Title: Juguemos a Rodear

Notes: Creo que puedo considerar este capítulo mi favorito hasta ahora xD Por fin estamos entrando a lo verdaderamente oscuro. A partir de aquí, comenzarán a entrelazarse las historias y los personajes. Necesitaba colocarlos de a poco y que vayan viendo sus situaciones, así que esto va para ser un fic largo.

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a Hidekaz Himaruya, genio entre genios, he dicho.

Juguemos a Rodear

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Capítulo 5: El dolor de un Alma Sentenciada

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-¿Crees que esto está bien?

-No estoy seguro… nunca antes hicimos algo así, pero nada más a surtido efecto, es lo único que nos queda…

-Si funciona, ¿Qué haremos? ¿Lo dejaremos con todos los demás inhumanos?

-Eso sería peligroso… además, él… él sigue vivo…

-De acuerdo, entonces acabemos con esto.

-Sí, tienes razón.

-Esperen… ¿Qué… qué me harán? ¿Qué… qué es esa cosa…? No… no lo hagan… no me coloquen eso… no… no… ¡Haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

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Se deslizaba por los pasillos de forma lenta y pausada. Un paso, y otro, y otro… sin la menor prisa o apuro, como teniendo todo el tiempo del mundo. Se detenía, tomaba una bocanada de aire y volvía a andar de aquella manera. No podía hacerlo de otra forma, el solo hecho de pensarlo ya podía causarle dolor. Y estaba harto del dolor.

Suspiró llevándose una mano a su rubio cabello para quitarse unos cuentos mechones del rostro. Aún no entendía que lo había llevado a moverse de la cama, sabiendo que ese era el único lugar donde el dolor desaparecía aunque sea un instante, pero se hallaba demasiado frustrado y harto como para quedarse acostado sin hacer nada, al igual que todos los días anteriores. Un momento más en ese cuarto y juraba que iba a terminar padeciendo claustrofobia permanente. Quizá esa fue la principal razón por la que decidió salir. No le convenía hastiarse de aquel lugar, teniendo en cuenta que ahí vivía, ahí comía… allí había estado confinado los últimos diez años… y seguiría estándolo hasta el día de su muerte.

Lo raro, por no decir sumamente extraño, es que nadie se haya dado cuenta de su presencia, o mejor dicho: de su falta de presencia. Ignoraba si lo estaban buscando o no, tal vez dieron por sentado que caminaría solo unos cuantos metros fuera de la habitación y que no aguantaría mucho y se volvería tarde o temprano.

Idiotas. Todos ellos. Evidentemente no lo conocían. Después de todo ellos mismos lo llamaban "hielo", podía soportar el caminar aunque sintiera que cada paso lo desgarraba por dentro. Había aprendido a convivir con ello, había aprendido a acostumbrarse al dolor.

Jamás podrían ganarle. Después de todo era su invento, ellos lo crearon. ¿Qué era el dolor? Solo una cápsula, algo que volvía a las personas débiles, pero para él, confinado a sufrirlo cada segundo de su existencia… era la nada. Solo era un vacío que notaba pero que no se transmitía a su cuerpo. Y por eso lo hacía. Por eso infligía las normas, para probar que seguía teniendo algo humano… que aún no lo habían vencido.

Que todavía era capaz de sobrevivir.

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"… Después de disolverme entre el cielo y el mar, yo te estaré observando…"

La Sirenita.

Hermosa. Talentosa. Amada. Incomprendida. La joven sirena maravillada por los seres humanos, que atreviéndose a desafiar a su padre se dispone a ir a aquel lugar que tanta felicidad le produce. Ahí lo conoce, al príncipe. Es él quien marca su final, ¿O fue ella misma? Lo cierto es que puede pensar millones de razones para que las circunstancias hayan progresado hasta terminar así. Pero lo cierto es que le gusta más lo original.

El pensar que fue su ingenuidad e idolatría hacia los humanos lo que la llevó a su final. Enamorarse a primera vista, querer que sus sueños se cumplan, aguantarse todo el sufrimiento… todo por ese príncipe que nunca la llegó a amar…

El maldito en el cuanto era el príncipe, no la sirenita. Ella solo fue la víctima. La que pagó por todo.

¿O no?

La Sirenita siempre fue su relato favorito. Contenía todo lo que le gustaba: el océano, criaturas mitológicas, sueños y esperanzas, un anhelo, una aventura, una misión, un amor, una tragedia. Sin embargo, el final siempre lo dejaba vacío, hueco.

Eso tampoco significa que esté de acuerdo con la versión Disney. Odia la versión Disney. Una vez su padre le regaló la película en un DVD por su cumpleaños. Lo rompió. Lo tiró a la chimenea y esperó a que se quemara parte por parte y sacó las cenizas solo para colocarlas en un frasco, el frasco tenía colocado en la tapa un papel que decía "Basura", luego llevó el frasco al contenedor de basura y esperó hasta que se lo llevaran. E incluso fue al lugar a dónde llegaba toda la basura y pidió observar cómo se rompía el frasco junto con otras miles de cosas hasta quedar unida como una masa metálica y sin rastros de lo que fue en el principio.

Como decía, odiaba la versión Disney y su final feliz.

Pero a la Sirenita nunca la odió. Ni siquiera a la de Disney. En realidad, durante un buen tiempo en su infancia estuvo enamorado de ella. Quería salir, agarrar un barco y buscarla por cada rincón del océano hasta encontrarla y prometerle que él sería su príncipe, que la haría feliz, que no la dejaría por otra.

Claro que nunca se lo permitieron, y ahora, ya mayor, comprendía que sería imposible. Que la Sirenita ya debía estar muerta.

Pero la idea de que otras sirenas puedan pasar por lo mismo no se le iba de la cabeza. Él creía en ellas. Solía salir cada tarde en su pequeña lancha con el propósito de encontrar una, de hablarle, de saber cómo viven, lo que hacen, si es verdad que tienen el poder de hipnotizar a los hombres con su canto hasta convencerlos de matarse por ellas.

A él no le importaría morir por ellas. Haría cualquier cosa por aunque sea ver a una, o un tritón, sin importar si al rato moría por ello.

Era por ese deseo por lo que la gente lo llamaba lunático. Lo trataban como si fuera anormal, la mayoría le tenía miedo, el resto no podía ni siquiera mirarlo a los ojos. Tampoco le importaba. Él solo quería el trato de las sirenas o tritones. Hasta compró una casa en la playa solo para conseguirlo.

Ahora ni siquiera sus padres venían a visitarlo. Siempre estaba solo. Solo con sus cañas de pescar, redes, hachas y peceras. Muchas y grandes peceras sin ningún pez adentro. No comía pescado, por cierto, nada que viniera del agua sería tocado por sus manos de aquella forma, no, él cazaba en el bosque que se encontraba a unos dos kilómetros de allí, conejos, ciervos, osos, lo que se cruzara por su camino era destrozado y usado para su subsistencia. Podía ser considerado un salvaje, un bárbaro, vivir solo de la caza y la recolección de frutos te convertía en uno, bueno, eso y ser un nómade, pero los nómades viven en grupos y se trasladan de un lugar a otro cuando se les acaba sus suministros, él tenía comida en ese bosque para varias generaciones después de él, y no planeaba irse a otro lado, le gustaba como estaba.

¿Todo esto lo hacía un monstruo? ¿Un loco? ¿Lo convertía en alguien igual a la Sirenita? Quizá esa fue su intención desde siempre. O quizá no. Si él fuera como la Sirenita tendría que enamorarse de un mitad pez y que este o esta no lo ame, y convertirse en espuma de mar por no animarse a matarlo.

Él aún no había visto a ninguno. Y tampoco se había enamorado. Así que no era igual a la Sirenita.

Tal vez si fuera como ella sería más feliz.

"Aunque esté a punto de convertirme en espuma, yo te amaré… Después de disolverme entre el cielo y el mar, yo te estaré esperando…"

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La luna estaba llena esa noche. ¿Era una ironía acaso? ¿Un recordatorio de lo que no podía escapar? Él debía sentirse muy solo en ese momento ¿no? ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lograba soportar el dolor, el desgarro de la sangre, el perder la consciencia, el comenzar a tener sed de sangre y carne? ¿Era capaz de percibirlo? ¿O todo se borraba a penas la transformación terminaba?

No sabía ni por qué hacía esas preguntas, conocía la respuesta de por lo menos la mitad de ellas. Porque las resolvió, investigó, practicó, experimentó, observó, analizó y concluyó cada una de ellas. Lo había usado casi tantas veces que le parecía hasta normal el resentimiento que le tenía. Se creía libre. Se creía con el derecho de cualquier otro humano.

Ahí se equivocaba. Ninguna de las personas allí adentro era humana. Ni siquiera los "humanos" verdaderos: científicos, doctores, empleados, ni siquiera él. Todos dejaban su humanidad una vez ingresaban por la puerta principal, ya sea siendo experimento ocientífico. Aunque no negaba que de todas las criaturas allí encerradas las que más le daban terror eran esos niños. A él nunca se le permitió conocer la verdad detrás de ello, solo sabía una cosa, estaban muertos. Hace décadas. ¿La razón? No tenía idea, sospechaba que algo tenía que ver ese escalofriante juego que jugaban todo el maldito día, pero no podía asegurarlo, a ningún médico se le permitía llegar hasta ese piso. Era prohibido. Los únicos autorizados a parte de Elizabeta y el director eran los niños que venían atraídos hacia el lugar, niños que se convertían en más víctimas. No era su trabajo saber más allá de eso. Él se encargaba de otro tipo de monstruos. O más bien, de uno solo.

El más fascinante, atrayente y hermoso monstruo que alguna vez sus ojos hayan vislumbrado. No, ni siquiera podía llamársele monstruo, después de todo ¿Cuántas veces al mes lo era? Solo tres días. El resto era tan humano como el lugar te lo permitía. Un humano salvaje, indomable, furioso, parece un animal, mitad animal podría decirse, eso no lo hacía un monstruo.

Algo tan bello y roto no podía ser un monstruo. Aún si gritaba, aún si destrozaba, aún si desgarraba y se transformaba. No era ningún monstruo.

Y siempre se lo recordaba. Claramente, no debería decírselo, debería creerse un monstruo, para no escapar, para quedarse allí y ser analizado hasta encontrar la razón. La razón de porqué era así. Para eso estaba allí ¿no? Para eso estaban todos allí. Para darle una explicación a lo inexplicable.

Pero él no podía mentirle. Desde el principio no pudo. Era solo posar sus ojos verdes en su pequeño y frágil –solo en su mente- cuerpo para tener la necesidad de retener su parte humana el mayor tiempo posible. Lo intentó con varias tácticas.

Hablándole.

Tocándole.

Explicándosele.

Pero no le creía. Solo se reía amargamente y le llamaba estúpido, bastardo, crédulo, idiota. Nunca le dijo nada amable, ni siquiera sabiendo quien era, ni siquiera sabiendo que hasta cierto punto lo protegía del resto, ni siquiera conociéndole.

Nunca se atrevió a llamarlo por su nombre. Y siempre se lo repetía. Siempre intentaba que lo dijera.

"Mi nombre es Antonio, Lovino".

Odiaba que pronunciara su nombre. Le gruñía. Le gritaba. Una vez casi le muerde. Pero seguía diciéndole. Era una prueba, la señal de que si era humano, de que no era un monstruo.

Sin embargo, jamás logró convencerlo. Si tan solo pudiera…

Imposible. Utópico. Lovino jamás aceptaría ser un humano. Se creía un monstruo, quería comportarse como un monstruo. Para vengarlo. Para destrozar a cada uno de los que lo apartaron de su hermano. Él no sabe lo que hicieron con él, pero está seguro que igualmente Lovino lo coloca en la misma bolsa que el resto.

Y no puede, no puede borrarle eso de la cabeza.

Ni siquiera teniendo conocimiento de lo mucho, mucho que lo amaba.

En la mente de Lovino es un monstruo, una bestia en busca de venganza. Y él solo un estúpido humano. Un estúpido humano que es la razón por la cual no puede salir de allí.

Para Lovino, Antonio es solo otro monstruo. Uno peor que sí mismo. Y por eso, justamente por eso no concibe que pueda amarlo.

Pero lo ama, ama a Lovino tanto, tanto… que sería capaz de dejarle la puerta abierta para que salga, para que escape y desaparezca a todos los otros hasta encontrar a su hermano.

Lo haría justo como en ese momento.

No importa si por él camino también lo desaparece a él.

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Alfred abrió los ojos un tanto desconcertado. Le costó ubicarse y recordar exactamente dónde estaba y qué había pasado. Al parecer había logrado dormirse y se había metido en un sueño muy profundo. Pero ya estaba despierto, ya recordaba todo y tenía unas ganas urgentes de correr y ver si su hermano estaba realmente bien. Quería asegurarse con sus propios ojos que nada malo le había pasado nuevamente.

Ya estás despierto, era hora, levántate y vámonos, se hace tarde.

Dio un pequeño salto en la cama ante la voz de Arthur hablándole tan de pronto. No se había dado cuenta que se encontraba a su lado. Se rió de sus palabras y procedió a hacerle caso al mayor. Se vistió, comió lo que al parecer era una horrible avena traída por el inglés y procedió a llegar otra vez a su lado para dirigirse hacia donde sea que se dirigían.

A propósito, ¿A dónde se supone que vamos? — cuestionó sin aguantar la incertidumbre. Arthur no se volteó a contestarle, solo suspiró, se paró y yendo hasta la puerta le respondió.

¿A caso lo olvidaste? Tenemos que ir a ver como se encuentra Matthew, ¿O no quieres verlo?

Alfred se extrañó de la actitud casi fría que el mayor estaba teniendo, ni siquiera se había detenido a mirarle un segundo. Sacudió su cabeza como restándole importancia y lo siguió a través del pasillo. Claro que, no podía quedarse callado.

¡Claro que no lo olvidé! Pero no por eso voy a adivinar que sería el primer lugar al que me llevarías ¿no? Podrías haberme llevado al cuarto de juegos, o al patio, o a dónde sea…

El británico se encogió de hombros y siguió caminando unos pocos pasos por delante del americano. Alfred tomó eso como un "No me importa lo que pensaste, si digo que vamos con Matthew, vamos con Matthew y ya". O como un simple, "Tú eres el idiota que piensa más allá de lo evidente". Se inclinaba por el segundo. Aún así, a los pocos segundos, Arthur volvió a hablar.

Si estuviera en mi poder no pasarías ni por el pasillo de aquella habitación, y el jardín está prohibido para ustedes aún, ya sabes, son "nuevos", no te dejarían ni arrimarte a él— aunque la voz del de ojos verdes sonaba normal, el hecho de que siguiera sin mirarle o caminar lado a lado le daba una sensación rara, molesta. No le gustaba su actitud.

Ey, ¿Podrías esperarme? Pareciera que no quisieras estar conmigo, dude— soltó impulsivamente. No era sólo eso lo que le molestaba, sino que más que no querer estar con él, parecía que quería alejarse de él. Eso no le agradaba a Alfred, para nada.

¿De dónde sacas eso? Solo estoy apurado, el que la enfermería sea segura no significa que sea a prueba de cualquier cosa. Los otros también pueden entrar ahí, ¿sabes? En especial de día— contestó, y esta vez sí volteó para hablarle, pero aún se negaba a cruzar la mirada con él.

¿Entonces por qué no me miras? Entiendo todo eso pero me resulta extraño no hablar contigo mirándote a los ojos…— y era verdad. Hasta donde recordaba, desde que llegó ahí, todas las veces que había conversado con Arthur lo había hecho mirándole directamente a los ojos. Esos hermosos ojos verdes.

"¿Hermosos? ¿Qué rayos fue eso? Tonterías…"

Y Arthur se detuvo. Ya habían llegado a la enfermería. Pero no tocó ni abrió la puerta. Se quedó allí, quieto, dándole la espalda. Alfred quiso tocarle el hombro, que le dijera que pasaba, no le agradaba verlo así, no se comportaba como normalmente hacía, ¿Por qué estaba actuando tan fríamente? ¿Por qué actuaba como al principio de su "relación"?

No lo entiendo…— murmuró bajito. ¿Entender qué? Ahora estaba realmente confundido.

¿Entender qué, Iggy?

¿Por qué tú? ¿Por qué yo? ¿Cómo es posible? ¿Qué causa esto? Es prácticamente imposible…— seguía murmurando para así el inglés. Alfred no lo entendía, no lo entendía y se estaba hartando de no entender qué diablos le ocurría al británico. Pero entonces Arthur se volteó y lo miró fijamente a los ojos. Sus ojos verdes estaban llenos de una gran variedad de emociones: duda, confusión, preocupación, miedo, cariño, desesperación… era tan claro que no le costaba nada distinguirlos. Esos ojos estaban completamente abiertos, expuestos, tanto que lo hacían sentir incómodo. —No quiero esto…

Arthur, ¿Qué…?— las palabras cesaron. Todo a su alrededor se nubló en el preciso instante en que los cálidos labios de Arthur se posaron en los suyos. Suaves, húmedos, temblorosos, apenas tocando lo suficiente. Pero él se ahogaba, se asfixiaba, se llenaba de esa sensación, del aroma, de la calidez del cuerpo, del alma británica. Se estaba cayendo en los dulces labios del inglés. Deseaba más. Quería profundizar el contacto. Verdaderamente quería ahogarse y nunca cansarse de esa sensación.

Solo quería más. Tomó la cadera del mayor y la acercó con sus brazos hasta borrar la distancia que había entre ellos. Arthur enredó sus manos y sus dedos en su cabello, abriendo su boca, permitiéndole obtener lo que quería, más, mucho más, teniendo más de Arthur, conociendo su sabor, descifrando su figura, explorando lo jamás explorado.

Era delirante, maravilloso, adictivo.

Y efímero.

Arthur, el mismo que comenzó el contacto, lo cortó al separarse y obtener algo del aire que había retenido varios minutos. Sus labios ya no estaban juntos, ya no había beso, pero bien podía seguir recordando cada una de las sensaciones que señalaban lo que ocurrió, es más, un hilo de saliva aún los unía, las mejillas del inglés y sus propias mejillas también podían demostrar que esa unión existió, sus respiraciones irregulares, el labio inferior del mayor estaba un tanto hinchado, esa era otra prueba. El beso fue real, realmente se besaron. ¿Por qué…? Eso no podía responder.

Entremos— soltó Arthur con la voz un tanto ronca, aparentando, volvía a no dirigirle la mirada, no podía descubrir que estaba pasando por su cabeza, no podía descubrir por qué lo besó. No podía asegurar si el inglés anhelaba también uno nuevo tanto como él. Y al parecer, se quedaría con las dudas.

La habitación seguía igual que al día anterior. Igual de blanca y ordenada, hasta el olor era el mismo.

Solo había algo que perturbaba esa imagen. O más bien, alguien.

Oh, veo que ustedes dos también han venido a ver aMon Amie, Matthieu

Francis.

Y los miraba con esa sonrisa. Arthur conocía esa sonrisa demasiado bien. La había vivido en carne propia.

Gané. Llegaron tarde. Ahora es mío. No me lo puedes quitar. A él no.

Alfred no la conocía, no sabía lo que significa, pero podía interpretarla a su manera, una manera que estaba realmente cerca de la verdad.

Lo has perdido.

No importaba la sonrisa, no importaba el significado, lo único que en verdad importaba es que significa una sola y simple cosa:problemas.

¿Qué has hecho maldito francés? — rugió Arthur conteniéndose para no destrozarle la cara. Alfred también quería rompérsela, pero estaba mucho más preocupado en observar a su hermano.

Matthew. Estaba ahí. Al lado del francés. No tenía ninguna herida, no parecía estar enfermo como ayer, pero sus ojos tenían un brillo raro, o era quizá eso, estaban brillosos, resplandecían observando al bastardo de su lado. Con las mejillas sonrojadas, con una leve sonrisa. ¿Qué mierda ocurría?

Matthieu, debo irme, pero nos veremos pronto,Oui? Descansa y espero que te recuperes pronto,au revoir!— Francis se levantó rápidamente y dedicándole una sonrisa al canadiense se marchó sin dejar de observar los penetrantes ojos de Arthur, quien le dedicaba una mirada de advertencia, de que lo pagaría. Y el francés se la devolvió antes de desaparecer por el pasillo—Te dije que no escaparían,Mon Cheri

Matthew seguía ahí. Observando por dónde se fue Francis y Arthur, conociendo al francés como lo conocía, temió lo peor, porque esa mirada la conocía, la había visto tantas veces que juraba que incluso en plena oscuridad sería capaz de reconocerla.

Ese era el poder de Francis Bonnefoy. El hipnotizaba, te hacía desear, te enloquecía y te llenaba de un frenesí hasta que seas capaz de vender tu alma al diablo si él te lo pedía.

Matthew estaba atrapado en una ilusión. Ahora creía amar al francés. Y ya nada de lo que él hiciera podría resolverlo.

¿Cómo podría ahora ayudarlos? ¿Cómo sería capaz de salvar a Alfred ahora que su hermano, la persona que más quería, ya no quería ser salvada?

¿Cómo rescatar a un corazón que se niega a ser rescatado?

¿Y cómo borraría de su propio corazón a aquel americano con este problema encima?

Perdería la única batalla que quería ganar. Perdería ante esos malditos bastardos. Perdería a alguien que consideraba un amigo, a Matthew.

Y lo peor, que en el proceso, también perdería a Alfred.

Se perdería, también, con él.

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O~o~o~o~o~o~o~O

Continued…

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Notas de Luni:

¡Lo logré! ¡Lo terminé! ¡Wiiiiiiiii! ¡Me siento realizada!

Debo declarar que me ha gustado bastante como hice este capítulo. En especial, porque metí a los personajes que más tenía ganas de introducir de una buena vez. Este capítulo tampoco tiene nada de terror, pero queda poco para que otra escena terrorífica aparezca. Por ahora solo sigo introduciendo, esto se desarrolla lentamente, no me gusta apresurarlo, jaja.

Espero que les haya gustado, y tengo curiosidad por saber que pensaron con cada escena. Creo que logré que cada una fuera única. ¡Y las hipótesis! ¿Alguna vez les emocioné que me encanta sacar hipótesis de todo lo que leo? Si yo fuera lectora como ustedes, en vez de la que escribe, estaría pensando que significa cada cosa, porque si hay algo que me encanta tanto como eso es hacer a la gente pensar y pensar y pensar… pensar es bueno ¿no? ¡Así que les dejaré pensando y sacando sus propias hipótesis y conclusiones! Pero también quiero que me las digan ¿eh?

Bueno, luego de publicar esto tengo que irme a dormir, son las cinco de la mañana y en… -cuenta con los dedos- tres horas y treinta minutos mi despertador sonará para levantarme e ir al centro… tengo que ir a hacerme una caja de ahorros… y al oculista… ¡Tendré marcos nuevos! Yeah! Bien, ya dejo de hablar de cosas que no les interesa xP

¡Nos vemos! Y no se preocupen, estoy escribiendo a gran velocidad para poder actualizar todo lo que debo, tengo que admitir que hay cosas que están más avanzadas que otras, como Casanova y Simplemente Necesidad, ¡Pero mi propósito es actualizar aunque sea un capítulo de todo y terminar los que les queda solo un capítulo antes de que comiencen las clases de nuevo! Pero no estoy segura que logre todo, con el tema de los finales y eso, pero estoy haciendo mi mayor esfuerzo y de que tendrán actualizaciones, tendrán actualizaciones.

Cuídense y les deseo un bonito día ^^ Bye, Bye!