La presente entrega, Los Arcanos Visionarios, estará dedicada a Rodrigo, amigo de la secundaria, fallecido el 4 de abril de 2008.
Por no saber antes de tu partida, por el juego del destino que nos impidió reencontrarnos.
Por darles a los gemelos Bluepool su cumpleaños y a los Salais su primer apellido.
Préstame algo de tu talento para seguir adelante.
De parte de la infanta, para el noble caballero, con un beso en la mejilla.
Uno: El inicio de los líos.
26 de junio de 2019.
Londres, Inglaterra.
Cercanías del Támesis.
—¿Qué hacemos aquí?
—Si lo supiera, te lo diría. Ahora camina, que si no mal recuerdo, hay una comisaría por aquí…
La mayoría del grupo de jóvenes adultos, desconcertados por los autos circulando en la calle y los altos edificios llenos de letreros extravagantes, tuvieron que confiar en su guía.
Eran un conjunto curioso, formado por tres hombres y cuatro mujeres, que no parecían sentir el calor del incipiente verano, a juzgar por las chaquetas que portaban y cuyas capuchas usaban, sin dejar ver sus rostros. Cuando algún transeúnte pasaba junto a ellos, le parecía ver una mueca entre desconcertada y maravillada en casi todas las caras, pero no podía jurarlo.
Después de todo, ¿qué persona en su sano juicio se muestra extrañada hoy en día por anuncios luminosos y automóviles último modelo?
La respuesta a eso era: los magos que en su vida habían visitado el Londres muggle.
Pero en aquella ocasión la guía del grupo, una mujer delgada y de paso firme, cuya chaqueta verde esmeralda era suave y cómoda, se sentía trastornada. Ese Londres no se parecía en nada al que ella recordaba y esperaba de verdad saber a dónde estaba llevando a sus amigos, porque necesitaban con urgencia algo que los ubicara en ese caótico espacio.
—No me gusta andar por aquí —masculló otra miembro del grupo, una mujer de chaqueta color ocre y paso apresurado.
—Vamos, ¿no eres hija de muggles también? —indicó el más alto de todos, un hombre de chaqueta negra con botones dorados.
—¿Eso a ti qué te importa?
—No vayas a nombrar a nadie aquí —pidió otra mujer en el grupo, la más alta de las cuatro, de larga chaqueta color violeta —Si esto es cierto —alzó un periódico arrugado y con una mancha de cátsup en una esquina —Ni siquiera deberíamos estar aquí.
—Esto apesta —musitó malhumorado uno de los hombres, de chaqueta marrón.
—¿Hablas de Londres o la situación? —intervino el tercer hombre, de raída chaqueta gris.
—Las dos cosas, en realidad. Pero ahora eso queda en segundo plano.
—¿Quién eres tú y qué hiciste con mi mejor amigo? —bromeó el de chaqueta negra.
—¡Basta los dos, que me ponen a temblar de nervios!
La mujer de chaqueta verde esmeralda había detenido sus pasos para girarse y encarar a los bromistas, pero se halló a los demás conteniendo un escalofrío.
—¿No estamos en verano? —se preocupó otra de las mujeres, de chaqueta azul claro.
—Esto no me gusta nada —espetó el de chaqueta marrón, metiendo una mano al bolsillo —¿Vamos a ver qué…?
No terminó la frase. Una corriente helada los envolvió, lo mismo que a los transeúntes a su alrededor, que sin saber cuál era la causa, caminaron en dirección contraria a la que tomó el grupo de magos, que instintivamente había sujetado las varitas, aunque todavía no las sacaban.
—¡Por allí! —señaló la mujer de chaqueta ocre, adelantándose al resto.
—Esa mujer me saca de quicio —musitó el de chaqueta negra, pero la obedeció.
Los magos llegaron a una calle adyacente a una glorieta en cuyo centro había una estatua y una ornamentada fuente. El tráfico se había detenido por completo y pese a lo soleado del día, el frío no disminuía, producto de altas y encapuchadas criaturas cuya respiración eran un preludio de muerte.
—¿Qué hacen dementores aquí? —dejó escapar el de chaqueta raída, incrédulo.
—Olvida eso —le indicó la mujer de chaqueta violeta —Hay que sacar a los muggles.
Los siete magos se repartieron por el área, excusándose en que había desperfectos en la glorieta para evacuarla. Quienes se quedaron más cerca del centro del conflicto fueron los de chaquetas negra y marrón, vigilando a los dementores, que parecían demasiado tranquilos rondando el lugar sin lanzarse de lleno contra los desprevenidos muggles, que a final de cuentas no podían verlos.
Pero creyeron saber qué ocurría cuando magos con túnicas negras y capuchas puestas llegaron y comenzaron a causar destrozos. Les recordaron a los mortífagos, pero según lo que sabían, éstos ya no existían, ¿o acaso la información que habían conseguido era errónea?
—¡Allá! —gritó de repente el de chaqueta negra.
Su amigo torció la cabeza y casi se le sale el corazón. Un hombre era amenazado por uno de los encapuchados, que sujetaba por el cuello a un chiquillo, y el primero estaba dejando la varita en el suelo. Pensó que entre tanto dementor, lo más lógico era lanzar su Patronus y así lo hizo.
Una gran figura pasó junto al hombre que era amenazado justo cuando el sonido de diversas apariciones hacía constar que llegaba la ayuda ministerial. El de chaqueta marrón agitó la varita y su Patronus dio vuelta para regresar a él, antes de desvanecerse.
—Espero que nadie se haya fijado en eso —observó el de chaqueta negra con pesadumbre.
El de chaqueta marrón, marchándose con su amigo para no ser vistos por los del Ministerio, no estaba tan seguro.
27 de octubre de 2019.
Norte de Escocia.
High Street, Hogsmeade.
Dos figuras altas, paradas en la entrada de un callejón y aprovechando para ocultarse las sombras que crecían por el atardecer, se miraron entre sí.
—¿Averiguaste algo? —preguntó una de las figuras con voz grave y baja.
—Nada que valga la pena —respondió su compañero —No tengo ni idea de por qué tenemos que registrar el pueblo ¡y vestidos así!
—Es la única forma en que no sospecharán de nuestro aspecto, así que cierra la boca. Además, muchos semihumanos raros pasan por aquí, aparte de magos y brujas que viajan a todas partes, ¿no se te ocurrió pensarlo?
El otro sujeto simplemente se encogió de hombros, aunque en su gesto se notaba contrariado. Su acompañante lo ignoró y mejor le hizo un movimiento de cabeza. El malhumorado asintió y ambos se desaparecieron.
Reaparecieron en las afueras de Hogsmeade, en un campo marchito por el clima de otoño, en donde tuvieron que saltar una cerca para llevar a su objetivo: la Casa de los Gritos. A sabiendas de que nadie se acercaba ahí, los dos sujetos, que se cubrían los rostros con capuchas y vestían túnicas orientales, entraron al edificio por un hoyo en las paredes traseras, para luego moverse con extraña naturalidad en la primera planta, hasta llegar a una sala polvorienta con muebles desvencijados.
—¿Qué vamos a hacer? —se quejó uno de los individuos, quitándose la capucha para mostrar su rostro, cubierto de vendajes a excepción de la boca y los ojos, de un cristalino color violeta y que a leguas no eran de un oriental.
—Nada, de momento —el otro sujeto, que no parecía tan impaciente, también se quitó la capucha. Su cara estaba igualmente vendada, y sus ojos eran, aparte de no orientales, de un verde vivo —¿Qué quieres? ¿Que la solución se nos aparezca mágicamente?
—Pues no estaría mal, ¿sabes? —el impaciente se sentó con cuidado en un sillón al que los ratones hacía tiempo que le habían quitado casi todo el relleno —En primer lugar, así fue como nos metimos en esto, ¡el problema apareció mágicamente frente a nosotros!
—Sí, pero como ni siquiera sabemos qué era eso, ahora no sabemos exactamente qué buscar. Tendremos que idear un buen plan.
—¡Yo no soy de buenos planes! —se quejó el de ojos violetas —Lo sabes perfectamente.
—Ni yo, pero tendremos que esperar a que vuelvan los demás. No nos queda de otra.
—Lo sé, pero me desespera. Llevamos meses atrapados aquí y tal vez en casa las cosas se estén poniendo feas.
—Pues si aquí no hay gran alboroto, no hay de qué preocuparse todavía, ¿o sí?
El de ojos violetas se encogió de hombros, estirando los brazos.
El sonido de una aparición en el interior de la casa los puso sobre aviso. Se llevaron las manos a los bolsillos, sacando lentamente las varitas y ocultándose donde podían, para ver quién se había atrevido a entrar a ese lugar, pero se llevaron una gran sorpresa cuando vieron a un hombre de cabello castaño entrecano, túnica remendada y ojos claros, que inspeccionaba el lugar llevando de la mano a una pequeñita de rizado cabello castaño.
—No hay nada —comentó el adulto castaño —¿Segura que oliste algo, Erin?
La pequeña asintió vehementemente.
—Ahora que lo mencionas, también huelo algo —el adulto recorrió la habitación con la mirada, arrugando el ceño antes de seguir —Aunque quizá me esté haciendo viejo. Esos rastros ya no… Bueno, no importa —se volvió hacia la niña, que lo miraba con gesto de incomprensión —Hay que volver al castillo, Erin, pero tendrá que ser por el túnel.
—Sí, ya sé —la niña habló con voz lenta y acento extranjero; parecía costarle trabajo el idioma —No se pueden aparecer ni desaparecer en los terrenos de Hogwarts. Me lo explicó mi madre.
El adulto sonrió tiernamente, le pasó la mano a la niña por los rizos y la guió a otra habitación. Pronto, por los ruidos, se supo que ambos se habían ido, cosa que los dos individuos de caras vendadas aprovecharon para salir de sus escondites.
—¿Acaso era quien creo que era? —preguntó, atónito, el de ojos violetas.
—Pues sí era y parece que le va bien —conjeturó el otro —¿Y si le preguntáramos…?
—Ni lo pienses, hasta yo sé que es mala idea. Mejor sigamos como hasta ahora.
El de ojos verdes no pudo ocultar su decepción, se le notaba en la cara, pero aún así asintió con la cabeza. Al cabo de unos segundos, nuevas apariciones los pusieron alertas, pero se apaciguaron al escuchar una voz pronunciar.
—Nosotros vivimos, no disparen.
Los otros dos bajaron las varitas, suspirando.
—¡Por fin! —exclamó el de ojos violetas, viendo entrar a dos individuos, un hombre y una mujer, que portaban túnicas árabes, incluso traían turbante en la cabeza y de sus caras, enredadas en vendas, solamente se veían ojos ocres en él y ojos azul claro en ella —¿Qué nos tienes?
—Nada —el hombre negó con la cabeza pesadamente —Pudimos colarnos en la parte mágica, pero no conseguimos gran cosa. Más que nada por la seguridad.
Y acto seguido, lanzó un periódico mágico a la rayada mesita de centro.
Los otros dos miraron el ejemplar con ojos desorbitados, cuya primera plana había quedado hacia arriba y donde se leía un titular que cambiaba de árabe a inglés: El Ministerio de Magia alemán ha caído oficialmente. El Ministro Merkel se vio obligado a firmar la rendición.
—¿Y esto? —se sorprendió el de ojos violetas —Ni Voldemort obtuvo tanto cuando…
—Ahí te equivocas —lo cortó la mujer de ojos azul claro con pesadumbre —Parece que sí consiguió varias cosas, pero aunque hubo numerosas bajas, se le quitó del poder. Oigan, esto se nos sale de las manos —opinó, un tanto desesperada —¿Qué hacemos aquí?
—Eso quisiéramos saber también —replicó el de ojos verdes.
Otra aparición los silenció y no bajaron las varitas hasta que una voz femenina avisó.
—¡Yo vivo, ni se atrevan a darme!
—Claro que no, sería suicidio —bromeó el de ojos violetas tras entrar una mujer vestida con una túnica marrón muy particular, con grecas similares a los patrones de las pirámides americanas.
Al contrario de sus compañeros, la mujer se cubría la cara con una máscara completamente negra, que dejaba ver unos ojos castaños. La capucha de su túnica, colocada perfectamente sobre su cabeza, no permitía saber el color de su cabello.
—¿Encontraste algo? —indagó el de ojos verdes.
—No mucho. Por lo visto, mi pista fue movida a América, de ahí vengo —la mujer se señaló la túnica —Allá no saben mucho de lo acontecido aquí, aunque escuché cosas interesantes sobre un Torneo de las Tres Partes.
—Nosotros también —dijeron a la vez los otros presentes.
—¿Les parece si seguimos por ahí?
La propuesta los animó, así que aceptaron de inmediato. Entonces nuevas apariciones los sobresaltaron, pero no alcanzaron a alzar las varitas cuando dos voces femeninas gritaron.
—¡Nosotras vivimos, armas abajo!
—¡Ya era hora! —dejó escapar el hombre de ojos verdes, entre aliviado y exasperado, al ver entrar a dos mujeres. Una era alta, de porte elegante y máscara azul oscuro, que solamente dejaba ver unos ojos negros; la otra, un poco más baja, llevaba una máscara marrón que mostraba un par de ojos grises —¿Qué encontraron? ¿Algo que nos permita irnos?
Pero ambas, sacudiéndose las túnicas orientales color arena que lucían, negaron con la cabeza.
—Nada. Por lo visto, guardan mucho secretismo con esos asuntos —apuntó la de máscara azul.
Los ahí reunidos no tenían ni la más remota idea de qué tenían que hacer allí, de qué métodos valerse para ir a sus hogares y cómo lo que ellos conocían se había torcido así.
Sobre todo, no comprendían el motivo para enterarse de acontecimientos que por su propio bien, deberían olvidar.
23 de noviembre de 2019.
Norte de Escocia.
Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Sabían que era una reverenda tontería, pero se habían cansado de ocultarse. Un poco de aire les ayudaría a pensar en lo que podrían hacer para solucionar su problema.
Al menos salir de la Casa de los Gritos no fue complicado. En esos días tuvieron qué hacerlo, lo que aprovecharon para intentar indagar en otros sitios sobre las pocas pistas que habían recabado. Así pues, los varones se habían quedado a cargo de resguardar su refugio, establecido en una cueva cercana a Hogsmeade y acondicionado por las mujeres con lo indispensable para vivir bien.
Respiraron profundamente el aire húmedo, resguardándose de la lluvia con rudimentarios paraguas que habían hecho aparecer a golpe de varita. Se mezclaron con los habitantes del pueblo que iban rumbo al colegio a ver el primer partido de la temporada, especulando sobre quién podría ganarlo. Entre los murmullos, hubo quienes no dudaban en que la chica Potter atraparía la snitch.
—¿Potter, eh? —musitó uno de los hombres, el de ojos violetas —Eso suena interesante.
—Sí, claro —el de ojos verdes se encogió de hombros, pese a que caminaba un poco más aprisa.
—Silencio, hay que calmarnos —sugirió el de ojos ocres.
Los otros dos, a regañadientes, lo obedecieron.
Se fueron a una de las gradas cercanas al lado norte, donde notaron a más de un mago con facha estrafalaria. Así sus túnicas extranjeras y sus rostros cubiertos no destacarían tanto. Pronto se vio salir al campo a un hombre de nariz ganchuda y pobladas cejas negras, con la escoba en una mano y la caja de pelotas en la otra. Los dos comentaristas, con megáfonos mágicos y en una cabina cubierta de hechizos impermeabilizadores, comenzaron a dar las alineaciones, cosa que llamó la atención de los tres hombres, especialmente en dos de ellos.
—Miren, talentosos —comentó el de ojos ocres por lo bajo.
Los otros no paraban de mirar al cielo cuanto podían, debido a la lluvia y el viento.
Al comenzar el partido, cada uno se ocupada de vigilar ciertas áreas del campo, para que si uno se perdía un detalle, los otros dos se lo pudieran comentar. Tras unas dos horas, el juego se puso peligroso y los reemplazos que se habían dado alarmaban a más de uno. Por fin, en un parpadeo las buscadoras se lanzaron tras la pelota dorada, justo en el instante en que un frío sobrecogedor, que nada tenía que ver con la tormenta, aquejó a los presentes desde diversos ángulos del estadio.
—¡Dementores, dementores! —comenzó a gritar una bruja a su izquierda.
—¡No otra vez! —masculló el hombre de ojos verdes, poniéndose de pie de un salto.
Pero era cierto. En lo alto de varias gradas podían verse las figuras oscuras y etéreas de esas criaturas, oyéndose su angustiosa y honda respiración. Unos cuantos a su alrededor pudieron conservar la calma y lanzar Patronus, pero el resto corrió hacia la salida, abandonando las gradas y perdiendo el interés en el juego que, por cierto, no se había detenido.
—Veré si hay otros sitios donde necesiten ayuda —dijo de inmediato el hombre de ojos color ocre, seguido de cerca por el de ojos violetas —¿Te quedas?
Se dirigió al de ojos verdes, que sacando la varita, asintió con una cabezada.
Corriendo a todo lo que daban sus piernas, los otros dos descendieron por la escalera y llegaron al pie de las gradas, escuchando a lo lejos a la chica comentarista ordenando la evacuación tras un aplauso apagado. Seguramente había terminado el partido. Pero no se detuvieron a pensarlo, ya que enseguida se unieron a un grupo de magos que hacían retroceder a unos dementores.
—No podemos usar los Patronus a toda su capacidad —señaló el de ojos ocres al instante —Nos delatarían. Hazlo lo más potente que puedas sin darle forma, ¿entendido?
—Entendido —aceptó el de ojos violetas de mala gana.
Lanzaron el encantamiento con precisión y cortinas de humo plateado los defendían de los malignos seres. No fue sino hasta que los obligaron a retroceder rumbo al Bosque Prohibido que el de ojos violetas oyó que había algunos bloqueando las escaleras de unas gradas. Así que sin avisarle a su amigo, salió para allá.
A mitad de la escalera, lanzó su Patronus e hizo huir a unos dementores que habían acorralado a un chiquillo de unos doce o trece años, que por los colores que portaba, debía ser de Ravenclaw. Sus rasgos orientales no le permitían adivinar si conocía a su familia, aunque eso no importaba.
—¿Estás bien, muchacho? —le preguntó.
—Sí, claro —el chiquillo respiró con ganas, recuperando el aliento —¡Trolls, eso ha sido espantoso! —se quejó por lo bajo.
—¿Hay más gente arriba? —el jovencito era simpático, pero no era momento de fijarse en ello.
—¡Mis amigos!
El muchachito hizo ademán de regresar por donde había venido, pero el hombre le hizo una seña para que se detuviera. ¡No iba a mandar a un niño a combatir dementores! Se notaba que ni siquiera debía saber cómo hacerlo.
—Están evacuando a todo el mundo. Será mejor que bajes y…
—Oiga, no puedo dejar a mis amigos solos con esas cosas…
—Lo siento, pero será lo mejor.
Se adelantó antes que el chico dijera algo más, preparando la varita. Hacía más frío conforme subía, así que supuso que las cosas no andarían bien.
Y tuvo razón. En cuanto alcanzó el último escalón, lanzó el hechizo Patronus sin esperar, y así les quitó de encima un dúo de dementores a unas niñas que por su tamaño, parecían de primer año. Siguió con su tarea hasta que…
—¡Expecto Patronum!
Esa voz era de un alumno, ¡y uno muy joven! El de ojos violetas giró en dirección a las escaleras y contuvo el aliento al contemplar a uno de los golpeadores de Gryffindor. Se quedó tan impresionado que no notó que su propio hechizo perdía fuerzas, al menos hasta que…
—¡Señor, cuidado! ¡Expecto Patronum!
La voz de una niña se dejó oír, ¡la dueña era la buscadora de Gryffindor! La chiquilla, con una intensa expresión de concentración, formó su humo plateado para ahuyentar a los dementores que se les acercaban. El de ojos violetas no podía quitarles los ojos de encima, pero alertado poco antes por la chica, apretó la mano que sujetaba su varita, con la mente fija en lo que tenía que hacer. Solamente dejó escapar un bufido cuando se percató que se centraba de más, ya que su Patronus adquiría forma. Despejó sus pensamientos y el animal que surgía de su varita se desbarató, mas siguió el encantamiento activo.
—La caballería, ¿no? —logró bromear el hombre cuando los dementores, finalmente, dejaron esa tribuna. Miró al chico oriental que había hallado en la escalera —Niño, te dije que te fueras.
—Y yo le dije que no iba a dejar a mis amigos con esas cosas —recordó el chiquillo a su vez —¡Gárgolas, mis amigos! ¿Dónde…?
El hombre, preocupado, se inclinó hacia un pelirrojo que tenía a un lado, en cuclillas y sin descubrirse los oídos, temiendo que a él le hubieran afectado más los dementores que a los otros.
Los amigos del pelirrojo se hicieron cargo, sobre todo uno de los golpeadores de Gryffindor, el que había conjurado un Patronus en primer lugar. Se notaba que era su mejor amigo, se veía sumamente preocupado. El hombre, descubriendo por el rabillo del ojo que venían los profesores, supo que los chicos estarían en aprietos, pero no pudo hacer nada. Discretamente, se retiró de las gradas, esperando que su intervención hubiera sido correcta.
Y estaba ansioso por contarles a sus amigos lo que había visto.
22 de marzo de 2020.
Folkestone, Inglaterra.
Estación del tren del Canal de la Mancha.
La ciudad portuaria de Folkestone, que albergó a personalidades como Charles Dickens y H.G. Wells, es uno de los puntos donde los ingleses pueden tomar el tren que circula por el Eurotúnel, excavado bajo el Canal de la Mancha. Debido a ese simple hecho, el lugar era concurrido de una forma en la que muchos no creían aún posible.
—¿Desde cuándo se puede tomar un tren para cruzar el canal?
—¡Déjate de tonterías y sigue corriendo!
Dos hombres de lo más extraños, con túnicas largas y descoloridas que se veían vagamente como kimonos, se abrían paso entre los usuarios del Eurostar, que con gestos de desagrado, no se explicaban lo que estaba sucediendo. Con que no fueran terroristas o algo peor…
—¡Maldición, hay que desaparecernos!
Un usuario del Eurostar hizo una mueca y masculló algo parecido a ¡Jóvenes!
—¿Estás loco? Esos tipos son muy buenos, ¡si nos detectan, estamos muertos!
—¡Mira quién habla!
No podían parar de pensar (o de recordarse inconscientemente) el futuro que les esperaba. Se calmaban un poco al decirse mentalmente que pronto llegarían al punto de encuentro con el resto de sus camaradas, luego de haber estado en Elephant and Castle.
—¿Cómo se te pudo ocurrir vender tus viejas cosas en la calle? —increpó uno de los sujetos, que si uno alcanzaba a ver un poco el interior de su capucha, notaría unos brillantes ojos verdes —Lo único que teníamos que hacer era verificar las condiciones del próximo refugio, ¡pero no! ¡Tenías que intentar ganar algo de dinero!
—¡Necesitamos dinero! —le recordó el otro, que de vez en cuando dejaba ver un destello violeta en lugar de ojos —¿De qué otra forma lo habríamos conseguido?
—¡Pues de cualquier otra que no fuera con artículos que están prohibidos en el mundo muggle!
El de ojos violetas farfulló una maldición y apretaron el paso. Lo malo es que no fueron lejos. A su alrededor, ruidos discretos pero inconfundibles de apariciones los pusieron en alerta.
—¡Haz algo! —gritó el encapuchado de ojos verdes con apuro.
Y al otro no se le ocurrió mejor idea que lanzar unos hechizos a una taquilla a la que le colgaba un letrero que decía Cerrado. Para su desgracia, algunos de sus rayos se estrellaron en las paredes.
Eso causó que los recién aparecidos se movilizaran en el acto y les lanzaran certeros hechizos zancadilla que hicieron caer de bruces a los dos fugitivos.
En tanto, en otro punto de la estación, el resto del grupo de amigos oyó el pequeño disturbio y se miraron unos a otros, desconcertados. El hombre que tenía ojos color ocre, sacó enseguida un objeto pequeño y cuadrado, al cual le susurró algo. Lo que oyó a continuación no era alentador.
—¡No se muevan! ¡Fonteyn, ayuda a los desmemorizadores! Ahora van a decirnos por qué se negaron a la revisión de su mercancía y huyeron. ¿Qué, venden cosas tenebrosas?
—Tranquilo, Ron, creo que no podrán irse por mucho que lo intenten.
—¿Los atraparon? ¿Pero en qué estaban pensando? —farfulló una de las mujeres, que con un velo azul marino al estilo árabe, solamente dejaba ver sus ojos, de un tono castaño.
—Seguramente hicieron alguna estupidez —comentó la más alta, también con un velo azul, pero de ojos negros —No sería la primera vez.
—Pues no conocen lo que es la discreción —renegó por lo bajo otra de las mujeres, la de ojos grises, cuyos rasgos no eran visibles por un pasamontañas tejido en hilo marrón.
—¿Qué hacemos? —le preguntó la última mujer, de ojos azules, al hombre que las acompañaba.
—Vamos a la entrada, seguro el griterío fue culpa suya. Pero hay que tomar precauciones.
Las demás estuvieron de acuerdo y se pusieron en marcha, con las varitas sujetas en el interior de los bolsillos. No era prudente levantar más sospechas.
Mientras tanto, podían oír por el objeto cuadrado de su amigo (que resultó ser un espejo) todo lo que sucedía en el sitio al cual se dirigían.
—¡Señor Weasley! ¡Tengo un mensaje para usted!
—¿Y tú quién eres?
—Soy Lindsay, señor, Aspirante en prácticas. Me envían a darle un mensaje desde San Mungo.
—¿Y qué tienen que decirme a mí los de San Mungo?
—Pues… su esposa, la señora Luna, está en trabajo de parto y…
—¡Ron, espera, no te vayas aún!
Para cuando las mujeres y el hombre tuvieron a la vista la escena, apenas alcanzaron a ver a un mago alto, desgarbado y desaliñado de cabello rojo encendido que salió corriendo, sin atender los reclamos de los desmemorizadores en el sitio ni de un mago de cabello negro y anteojos.
—Vaya con Weasley, tan impaciente —musitó un hombre de ojos verdes inusualmente tristes —Potter, podemos dejarles el interrogatorio a los de la Patrulla de Seguridad Mágica.
—Supongo, no tienen qué ver con nuestro caso. Si los seguimos, fue por ayudar a la patrulla.
—¡Eh, no pueden encerrarnos! —protestó el hombre de ojos violetas, luego que su capucha fuera retirada, como la de su compañero, mostrando su cabeza vendada —¡No hicimos nada malo!
—Amigo, ¿quieres darnos más problemas?
—¡Pero ya te lo dije, nada más era para conseguirnos un poco de oro!
El hombre de ojos inusualmente tristes, haciendo una mueca, hizo un movimiento que cualquier mago habría reconocido al instante.
—No habrá necesidad de aturdirlos, Fonteyn —indicó el mago de cabello negro y anteojos, torciendo la boca hacia un lado —Deja que la patrulla se encargue. Ahora, si me disculpas, voy a San Mungo, a asegurarme que Ron no haga una locura.
—Te lo encargo, Potter.
El de anteojos, que también tenía ojos verdes (pero más alegres que los de su colega), asintió y se fue caminando a la salida de la estación.
Y cuando Fonteyn y el resto de los desmemorizadores estaban por concluir su trabajo, fueron cegados por un destello. Al recuperarse, los presos no estaban.
Pero tampoco se acordaron de que habían apresado a alguien.
—¡Serán idiotas! —sermoneó la bruja de ojos castaños al estar fuera del alcance de los magos del Ministerio, en la calle —A ver, ¿cuál fue la gran idea esta vez? ¡Seguro fuiste tú, desheredado!
—¡Eh, no necesito tus regaños! Sólo quería conseguir algo de oro para nuestros gastos.
—¡Con los trabajos muggles de medio tiempo no nos va tan mal!
—Sí, pero para ir al Callejón Diagon, necesitamos más. El tipo de cambio no nos favorece.
—¿Quién eres tú y qué hiciste con mi mejor amigo? —inquirió el de ojos verdes, divertido.
—No es el momento —recordó el de ojos ocres.
Los otros miembros del conjunto se habían desilusionado para acercarse a sus compañeros, y en cuanto el hombre de anteojos se marchó, realizaron una maniobra de distracción que, entre otras cosas, incluía unos efectivos hechizos desmemorizantes.
—Al menos logramos la misión del día —recordó el de ojos violetas, colocándose nuevamente la capucha —Podemos refugiarnos en Elephant and Castle.
—Ah, ¿será posible después del escándalo que armaste? —quiso saber la mujer de ojos grises.
—Claro que sí, amargada.
—¡No estoy amargada!
—Pues de alguna forma debo llamarte. Mira a la perfecta, me dice desheredado y no me ofendo.
—Ya, ya, cálmense —pidió sin mucha convicción la de ojos azules, sonriendo bajo un velo rojo.
—¡A la orden, camaleón!
La aludida contuvo una risita.
—Es verdad, ¿cómo vamos a llamarnos entre nosotros en público? —hizo notar el de ojos verdes, que también se había recolocado la capucha —Cuando estamos a solas no hay problema, pero no podemos pasarnos más tiempo aquí sin… algunos nombres.
—¡Déjame ponerlos a mí! —pidió alegremente el de ojos violetas.
—Olvídalo, dirás puras tonterías —se ofendió la de ojos grises, cruzando los brazos.
—Vamos, te diré de otra forma, amargada… ¿Qué tal severa?
—¡Tú, grandísimo…!
—Ustedes sí que se quieren —comentó vagamente la mujer de ojos negros.
—¡No digas eso, mi veela! —el de ojos violetas fue enseguida a tomarle la mano a la de ojos negros, quien no puso reparos —¿Ves, amargada? Puedo poner apodos normales.
—¿Te parece normal decirle veela a alguien? ¿Y en el mundo muggle?
—Por favor, desheredado, tómatelo en serio —pidió la de ojos castaños, dando un suspiro.
—Bueno, si a ésas vamos… ¡Ya sé! Mi veela, ¿qué te parece ser mi Dríade?
—¿Tú estás loco? —espetó la de ojos grises, meneando la cabeza.
—No estaría tan mal. Incluso tengo una excusa por si los muggles preguntan. Para ellos, las fiestas de disfraces en Halloween son comunes, ¿no?
Los demás captaron al vuelo la idea y poco a poco, asintieron con la cabeza.
—En ese caso, ¡te toca ser Cisne, perfecta! —dijo atinadamente el de ojos violetas.
—Ni me lo recuerdes… —musitó la aludida.
—¡Eh, amigo, entonces tú serías Sátiro! —exclamó el de ojos verdes, sujetándose el estómago por el ataque de risa que le había dado.
—Sí, lo sé. Pero acá nuestro otro amigo le toca ser un Ángel.
—Arcángel le queda más —apuntó la de ojos azul claro tímidamente.
—Sí, como quieras, Caperucita.
—¿Y tú qué, arrogante? —espetó la de ojos castaños, aunque sonaba divertida al dirigirse al de ojos verdes —¿Serás la pelota voladora?
—No sé, sonaría raro… ¿Qué les parece Volador y ya?
—Sí, podemos inventar que ibas de algún pájaro exótico —se burló el de ojos violetas.
—¿Y yo qué? —se atrevió a recordarles la de ojos grises, consciente de que no se libraría.
—No sé de qué ibas esa vez…
—Iba de policía —informó calmadamente la de ojos negros.
—¡Eh, Policía! ¡No me lleve solamente por ser tan guapo!
—¡Silencio, Sátiro, que uno real bien podría llevarte!
Así, pese a que su situación no había cambiado mucho, pudieron relajarse un poco, riendo y preparándose para la mudanza al refugio que tendrían en Elephant and Castle.
Alistándose para lo que parecía una estancia extraña en ese ambiente, pero a la vez necesaria.
19 de junio de 2020.
Londres, Inglaterra.
Apartamento 4, Tercera Planta del edificio Windsor.
Aquel edificio de Elephant and Castle, en el South London, cuyo nombre honraba a la familia real, era bastante cómodo. La gente que vivía allí, por lo general, era del tipo que seguía el lema de Vive y deja vivir. Así que si un vecino veía entrar y salir gente con la cara cubierta, no se molestaba. Seguía de largo sin dar más señas que una cabezada a modo de reconocimiento.
En realidad, eran algo muy parecido.
—La señora Middleton no deja de mirar tu puerta —comentó un hombre alto, con revuelto cabello castaño oscuro y ojos color ocre —¿Qué vas a hacer?
Veía a un individuo más alto que él, de cabello castaño claro, casi rubio, y ojos violetas, que se había sentado cómodamente en un sofá de la iluminada sala.
—No sé, pero en teoría olvidará que vio algo en unos minutos —el hombre bajó los pies de la mesita de centro cuando una mujer también alta, de largo cabello castaño y ojos negros, llegó con una charola de té —¿Cierto, linda?
—Cierto —la castaña depositó la charola en la mesita, colocando las tazas —¿Alguna novedad?
—Sí, y no muy buena.
El recién llegado puso un periódico sobre la mesa, con una fotografía mágica de un hombre de rizos entrecanos y bastón que le sonreía a un grupo de magos y brujas con plumas, pergaminos y cámaras. Su cara parecía la de alguien que decidía cosas contra su voluntad. El titular decía:
SIGUEN LAS AVERIGUACIONES SOBRE EL ATENTADO EN LA PREPARACIÓN DE LA COPA EUROPEA DE QUIDDITCH.
—No puedo creer que aún no sepan nada —masculló el de ojos violetas, sujetando su taza y dando un sorbo antes de preguntar —¿Cuándo llegan los otros?
—No deben tardar, es peligroso deambular por el continente sin documentación. Las medidas de seguridad de algunos países son extremistas.
—Esperemos que nada los demore —deseó la mujer con voz serena, parpadeando con rapidez.
—¿Necesitas algo? —inquirió el de cabello castaño claro, preocupado.
—Nada, es que aún no me acostumbro —la mujer se quitó cuidadosamente algo del ojo, que resultó ser un lente de contacto —Eso de poder despertar y no necesitar anteojos es bueno, pero…
—Pues a ti no te gustarán, pero lo que es…
El sonido de una aparición los distrajo. Acababa de llegar un hombre de cabello castaño rojizo, ojos verdes y chaqueta marrón con capucha.
—¿Cómo te fue? —le preguntó el de ojos color ocre.
—Nunca había sentido tanta pena —musitó el ojiverde, yendo a sentarse enseguida y tomar una taza de té —Para colmo, la hija de uno de los difuntos se puso mal. Estando embarazada…
Al de ojos verdes le tocó infiltrarse a los funerales de las siete personas que habían fallecido recientemente en el atentado del que hablaba El Profeta del día. Queriendo identificar a alguien que pudiera ayudarles a él y sus amigos, presenció cómo algunos reporteros se acercaban a una familia y fastidiaban con preguntas, a lo que una joven mujer de cabello corto e hinchado vientre sacó la varita y los amenazó. A los pocos minutos, se puso pálida y un pelirrojo de ojos muy azules, presumiblemente su esposo, la sacó de allí.
—Espero que se encuentre bien —deseó la mujer presente, con una sonrisa triste.
—¿De quién hablan? —quiso saber una mujer de cabello negro azulado y ojos castaños que entraba en ese momento por la puerta —¿Algún herido?
El hombre de ojos verdes narró brevemente lo sucedido en los funerales de los asesinados.
—Vaya —la mujer que recién entraba se sentó y dejó un par de diarios sobre la mesita de centro —Conseguí algunas noticias muggles, para comparar datos y por lo visto, Alemania ha cambiado sus políticas de un día para otro. Sospecho que el Canciller muggle está bajo un Imperius.
—No sería novedad —aportó la mujer que había servido el té, dándole una taza a su amiga.
Se mantuvieron en silencio por un rato hasta que el resto del grupo regresó y pudieron cambiar impresiones sobre lo que acontecía en un mundo mágico que, a su pesar, tenía ventajas sobre el suyo, pero también se avecinaban temporadas oscuras.
¿Para qué los habrían hecho caer allí, si en su hogar tenían su propia era de terror?
Esperaban que antes de regresar a casa, supieran la respuesta.
18 de Noviembre de 2010. 10:20 P.M. (Hora de Aguascalientes, Ags. México).
¡Hola, gente hermosa! Sí, sé lo que piensan. ¿No dijo esta mujer que se tomaría un descanso de la saga? Pues sí, lo dije, pero supongo que la euforia por el estreno de la peli de Las Reliquias me tenía con la imaginación activa y mi inspiración no quiso irse de vacaciones.
Por cierto, que ayer en la noche fui al estreno. ¡No me tengan envidia! La peli se mantuvo a la altura de mis expectativas, no sé qué piensen los demás. Ya me lo dirán cuando me dejen comentarios, supongo.
Pero en fin, estamos en el inicio de una nueva entrega y seguramente tendrán preguntas, pero vamos, si se las contesto ahora, ¿qué misterio le dejan a lo que vendrá? Así que bueno, tendrán que aguantar un poco la curiosidad para que vayan entreviendo lo que intento plantar de misterioso, jajajaja.
Aunque si unos son observadores, otra vez usé fechas que ya habían pasado. ¿Ah, no me creen? Pues revísense PGMM, para que lo comprueben. Todas las fechas del capi, son de la entrega anterior. Yo no pensaba volver a usar ese formato (señalar día y lugar de los sucesos), pero como este capi lo requirió, creo que lo seguiré empleando. Entonces quizá esta entrega será más o menos del mismo tamaño que la pasada.
Pero bueno, a todo esto, ¿se dan cuenta que están leyendo la nota tiempo después de escrita? Pues sí, porque mi descanso está vigente. Que tuviera las ideas para redactar el capítulo no significa que lo sacaría enseguida. Esta vez quiero adelantar un poco para no tenerlos en ascuas por mucho tiempo, cosa que en PGMM no me gustó mucho hacerles. Al menos eso me da chance de planificar mejor.
Mientras tanto, las apuestas sobre quiénes son los personajes misteriosos pueden correr. Aunque quien haya leído todo lo que he escrito respecto a la saga (y en verdad me refiero a TODO) puede que sepa algo. Pero si alguien adivina, por favor no lo diga en los comentarios, porque entonces se echa a perder la sorpresa. Mejor coméntemelo en privado que yo les despejaré las dudas.
En fin, me despido. Espero que al salir este capi en la Red, ya tenga mis Arcanos Visionarios completos, jajajaja. Cuídense, abríguense (hemisferio norte) o refrésquense (hemisferio sur) y nos leemos pronto.
Nota al 17 de enero de 2011: Sí, gente, he vuelto, pero estando ya una nota de autora, no quiero extenderme en esta. Nada más quiero invitarlos a visitar mi blog (está como página Web en mi perfil) para que se enteren de algunas andanzas que me ocurrieron durante mi ausencia y además, para el reto que coloqué, Batido de Dúos y Parejas. Es la segunda entrada del día catorce, pero si quieren leer todo, no importa, pues nada más son como cinco entradas (sí, poquitas, es que el blog tiene poco de haber sido creado). Así pues, espero que todo el mundo esté bien y acepte este primer capi como un regalo tardío de Navidad y/o Día de Reyes. Nos leemos luego.