Disclaimer: One Piece es todo de Oda ^^.

Beta: Reira-Layla


Qué difícil que es esta pareja, y eso que me encanta XD. Quizás por ese motivo el fic me salió tan particular.

Aclaración: empleo la expresión de Sanji "Mellorine" como "felicidad", es decir, sabemos que Sanji es un tarado adorable que utiliza palabras inexistentes como swan, o bien menciona un postre cuando está muy contento o a modo de cumplido. Así que "Mellorine" vendría a tener la connotación de felicidad o bombón.


Después de tanto buscar el amor en cada mujer que se había cruzado en su camino, ahí estaba ella: la persona capaz de iluminarle el día con tan sólo una sonrisa. No importaba lo mala que podía haber sido la jornada, siempre sabía que al volver, ella estaría ahí, esperándole con esa agraciada mueca en los labios que parecía haber sido pincelada en su rostro por la mismísima Venus.

Porque ella lo necesitaba, más que ninguna otra persona. Y por ella, él se había hecho fuerte, más de lo que de por sí ya era.

Nunca permitiría que le hicieran daño, y si para eso era necesario entrenar arduamente y enfrentar a enemigos cada vez más poderosos, valía la pena el sacrificio.

Porque su vida no significaba nada, en absoluto, si no era capaz de protegerla para poder vivirla a su lado. El mundo le parecía un lugar mejor desde que la había conocido y, pasando los días junto a ella, descubría que ese sentimiento crecía, superando todo límite que nunca se había creído capaz de superar.

Era un romántico empedernido —por mucho que Nami, además, le tildase de pervertido—, él era un eterno enamorado del amor, sin embargo todas esas mujeres a las que le había dedicado atención, no significaban nada ante la magnificencia de ella.

Al menos eso pensaba mientras la veía dormir, plácidamente, ajena al mundo y sus males, ajena a que él la amaba de una manera que no era comprensible por la mente humana.

El indomable Sanji, el mujeriego de los Mugiwara, había hallado el amor. Había una dama por la cual su corazón latía, una dama que le arrancaba sonrisas de auténtica felicidad y que había llegado para demostrarle que el amor puede tomar muchas formas, siendo una de esas, la más eterna y superior.

Acarició su lacio cabello rubio, tratando de no despertarla ni incomodarle por demás; no podía evitarlo, en esos momentos, cuando la veía tan indefensa y serena, le asaltaban unas ganas irrefrenables de besarla hasta al hartazgo y de acunarla en sus brazos, para que se sintiese segura y protegida.

Nami, desde el dintel de la puerta, esbozó una minúscula sonrisa; sabía que su hombre le amaba, pero no era competencia para ella. Se acercó despacio y apoyó las manos sobre los hombros de Sanji en un cálido apretón que parecía expresar mucho más de lo que pueden manifestar las palabras, un implícito "aquí estoy, a tu lado, sintiendo lo mismo".

—Es tan hermosa —dijo el cocinero bajo el yugo de esa pequeña pero a la vez inmensa presencia, consiguiendo una ligera carcajada por parte de Nami; no era un día completo sin Sanji resaltando lo bella que era. —Se parece tanto a ti —acotó a modo de cumplido, no quería que su Nami-swan se sintiese celosa, pero lejos estaba de eso. Nami comprendía los sentimientos de Sanji y no podía hacer otra cosa más que enamorarse irremediablemente de ese hombre que sólo tenía ojos para su hija. ¿Cómo no amarlo? Contra todo intento vano de haberlo evitado en el pasado, ahí estaba: sabiendo que, de todas las personas en el mundo, él sería quien lo daría todo por cuidarlas a ambas.

Siempre había sido un caballero para con todas las mujeres, pero la navegante entendía que el lugar que ellas dos ocupaban, no lo ocuparía jamás ninguna otra mujer. Orgullo, era lo que sentía cuando lo veía a Sanji embobado con la pequeña.

—El Grand Line es un lugar peligroso para un bebé.

—Lo sé —meditó el rubio, suspirando con languidez. Era una conversación que siempre postergaban—, pero no te preocupes, Nami-swan, yo… —la miró con seriedad— las protegeré.

—Lo sé —repitió ella con una cálida sonrisa, tan segura de eso como de que la tierra era redonda y el mar salado. Sanji la tomó delicadamente de la muñeca y se dejó arrastrar, hasta terminar sentada sobre su falda.

—¿Sabes? —La miró, con una expresión atípica en el rostro, mezcla de circunspección y felicidad—Creo que el All Blue… no existe.

—¡No digas esos, Sanji-kun! —bramó asustada. Uno de los motivos por el cual no habían abandonado el barco pese al embarazo de Nami era precisamente por sus sueños.

Fueron meses complicados, meses en los que Sanji fumó más de lo usual y en donde debieron acoplarse a la nueva circunstancia. En ese entonces Nami siempre se quedaba en el Thousand Sunny, siendo custodiada por alguno de sus nakama.

Sanji se había perfeccionado más en esos nueve meses, que en los dos años que había estado en la isla de los okama. Sacaba fuerza de dios vaya a saber dónde para evitar, a toda costa, que Nami y su vientre se vieran envueltas en una situación peligrosa, así como para asegurarse de volver vivo de cada enfrentamiento. ¡Debía hacerlo! Porque ¿quién cuidaría de ellas? ¿Quién podía hacerlo mejor que él?

Sanji se había hecho fuerte, de una manera por demás inusual; una fortaleza interior que radicaba en el amor más absoluto y entregado que sentía por esa criatura de no más de cincuenta centímetros de alto, tan frágil y dependiente, que algún día le llamaría "papá". Si creía amar a la madre, no existía palabra en el mundo que pudiera calificar lo que sentía por ella.

—Ya no interesa si existe o no, Nami-swan —miró la cuna, en donde su pequeño retoño descansaba. —Debo proteger mi tesoro —volvió la vista hacia ella, depositando en los labios de la mujer un casto beso—, ustedes son mi All Blue.

Nami recargó la frente sobre la de él y meditó la propuesta implícita que le estaba haciendo; podía hacer mapas de lo que había visitado hasta entonces, pero… ambos sabían que ya no se trataba ni del All Blue ni de dibujar un mapa mundial, en algún momento de la aventura las intenciones de todos mutaron, ¿culpa de Luffy? Quizás; había algo más que los amarraba a esa tripulación. Al fin de cuentas, eran familia. No amigos, ni compañeros, ni conocidos, simplemente familia. ¿Correspondía dejarlos, entonces?

La irrupción en el cuarto los distrajo de la pequeña conversación, una que —se percataban— no tuvieron que esperar tanto para tenerla. La voz del capitán se hizo escuchar, potente:

—¡Sanji, comida!

—¡Silencio, idiota! —gritó el rubio, incluso más fuerte que Luffy—La vas a despertar.

El capitán se tapó la boca con ambas manos, para luego descender la cabeza en un gesto que rogaba por perdón. El bebé se removió, inquieto, y comenzó a llorar.

Sanji suspiró y cerró los ojos por un breve instante.

—Sanji, comida —susurró tan bajo que apenas fue audible. El mentado no supo si reír o golpearle por idiota.

Nami se acercó a ella y la tomó en brazos. Fue inmediato, en cuanto despertaba y daba las primeras señales de estar en el mundo, la habitación o el lugar en donde estuviera, se llenaba de exclamaciones, gritos y risas:

—¡Ya despertó! —Chopper era siempre el primero en aparecer; curioso como él sólo, le gustaba verla. No había un motivo en especial, al doctor simplemente le encantaba estar cerca de ella y tocarla como si de algún ser extraordinario se tratase.

—¡Miren, hice un juguete nuevo para Kumi-chan! —Usopp intentó atravesar la puerta, pasando por encima del reno.

—Cuidado con eso, Usopp —reclamó el cocinero saliendo por la abertura con la intención de encender un cigarrillo fuera del lugar en donde su pequeña hija descansaba.

—Es inofensivo, mira —el tirador se acercó a la niña y le dio a la madre lo que parecía ser una pequeña bola esponjosa cubierta de tela—, si la mueve, hace ruido. Le he colado arandelas de metal. No se preocupen —se apresuró a aclarar—, la he sellado bien, con un pegamento que me aseguré que no fuera tóxico. ¡Y estoy pensando en hacer otro, con luces!

—Gracias, Usopp —Nami le acercó el invento a la pequeña, quien a duras penas podía controlar las manos, y esbozó una fugaz sonrisa ante el delicado tintineo.

—Se ve que le gusta —resaltó Sanji con una sonrisa, dándole una pitada al cigarrillo; aun a esa distancia podía oír la voz de su niña, el gorgoteo incesante y particular que emitía cuando algo le gustaba o cuando quería que mamá estuviera cerca.

—¡¿Ya despertó? —Franky apareció corriendo, con la emoción pintada en el rostro—¡Súper, ahora podremos ponerla en la cuna nueva: La Súper Baby Franky III!

—No hacía falta, Franky —dijo Nami con una sonrisa—, con la primera cuna y la segunda era suficiente, deberías guardar los elementos para…

—¡Que no mujer, ella debe dormir en la mejor cuna hecha por estas manos! Además esta es una cápsula completa que incluso es a prueba de agua.

Sanji negó con la cabeza, sin poder evitar lanzar una risilla de resignación. Sabía que Franky no pararía hasta la "Súper Baby Franky" número infinito, al menos hasta que Kumiko dejase de usar una. El cyborg acaparó la atención del grupo explicando, con sentido entusiasmo, las funciones de la nueva cuna. Todos entendían la necesidad de la misma, pues era en sí una pequeña fortaleza para la niña cuando el barco se veía atacado. Una cápsula inmune al fuego, al agua, a los golpes y quien sabía a cuántas cosas más, adaptada para la supervivencia.

—¡Ya está! —Se escuchó gritar desde lejos—¡La encontré! —Brook apareció corriendo con un violín en la mano y en alto—¡He perfeccionado la canción de cuna! ¿Quieren oírla?

—Yo quiero comer —exigió Luffy.

—Mientras comemos podemos oírla —Nami no quiso coartar la emoción de Brook ni la de Luffy, con la niña en brazos salió del cuarto.

—Me pondré a hacer la cena —Sanji se encaminó hacia la cocina y todos lo siguieron, como polluelos a mamá pollo.

En el camino, la navegante no pudo evitar reparar en la pila de libros que había sobre la reposera favorita de Robin. Se acercó a ellos, notando que eran nuevos. La había visto a la arqueóloga comprando en la última isla pero, contra todo pronóstico, no versaban sobre historia.

—¡Oh, lo has conseguido! —exclamó Nami con emoción al darse cuenta del título de uno de los compendios; le cedió la bebé a Luffy, quien poco antes la había reclamado con ahínco, para acercarse a la muchacha y revisar la pila.

—Sí, lo tenían a un precio muy alto por ser tan viejo, pero como me contaste que era tu libro favorito de niña, hice un buen trato con el negociante —explicó estoica.

—¡Robin, gracias! —Nami parecía estar a punto de largarse a llorar. En sus manos tenía el libro que Bellemere-san solía leerles a ella y a Nojiko antes de ir a dormir. —Pero, si sigues así, canjeando libros —Nami carcajeó levemente—, terminarás con una biblioteca de cuentos infantiles —los demás libros que solía tener Robin, brillaban por su ausencia.

—Ya los he leído; en cambio Kumiko-chan aun tiene muchos libros por leer —sonrió muy internamente.

Desde la cocina Sanji alcanzó a ver por el ojo de buey a su capitán con la pequeña en brazos, observándola con infinita curiosidad junto a Chopper.

—¡Ey, Luffy! ¡Tiene poco más de un mes, trátala como si fuera una figura de cristal! —bramó, para luego dirigirse a la madre—¡Nami! —pero sabía que reclamarle a ella que no la dejase con cualquiera era idiota de su parte. Luffy y Chopper no eran "cualquiera"; podía sentirse tranquilo sabiendo que estaba tan bien en sus brazos como en los suyos. Una ligera sensación de seguridad lo invadió, disipando esa duda momentánea que lo había colmado.

La comida fue preparada mientras Nami alimentaba a la niña. Para cuando estuvo lista, la bebé ya dormía de nuevo en su cuna. Luffy volvió a quejarse como en tantas otras ocasiones por el detalle: lo único que hacía era dormir. Le resultaba aburrido verla tan quieta; aunque despierta tampoco hiciera mucho, lo prefería. Sanji y Nami entendían que la niña llenaba de algarabía el barco, entreteniendo a la tripulación, sin excepciones.

—Llamen al marimo, que esto ya está —solicitó Sanji y en pocos minutos la cocina era puro jaleó otra vez. Zoro dejó el entrenamiento de lado y comió con relativa rapidez para irse cuanto antes a seguir en lo suyo. Debía hacerse más fuerte; no podía creer que Sanji le hubiera superado tanto en tan poco tiempo. Tenía que hacerse más fuerte, porque si ese idiota llegaba a morir, en él entonces recaería toda la responsabilidad de cuidar a la tripulación, incluyendo a un bebé indefenso y a la indispensable madre.

Se encontraba encaminándose a la zona de entrenamientos para cuando escuchó el llanto de la pequeña a la distancia, obligándole a tener que volver sobre sus pasos.

—¡Ey Nami, cocinero… está llorando! —avisó, pero el llanto no cesaba y los padres no parecían estar dispuestos a salir corriendo o no lo habían oído, así que ingresó para asegurarse de que todo estaba bien en el entorno de la pequeña.

Se acercó a la cuna y la espió, ella lo miró fijando la vista por un breve instante, y lloró con más fuerza, como si le estuviera reclamando atención.

—¡Ey, marimo idiota! —espetó Sanji desde la puerta—Levanta y tráela, no se te van a caer los brazos.

Desde que la niña había nacido, el único que no la había tenido en brazos había sido Zoro. Nami le había dicho a Sanji en su momento que, contra todo mal pensamiento, se debía a la sencilla razón de que el espadachín no sabía cómo relacionarse con ella.

—¡No, cocinero, a ver si… si se me cae! —explicó con malas pulgas, como si estuviera asustado por tamaña propuesta.

—Levántala, marimo —exigió con seriedad y entre dientes, la niña seguía llorando con toda la fuerza de sus pulmones.

—Si le pasa algo después tendré que soportarte.

—Oh, no —explicó con énfasis—; si a ella le pasa algo por tu culpa, no vas a tener que soportarme, porque así como le pasa algo, tú mueres al instante.

El espadachín frunció la frente, le farfulló un insulto al rubio, y luego acercó las manos con el fin de rodear la menuda figura. Un temblequeo lo dominó, tomó aire para relajarse y la alzó.

—¡¿Conforme?

—No es un saco de patatas —reclamó, acercándose a él para quitársela de las manos, pero Zoro hizo los brazos hacia atrás llevándola contra su pecho.

—No, ahora la tengo yo —se quejó.

—Es mi hija, dámela.

—¡Que no, cocinero! ¡Tú me obligaste a esto, así que ahora te aguantas! —rugió Zoro dándole la espalda y aferrándola más contra su pecho para así evitar que la tomase. Se sentía extraño, era cálido tener esa figura diminuta entre sus toscas manos, tan acostumbradas a sostener armas filosas.

—¡Ya, ¿pueden dejar de pelear ustedes dos? —exigió Nami desde el dintel de la puerta, para luego estallar en carcajadas: era tan atípica la escena. Verlos a los dos peleando como críos por sostener al bebé, Zoro con ella entre los brazos, acorralado contra la pared, y Sanji forcejando con delicadeza. Podía percibir como ambos hacían el esfuerzo necesario para no sucumbir a una pelea de vikingos, todo por lo evidente de la situación: Kumiko estaba en medio, y ninguno de los dos iba a permitir que saliese lastimada. Así que la reyerta del día no incluía sablazos y patadas, sólo un ligero zamarreo y palabras de reclamo.

—Dejó de llorar —Roronoa no había reparado en el detalle hasta que Nami no apareció para distraerlo de la trifulca con el rubio.

—Sí, pedazo de musgo, desde que la levantaste —Sanji frunció la frente dando la vuelta—, sólo quería que la alzaran.

Roronoa miró de malos modos al cocinero, para después fijar la vista en el rostro de la pequeña. Transmitía paz, eso era lo que el espadachín sentía, pese al nerviosismo que le había embargado en un inicio con la simple idea de levantarla, la expresión de serenidad en Kumiko era contagiosa.

Pero fue momentáneo, ya que el ruido de lo que parecía ser algo explotando, les puso en alerta, pensaron al principio que se trataba de alguno de los inventos de Franky y Usopp, pero Chopper apareció corriendo alertándole a Nami que en el nuevo rumbo tomado se habían topado con los marines.

—Maldición —vociferó Sanji, mirando a la mujer en un intento fútil por encontrar seguridad en sus ojos. No es que el rubio pecase de inseguro, pero se sentía extrañamente calmo sabiendo que Nami estaba junto a Kumiko. La navegante reaccionó enseguida al mensaje implícito en los ojos del cocinero, y echó a correr para hacer todo lo posible por cambiar la dirección del Sunny y evitar el peligro. Sanji, entonces, se dirigió a Zoro indicándole que pusiera a la niña dentro de la cuna de Franky y caminó hacia la puerta para ver con qué escenario se encontraba. El barco se sacudió por un breve momento, mientras la pequeña aún se encontraba resguardada de toda adversidad en los brazos del espadachín.

—No te preocupes, Kumiko, si alguien se acerca a este cuarto, ¡lo cortaré! —dijo Zoro con énfasis, sintiendo una falsa seguridad en la soledad en la que estaba sumido.

—No hace falta, marimo —dijo el cocinero, sobresaltándolo. Había supuesto erróneamente que Sanji ya se había marchado—, con la propulsión los hemos esquivados. No hay peligro.

Dicho eso, se marchó al notarlo incómodo. Roronoa tardó en reaccionar pero en cuanto lo hizo miró a la niña que, inquieta, alzaba la manita tratando de alcanzarlo. La dejó en la cuna, sintiendo un nuevo y desconocido sentimiento colmándolo:

—Si al inútil de tu padre le pasa algo, no te preocupes: aquí está el tío —se colocó el pañuelo, cual grito de guerra y se encaminó al gimnasio para seguir con un implacable entrenamiento.

Al costado de la puerta se encontró de nuevo con el cocinero quien, fumando un cigarrillo, se limitó a mirar el cielo estrellado. Zoro le dedicó una mueca furibunda, algo importunado y con ganas de gritarle que era un fisgón de primera, pero no dijo nada y se fue con paso digno. El rubio lo observó irse de reojo, dio otra pitada al cigarro y fijó otra vez la mirada en las estrellas. Comenzaba a encontrar la pregunta que venía haciéndose desde que supo del embarazo de Nami, curioso que fuera el marimo quien se la diera.

Sintió la presencia de alguien y descendió la vista encontrándose con su adorada Nami-swan.

—¿Todavía sigues pensando que el All Blue no existe?

Sanji sonrió con resignación y recargó un pie en la madera. Meditó unos instantes las palabras a decir, y es que eran en momentos de peligro como ese los que le hacían vacilar. Sin dudas, por mucha protección que la pequeña tuviera, por muchas cunas que Franky adaptase y por muy seguro que estuviera de que Zoro siempre estaría ahí para cuidar a toda la tripulación —Nami y Kumiko incluidas—, comprendía que no era sitio para un bebé, pero…

—Son su familia. No es justo que Kumi-chan se críe sin ellos.

Nami sonrió. Claro, eran familia, Kumiko tenía derecho a disfrutar de la atención de sus tíos. No habría otras personas en el mundo que le dedicasen tanto amor como ellos. Si querían que Kumiko se criara amada y cuidada, ese era el lugar; su lugar.

—De todos modos siempre seremos perseguidos, estemos donde estemos —resaltó Nami, alzando los hombros.

—Sí, por eso es mejor estar aquí. Al fin y al cabo no hay lugar más seguro para ella en el mundo que en la tripulación de los Mugiwara, ¿verdad? —sonrió, elevando sus rizadas cejas en un gesto algo coqueto.

Nami entonces pensó que con el padre y los tíos que tenía, Kumiko no debía temerle a nada. Se acercó a él lentamente para tomarlo del rostro con femenina delicadeza, con esas mismas manos que acunaban a una criatura y le brindaban caricias. Besó los labios de su hombre, sintiendo el inconfundible aroma a tabaco, cuyo sabor nunca antes le había parecido tan agradable. Sanji correspondió el beso, entendiendo el mensaje que escondía: era hora de ir a dormir. Apagó el cigarrillo bajo la suela del zapato y caminó al interior del cuarto para darle el beso de las buenas noches a la pequeña.

—Que descanses, mi mellorine.

Nami volvió a sonreír, sintiéndose un poquito, sólo un poquito celosa. Desde que Kumiko había nacido, todas las atenciones de Sanji, iban para ella. Cada mota de felicidad en su día, era a causa de ella, y su mundo, ahora, giraba en torno a ella.

¿Quién iba a decir que Sanji iría a encontrar el amor algún día?


Fin


No me gustan los OC, pero comprenderán que para esta historia era necesario :).

La razón del nombre en japonés: suelo trata de emplear títulos en español, pero a veces suenan mejor en su idioma original (o el que originalmente se me ocurrió), a veces por su significado, como en éste caso. Verán, Katei significa familia, al igual que Kazoku, con la diferencia de que el primero engloba mucho más, no es sólo familia, sino hogar, lugar de pertenencia. No hay en español algo que englobe todas esas palabras, de haber sido solo familia (Kazoku), sin duda el fic tendría título en español.

Me gusta el significado de Katei.

Bueno, espero que les haya gustado ^^, es ligerísimo el Sanji/Nami, pero me gusta la idea de plantearlos así.

Ah, aclaración importante: puse fin y completo, pero como la idea me gustó tanto, me están saliendo varios plots al respecto, así que iré agregando capítulos que no serán más que historias auto-conclusivas dentro de esta misma. ¿Qué decir? Yo me muero de ternura imaginando a un Sanji en plan padre baboso, lamento mucho si no les gusta XD.

Gracias por leer.

Miércoles, 05 de enero de 2011.

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.