serías capaz de hacer eso? ¿Renunciarías a T.J. aunque lo quieres más que a tu propia vida?
—Tiene que estar contigo —repitió ella, a pesar de que la idea de no poder quedarse con el pequeño le partía el corazón.
—Y tú tienes que estar a nuestro lado.
El corazón de Isabella palpitó con fuerza.
—¿Lo dices de verdad, Edward?
—T.J. es hijo tuyo —respondió él, abrazándola con fuerza—. No voy a dejarte marchar; te quiero —susurró contra su cuello—. Voy a hacer lo que debería haber hecho cuatro años atrás si no hubiera estado tan ciego; voy a casarme contigo.
Isabella estaba temblando, y apenas podía ya contener las lágrimas.
—¿Me... me quieres? —musitó en un hilo de voz—. ¿Y quieres casarte conmigo?
—Sí, Isabella —asintió él con voz emocionada, estrechándola contra su pecho.
—Pero si ni siquiera sabes si yo te quiero —murmuró ella.
—Sé que me quieres. Y si hubiese necesitado una prueba de ello, acabas de dármela: estabas dispuesta a renunciar a T.J. y a salir de su vida y de la mía, pero no voy a dejarte marchar; otra vez no —le reiteró antes de besarla.
Aquel beso empezó siendo tierno, suave, pero poco a poco se volvió más apasionado.
—Es verdad; te quiero —le dijo Isabella cuando hubieron despegado sus labios. Los ojos de Edward reflejaban el mismo deseo que ardía en los suyos, y la joven le sonrió con picardía—. ¿Vas a hacer algo al respecto?
Cuando se hubieron desvestido por completo el uno al otro subieron a la cama; primero Edward y luego Isabella, que se tumbó encima de él, haciéndolo estremecer.
Lo besó, transmitiéndole en ese beso cuánto lo amaba, y luego lo miró a los ojos antes de preguntarle: —¿Podrás perdonarme?
—¿Por qué?
—Por haberte apartado de tu hijo durante estos cuatro años.
—Tú no sabías que era hijo mío, Isabella. Además lo has criado dándole todo tu cariño. ¿Cómo podría enfadarme contigo por eso?
Un profundo alivio invadió a la joven, haciendo que le temblaran las rodillas.
—Gracias a Dios —murmuró—. Cuando tu madre me llamó y me habló del informe tuve tanto miedo de que...
—Shhh... —la interrumpió él, abrazándola—. No quiero que vuelvas a tener miedo nunca más, Isabella. Tenemos tanto por lo que dar gracias... Supongo que debo haber hecho algo bien en mi vida para ser un hombre tan afortunado, para que T.J. y tú seáis ahora parte de mi vida.-Isabella se secó las lágrimas y se rió suavemente.-
—Bueno, tampoco vayas a pensar que te ha tocado la lotería; yo no soy perfecta ni mucho menos. Tengo mis defectos como todo el mundo.
—Para mí sí lo eres —replicó él, acariciándole ligeramente la curva de las nalgas.
Isabella murmuró algo incomprensible cuando sus dedos subieron hacia su espalda y se estremeció de placer.-Edward enredó los dedos en su cabello castaño y la besó, buscando su lengua con la suya. Fue un beso hambriento, un beso lleno de pasión.
Isabella se incorporó un poco y se colocó a horcajadas sobre él para frotarse contra su miembro erecto.
—Isabella... Oh, Isabella... —jadeó él—. No me dejes nunca...
—Jamás —murmuró ella, besándolo de nuevo, sin dejar de moverse.
Isabella se notaba ya bastante húmeda, más que preparada para tomar a Edward dentro de sí. Las manos de él estaban acariciándole los pechos, descendiendo hacia su estómago... pero las detuvo antes de que alcanzaran el valle entre sus piernas.
—No, espera —le dijo—. Déjame hacer, por favor. Quiero demostrarte cuánto te quiero.
Edward la miró, excitado.
—Te amo como no había amado nunca a ninguna otra mujer, Isabella. Me gusta todo de ti; no cambiaría nada de ti.
Isabella se miró en sus ojos verdes y se alzó un poco antes de dejarse caer, haciéndolo hundirse en su calor.
Los dos gimieron de placer, y comenzaron a moverse, despacio, con suavidad, pero pronto el deseo tomó las riendas y cabalgaron juntos hacia el éxtasis.
Cuando finalmente recobraron la noción del tiempo, Edward y Isabella bajaron para anunciar que iban a casarse. Todos se alegraron por ellos, y Esme lloró un poquito.
Una media hora después estaban todos sentados a la mesa para cenar, y Isabella se sintió tremendamente dichosa cuando miró en derredor. Esme, Alice, Jasper, T.J... Su familia. Luego, cuando sus ojos se posaron en el hombre sentado junto a ella, en el hombre que pronto sería su esposo, a sus labios afloró una sonrisa.
—¿Y quién organizará vuestra boda, Isabella? —le preguntó Alice.
—Lo haré yo —dijo Edward—. Creo que sé qué es lo que le gustaría a la novia —añadió, dedicándole a Isabella una sonrisa lobuna.-Alice se rió.
—Bueno, desde luego el vuestro va a ser un matrimonio en el que no tendréis que preocuparos por nada; os entendéis tan bien, que casi da miedo.
—Ya era hora de se dieran cuenta que están hechos el uno para el otro —apuntó Esme.
—Mamá, cuando papá y tú os caséis... ¿podremos tener patos en la piscina? —le preguntó T.J. a Isabella, tirándole de la manga.
—Todos los patos que tú quieras —contestó Edward por ella.
Isabella le lanzó una mirada de reproche.
—Veremos —le dijo a T.J. con una sonrisa—. ¿Patos en la piscina? No sé, no sé, pero me parece a mí que estás aprovechándote de la situación, jovencito.
T.J. esbozó una sonrisilla traviesa.
—Pero es que nunca antes había tenido un papá.
Los ojos de Edward se iluminaron de emoción.
—Y yo nunca había tenido un hijo —le dijo al pequeño—; y además dentro de poco voy a tener una esposa también. ¿Qué más podría desear un hombre?
Unas horas después estaban los dos en la cama, sus cuerpos desnudos abrazados el uno al otro, mientras T.J. dormía en el cuarto que antes había ocupado Isabella.
—¿Podrás perdonarme algún día? —le preguntó de pronto Edward a la joven mientras le acariciaba la espalda.
Isabella alzó el rostro hacia él.
—¿Perdonarte por qué?
—T.J. debería haber sido tu hijo.
La joven apartó un mechón que había caído sobre la frente de él.
—Es mi hijo... a todos los efectos —contestó antes de besarlo, repitiendo las palabras que él había dicho hacía unas horas—. ¿Y cómo no iba a perdonarte? Tú me has perdonado cuando te he privado durante estos cuatro años de T.J.
—No sabías que era hijo mío.
—¿Lo crees de verdad? —inquirió ella, vacilante. Necesitaba estar segura.
Edward sonrió.
—Por supuesto que sí.
Isabella dejó escapar el aliento que había estado conteniendo.
—No te haces una idea de lo que eso significa para mí.
—¿Por qué? —inquirió él, curioso.
—Durante todo este tiempo he vivido siempre con la sensación de que nadie me creía —murmuró. Se quedó callada un momento—. Lo de Jacob no es verdad.
—¿A qué te refieres? —inquirió él, rodeándole la cintura con el brazo.
—Que yo lo llevara a la ruina y se suicidara por ello, ni porque tuviera amantes. Se suicidó porque el banco para el que trabajaba lo pilló robando. Había defraudado millones. Naturalmente el banco no quería que se supiera, por el impacto que habría tenido aquello en sus acciones y todo eso, así que lo ocultaron. Lo han ocultado durante todo este tiempo.
Edward la abrazó con fuerza. ¿Cómo podía Black haber fastidiado las cosas de esa manera? Lo había tenido todo: dinero, prestigio... y por encima de todo a Isabella.
—Supongo que por su cargo debió de tener tentaciones que no fue capaz de resistir —murmuró—. No era mala persona, pero a veces esas cosas pasan.
Probablemente habría sido la vergüenza y no tanto el sentirse culpable lo que lo había llevado a suicidarse. Sin duda no habría querido que la sociedad supiese lo que había hecho, no habría podido soportar las miradas de desprecio en el juicio e ir a la cárcel.
—Los meses que siguieron a su muerte fueron un verdadero infierno —continuó Isabella—. Había abierto Dios sabe cuántas cuentas en el extranjero para sacar los fondos del país. Ayudé al banco en todo lo que pude; embargaron la casa, los muebles, los cuadros... todo. Jacob debería habérmelo dicho; yo me habría mantenido a su lado.
Edward no tenía la menor duda de que lo habría hecho. Jacob había sido un cobarde. Se había suicidado y había dejado que su joven esposa afrontase el desaguisado que había provocado.
Ya pesar de todo... a pesar de todo no había oído de labios de Isabella una sola queja de él. ¿Qué clase de mujer era? ¿Una santa?
—Una vez te dije que estaba convencido de que Jacob te valoraba por más cosas que por tu belleza —le dijo—, pero no estoy seguro de que supiera lo afortunado que era.
La joven sonrió.
—Gracias. La verdad es que no tengo resentimiento hacia él. Se portó muy bien conmigo.
Edward no replicó. Al fin y al cabo él le debía que la empresa de su familia siguiese existiendo. Sí, Jacob había desempeñado un papel importante en sus vidas, y por ello merecía ser recordado.
—No soy digno de ti —le dijo a Isabella en un murmullo—, de esta segunda oportunidad que me has dado.
—Cuidado, vaquero; estás hablando del hombre al que amo —le contestó ella con una sonrisa afectuosa, incorporándose sobre el codo.
Edward sonrió también, pero suspiró y bajó la vista.
—La primera vez que te vi, con sólo mirarte sentí que saltaron chispas. Te deseaba, y me gustabas muchísimo... pero fui un cobarde. En vez de enfrentarme al reto que representabas huí de ti porque temía esa pasión descontrolada que despertabas en mí. No hace mucho me dijiste que estaba ciego, pero creo que más bien soy un estúpido. Me casé con Victoria cuando no la amaba y encima te pinchaba en cada ocasión, diciéndote que ella era mucho mejor que tú.
—No eres un estúpido, y entiendo lo que viste en Vicky; era un encanto.
—Leal hasta la médula, ¿eh? —murmuró Edward acariciándole el cabello—. Una de las razones por las que me casé con ella fue para complacer a mi madre, para darle ese nieto que tanto ansiaba, pero la principal razón fue que ella no me hacía perder el control sobre mí mismo, como lo hacías tú. La verdad es que al poco tiempo de casarnos lamenté que no tuviera tu fuego, tu pasión —le confesó.
De algún modo admitirlo lo hizo sentirse un poco mejor.
—Vicky también se equivocó; no debería haber aceptado tu proposición de matrimonio. Pero tampoco a ella le guardo rencor; lo estaba pasando muy mal, y tenía miedo.
—Te quitó al hombre al que amabas y aun así la defiendes... —dijo él, admirado.
—¿Cómo podría no defenderla? La quería, y me dio a T.J.
—Nuestro hijo —murmuró él, emocionado, mirándola a los ojos.
—Nuestro hijo —repitió ella—. Y ahora te tengo a ti, y tengo tu amor. ¿Qué más podría desear?
Edward sonrió y se inclinó para besarla, agradecido por tenerla a su lado. Isabella lo amaba más de lo que se merecía, pero durante el resto de su vida trataría de hacerse digno de ese amor.
Dos semanas después, muy lejos del bullicio de Seatle, Edward y Isabella estaban el uno al lado del otro en la playa, las manos entrelazadas. Ella estaba descalza y llevaba un sencillo vestido blanco de algodón, además de un conjunto de pendientes, pulsera y colgante de plata que él le había dado como regalo de bodas.
Edward también estaba descalzo, e iba vestido con unos pantalones color crema y una camisa blanca.
No había invitados, ni padrino, ni madrina, ni damas de honor... sólo ellos, su hijo, un sacerdote y dos mujeres del pueblecito más cercano que habían accedido a ser testigos en la ceremonia.
—¿Se acerca una isla del Pacífico lo bastante a la boda de tus sueños? —le preguntó Edward a Isabella mientras el sacerdote se preparaba para dar comienzo a la ceremonia.
Ella alzó el rostro y lo miró, sonriente.
—Es la boda más perfecta que podría haber imaginado jamás —le contestó.
—¿Seguro que no echas en falta una iglesia, un montón de invitados, ni los regalos?
Isabella se rió.
—Créeme, conociendo a tu familia estoy segura de que cuando volvamos la casa estará llena de regalos —le dijo—. Aunque el mejor regalo ya lo tengo: os tengo a T.J. y a ti.
Edward tomó su rostro entre ambas manos y la besó con ternura.
—Te quiero. ¿Te lo he dicho ya hoy?
—Sí, pero nunca me cansaré de escucharlo.
Edward se inclinó y tomó sus labios de nuevo. El sacerdote carraspeó, y por un momento Isabella creyó que Edward iba a ignorarlo, pero levantó la cabeza con una sonrisa traviesa y le dijo en un susurro:
—Luego seguiremos.
Isabella sonrió, y sonrió también a T.J., que estaba muy modosito a su lado.
—Queridos hermanos —comenzó el sacerdote—, nos hemos reunido hoy aquí para celebrar la unión de dos personas; dos personas que se aman...
FIN
Ahora necesito de su ayuda a alguna que este interesada ya que quiero escribir una historia pero no soy buena para eso solo quisiera saber quien se ofrece a ayudame a que le de la forma y las palabra adecuadas.
Espero su respuesta y ayuda a esta pobre desesperada.