Cuando recordaba su niñez, lo hacia pensando en la grandiosa mansión en la que había crecido. Una majestuosa residencia de estilo inglés, con dos torres que alguna vez habían sido gemelas, no obstante por causa de un incendio en el lado izquierdo de la casa, y albañiles ineptos, habían quedado completamente distintas; fabricada con ladrillos de piedra y la puerta y las ventanas enmarcadas con un revestimiento de aerolito que al tiempo tornó amarillento. Por generaciones había pertenecido a la familia Elrick, pero nadie sabría decir la antigüedad que tenía la casa, la gente afirmaba que se había mandado a hacer bajo en reinado de Jacobo I, para una de sus hijas. Era una morada con magia y personalidad, a la que dentro de su encanto se le atribuían leyendas e historias que con los años se habían olvidado.
Ahora que la veía tras diez años de ausencia, le pareció más pequeña, gris y fea. Los jardines que rodeaban la casa, y que evocaba como el más hermoso de la zona, apenas teñían el ambiente de un triste color verde seco.
Edward abrió la ventanilla del auto, inhalando ese frió aire que sólo las mañanas británicas podían darle. Y se sintió todo menos en casa.
- Llegamos señor- anunció el chofer –Le bajaré las maletas.
- Gracias, Sebastián.
Bajó del auto, y en lugar de correr escaleras arriba hacia la entrada, para escaparse del abrumador frío del invierno, permaneció mirando con sus ojos dorados la casa, la casa que había jurado no pisar hace ya más de una década.
Perfectamente podía darse media vuelta y regresar a su departamento en Nueva York, podía faltar al funeral de su padre y seguir viviendo su vida como siempre sin remordimiento, pero su hermano rogó su presencia, y ya le había fallado demasiadas veces. Además, la puerta principal ya se estaba abriendo.
- ¡Ed, viniste! – dijo su hermano bajando a recibirlo.
- Hola Alphonse-
Se abrazaron con cariño, hace dos años que no se veían, su contacto se limitaba a mails y llamadas por teléfono que no duraban demasiado por su costo. Edward observó a su hermano pequeño, estaba distinto, como todo lo demás.
- Creciste Alphonse, estás más alto.
- En cambio tú sigues tan pequeño como siempre
- Al menos tu simpatía sigue intacta- rió apaciblemente-…Y ¿Dónde está?
Los ojos de su hermano volvieron a mojarse.
- En su habitación.
Entraron al vestíbulo bajo la sorprendida mirada de los sirvientes, que no podían creer que el joven amo había regresado. Edward se saco el abrigo y siguió a su hermano por los pasillos que recordaba de memoria, hasta la habitación de su padre. Los de la funeraria ya estaban cuando ellos entraron.
Su cuerpo vació estaba demacrado, flaco, viejo, cansado, sin embargo su rostro mostraba un semblante de tranquilidad único. La enfermedad y los años, lo habían envejecido de una manera que sorprendió a Ed. La última vez que lo había visto, apenas tenía un brote de canas, en ese momento, a penas tenía cabellos de color dorado. Y no pudo evitar mirar la fotografía de él mismo en velador junto a la cama.
Sintió una opresión en el pecho.
En diversas épocas de su vida había sentido dolores extremos y prolongados, pero, gracias a Dios, nunca antes había tenido que soportar, nada comparable con aquel sentimiento: una mezcla de culpabilidad y angustia.
Tuvo que apoyarse en la habitación.
No comprendía nada. Su facultad de pensar permanecía clara y activa. Un lúgubre terror invadía su espíritu ¿Cómo iba a acabar todo aquello? ¿Seguiría a aquello el remordimiento?
- Murió cuando venias viajando.
- Lo sé. El chofer me lo dijo.
- Tenía cáncer de estómago- continuó antes de que su hermano preguntara – pero en los últimos meses se expandió, hasta llegar al intestino delgado. Al final no podía ni hablar- terminó con la voz quebrada – estaba tan débil…
Debía aclarar que su facultad de observación seguía intacta. Podía ver y oír con la nitidez acostumbrada. Lo único que ocurrió fue que la voluntad había perdido de algún modo el dominio sobre su cuerpo.
- Falleció durmiendo. El doctor le había inyectado grandes cantidades de morfina, así que no sintió ningún dolor.
El menor de los Elrick observó la muda angustia de su hermano. Se preguntaba que estaba pensando en ese momento tan extraño para él.
- Preguntó por ti ¿Sabes? – Alphonse miró a su padre- Estaba tan feliz al saber que ibas a venir. Es como si estuviera esperándote.
Edward abrió repentinamente la puerta de la habitación y salió de ella calmadamente, sin decir ni una sola palabra.
Alphonse estuvo ahí dentro por lo menos media hora arreglando todo lo del funeral y luego tocó el rostro de su padre por última vez, antes de que lo metieran a la urna; A continuación partió en la búsqueda de su hermano, al que encontró en la biblioteca de casa, fumando, a juzgar por la colillas en el cenicero, el sexto de sus cigarros. Al imitó a su hermano, sentándose en un de los sofás frente al fuego de la chimenea.
- Abigail ¿Serías tan amable de traer unas tasas de té? – le pidió el chico a una de las criadas.
- Enseguida señor.
Edward continuaba fumando tranquilamente con la mirada puesta en el fuego.
- En este salón papá solía contarnos historias ¿Lo recuerdas?
Era impresionante la cantidad de colores que tenían las flamas.
- Ed, quiero hablar contigo. Papá me habló antes...
Rojo, anaranjado, amarillo e incluso azul.
- … de que se fuera. Dijo –suspiró- que quería que supieras que siempre te había amado, desde el primer momento en que te tomo en sus brazos- terminó Alphonse con voz ahogada–Se odiaba a si mismo por no verte estos últimos años.
Tendrían que poner más leña pronto, ya casi se había consumido.
- Sólo quería que tú le perdonaras.
- ¡Suficiente, Al!- dijo el mayor poniéndose de pie- ¡No necesito escuchar lo que dijo un viejo moribundo!
La criada entró con una bandeja con dos tasas de té y un plato con galletitas. Salió casi corriendo del lugar cuando finalizo, se podía sentir la tensión a un kilometro de distancia.
Realmente su hermano no entendía nada. Lo sabía. Alphonse intentaría nuevamente reconciliarlo con su padre ¡Incluso estado muerto! Nunca debería haber vuelto a esa casa maldita, llena de rencor e ira. Como odiaba esa casa y todos sus recuerdos en ella.
Al tomó una de las tasa y bebió en silencio.
- Lo siento Al– dijo el mayor retomando asiento- por favor, hablemos de algo más.
- No tiene importancia.
El menor de lo Elrick miró con pena a Edward, sabía que todo ese asunto le pesaría toda su vida. Incluso el más insensible de las personas, sabe que es bueno despedirse de un ser tan importante como lo es un padre.
Su hermano no podría vivir el presente si no se reconciliaba con su pasado.
- ¿Y como va Nueva York? ¿Tan ruidosa como siempre? – preguntó Al después de un rato.
- Bastante bien, es una gran ciudad, nunca me canso.
- Por alguna razón tiene que llamarse la ciudad que nunca duerme – bebió un sorbo -Aunque en realidad prefiero la tranquilidad, por eso me gusta aquí. Las ciudades grandes me sofocan.
- Cualquiera se sofoca si se pierde en Nueva York- recordó soltando una pequeña carcajada- ¡Cuatro horas girando en círculos!
- ¡Pero si el mapa estaba mal!
- ¡Lo estabas leyendo al revés!- aclaró riéndose aún más.
Ambos hermanos rieron como no lo hacían hace años; la conversación siguió serena e interesante, por lo menos hasta una hora después. Tenían tantas cosas que contarse que el tiempo pareció corto. Por esa mísera hora, volvieron a tener quince años de edad, volvieron a ser tan hermanos como lo eran de niños y Ed no lamentó haber regresado.
- El otro día estaban dando un reportaje sobre ti.
- ¿Cuál?
- Ese cuando tocaste con la filarmónica de Génova.
- Ah, si lo recuerdo ¡Por Dios, que mal aliento tenía ese periodista! Cada vez que hablaba me sentía en un basurero.
Alphonse soltó una pequeña carcajada.
- ¿Y estás componiendo una nueva pieza?
- Eso intento, a ratos me falta inspiración y no sé como continuarla. Componer música es mucho más difícil que escucharla.
- Ya se te ocurrirá algo.
- Eso espero.
De pronto la puerta de la sala se abrió violentamente, dejando pasar a una chica con los ojos húmedos. El menor se levantó enseguida de su asiento.
- ¡Oh, Alphonse, cuanto lo siento!- dijo la chica lanzándose a los brazos de este.
La chica lloraba unas amargas lágrimas mientras Al le acariciaba el cabello y le susurraba unas palabras de consuelo.
¿Quién era esa mujer? ¿Y desde cuando Al trataba con tanta dulzura a una chica? De repente se sintió realmente tonto. Alphonse era sólo un año menos que él, y considerando lo que él hacia a su edad con las mujeres, era completamente normal que su hermano tuviera una novia. Pero le pareció extraño que no se lo contase. Por su parte él tampoco le había hablado de su vida amorosa, aunque no había mucho que contar. Nunca había tenía una relación que durara mucho, tuvo mujeres, por montones- era impresionante como las norteamericanas caían con su acento inglés- pero novias, jamás. Le parecía algo estúpido atarse a una persona, algo de niños.
- ¿Ya te sientes mejor?- le preguntó separándola de su ahora empapado pecho.
- Si- dijo asintiendo con la cabeza- Lo siento, mira como te he estropeado tu camisa- se disculpó tratando de reparar el daño.
Edward removió en su asiento, incómodo. La chica se sobresaltó al verlo, no había notado que estaba ahí.
- Déjame presentarte a mi hermano, Edward. Ed, ella es Winry Rockbell.
Se contemplaron un momento con suma atención, con la vaga esperanza de recordar si alguna vez se habían conocido.
Tenía el rostro agradable, melancólico y dulce en su expresión. Había en él algo sensual, ligero e indefinible. Nada podía superar la delicadeza de sus facciones ni el resplandor de sus mejillas bañadas en lágrimas. Sus ojos eran grandes, azules. Aquellos ojos espléndidos se posaron en los suyos con altiva fijeza. Luego sus mejillas se encendieron y cortó la conexión para mirar nerviosamente al suelo.
- Encantada- balbuceó.
- Igualmente
Así que ese era el hermano que Alphonse tanto hablaba. Lo había visto en fotografías, mas en persona era mucho más imponente, y guapo. Le molestó pensar que se había puesto nerviosa tan sólo por que él la mirara, debía comportarse firme, recién había muerto H., no era momento para comportarse como una adolecente encaprichada.
- Señor Alphonse, los de la funeraria quieren hablar con usted- anunció Abigail asomando levemente la cabeza por la puerta.
- Voy- dijo – Winry, tú quédate aquí, ya regreso.
- De acuerdo.
Alphonse besó cariñosamente la cabeza de ella, luego salió de la habitación.
Se formó un silencio embarazoso en la biblioteca, en el que ninguno de los dos se miraba ni sabían como comenzar. Finalmente él sacó un nuevo cigarrillo y ella se sentó en el sillón que antes Alphonse ocupó.
- Así que, eres músico ¿Cierto?
- Sí.
- Fui a uno de tus conciertos de piano, en Londres. Tu música es bastante dramática. Muy intensa y… - vaciló un momento.
- ¿Y?
- un tanto triste.
- Trato de reflejar la realidad de la vida. Si quisiera reflejar una mentira, compondría pop y no música clásica.- dijo exhalando el humo por la nariz.
- La vida no son sólo penas, ¿Qué hay de la amistad y el amor?
- Eso a mi me parece de idiotas fantasiosos. Si la vida fuera sólo felicidad y risas, no estarías llorando como magdalena.
Winry se sintió humillada. Se secó los restos de lágrimas con las mangas y miró hacia cualquier parte menos al hombre que tenía en frente. Sintió una leve antipatía por Edward, no obstante, ya conocía a ese tipo de gente, no se dejaría intimidar por un depresivo.
- ¿Sabes que fumar mata?
Ed la miró esbozando una sonrisa socarrona.
- ¿Esa es tu recomendación moral?
- Esa es mi recomendación cómo médico.
A la muchacha le gustó la expresión-aunque leve- de sorpresa que tornó la cara de Edward. No era el primero que se impresionaba cuando decía su profesión, a veces se preguntaba por qué ¿Acaso no se veía como una doctora?
- ¿No eres un poco joven par haber terminado la carrera?
- Tengo veintiséis. No soy una niña.- puntualizó ella. Le irritó la manera en que dudó de lo que ella decía.
Edward aplastó el cigarro contra el cenicero sin dejar de mirar a Winry.
- ¿Y tú que edad tienes?
- Veintiséis- dijo esbozando una pequeña sonrisa.
El velatorio fue llevado a cabo en la iglesia junto a cementerio, que apenas dio abasto para la enorme cantidad de personas que fueron a despedirse.
Edward tuvo que saludar y recibir condolencias de un montón de individuos que ni siquiera sabía quienes eran, y debía decir que nunca se esperó que tanta gente lo recordara después de tantos años alejado.
- Tengo todos los DVDs de tus conciertos muchacho, eres realmente talentoso
- Gracias
- Mis hijas no querían saber nada de música clásica hasta que tú apareciste.
Winry estaba con Alphonse toda la tarde, no cabía duda que eran algo. Pero ahí volvían las preguntas ¿Cómo podía alguien llorar tan desconsoladamente por un casi-suegro? Le parecía extraño.
No importaba, de todos modos en veinticuatro horas estaría en un viaje de vuelta a su departamento frente al central park.
- Tu hermano se convirtió en el centro de atención.
- Es el precio de la fama.
- No parece muy contento hablando con el Señor Richards. Seguramente le está hablando de sus hijas solteronas- comentó Winry con tono divertido.
- ¿Y, que opinas?
- Que nunca se casaran.
- No, eso no-dijo Alphonse riendo- acerca de mi hermano- aclaró.
- Me parece… -posó su mirada en Edward- solitario. A pesar de estar rodeado de gente, es como si estuviera muy solo. No se, me da esa impresión.
Su interés por Ed iba en aumento. Era tan curiosa como todas las jóvenes de su edad, y el deseo de ayudarlo la turbaba. Si lo pensaba era ridículo, ni siquiera lo conocía, pero habría dado todo lo posible para comprenderlo un poco mejor.
A Al le pareció gracioso el rostro de preocupación de su acompañante.
- ¿Pasó algo mientras no estaba?
- No, nada. Sólo me dijo que era una soñadora por creer en el amor.
- Perdónalo- dijo acariciando la larga y rubia cabellera de Winry- Está muy confundido.
Winry se preguntó a que se refería.
- Voy a echar mucho de menos a mi padre. Se equivocó muchas veces, pero aún así, lo quería. Si tan sólo mi hermano pudiera perdonarlo, me sentiría mucho mejor- sus ojos se humedecieron ante el recuerdo- Siento que si hubiera podido reconciliarlos, todo sería distinto.
- No digas eso Alphonse, sabes que no es tu culpa.
El chico se cubrió el rostro con la mano, evitando que las lágrimas cayeran, y Winry lo abrazó.
- Te prometo que todo mejorará Al, te lo juro.
Afuera hacia un frió espeluznante, pese a eso, prefería congelarse a seguir escuchando a ese hombre de sus "maravillosas" hijas. Necesitaba aire fresco, y un cigarrillo.
Bajó los peldaños de la entrada y, tras mirar a la derecha e izquierda, se alejó con calma, como alguien que no está seguro que dirección tomar. Luego, encendiendo un cigarro, tomó el camino de la derecha, hacia las lápidas del cementerio.
Cuando estuvo a unos doscientos metros adentrado en el cementerio, abandonó su tarea de fumar y, se arrodillándose, corrió las hojas que cubrían la tumba de su madre.
Habían pasado once años.
Quien iba a pensar que un año después su vida cambiaría tan drásticamente, que el joven de quince años que se paró en ese mismo a llorar a su madre, ahora no podía soltar ni una lagrima por la muerte de su padre.
Trató de recordar que clase de persona era en ese tiempo, pero no pudo. Su vida de había definido en su cumpleaños número dieciséis, y de ahí hacia atrás, todo lo veía confuso, poco real.
Estaba a punto de marcharse de vuelta a la iglesia, cuando vi a Winry, caminando con cuida procurando no resbalar con la escarcha.
- Hola- saludó la chica en cuanto llegó a su lado.
- Hola.
- ¿Puedo hablar contigo?- preguntó ella.
Edward se encogió de hombros.
- Bien- Winry calentó sus manos una con la otra- Es sobre Al.
- ¿Sucede algo?
- H e estado hablando con él y, para serte sincera, lo veo muy mal, me preocupa el grado en que la muerte de tu padre pudo afectarle. Lo conozco muy bien para saber que esto le duele más de lo que aparente, además, del asunto pendiente entre tú y tu padre.
El chico frunció el ceño, todo ese asunto le daba mala espina.
- ¿A qué quieres llegar?
- Mira yo no soy quien para decir que esta bien o mal, especialmente porque no tengo la menor idea de que pudo pasar entre ustedes como para que te fueras. Lo único que sé, es que Al se culpa por no poder haberlos aproximado. Y te pido, te ruego, que te reconcilies con su recuerdo ¡Haré lo que sea! ¡Solamente quiero que Alphonse deje de sufrir!
Había en esas palabras un sentimiento honesto que convenció a Edward. No le agradó la idea de hacer lo que una chica que recién conocía le pedía, pero tenía un punto válido: su hermano. Por otra parte, se encontraba su propia lucha interna, y eso era lo más difícil.
- Lo intentaré, pero no te prometo nada.
- Gracias. De veras lo aprecio- agradeció aún sonrojada por el discurso- Una cosa más.
- ¿Qué?
- ¿Puedes apagar ese cigarro? Enserio, apesta.
Le irritaba esa chica; así de sencillo.
Le disgustaba la manera tan directa en que lo miraba, ni le agradaba la forma tan confianzuda en que lo trataba, y definitivamente lo que menos le gustaba de ella, era la reacción que producía en él.
Todavía no estaba seguro de que era lo que causaba en él, pero ni una sola vez había apagado un cigarrillo porque una chica se lo pidiese. En cada encuentro con esa desconocida había logrado sorprenderlo.
Ella no era su amiga, no la conocía…
Sin embargo le importaba lo que ella pudiera pensar de él. Quería causarle una buena impresión, quería gustarle.
- ¿Te apetece dar un paseo?- se escuchó decir.
¡Que extraño era Edward Elrick! Primero la trataba como una niña estúpida y luego le ofrecía pasear con él.
Por más que intentaba, no lograba descifrar lo que quería, y seguía teniendo la impresión de que se estaba burlando de ella.
Era tan distinto a todos los hombres que conocía, no se parecía ni siquiera a su hermano. Alphonse se le antojaba como el hijo perfecto: tierno, trabajador, educado; mientras que Edward casi bordeaba el estereotipo de bastardo insensible. Hasta que se comportaba gentilmente. Quizás la faceta de niño prodigio cruel era sólo una faceta exterior, como una armadura para protegerse del mundo, o tal vez no…
-Yo…
-¡Winry, te he buscado por todas partes!
-¿Mark?
El hombre recién llegado se acercó a ellos, besó a la atónita Winry en los labios y luego estrechó la mano con un aún más confundido Ed.
-Mark Fierstein, prometido de Winry-
-Edward Elrick-
-¡Ah, el pianista! Winry está obsesionada con tu música, tiene todos tus CDs.
-Mark- lo interrumpió la chica antes de que la hiciera pasar más vergüenza - ¿Qué haces aquí? Pensé que estabas en Londres.
- Me llamaron diciendo que había fallecido. Lo siento mucho Winry, se que Hohenhiem era como un padre para ti.
De pie, ignorado por completo, contempló el encuentro entre dos enamorados. Mark Fierstein era un hombre de contextura delgada, pelo negro, ojos apagados y un aire de superioridad que infectaba el aire.
Ahora la cuestión: ¿Quién era ese sujeto?
"Mark Fierstein, el prometido de Winry", naturalmente, pero ¿Por qué? Hasta hace veinte segundos Winry era la novia de Alphonse. Y ahí venía otra pregunta más- la más importante- ¿Quién diablos era Winry Rockbell?
Dirigió su mirada dorada hacia ella, sin poder apartar los ojos de su rostro, preguntándose de nuevo en donde cabía ella dentro de la historia. Cuando los ojos azulados de Winry se levantaron, cruzándose con los suyos, más que nunca sintió esa sensación de que el tiempo se había parado, sólo él y ella, mirándose tan directo, que por una fracción de segundo, Edward pensó que le podía leer el pensamiento.
- Entremos a la iglesia, tengo que dar mis condolencias a Alphonse.
No pudo evitar notar la molesta manera autoritaria en la que le hablaba.
- Winry, no tengo todo el día – insistió esta vez jalándola del brazo.
La chica despertó de su ensoñación ante el movimiento.
- Si, te acompaño.- dijo tomando la mano de Mark- Edward ¿Vienes? –
- Ya los alcanzo.
Winry continuó mirando a Edward mientras caminaba, hasta que su prometido le susurró algo en el oído que el chico no llegó a escuchar. Cuando desparecieron detrás de la gruesa puerta de la iglesia, Ed se dio media vuelta y examinó de fotografía en la tumba de madre. Habría jurado que intentaba decirle algo.