Hola, aquí llego con una nueva historia que me traía de cabeza durante las navidades. Tuve mi época Jisbon, también...Espero que la disfruten. A lo largo del día iré actualizando el resto, espero jeje. Hoy es mi cumple¡ Así que me apetecía publicar algo ;)
The Mentalist no me pertenece.
Bueno, les dejo leyendo ;D. Espero que les guste¡
Abrazos.
Capítulo I
Cuando vio caer a Teresa Lisbon por aquel precipicio su mundo cayó con ella y su vida volvió a desmoronarse.
OoO
Lisbon corrió tras el detenido a través de la maleza jurando para sí misma que no iba a escapársele. Ya lo había hecho una vez, y no volvería a hacerlo. Esa rubita de los Marshall no iba a reírse de ella. No.
El tipo aparecía y desaparecía entre los árboles. Lo perdía y lo volvía a encontrar. "Maldita rata".
Ella tenía entrenamiento. Podía correr, la adrenalina circulaba por todo su cuerpo, todas esas sustancias naturales, su cerebro segregando dopamina, su ritmo cardíaco aumentando. No era un problema. No estaba cansada. Pero odiaba correr, odiaba el juego del gato y el ratón.
Siguió corriendo y corriendo. Sabía que cuando parara bruscamente su cuerpo tendría una serie de molestias, la respiración, la falta de aire y durante un momento sentiría náuseas y el corazón querría salirle por la garganta. Pero en ese momento se sentía tan enérgica, perfectamente capaz de ir tras él, sin nada que la parara. Así que en ese momento se concentró únicamente en su objetivo: el hombre greñudo, con camiseta blanca sin mangas y blusa azul que corría delante de ella.
Teresa Lisbon sólo esperaba que al final del camino estuvieran los chicos aguardando para coger al tipo y respaldarla a ella. Pero lo que la agente encontró al final del camino fue una desagradable, y un tanto dolorosa, sorpresa. Un encuentro inesperado. Mientras corría, prácticamente todo lo que podía oír eran sus propias respiraciones ahogadas, sus pisadas sobre las hojas, las ramas de los árboles que al pasar apartaba de un manotazo…y por supuesto el helicóptero de la policía.
Agente y fugitivo desembocaron en un claro al final del camino, pero inconscientes del peligro, ninguno de los dos paró. Estaban tan concentrados en su propia tarea que cuando pudieron darse cuenta no lo hicieron. Demasiado tarde.
El corría, ella corría justo detrás, cada vez más cerca de su objetivo. Veloz como iba se abalanzó sobre el tipo haciendo un último esfuerzo cuando lo tuvo a mano. Pero el impulso y la velocidad, fueron demasiado; la cercanía de un acantilado que no vieron venir, determinante de los segundos siguientes. Inevitablemente cayeron.
OoO
El helicóptero de la policía sobrevolaba el acantilado en que desembocaba el pequeño bosque. Allí los árboles, incluso de día, impedían que Cho viera a su jefa corriendo tras Jeremy Holston, el sospechoso al que desde esa misma mañana estaban buscando en una carrera de obstáculos. El tipo era realmente escurridizo. Finalmente habían dado con él en una pequeña ciudad. Lisbon se había bajado del coche y se había introducido sin pensarlo en la arboleda con su Glock 9 Mm. en la cintura y un chaleco antibalas. Cho se hallaba encaramado en el helicóptero de la policía a la caza y captura del fugitivo, junto a un excitado Jane, en el otro extremo. Por la dirección que había tomado era el único lugar por el que podría salir de la espesura.
- ¿Tenéis siempre que llevar tantas armas? –Jane preguntó horrorizado ante la visión de su amigo cargando un rifle. La puerta del helicóptero estaba abierta, cosa que hacía que temiera aún más – Ay, madre – susurró rodando los ojos.
- Suelen persuadir a los malos – comentó siempre inexpresivo.
- Ya, claro – enarcó las cejas.
Unos minutos y el agente vio desde las alturas las dos figuras saliendo velozmente una detrás de la otra.
- Ahí están – gritó para hacerse oír bajo el ruido del aparato - ¿Pero qué…?
- ¿Qué pasa?
- No están parando– se podía notar el desconcierto en la voz del hombre, aunque no en su rostro. Hizo una señal al piloto – Baja.
El piloto lo hizo y el helicóptero descendió unos metros. Lisbon recorría la explanada metros antes de llegar al abismo.
- Casi lo tiene. Vamos.
Y lo tenía. En un último intento se lanzó hacia el hombre cayendo totalmente de lleno sobre él. Lo tenía. Pero fue justo ese impulso lo que hizo que irremediablemente los dos se precitaran al vacío.
Todo fue rápido, demasiado.
- ¡Lisbon! – el asiático gritó alarmando a Jane.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? – su preocupación crecía por momentos. Él no podía ver lo que Cho veía.
El agente volvió a gritarle al piloto. Dejó el rifle a un lado y se asomó. Jane, asustado, pegó la nariz al cristal de su ventana intentando ver algo. No oía nada, y su posición, con el movimiento del aparato, no le dejaba mucho margen de visión, pero pudo ver la escena a intervalos.
Lisbon estaba cayendo por aquel inmenso acantilado. Estaba cayendo y nadie podía hacer nada para impedirlo. Debajo, el mar la acogería, pero no de una forma muy agradable. El hombre junto a ella también caía, pero poco le importaba a Jane la suerte que corriera un ladrón asesino.
- Dios – susurró para sí mismo antes de dirigirse a su amigo, pues si alguien podía hacer algo no era él mismo, congelado e impactado como estaba – Cho, haz algo. ¡Cho!
- Mierda.
Ante la impotente y horrorizada mirada de los dos hombres Teresa Lisbon cayó finalmente al agua estrellándose bruscamente contra el furioso mar. Por suerte, el choque no había sido contra las rocas. El impulso tomado al correr y el salto hacia el hombre habían hecho que la agente cayera lejos del borde del acantilado, lejos de las rocas. Un punto positivo en todo aquel suceso que aun sin haber tenido final ponía a Jane en la peor de las situaciones. La vio caer, y la vio sumergirse en la marea, fría y profunda.
- Ponte lo más cerca que puedas – Cho seguía intentando buscar una solución, mientras Jane, con la mirada clavada en el ventanuco, no podía más que pensar en prepararse para otra desgracia, otra muerte en su trágica existencia, otra tumba que no visitaría, otros recuerdos que le acosarían día y noche, en la luz y en la oscuridad, en la soledad del ático del CBI, torturándolo constantemente el pensamiento de lo que había sido su vida, lo que podía haber sido y lo que ahora nunca sería. Ni siquiera escuchaba la voz del hombre que estaba a su lado, tan preocupado como él, tratando de hacer algo.
El piloto bajó todo lo que el aparato le permitió y comenzaron a sobrevolar la zona en la que la mujer había caído, pendientes del momento en que emergiera del agua. Pero ninguno de los dos apareció. No vieron aparecer al tipo al que perseguían, y tampoco la vieron a ella.
- Agente Cho, tenemos que volver – le anunció el piloto – Ha pasado mucho tiempo.
Era verdad habían pasado mucho tiempo en esa zona. Muchos minutos escudriñando el mar en busca de la agente senior sin obtener resultado alguno.
- Está bien – gritó – Vuelve arriba.
El aparato comenzó su ascenso hasta llevarlos a lo alto del mortífero acantilado. Una vez en la explanada, y el motor detenido, el agente bajó y sacó el móvil.
- Agente Hightower, tenemos un problema.
"¿Un problema?", pensó Jane. Esto no era un problema, era algo mucho peor, se decía a sí mismo mientras bajaba del helicóptero, horrorizado, sin poder articular palabra y una debilidad en las piernas que casi le impedía andar. Mientras escuchaba a su amigo explicar la situación a quien ahora era su superior, la recia Madeleine, se acercó al borde del acantilado y miró hacia abajo entre el horror y la confusión, con los ojos desorbitados puestos en el mar, tan azul, tan oscuro desde esa altura que sería imposible ver nada.
- No, no hay rastro. Claro. Sí – decía Cho - ¿Luz verde? Gracias, jefa.
Cho se dirigió al helicóptero. Hightower les daba luz verde para obtener todos los recursos que necesitaran para encontrar a su compañera. El piloto por radio, y el agente con su móvil, avisaron a toda la gente que se les ocurrió podían colaborar en la búsqueda.
- Me da igual. Quiero a los de salvamento, a los guardacostas, al equipo de submarinistas, y socorristas de piscina si hace falta. Una agente del CBI está en el agua probablemente siendo arrastrada por la corriente. Les necesito ahora – dicho ésto colgó.
- Agente, un helicóptero viene a relevarme y los guardacostas están de camino.
- Gracias.
Se quedó allí, tras Jane, observándolo en el borde del precipicio sin saber qué decirle.
Cuando Van Pelt llegó, el consultor seguía en el mismo sitio y no había dicho ni una sola palabra. Preocupada, sabiendo cómo aquello podía afectarle, se acercó y puso una mano en su hombro afectuosamente. Las lágrimas luchaban por salir de sus ojos y ella luchaba para que no salieran. No podía consolar a Jane si ella estaba llorando también. Lisbon era algo así como más que una amiga para él. No tenía muy claro en qué sentido, pero sabía que aquello podía afectarle mucho más que a cualquiera de ellos.
- Jane, ¿estás bien?- preguntó con un hilo de voz vacilante – Deberías…Creo que deberías apartarte de ahí.
- Sí, tienes razón – de pronto parecía haber salido de un trance. Y se fue sin más. Van Pelt no volvió a verle en toda la tarde.
Pasaron horas buscando a Lisbon pero no apareció, tampoco lo hizo el hombre que cayó con ella; y puesto que era trabajo de rescate, poco (o nada) podía hacer el resto del equipo para ayudar. Cuanto más se metían en busca de resultados, peor ponían la situación para las personas que realmente estaban trabajando. Pero pasar el tiempo en la oficina sin poder hacer nada mientras Lisbon corría una suerte incierta era la peor de las torturas para ellos. Van Pelt estaba en la oficina rellenando informes, mirando archivos inútiles en el ordenador; Rigsby, se daba paseos por la oficina, por la cocina, comía compulsivamente y le daba vueltas a una pequeña pelota en sus manos; Cho llamaba insistentemente a las personas al mando en el acantilado para informarse, pero ya se negaban a darle información. Un poco después de las siete de la tarde les habían echado a él y a Rigsby del lugar.
Los dos agentes habían estado coordinando con la policía, los guardacostas y los submarinistas en el acantilado. Cuantos menos progresos hacían más nerviosos se ponían y más agobiaban a los rescatadores, que acabaron quejándose y Hightower, a su vez, enviándoles a la oficina. Jane fue el que más tiempo permaneció allí, en lo alto del acantilado mirando frustrado cómo ni un solo atisbo de Teresa Lisbon salía a la superficie. Nadie pudo impedirle quedarse. Hightower ni siquiera lo intentó.
Cuando comenzó a oscurecer y poco a poco el cielo ennegreció y el mar se volvió mucho más azul, mucho más oscuro, los guardacostas comenzaron a encender las luces de las lanchas y enormes linternas independientes.
Jane se dio por vencido y se marchó, tomando conciencia de lo inútil que sería que estuviera ahí sin hacer nada mientras sus esperanzas se desvanecían. Con sus antecedentes había aprendido a no hacerse ilusiones, a no mantener más esperanzas de las necesarias. No iba a hacer esto. No iba a torturarse pensando que en cualquier momento Lisbon surgiría del agua, mojada, exhausta, con hipotermia, pero viva y quejándose de aquel tipo que la había obligado a lanzarse por un precipicio y caer al frío océano, porque si Lisbon había muerto quería hacerse la idea, para poder asimilarlo, para que un nuevo ataque no le llevara derecho a un sanatorio mental otra vez.
Había querido estar hasta el último momento para recibirla con una manta y bromear con ella al descubrirla sana y salva, pero con el paso de las horas en aquella cima, el aire frío azotándole, el sonido de las olas rompiendo contra la roca y el olor salado llenando sus fosas nasales se había rendido.
Tumbado en su sofá con los ojos cerrados fingía dormir para que Van Pelt no continuara mirándolo con tanta pena. No podía evitar pensar en ella. En Lisbon. Llevaba meses evitándola casi ignorándola, escondiéndose en ese maldito ático y marchándose en cuanto terminaban con el trabajo, y todo para que John el Rojo no notara un acercamiento entre ellos, la confianza creciendo poco a poco con el paso del tiempo. Y al final, moriría en un accidente. Irónico. Pero ella tenía razón, la había tenido todo el tiempo. Era policía y cualquier ataque, en cualquier lugar, en un caso cualquiera podía costarle la vida. Unas veces lograba salir del aprieto y otras no. Y eso había pasado esta vez. Un terrible accidente que nadie podía haber previsto y que la agente no pudo evitar. Ella misma lo había dicho "no puedes salvarme de todo, Jane". No podía. Esto lo demostraba. Cerró los ojos con fuerza.