CAPÍTULO XII
Seis meses después, la aventura irlandesa de Ginny no había salido tan bien como esperaba. Brennan y ella se habían separado. Sola con James, las cosas empezaron a complicársele demasiado para poder cumplir con los entrenamientos, los partidos y atender al mismo tiempo a su hijo. No podía volver a Inglaterra porque tenía firmado un contrato por dos años con los Kenmare Kestrels. No podía permitirse cancelarlo y perder tanto dinero. Además que no quedaría muy bien en su currículum cuando buscara nuevo equipo. Así que, a contrapecho, envió una lechuza a sus padres.
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Seis meses después, Severus y Harry habían llegado a un nivel de convivencia bastante aceptable y su relación ya no era ningún secreto para nadie. Ni siquiera para Robards. Habían pasado un par de maravillosas semanas en las Islas Orcadas, frente a la costa norte de Escocia. Sus primeras vacaciones juntos. Harry había podido descubrir un poco más del hombre que se escondía bajo la austera y severa apariencia del Director de Hogwarts. Que dejaba de serlo cuando atravesaba la puerta de sus habitaciones privadas. Severus era el mejor amante que Harry había tenido en su vida. La primera vez que le había dejado tomarle (y no es que hubiera sido fácil convencerle), había sido uno de los momentos más íntimamente emotivos que jamás había experimentado con nadie. Tener a Severus había sido como aprobar Pociones con un Extraordinario los seis cursos de Hogwarts. O ganar la copa de Quidditch cada año. O hacer un amago de Wronski, cayendo en picado como una roca hacia el suelo, la adrenalina sacudiendo todo su cuerpo, y justo antes de colisionar contra el campo, elevarse triunfante con la snitch en la mano. También había empezado a apreciar realmente su especial sentido del humor. Junto a Severus, Harry se sentía extrañamente calmado. Como si nada pudiera salir mal mientras estuviera inmernso en el mundo ordenado y lógico de su amante. Ya se encargaba él de sacudirlo un poco, de vez en cuando. Lo que no esperaba era que llegara alguien, que no fuera él, a sacudirlo por completo.
El uno de septiembre siempre era un día especial. Substancialmente estresante para todo el personal de Hogwarts, incluidos los elfos domésticos. En unas horas habría un montón de adolescentes corriendo y gritando por los corredores del viejo castillo. Y un asustado grupo de niños de primero a los que habría que tranquilizar y, en algún caso, consolar. Aquel era el primer desayuno de los Profesores en el Gran Comedor, todavía vacío de alumnos hasta la noche. Todos habían llegado un par de semanas antes para empezar a preparar sus clases. Pero cada uno iba a su ritmo, desayunando en sus propias habitaciones y comiendo y cenando en sus despachos, o reuniéndose en el de Severus para almorzar mientras repasaban planes de estudios. Y todos estaban de acuerdo, unánimemente, en que Harry había sido lo mejor que había podido sucederle al Director y por extensión, a ellos. Como sucedería durante los próximos nueve meses a esa hora, las lechuzas irrumpieron en el gran comedor, aunque en menor número de lo que sería habitual durante el curso. Una de ellas aterrizó ante Harry, quien había sido invitado a compartir las comidas con el profesorado siempre que quisiera. Ni Severus ni el auror habían considerado oportuno imponer la presencia de éste último en el Gran Comedor, dado que las parejas del resto de profesores que también las tenían, no gozaban de ese privilegio. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en que el joven debía gozar de esa prerrogativa: era Harry Potter, para empezar, había sido alumno de Hogwarts, tenía amigos de su edad entre los profesores, como Neville y ahora también Dean Thomas, quien se había unido al claustro como Profesor de Estudios Muggles —otra gran idea de Harry que hizo chirriar los dientes de Severus— y para terminar, pero no por ello menos importante, era el artífice de la "dulcificación" del carácter del Director. Que no era moco de pavo.
—¡Joder!
Harry dejó su taza de té sobre la mesa de forma tan brusca que un poco de líquido rebosó y cayó sobre el mantel. Pasó la mano nerviosamente por su alborotado cabello, mientras seguía leyendo la carta que tenía en la mano. Severus observó en silencio el ceño fruncido de su pareja y trató de ignorar el resoplido de disgusto que escapó de sus labios mientras doblaba el pergamino y lo guardaba en el bolsillo de su túnica.
—Voy a matar a esa mujer… —murmuró, apretando los puños con mal contenida impotencia.
—Que suerte que seas auror, podrás detenerte a ti mismo —ironizó Severus.
Pero la pequeña broma no causó el efecto esperado.
—¿Y quién va a ser la finada, entonces? —preguntó a continuación.
—Ginny —masculló Harry.
Y realmente se levantó de la mesa con cara de ir a matar a alguien.
—Trataré de estar aquí para el Gran Banquete —dijo.
Se inclinó sobre Severus y dejó un rápido beso sobre su cabeza. Después abandonó el Gran Comedor a grandes zancadas.
—Eso ha sido escalofriante —aseguró Völund, quien estaba sentado al otro lado de Severus—. El auror Potter en modo asesino da realmente miedo.
El Director volvió el rostro hacia él, su expresión compitiendo en ese momento con la de Harry.
—Tú también das miedo, Severus.
Völund se llevó su taza de té a los labios para esconder una sonrisa demasiado divertida para la ocasión.
Severus estuvo preocupado toda la mañana. Ignoraba el contenido de la carta que había recibido Harry. Lo único que sabía era que estaba relacionado con la madre de su hijo y que no debían ser muy buenas noticias desde el momento en que Harry había sentido deseos de matarla. Esperó recibir una lechuza a la hora de comer, considerando que Harry ya se habría calmado y se habría dado cuenta de que le había dejado inquieto. Pero esperó en vano. Por la tarde, acercándose inaplazablemente la llegada de los alumnos, se sumergió en los últimos preparativos sin tiempo para pensar nuevamente en el extraño comportamiento de su pareja. Media hora antes de que se abrieran las puertas del Gran Comedor y el banquete empezara, Severus descendió a sus habitaciones en las mazmorras para cambiarse. Para las grandes ocasiones solía mudar su túnica negra de trabajo por una elegante túnica de color verde oscuro y los puños de las mangas y el cuello de color gris plateado. Estaba considerando, únicamente por complacer a Harry, ampliar el colorido de su vestuario con alguna túnica más en color verde, púrpura o incluso azul. Durante sus vacaciones en las Islas Orcadas Harry le había obligado a comprar algunas prendas muggles que íntimamente reconoció que no le sentaban nada mal. Y le había gustado especialmente la mirada de Harry sobre su trasero, embutido en esos pantalones… vaqueros.
Cuando llegó a sus habitaciones le intranquilizó oír la voz de Harry hablando con alguien en el dormitorio.
—Ni te muevas, ni toques nada. Aquí hay cosas valiosas para Severus y él se enfadaría mucho si las rompieras.
El Director se apresuró hacia allí con el corazón en la garganta, especialmente después de oír la última frase.
Se encontró con que el pequeño James estaba sentado sobre la cama, golpeando rítmicamente con los pies contra el colchón, mientras Harry, con su baúl abierto en el suelo, iba metiendo sus cosas en él.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
Harry se volvió sobresaltado.
—Hola —saludó James con la mano—. Estamos haciendo el baúl.
Severus apenas prestó atención al niño, su mirada fija en el padre, esperando una explicación.
—Un pequeño problema —Harry, y continuó descolgando sus camisas del armario—. Ginny no puede hacerse cargo de James por una temporada. Y Molly tiene a Rose en La Madriguera con el sarampión. Por lo visto hay una epidemia en la guardería. Así que vuelvo a mi apartamento con James, hasta que pueda resolver esto… de alguna forma.
Severus le dirigió una mirada gélida.
—Repetiré mi pregunta —dijo—. ¿Qué se supone que estás haciendo?
Harry dejó caer la camisa que tenía en la mano dentro del baúl, mirando a Severus desconcertado.
—¡Acabo de explicártelo!
Severus desvió su mirada hacia la cama.
—Vamos, James —dijo tendiéndole la mano—. Cuando tu padre deje de hacer el idiota, tal vez quiera reunirse con nosotros en el Gran Comedor.
Contento ante la perspectiva de algo más divertido, el niño se deslizó de la cama y se apresuró a tomar la mano de Severus. Le dirigió a su padre una resignada mirada de "tú te lo pierdes" y salió de la habitación junto al Director dando pequeños brincos para poder seguirle el paso al mago adulto. De repente Severus se detuvo, recordando el motivo que le había llevado a sus habitaciones. Retrocedió unos pasos y agitó la varita en dirección al armario. La túnica verde voló hacia él. James aplaudió entusiasmado y espero con impaciencia a que el Director se quitara la túnica negra y la cambiara por la verde.
—¿Piensas quedarte ahí, Potter? —gruñó Severus, sin dirigir en ningún momento la mirada hacia Harry.
El auror se apresuró a seguirles.
Aquella noche a James le faltaron ojos para abarcar tantas cosas maravillosas. Las asombradas exclamaciones del pequeño llenaron de sonrisas la mesa de Profesores. De pie sobre la silla que habían colocado entre Severus y su padre, no paraba de señalar al techo encantado, las banderolas de las cuatro casas que se movían sobre las mesas, gritando sorprendido de ver a tantos niños juntos, ¡muchos más de los que había en su guardería! El Sombrero Seleccionador le fascinó, al principio confundiéndolo con una marioneta y después aplaudió entusiasmado cada vez que un nuevo niño era seleccionado, a pesar de no entender muy bien qué sucedía. ¡Pero todo el mundo aplaudía! Y si su padre no le hubiera sujetado a tiempo, hubiera corrido a subirse al taburete él también. Después, cuando la comida apareció sobre la mesa, no podía decidir qué quería de tanto manjar delicioso que se extendía ante su vista. La repentina aparición de los fantasmas le asustó un poco. Y cuando Nick Casi Decapitado vino a presentarle sus respetos, atravesando la mesa delante de él, casi se cae de la silla del susto.
—Quiero que entiendas, James, que hoy has sido un niño muy afortunado —le dijo Severus, muy serio—. Porque has formado parte de una ceremonia que no tendrías que haber visto hasta que hubieras cumplido once años.
Impresionado, James asintió, con sus grandes ojos castaños muy abiertos.
—¿Podré contárselo a mis amigos?
Con la misma seriedad, Severus negó con la cabeza.
—No, este es un secreto que no puedes revelar.
—¿Ni siquiera a Rose?
Severus miró a Harry, porque no sabía quién era Rose.
—No, a la prima Rose, tampoco —aclaró éste, siguiéndole el juego al Director.
—Vale —después James se volvió hacia su padre y muy bajito preguntó— ¿Qué es una ceramonia?
Severus había ordenado a los elfos domésticos que pusieran una cama pequeña en su habitación para salir del paso. Ya pensaría más adelante cómo organizar aquel inesperado problema. James estaba tan excitado que a Harry le costó horrores dormirle. Y cuando por fin lo logró, volvió a la sala para enfrentarse a Severus, sin saber muy bien a qué se enfrentaba exactamente.
—¿Me dirás qué te pasa? —preguntó ante el silencio con el que fue recibido.
Severus le dirigió una mirada helada.
—Ibas a marcharte —respondió secamente.
—Te expliqué el porqué.
Severus estaba sentado en su sillón, frente a la chimenea, y saboreaba una copa de whisky de fuego.
—Tomaste una decisión sin darme oportunidad de expresar mi opinión—acusó.
—Es algo temporal, Severus. ¡No te estoy abandonando, por el amor de Dios!
A cada segundo que pasaba, Harry se sentía menos seguro de sí mismo y más convencido de que, si Severus seguía mirándole de aquella forma, se pondría a limpiar calderos de motu proprio.
—Tengo un hijo, Severus —trató de hacerle entender—. Y no pretendo que los problemas que se deriven de ello te afecten a ti.
Severus tomó un nuevo trago de su copa y después la dejó en la mesita, justo a su lado. Entrelazó los dedos sobre su regazo y fijó de nuevo su mirada oscura y profunda en el auror.
—Soy muy consciente de que tienes un hijo, Harry. Y de que, tarde o temprano, formaría parte de nuestra relación de una u otra forma. Reconozco que no esperaba que fuera tan temprano; pero tampoco esperaba que me apartaras de la forma en que ibas a hacerlo.
Harry dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, con gesto derrotado.
—No creí que quisieras a un revoltoso niño de cinco años correteando por aquí.
—No me preguntaste —el tono de Severus seguía siendo duro y cortante.
Finalmente, Harry se sentó en el otro sillón. A lo mejor Severus pensaba que la cosa era sencilla. Así que procedió a explicárselo.
—Hay que llevarle a la guardería a las nueve y recogerle a las tres. Después hay que prepararle la merienda y entretenerle hasta la hora de la cena. Bañarle, darle la cena y preparar su mochila con ropa de recambio y todo lo que pueda necesitar para el día siguiente. Y le gusta que le lean un cuento antes de acostarse, aunque se duerme enseguida. —Harry suspiró—. A veces todavía se le escapa el pis en la cama…
Severus esbozó una sonrisa irónica.
—¿Y cómo pensabas arreglártelas con todo eso y tu trabajo?
Harry se encogió de hombros.
—Supongo que iba a llorarle un poco a Robards —reconoció—. Un sarampión no puede durar mucho…
Ambos permanecieron en silencio durante unos segundos. En esos momentos Harry se sentía fatal por no haber hablado aquella mañana con Severus, cuando recibió la carta de Molly Weasley, y haberle contado lo que pasaba.
—Lo siento, Severus. No pretendía hacerte de menos —se disculpó—. Es sólo que pensé…
—… que no quería niños correteando por aquí —le cortó el Director.
También Severus sintió un pequeño ramalazo de culpa. Era cierto que él no era amante de los niños. Generalmente, no los soportaba. Y que fuera Director de una institución como Hogwarts no implicaba que tuviera que amarlos; sólo educarlos y poner en sus manos las herramientas necesarias para que supieran qué hacer con su vida adulta. Siendo sincero consigo mismo, la reacción de Harry no había sido tan desorbitada. Pero ahora que compartía su vida con él, que le amaba, le había dolido que su pareja no confiara en él en un asunto tan importante para el auror como era su hijo.
—Podemos arreglárnoslas —habló a continuación, todavía en un tono seco—. Tú le dejas en la guardería por la mañana, antes de ir al trabajo. Yo le recogeré por la tarde.
Harry le miró con tal expresión de incredulidad en la cara, que Severus casi se ofendió.
—Por la merienda no hay que preocuparse —continuó—. Los elfos domésticos prepararán lo que sea necesario. También lavarán su ropa y harán cualquier otra cosa que el niño necesite. Y después de lo visto hoy en la mesa de Profesores —Severus sonrió maliciosamente—, estoy seguro de que habrá cola para entretenerle hasta la hora de la cena. Por supuesto que no pienso ocuparme del baño —ciertos puntos debían quedar suficientemente claros desde el principio—, ni de darle la cena. Sólo cortaré lo que sea necesario, en caso de que sea difícil para él. Tampoco leeré o contaré ninguna clase de cuento o historia. Todo eso es cosa tuya.
Harry se levantó de su sillón, tratando de no sonreír demasiado. Se sentó a horcajadas sobre el regazo de Severus.
—¿Estás seguro?
El Director hizo un ruido de molestia.
—¿Está dudando de mi, auror Potter?
—Para nada, Director Snape —Harry se inclinó sobre los tensos labios de su pareja y le besó suavemente—. Para nada…
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James se adaptó rápidamente a la nueva rutina. Que su papá le llevara cada día a la guardería por las mañanas, vestido con su impresionante uniforme de auror, era alucinante. Y él fardaba de su papá como haría cualquier niño en su lugar. Pero que Severus viniera por las tardes a buscarle, era lo más. Hasta la señorita Chang parecía morir del susto cada vez que el Director salía de la chimenea de la guardería. Y los papás y las mamás de los otros niños le saludaban con mucho respeto. Y a él le parecía muy divertido porque sabía que Severus no era tan antipático como pretendía demostrar. A veces era gruñón, cierto. Y si hacía alguna travesura, le lanzaba una mirada de las de hacerse pis en los pantalones. Pero James había descubierto que si ponía ojitos tristes y fingía un puchero, Severus resoplaba, conteniendo su enfado, y después le decía que se sentara y le hiciera un dibujo. Y él lo hacía porque la mirada de hacerse pis en los pantalones no era muy agradable, de hecho. Y porque, el muy chivato, se lo contaba después a su papá y éste le reñía. Y si había sido muy travieso le ponía un castigo, como no leerle el cuento de antes de acostarse.
A veces, cuando sabía que Harry llegaría muy tarde y cansado del trabajo, Severus llenaba la bañera, aparentando mucho fastidio, ponía un montón de hechizos para que el niño no sufriera ningún inesperado accidente y le metía en el agua. Incluso le ayudaba a desvestirse cuando James se liaba con el jersey en la cabeza, o se le enredaban los pantalones en los pies. Con la misma expresión de fastidio le secaba, utilizando un hechizo que a James le provocaba muchas cosquillas y hacía que no parara de reírse y dar saltitos hasta que terminaba. Y el pequeño estaba seguro de que Severus se aguantaba la risa también, porque le había pescado más de una vez con la sonrisa en los labios. Después le daba el pijama y el niño se lo ponía con mucha más destreza de la que tenía para desvestirse. Porque cuando se desvestía, lo hacía a lo loco, nervioso e impaciente por meterse en la bañera a jugar con sus muñecos. Sí, ahora en la bañera de Severus había muñecos. A continuación se sentaban en la sala, para esperar a Harry y cenar los tres juntos. Si tardaba mucho, Severus le sentaba a la mesa para que empezara a comer él primero. Y mientras lo hacía, James le bombardeaba con miles de preguntas que el hombre iba respondiendo, mientras le reñía por hablar con la boca llena, por no masticar lo suficiente, por no comerse todas las verduras…
Cuando Harry llegaba, la expresión de Severus cambiaba a otra mucho más tranquila y contenta. Hasta James podía darse cuenta de eso. Ya le habían explicado que estaban juntos como una pareja. Y a pesar de que durante unos días no pudo contener una risita tonta y nerviosa cada vez que se besaban en su presencia, a James le gustaba que su papá se viera tan feliz. Por esa razón, James también quería a Severus. Después de cenar, a veces se sentaban los tres en el sofá. Severus abrazaba a Harry y a su vez, Harry sentaba a James en su regazo para leerle el cuento. El niño lamentaba que eso sólo sucediera cuando su papá llegaba temprano del trabajo.
Pasados quince días, la abuela Molly se puso en contacto con Harry para decirle que ya podía hacerse cargo del niño. La Madriguera estaba libre del virus del sarampión.
—Mañana procuraré librarme de cualquier asunto que pueda complicarme el día y llevaré a James a La Madriguera cuando vuelva del trabajo.
Estaban sentados en el sofá, tomando una tardía taza de té. Habían acostado a James hacía un buen rato y ahora disfrutaban de una bien merecida tranquilidad. Severus miró a su alrededor. Había dibujos del niño colgados en cada trocito de pared que no estaba ocupada por una estantería, por un cuadro o una puerta.
—¿Por qué? —preguntó Severus.
—¿Por qué, qué? —preguntó distraídamente Harry.
—¿Por qué James tiene que volver a La Madriguera? —Severus miró a su compañero con un destello juguetón en los ojos— ¿Acaso no eres tú su padre?
Harry se incorporó un poco, para poder ver bien a su pareja.
—Esto ha sido un arreglo temporal, Severus. James estará mejor con su abuela.
—No nos las hemos arreglado tan mal —Severus dio un sorbo a su té—. Y James parece bastante contento.
—Pero estará mejor con su abuela —aseguró Harry—. Además, ahora que hemos comprobado que nos las arreglamos, podemos tenerle los fines de semana.
—En eso te equivocas, querido. Será los fines de semana cuando se lo mandemos a la abuela —Severus sonrió—. Porque los fines de semana en estas habitaciones habrá sexo salvaje y depravado, no apto para menores.
Harry se incorporó totalmente, dejó la taza de té en la mesita frente a ellos y miró a Severus, buscando cualquier rastro de burla en él.
—¿Sabes cuál es tu problema? —ahora sí que la voz de Severus sonó un poco burlona— Te asusta la responsabilidad.
—¡Oh, no me jodas! —exclamó Harry, ofendido.
—¿No quieres que te joda? —se burló abiertamente Severus— Siento recordarte que esta noche me toca a mí.
—¡Hablo en serio!
—Yo también —Severus sonrió maliciosamente—. Vas a tener tu culo en pompa en cuanto termine mi té.
Y así fue. Lo de que Harry se encontró a cuatro patas en el sofá en cuanto Severus dejó la taza en la mesa. Y lo de que James se quedó a vivir con ellos hasta que Ginny consiguió un contrato con las Avispas de Wimbourne, cuya sede estaba en Londres. Y eso no sucedió hasta después de dos largos años.
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Marzo de 2015
De pie delante de la mesa del Director de Hogwarts, James Potter trataba de aparentar una serenidad que no sentía. Cuando había entrado en su despacho ni siquiera le había mirado. Un serio y seco "espere" había detenido bruscamente la intención de James de sentarse, mientras Severus seguía escribiendo, concentrado en su pergamino. El adolescente sabía que no era más que una manera de crisparle los nervios. De minar su confianza en sí mismo. ¿Qué podía hacer el Director después de todo? ¿Castigarlo? Ya estaba acostumbrado a los castigos. ¿Expulsarlo? No se atrevería. ¿Decírselo a su padre? ¡Vaya novedad! Pero le reventaba acabar en el despacho de Severus, cuando cualquier otro Gryffindor hubiera acabado en el de McGonagall y aquí paz y después gloria. Pero no. Severus se tomaba muy a pecho lo de padre sustituto. Lo peor era que seguramente mañana, antes del desayuno, se enfrentaría a un buen rapapolvo de su verdadero padre y a su expresión decepcionada.
El Director dejó por fin la pluma en el tintero y alzó una irritada mirada hacia él.
—Bien, señor Potter, otra vez por aquí.
¡Cómo le reventaba que Severus le tratara de usted! Marcando distancia entre ellos, como si fueran dos desconocidos.
—Eso parece, señor.
Severus se echó hacia atrás, apoyando la espalda en el alto respaldo de su sillón.
—Parece usted empecinado en acabar con mi escasa paciencia —Severus entrelazó sus dedos en un gesto más que estudiado—. Como si usted no conociera de sobras mi carácter, señor Potter.
James balanceó el peso de su cuerpo de una pierna a otra, incómodo.
—Así que ahora se dedica a organizar partidas de póquer…
James miró al suelo. Era difícil mantenerle la mirada al Director cuando sus ojos le perforaban de la forma en que lo estaban haciendo en ese momento.
—Sólo es un juego —musitó.
—No es un juego cuando se apuesta dinero. U objetos de valor.
James tragó saliva. No debió dejar que ese idiota Slytherin apostara el anillo de su familia. Habría bastado con hacerle atravesar el colegio en calzoncillos, o sin ellos dependiendo del importe de la deuda, como hacían con todos los que no podían cubrir sus apuestas. Ese cretino iba a saber quién era James Potter en cuanto le tuviera en la mira de su varita.
—¿A cuántos alumnos han desplumado usted y sus amigos, señor Potter?
¡Sí, sus amigos! ¡Él era el único que estaba en el despacho del Director!
—No llevo la cuenta —masculló, envalentonándose un poco—. Además, yo no obligo a nadie a jugar. Si son unos ineptos, no es culpa mía.
Severus esbozó una sonrisa irónica.
—Eso es en lo único en lo que puedo estar de acuerdo con usted —convino—. No se preocupe, también tendrán su correspondiente castigo.
James estuvo a punto de sonreír. Aunque fue lo suficientemente prudente como para no hacerlo. Severus le miró fijamente durante unos momentos.
—Sus visitas a Hogsmeade quedan canceladas este curso —sentenció.
James abrió la boca para protestar, pero la severa mirada del Director le convenció de que era mejor no hacerlo.
—Y ayudará a Madame Pince en la biblioteca cuando salga de clase hasta la hora de la cena, durante tres meses.
—¿Tres meses? ¡Eso es hasta final de curso! —exclamó James—. Además, ¿cuándo voy a hacer mis deberes?
Severus sonrió maliciosamente.
—Estoy seguro que estudiar y hacer sus deberes hará que sus noches sean mucho más productivas para su futuro que las partidas de póquer. Puede retirarse.
Bullendo de furia, James apretó los puños pero no dijo nada. Sabía que era inútil. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
—Ah, señor Potter… —James se detuvo justo en el umbral, pero no se volvió—… devuélvale el anillo al señor Malfoy.
Con un resoplido, James salió del despacho dando un portazo. Severus decidió que no se lo tendría en cuenta.
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A sus treinta y cinco años, Harry era un hombre indudablemente atractivo. Incluso a pesar de las marcas que las preocupaciones de su cargo habían dejado ya en su entrecejo. Era el Jefe de Aurores más joven que hubiera tenido jamás el Ministerio, ya que había accedido al puesto a los veintisiete años. Cuando Severus le veía llegar cada noche, y acudir a sus brazos como si aquellos doce años no hubieran pasado, había algo en su pecho que se expandía y llenaba su corazón como a un jovenzuelo enamorado.
Harry se libró de su túnica, ahora con la insignia de Jefe de Aurores y la dejó caer sobre el sofá. La cena esperaba en la mesa, caliente gracias a los hechizos que los elfos ponían en ella, como cada noche.
—¿Cómo ha ido tu día? —preguntó Severus.
Harry suspiró con cansancio.
—Me faltan horas para resolver todo lo que tengo entre manos.
—Deberías tomarte unos días —sugirió el Director—. Podríamos aprovechar las vacaciones de Pascua.
—Sabes que no puedo —Harry le dirigió a su pareja una mirada de disculpa.
—Estoy seguro de que pueden prescindir de ti durante tres o cuatro días —insistió Severus—. Habla con Shackleboolt.
Harry revolvió su plato con el tenedor, pensativo, bajo la atenta mirada de Severus.
—Podríamos ir a algún sitio —habló de nuevo el Director—. Sólo nosotros dos.
Harry sonrió.
—Es muy tentador —admitió—. Déjame pensarlo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Pero este verano sigue en pie lo de Japón, Potter —le advirtió Severus.
—Te lo prometo —Harry apretó cariñosamente la mano de su pareja sobre la mesa.
Severus llevaba años queriendo visitar el país del sol naciente, entrevistarse con varios afamados pocionistas nipones y aprender algunos sus ancestrales secretos. Por diferentes razones, habían ido aplazando el viaje un año tras otro. Pero, por fin, ese verano su sueño iba a cumplirse y Harry no tenía ninguna intención de que se frustrara. Una vez tocado el tema de Japón, Severus se pasó el resto de la cena disertando sobre las excelencias de las pociones orientales.
Más tarde, ya sentados en el sofá, cada uno con su taza de té en la mano, Harry dijo como quien menciona algo de pasada:
—Esta mañana he recibido una lechuza de Draco Malfoy. Instándome a hablar con el fullero de mi hijo para que le devolviera cierto anillo familiar al suyo —dio un sorbo a su té antes de comentar—: Realmente sorprendente que un Malfoy se ensucie la boca con la palabra fullero. O el pergamino, para el caso.
Severus suspiró. El maldito Malfoy podía haberse metido el pergamino en cierto sitio y dejar que la cosa se resolviera en el colegio, como debía ser. Ahora que formaba parte del Consejo Escolar, como Lucius en su día, tendría que prepararse para escuchar en la próxima reunión algún que otro irónico comentario contra su pareja, que Severus se vería obligado a atajar de forma todavía más irónica. ¡Que Merlín amparara a Scorpius Malfoy por haber corrido a llorarle a su papá!
—Ya me he ocupado de eso —respondió tratando de atajar lo que seguramente vendría a continuación.
—Claro que lo que más me ha cabreado ha sido que, cínicamente, pusiera en duda mi capacidad como Jefe de Aurores, dado que al parecer no puedo controlar ni a mi propio hijo —siguió hablando Harry, como si no le hubiera escuchado.
—James ya ha sido apropiadamente castigado —le informó el Director.
Harry soltó una carcajada sarcástica.
—Oh, no, créeme que no —dejó bruscamente la taza sobre la mesa—. Cuando termine con él deseará que le hubiera pasado por encima una manada de hipogrifos.
Severus suspiró de nuevo.
—¿Y qué esperabas? Tu hijo es una perfecta combinación de genes Potter y Weasley. Una bomba de relojería programada para estallar en Hogwarts —se burló.
Pero a Harry no le hizo ninguna gracia. Severus dejó su propia taza de té en la mesa y abrió los brazos.
—Ven aquí —ofreció.
Harry le dirigió una mirada todavía enfurruñada, pero finalmente se dejó abrazar. Severus acarició el espeso cabello negro, mientras su otra mano recorría la tensa espalda del Jefe de Aurores. Pasado un rato, cuando estuvo seguro de que Harry ya no iba a saltar, Severus dijo suavemente:
—Lo que realmente te cabrea es la carta de Malfoy, reconócelo. Vas a machacar a James solamente por unas ya demasiado viejas y ridículas rencillas con Draco.
—No trates de defenderle —masculló Harry, todavía enfadado.
—No le defiendo —aseguró Severus—. He cancelado sus salidas a Hogsmeade por lo que queda de curso y cumplirá un castigo con Madame Pince cada día después de clase hasta la hora de la cena.
Esta vez fue Harry quien suspiró. Se puso todavía más cómodo entre los acogedores brazos de su amante.
—No has tenido piedad, ¿eh? —reconoció después.
—Ya me conoces.
Harry apretó el rostro contra el pecho de Severus, respirando su olor.
—Qué voy a hacer con este chico… —murmuró.
Severus se rió, no muy alto para no enervar otra vez al hombre ya calmado que tenía entre sus brazos.
—Le dijo la sartén al cazo… —respondió con cariño.
—No te burles.
—Oh, vamos, Harry. No fuiste un estudiante brillante, excepto por Defensa contra las Artes Oscuras. Y no creo que quedara alguna norma en el colegio que tú no burlaras. Ni siquiera te presentaste a los ÉXTASIS y ahora eres el Jefe de Aurores. Lo mínimo que podemos esperar de James es que se convierta en el próximo Ministro de Magia.
—Parece que me haya ganado el puesto en una tómbola —refunfuñó Harry—. Odio cuando te pones sarcástico.
—Pero me amas el resto del tiempo.
—Eres un hombre con suerte, créeme.
—Sin lugar a dudas —y a continuación Severus susurró con voz profunda y ronca—: Fóllame.
A Harry se le erizaron los pelitos de la nuca.
—¿Aquí? —preguntó mientras su mano se deslizaba hasta la entrepierna de Severus y empezaba a acariciarla despacio.
—Mi espalda agradecerá la cama —reconoció el Director.
—Bien —Harry ya estaba abriendo la cremallera del pantalón de su amante e introdujo la mano para encontrar su miembro erecto y caliente.
Severus gimió satisfecho al sentir por fin la mano firme y experta reconociendo su terreno.
—¿En qué coño pensabas mientras yo desahogaba contigo mis problemas? —preguntó Harry, ralentizando maliciosamente sus caricias. Aquello no había crecido en el último minuto…
—En otros desahogos mucho más placenteros. Evidentemente.
—Evidentemente…
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Con andar taciturno, James recorrió el último tramo de corredor que llevaba a los aposentos del Director de Hogwarts en las mazmorras. La Profesora McGonagall se había presentado en la Sala Común de Gryffindor a las ocho de la mañana y, con semblante agriado, le había dicho que su padre quería verle en sus habitaciones antes del desayuno. Sus primos Rose y Hugo, y también sus amigos, le habían mirado con pena.
El adolescente se detuvo frente a la puerta, respiró hondo y llamó. Fue Severus quien le abrió.
—Pasa, tu padre te está esperando.
Joder, había sonado como una sentencia, pensó James. Penetró en las habitaciones que tan bien conocía y encontró a su padre en la sala, poniéndose la túnica de uniforme, seguramente preparándose para marcharse al trabajo. El chico se animó ligeramente. Si su padre tenía prisa por irse, a lo mejor despacharía el asunto rápidamente.
—Ah, aquí estás…
El tono no había sonado demasiado esperanzador, pensó el pelirrojo. Su padre acabó de abrocharse la túnica y le lanzó esa mirada que James sabía que sólo podía significar que estaba en problemas. De los gordos.
—Pareces empeñado en seguir demostrándome tu falta de responsabilidad, James. Y de sentido común, además —Harry miró a su hijo con cierta impotencia reflejada en el rostro—. Sé que ya has sido debidamente castigado. Pero dado que pareces sentir una completa indiferencia por la confianza que había depositado en ti, espero que esta noche me traigas lo que tú y yo sabemos. Queda confiscado indefinidamente.
—¡Pero, papá…!
Aquel era un golpe que James no se esperaba. ¡No podía obligarle a renunciar a su mayor tesoro en el colegio!
—Sin peros —cortó Harry, tajante, dirigiéndose ya hacia la chimenea—. Ahora no tengo más tiempo, pero esta noche cenarás con nosotros y hablaremos largo y tendido, jovencito.
James vio desparecer a su padre en la chimenea con un sentimiento de profunda frustración. Esta vez sí que la había cagado bien. Lo peor de todo era que el mapa no se podía copiar. Rose y él habían intentado duplicarlo un montón de veces sin resultado alguno.
—Supongo que no has desayunado —Severus le señaló la mesa, donde apareció un tercer servicio.
James se encogió de hombros. Dejó caer su mochila al suelo y caminó resignado hacia una de las sillas vacías.
—¿Té? —preguntó Severus.
El chico asintió, apartando la taza vacía que debía haber utilizado su padre.
—Con mucha leche y demasiado azúcar para que sea sano —Severus sonrió—. Como tu padre.
James tomó la taza, consciente de que ahora se encontraba ante Severus, la pareja de su padre, y no ante el Director de Hogwarts.
—Gracias —dijo.
Severus le echó un vistazo al reloj que había sobre la repisa de la chimenea y después se sirvió un poco más de té para sí mismo, observando cómo James untaba una tostada con mantequilla con total desgana.
—Esta noche le vas a hacer una promesa a tu padre —el adolescente alzó la mirada hacia él, totalmente a la defensiva—. Si sabes jugar bien tus cartas, tal vez puedas quedarte con ese mapa.
James abrió la boca con sorpresa, mientras se le rompía la tostada en tres trocitos. Severus sonrió con suficiencia.
—¡Por favor! Conozco a tu padre desde que era un mocoso —se burló—. Le conozco incluso mejor de lo que se conoce él mismo. Sabía que lo primero que haría cuando entraras en Hogwarts sería darte el Mapa de los Merodeadores.
El chico abrió y cerró la boca un par de veces antes de decir:
—No me lo dio hasta tercero.
—Una verdadera demostración de contención —se admiró el Director.
James cogió uno de los trocitos rotos de su tostada y se lo llevó a la boca.
—Y… ¿qué tengo que prometer? —preguntó con cautela.
—Cuatro Extraordinarios y que las tres notas restantes sean Supera las Expectativas como mínimo.
Poco le faltó a James para llevarse las manos a la cabeza.
—¿Te has vuelto loco?
Severus sonrió, mientras le daba otro sorbo a su té.
—No te estoy pidiendo algo que esté fuera de tu alcance —aseguró después—. Sólo tienes que esforzarte un poco más.
James pestañeó, todavía mirando a la pareja de su padre con incredulidad.
—Imposible —declaró.
Severus se encogió de hombros.
—Bien, si quieres perder ese mapa por lo que te queda de vida estudiantil en Hogwarts…
James se revolvió el pelo con desesperación, en un gesto bastante parecido al que Harry solía hacer cuando se sentía igualmente desesperado o impotente con respecto a algo.
—Escúchame, James —el adolescente volvió a mirarle—, sabes tan bien como yo cuáles son las condiciones para entrar en la Academia de Aurores. Se exigen como mínimo cinco EXTASIS y no aceptan notas inferiores a Supera las Expectativas. Y de nada va a servirte que tu padre sea el Jefe de Aurores —James bufó enérgicamente, molesto por la insinuación—. Es más, seguramente será un desagradable inconveniente que tendrás que sobrellevar durante bastantes años.
—Eso ya lo sé —masculló el chico.
—Todavía estás a tiempo de cambiar de carrera —ofreció Severus.
—¡Claro que no! —exclamó el chico, muy ofendido.
—Entonces, por tu propio bien y por el de tu padre, no le des a nadie la oportunidad de decir que lo has conseguido porque eres el hijo de Harry Potter, el Jefe de Aurores, además.
James resopló de nuevo, pero de forma más suave esta vez.
—Las notas que te pido no están fuera de tu alcance —aseguró Severus—, y callarán muchos futuros comentarios maliciosos, créeme. Sé de lo que hablo.
James jugueteó con el resto de su tostada, pensativo.
—Soy bueno en Defensa contra las Artes Oscuras —admitió finalmente—. Y también en Transformaciones y Encantamientos…
—Y si le pusieras un poco más de ganas a Pociones, podrías alcanzar un Extraordinario sin demasiado esfuerzo —Severus hizo un pequeño gesto de desdén—. ¡Tienes a Slughorn, qué más quieres!
James esbozó una pequeña sonrisa. Después dijo:
—Supongo que también podría apretar un poco en Herbología y en Cuidado de Criaturas Mágicas…
Severus asintió, complacido de que el chico hubiera captado el mensaje.
—Bien, si estás dispuesto a hacerle esta promesa a tu padre esta noche, te ayudaré a no perder ese maldito mapa.
James sonrió abiertamente esta vez.
—Papá me dijo que intentaste confiscárselo una vez, en tercero.
—Sólo tuvo suerte —aseguró Severus.
Sí, claro, pensó James para sus adentros. Porque Remus Lupin, uno de los fantásticos creadores de aquella maravilla, se lo impidió.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Adelante —concedió Severus.
—¿Por qué vas a ayudarme a conservar el mapa? Papá me dijo que debía ser muy cuidadoso porque si descubrías que lo tenía te ibas a poner como un basilisco.
Severus tamborileó con sus dedos sobre la mesa, conteniendo su enojo, su ceja exageradamente alzada en dirección a la díscola descendencia de su pareja.
—Por la mera bondad de mi corazón —respondió, rezumando ironía en cada sílaba.
James estalló en carcajadas y Severus alzó la otra ceja, dirigiéndole al menor una mirada amenazadora. Que esta vez no tuvo efecto alguno.
—Vale —se rindió James—, lo dejaremos en que quieres demasiado a mi padre como para dejarlo en evidencia.
—Chico listo.
—Gracias.
—Lárgate, James.
—Sí, señor.
—Y ni una palabra a tu padre de esta conversación.
—No, señor.
James recogió apresuradamente la mochila que había dejado en el suelo y tras guiñarle el ojo a Severus de forma traviesa, corrió hacia la puerta antes de que el Director pudiera decir nada.
Cuando se quedó solo, Severus sonrió.
o.o.o.O.o.o.o
Junio de 2019
La Sala de Actos emplazada en el primer piso del Ministerio había sido engalanada conforme al evento que iba a tener lugar en poco más de media hora. Tras la tarima central, donde se ubicaban las sillas para las autoridades, a la derecha, y en las que se sentaría los cadetes, a la izquierda, había un gran tapiz con el escudo que representaba a los aurores: dos varitas cruzadas enmarcadas sobre un fondo azul, con el lema Servir y Proteger bordado en letras plateadas. Entre los dos grupos de sillas, se había dispuesto una mesa sobre la que ya se habían depositado los diplomas que serían entregados durante el acto. Severus había llegado temprano. Todavía no había demasiados familiares de los cadetes que aquella mañana se convertirían oficialmente en aurores del Ministerio. Caminó con tranquilidad hasta la primera fila de sillas y se sentó en uno de los asientos reservados. De hecho, lo estaban las tres primeras filas, dada la cantidad de Weasleys que iban a acudir a la graduación. Además de la novia de James y la familia de ésta.
—Hola Severus, has llegado temprano.
El Director de Hogwarts se levantó educadamente y correspondió a los dos besos de Ginny Weasley, ahora Ferguson. Después le dio la mano a su marido, Nathan. Finalmente, la menor del clan Weasley se había casado con un redactor de El Profeta, donde trabajaba como corresponsal de Quidditch desde que se había retirado como jugadora. Les acompañaban sus dos hijas. Cedrella, la mayor, tenía doce años y había terminado su primer curso en Hogwarts; Mafalda, la menor, tenía nueve años. Sorprendentemente, ninguna de las dos era pelirroja. Habían heredado el cabello castaño de su padre.
—Supongo que Harry debe estar nervioso —asumió Ginny—. Conociéndole no debe haber parado de darle vueltas a todo unas… mil veces.
—Como si el que se graduara fuera él —sonrió Severus.
—¡Peor! —Ginny también sonrió—. Para él es muy importante que James se haya ganado el título a pulso —dijo.
—Sí, lo es. Ya sabes que nunca ha faltado quien ha insinuado que a Harry se lo habían regalado.
Ginny dejó escapar un pequeño bufido.
—¡Regalado! A Harry nunca nadie le ha regalado nada, Severus, tú lo sabes —dijo sin poder evitar su enojo—. Ya me hubiera gustado a mí ver a alguno de esos bocazas enfrentándose a Voldemort como él lo hizo.
—Sí, bien —el Director palmeó suavemente el brazo de Ginny, en un intento de tranquilizarla—, gracias a Merlín eso ya queda muy lejos.
Ella volvió a sonreír.
—Perdona, yo también estoy un poco nerviosa.
Arthur y Molly Weasley llegaron en ese preciso momento y a partir de entonces hubo un desfile inacabable de pelirrojos que poco a poco fueron llenando los lugares reservados.
A diez minutos para el comienzo, la sala ya estaba prácticamente abarrotada, a pesar de que los graduados eran solo veintisiete ese año. Severus miró su reloj y después a los asientos vacíos a su lado. Adivinándole el pensamiento, Ginny se inclinó un poco sobre el hombro del Director y susurró:
—Como le haga ese desplante a mi hijo, te juro que le dejo más calvo de lo que esas entradas que ya tiene amenazan.
Severus se contuvo para no reírse. A pesar de las tajantes instrucciones de "no agresión" que Harry había dado a toda la familia, no estaba muy seguro de la capacidad de contención de los Weasley. La mayor parte del nerviosismo de su pareja la noche anterior radicaba en que alguno de los pelirrojos se descontrolara ante lo que pudieran considerar una provocación, y que lo que tenía que ser un día feliz para todos, especialmente para James, acabara con las varitas fuera de sus fundas. Antes de que pudiera responderle a Ginny, los invitados que faltaban hicieron acto de presencia.
—Siempre es un placer verte, Severus.
—Lucius —el Director se levantó para estrechar la mano de su ex compañero—. Tan encantadora como siempre, Narcisa —dijo a continuación, besando la mano de la esposa de Lucius.
Draco, por su parte, estaba saludando junto a su esposa Astoria a Ginny y a su marido. El matrimonio iba acompañado de sus tres hijos: Scorpius, de veinte años, uno menos que James; Casiopea, de dieciocho, recién graduada en Hogwarts, y la culpable de todo aquel embrollo; y Cefeo, de dieciséis, que todavía era alumno del ancestral colegio de magia. Dados todos los saludos y hechas todas las presentaciones, los Malfoys se sentaron en los asientos asignados. Severus respiró un poco más tranquilo. No parecía que por ese lado fuera a haber ningún problema. Quienes conocían un poco a la familia, sabían que Casiopea era el ojito derecho de Draco. Y si todavía no había sido desheredada y borrada del árbol familiar, sólo podía significar que su padre se había resignado ya a los deseos de su adorada hija de emparentar con un Potter. Y a Severus le constaba que no era porque Draco no hubiera intentado quitarle la idea de la cabeza… como Harry a James.
—¿Cómo lo está llevando Draco? —preguntó, inclinándose un poco sobre el hombro de Lucius.
—Como un Malfoy —respondió Lucius, conteniendo una sonrisa—. Verdaderamente, la elección de Cassie no es la que ninguno de nosotros esperaba, pero hay cosas peores.
—Sin lugar a dudas —asintió Severus—. Podría haberse enamorado de un Goyle.
—Doy gracias a Merlín de que no haya sido así —musitó Lucius, mirándose las uñas.
—James es un buen chico. Y un buen partido —añadió Severus, mirando al frente, como si le hablara a la mesa de los diplomas—. Lo sabes tan bien como yo.
—Y lo que te lleva a decirlo es tu absoluta imparcialidad en este asunto —ironizó Lucius—. Nada que ver con que te acuestes con su padre.
Esta vez Severus sí le miró.
—Harry es mi compañero desde hace dieciséis años, Lucius —gruñó entre dientes—. No sólo me acuesto con él.
Lucius también volvió el rostro, con una mirada desafiante en sus fríos ojos grises.
—Pues ya va siendo hora de que le pongas la soga al cuello. O el anillo en el dedo, Severus. Como prefieras llamarlo. En mi familia preferimos las relaciones ordenadas. Emparentar con gente que respeta la conveniencia social. Lo sabes tan bien como yo.
Severus se quedó callado, procesando lo que Lucius acababa de insinuarle.
—Apreciaríamos mucho ese gesto —añadió Lucius con una pequeña sonrisa de satisfacción.
Un murmullo algo más agitado en la sala, hizo que ambos magos volvieran su atención al frente. Los cadetes estaban haciendo su entrada, situándose en sus correspondientes asientos. A continuación lo hizo el Ministro de Magia, el Jefe de Aurores, el Director de la Academia y los profesores de la misma.
—¡Oh, Cirse bendita! —se oyó exclamar a Casiopea Malfoy en un tono de pura adoración— ¿Verdad que está guapo, mamá?
—Sí, cariño. Pero no hace falta que se entere toda la sala —la amonestó Astoria sin demasiada dureza.
—¡Esta niña es tonta! —masculló Scorpius— Definitivamente.
—Deja en paz a tu hermana —el tono de Draco fue cansino, como si ese diálogo se hubiera repetido demasiadas veces ya.
El benjamín de la familia, por su parte, sacó una pequeña maquinita del bolsillo de su elegante túnica y se puso a darle a los botones, pasando de todo el mundo. Su abuelo podía decir lo que le diera la gana. Pero los muggles eran lo más en cuestión de videojuegos.
Severus se concentró en Harry. ¡Dioses! Le ponía tan duro verle vestido con el uniforme, con ese aire de autoridad, de fuerza. Cuando lo único que parecía capaz de rebelársele era su indomable cabello. Severus trató de concentrarse en las palabras del discurso que estaba pronunciando Shackleboolt en ese momento. Porque le esperaba un día muy largo antes de poder satisfacer cualquier fantasía relacionada con uniformes.
Por otro lado, no podía dejar de pensar en las palabras de Lucius. Casarse… Jamás se lo había planteado. No creía que Harry lo hubiera hecho tampoco. Su vida era perfecta tal como estaba. Dada su naturaleza, no podían tener hijos, una de las principales razones por las que la gente contraía matrimonio. Aunque James también era un poco hijo suyo, ¿no? Su mirada se desvió hacia el joven futuro auror que, al igual que el resto de sus compañeros, se veía nervioso. Le había bañado, le había dado de comer, le había leído cuentos a pesar de toda su reticencia y había tenido sus dibujos colgados en su despacho durante años. Ahora, y eso James no lo sabía, estaban celosamente guardados en una caja, del primero al último. Se había preocupado de su salud, de su educación, de su bienestar tanto o más que su propio padre. Y que su madre, quien debido a su profesión no había parado de viajar hasta que se había retirado, y había aceptado dejar a James al cuidado de Harry. Y de él, por supuesto. Después Ginny había fundado su propia familia. Y James había preferido quedarse con su padre y con él, a pesar de que visitaba con frecuencia a su madre, se llevaba muy bien con Nathan y quería mucho a sus hermanas. Ello solamente podía significar que él, Severus Snape, no lo había hecho del todo mal. Es decir, era natural que James quisiera a su padre; que le idolatrara incluso. Pero si no le apreciara también un poco a él no se hubiera querido quedar con ellos. Los niños no se andaban con rodeos. O les gustabas o no les gustabas. Después James había crecido y él había tenido que meterle en vereda más veces de las que podía recordar. ¡Malditos genes Potter/Weasley! Pero lograr que pudiera conservar el jodido mapa de los merodeadores le había dado muchos puntos. Y había hecho posible que el día de hoy James se encontrara en esa sala de actos, a punto de recibir su bien ganado diploma de auror.
—Puedo oír tu cerebro chirriar, Severus —susurró Lucius en tono burlón—. Date un descanso, amigo mío.
Severus no le mandó a parir hipogrifos porque no le convenía en ese momento. Después de todo, y entre otras cosas, tendría que invitarle a su boda. Casarse con Harry… ¿por qué no se le había ocurrido antes? Entonces se dio cuenta de que el Ministro había acabado ya con su discurso porque la gente empezó a aplaudir. El siguiente en tomar la palabra, siguiendo el orden jerárquico fue el Jefe de Aurores. Severus sabía qué poco le gustaba a Harry tener que hablar en público. Secretamente, era él quien le escribía los discursos, librándole al menos de la parte fastidiosa de tener que redactarlos, ya que no podía evitar tener que darlos. Severus solía obligarle a recitarlos días antes, hasta que prácticamente Harry se los sabía de memoria, como si le tomara la lección. Harry lo odiaba, pero él se lo pasaba la mar de bien. Hasta que entraban en aquel socorrido cliché de Señor Potter, me temo que voy a tener que castigarle si esta vez no pronuncia su discurso sin un sólo fallo y con la debida entonación. ¿Y en qué tipo de castigo está pensando, Profesor Snape? Porque le aseguro que mi entonación se ha ido de vacaciones precisamente hoy… Severus suspiró, sintiendo que necesitaba cambiar rápidamente el rumbo de sus pensamientos de nuevo.
El discurso de Harry fue mucho más corto que el del Ministro. Conciso y con la duración precisa. También fue fervorosamente aplaudido, para satisfacción de Severus. A continuación tomó la palabra el director de la academia de aurores, quien se dedicó a alabar a los veintisiete alumnos que había sobrevivido al duro entrenamiento, habida cuenta que el número total de aspirantes al empezar la carrera era de sesenta y cuatro.
Una vez terminados los discursos, empezó la parte que tanto cadetes como familiares estaban esperando con impaciencia: la entrega de diplomas. A medida que el nombre de cada uno era pronunciado por el Ministro de Magia, el diploma correspondiente salía volando de la mesa a sus manos. Mucho antes de que el nombre de James Potter fuera pronunciado, Molly Weasley ya estaba desecha en lágrimas y Ginny estaba haciendo grandes esfuerzos para contener su propia emotividad. Severus fue consciente de su propio nudo en la garganta.
—¡James Potter!
Un clamor de vítores y aullidos surgió como un alud sonoro de las tres primeras filas del auditorio, logrando que el chillido de emoción de Casiopea Malfoy quedara ahogado entre ellos, y que su madre no tuviera que llamarle la atención de nuevo. La marabunta acústica aumentó todavía más cuando esta vez el diploma no fue a parar a manos del Ministro, sino de un sorprendido Jefe de Aurores, que no se lo esperaba. Harry se volvió hacia Kingsley y le agradeció el gesto con una pequeña inclinación de cabeza.
—Representa la tercera generación de aurores de su familia —dijo Harry, a duras penas conteniendo la emoción, mientras ponía en manos de su hijo el diploma que le acreditaba como auror—. Haga honor a su apellido, auror Potter.
—Servir y Proteger, señor —respondió James, más tieso que el palo de una escoba, utilizando la misma fórmula que habían pronunciado los cadetes que le habían precedido.
Harry extendió su mano y estrechó con fuerza la de su vástago Y a continuación pensó, ¡qué coño! Era su hijo. Que se jodiera quien pensara que aquello era favoritismo. Así que, para regocijo de los Weasleys en general y de Severus en particular, padre e hijo se fundieron en un largo abrazo.
—Estoy muy orgullos de ti, James —susurró Harry con voz entrecortada.
James no respondió porque hubiera sido muy penoso que su primer acto como auror hubiera sido echarse a llorar. Aunque fuera de emoción.
James y Casiopea acabaron casándose, a pesar de todos los pesares, tres años después. Y, sin que sirviera de precedente, Draco y Harry estuvieron de acuerdo en algo: que lo que un padre podía llegar a aceptar por un hijo era impensable e impagable.
Harry, por su parte, se negó a casarse con Severus. No veía la necesidad de hacerlo después de dieciséis años de satisfactoria convivencia. Dijo que le ponía mucho más ser su amante que su marido. Y que ya tenían suficientes discusiones sin necesidad de convertirse en matrimonio. Severus estuvo de acuerdo, aunque en el fondo le quedara un pequeño, pequeñísimo resquemor.
Hasta que pasaron tres años más. Cuando Casiopea y James dieron la feliz noticia.
—Quiero que mi hijo pueda llamar abuelo a Severus con todas las de la ley —le dijo James a su padre, muy serio—. Así que te casas o te casas, papá.
Harry claudicó por el bien de su progenie. No porque en alguna ocasión, con el corazoncito un poco tonto, no se hubiera arrepentido de haberle dicho a Severus que casarse era una tontería innecesaria. Ya se sabe, entre sábanas todo se pega. Hasta la sobriedad.
Celebraron una ceremonia privada, a la que solamente acudieron la familia y los amigos más íntimos. Y un día, cuando ya se acercaba el feliz momento del nacimiento de su futuro nieto, Severus le dijo a Harry que necesitaba ir al Callejón Diagon porque tenía que hacer algunas compras.
—¡Pero si ese niño no ha nacido y ya tiene de todo! —se quejó Harry por enésima vez.
Severus se limitó a sonreír enigmáticamente y a dejar a su malhumorado esposo despotricando con los Malfoy en general y contra Draco en particular. El Director sabía muy bien lo que quería comprar. Un estuche de lápices de colores, un cuaderno para colorear y una bonita caja donde guardar todos los futuros dibujos que su futuro nieto haría para él.
FIN