Disclaimer: Si los personajes de Harry Potter me pertenecieran, el protagonista no sería Harry Potter. Además habría sexo, drogas, rock 'n roll y Slytherins desnudos.
NOTA: Las frases en inglés que aparecen a la mitad del capítulo pertenecen a una canción de Barrett Strong que se llama "Money (that's what I want)". Una traducción aproximada:
The best things in life are free, but you can keep 'em for the birds and bees / Las mejores cosas de la vida son gratis, pero puedes dejárselas "a quién las quiera" (en realidad dice "a los pájaros y las abejas", pero en teoría es una frase hecha de esas raras que viene significando lo que he puesto).
Now give me money, that's what I want! / Ahora dame dinero, eso es lo que quiero.
Your loving give me a thrill, but your loving don't pay my bills / Tu amor me hace mucha ilusión, pero no paga mis facturas.
Money don't get everything, it's true, what it don't get I can't use / Es cierto que el dinero no lo da todo, pero lo que no da no me vale.
"Hasta que tu muerte nos separe"
"Tell me exactly what am I supposed to do, now that I have allowed you to beat me. Do you think that we could play another game? Maybe I could win this time. I kind of like the misery you put me through, darlin' you can't trust me completely."
The game, Disturbed.
5. The game.
¿Qué es lo primero que ve una princesa al despertar de su sueño? Maginieves la cara de su príncipe a unos centímetros, segundos después de que se hubiera aprovechado de su aparente muerte. La Bruja Durmiente tres cuartas partes de lo mismo, pero sin esos siete gnomos voyeur. No soy muy dado a censurar las prácticas sexuales, cada cual es feliz con lo suyo. Pero, en serio, la necrofilia está mal.
¿Y qué vio Astoria? Un salón decorado por alguien con muy mal gusto. Estaba hasta arriba de cosas que no pegaban ni con un maleficio. Era como si el comprador hubiera seleccionado al azar los muebles más caros y no se hubiera parado a pensar si unas cortinas de seda egipcia hacían juego con una mesilla rococó y un sofá de cuero negro.
Para desgracia de todos, había sido Draco el encargado de comprar los trastos. Y por mucho que pueda dar otra impresión, ese tío tiene un criterio espantoso. ¿Qué cómo es que siempre —o cuando se digna a hacerlo— viste tan bien? En parte gracias a Narcisa, en parte porque va al modisto y se limita a encargar lo que sea más indecentemente costoso.
Astoria contuvo la arcada ante el cuadro a tamaño natural del dueño que estaba justo entre el estandarte de Slytherin y la escultura de una mujer desnuda con unas tetas enormes.
Se frotó los ojos, dejándose las manos perdidas de maquillaje negro, y se incorporó sobre un codo con un gemido quejumbroso. Le dolía el culo una barbaridad, algo que, teniendo en cuenta que había dormido en el suelo, era bastante normal. Porque no, claro, Draco no se había dignado ni a tumbarla en un sofá después de llevarla arrastras por toda la casa. La había dejado tirada de cualquier manera y se había vuelto a la cama.
Y ahora entra en escena lo de siempre tras una noche de alcohol y desenfreno: los recuerdos fugaces y el arrepentimiento. Seguidos de la promesa obviamente quebrantable de que jamás de los jamases volverás a beber. Entiendo aquello de mentir a otros. Es más, lo respeto. Pero mentirse a uno mismo…
Astoria se puso en pie y se miró en uno de los múltiples espejos que había por ahí desperdigados. Estuvo a punto de gritar. Las mujeres —quizá algunos tíos también— que se hayan ido a dormir sin haberse desmaquillado lo entenderán. Parecía una mezcla entre un panda y un dementor especialmente demacrado.
Echó un vistazo por encima del hombro y se fijó en que el reloj de pared marcaba que eran las siete de la mañana. Se volvió a mirar en el espejo, esa vez casi sin pegar un salto por el susto. Entonces, recordando vagamente lo que habíamos hablado ella y yo la noche anterior, sonrió como una psicópata.
Nuestra desequilibrada dama no sonríe con frecuencia. A veces, cuando algún hombre sufre —especialmente si es rubio— hace una mueca terrorífica. Los ojos se le quedan como dos medias lunas y las comisuras se elevan hasta que consigue enseñar la mayor parte de su dentadura. Otras veces, cuando está leyendo sus cosas edulcoradas, pone morritos y se le contrae toda la cara. Para que os hagáis una idea, es el tipo de expresión que tienen las abuelas cuando agarran de las mejillas a sus nietos.
El resto del tiempo tiene la boca más tiesa que la polla de Crabbe en un vestuario masculino. O sea, mucho.
¿Que por qué razón ahora sonreía (o algo así)? Esperad y veréis.
Fue de puntillas hasta el dormitorio de Malfoy, fácilmente localizable gracias al cartel de "Aposentos del Rey: prohibida la entrada" que había colgado en la puerta. Entró y observó al objeto de su odio dormir plácidamente: bocabajo, ocupando gran parte de la cama de matrimonio y agarrado a su almohada. Y, sí, en calzoncillos.
Con una risita perversa trepándole por la garganta se puso el pelo por la cara, se aproximó a él gateando por el colchón y vociferó en su oído:
—¡VAS A MORIIIIIIR!
El grito que pegó el rubio cuando se despertó de un salto y se encontró con esa fantasmagórica figura a menos de diez centímetros de él fue colosal. Aquellas banshees que se metieron en un convento a causa del chillido de Astoria en el tercer capítulo se ruborizaron: habían encontrado a su media naranja.
A esto le siguió el cojinazo que impactó contra la damisela en plena cabeza y el culetazo de Draco al alejarse todo lo posible de ella y caer al suelo por el lado contrario de la cama.
Media hora y muchos chillidos e insultos después, los tortolitos mantenían una agradable charla en el salón. Censuro la primera parte de dicha charla porque no tiene demasiado interés. A menos, claro, que os gusten las frases en las que se mencionan frecuentemente a las hembras del zorro y del pollo. Y a la sangre.
—Tienes terminantemente prohibido entrar en mi habitación —Draco la miró de arriba abajo, cruzado de brazos—, a menos que estés desnuda. Y limpia. Es más, tienes terminantemente prohibido tener ese aspecto. Qué asco, joder.
Astoria intentó hacer oídos sordos al discurso del rubio mientras hechizaba la cucharilla para que removiera su café. Había quedado conmigo en un rato y se repetía mentalmente que haría que su futuro cónyuge se tragara sus palabras. En realidad, ella pensaba más bien abrirlo en canal e introducirlas a la fuerza en su estómago.
—Descansarás en el suelo, sobre una manta, y vendrás cuando silbe.
—Entraré en tu habitación cuando duermas y te meteré un dedo en agua, para que te mees encima —masculló ella.
Draco abrió mucho la boca en plan "¡No serás capaz!". Luego cayó en la cuenta de que Astoria era Slytherin y decidió recular con aire grandilocuente, como si le concediera un honor impresionante:
—Te permitiré dormir en el sofá. —Entonces sonrió con burla. Creía saber con quién trataba: si la chica no había cambiado mucho desde su bis a bis en Hogwarts seguiría siendo una mojigata. Y no había nada más fácil que meterse con una mojigata—. O, si lo prefieres, podemos compartir cama.
Estuvo a punto de gritar. A punto. Pero reunió todos sus chacras e hizo un par de "oooom" mentales para llamar a la calma y gruñó:
—Se me da de maravilla el reduccio. Tócame y acabarás teniéndotela que cascar con pinzas.
Pensó que él se asustaría. O, como mínimo, que se enfadaría y se marcharía de allí mascullando. Astoria recordaba muy bien haberlo visto en la Sala Común de Slytherin refunfuñando como un abuelo herniado y gruñón cuando las cosas no eran como el señorito quería que fueran.
Sin embargo Draco se limitó a arquear dos cejas y a chasquear los dedos.
—Potter —reclamó—. ¡Potter!
Inmediatamente apareció en la estancia un elfo doméstico feo a rabiar. Los elfos de por sí no son especialmente agraciados, pero Draco había procurado comprar al más espantoso que pudiera. Iba vestido con una funda de cojín en la que se leía "Slytherin mola y Gryffindor me come la cola".
—Este es el elfo —comentó con desdén—. Se llama Potter. A partir de ahora podrás utilizarlo con una condición: tienes que ordenarle que cante "A Weasley vamos a coronar" cuando termine de hacer lo que le pidas. —Entonces se giró hacia el solícito esclavo—: Asqueroso Potter, esta —señaló a Astoria— es mi nueva mascota, te ordeno que le hagas caso. —Se agachó y le siseó algo al oído que la rubia no alcanzó a escuchar.
—Tu elfo doméstico se llama Potter —la menor de las Greengrass miró alternativamente al felicísimo ser y a su amo, incrédula—. Potter. Malfoy, deberías hacértelo mirar. Reprimir tantísimo la homosexualidad no puede ser bueno.
Draco se giró hacia ella y la observó atentamente. Muy atentamente. Tenía los ojos grises clavados en la rubia y la cara tremendamente seria. Astoria frunció el ceño, sin entender esa excéntrica reacción. ¿Dónde estaban los gritos o los comentarios crípticos?
Empezó a sentirse incómoda tras treinta segundos y, justo cuando iba a decir algo, él ladeó la cabeza ligeramente. Todo eso sin apartar la mirada. Menos mal que parpadeaba, si no se le hubieran secado esos globos oculares de los que tanto alardeaba y la habría liado.
Se acercó a la chica, como una polilla se acerca a la luz. Como las serpientes se acercaron a Voldemort. Como Crabbe se acercaba a Goyle. O sea, obnubilado.
Esto, que a todos puede parecernos muy cómico, a Astoria le estaba poniendo los pelos de punta. Intentó retroceder, pero una mesa de estilo rococó se interpuso entre su culo y la salvación. Pensó en salir corriendo y gritando, con los brazos alzados, pero una extraña fuerza mantenía sus pies clavados al suelo.
Llamaremos a esta fuerza Terror. Podríamos ponernos romanticones y llamarla Destino, pero no queda demasiado bien decir que el Destino provocó que Astoria sudara frío y abriera los ojos como platos.
Si hubiera sido cualquier otro el que se hubiera acercado a ella mirándola tan fijamente de esa manera, la chica habría activado el modo berserker y se habría liado a puñetazos y patadas. Pero había algo en Draco que la superaba.
A ver, no, que os estoy viendo: nuestra joven dama no había caído ya rendida a sus encantos, ¡dadle margen, no seáis ansiosos! Tenía más que ver con el trauma sufrido que con la rotura de sus bragas. Pensad que por culpa de ese endemoniado príncipe lo había pasado muy pero que muy mal. Para ejemplificar: es como si Potter se hubiera quedado patidifuso frente a Voldemort. A Potter (que sepamos) no le interesaba sexualmente su némesis. Le acojonaba. Aunque no quisiera reconocerlo porque eso quedaba muy poco guay, aunque tuviera que aparentar que era valiente.
Con Astoria pasaba lo mismo. Una parte de ella vociferaba que no se iba a dejar amilanar por los tejemanejes de ese monstruo rubio, otra parte hacía "chof, chof" y gimoteaba "Austonia".
Conclusión, era más fácil odiarlo cuando no estaba a un paso de ella. A un paso pequeñito de alguien diminuto. Me pondría a contar los centímetros, pero creo que es más importante describir cómo las manos del príncipe se situaron a ambos lados del cuerpo de la princesa y se quedaron apoyadas en el espantoso mueble. ¿Tenéis la imagen mental? ¿Sí, no? No vayáis ahora de puritanas, sé que habéis soñado con escenas así.
Retomemos: la rubia congelada por la extraña mirada de Draco, que cada vez estaba más y más cerca. Como en todas las secuencias en las que la tensión sexual es asfixiante, las cosas iban a cámara lenta. Condenadamente lenta. Tan lenta como Longbottom en una clase de Pociones.
Que si él entreabrió la boca, que si a las lectoras se les caen las bragas imaginándolo, que si Astoria puso cara compungida —"¡Merlín-no-Merlín-me-muero!"—, que si él bajó la cabeza hasta situarla a la altura de la de ella…
Lo sé, queridas, esa frase está quemadísima. Pero no se me ocurre ningún modo de describir el gesto de manera elocuente.
Ahora viene lo que ya conocéis, alientos compartidos, tembleque de rodillas femeninas, etcétera, etcétera.
¿Y después? Casi escucho vuestros: "¡Beso, besooo!"
Lamento decepcionaros. Estando en esa posición Draco susurró:
—Tienes un moco en la nariz.
Astoria, que tenía ya los ojos cerrados con fuerza y la boca fruncida a lo McGonagall, se quedó blanca.
—¿Qué…?
Lo miró, descolocada. Ahí seguía, a una millonésima de nanómetro —en serio, lo de las medidas no es lo mío—, inexpresivo a rabiar. Lo que la chica no sabía es que se estaba mordiendo la cara interna de las mejillas para no estallar en carcajadas.
Pese al esfuerzo, acabó explotando. Empezó riéndose en su cara —en el sentido más próximo de la palabra—, como un loco. Después, claro, se separó. Justo cuando la menor de las Greengrass empezó a boquear como un pez de colores, uno muy rojo. Se alejó de ella marcha atrás, agarrándose el estómago entre carcajadas muy escandalosas.
El elfo había observado la escena en silencio, como un buen esclavo. Cuando Astoria se dio cuenta de que seguía ahí, le dirigió una mirada que congelaría el desierto, y el pobre Asqueroso Potter temió por su vida. Se había enfrentado a la multitud de señoritas que habían circulado por esa casa en las escasas dos semanas que llevaban en ella, pero esa era la primera vez que el Amo Malfoy le ordenaba obedecer a alguna. Y que esa alguna tenía ese aspecto. Le recordaba a su tía abuela Walpurga, que en paz descanse.
Por las mañanas solían estar semidesnudas y buscando con alegría a aquél con el que habían retozado la noche anterior. Asqueroso Potter tenía órdenes de mandarlas de vuelta a sus casas y exigirles que no se molestaran en ponerse en contacto con su señor. A veces se afligía por las lágrimas de esas brujas, así que improvisaba con frases del tipo "no eres tú, soy yo" o "lo nuestro es demasiado especial como para estropearlo". Al fin y al cabo, se habían pasado la noche venerando a gritos a su amo. Él respetaba eso.
Asqueroso Potter era un elfo sentimental. Y un poquito cobarde. Esa mujer alta y furibunda le ponía de punta el pelo de las orejas. Pese a ello, el Amo Malfoy le había dado órdenes claras con respecto a ella. Era su deber cumplirlas, aunque algo le dijera que le costaría la vida.
—¿Se-señorita Te… Tetona? —susurró, aterrorizado.
—¡¿Cómo me has llamado?
La Señorita Tetona, o sea, Astoria, se aproximó a él como un vendaval y lo asió por la ropa, zarandeándolo como si fuera un muñeco de trapo.
—Señorita Tetona —balbució—. Es lo que me ha ordenado el Amo Malfoy. —Aprovechó los gritos y las patadas al mobiliario de la rubia para continuar con su trabajo—. ¿Quiere que le prepare algo para desayunar, señorita Tetona?
—¡Deja de llamarme así!
El elfo gimoteó y, por primera vez en su vida, maldijo ese mecanismo interno que hacía que tuviera que cumplir órdenes.
—L-lo siento, señorita Tetona, no puedo… no puedo hacerlo.
Astoria sopesó seriamente ordenarle al ser el suicidio. No lo hizo porque esta historia es para todos los públicos y porque alguien llamado Granger estaba complicando en el Ministerio aquello de castigar físicamente a los elfos domésticos.
Se pinzó el puente de la nariz y trató de enfriar las ideas. Llamó a su Slytherin interior y la respuesta a su problema llegó reptando hacia ella. Nuestra dama podía ser impulsiva, darle a la bebida y tener un serio problema con su vocabulario, pero era astuta.
—Bien. Potter, ¿qué más te ha ordenado ese que tenga que ver conmigo?
—El Amo Malfoy le ha dicho a Asqueroso Potter que se dirija a usted como "señorita Tetona" y que no le acepte ninguna prenda.
Astoria masculló varias veces la palabra "cabrón" mientras el elfo se tapaba las orejas y canturreaba "A Weasley vamos a coronar" para no escucharla. La primera gran y maquiavélica idea de nuestra princesa había sido liberarlo. Draco podría comprarse otro, pero al menos le haría perder tiempo y dinero.
Estando esa posibilidad descartada, llegó a la conclusión de que quizá no habría sido bueno para sus fines. Podría sacarle provecho al esclavo. Prefería ser autosuficiente, normalmente creía que aprovecharse de los demás era una debilidad. Pero estar tanto tiempo cerca de Daphne, que vivía pisoteando espaldas —y otras partes menos decorosas— ajenas había hecho que Astoria aceptara que a veces había que utilizar todo lo que estuviera a mano. Como cuando dos capítulos atrás le tiró un libro a la cabeza a Draco para que saliera del baño, pero sin todo ese asunto del váter y de la caca.
Tenía que ser más sutil y sibilina.
—Potter… ¿él te ha ordenado que no me cuentes cosas?
El elfo la miró con sus enormes ojos verdes. Pareció pensárselo un momento y después agitó la cabeza con fuerza, muy contento. Si eso complacía a la terrorífica chica, quizá él no tuviera que morir.
—No, señorita Tetona. El Amo Malfoy no le ha mencionado nada de eso a Asqueroso Potter.
—Ya veo, qué bien. —Astoria se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, de cara al esclavo—. ¿Sabes si esta noche tiene planes con alguna chica?
—Oh, sí. El Amo Malfoy se ha citado a las once con la señorita Piernaslargas. Asqueroso Potter tiene órdenes de decirle por la mañana a la señorita Piernaslargas que con tres veces ha sido suficiente, que no quiere volverla a ver y que puede… —se acarició la barbilla, tratando de recordar—, darse con un canto en los dientes por la suerte que ha tenido. Eso es.
Astoria gruñó y se prometió a sí misma que vengaría a todas las mujeres que habían sido usadas y despreciadas por ese tirano. Le gustaba la idea de ser la heroína que vencía al villano, aunque sus motivos fueran egoístas y la vida de esas pelandruscas le importara un comino, le hacía sentir estupendamente. Como una Juana de Arco, sólo que en vez de espada caída del cielo y esquizofrenia tenía a Asqueroso Potter.
—Muy bien, Potter, tengo órdenes para ti. Hasta que no las cumplas, no puedes volver a aparecer por esta casa. ¿Queda claro?
El elfo la miró con suspicacia. Ningún mecanismo aparte del pavor se activó, así que supuso que no había nada que le impidiera cumplir la petición.
—Por supuesto, señorita Tetona. ¿Qué desea que haga?
Astoria volvió a sonreír y el mundo pareció un lugar peor.
—¡Un moco, Blaise! —gritaba en la cafetería, hora y media más tarde—. ¡El muy cabrón me dijo que tenía un moco! ¡Se puso a un jodido milímetro de mi cara para decirme eso!
—A ver, recapitulemos. —Me di toquecitos en los labios con el índice un par de veces antes de seguir, meditando—: ¿Dices que lo llamaste gay y acto seguido hizo eso?
—Exacto. —Dio un sorbo de su tercer café y casi se cargó la taza cuando la estampó con furia contra la mesa—. ¡Y ni siquiera era verdad! Cuando se fue me miré al espejo y no tenía nada. Maldito… —menciones varias a su santa madre—. A Salazar pongo por testigo de que le destrozaré la vida. —Dejó la mirada perdida, muy solemnemente. Cuando se recompuso siseó—: Ahora a ver cómo se las apaña para alimentarse, já.
Dio un poco de miedo cuando dijo eso. Parecía un trasgo cafeinómano.
—¿A qué te refieres con alimentarse? Aunque te hayas negado a cocinar para él sigue teniendo un elf… —Abrí mucho los ojos, comprendiendo. Qué picaruela—. Ooooh. Ya veo, ya.
—Cuando Malfoy se fue a su habitación intenté darle la prenda al elfo, pero él le había pedido que no aceptara ninguna de mí. ¿Sabes que le ordenó que me llamara "señorita Tetona"? —Me atraganté de la risa, con la boca llena de café, y a punto estuve de escupírselo encima. Me alegré por haberme contenido, sobre todo después de cómo me fulminaron esos ojos azules. Fingí un ataque de tos y ella me permitió vivir. Eso sí, acuchilló su croissant de forma muy poco femenina—. Sin embargo me di cuenta de que no le había prohibido que me respondiera a cualquier cosa que le preguntara, ni que le diera órdenes absurdas. Así que conseguí que el elfo estuviera fuera de escena como mínimo tres días y averigüé que el idiota tiene esta noche una cita con "señorita Piernaslargas", sea quien sea. Da igual. Con suerte, sin nadie que le haga la comida se morirá de hambre.
—¿Acaso tú sabes hechizos de cocina, querida? —Alzó ambas cejas como diciendo no-vayas-por-ahí-o-tú-también-lo-pagarás. Lo que vulgarmente se traduce como que no tenía ni puta idea tampoco. ¿Os he mencionado ya lo cabezones que son ambos ex Slytherin?—. Olvídalo. ¿Qué es lo que le ordenaste a Apestoso Potter?
—Asqueroso Potter —corrigió antes de mirarme con alegría—. Le dije que tenía que hacer una lista de todas las personas con las que te habías acostado. Incluyendo fotografías de éstas y todo tipo de información personal. Lo que, como sabrás, como mínimo le ocupará tres días enteros. Si no duerme, ni come, claro.
Solté una risita floja y, ya que estaba, le guiñé un ojo a la camarera que pasaba por allí.
—Pobre Asqueroso Potter. ¿Qué piensas hacer con toda esa información a tu merced?
—Publicarla en el periódico —amenazó, con amor. En realidad no pensaba hacerlo, ella sabía que en el fondo me adoraba y que me daría lo mismo que el mundo supiera con quién había estado. Es más, prometía ser divertidísimo—. Con suerte se te acabará el chollo cuando Londres se dé cuenta de lo crápula que eres.
—Confundes la generosidad para con mi cuerpo con depravación, encanto —sonreí de medio lado—. Además, ¿estás segura de que quieres que se sepa con todas las personas con las que he estado?
Astoria se atragantó con el trozo de bollo que tenía en la boca y empezó a ponerse roja. Sin tragar primero, regalándome un primer plano de la comida a medio masticar, masculló:
—Ezo fue un ferror, Blaize —dio un gran sorbo de café y me miró con los ojos entrecerrados—. Te aprovechaste de mí.
—¿Un error? Me ofendes. Fueron seis. Y te recuerdo que en todos, primero incluido, fuiste tú la que me llevó casi a rastras. Que si arañitas, que si flores descapulladas… ¿Qué clase de caballero sería si me negara a súplicas del tipo "desenvaina tu sable" o "penetra en mi reino"? —Estaba jugando con fuego, así que me reí un poco más y decidí cambiar de tema. Pero antes le hice una advertencia que sabía que iba a ignorar. Advertencia que, obviamente, yo quería que ignorara—: No deberías hablarle de ello a Draco, por cierto.
Junté las yemas de los dedos y los miré atentamente, intentando parecer serio. Siempre funciona, la clave es pensar en cosas horribles para que la sonrisa no empiece a treparte por la mejilla. Yo utilizaba el recuerdo de aquella vez que pillé a Goyle enrollándose con Millicent. Espantoso.
Ella me observó con sospecha.
—¿Y por qué no iba a decírselo?
—Digamos que es porque es un tipo extraño al que no le parezco la persona más encantadora y excitante del planeta. La última vez que lo vi me dijo algo que sonaba como "te mataré". Lo sé, lo sé, es imposible imaginar que alguien no me adore. Si me pides opinión, creo que es homosexualidad reprimida. Siempre es homosexualidad reprimida cuando se trata de Draco.
Parecía que quería seguir preguntando. Pero yo, que soy un tipo listo que sabe jugar bien sus cartas, sabía que aún no había llegado el momento de bucear en el pasado.
Eso irá en los últimos capítulos, bajo la luz de las velas y con violines chirriando de fondo.
De momento, tocaba tentar al héroe con la manzana envenenada. Una manzana envenenada rubia que, por muy Slytherin que fuera, era demasiado confiada. Quizá se debiera a que era una antisocial y valoraba a los pocos amigos que mantenía, no sé. Pero, a grandes rasgos y siempre que no quisiera meterme bajo su falda cuando estuviera sobria, la chica se fiaba de mí.
¿Qué debería sentirme mal por engañarla? No, debería sentirme mal —y no lo hago— por haberme tirado a Daphne cuando estaba con Theodore. Eso fue una cochinada y, en comparación, esto son nimiedades. Daños colaterales. Además, que soy el malo. Y el malo ha de hacer maldades y luego meterse en una cueva —o mansión, para el caso— a reírse como un loco y a hacer orgías con jovencitas.
No me juzguéis, me limito a cumplir mi papel.
Miré a Astoria de arriba abajo, resguardado por las gafas de sol, y sonreí de medio lado. Iba a ser fácil encandilar al rubio, sólo serían necesarias unas cuantas mentiras más, unos tacones, escote y alcohol.
—Bien —dije tras un rato—, el primer paso de tu maquiavélico plan para que el bien prevalezca es seguir poniendo en duda la heterosexualidad del pérfido príncipe de la mucosa.
—¿Y cómo se supone que hago eso?
Ensanché la sonrisa.
—Presta atención…
Draco Malfoy tiene pocos secretos. Pero los que tiene, los guarda con celo. Por ejemplo, muy pocos saben que cuando en séptimo pasó tres días en la enfermería no fue a causa de una indigestión. Escuchó cómo unas chicas comentaban lo excitantes que eran…
Esperad un momento. Pese a que me gusta llamar a las cosas por su nombre no me considero una persona vulgar. Soy más bien un caballero de moral divergente, eso es. Quizá lo que leáis a continuación os haga pensar lo contrario, pero haced el favor de intentar explicarlo de otro modo.
Como iba diciendo, las chicas comentaban lo excitantes que eran las pollas depiladas. ¿Y qué decidió nuestro sorprendido rubiales? Obvio: satisfacer el que pensó representaba el deseo de toda la población femenina. Bajo la premisa "para mojar hay que arriesgar", el chaval se encerró en el cuarto de baño y se observó toda la desnudez con ojo crítico y la varita —la de madera— en la mano. No creo que sea necesario que os recuerde lo complicado que es dejar el tema libre de mullidos capilares, ¿no? La opción fácil era recortar la zona superficialmente. Pero a Draco las cosas fáciles nunca le han convencido: él quería su virilidad como el culito de un bebé.
¿Conclusión? Enfermería.
No, nunca más volvió a intentarlo.
¿A qué venía todo esto? Ah, sí, a que guarda bien sus escasos secretos. Otro, el que ahora nos atañe, tiene que ver con el baile. Exacto, nenas, Draco Malfoy baila. Su afición empezó cuando pasamos una Pascua los cinco juntos: Theodore, Vincent, Gregory, él y yo. Pero esa es una historia que ya os contarán por otro lado.
Más o menos en torno a las doce de ese mediodía, el joven príncipe se despertó de muy buen humor. Y como siempre que su perverso cerebro estaba jovial, decidió contonearse un poco. Armado únicamente con una camisa, un par de calcetines y unos calzoncillos, fue silbando hacia la radio mágica que tenía en el salón.
Tras un par de golpecitos con la varita en el artefacto, comenzó a sonar la canción. Su canción. El tipo que la compuso no le conocía pero, aún así, está claro que esa letra no puede hablar de otro que no sea Draco Malfoy.
El chico arrojó la varita sobre el sillón y, subiéndose el cuello de la camisa, comenzó el espectáculo. Giró sobre sí mismo con un equilibro envidiable y en plena vuelta cogió lo primero que pilló, la escoba que usó en Hogwarts —sí, también tenía eso colgado en la pared—, y lo utilizó como si fuera un micrófono:
—The best things in life are free, but you can keep 'em for the birds and bees…
Le dedicó al palo de madera unos golpecitos pélvicos bastante soeces y vociferó, viviéndolo al máximo:
—Now give me moooneeey, that's what I want!
Tras asentir con la cabeza al ritmo de los movimientos que hacía con el pie izquierdo y dar un par de vueltas más, siguió:
—Your loving give me a thrill, but your loving don't pay my bills…
Gritó un "¡YEAAH!" muy sentido y se colocó la escoba como si fuera una guitarra, dispuesto a concederle a su público imaginario el solo de su vida. En el punto álgido del rasgueo ficticio se tiró al suelo de rodillas y siguió cantando a medida echaba el cuerpo para atrás:
—Money don't get everything, it's true, what it don't get I can't use… —Sujetó la escoba sobre la cabeza y meneó la cadera. Todo esto mientras se mordía el labio inferior y fruncía el ceño, muy concentrado en su concierto—. Now give me money, that's what I want!
El pleno orgasmo musical como estaba, saltó sobre el sofá dónde se tiró de espaldas y empezó a botar, pataleando como si una horda de pérfidos Crabbes se hubieran lanzado sobre él e intentara sacárselos de encima. Todo con muchos "¡Yeah, yeah!" de por medio.
Y así fue como se lo encontró Astoria. Draco tardó aproximadamente diez segundos en darse cuenta de que su futura esposa se había aparecido a pocos metros de él. Siguió revolviéndose sobre el mueble, lanzándole ataques de pelvis al aire, hasta que la vio. Su cadera se congeló en pleno apogeo danzante.
Inserte aquí referencia al incómodo momento de pillada en que ninguno sabe quién debería hablar primero. Astoria se resistía, prefería seguir incomodándolo con una ceja arqueada y los brazos cruzados. Draco temía exponerse a más burlas de las que iba a sufrir si daba un paso en falso. Aún así, le echó huevos. Huevos que había estado balanceando.
—Austonia, ¿qué coño haces aquí? —Se tumbó con normalidad en el sofá, poniendo los brazos tras la cabeza, como si ahí no hubiera pasado nada.
—Disfrutar del espectáculo, claro. Estaba a punto de avisar a San Mungo de que te estaba dando un ataque epiléptico, pero he preferido dejarte terminar.
El rubio bufó, reuniendo interiormente todo su ego para que le echara un cable en esa situación.
—Oh, por favor. Confiesa que has aparecido sin avisar con intención de encontrarme desnudo.
Astoria enfatizó su ceja ya enarcada.
—Teniendo en cuenta que en el último mes sólo te he visto vestido una vez, es poco probable. Unos movimientos muy interesantes, por cierto. No sabía que no trabajabas porque soñabas con dedicarte al mundo del espectáculo.
Ahí estaba la clave que necesitaba Draco para pisar sobre seguro. Y es que, para desgracia de la chica, nuestro príncipe tiene el don de darle la vuelta a la tortilla en una pelea a la menor de cambio.
—¿Espectáculo? Estaba ejercitando la cadera, ya sabes. Para que por la noche no tengamos ningún problema. —Los mecanismos de defensa verbal de Malfoy son simples y siempre siguen el mismo patrón: primero ofenden, para que el contrincante se enfade, y después dan el golpe de gracia al dejarle en ridículo. Ante la mención sexual, a Astoria se le encogieron las entrañas. Justo cuando estaba repitiendo que como volviera a acercarse a ella le castraría, Draco cogió un cigarro y sonrió sujetándolo entre los dientes—. Vamos, Austonia, no seas tan egocéntrica, ¿pensabas que me hablaba de ti? Me estaba refiriendo a mí y a mi afortunada cita de esta noche, por supuesto. Deja de soñar despierta.
La muchacha se aproximó a él justo cuando iba a prender con la varita el pitillo, se lo quitó de un tirón, lo partió, lo tiró al suelo y lo pisoteó. Por si acaso. Draco puso la misma cara que pondría un niño de diez años cuando su madre le dice que no va a comprarle una escoba de carreras nueva. O sea, enfurruñado y completamente indignado.
—¿Se puede saber qué…? —comenzó a reclamar. Pero su dama le cortó en seco, poniendo los brazos en jarras.
—Esta noche me llevarás a cenar —escupió. Mira que le dije que tenía que proponérselo poniendo ojitos, en plan seductor. Pero nada, ella prefería intimidarlo como si fuera un matón de quince años—. E invitarás tú.
—Ni hablar.
Astoria asintió un par de veces, como diciendo "ya verás, ya". Se acercó con cara de póker a la chimenea y tras un toquecito de varita murmuró: Narcisa Malfoy.
Nuestro principesco protagonista dio un respingo en el sofá, alerta. No será capaz, pensó, ¿verdad? Iluso.
—¿Qué se supone que haces?
—Decírselo a tu madre —respondió ella, muy ufana.
—¡¿Te estás chivando? —Draco no daba crédito, ¿no era ya mayorcita para esas cosas? Debería comportarse tan maduramente como él, que bailaba y cantaba medio desnudo cuando nadie le veía—. ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco?
—En realidad, diecinueve en una semana. —Dejó de mirarlo con aburrimiento cuando la cara de Narcisa se materializó entre las llamas. La mujer, muy contenta de ver que su futura nuera se comunicaba con ella, la saludó con una sonrisa. Astoria se puso manos a la obra con la pantomima: formó una cara de pena suprema, tapándose los ojos con una mano como si estuviera terriblemente triste—. Ah, Narcisa… ¡no sé qué voy a hacer!
—¿Qué te sucede, querida? —Draco se puso en pie sobre el sillón, tratando de ver algo.
—Oh, es una calamidad, ¡una tremenda calamidad! Esto no funciona —fingió un gimoteo, como si estuviera a punto de llorar—. No creo que pueda seguir adelante con este compromiso, Narcisa, tu hijo no parece estar interesado en mí…
Ahí fue cuando Malfoy masculló un "¡pero será zorra!" y se lanzó hacia la demoniaca princesa. Como su madre se tragara las patrañas de esa horrible mujer acabaría regañándolo durante horas. Quizá incluso lo obligara a volver a casa y a casarse con una Weasley o alguna otra bruja desagradable. Entonces toda su vida se convertiría en un cliché edulcorado: posiblemente terminaría enamorándose de alguien inferior, se volvería buena persona, la comunidad mágica lo aceptaría y admiraría su reinserción, Potter y él se harían amigos con el paso del tiempo…
No, no podía dejar que ocurriera una estupidez como esa.
Fue corriendo hacia la chimenea, casi tropezando con la alfombra por el camino, y se situó justo detrás de Astoria. Su progenitora, que había empezado con el "Draco Lucius Malfoy…" que nunca presagiaba nada bueno, frunció el ceño al ver cómo abrazaba por la espalda a su prometida. Vestido, por si se os había olvidado, únicamente con una camisa y unos calcetines.
Notó con especial satisfacción cómo la chica se quedaba rígida y le susurró al oído, como si le estuviera dando un beso en la mejilla:
—Te jodes. —Miró a su madre con una gran sonrisa y, achuchando a la damisela con más fuerza de la necesaria, dijo—: Oh, mamá, no le hagas caso a Astoria. Es que está un poco nerviosa, ¿verdad, cariño? —siseó, girándose hacia la aludida, que estaba más blanca que Lunática en invierno—. El problema es que ella quería ir hoy a cenar y yo no me encuentro bien.
—Ya, caramelito —escupió Astoria, apretando los dientes y forzando una sonrisa terrorífica. Parecía un duende con dolor de muelas—, pero es que yo quiero ir hoy a un restaurante. ¿Cómo voy a saber si somos compatibles si no hacemos cosas juntos? No puedo comprometerme con alguien al que apenas conozco.
Narcisa miraba a uno y a otro alternativamente. No pareció notar el odio que desprendían o, si lo hizo, no le importó. Podría ser una típica pelea de enamorados, como aquella vez que le abrió la cabeza a Lucius con un candelabro al pillarlo coqueteando con su hermana Bellatrix. Porque no hablaban del Lord, no. Coqueteaban.
—¿Así que quieres conocerme a fondo, querida? —Malfoy paladeó las palabras con toda la indecencia que pudo. O sea, con mucha—. No hay problema. Iremos a cenar.
—Astoria, cielo —intercedió Narcisa—, procura que Draco coma bien, es un desastre. —La rubia la miró sin comprender mientras el precioso vástago de la mujer gruñía como un niño quejica—. Os recomiendo un restaurante maravilloso a las afueras de Londres que…
Los dedos de Draco tamborileaban sobre la mesa del local. A pesar de parecer tranquilo, con la barbilla apoyada en la palma de la otra mano, esos toquecitos sobre el tablero prevenían sobre el fin del mundo. Cuando el "toc, toc, toc" terminara significaría que su paciencia se había agotado y que todos moriríamos.
Y es que el rubiales es un obseso de la puntualidad. De su propia puntualidad. Eso quería decir que él llegaba justo cuando tenía que hacerlo, fuera una hora antes o una después de la señalada, y aquél con el que se había citado tenía menos de diez segundos para aparecer si no quería sufrir su ira.
—¿Desea un poco de vino mientras espera, señor? —le ofreció un camarero con aire temeroso. Un grupo de siete empleados llevaba unos quince minutos observando al joven y despótico cliente, sin querer ninguno ser el primero en acercarse a esa aura maligna que desprendía. Al final le tocó a Josh ir a sugerirle una copita: había perdido en "piedra, papel, tijera" y, al fin y al cabo, era el que tenía más huevos. Pensaba escupirle en la sopa como se pusiera muy borde. Menudo era Josh con los snob, los mantenía a raya a todos a base de esputos. Sus glándulas salivares tenían el poder, por mucho que él fuera el único que lo sabía.
—Lo que quiero es que… —comenzó Draco, apretando la mandíbula para contener toda su impaciencia—: ¿Pero qué demonios es eso?
Gracias a nuestra bella dama, Josh no tuvo que escupir en ningún sitio. Draco y Astoria habían decidido que se encontrarían en el restaurante: él no pensaba salir de casa con ella, como si fueran una vulgar pareja —que no eran, por mucho que fuera su prometida—, y Astoria tenía que ultimar detalles conmigo.
Le había dado unas directrices muy básicas para dejar a su principesco antagonista patidifuso. Además de la sugerencia de cuestionar su sexualidad, que había dado curiosos resultados esa mañana, comenté que quizá tendría más efecto no parecer un ser salido del armario de un bogart. O sea, vestirse enseñando cacha con algo que no fueran retazos de la túnica de Voldemort.
Como ya os he dicho, mi plan era muy simple y cliché. Y los clichés siempre funcionan en este tipo de historias: primero la princesa tenía que entrar por los ojos. Algo como "Eh, mira qué buena estoy, imagíname desnuda". Después, cuando la anaconda del príncipe estuviera despierta y receptiva, tendría que pisotearla con aquellos tacones de diez centímetros.
Cuando una mujer pone en duda la virilidad de un hombre pueden pasar muchas cosas. Las dos más habituales son: el chico sufre, piensa que no tiene nada que hacer con ella, y corre a su casa a refugiarse en el porno mientras come helado de chocolate y escucha baladas de las Brujas de Macbeth. A veces solo ve porno, pero es menos divertido. La segunda opción es la que nos interesa: el buen mozo, herido, se enfurece y decide demostrar que la dama se equivoca.
¿De qué tipo creéis que es Draco? Ya habéis sido testigos del acercamiento con la excusa "moco" cuando Astoria lo llamó gay. Desde el colegio, cada vez que alguien mencionaba algo que tenía que ver con la homosexualidad, el rubio se ponía hecho una fiera. Es de ese tipo de chicos que consideran que "marica" es un insulto a su honor. O sea, un idiota.
Ahora que caigo, a lo mejor aquél beso que le di en cuarto influenció ese estúpido comportamiento. Eh, eh, no me miréis así, a mí Draco no me pone. Ya lo dije una vez, esas pestañas tan largas y rubias me dan repelús. Pero, qué queréis, estaba disfrazado con el uniforme de las chicas y… Bueno, da igual, eso es otra historia.
A lo que iba. Mi idea era muy sencilla: ella le pone cachondo, se ríe de él, y las feromonas hacen el resto.
Y todo eso habría salido a pedir de boca si nuestra princesa no pareciera un velocirráptor beodo.
Caminaba a trompicones, con el cuerpo inclinado hacia delante y las manos extendidas para mantener el equilibrio. El rubio —y gran parte del resto de comensales—, con la boca abierta de par en par, no le quitaba el ojo de encima. Y no del modo que cualquiera esperaría. En vez de mirarla con deseo, replanteándose su vida y decidiendo de sopetón que esa boda sería maravillosa, tenía cara de incredulidad. En plan "que alguien la sacrifique, está sufriendo".
Todo el trabajo que invertí escogiendo un vestido rojo con un escote hasta el ombligo se fue al traste por esos tacones. Astoria ya me había mirado con odio cuando se los di, había dicho algo como "no me gustan estas cosas", pero no imaginé que no fuera capaz ni de dar dos pasos erguida con ellos puestos.
Gracias a Merlín, a Draco se le fueron un par de veces los ojos al escote de la rubia. Algo es algo. Habría ido razonablemente bien si ella no hubiera decidido doblarse el tobillo y caerse al suelo, llevándose por delante la bandeja de un camarero. Ahí voló todo por los aires: vasos, bebidas, el camarero, la dignidad de Astoria, la exclamación ahogada de todos los que había en el local… Y, cuando ella se cayó de bruces al suelo y se quedó así tendida, bocabajo, todo quedó en silencio.
No sé si alguna vez os habéis caído en frente del chico que os gusta. Es espantoso, claro. Pero es mil veces peor caerse delante del chico al que odias pero tratas de impresionar, en un restaurante de chopocientos galeones el cubierto, y acabar descogorciada en el suelo mientras todo el mundo te mira.
Astoria decidió, muy inteligentemente, no moverse. Planeaba quedarse así y, con un poquito de suerte, mimetizar con el entorno y volverse invisible. Escuchó unos cuantos "disculpe, ¿se encuentra bien?" pero los ignoró. Estaba en modo avestruz: si no hablaba ni miraba, nadie la vería ni escucharía.
Dentro de su dolorida cabeza la imaginación comenzó a volar. Un noble caballero —moreno de ojos oscuros, claro— acercándose a ella y ofreciéndole un brazo, indignándose con la morbosa multitud y llevándosela en volandas hacia un lugar mejor. El patíbulo, por ejemplo. Estarían los dos solos y con el tiempo se reirían de lo sucedido.
Estaba decidiendo que ese príncipe moñas se llamaría Giuseppe cuando algo empezó a golpearle en un costado, cada vez más insistentemente. Gruñó y recibió como respuesta un golpe aún más fuerte.
Alzó ligeramente la cabeza con cara de cabreo y se encontró con un despectivo Draco. Tenía las manos en los bolsillos y las cejas arqueadas, en plan "soy un chico malo, guay que te cagas", pero estaba a su lado dándole patadas para que le hiciera caso. Patadas. No le tendía un brazo ni se indignaba con la multitud, no, le agredía. Cosa que a ella le importaba tres pepinos, claro, ya que ni se llamaba Giuseppe ni era un príncipe.
—Si querías lamerme los zapatos te has tirado al suelo cuatro metros antes —murmuró, con la sonrisa maligna empezando a formarse—. Aprende a calcular distancias, Austonia.
Era un monstruo, el némesis al que se tenía que cargar.
—¿Qué se supone que estás haciendo ahí tirada? Levántate de una vez, pesada.
La humillada princesa frunció el ceño.
—No me da la gana. Voy a quedarme aquí.
Estaba enfurruñada y, claro, avergonzada. Había hecho un ridículo espantoso delante ese chico que de un momento a otro comenzaría a reírse como un psicópata. Aunque la mirara con indiferencia, ella sabía que se lo recordaría por el resto de su vida. Es ese tipo de persona despreciable, pensó, que vive feliz haciendo infelices a los demás.
En realidad eso es cierto. No estoy aquí para excusar el comportamiento de Draco Malfoy. Tiene que quedaros claro que no es un buen tío. Quizá, de entre todo mi antiguo grupo de amigos, él era el peor. Al menos en lo que a las chicas se refería. Esta historia no va de cómo él se convierte en una buena persona. Draco es Draco, siempre lo ha sido y siempre lo será.
Qué va. Esta historia va de cómo Astoria se da cuenta de que los príncipes no siempre llevan túnicas azules ni hacen declaraciones de amor eterno. Y de cómo él…
Ay, jolín. ¡Cortadme! Que como sigamos así os cuento la historia entera en cinco minutos. No, no, Blaise, muy mal. Hay que ir poco a poco. Pasito a pasito y con buena letra.
Quedaos con que él es un cabrón. Y con que a mí, en realidad, me importa una soberana mierda. Es más, en este punto de la historia estaba convencido de que le estaba haciendo una putada a Astoria. Sabed que me arrepentí un poquito. Hasta que llegué a casa y se me pasó.
¿Por dónde iba? Ah, sí, la damisela repantingada en el suelo, avergonzada y furiosa. Hizo un mohín involuntario y se mordió el labio con fuerza. La tía iba a ponerse a llorar. Luego entraría en modo berserker, destruiría el local y mataría a todos los que estaban en él.
—No te está mirando nadie —masculló Draco, sin fijarse en ella—. Me miran a mí, porque soy increíblemente guapo. No te creas tan importante, estúpida. —Entonces se agachó, cogió a la princesa de un brazo con muy poco tacto, y la levantó de un tirón—. Tengo hambre, así que siéntate de una vez.
—¿Que Draco ayudó a mi hermana? —dice Daphne, observándome con incredulidad.
—Algo así, sí. —Me encojo de hombros—. Aunque más bien parecía que intentaba ayudarse a sí mismo. Ya sabes cómo es: no soporta quedar en evidencia. Supongo que como todo el mundo estaba mirándolos se sintió incómodo. Al fin y al cabo, ella era su acompañante…
—No tiene nada que ver. —Ambos nos giramos hacia Theodore, descolocados. Él no nos devuelve la mirada, pero sigue hablando con aburrimiento—: A veces Malfoy hace cosas así. Pocas veces, pero las hace.
—¿Entonces a Draco ya le gustaba Astoria? —pregunta Daphne con curiosidad.
—Lo dudo. Simplemente se dedicó a romper unos cuantos espejos.
Esboza una sonrisa misteriosa, que ni su novia ni yo entendemos, y vuelve a hacer como si todo se la resbalara.
—Ahora entiendo lo que decía tu madre.
Astoria lo miraba con incredulidad. Les habían traído la comida hacía un rato y seguía sin creerse que Draco fuera a cenar eso. Si pensáis que eso es alguna tontería como un montón de filetes o algo así, estáis muy equivocados. No, no, el rubito se había pedido tres postres. Pasteles y helados enormes empapados de sirope que se comía en plan señorito, como si fuera lo más normal del mundo.
La miró de refilón, intentando parecer guay. No era tonto, sabía lo complicado que resultaba mantener su fachada de tipo duro y capullo mientras tenía los labios llenos de virutas de chocolate. Pero el tío le ponía empeño.
Fue a decir algo como "mi dieta no es de tu incumbencia", pero con la boca repleta de nata habría quedado poco sobrio. Además, ese helado estaba riquísimo. Draco era feliz comiendo dulces, aunque fuera algo que no pensara decirle a nadie además de a su madre. Ese era el motivo por el cual cuando quedaba con las chicas no probaba bocado. No quería que lo asociaran con alguien adorable y tuvieran la desfachatez de ofrecerle caramelos o algo así. Él era un machote. Un machote que se esforzaba por no sonreír mientras paladeaba nata.
—Te vas a poner gordo —pinchó Astoria, en plan zorra.
La vanidad de Draco se cabreó. Tragó aquél delicioso manjar y apoyó la mejilla en una mano para lanzarle su miradita. No la miradita de "eh, que te estoy seduciendo, bájate las bragas". Sino la de "eres una cucaracha despreciable y no mereces ni que te aplaste con mi carísimo zapato".
—Y lo dice la que está comiendo cadáveres.
—¿Que yo qué? —Ella bajó la vista hacia su filete y suspiró con hastío—. ¿Qué tiene de malo? Es carne, idiota.
—Pues eso, un cadáver. Es asqueroso. —Arrugó los labios, para que su repugnancia quedara bien clara.
—Oh, por Merlín, no me digas que eres vegetariano.
A Draco se le cayó la cucharilla que había estado moviendo con aburrimiento. No entraba en sus planes que ella se enterara de esas cosas. Ahí el que tenía que ridiculizarla era él, no al revés.
La piel de sus mejillas se puso un poco rosita y todas las lectoras se tiraron de los pelos. Porque estaba muy mono, enfurruñadito y avergonzadito, ¿a que sí? Que se os ve el plumero, nenas. No sé por qué os suele pasar: veis a un chico que va de duro teniendo un desliz en su estoica personalidad y os saca de vuestras casillas. No negaré que es un buen método para ligar, aunque a mí no me funciona nunca. Tampoco es que él lo estuviera usando de esa manera. Para Draco, ligar consistía en hacer guarradas y mirar con lascivia, no en despertar instintos maternales en sus víctimas.
Aún así, Astoria no se dejó vencer. En vez de querer achucharlo, deseó pincharlo hasta que quisiera llorar por la humillación. Esbozó una enorme sonrisa cruel.
—No lo soy. No seas ridícula —espetó él.
—¿Comes carne?
—No.
—¿Pescado?
—No.
—Entonces eres vegetariano.
Draco la miró con odio. ¿Por qué habían terminado así las cosas? Era ella la que había empezado haciendo el ridículo, ¿no? Pensó en cómo tenía la desfachatez de burlarse de él cuando se había caído de boca al suelo hacía un rato.
—Tampoco me gustan las verduras, lista —soltó con retintín.
Astoria arqueó las cejas.
—Entonces no eres vegetariano, no. Eres imbécil. ¿Qué comes? ¿Helados?
—La nata tiene utilidades fascinantes —comentó, cambiando de tema y poniendo esa sonrisa. Sí, la de bajarse las bragas y todo eso—. Puedes comértela sobre lo que sea, ¿sabes?
Le lanzó una significativa mirada al escote de nuestra protagonista. Ella se lo tapó, ofendidísima, mientras él soltaba una risita.
—Eres un cáncer de ser humano —le gruñó.
Él, en vez de molestarse, lamió la cucharilla, en plan cochino pero sexy, y decidió soltar todo aquello que un tío jamás tiene que soltar delante de una mujer si quiere llevársela a la cama. O sea, lo que piensa.
—No entiendo a las mujeres. Os vestís como unas zorras para calentarnos y luego os escandalizáis cuando os miramos. ¿Qué pretendías enseñando así las tetas con ese vestido? ¿Que me fijara en tus cejas? —Hizo un gesto con la mano, desechando esa estupidez—. Sois todas igual de ridículas.
Después de que Draco le quitara puntos a todos los hombres del planeta con ese desafortunado —aunque coherente— comentario, Astoria rechinó los dientes. Recordó mis sibilinas recomendaciones y soltó aire por la nariz. Iba a hacerlo. Iba a meterse con su heterosexualidad para que sufriera, cancelara el compromiso y, con suerte, acabara suicidándose bajo un puente mugriento y rodeado de ratas.
—Da igual cómo te pongas o lo genial que intentes aparentar ser. Eres condenadamente gay.
Cien puntos para Astoria y para todas las mujeres del mundo. Y diez para Potter, por si acaso.
—Disculpa, ¿qué?
A pesar del brillo peligroso de esos ojos grises, la ilusa princesa no se amilanó. Sonrió aún más, sabiendo que había dado en el blanco.
—No comes carne, eres un obseso del dulce, bailas medio desnudo cuando nadie te ve —comenzó a enumerar, ayudándose de los dedos de una mano—, tu elfo doméstico se llama Potter, no es necesario que hable de tu peinado… La boda es para ocultarle al resto tu sexualidad, ¿no? Estoy segura de que cuando cojas confianza acabarás paseándote por la casa con mi ropa interior.
Ya está, pensó Astoria cuando Draco dio un puñetazo en la mesa, ahora se irá a casa llorando y me dejará vivir en paz.
Tranquilas, chicas. Obviamente no lo hizo. Menudo aburrimiento de historia sería ésta de haber sido así. Nuestro caballero de noble armadura se puso en pie y se tapó la cara con una mano. Parecía que fuera a llorar pero de entre los dedos se escapaba una risita que iba aumentando de volumen. Era una risita que daba bastante miedo, la verdad. Cualquiera que no hubiera tenido los ovarios de Astoria habría salido de allí pitando.
Ella se limitó a mirarlo con la boca torcida, como si hubiera perdido del todo la cabeza.
Cuando Draco se destapó la cara, no había ni rastro de diversión en sus facciones. Más bien daba la impresión de que iba a morder a alguien de un momento a otro. Aún así, se pasó la lengua por el labio superior lentamente mientras se acercaba hacia donde su prometida estaba sentada.
Apoyó una mano en el respaldo de la silla de ésta y se encorvó hacia ella.
—Lo único que haré con tu ropa interior será arrancártela —siseó con frialdad.
—¿Qué dem…?
No terminó. Con la otra mano Draco le dio un tirón en el pelo, levantándole la cara, y la besó. Pues sí, qué poca delicadeza. Pero la verdad es que ese toque brutal y fiero tiene su qué, ¿verdad? Supongo que viene de serie con la personalidad de "hago lo que quiero y me la suda que tú no quieras".
Astoria no me contó cómo reaccionó el resto del restaurante. Ella tenía los ojos abiertos de par en par y en esa posición sólo veía los iris grises de su acosador, fijos en ella. Intentó gritar y removerse mientras tanteaba con una mano sobre la mesa, buscando algo con lo que liberarse —suerte que no encontró el cuchillo—, pero se le olvidó todo cuando él le dio un doloroso mordisco en el labio inferior para que abriera la boca. La exclamación se ahogó en la garganta de su oponente y éste se tragó su desconcierto.
No fue uno de esos besos que recuerdas con cariño, la verdad. Ella lo odió, aunque las piernas le temblaran un poco por la situación —y porque el cabrón sabe lo que hace, lo digo con conocimiento de causa—, y él lo hizo únicamente por joder.
No le estaba metiendo la lengua hasta la laringe por amor, para nada. Ojalá todo hubiera sido tan fácil. Simplemente, tal y como yo había supuesto, sintió la necesidad de demostrarle que no había que cuestionar su hombría. Son cosas que a veces hacemos los Slytherin. Como cuando cortamos con la novia y nos ponemos guapetones al volverla a ver. No queremos retomar la relación, para nada, queremos que se fastidie por lo que ha perdido. Aunque si cae y acabamos revolcándonos con ella en plan despechado, mejor que mejor.
¿Que si Draco dijo en serio lo de arrancarle la ropa interior a Astoria? Es probable que sí. Al fin y al cabo ella estaba buena y él tenía una extraña fijación por las tetas grandes. ¿Quién descartaría un polvo con una tía cachonda por el simple hecho de que le cayera mal? Qué tontería.
Eso sí, cuando se separó de ella, llevándose un buen mechón de pelo rubio como recuerdo, se limpió la boca con la servilleta. Había cumplido dos de las tareas su lista mental de cosas a hacer en esas situaciones: joder —disfrutándolo, no nos engañemos— y luego hacer como si le diera mucho asco. Ahora tocaba la salida triunfal.
Sonrió cuando le puso a Astoria la servilleta en la cabeza y se fue del restaurante la mar de tranquilo, sin mediar palabra. Se quiso mucho a sí mismo por irradiar esa actitud de tipo duro, claro, pero consiguió no demostrarlo.
No os cuento lo que hizo ella porque ya os lo podéis imaginar. Gritó, acuchilló su solomillo de buey, maldijo su suerte, alzó el puño prometiendo venganza, etcétera, etcétera.
Ya os hacéis a la idea. Mejor me centro en Draco, que me encanta narrar escenas cochinas. Tras ese punto y final con sello Malfoy, fue a recoger a la señorita Piernaslargas. ¿Queréis saber cómo se llamaba realmente? Ay, qué cotillas que sois. Pues os pienso dejar con la duda.
Era broma. Soy periodista. Bien. Piernaslargas tiene un apellido espantoso, que hace juego con su nombre. Mandy Brocklehurst, ¿os suena? Antigua Ravenclaw de nuestra edad. ¿Nada? Lo entiendo, Ravenclaw y Hufflepuff no existen, son los padres. Como los Reyes Magos.
Quizá se os ilumine si menciono que fue muy amiga de una curiosa señorita llamada Lisa Turpin. Ahora sí, ¿verdad?
Poco más que decir de ella. Me considero un hombre que ama a todas las mujeres por igual, pero reconozco que esa chica era demasiado idiota hasta para follársela. Draco, por su parte, no tenía ningún problema. Estaba maciza y se bajaba las bragas en menos de un pestañeo. No sentía ninguna necesidad de entablar conversaciones previas. Ni "¿cómo te trata la vida?" ni "¿qué tal le va a tu novio?" ni "¿cómo decías que te apellidabas?"
Acabó, como era de esperarse, acorralándola contra la puerta de su casa, tanteándose en el bolsillo con una mano —buscando las llaves, no penséis guarradas— y tanteando bajo la falda de Piernaslargas con la otra —introduciendo otro tipo de llave, ya sabéis a qué me refiero—.
Había pasado alrededor de una hora desde el morreo "accidental" del restaurante, por cierto. Siempre me olvido de contar esos detallitos superfluos cuando atisbo sexo en el horizonte.
Horizonte al que señalaba la virilidad de Draco cuando finalmente consiguió abrir la puerta de su casa y arrastrar a la lerda dentro. Cerró con un pie, dando un portazo, y al señorito se le antojó que recorrer los escasos quince metros hasta su cama era demasiado. No, no, él quería darlo todo ya. Ahí. En el recibidor. Contra la pared.
Eso tenía ventajas, claro. Cuando acabara, ella tendría más cerca la puerta para marcharse y no volver nunca.
Pensar en eso mientras le lamía el cuello y le bajaba las bragas era bastante cínico. Pero así es Draco, un chico práctico dónde los haya.
También pensó, por cierto, que el sonido de su bragueta sería lo último que escucharía antes de los escandalosos gemidos de Piernaslargas. Y se equivocó.
Pobrecito. Que a uno le corten el rollo cuando está justo en ese punto jode. Este es el momento en el que todos nos compadecemos del rubio. Que es muy capullo, sí, sí, pero esa noche sus huevos lo pasaron mal.
—¡Oh! —Inciso: "oh" con muchas "oes"—. ¡Cómo te atreves a hacerme esto, Draco!
El aludido dio un respingo y a punto estuvo el corazón de salírsele por la boca cuando reconoció la voz. Se apartó un poco de Piernaslargas y miró a su derecha, hacia el salón.
Sentada sobre el sillón, con una mano en la frente en una parodia exageradísima de Drama Queen, estaba Astoria. Y estaba gorda. Muy gorda. ¿Por qué tenía esa enorme barriga de repente? Seguía vestida tal y como en la cena, por cierto, aunque en vez de tacones llevaba unas zapatillas de andar por casa de peluche. Estrafalaria combinación, si me permitís el apunte.
—¡Creía que lo nuestro era especial, Draco! —gimoteaba ella, a voz en grito. Menos mal que no era actriz, no le habrían dado ni dos knuts por esa actuación—. ¡Y vienes a nuestra casa con esa… con esa…! ¡PELANDRUSCA!
Al libidinoso príncipe se le escapó una carcajada por el adjetivo. Pelandrusca. Anda que ya podía haber usado algo más impactante. Puta, zorra, Ravenclaw…
—¿Qué se supone que haces, Austonia?
—¿Quién es esta? —Piernaslargas parecía ofendida. Como si de verdad creyera que pintaba algo en aquella escena. Uno piensa que debería darse cuenta de que era una actriz secundaria. O una de reparto, incluso. Es más, ni siquiera debería tener líneas. Pero así son los amigos de Rowena, unos creídos.
Draco miró de reojo a la ninguneada señorita y murmuró con aburrimiento:
—Austonia.
Aust… Astoria lanzó un grito que en teoría tendría que ser de pena suprema, que más bien parecía un gorgorito diabólico. Como veneno burbujeando a mil grados.
—¡Soy su prometida, puerca! —Pelandrusca. Puerca. No sé qué papel creía que estaba representando, pero estoy seguro de que todos queremos que deje de hacerlo. El caso es que se preparó para soltar la bomba cuando comenzó a acariciarse esa enorme barriga que le había crecido en menos de una hora—. ¡Y esto es el fruto de nuestro amor!
Draco arqueó una ceja.
—Eso es el fruto de que hoy te hayas puesto como una vaca comiendo cadáveres.
—Oh, infame —en serio, que pare ya—, ¿cómo puedes decir eso de nuestro futuro hijo? —El rubio se puso blanco y abrió mucho la boca. Ella aprovechó el impacto de sus mentirijillas para seguir con la pantomima—. ¿Qué crees que pensará…? —miró a un lado y a otro de la habitación y sus ojos desesperados se posaron sobre un marquito que había colgado en la pared. Dentro de él, vislumbró un escorpión petrificado—. ¿Qué crees que pensará nuestro niño, Escorpius, cuando nazca y se dé cuenta de que su padre lo confunde con un cadáver?
Al príncipe se le pasó el susto y sonrió burlón mientras se subía de nuevo la bragueta y se apoyaba contra la pared, olvidando por completo a su cita de esa noche.
—Escorpius. En serio. Escorpius. No se te ha ocurrido nada mejor.
—Sabes que es eso o Aracnus. Quizá Serpentus. Hay que seguir esa tradición de ridículos nombres que tienen los Malfoy.
—No llamaría a mi hijo Escorpius ni bajo amenaza de Cruciatus.
—¡He dicho que se llamará Escorpius y punto!
—Locos —susurró la actriz de reparto, a la que nadie prestaba atención. Había seguido el curioso debate moviendo a un lado y a otro la cabeza—. Estáis los dos locos. Me marcho de aquí.
Astoria la despidió haciendo un gesto alegre con la mano y, cuando la chica la miró con incredulidad, la rubia gritó con voz cantarina:
—¡No olvides llevarte las bragas, pelandrusca!
Su respuesta fue el sonido de la puerta al cerrarse. Piernaslargas es un pelín maleducada.
Draco se acercó a su milagrosamente embarazada prometida, con las manos metidas en los bolsillos. A un paso de ella se agachó y examinó con interés el bulto de su vientre.
—¿Un hechizo? —tanteó.
—Un cojín.
Astoria se lo sacó de debajo del vestido con una mueca de suficiencia y lo dejó a un lado del sofá. Se puso en pie y se desperezó levantando mucho los brazos, como si estuviera agotada después de una dura jornada de trabajo. Ser la heroína cansaba un montón.
—¿A qué venía todo eso, Austonia? ¿Estabas celosa?
La sonrisa ladina del chico desapareció cuando ella lo miró con desgana.
—Ya te gustaría. Me voy a dar un paseo, buenas noches.
Él se quedó a triángulos. Se le había pasado por la rubia y áurea cabeza que después de esa escenita acabaría revolcándose con Astoria, no que ella pensara dejarlo con un palmo de narices —y un empalme de narices, también— después de haberle chafado el polvo.
—¿Que te vas?
Nuestra adorable cortarollos le lanzó una mirada cuando estaba a punto de salir por la puerta —sí, con el vestido rojo y las zapatillas de peluche— y Salazar Slytherin ronroneó en su tumba. El Sombrero no se había equivocado en la Selección.
—Mátate a pajas.
—¿Escorpius? —Le dio una calada al cigarro mientras negaba con la cabeza—. Qué nombre más horrible.
Habían pasado ya un par de horas y su prometida no había vuelto a casa. Draco, después de solucionar como pudo su "nerviosismo masculino", se instaló en el salón y cogió un puñado de los libros de Astoria.
¿Recordáis que cuando la metió a rastras en su casa metió también su caja de fantasías principescas de papel? Incluso hizo un hueco en la estantería para colocar esos volúmenes. No por deferencia, claro, pensó que a la chica le jodería ver que estaban tan expuestas esas patrañas.
Pasaba páginas y su ceja se alzaba más y más. Esa historia trataba sobre una niña a la que le gustaba un chico que tenía novia. No estaba muy claro si el chico ese respondía a sus sentimientos ñoños e infantiles. Luego había otro tipo que perseguía a la chavala y le pedía salir constantemente.
Típico triángulo amoroso, vaya. En un principio Draco estaba animado, pensó que, obviamente, eso acabaría en ménage à trois.
Pero nada. Ahí sólo había situaciones absurdas y trilladas y lágrimas por doquier. Todos sufrían que te cagas y se hacían los longuis para estirar aún más la trama.
El rubio apagó el cigarro y se acarició la barbilla con la pluma.
—Esta tía es tonta —rezongó—. Qué declaraciones en San Valentín ni qué cojones. Quítate la ropa de una vez.
Asintió, con aire experto, e hizo las anotaciones pertinentes sobre la página. Después, dibujó una polla con los cojones enormes.
NOTA.
Eh, beibis, ¡heme aquí! Ha pasado tiempo desde que actualicé esta historia, pero se me atragantó este capítulo en las primeras seis páginas y me vino la inspiración para Mortífago. Ahora, ya de vacaciones (¡AL FIN!), me he tirado una semana viendo comedias románticas y leyendo shojo, preparándome mentalmente para seguir con esto. No sé si seguiré un poco más con esta historia o volveré con Theodore. Según me dé. De la segunda tengo dieciséis páginas escritas, pero no lo he tocado desde que acabé.
Hablando de páginas, este capítulo me ha quedado larguísimo. 24. Diez más que los anteriores. Tampoco me preocupa, XD, si tengo que contar mucho, lo cuento, si no, pues no. La simetría me la pela, jiji.
A veeer, qué más os tenía que decir… ¡Ah, sí! Hay varias alusiones en este capi al fic de Mortífago, jiejie. No es necesario, en absoluto, leerlo para entender esto. Es que me gusta colar detallitos. Tampoco significa que esto sea una continuación del otro fic (eh… nada más lejos), pero siempre relaciono lo máximo posible todas mis historias.
Los detallitos, por si acaso, son: aquello que dice Theodore de los espejos, lo de Draco con el uniforme masculino siendo besado por Blaise, la mención a Lisa Turpin y… creo que ya.
La historia que describe al final Draco es un manga que me acabo de terminar (Strobe Edge). A mí me gustó bastante, que conste. Tengo una relación de amor/odio con el shojo: me ponen de los nervios las protagonistas femeninas, pero me enamoro de los masculinos. Ellas son híper lerdas y ellos híper guapos, qué le voy a hacer. Ais.
Bueno, cachondos, me voy a contestar a vuestros reviews. Y luego a disfrutar de mis merecidas vacaciones, oh, já, oh, já.
¡Muac!