Último capítulo (two shot -especial: navidad).
Epílogo
¿Nunca te has puesto a pensar en que podrías ser uno de esos? Solo tienes que sentarte frente a una mesa, con una gran bola de cristal y decir lo que tus clientes quieren oír. Puedes hacer que todos te llamen adivina, para ocasionar la risa de los incrédulos y la duda de los ingenuos. Simplemente, en este caso, no podía creerlo. Por primera vez, me sentía capáz de adivinar el futuro. ¿Viviría Sasuke a los alrededores?, me había preguntado unos cuantos minutos antes. Quizás vivía cerca y yo nunca me había percatado. Sasuke vivía cerca, a unas dos cuadras exactas de mi hogar. Nada más que unos doscientos metros de mí, y yo nunca me dí cuenta. ¿Por qué? Porque era una despistada.
- ¿Te gustan los fuegos artificiales? - me preguntó mientras abría la puerta.
- Me gusta verlos en el cielo, pero no encenderlos. Puedes quemarte una pierna, te lo aseguro.
Observé como ingresaba dentro, en su pequeña y modesta casa. Aunque de pequeña no tenía nada, era del tamaño de un hospital en el que trabajarían más de mil empleados diariamente. Resulta perjudicial para la salud emocional y física vivir en una estructura tan grande sin nada más que la sombra propia. No es que no estuviera amueblado, sino que estaba vacío. Vivía solo.
- El ser humano no nació para vivir solo - susurré automáticamente.
- No podrías estar más acertada - me contestó con media sonrisa - pero es solo una etapa.
- ¿Una etapa? - le pregunté sentándome en una silla. Él asintió.
- La etapa de independizarse de los padres.
Me sentí un poco nostálgica al recordar mis planteos adolescentes, sobre cómo iba a separarme del vientre materno y paterno para desarrollarme independiente en la sociedad. Lamentablemente, ninguno de mis planteos resultó acertado. Trabajé y luché mucho para mantenerme económicamente y luego permitirme estudiar. Mi mente se nubló al ver una foto, de Mikoto y Sasuke, en una de las paredes de la cocina. El marco era de color azul con pequeñas flores blancas, muy detallista.
Sasuke se sentó en la silla opuesta y dejó en la mesa un par de cuadernos de tapa rosa. No sabía que el rosa era un color de su predilección.
Momento, el color rosa era de mi predilección.
- ¡Mis anotaciones! - grité emocionada revolviendo páginas - no pensé que las conservaras.
- Fue el único recuerdo que me quedó de tí.
Y sus ojos se posaron en mi, queriendo averiguar todos mis pensamientos, todos mis sentimientos. Su mirada era fija, deliciosamente intensa. Por lo tanto, me dediqué a leer mis anotaciones. Todas referidas a Sasuke, desde que me dedicó una risa auténtica hasta cuando le entregué los cuadernos; el día en el que fuimos separados. Comencé a reirme y nos propusimos recordar los viejos tiempos...
Mi bolso floreado estaba allí, sobre mi cama, lleno de pequeños paquetitos que crujian maliciosamente... delatándome. Solo eran algunas cursilerías para mis compañeros de andanzas, algunas enfermeras, limpiadoras y doctores. Supongo que no contribuía a un gesto de cariño sino a uno de agradecimiento por ayudar a integrarme en mi trabajo. La casa estaba en orden, incluso la cocina estaba limpia a pesar de mis fallidos intentos de hacer alguna comida navideña comestible. Me vi obligada a llamar a Mikoto, para que me diera algunos consejos sobre como obtener un budín original y de sabor vainilla. Me serví un vaso de agua mineral, como solía hacer antes de tomar una gran decisión, y al tomarlo, me planté frente al calendario. Otra vez. Pero esta vez, había llegado el día: veinticuatro de diciembre. Faltaba solo media hora para que se dispararan los fuegos artificiales, y yo debía llegar a salvo al hospital. Tenía el turno de la noche, maldito turno, malditos horarios. Por supuesto que había intentado cambiarlo, suprimirlo, extorcionarlo, pero nada sirvió. Por lo menos, tendría todo el día de mañana para disfrutar...
Unos golpecitos en la puerta me sacaron de mis pensamientos. Caminé hasta el recibidor, tomé fuerzas para afrontar lo que fuera a pasar...
- Sasuke - susurré soltando el aire de valentía - ¿Qué haces aquí?.
- No creo que quieras ir sola por un campo minado lleno de pirotecnia.
- ¡Eres mi salvación! - reconocí mientras pegaba un saltito de alegría.
Tomé mi bolso, un abrigo, y cerré la puerta con cuidado. Lo dirigí al camino del hospital y él solo se ocupo de perder mi mano entre la suya, como siempre hacíamos. Ese lazo era indescriptible. Miré hacia el cielo aún vacío y me maldije a mi misma; maldito turno, malditos horarios. No era una mala idea ser acompañada por tu amigo de la infancia en noche buena, o pasar navidad con él... pero si era una mala idea suponer que él solo era un amigo de la infancia.
- Nunca imaginé que un hospital se vería tan... - dudó él mientras observabamos la fachada del lugar.
- ¿Acogedor? - atisbé con una sonrisa.
- Sí, acogedor.
- A los niños les gustan las luces, los dulces y Papa Noel.
Arqueó una ceja y sonrió. Apreciamos el juego de luces que cubría cada ángulo de las paredes, que cambiaban de color y de forma. Todo un espectáculo.
- Debería entrar - admití - es importante la puntualidad.
- ¿Entras a las doce en punto? - preguntó incrédulo.
- Ni un segundo más, ni un segundo menos.
Y me despedí dándondole un beso en la mejilla en punta de pie. Cuando volví a mi estatura normal, sin alejarme demasiado, sentí como él tomaba mi mentón y me acercaba. Mis piernas temblaron, queriendo escapar... Era irreal, totalmente irreal. Mi corazón y mis piernas se desconectaron de mi cuerpo. Cerré mis ojos bruscamente cuando él atrapó mis labios, de una forma dulce y delicada; era irreal, totalmente irreal.
- ¿Mañana vendrás a casa? - me preguntó con una sonrisa.
- Por supuesto, ¿no dijiste que querías una navidad sutil? - interrogué un poco embobada aún. Momento: ¿una sonrisa?.
- Sí - asintió - pero sin frutas secas.
"Oh, no" pensé. Mikoto le había comentado de mi budín y mi pasado oscuro. Yo estaba en un estado de negación y aturdimiento, junto con muchos sentimientos y a él se le ocurre soltar su arma mortal. Mikoto... Un pensamiento me recorrió fugazmente: quizás pasaría año nuevo acompañada. Y algunos días del futuro año también, ¿por qué no?.
- Es de vainilla - le reproché.
Volvió a tomar mi mentón y me atrapó de la misma forma, dulce y delicada; irreal, totalmente irreal.
Era sutil. Él era sutil.